Capítulo 3: Nuevo empleado

Crecer. Ese proceso en el cual un ser se desarrolla y aumenta su capacidad en varios ámbitos, tanto físicos como psicológicos, o al menos, eso dice la RAE (incluso, es una definición más simple que esa). Es eso, sí, pero ¿A qué ámbitos nos referimos? Y especialmente ¿Cuáles eran esos ámbitos para Black Hat?

– ¡PAPÁ! ¡PAPÁ! ¡PAPÁ! – gritaba y corría por el gran pasillo de la mansión. Era una niña de cabello oscuro y morfología de un demonio. Llevaba un vestido negro con mangas de globo y zapatos de charol morados, mantenía el aura de ternura con el pelo amarrado en dos coletas. Seguía teniendo una tez violeta pálida, pero ahora era algo más azulada y fría.

Supongo que saben de quién estábamos hablando; nuestra pequeña Jill, que ahora había crecido, bastante, más no lo suficiente. Aún conserva esa inocencia infantil que le evitaba usar sus dones para ciertas finalidades indecentes y sin embargo, seguía siendo criada con la máxima villanía.

Se acercó a la gigantesca puerta con forma de sombrero del despacho del Señor de la Maldad y la tocó tres veces.

– Pasa. – se escuchó una voz del otro lado.

La pequeña abrió la puerta y entró, acercándose al gran mesón de madera oscura. Luego se sentó en la silla que era destinada a los clientes, con la dificultad de que con suerte se podía ver su cabeza.

– ¿Qué ocurre? – rezongó la alta figura que leía el diario, recostada en su silla roja.

– ¡Quiero un nuevo asistente! – pidió con una dulce sonrisa.

– ¿Para qué quieres un nuevo asistente? Se está más tranquilo por aquí desde que el otro se fue.

– No se fue, tú lo asesinaste porque hizo mal su último proyecto. – cruzó los brazos con un puchero.

– ¿Y qué? ¿Le tenías empatía acaso? – le miró Black Hat con una ceja enarcada, dejando de lado el diario.

– No ¡Pero era la única manera de divertirme! – se molestó ella. – Era entretenido ver como corría después que le quemaba la bata. Aparte no puedo salir más allá del patio.

– No lo necesitas, la mansión es suficientemente grande. Es innecesario tener contacto con la… escoria humana. – gruñó con asco lo último.

– ¡No me interesan los humanos! ¡Quiero conocer el mundo, quiero ver otros villanos, nuevos planetas para conquistar! – expresaba efusivamente con los brazos. – ¡Quiero que la gente me tema y ser la mayor villana de todos los tiempos!

Miraba a su padre con ojos grandes, iluminados y llenos de pasión por lo dicho. El otro seguía con expresión de desinterés, cosa que le crispó a la chica.

– ¡No puedo hacerlo si estoy todo el día aquí, ENCERRADA! – terminó dando un golpe firme en la mesa.

– No vas a salir. – le contestó en seco el demonio.

– ¡Sí lo haré!

– No lo harás.

– ¡Sí!

– No, eres muy pequeña.

– ¡Claro que no! ¡Ya tengo once años! ¡Voy a salir!

– No.

– ¡Sí!

– No.

– ¡Lo haré! ¡Ya verás como saldré por esa puerta! – apuntó al umbral del despacho.

– ¡NO LO HARÁS JILL! – gritó. La niña había colmado su paciencia.

– ¡Entonces tráeme un nuevo asistente! – volvió a cruzar los brazos.

– ¡¿Y qué demonios quieres, que chasquee los dedos y lo haga aparecer de la nada?! – cuestionó, imitando el gesto.

"CRAASHH"

Un estruendo se escuchó de forma inmediata después que el jerarca chasqueó los dedos. Dejó a ambos sorprendidos, sobre todo al ente maligno, puesto a que él no había tenido la intención de producirlo. En realidad, ni si quiera lo hizo.

– ¿Qué… qué fue eso? – murmuró asustada la pequeña.

– Ven conmigo. – le dijo el otro.

Se levantó de su silla y le tomó de la mano, saliendo del despacho. Esperaba que, lo que sea que habría colapsado contra la mansión, sea alguna amenaza insignificante que se pudiera eliminar con rapidez.

Caminaron unos metros por el pasillo para poder identificar de donde se estrelló tal fenómeno, aunque en ese momento no se escuchaba nada, lo que era un problema.

– ¿Oyes algo? – preguntó ella.

– Shhh. – le hizo callar el demonio color ceniza, mirando a todos lados con cierta incertidumbre, en modo de alerta. Había escuchado unos sonidos extraños de arriba, al parecer.

– ¿Papá…? – susurró Jill con temor, apretando muy fuerte la gran mano que le sostenía.

– Sube. – dijo Black Hat, tomándola en brazos. – Tienes mejores oídos que los míos, así que intenta identificar de donde viene.

La niña se puso atenta a su ambiente al igual que un animal depredador en la sabana. Escuchó más ruidos desde el piso de arriba, como que estuvieran arrastrando algo.

Y luego, sintieron algo caer.

– La azotea. – hablaron ambos al unísono.

Desaparecieron en una nube negra e inmediatamente volvieron a aparecer en el dicho lugar de los hechos. Black Hat se colocó a la defensiva, puesto a la presencia de su hija, y que no fuera atacada por la misteriosa cosa, o incluso él mismo.

Ella sabía lo poderoso, cascarrabias y explosivo que era su padre. En diez segundos podría eliminar a alguien de la manera más macabra pero, nunca lo había visto realmente.

De hecho, el jerarca era consiente de eso también, así que no le convenía que aquella faceta morbosa de él se desprendiera justo ahora.

