Capítulo 2: Niñera malvada

Hoy es el día.

Hoy es el día en que recibe al ser más malvado (después de él, obviamente) dentro de su mansión. La poseedora del apocalipsis, la estrella del Internado de Señoritas Villanas de Madame Odille estaría frente a sus narices en cualquier momento.

Hoy es el día en que su pequeña tarántula, su hija vuelve a casa.

Black Hat esperando a su hija ¿Se lo imaginan? Nadie lo haría. De hecho, su reflejo de hace veinte años atrás se sentiría avergonzado y reiría en su cara por haber caído tan bajo.

Aunque… el reflejo de hace veinte años y un día menos habría dicho otra cosa.

La mañana siguiente al 5 de noviembre era tranquila en contraste con el 5 mismo. Un silencio placentero invadía toda la mansión, pareciendo que no se movía ni un solo pelo dentro, una extraña paz. Aunque, a pesar de que se había limpiado el desastre con la bestia, aún quedaban vestigios de este, como el gran agujero en la entrada del laboratorio. Fuera de esto, todo asemejaba estar bien, tal a lo acostumbrado.

El demonio color ceniza dormía plácidamente en su habitación, con la niña al lado suyo, en las mismas que él, como si fuera su propio reflejo en talla pequeña. Algo tierno de ver desde una perspectiva humana, apto para un comercial de pañales; hasta que... se comenzó a sentir un hedor en el aire, y no uno que el mayor estuviera provocando.

– Agh… – comenzó a despertar, sintiendo el aroma. – ¿Qué rayos es ese olor?

Miró a la niña y olisqueó un poco a su cercanía.

– Aish, no me digas que… – colocó la mano en su frente, con una mueca de disgusto. – ¡NO PUEDE SER!

El amo de la maldad llamó a gritos a su ayudante, los cuales retumbaron por todo el lugar. El chico acudió al instante de lo furiosa que se escuchó el tono de su voz. Cuando llegó a la recámara, percibió el apestoso olor que ahora se había convertido poco menos que en el oxígeno.

– ¿De dónde sale esa… pestilencia, señor? – dijo, tapándose la nariz.

– ¡De ella! ¡Hace algo! – le ordenó el jerarca.

El ayudante la observó detenidamente y descubrió la causa del problema.

– Creo que está emanando de ahí, señor. – señaló hacia su pañal, obviamente.

– ¿Y qué? ¿Se descompuso?

– ¡No, señor! Solamente hay que cambiarle el pañal. – negó, reprimiendo las ganas de reírse.

Ahí Black Hat había comprendido, la bebé había realizado sus "necesidades orgánicas". Le produjo una sensación repulsiva que mandó al retrete todo lo que le alabó el día anterior.

– ¡¿Y por qué el olor es tan pestilente?!

– No lo sé, señor… Supongo que, al almuerzo grande, desecho grande.

– ¡AGH! ¡NO TE QUEDES AHÍ PARADO! ¡DESHAZTE DE ESO! – le gritó enojado.

– ¡S-SÍ, señor! – chilló el otro.

El subordinado buscó una máscara antigases en su laboratorio y realizó la fétida tarea con suma rapidez, antes de que a su jefe le diera un ataque de nervios y se desquitara con él. Al terminar, se había deshecho del origen del desagradable aroma, pero no del aroma mismo, el cual se había impregnado en todos los rincones de la mansión y ahora esa era la amenaza.

En estos momentos, el lugar con más aire fresco en la propiedad era fuera de ella.

– ¡Ya le cambiaste el pañal! ¡¿Por qué diablos sigue ese olor ahí?! – preguntó el demonio con la pequeña en brazos, al borde de la ira.

– ¡No lo sé, s-señor!... Pienso que es por su naturaleza… de demonio. – respondió dudoso.

– ¡¿Estás insinuando que viene de mí?! – le gritó aún más furioso.

– ¡C-Claro que no, oh mi señor B-Black Hat! ¡Sólo que…! – se atemorizó el pobre. – ¡Podría venir de su ascendencia de súcubos!

