"—… ¿Por qué accedimos a tan ridículo pacto?
—No teníamos opción.
—Sí, si teníamos. Esto será un gran efecto colateral con el tiempo, no debimos dejar que se marchara. Él no conoce este mundo, muy a pesar de haber nacido del mismo; la soledad lo matara.
—Hay que tener fe en él, Seraphimon.
—Juzgarlo es indigno, amigo mío, sino, intenta ponerte en su lugar. Imagínate que fuimos nosotros los caídos y tú fueras el sobreviviente, dime, ¿no habrías tomado la misma decisión que él? ¿No tendrías, tú también, el corazón roto?"
—…Aun así, Cherubimon. Temo por este mundo y por nuestro futuro, pero, por sobretodo, temo en que él se convierta en algo que…, nada de esto debía suceder".
[…]
La decisión había sido tomada. Había sido casi unánime y nadie más afuera del círculo de confianza de los Ángeles Protectores y de los fragmentos de los Guerreros Legendarios, se opuso.
Gran revuelo se armo tras conocerse la noticia, plegarias de agradecimiento se esparcieron por las tierras, tanto las afectadas como las que aun permanecían intactas de los ataques, pero los diez digimons descendientes de la legión de protectores originales no quisieron cantar victoria. Era todavía demasiado pronto y hasta que ellos no estuviesen reunidos con los diez niños humanos dignos de portar su poder, nadie estaría absolutamente a salvo.
No el Digimundo, ni el Mundo Real.
La cumbre del Consejo de Guerra llego a su fin tras mucho debate y el alivio que dejo no todos lo compartían, pues, si bien volver a llamar a los antiguos niños elegidos no sería imposible, pero tampoco del todo fácil. El mayor obstáculo seria reunir a los restantes guardianes con sus compañeros humanos; nadie quería recordar los viejos problemas causados por Kerpymon que por consiguiente llevaron a la corrupción de cinco de los diez espíritus digitales, sin embargo, ahora, esa ya perdonada traición les jugaban en contra y les quitaba tiempo valioso.
Aun así, Agunimon aseguro que no dejarían a nadie atrás, sea cual fuese el tiempo necesario.
Buscar a sus compañeros humanos no sería difícil, después de todo, algo de energía y huella digital (que finalmente fue considerado ADN al transferirse a parámetros biológicos) seguía en cada uno de los seis que combatieron contra Lucemon. El verdadero desafío aun recaía en encontrar humanos restantes que pudieran resonar y aceptar tal responsabilidad titánica de proteger un mundo que de seguro ellos desconocían y que no tenían ningún obligación que responder sobre este, la moral del grupo había caído ante la mención, pero eso no detuvo al digimon de fuego que con apoyo de Lobomon, lograron mantener la esperanza en alto.
—Debemos tener un poco de fe, a veces, el destino obra de formas que no imaginamos.
Aquellas palabras llegaron a Mercurymon que si bien se había estancado en su búsqueda, con el tiempo y por mera casualidad, el rastro del ADN del chico enérgico que alguna vez llego a considerar un enemigo en niveles personales, lo había conducido a un curioso final. Incapaz de comprender que significaba los resultados de su búsqueda prefirió mantener ese secreto y seguir la corazonada que dicha información lo hacía vibrar de emoción.
Mercurymon había decidido seguir su fe ciega por ese niño humano que al parecer se hallaba recluido lejos de su hogar.
Mayor paso el tiempo en que el digimon del metal se vio volcado en su investigación y con poco tiempo para la fecha de su partida, había recolectado datos más que necesarios para encontrar a su compañero humano. Pero, las conclusiones a la que había llegado contradecían al plan actual del grupo. Debía tomar medidas extraordinarias que de seguro sus compañeros no aprobarían.
Aquel día, Mercurymon tras llegar a su decisión final, no podía evitar de sentirse descorazonado por la simple idea de dejar a su equipo y embarcarse en un viaje que tal vez podría significar la victoria o la perdición.
Se sumió en la oscuridad del salón que Cherubimon le había cedido a los Guerreros Legendarios en su castillo como Centro de Recolección y Búsqueda, después de todo, era el guardián del Conocimiento, su amplia biblioteca sobrepasaba por creces a la de Ophanimon y eso era más que bienvenido. Rodeado de finares de estantes y libros, cuyo saber y contenido no solo del Digimundo y sus habitantes, sino también, de reciente información adquirida del Mundo Humano, era la única compañía que el digimon necesitaba en esos tensos momentos de duda. Llevaba ahí desde hace ya varias lunas y a pesar del pedido de sus compañeros, Mercurymon se había negado a salir de allí hasta no resolver este misterio alrededor de quien estaba seguro que era su niño elegido.
Observo el mapa plasmado sobre la superficie de la mesa circular, ubicada no lejos de la entrada de la Biblioteca pues por delante del digimon, se extendía de manera casi infinita estanterías tras estanterías repletas de libros, manuscritos y pergaminos; se dedico a examinarlo una vez mas y torció los labios carmesí que parecían pintarse sobre la superficie metálica que hacia una especie de rostro en sí, los puntos marcados (dos en este caso) le generaban inquietud y a la vez, curiosidad.
