Todos los derechos son propiedad de RICHELLE MEAD, a excepción de la trama.
Capítulo 13
Rose
Antes de que esta pesadilla ocurriera había realmente pocas cosas a las que temía, miedos absurdos que venía acarreando desde la infancia. Las tormentas eran uno de ellos ¿Pero qué niño no le teme a observar debajo de su cama, a la oscuridad o a los truenos y relámpagos? Creí que ya lo tenía más que superado, hasta que caí aquí.
Aunque a mi favor he de decir que nunca había enfrentado el verdadero poder y alcance de la naturaleza. Peligros reales que hemos venido eludiendo los últimos días, y más aún en las últimas horas.
Desde el frío gélido que congela la sangre; la oscuridad insondable y absoluta; los bramidos del cielo que proclaman la furia de la tempestad; la fauna salvaje; el retumbar de la tierra anunciando la catástrofe de las avalanchas; hasta el blanco inerme que todo lo cubre y me hace ser consciente de lo vulnerables que en realidad somos.
Y, sin embargo, ahora mis miedos eran otros.
Cada paso que daba me estaba costando la vida misma.
No quería alejarme. No quería dejarlo. Estaba muy asustada, temía por Dimitri.
Me aterraba el hecho de perderlo y no poder hacer nada para evitarlo. La sola idea me hacía doler el alma. Sabía que, de suceder, me devastaría a tal grado de rendirme ante cualquier lucha. Ya poco o nada tendría sentido para mí. Jamás me lo perdonaría.
No obstante, me juré que mientras me mantuviera respirando y lo tuviera a él como mi mayor motivación, no iba a permitir que Dimitri fuera una víctima más en la lista de Víctor y de Robert.
Motivo por el que precisamente me estaba obligando a no mirar hacia atrás y a seguir caminando, lo que paradójicamente también me atemorizaba. Temía no ser lo suficientemente rápida y astuta para encontrar la ayuda que él tanto necesitaba, pero a su vez temía que mis propios pasos no me llevaran hacia ningún sitio. Condenándolo no solo a él y a mí misma, sino también a Lissa y a las familias de las víctimas que jamás llegarían a conocer la verdadera razón detrás de sus muertes. Lo cual estaba segura no les brindaría ningún consuelo. No obstante, muchas vidas pesaban ya sobre mis hombros. Y yo, desde lo más profundo de mi corazón, no quería que a base de más mentiras terminaran odiándome a mí.
Pensamiento bastante egoísta quizás, pero, ¿puede alguien culparme por al menos desear tener la conciencia tranquila en ese aspecto?
Además, el pensar que los padres y hermanas de Dimitri también me culparían era algo con lo que no podría lidiar. Inesperadamente, sentía que me lastimaría más su desprecio que el que ya me demostraban los Dragomir.
Y ni hablar de mi baba, ansiaba tener la oportunidad de abrazarlo una vez más y poder decirle cuánto lo amo, y lo agradecida y orgullosa que estoy de él.
Por ellos intentaríamos… no, íbamos a volver.
– Así sea lo último que haga.
Seguí adelante, y aunque ya había quebrantado todas y cada una de las normas básicas de cualquier buen explorador que se haga respetar, no iba a detenerme. Nada me detendría, ni siquiera el cielo que cada vez parecía más dispuesto a dejar caer su completa impetuosidad sobre mí.
Llevaba un par de horas andando a un ritmo no tan favorable debido a lo complicado del terreno. Afortunadamente las fuertes ráfagas de aire habían mermado prácticamente desde que puse un pie fuera de la cabaña. Aunque, por otro lado, la nevada de a poco comenzaba a hacerse copiosa.
Ésta sin duda estaba resultando ser la exploración más complicada y riesgosa de mi vida. Digna de una película de Spielberg. Sin víveres, equipo, respaldo, y ni un rastro o camino seguro que pudiera guiarme a lo que desde detrás de la cabaña distinguí como una calzada.
Allí no había nada… ¡nada!
Cansada, con frío, y muy frustrada, me detuve en medio de aquel paisaje níveo. Empezaba a exasperarme y eso no era bueno. Tenía que dominarme a mí misma para poder guiarme por el instinto. Después de todo, él me había mantenido con vida. Debía confiar y no perder el foco.
Motivos tenía de sobra para volver. Incluida, por qué no… la sed de venganza.
Yo no era una santa. Pese a ello, esa emoción jamás había surgido en mi pecho. Nunca había odiado tanto a alguien como odio a los Dashkov. Por culpa de esa "familia" perdí a la mía. He padecido, llorado de rabia y pena, visto gente morir. Inocentes que no les importó involucrar con tal de lograr sus horribles propósitos.