– ¡No vuelvas a mencionar esa aberrante especie! ¡Y ELIMINA ESE OLOR DE UNA VEZ, QUIERO ENTRAR LUEGO A MI CASA! – le amenazó, estallando en cólera.

Corrió hacia la mansión más rápido que Speedy González y se puso al teléfono, buscando velozmente entre la lista de contactos a alguien que le pudiera servir antes de que le llegara la hora. Entre ellos apareció un cliente que, por casualidades de la vida, tenía un pequeño negocio de perfumes y aromatizantes, y lo citó a venir, aprovechando que le debía un favor a la corporación. Al cabo de un rato, en donde alrededor de cinco tipos con trajes herméticos fumigaron arduamente, el lugar ya era respirable de nuevo.

– Ya era hora. – habló el gran señor mientras entraba a su majestuosa casa. Observó molesto a la culpable de todo este lío y le gruñó, con intención de regañarla. – ¿Tienes en cuenta el desastre que acabas de causar? ¡¿Sabes cuál es el costo de interrumpir mi sueño malévolo?! ¡CONTÉSTAME!

Jill no le prestó mucha atención a su progenitor. Lo miró sí, de reojo; sin embargo, estaba más preocupada de jugar con sus dedos que de recibir el reto.

– Eem… señor, no puede hablar. – mencionó el único ser humano ahí.

– Agh… Ya lo sé. – respondió el otro en un tono amargo.

– Y, si no le molesta… – habló con algo de temor. – Le recuerdo que sigue en pijama, señor…

– Eso también lo sé. – rezongó con el ceño más fruncido. – Encárgate un rato de ella, voy a vestirme. – le ordenó el ente maligno, dirigiéndose a su habitación. – Y prepárame el desayuno.

Al entrar a esta cerró la puerta roja y se apoyó en ella, resoplando del cansancio. No había ni siquiera comenzado la jornada y ya había ocurrido una catástrofe hedionda.

Dio unos pasos adelante y chasqueó los dedos. Una nube negra lo rodeó por unos segundos y por arte de magia tenía puestas sus ropas habituales, la camisa roja escarlata, la corbata negra, el chaleco gris entallado y los pantalones finos, al igual que sus mocasines. El gorrito a rayas que usaba para dormir había sido remplazado por un bombín negro. Luego, se acercó a un perchero que estaba al lado de un gran armario de madera oscura (se veía muy fino, como el resto de la habitación) y tomó de ahí su abrigo negro y el clásico sombrero de copa. Se los colocó, mirándose al espejo y sonrió con su acostumbrada actitud vanidosa, mostrándose galante y atractivo, como él lo consideraba. No obstante, había algo fuera de lo común en su reflejo; su rostro se notaba agotado, como si le hubieran quitado toda su juventud, según sus propias palabras, y no le fue mucho de su agrado.

Nunca pensó que sería tan difícil cuidar de un bebé, menos que le llegara de la nada y que hubiera heredado sus genes. Imaginaría que sería mucho más fácil si fuera humano, pero no, no lo era.

¿En qué momento se le ocurrió quedarse con ella? Ah, claro, cuando se comió la tremenda bestia y pensó que le sería de utilidad. Para colmo, aquella mocosa tiene el destino del universo y de su fortuna en sus manos.

Soltó un gruñido de disgusto y después salió de la recámara.

Fue a la cocina y vio que su desayuno ya estaba listo en su asiento, un café muy amargo y una tostada muy quemada con un huevo revuelto era todo lo que comía a esa hora. Al lado del plato se encontraba el diario del día.

– Señor, tenemos un problema. – le dijo el asistente.

– ¿Qué pasa ahora? – preguntó con su ronca voz, mientras se sentaba en su lugar y tomaba el diario.

– La pequeña Jill tiene hambre…

– ¿Y qué esperas para darle de comer?

– Ese es el problema, señor. Le he mostrado todo lo que tenemos y… no le gusta nada.

– ¿Qué quieres decir con eso? – gruñó y le clavó la mirada, molesto. – ¡Algo tendrá que comer! ¡No solo bestias gigantes!

– B- Bueno… es que y-ya no sé qué d-darle… señor. – contestó con temor.