Uno de ellos, señalaba un lugar sobre la costa oeste de una apenas notable isla en un vasto océano, Japon. No cabía duda de que allí encontraría a la mayoría de los niños elegidos. Por otro lado, el punto restante, se posicionaba al otro lado de la gran masa de agua conocida como Océano Atlántico en un inmenso territorio terrestre que se extendía casi de punta en punta la longitud del planeta completo. Necesito invertir más tiempo para saber el nombre de este extraño lugar.
—Estados Unidos, es allí donde tendré que ir —se dijo tan ensimismado en sus pensamientos que no llego a notar una presencia acercándose detrás suyo. Pero, no le tomo mucho tiempo volver a concentrarse a su alrededor y cuando finalmente se dio cuenta de que no se encontraba solo, se puso en alerta.
Intento identificar la energía de su nuevo acompañante y se estremeció al no reconocerla como la de Lowemon, quien no podía controlar sus pasos silenciosos y por lo general, terminaba dándole un buen susto a cualquiera, mal intencionadamente. Esta vez, una poderosa energía e intensa, lo obligo a una confrontación. Preparando un ataque con uno de sus espejos, Mercurymon se dio la vuelta para el momento en que la presencia extraña estaba a solo pasos de él y se llevo una gran sorpresa de que le apuntaba directamente en el rostro a nada más ni a nada menos que a su líder.
—Agunimon —suspiro aliviado e intentando ocultar su nerviosismo tras una extraña sonrisa, bajo su brazo —, veo que ahora te dedicas a asustar a la gente, acaso ¿te cansaste de solo provocarles dolores de cabeza?
El digimon de fuego no dio respuesta inmediata y se dedico a lanzarle una tensa mirada a Mercurymon, sin siquiera dejar de cruzar los brazos sobre el pecho.
—Mmh, publico difícil, lo entiendo —esta vez, Mercurymon suspiro con resignación y se volvió hacia el plano de mapas mundi humano.
—No he venido para escuchar tus tontos acertijos —espeto Agunimon —, he venido porque sé que ocultas algo.
El líder de los Guerreros Legendarios no se sorprendió al no recibir una respuesta de Mercurymon y supuso por la forma en que este esquivaba el verle a la cara, en que buscaría una forma de desligarse del problema y pasar a otro tema. Conocía bien esta táctica de persuasión, él mismo la había perfeccionado con los años.
—Me preocupas, Mercurymon. Te has obsesionado con ese niño humano cuya identidad desconozco…—
—Llamar obsesión a la simple perseverancia de una mente maestra significa que le faltas el respeto a su confianza —irrumpió el digimon elemental de acero, arrebatado —, por lo tanto, me decepcionas con que no confíes en mi naturaleza.
Para el final de su discurso, ya se había vuelto hacia Agunimon una vez más y este noto cierto tono de hostilidad y reproche en sus palabras, detalle que no paso de alto para el supremo digimon de fuego. Agunimon suspiro resignado y camino unos pasos hacia el asiento junto a Mercurymon, al sentarse, se cruzo de piernas y torció el eje hasta quedar de frente a su compañero. A todo esto, Mercurymon lo observaba en silencio, intentando comprender que podría estar cruzándose por la mente ávida de su líder.
—Lamento si malinterpretaste mis palabras —dijo el digimon de cabellera rubia, sus palabras fueron solemnes y firmes, a la vez que entrelazaba sus manos bajo su barbilla —, conozco a la perfección el tipo de ser que eres y esa es la razón de mis preocupaciones. Eres astuto y nadie puede superarte en un reto analítico, sin mencionar, que actúas con convicción cuando finalmente conoces a tu enemigo. Pero ahora, estas como simple espectador, intentas mantenerte al margen y rebuscas sobre tus propios pasos, tienes miedo y sea cual sea lo que te preocupa, nos concierne a todos.
Mercurymon no respondió debido a que todo lo que Agunimon decía, era cierto. Ese niño humano lo estaba desconcertando a tal punto de acobardarlo y era esa la mayor razón para tener que actuar ahora, lejos de sus compañeros. Comenzaba a desarrollar un sentimiento de inferioridad, un retorcido pensar de que sin haberse dado cuenta, estaba defraudando a todos, que sumado con las culpas anteriores de su traición hacia los Guerreros Legendarios, le quitaba peso a sus propios ideales.
Tal vez esto generaba en el digimon el insaciable deseo de no detenerse hasta estar seguro de que el camino que seguiría era el correcto y más seguro ante tanta situación desesperante ocurriendo en el Digimundo. Llevaba consigo una gran carga de responsabilidad en sus hombros y Agunimon, lo percibía. Y no lo permitiría.
—Estoy haciendo mi mayor esfuerzo —se excuso con rabia Mercurymon.
—No me refiero a tus deberes con los Ángeles o el Digimundo —Agunimon sacudió la cabeza —, nos preocupas Mercurymon, a todos. Como amigos y compañeros. Deja de lado, por un momento, que estamos en una crisis y recuerda quienes somos para ti.
— ¡Con mayor razón no puedo defraudarlos! —exclamo tan exaltado el digimon de metal que no pudo controlarse y golpeo la mesa con sus puños. Agunimon lo observaba sin sobresaltarse, permitiendo que Mercurymon se desahogara —, se quienes son, ustedes…son mi familia y es por eso que no puedo permitirme fallarles.