Resoplé. Robert seguramente estará gustoso, sintiéndose victorioso, convencido de que al fin se ha deshecho de mí. Y a pesar de que casi lo consigue, aquí seguía yo, dispuesta a todo con tal de sobrevivir para volver y hacer justicia.
Desconocía si mi destino final sería la cárcel. No obstante, nadie me iba a quitar la satisfacción de ver su sonrisa morir cuando me vea regresar. No iba a permitir más injusticias. No más silencio.
– Aún queda mucha Rose Hathaway para darte batalla, maldito infeliz.
Inhalé y exhalé pausadamente, tratando de escuchar mi respiración por sobre los estruendos del cielo. Cerré los ojos cuando de pronto, una memoria llegó a mí de la manera más oportuna posible.
– Cuando no sepas hacia dónde ir, Rose – Mi baba se puso en cuclillas frente a mí, sonriéndome con cariño – Cuando no sepas qué paso dar. Siempre sigue tu instinto, él no te fallará. Y si aun así no te fías por completo, entonces sigue esto – Apretó ligeramente mi nariz, haciéndome reír – El olor del viento fresco te guiará. Las corrientes circulan libres, abriéndose paso en los caminos.
Yo tendría unos nueve o diez años, pero lo recordé tan nítidamente que era como estarlo escuchando ahí conmigo.
Justo entonces se desató una sutil brisa con un penetrante aroma a pino, batiendo delicadamente los mechones sueltos de mi cabello hacia una misma dirección. Ok, pensé, quizás la Montaña sí está algo hechizada después de todo.
Valorando mis opciones, y creyendo ésta una buena señal, decidí desviarme de la ruta que pensaba tomar.
Bajé una pendiente y continué en línea recta por alrededor de una hora más, dejando un rastro de pintura cada cierto número de árboles. Cuando menos lo esperé, me encontraba de pie sobre una pequeña brecha que conducía directamente a dos filas de formidables pinos que conformaban la calzada.
– Gracias, papá.
Sin perder tiempo caminé hacia allí. Habría corrido de la alegría que sentí pues tenía el presentimiento de que ese era el camino que me llevaría a encontrar la ayuda que tan urgentemente necesitaba Dimitri, pero no me podía permitir sudar más o terminaría con hipotermia.
Cuando alcancé el primer piñonero, lo abracé emocionada, dándole la espalda a la calzada. Rápidamente me aparté, abrí el aerosol y lo agité vertiginosamente ya que le quedaba poca pintura. Estaba por dejar la marca cuando escuché un par de pisadas, seguidas por el clic del seguro de un arma.
– No des ni un paso más… o disparo.
Dimitri
– ¡Camarada, ayúdame por favor! ¡Me están lastimando! – Me removí inquieto – ¡Él quiere matarme! ¡DIMITRI, AYÚDAME! Me levanté de golpe, jadeando. Sus gritos desesperados me obligaron a moverme.
Tenía que encontrarla, tenía que proteger a mi Roza.
Quise ponerme en pie, pero el cuerpo me pesaba, sudaba excesivamente y me sentía muy mareado. Tambaleante me aferré al colchón para no caer. Y cuando por fin logré estabilizarme, con la mano temblándome tomé el cuenco que tenía cerca y bebí un poco. Mi boca estaba completamente seca. El resto del agua la vertí en mi rostro esperando despejarme.
Entonces haciendo acopio de toda mi fuerza, me levanté. Con la respiración irregular y el dolor punzante de mi costado, me acerqué a la baranda para tomar mi abrigo y mis botas. Fatigado volví a sentarme para prepararme y salir en su búsqueda. Terminé de calzarme cuando noté la mochila con mis pertenencias. La abrí rápidamente, revolviéndolo todo hasta sacar el celular. Debía llamar a alguien, tenían que ayudarme a encontrarla.
Marqué el único número que me sabía de memoria.
La llamada tardó en establecerse. Sin embargo, respondieron al primer tono.
– Slushayu1.
– Iván – Hablé.
Escuché un gran estruendo al otro lado – ¿¡DIMKA!? ¿Dimka, eres tú? – Exclamó mi mejor amigo – ¡Dios mío! ¿En dónde estás, hombre? Nos tienes con el alma en un hilo.
Levanté la cabeza y observé a mi alrededor – Est… estoy en una cabaña.
– ¿En una cabaña? – Preguntó. Las voces y llantos cada vez se hacían más fuertes – Tranquilícense chicas, no me dejan escuchar – Alguien más habló de fondo – Sí Olena, es él – El ruido cesó – ¿Una cabaña, en dónde? ¿Te encuentras bien?