– ¡Más te vale que le encuentres algo! ¡SI NO TÚ SERÁS EL DESAYUNO! – le amenazó.

– ¡Y-YA NO SÉ Q-QUÉ HACER, P-POR FAVOR NO ME M-MATE! – el pobre chico se cubrió con los brazos.

– Agh… – suspiró el demonio. – Abre ese baúl de ahí. – le señaló.

El otro fue enseguida a cumplir la orden. El baúl tenía una llave puesta en la cerradura, lo abrió y salió una especie de vapor con la sensación de que ahí se encerraban almas perdidas. Miró el contenido y se percató de lo que parecían ser… "alimentos".

– Busca una botella con un líquido blanco, esa es leche de un Chupacabras, ve si le gusta. – habló su jefe con la vista en el diario.

El ayudante encontró dicha botella y la sacó, cerrando el baúl. Parecía que su contenido brillaba con un aura fluorescente de color azul. La sirvió en un biberón que había comprado el día anterior, como le había encargado su amo, y se la dio a la niña.

– Señor ¿De dónde saca estas cosas? – cuestionó el muchacho con curiosidad.

– No te importa. Ahora hace tu trabajo. – le dijo en seco, tomando un sorbo de su café.

Jill miró el biberón con extrañeza por esa luz fluorescente que emanaba, pero lo tomó y comenzó a beber de todos modos. No se quejó ni nada, así que parecía que estaba conforme con la bebida.

– Señor, estaba pensando que podría realizarle un examen médico, así tendríamos más información de su… especie y nos sería más fácil cuidarla.

– ¡Al fin dices algo sensato! – exclamó el mayor, con ironía. – Haz lo que tengas que hacer y rápido. Quiero terminar mi desayuno.

– Sí, señor. – respondió el asistente.

Partió al laboratorio y en unos minutos volvió con una carretilla de metal, llena de instrumentos médicos.

– Bueno, comenzaré con un análisis de sangre. – mencionó, sacando una jeringa de la carretilla. – Era preferible que fuera en ayuna, pero ya que estamos…

– Sí, ya. Hazlo rápido ¿Quieres? – le apuró el ente.

El chico esperó un poco a que la bebé terminara de tomarse la extraña leche y después le quitó el biberón. Por suerte, ella no encontró para qué rechistar, pues estaba satisfecha. El otro tomó delicadamente su brazo y acercó la aguja hacia la infante.

Jill se dio cuenta y no encontró para nada divertido lo que el subordinado estaba haciendo.

"GRUUNCH"

– ¡AAAAAAAAAH! – gritó desesperadamente él. La niña, sin saber cómo, había hecho crecer los dientes afilados de toda su mandíbula y lo mordió como mecanismo de defensa, para la extrañeza de todos. – ¡SUÉLTAME! – la criatura se había agarrado de su brazo y no llevaba como soltarse.

– Inútil. – murmuró el jerarca. Agarró a la demonio y de un tirón la retiró del brazo del incompetente subordinado. – ¡Mejor ve a hacer tu trabajo en el laboratorio, tenemos clientes que atender! – le apuntó a la puerta.

El otro fue corriendo enloquecido a curarse ese brazo en el laboratorio, prometiéndose no salir de ahí en todo el día. Después de este percance, ahora le tenía un gran temor a esa niña, al igual que a su jefe. Era tan monstruosa como él y quizás en qué diablos se convertiría cuando creciera.

Por otra parte, Black Hat y Jill seguían en la cocina, sentados, mirándose el uno al otro. Uno con recelo y la otra, sólo porque sí.

– Eres bastante… sorprendente. – le mencionó el demonio ceniza. Estaba bastante intrigado por la curiosa aparición de todos sus dientes, en tan sólo unos segundos.

– Ma… – al parecer intentaba decirle algo.

– ¿Disculpa? – enarcó una ceja.

– Ma… maa…

– Sí dices "mamá" te asesino.

– Mal… ¡Maldad!

De pronto, Black Hat abrió los ojos de la sorpresa ¿Era lo que creía?

Había dicho su primera palabra y era "maldad".