Sus puños temblaban de impotencia y aun así hablo —Hice mucho mal en el pasado y se que a ustedes no les importa, ni a los Ángeles ni al maldito Digimundo, pero no puedes culparme por tener miedo, Agunimon.
Miedo. Aquella palabra encerraba demasiados significados y era aterradora la manera en como los recuerdos regresan e intentan implantar mayor dolor que las últimas veces. Era un terreno que se cree es la tierra de los desesperanzados y los idealistas, Agunimon conocía en carne propia lo que el miedo causaba y provocaba en almas débiles. Se levanto de golpe al sentir que sus propios pensamientos se tornaban igual de oscuros que el ambiente del salón e hizo ademan de marcharse, pero no antes de dejar en claro las razones de su visita.
—No me importa cual camino debas seguir, viejo amigo. Así que, haz lo que debas hacer y nosotros te cuidaremos la espalda. No dejaremos a nadie atrás, no esta vez.
Tal devoción y fe sobre él, le dio a Mercurymon las fuerzas necesarias para continuar y sin más, sin dejar rastro alguno, desapareció.
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Washington DC, Estados Unidos
Mediados de Enero
Takashi Hoshino odiaba a los caniches, y al helado de maracuyá y la música R&B y la mediocridad, pero al tope de la lista, lo que más odiaba en todo el universo eran: las fiestas de etiqueta.
Traje y corbata, camisa pulcra y zapatos brillantes era lo de menos pero la educación de clase alta exagerada que debías demostrar era lo que consideraba más absurdo. Sin mencionar, el saturado perfume de habanos cubanos y whisky a las rocas que el aire portaba; por un lado oía a los religiosos de Wall Street y por el otro, a las damiselas herederas de Black Cards. Ese no ere su ambiente.
El solo quería pasar esa noche leyendo un libro o viendo Netflix como todo buen adolescente que se respete. Dentro de los parámetros de la clase media, a pesar de no pertenecer a esta.
Tomo la primera copa de champagne que un mesero desprevenido ofrecía en una charola y le dio un sorbo largo, aborrecía el alcohol pero tanta idiosincrasia le revolvía el estomago, necesitaba un fuerte golpe en sus entrañas para continuar, todo fuera de la vista de sus padres. Podía oír el sermón de su madre en lo más escondido de su subconsciente.
—Soy todo un niño malo.
Se dijo a si mismo abriéndose paso entre la multitud, buscando libertad y espacio o juraba que se desplomaría allí, cualquiera que fuese la distracción necesaria para escapar de ese martirio de tertulia, él la emplearía.
Desde el segundo en que su padre le comunico de la fiesta, su respuesta fue un irrefutable no. Pero, Takashi no tenía autoridad para decidir por su vida aun, al menos para los ojos de sus padres amorosamente sobre protectores. Las desventajas de ser adoptado supuso él y allí, como siempre tras sobre analizarlo por horas o inclusive días, llegaba a la conclusión de que no podía culparlos por su control excesivo.
Al alcanzar el balcón del extravagante palacio, sede de la reciente embajada de Cuba tras reabrir las fronteras y establecer un cese de paz a antiguas y absurdas diferencias (nimiedades que a Takashi apenas llegaba a interesar), se sostuvo sobre el barandal y se prestó a observar la calle viva y transitada a esas altas horas de la noche; vehículos lujosos y blindados despachando a exuberantes e importantes invitados lo aburrió al cabo de pocos minutos.
Dejó abandonada su copa a un lado, en el suelo y se inclino sobre el borde, ahora interesado en ver si podía encontrar a uno de sus padres. No hubo resultado alguno y retomo a pensar en su vida.
Era buena, no había duda, tenía más que una excelente educación y no la desperdiciaba, apenas si tenía conocidos decentes pero si una mejor amiga que valía más que el petróleo de todo el Medio Oriente. A pesar de aquello, del lujo y la innocuidad de pensar en los problemas del mundo, ante ese mar de gente con bolsillos grandes y "virtuosas" mentes de negocios, se sentía solo. Solo en el mundo, incapaz de reconocerse en el espejo y con la duda de quienes eran los nombres ausentes en su acta de de nacimiento real, picándole el sueño por las noches. Poca cosa era él en esa fiesta; meramente, era un desconocido con suerte.
— ¡Hey, Takashi!
Takashi se volteo y evito girar los ojos al ver a Maximus O´Donnell con su sequito de niños mimamos por los dólares de papa siguiéndole los pasos. Se volvió a la calle y Maximus se le acerco de una zancada.
—El domingo hay torneo de polo en el club ¿vendrás? —pregunto y por detrás, una seguidilla de risitas se hizo oír, Takashi no tardo en saber que algo oculto estaba detrás de esa invitación. Pero decidió continuar el juego.
— ¿Quiénes irán? Oí que el príncipe de Dubai vendría pronto, bah, los príncipes. ¿Tienes interés por su hermana?
—No me tomes por tonto —Maximus lo codeo y una galante sonrisa se pinto en su rostro, haciendo realzar sus ojos azules como el más puro zafiro —, es mejor aprender desde ahora a como establecer amistosas relaciones publicas, o ¿acaso no seguirás el legado de tu padre?
Takashi le brindo una mirada rápida y luego se miro las manos, algo de impotencia clavándole en las costillas.
—Gracias por la invitación pero, tengo otros planes.
