I

El casi imperceptible ruido que su acompañante hacía al vestirse sacó a Yaten de su sueño. No se movió ni dijo nada, sabía que ella se escabullía para evitar la despedida, así que, contrario a lo que le exigía cada parte de su ser, permaneció imperturbable en la cama que hasta hace poco se entregaran con frenesí.

Imaginarla caminando de puntitas de un lado a otro en esa sexy lencería, con la suave melena de ébano acariciando su espalda a cada paso, mordiéndose el labio, contrariada por tropezar más de una vez al andar a oscuras por la habitación, no contribuía a su propósito.

Amaba a esa mujer con alma, mente y corazón.

La amaba, y dejarla marcharse era prueba de ello.

Le había dicho que no sabía si volvería, que tal vez sus caminos no se cruzarían de nuevo con tantos kilómetros de por medio, y a ella las relaciones virtuales y a distancia no le iban, por muy modernas que fueran.

La escuchó cerrar la puerta.

No fue tras ella.

No cambiaría de opinión.

Así era Rei.

Él no le pediría quedarse.

Ella no le pediría seguirla.

Porque se amaban tanto, que ninguno le cortaría las alas al otro.