– Espera… dilo de nuevo.

– ¡Maldad! ¡Maldad! ¡Maldad! – ahora no paraba de decirla.

– No es posible… – se echó en la silla de la impresión.

No podía creerlo, había presenciado la primera palabra de la niña y eso le producía una sensación… ¿cálida?

No era lo mismo que pensaba cuando Jill se comió a la bestia, ahí creía que le había encontrado alguna utilidad, alguna excusa para retener a la criatura y que no destruyera el mundo entero.

Sin embargo, ahora… era un sentimiento, un sentimiento de… ¿aprecio? No, no era aprecio, era más bien… cariño.

Lo hacía sentir extraño, lo hacía sentir… bien, y estaba de a poco rellenando el agujero negro en su interior.

No, no, no ¿Cómo el gran Black Hat podría sentir algo así? ¡Era completamente estúpido! ¡Qué una bebé dijera algo tan simple como "maldad" no podía causarle algo así!

¿O sí?

– Quien lo diría. – sonrió él con… ¿ternura? – Qué curioso, acabas de tomar desprevenido al ser más maligno y perfecto en el universo. Tal vez, sólo tal vez, nos podríamos llevar muy bien.

Jill también le sonrió, con una genuina sonrisa de bebé.

Una sonrisa que le hizo darse cuenta de las estupideces que estaba diciendo.

– ¡¿PERO QUÉ ESTOY DICIENDO?! – exclamó, completamente avergonzado. – ¡¿QUÉ ESTOY HACIENDO?! ¡ES UNA BEBÉ, UNA SIMPLE BEBÉ…! – respiró profundamente, intentando calmarse. – Seguro es una confusión. Sí, sólo eso… ¡Sólo estás usando tus poderes para dominarme!

Aunque… ¿Qué poderes?

Eso iba a averiguar lo antes posible.

Llamó por segunda vez a su asistente de manera estridente, este también acudiendo al instante.

– ¡Quiero que le hagas un análisis completo a esta bebé! ¡Y qué sea lo más rápido posible!

– Pero… señor. – lo interrumpió el chico, algo nervioso.

– ¡PERO NADA, HAZLO AHORA! – colapsó en una transformación grotesca.

– ¡S- SÍ, SEÑOR! – vociferó, aterrorizado por completo. Tomó a la niña y corrió velozmente al laboratorio.

Posteriormente, se vino un día agobiante. El subordinado estuvo investigando a Jill toda la tarde, tanto, que recién a la caída de la noche pudo terminar todos los exámenes. Le hizo un análisis médico completo, con rayos-x, electrocardiogramas, pruebas de sangre y de ADN. Todo con tal de poder controlar a la monstruosa niña de una vez por todas, y lo hizo todo a pesar de las múltiples lesiones que recibió.

Tocó la gran puerta del despacho de su amo y entró al escuchar un "Pasa" del otro lado.

– Señor, ya están listos todos los exámenes. – dijo con una carpeta en sus manos, mientras el demonio dejaba de un lado el libro que estaba hojeando.

– Perfecto, léeme los resultados.

– Bueno, para empezar, ella tiene cuatro meses de vida. Tiene una estructura ósea parecida a la de un ser humano y sus órganos también lo son. No parece tener ninguna enfermedad o alergia conocida.

– ¿Podrías apresurarte y llegar a la explicación de por qué es tan monstruosa? – gruñó con impaciencia.

– A eso voy, señor. – continuó. – Según las pruebas de ADN, tiene las necesidades básicas de un ser humano, como comer, dormir y… bueno, ya sabe. – hizo un gesto con la mano, aludiendo al incidente matinal. – También tiene una apariencia irresistiblemente tierna, lo que podría dominar a cualquier ser viviente y someterlo a su voluntad, además puede volar, cuenta con unas pequeñas alas. Todo esto viene del lado de su madre.

– ¿Y del mío? – preguntó el ente con una voz algo siniestra.

– Pues… puede transformar cualquier parte de su cuerpo en la figura que desee, podría transformarse en otro ser si lo desea, también puede tele transportarse o abrir portales dentro de este páramo, pero a pequeñas distancias, y puede personificar bestias grotescas cuando tiene un mal genio, como al tener hambre.