Sintiéndose como soldado derrotado que retorna de la guerra, se marcho hacia el salón, decidido a buscar otra copa de champagne que pudiese adormecer a sus demonios que en esa noche, se encontraban más inquietos de lo usual.
Las semanas siguientes pasaron de forma tan esporádica para que Takashi siquiera les prestara atención. Sin ningún sobresalto, más allá de su atareada agenda que incluida ir a la escuela, asistir a sus clases privadas e intentar no perder sus raíces japonesas, gracias a los esfuerzos de su madre en inculcarle caligrafía, meditación y mucha, extenuantemente agotadora, historia.
Mediados de Marzo
En ese día en particular en la cual tenía prácticamente la tarde libre luego de clases, el joven chico se veía sumergido en el sonido de las teclas de su computadora que bien alterada el incompleto silencio que invadía ese sector del anexo de la embajada de Japon. Alejada del acceso público, para su gusto, podía llamar hogar a ese lugar que a pesar de tener una arquitectura muy contemporánea con altos techos y pilares de estilos griegos dóricos, su espíritu y esencia transmitían tal paz al poner un pie allí similares al de un dojo o al mismísimo palacio imperial. Mucho se atribuía a la decoración y a los colores implantados en paredes, cortinas, pisos, los cuadros con antiguos retratos japoneses de periodos como el Heian, Muromachi entre otros más. Obviamente, todos siendo imitaciones pero que igual lograban su cometido.
Se pincho el puente de la nariz y cerro la laptop, aturdido por el creciente dolor de cabeza que lo atormentaba. Ya era suficiente historia mesopotámica por un día.
Lanzo la laptop al sofá y fue de inmediato a la cocina a buscar, aunque fuese, un vaso de jugo. Ni aun así, el email enviado desde el despacho de su padre, no lograba desaparecer de su cabeza.
Embajada de Japon, 2015, AV, Massachusset
Kurata Inue
Secretario General Administrativo.
Querido Takashi:
Me dirijo a ti, desde el despacho de tu padre, por perdido del mismo para informarte que tras mucho tiempo meditándolo, él ha decidido dejar su cargo como Embajador y regresar a Japón por motivos tanto diplomáticos como personales. Sin más que agregar, me despido cordialmente.
PD: no seas muy duro con él. Hace lo mejor que puede.
Eso era lo que más detestaba de su padre, su enorme empatía a veces creaba una cadena de cadetes para que enviasen mensajes por él cuando se trataba de cosas tan personales como esta. No podía creer lo cobarde que era al ser incapaz de enfrentar situaciones relacionadas con dañar los sentimientos de alguien más con el simple hecho de contarles la verdad.
Pasó el tiempo y tras meditar en silencio de regreso en el sofá, aun sin decir palabra alguna que hiciera eco en la mansión, Takashi vio una luz entre tanta penumbra: volverían a Japón y eso significaba una sola cosa. Podría buscar sus orígenes sin que nadie lo detuviera.
Esa misma noche, una tormenta sin precedentes se desato.
La mansión tembló tras el portazo de la puerta de entrada. Takashi hervía más de coraje que de rabia y decepción.
— ¡Takashi, ¿pero qué haces?! ¡Regresa aquí!
Ignoro las suplicas de su madre y se metió de lleno en la camioneta, la encendió y sin medir velocidad, salió raudo de allí.
Se perdió en la noche y en las emociones palpables en sus venas, difusas y contonearte como la carretera, ahora solitaria y testigo de la furia de un chico de 15 años, confundido y traicionado. A todo momento se limpio las lagrimas en sus ojos, culpándose por ser tan sentimental y tonto por llorar, el era un chico mayor, los hombres no lloraban, aun si su corazón sangraba.
— ¡Idiota, maldito idiota! —se golpeaba el rostro y la cabeza para apaciguar sus pensamientos, mientras las luces de la autopista hacían brillar sus mejillas de dorado.
Los carteles pasaban y pasaban, el sin siquiera prestar atención.
Tras una hora, que parecía una eternidad y con la cabeza a punto de explotarle, levanto la mirada y noto las letras de una señal, brillar ante los faroles: Baltimore a 1 milla.
—Que maldito predecible soy.
Se reía de su propia estupidez adolescente. ¿A quién acudes cuando escapas de casa? A tus amigos, o, en este caso, a uno. Solo un amigo, pensó lo patético que eso era.
— ¡Mierda! —giro el volante con violencia al notar que en su escapada mental casi embiste un camión de frente y eso lo mando directo al costado de la carretera, cayendo a una fosa no muy profunda y matando el motor al instante. El sacudón no fue gran cosa pero le dejo una pequeña herida en la frente provocada por golpear el volante con la cabeza. Estuvo un poco desorientado al principio pero de a poco, comenzó a recuperar la vista y compostura, como así el dolor de cabeza —. Joder, mierda. Papa me matara.
Se verifico todo el asiento delantero y parecía normal hasta que el sistema de airbag se activo y una gran bolsa lo golpeo en el rostro. Poco duro el disgusto y empezó a buscar su teléfono, deshaciéndose de las bolsas en el proceso y noto que no estaba en su bolsillo, sino en el suelo, cerca de los pedales. Y noto que la pantalla brillaba intensamente.