Negué – No lo sé. Estoy… herido – Palpé la lesión, descubriendo sangre en mis dedos.
– ¿¡Cómo!? ¿Qué tan grave es? – Murmuró preocupado – Dime por favor que hay alguien más contigo. No te escuchas bien.
Caminé al inicio de las escaleras y apoyándome del pasamanos, comencé a bajar – Necesito encontrarla. Ella corre peligro.
– ¿Ella? ¿De quién me estás hablando? – Me detuve abruptamente cuando mi visión se saturó de puntos luminosos.
– Ella… mi Roza – Sacudí la cabeza en un intento por reponerme, logrando solo marearme aún más – Debo salir a buscarla.
– ¿Dimitri? Se está cort-ando la comunicación, te es-toy perdiendo. Di-nos dónde buscar, cómo te en-contra…
Bajé un par de escalones más cuando una nueva e inaguantable punzada me sacudió. Doblándome de dolor trastabillé y caí, rodando por los escalones hasta llegar abajo.
El aire abandonó mis pulmones, jadeé tratando inútilmente de levantarme. Y de un momento a otro, todo volvió a ser completa oscuridad.
Rose
Ésta era yo, la persona con menos suerte en el mundo.
– Las manos donde pueda verlas. Y date la vuelta, lenta-mente.
Suspirando tiré el aerosol, esta vez no tendría escapatoria, me habían pillado con la guardia baja. Poco a poco comencé a levantar las manos al mismo tiempo que giraba hasta quedar frente a mis… – ¿Pero qué estás diciendo, Mase? – … ¿Captores?
Me encontré con dos sujetos. El más alto de ellos miraba con reprimenda al otro, quien por su gorro mal colocado dejaba entrever su revoltoso cabello rojo. Detalle que en otras circunstancias bien hubiera podido pasar por alto, no obstante, era él quien tenía mi completa atención al ser quien me apuntaba con una enorme escopeta para cazar osos.
Despreocupado se encogió de hombros mientras veía a su compañero – Siempre quise decir esas dos líneas.
– ¿¡Cómo!? – Exclamé entre indignada y contrariada, lo que evidentemente atrajo su interés de nuevo hacia mí.
¿Quiénes eran estos tipos?
Los observé con mayor detenimiento, lo mismo hicieron conmigo. Al parecer ambos hablaban inglés fluido y tenían la típica facha de los leñadores americanos: pantalones anchos, chamarras a cuadros y botas de casquillo. Eran altos, fornidos y tendrían no más de veintisiete años. A mi parecer.
– ¡Eddie mira, es la chica!
– Imposible… – Murmuró el mencionado. Los dos con los ojos muy abiertos, perplejos.
De pronto, el pelirrojo sonrió – No puedo creer que la hayamos encontrado nosotros – Celebró. Yo en cambio me removí incómoda, todavía con las manos en alto. No entendía un carajo – El jefe se pondrá muy feliz cuando se lo digamos.
Eso detuvo hasta mi respiración.
¿¡Jefe!? ¿Cuál jefe? ¿De quién demonios hablaban?
¿Se tratará de Robert? ¿Trabajarán para él?
No sería la primera vez que compraba gente. Lo hizo con los novatos que murieron en la explosión del avión, y con muchos otros. Así de grande tuvo que ser el pago, pensé con amargura.
– Es increíble que esté viva… y sin lesiones aparentemente – Me escanearon de pies a cabeza, pero no de una forma lasciva o escalofriante, sino con total escepticismo. Parecían estar viendo un fantasma. Quizás, y luego de ocho días de estar perdidos, muchos esperaban que lo fuéramos – El accidente fue mortal – El tal Eddie habló de nuevo, dando un paso hacia adelante, mirándome directamente a la cara. Como tratando de buscar en mí todas las respuestas a sus preguntas.
Su expresión era genuina, que por estúpido que parezca dejé de sentirme tan amenazada por ellos. Lo único alarmante de la situación, es que seguía siendo apuntada por un arma.
Decidí entonces que era momento de intervenir y confiar un poco en esta especie de corazonada – Disculpen – Me aclaré la garganta – ¿Podrían dejar de apuntarme con eso y parar de hablar de mí como si yo no estuviera presente?
– ¡Oh, claro! – El pelirrojo puso el seguro y se colgó la escopeta a la espalda. Acción que al fin me hizo bajar las manos – Soy Mason y él es Eddie – Sonriente asintió hacia su amigo que se veía mucho menos alegre – Y somos tus rescatistas – Dijo orgullosamente.