– Entonces todo el caos de esta mañana ¿Por qué fue que pasó?

– Eem… – se puso bastante nervioso, pues la información que estaba por decirle podría molestarle al jerarca. – Bueno… la razón por la cual hizo aparecer tan rápido sus dientes es por la naturaleza explosiva…

– ¿Explosiva? – habló con un tono de ultratumba, levantándose de su silla y acercándose al empleado.

– S-Sí, s-señor, y-y v-viene de u-usted… – retrocedía su paso, tartamudeando.

– ¿Y qué más? – siguió interrogando. Cada paso que daba era más amenazante que el anterior.

– Y-Y e-eso incluye s-sus p-pestilent-tes desechos, s-señor…

– ¡¿QUÉ?! – se molestó él. – ¡Mis genes no podrían generar tal desastre!

– ¡T-tiene una e-explicación, señor! – chilló el chico. – V-verá… sus genes parecen aumentar al doble sus comportamientos de lactante… en todo sentido.

– ¡PERO NO PUEDE SER POSIBLE! – rugió.

– ¡E-ESO ES T-TODO LO Q-QUE PUDE IINVESTIGAR, SEÑOR! – gritó, temiendo por su vida.

– ¡¿Eso es todo?! – exclamó e inmediatamente resopló muy fuerte, viendo que no podía esperar nada más del humano. – Es suficiente por hoy, ahora vete.

– Sí, señor… – dijo con un hilo de voz y se dirigió a la puerta. – Por cierto, Jill ahora está durmiendo en su cuna, por si quiere verla…

– Lárgate de una vez, ¿quieres?

El ayudante salió y cerró la puerta, luego se dirigió al laboratorio.

Black Hat se quedó ahí parado, dudando, con el deseo de ir a ver a la bebé. Pensaba si debería hacerlo y si se arrepentiría después. Tal vez no era realmente necesario, no; seguro la despertaría y causaría otro gran lío. Además, ¿por qué ir a verla? Es sólo una simple bebé.

Al final fue.

Entró a la nueva habitación de la demonio en silencio, procurando no despertarla. Se acercó hacia la oscura cuna con sábanas rojas, nervioso de lo que podría ocurrirle en ese momento, de lo que podría sentir y de lo que podría pasar de ahora en adelante.

Ahí estaba ella, durmiendo con una plácida expresión que la exhumaba de cualquiera de los crímenes que había cometido hoy en la mansión. Como si el mismo Lúcifer la hubiera arropado y le hubiera leído un cuento diabólico.

Black Hat sintió la misma sensación cálida de la mañana, y con más intensidad a cada segundo que pasaba. Algo que su instinto de villano intentaba contenerle, le decía que debía irse de ahí de inmediato, pero no, él quería estar ahí, quería percibir ese sentimiento tan difícil de describir, quería mirarla, quería… estar a su lado.

Deseaba verla crecer, presenciar los primeros pasos, su primera travesura malvada, cuando fuera por primera vez a la escuela y el profesor lo citara por un mal comportamiento, incluso deseaba ver cuando trajera algún pelmazo a la casa que gustaba de ella o algo así.

Era un sentimiento más gran que el estúpido impulso que sintió cuando se comió a la bestia. Y sólo había una manera de comprobarlo.

Estiró su mano y acarició su mejilla, palpando su suave y delicada piel.

Y listo, ya estaba hecho, lo había comprendido.

Black Hat iba a ser su padre.

Black Hat, su padre, la estaba haciendo esperar ahora mismo, detrás de esa puerta.

– Pase. – aprobó en cuanto escuchó el toque.

Una muchacha alta, de melena oscura, piel pálida violeta, cuernos y ropas con toque victoriano entró al despacho con gracia. Dejó en el piso la maleta que cargaba, tomó los bordes de su falda y le otorgó una reverencia.

– Un gusto volver a verlo, Lord Black Hat. – le sonrió.

Su pequeña tarántula está enorme, y ha vuelto a casa.