Aturdido y con los oídos estallándoles de zumbidos, se encogió y manoteo hasta agarrarlo y lo acerco a su rostro, sacudió la cabeza y finalmente su visión se corrigió y entonces, finalmente, pudo ver la pantalla y el símbolo en ella.
Pero, antes de poder soltar aun siquiera una pequeña palabrota por tan extraña insignia, el coche se sacudió bajo el peso de algo en el techo, una abolladura casi tocaba la coronilla de Takashi quien ya ahora completamente despierto, reconoció el latido rápido de su corazón como terror.
— ¿Qué demonios fue eso? —levanto la voz y enmudeció al ver una figura pasar desde el techo hacia el capot, era enorme y oscura. No dudo en salir del carro y sin mirar a cualquiera que fuese esa cosa, corrió hacia el bosque.
— ¡Que brillante plan, Takashi, vas a morir! —segundos después de su huida, recapacito su plan sin mucho éxito de abortarlo. El continuo corriendo, tropezando y lastimándose con cada ramilla y raíz que se cruzaba, aun no se animaba a ver por sobre su hombro si alguien le seguía el rastro, sin embargo, sus pulmones quemaban y sus rodillas sangraban y sin pensar, se recompuso de la persecución junto a un árbol. Se encogió tras sentir punzadas en sus costillas y ni quería imaginarse el mal aspecto que llevaba; atrás quedaba la discusión con sus padres, ahora, se sentía dentro de una pesadilla que parecía no tener fin.
El bosque sobre su cabeza callaba de una forma que era preocupante y mayor escalofrío subía por su espalda. Entonces, el frio entumeció el aire. Y al final, la voz mas aterradora y calma que haya oído en su vida, termino por congelarlo en su sitio.
—No sigas huyendo guerrero, sin un digi-spirit no eres más que presa fácil.
— ¿¡Quien está ahí!? —Takashi miro a todas sus direcciones pero esa voz grave y amenazante como el cascabel de una serpiente no tenía forma, el miedo aumento y no creía a su corazón soportar por mucho más.
—Soy la sombra de la muerte y no te preocupes, tratare de ser… misericordioso.
Un intenso vendaval se levanto y esa fue señal para que Takashi corriera, aun omitiendo cada dolor de su cuerpo. La carrera continúo pero tropezó por última vez en un claro, al resguardo del mundo exterior por espesa vegetación, donde supo que la luna sería la única testigo de su deceso.
— ¿Realmente…realmente esto está pasando? ¿Realmente moriré o es solo un delirio, un muy vivaz y terrenal delirio?
Respiró tierra húmeda y levanto la mirada, encontrándose con una sombra descomunal con brillantes ojos escarlata, fijos en él.
—Esto es un sueño, debo estar inconsciente tras el choque, esto es solo una pesadilla…—se consoló y cerró los ojos, comenzó a repetir esta frase entre dientes como si de alguna manera eso lo despertaría.
La figura, quien en silencio lo oía repetir palabras sin conexión, soltó una risita con aires de burla. Las historias que él conocía sobre el gran y valiente guerrero del fuego que combatió legiones de digimons y hasta al mismísimo Lucemon no le hacían honor al mocoso en el suelo, temblando y plegando por ayuda. Todo parecía un mal chiste. O, una trampa.
—Tu, ¿Quién eres? —la figura pregunto en tono muy severo. Takashi se sobresalto y lo observo, anonadado —, ¡dime, quien eres!
A grandes pasos, tomo a Takashi del cuello y lo observo con detenimiento; las memorias que Daemon le entrego, el rostro del niño humano que era elegido estaba frente a él pero el parecía no saber nada. Era ridículo, otra vez la teoría de que fuese una trampa se le pasó por la cabeza. Aun así no dejo ir a Takashi quien luchaba por soltarse y escapar pues se estaba quedando sin aire, el fin parecía cercano.
Excepto que tras toda la persecución, el miedo y la duda, el jamás soltó su teléfono.
—Dime, ¿Quién eres? ¿Eres o no el guerrero del fuego?
— ¡N-no se dé que de-demonios hablas!
Esa respuesta enfureció a la figura y por ende, lanzo a Takashi a un lado y su cabeza comenzó a maquinar en que esto era un error, pero, ¿Cómo podía serlo? Tenía todas las señales, pruebas y un plan perfectamente ideado.
— ¡Esto no tiene sentido! —una flameante espada apareció en sus manos y corto un par de arboles tras un azote de la misma, en una descarga de rabia. Takashi miraba la escena, una vez más desde el suelo, aturdido.
De pronto, su alrededor estaba cubierto de flamas y el humo comenzó a pesar en sus pulmones, todo era un mar de llamas, literalmente un infierno y Takashi no se veía en la posibilidad de salir de allí pues su cuerpo ya se encontraba débil y se hallaba en la brecha de la realidad y la inconsciencia. Las fuerzas por comprender y luchar en esta situación se iban desvaneciendo, al igual que el espíritu en su cuerpo.
—Bien, no es costumbre mía, pero…debo eliminar las pistas falsas.
Eso llego creer oír Takashi pero de una forma u otra, fuese cual fuese el mensaje, significaba que allí acababa su vida.
Esto era bizarro. El iba a morir tras una discusión y enigmático encuentro con esa criatura, parecia como si su vida hubiese salido directamente de un comic independiente, pero no, estaba ocurriendo allí mismo, ahora, en el presente.