El contraste de sus reacciones fue un tanto abrumador. No sabía qué esperar y por ello debía ser cautelosa – Me presentaría, ya que son las primeras personas que veo en días – Intenté sonreír, aunque creo salió más como una mueca – Pero supongo que ya saben quién soy.
– Toda Rusia lo sabe – Confirmó Eddie – No se habla de otra cosa – Por su tono deduje que él también estaba siendo precavido. No lo podía culpar.
– Todos tienen los ojos puestos aquí – Complementó Mason, haciendo ademán hacia la inmensidad que nos rodeaba – En la Montaña.
Indudablemente la noticia ya era de dominio público. Estarían al tanto de quién era, hacia dónde me llevaban y lo más importante, por qué. Imaginaba lo que los medios podrían estar diciendo sobre "Rose Hathaway, la despiadada asesina". Más aún si Robert era la mente detrás de la campaña de desprestigio.
En fin, ya tendría tiempo para lidiar con toda la mierda esparcida por Dashkov. Mi prioridad en este momento era convencerlos lo suficiente como para seguirme bosque a través – Es un alivio que me hayan encontrado, porque realmente necesito su ayuda – Me dirigí a Eddie que era quien se mostraba notoriamente más renuente – Dim… – Corregí – El Capitán Belikov está herido y muy grave. Debemos volver por él.
– ¿El Capitán? – Preguntó uno y exclamó el otro – ¿¡Está vivo!?
Asentí con urgencia – Prometo darles los detalles más tarde, pero ahora mismo no hay tiempo que perder – Dije con suplica.
– Pero… ¿ir a dónde? – Cuestionó Eddie, tal como me lo esperaba. Pese a ello, logré ver la duda en sus rasgos – ¿Qué certeza tenemos de que no nos estás mintiendo?
– Sí, cómo sabemos que no nos llevas hacia una trampa – Mason achinó los ojos – Bien podrías estar armada.
Resoplando coloqué las manos en mis caderas – Punto uno, ¿de dónde carajos sacaría yo un arma? – ¿Traía la pistola conmigo? Sí ¿Se los diría? No. O al menos no pronto. Todavía tenían que llevarnos al hospital y el revólver sería garantía de eso en caso de que las cosas se complicaran. Además, corazonada o no, averiguaría para quién trabajaban y lo que les habían prometido – Y dos, ¿por qué otra razón querría volver al bosque? – Hablé sin temor a que notaran mi preocupación – Dejé al Capitán en una cabaña, solo hay que seguir las marcas de pintura – Señalé el pino tras de mí.
– Esto es una reserva protegida – Vaciló Eddie – Aquí no puede haber ninguna cabaña.
Me hice a un lado para abrirles el camino – Créeme… la hay.
– Tendremos que seguir a pie – Anunció Eddie, mirándome sobre su hombro pues yo viajaba con él – Las motos no lograrán pasar – Estuve de acuerdo, las pendientes y el creciente nivel de la nieve cada vez le hacían más difícil el avance a los vehículos. Desmonté sin perder ni un segundo más mientras ellos apagaban los motores.
Preparándome para continuar el trayecto me ajusté el abrigo y el gorro. Favorablemente ya nos encontrábamos muy cerca y aún quedaban un par de horas de luz natural. Aunque, por otro lado, la tormenta persistía y amenazaba con agravarse.
Bajé la vista del cielo – Espero que hayan traído algo más grande que esto – Señalé el compacto medio de transporte – Una vez que saquemos al Capitán nos será muy difícil trasladarlo ahí. No llegaríamos muy lejos.
Mason tomó del compartimiento una mochila de tamaño mediano y optimista, dijo – Tranquila, tenemos una camioneta equipada con todo lo necesario.
Se detuvieron uno a cada lado de mí, a la espera de que les mostrara por dónde continuar. Entonces me dirigí hacia la cuesta que colmada de tupidos arbustos ocultaban del ojo humano y a la perfección, la cabaña.
Eddie prácticamente me pisaba los talones – Sigo sin creer que hayan conseguido descender de la montaña en una sola pieza – Comentó, en lo que consideré su intento por entablar algún tipo de conversación conmigo.
– Seré franca, también yo… – Estaba por decir algo más cuando de pronto al comenzar a subir, él resbaló.
Mi mano se movió en automático hasta sujetarlo del brazo. No habría sido un golpe fuerte, aun así logré evitar que cayera – Gracias – Murmuró mirándome a los ojos.
Asentí y le sonreí – Vamos, es por aquí.
Los tres traspasamos la barrera frondosa, ganándonos uno que otro rasguño de los matojos – Wow… – Exclamó el pelirrojo.