Mientras, el intentaba encontrarle lógica a su dilema, la figura atacante, que con determinación, alzo en alto su espada, preludio a una estocada mortal. El brillante final para un drama melodramático y con giros inesperados, pero poco complaciente al final.
"—Mmmh, cuando el público quiere más, debes darle mas"
Una voz carnavalesca e intrigante perfumo el aire y eso detuvo al extraño ser de realizar su ataque, pues bien, reconocía aquella voz. Por su parte, Takashi agradecía mas segundos de vida pero desconcertado por el giro de eventos, aguardaba a no encontrarse con mas criaturas extrañas que deseasen verlo muerto. Pero las chances de que eso pasara disminuyeron a cero cuando noto finalmente a su teléfono, brillando como el sol y claramente receptor de esa voz.
—Finalmente, alguien muestra la cara —dijo la imponente figura —, comenzaba a dudar de la valentía de Los Guerreros Legendarios.
—Pero no es a mí a quien buscas —respondió la voz, seguido de una risita —, buscas al elegido del fuego y yo no te dejare llegar a él, o a lastimar a mi compañero.
Takashi no comprendía nada pero su teléfono, que continuaba lanzando un resplandor extraño, decidió estallar en luces por unos segundos, claramente dejándolo ciego por ese tiempo; cuando la luz se apago vio algo extraño en su mano, un artefacto desconocido con tonalidades de verde y gris adornándolo y una pequeña pantalla destellante, reemplazo a su teléfono e impresionantes bucles de luces y barras brotaron y se convergieron en una imagen.
Primero, cegado por esas luces que lo obligaron a cubrir su rostro con su brazo, desconcertó a Takashi pero al final, cuando estas estallaron y el resplandor acabo, una figura humanoide se reveló. Una larga y estilizada figura cubierta de pies a cabeza de armadura esmeralda y de detalles grises y rojos lo sorprendió, su cabeza terminaba en pico y lo que parecían ser espejos empotrados en ambos brazos, le dieron un aire similar a un arlequín.
—Mercurymon, guerrero del metal. Dijeron que eres una caja llena de sorpresas —indago la figura oscura con cierto interés, que dejo curioso a Takashi. Supuso que se conocían por el hábito al hablarse y eso lo hizo tragar con dificultad.
—Y tú eres Klayndemon. De ti he oído que eres un excelente genocida.
—No me sorprende que me engañaras con una simple copia del chico de fuego —se adelanto Klayndemon, espada en mano —, te encanta jugar con las ilusiones.
—Es cierto pero no permitiré que llames a mi compañero una "copia" porque claramente, él no lo es. Solo desconoce su verdadero valor. ¿No es así, Takashi?
Mercurymon miro por sobre el hombro al joven, aun aturdido en el suelo, sin obtener una respuesta de él más que una expresión de terror. No lo culpaba, esperaba que su primer encuentro fuese menos… agitado. Algo haría para compensarlo una vez que terminase con esta pelea.
—Con que… ¿guerrero del metal, eh? Es un buen comienzo.
Y antes de que Mercurymon pudiese responder o hacer algo, tenía a Klayndemon lanzándose hacia él, espada apuntándolo directo al pecho, en un abrir y cerrar de ojos; pudo ser un golpe directo de no ser porque él, como bien dijo su enemigo, era una caja de sorpresas; un chasquido de sus dedos hizo lo necesario para que un escudo de espejos lo protegiese del impacto pero tal era la potencia de la estocada, que tuvo que aferrar sus talones al suelo o saldría volando.
Ambos resistieron con la mayor de sus fuerzas. Ambos increíblemente igual de potentes pero fue Klayndemon quien retrocedió y volvió a apuntar a Mercurymon con su espada, este a la guarda de otro posible ataque, quizás diferente.
—Puedo estar aquí toda la noche —advirtió Klayndemon, esta vez, cambiando la dirección de la espada hacia Takashi —, o puedo terminarlo ahora mismo. Es tu decisión, no tienes el apoyo para utilizar ataques directos, solo puedes jugar con tus espejos. El niño no cree en ti.
Mercurymon prefirió el silencio pues Klayndemon estaba en lo cierto, sin digievolucionar estaba en las de perder y dudaba que Takashi tuviese las agallas para entregarse a tal compromiso. De pronto, la imagen de Takuya le vino a la mente, eran completamente diferentes.
Solo había una cosa que hacer si es que quería a ambos salir ilesos y despistar a Klayndemon mientras aun iba en la búsqueda de sus compañeros: abandonar la batalla.
—Me parece una brillante idea lo de terminarlo ahora—dijo torciendo los labios en una confusa sonrisa pomposa —. Takashi, lamento por lo que ocurrirá.
— ¿De qué hablas…?
—De esto.
Apunto con uno de sus espejos a Takashi y este se lo engullo en un segundo, enviándolo a otro lugar donde estuviese a salvo. Luego se volvió a Klayndemon y su sonrisa se agrando.
—Listo, podemos jugar toda la noche si quieres. No hay más interrupciones.
[…]
El hombro le estallaba de dolor, la caída a través de ese extraño portal no solo lo dejo con el cuerpo adolorido y atontado, sino con la mente completamente un desastre, con piezas que no encajaban entre sí, casi como las piezas de un espejo roto; simples retazos de imágenes aquí y allá.
Gimió de dolor al intentar levantarse en medio de la oscuridad hasta que un par de pequeñas luces se alzaba en el horizonte, por un instante él creyó haber muerto y que este era el túnel del que todo el mundo hablaba cuando caían en coma; se visualizo, sin embargo a medida que sus ojos intentaban reconocerla que esta se acercaba mas y mas, fue entonces que reconoció el par de faroles de un automóvil aproximándose a él a gran velocidad.
Grito y retrocedió un poco y cerró los ojos, esperando por el golpe que jamás llego. Sintió las lagrimas caer por sus mejillas cuando abrió los ojos y vio aquel automóvil a solo centímetros de él, la marca de los neumáticos en el asfalto sugirió que apenas y si pudo pisar el freno. El conductor se quedo a medio salir en la puerta del conductor, impactado y sin habla. Ambos se miraron entre sí, ninguno con la claridad de que acababa de ocurrir.
Una cosa llevo a la otra y al final, ambos se encontraban en el coche, recorriendo la interestatal. El hombre que lo acogió se presento como Conrad Williams que volvía a Washington desde casa de unos amigos, Takashi lo observaba cada tanto y por su rostro de tez morena y arrugas entre los ojos, no parecía mayor de 40.
En cuanto a él, mucho no dijo pues su cabeza continuaba reconstruyendo los eventos anteriores a aparecer en medio de la carretera, solo en la oscuridad. Sus brazos estaban cubiertos de raspones y moretones, como lo supondría de sus piernas, su rostro estaba lleno de cortaduras pequeñas y rastros de tierra por donde habían caído sus lágrimas. Conrad se ofreció en observar su herida en la frente pero como ya la sangre se había secado Takashi dijo que estaría bien. Pero no lo estaba, el dolor persistía y las imágenes saltaban como flashes dejando manchas blancas por detrás de sus ojos.
Condujeron por un rato mas, con intenciones de llevar al joven adolescente a un hospital cercano y…seguir con su vida, supuso Conrad, pues siendo honesto consigo mismo el joven lleno de heridas y aferrado a un aparato extraño en sus manos le hacía erizar el cabello de la nuca.
Pero a no más de 3 millas de Washington, el automóvil se detuvo y noto un embotellamiento seguido de señalizaciones de precaución y de policías. Todas las pistas sobre un presunto accidente.
—Oficial, disculpe —exclamo Conrad asomándose por la ventana y un policía cerca del vehículo se volvió —, ¿ha sucedido algo?
—Un accidente, parece que una camioneta perdió el control y cayó en uno de los canales, pero no hay rastros del conductor. Pronto liberaremos el área.
—Gracias, que tenga una buena noche.
El policía se alejó y por un momento miro de reojo a Takashi y una bizarra idea se le cruzo por la mente…pero la descarto. Al poco tiempo, incomodo por el silencio y la extraña actitud lejana de su acompañante, Conrad quiso dar conversación.
—Estaremos aquí un rato compañero, al parecer alguien tuvo un accidente y no logran encontrarlo, dijeron que cayó a una zanja tras perder el control, aquí —señalo— no muy lejos de Baltimore. Yo digo que iba borracho, ¿tú qué crees?
—…Puede ser —respondió Takashi, poco presente en la conversación. El conductor sin más opciones, resopló y se paso la mano por el cabello cubierto de ciertas canas.
Poco sabría él que en la mente de Takashi algo maquinaba, algo quería reconectarse, una fina línea de imágenes tomaba forma en la ruta de conexiones entre sus neuronas y brillaban, gritaban, reescribían su historia personal.
—…—suspiro Takashi, con todo el aire frio saliendo de sus pulmones.
—Hey, ¿estás bien? —noto Conrad al verlo con sus agitadas manos buscar la manija del auto — ¡Alto!
Fue demasiado tarde, Takashi corría con la poca energía que su débil y quebradizo cuerpo poseía porque lo había recordado todo: la pelea, el coraje, la traición, las hirientes palabras de su padre, la camioneta, las llamas y Mercurymon.
Y por sobre todo, el terror.
— ¡Hey, joven, no puede cruzar! —le grito un oficial cuando traspaso las cintas de contención pero antes de llegar al auto un par de cuerpos lo retuvieron de los brazos.
— ¡Suéltenme, es mío, es mío, yo conducía el auto! —entonces los policías lo soltaron y lo observaron expectantes y estupefactos como sus ojos se abrían a más no poder —. El auto es de mi padre, Shigeru Hoshino, es embajador ¿por favor díganme que esto no lo afectara? ¡Oh dios!
Ambas manos sirvieron de protección a su cabeza y a sus contantes escenarios catastróficos de lo que podría ocurrir tras esto, el deshonor en su familia, el despido de su padre, desgracia y dolores inimaginados; todo era posible en su cabeza.
Paramédicos y policías se miraron las caras, alguno en busca de qué hacer con este chico hundido en un ataque de histeria.
— ¡Takashi! —una voz sonó por sobre el resto y todos vieron a una mujer de origen asiático, cabello miel corto corriendo hacia el joven y enfundándolo en un asfixiante abrazo —. Oh mi bebe, por dios, ¡no vuelvas a hacer eso jamás!