Sí. Indudablemente era un espectáculo a la vista, digno de admirarse. Y a pesar de que el lago se llevaba casi todo el crédito, aquella mal trecha cabaña también le aportaba cierto encanto al lugar.
Al igual que ellos me detuve un instante a admirar el paisaje. Deseaba grabarlo en mi memoria. Allí había vivido el sueño más hermoso, en el peor momento de mi vida.
– Debe ser clandestina – La voz de Eddie me sacó abruptamente de mi ensoñación.
Retomé mi andar acelerando el paso, lo mismo hizo mi corazón. Ansiaba volver a Dimitri.
– De no haberla encontrado habríamos muerto – Literal me brinqué los escalones del pórtico y empujé la puerta.
– Vaya… – Oí sus exclamaciones de asombro al entrar, pero no reparé mucho en ellos. Rápidamente llegué a la doble puerta, la había dejado atrancada. Sin esperar a que me alcanzaran, la abrí y avancé hacia el interior.
Al fondo vi la chimenea todavía con algo de fuego. Todo parecía y se escuchaba tranquilo, normal. Sin embargo, yo tenía un mal presentimiento. Me apresuré a salir de la cocineta solo para tropezarme con una escena al pie de la escalera que detuvo de tajo mis latidos, movimientos y respiración.
Ni siquiera sé de dónde saqué la fuerza suficiente para gritar – ¡DIMITRI! – Corrí hacia él sintiendo las piernas debilitadas y me desplomé a su lado oyendo pasos apresurados detrás de mí. Con cuidado lo giré pues se encontraba en el piso, boca abajo. Suavemente acomodé su cabeza en mi regazo, llamándolo – ¿Dimitri? – Lo sacudí de los hombros tratando desesperadamente de reanimarlo – Camarada, respóndeme por favor – Sollocé al notar un hilo de sangre en su ceja izquierda.
Por favor, no podía ser tarde. No pude haber llegado tan tarde.
Ambos chicos se acercaron. Eddie lo tomó de la muñeca antes de inclinarse hasta pegar su oído al pecho de Dimitri – Solo está desmayado – Hipé entrecortadamente. Él estaba bien. Lo esperaba.
– ¿Qué le pasó? – Preguntó Mason, rebuscando en su mochila.
Inhalé y exhalé intentando serenarme – Tiene una lesión importante en el costado debido al impacto – Lo vi sacar un botiquín y extraer un par de frascos y una jeringa – La herida se le infectó y ha tenido mucha fiebre.
– Esto lo ayudará – Aseveró Eddie, preparando la solución a la vez que Mason me entregaba una torunda con alcohol para que yo le curará la ceja. Cuando se la acepté él siguió en busca de más lesiones.
Limpié la sangre y coloqué una bandita de moño – Según sus informes ninguno es alérgico a algún alimento o medicamento.
– ¿Informes? ¿Qué informes? – No me respondieron. En su lugar, ladearon a Dimitri para así poder inyectarlo. Obteniendo de él un leve quejido de dolor.
– Hay que arroparlo y sacarlo de aquí cuanto antes – Habló el pelirrojo.
Consentí poniendo delicadamente la cabeza de Dimitri sobre el frío suelo de madera. Juntos subimos al tapanco, le entregué la ropa del ruso para que entre él y Eddie lo terminaran de vestir en lo que yo recogía nuestras pertenencias que se encontraban esparcidas por la cama.
Cuando bajé, "mis rescatistas" ya cargaban a Dimitri hacia la salida. Fui detrás, no pudiendo evitar detenerme en la doble puerta para dar un último vistazo al lugar. La única evidencia de nuestro paso por ahí, estaba en la chimenea, con las brasas.
– Es momento de volver, Rose – Llamó Eddie.
Suspiré antes de cerrar. El sueño se había acabado, pero la pesadilla aún no terminaba.
1 Slushayu: "te escucho", expresión que utilizan la mayoría de los rusos al contestar el teléfono.
¡Mil millones de disculpas!
No tengo palabras para agradecer la paciencia de oro que han tenido conmigo, así como todos sus mensajitos de preocupación y motivación.
De verdad ha sido un año muy movido y complicado, y he tardado en acostumbrarme a tanto. Buscar tiempos para escribir se volvió una tarea imposible. Sin embargo, hay algo de lo que tienen que estar seguras, pues como se los he dicho siempre, terminaré ésta y todas las historias que llegue a publicar.
Y aunque por el momento no tengo el siguiente capítulo, esta vez no tardaré tanto tiempo en sacarlo a la luz.
Muchas, muchas gracias por todo y por tanto. Las quiere, Isy.
No olviden dejarme todas sus impresiones, vivo para leerlas.