Dijo tomándolo de los hombros antes de devolverlo a sus brazos y estallar en llanto, por su parte, Takashi se veía perplejo, su mente vacilante y aturdido por ruido blanco. La noche no termino allí, duro casi hasta el alba, pero siempre él, aferrado al aparato que cambio su vida esa noche.
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La pregunta de la terapeuta le comenzó a dar un fuerte dolor de cabeza a Takashi.
—No estoy deprimido, ¡solo fue una mala noche!, ¿ok? Todos tenemos malos días.
Rachel Swanson miro con suspicacia al joven y frunció los labios antes de escribir algo en su libreta.
Habían transcurrido dos días desde el accidente y Takashi estaba en una condición mental más aceptable pero aun indignado con ciertas cosas ¿todo aquello que vio, toda esa lucha, inclusive su salvador Mercurymon, eran reales o solo producto de su estrés? El aparato que antes era su teléfono era más que una prueba reacia a que sí, pero se negaba a decírselo a alguien más, especialmente a una mujer con más títulos colgados en su pared que moretones en su propio cuerpo.
—Necesito que aclaremos algo —propuso ella, metódica y Takashi asintió —, quiero que quede claro que tú sepas que eres adoptado.
Takashi lanzo su cabeza hacia atrás y gimió exasperado, mentalmente alabándose por acertar en que su psicóloga no tardaría mucho en sacar EL Tema a conversación.
— ¡Si, soy consciente de que soy adoptado! ¿Cuántas sesiones de niño tuve para poder finalmente entenderlo? ¡Una más traumática que la anterior, pero no me quejo! —suspiro e intento relajarse tras el arrebato de palabras —. Sé el significado que cada palabra y situación dentro del contexto en mi vida. Soy adoptado y no guardo rencor por ello. No tendría sentido seguir preguntándome porque mis padres me abandonaron o si realmente murieron, dejándome con una alegría de que realmente me querían y solo fue un desliz del destino. Tampoco guardo rencor a los Hoshino por cuidarme y darme la vida envidiable que muchos niños solos y abandonados en mis mismas condiciones morirían por tener alrededor del mundo—
—Takashi—
—…Es solo que… —de pronto algo lo hizo callar y contemplar sus manos, que ahora temblaban —, no me culpe por querer respuestas sobre quién soy. Sobre quien pude haber sido si nada de esto hubiese ocurrido.
Más tarde, ya fuera del edificio cubierto de cristales donde tuvo su sesión de precaución (así lo llamo su padre) Takashi aun no estaba listo para ir a casa a pesar de haber dejado su corazón y alma en un diván.
Chequeo la hora en su nuevo teléfono y se dio cuenta que no faltaría mucho para que sea media tarde, su única opción fue ir al parque donde estaba El roble más antiguo del estado (o algo así) y ver la gente pasar e imaginar sus vidas.
—Menuda vida, —se dijo ya plantado en una banca —, necesito un hobby.
Y así se dedico a observar, en silencio. Un mensaje de su madre seguía sin leer y seguiría así por un tiempo más, Takashi aun no podía quitarse el peso del pecho que esa noche dejo en él. Sin embargo, de su otro bolsillo obtuvo el aparato extraño que obtuvo esa velada y que no había dado señales de vida estos últimos dos días. Había pensado en arrojarlo a la basura en un par de ocasiones, pero algo, muy profundo en él, le decía que era lo incorrecto y seguía conservándolo por más delirante que fuese.
No había manera de quitarse a Mercurymon de su cabeza, algunos bocetos nacieron de esa obsesionante idea, todos bastante pésimos en su criterio; su madre pintaba y su padre era aficionado a la cerámica antigua además de amante de las obras de Van Gogh, era obvio que él era el adoptado, agraciado con cero talentos artísticos.
—H-hola de n-nuevo, Ta-Takashi…—
Asustado y sorprendido, casi cae de la banca, siendo el punto de miradas de muchos y aun ignorando las fugitivas miradas, Takashi no sabía de dónde provenía tal voz, hasta, que miro su mano, la misma en donde sostenía el extraño aparato cuya pantalla ahora brillaba con un símbolo irreconocible.
— ¿Hola? —se atrevió a responder tras recomponerse y pudo oír cierta interferencia provenir del aparato.
—M-Muchacho, que bueno es oír tu voz.
— ¿…Mercurymon? —se animo a preguntar el joven. Era imposible que fuera él ¿o sí?
—Recuerdas mi nombre, eso ahorra mucha historia —apremio la voz dentro del aparato —. Lo que significa que recuerdas lo que sucedió esa noche, también, agradezco que no te deshicieras de este digivice.
—Espera, espera, espera; si, recuerdo lo del otro día ¡¿Qué demonios fue todo eso?! —exclamo agitado Takashi —. Y segundo ¿Qué diablos es un digig,digi….? ¡Eso que dijiste!
Mercurymon dejo escapar el aire de sus pulmones con pesadez —Chico, hay mucho que tengo que explicarte.
¡He vuelto, wiiiii! *falso entusiasmo*
Sip, otro capitulo un pelin largo y que costo realizar porque las primeras versiones no terminaban de convencerme y bueno, tuve que reescribirlo un par de veces. Sin embargo, no me deje vencer y ¡aca esta!
Espero lo disfruten y no se olviden de dejar review ;), nos vemos!