Y ahí estaba, el enigmático objeto que había chocado contra la mansión y que les causaba tanta intriga.

Un avión.

– ¡¿Qué?! ¡¿Y esto es lo que causó tanto escándalo?! – dijo la chica con un aire de decepción. – ¡Yo me esperaba que fuera un monstruo gigante!

– ¿Ves? No era para que te asustaras tanto, querida. – se burló el Señor de la Maldad.

– ¡NO ESTABA ASUSTADA! – gritó avergonzada.

Le era muy embarazoso, si quiera pensar, el hecho de que Black Jill, la hija de Lord Black Hat, la Princesa de Mal, se había aterrado con un simple estruendo ¡Qué bochorno! No obstante, Black Hat ya había aprendido, (e incluso sigue en práctica) que era normal el miedo en los niños pequeños, sobre todo siendo hija también de Lamia, que en sí es más dramática que cualquier protagonista de telenovela.

Él nunca había sido un niño, por eso considera el miedo como una debilidad que sólo los héroes, los simples humanos y los villanos inútiles tienen; aunque, ha ido descubriendo que es más común de lo que pensaba, al menos para la niña. No podría eliminarlo de ella, pero sí que aprendiera a controlarlo.

Algo le habrá enseñado en estos once años ¿No?

– Es normal para ti tener miedo Jill. – le habló el demonio con sorna.

– Pero no lo tuve ¿Si? – mintió descaradamente, así conservar algo de dignidad ante su ídolo. – Además, ¿qué clase de imbécil choca su avión contra nuestra casa?

– ¿Quieres averiguarlo? – le sonrió malévolamente el otro.

– No sería una mala idea. – contestó ella de la misma forma.

Se escucharon quejidos dentro de la bestia de metal, lo cuál indicaba que una persona había sobrevivido, por lo menos. Ellos la esperaron expectantes y pacientes, para después mandarlo a volar otra vez de una patada, y no metafóricamente hablando.

El sobreviviente al fin salió de los restos, bastante mal herido, sin embargo, aún podía suspenderse en el piso y sin mucha noción de donde se encontraba. Llevaba un uniforme de piloto, aunque bastante dañado, una ushanka, unas grandes gafas polarizadas, con la excepción de sus pupilas que eran blancas y, curiosamente, tenía puesta una bolsa de papel que cubría toda su cabeza, algo rasgada por el accidente.

– Wow… – musitó la infante. – ¡Hazlo otra vez, otra vez!

– Shhh. – le hizo callar de nuevo el mayor.

– ¿Dónde…? ¿Dónde estoy? – preguntó el hombre, con tono de malestar y bastante desorientado.

– Mmm… Déjame pensar… – comenzó la pequeña. – Me parece que estás dentro de Black Hat Organization y acabas de estrellar tu avión dentro de… ¡nuestra azotea!

– ¡¿QUÉ?! – se sobresaltó el chico. –¿M-me estás diciendo… que e-estoy d-dentro de la m-mansión d-del gran A-amo y S-señor… L-lord Black Hat…?

– ¡Efectivamente! – sonó una ronca voz desde las sombras.

– Ay no… – murmuró, fijando su atención en la gran figura en frente suyo.

– ¡Y felicidades! Por tu gran descubrimiento, te haz ganado… ¡UNA MUERTE ALGO MÁS RÁPIDA Y MENOS DOLOROSA! – habló de la manera más aterradora que se pudiera imaginar, saliendo de aquella sombra y acercándose lentamente al susodicho.

– ¡AY! ¡NONONONONONO….! – chilló el pobre. – ¡E-ESPÉRESE UN T-TANTITO, S-SEÑOR…! ¡NO ME MATE!

– ¿Así que pides clemencia? ¡Muy gracioso, cabeza de papel! – se carcajeó la princesita.

– ¡D-debe h-haber una m-manera…! Lamento h-haber choc-cado el avión contra su casa… s-señor… pero…

– ¿Pero…? ¿Vas a intentar aplazar tu muerte con un "pero"? ¡Já! ¡Qué inútil! – rio también la bestia malévola.

– ¡PERO LE JURO QUE PUEDO COMPENSARLO, POR FAVOR, SEÑOR BLACK HAT! – pidió por su vida, y de una manera muy rápida del terror que sentía.

– ¿Y cómo vas a hacerlo? ¡Nos destruiste media azotea, eso es imperdonable! – dramatizó Jill con una sonrisa macabra, de oreja a oreja.

– ¡P-primero me g-gradué en l-la A-Academia de V-Villanos de B-Black Hat! ¡S-soy Científico Loco titulado d-de la Universidad de la Maldad y el Crimen, señor… t-también múltiples estudios y-y tengo licencia de conducir y de p-piloto…! ¡S-seguro podría serle d-de utilidad!

El jerarca lo miró y lo pensó por unos segundos.

– No, dile adiós a tu mamá, parásito. – le respondió, deformando su rostro horriblemente en un montón de tentáculos y sierras.

– ¡NOOO! – aulló el chico, cubriéndose lastimosamente por lo que iban a ser, al parecer, sus últimos segundos de vida.

– ¡PAPÁ, ESPERA! – le detuvo la niña.

– ¡¿QUÉ QUIERES AHORA?! – le regañó. – ¡¿NO VES QUE VOY A COMETER EL HOMICIO DEL DÍA?!

– ¡Este es el asistente que estamos buscando!

Black Hat paró en seco y volvió a transformarse a su forma "normal", con la mano sobre la sien.

– Debes estar bromeando.

– ¡Claro que no! Es profesional, inventor, vuela aviones, listo. – contaba con los dedos. – ¡Y míralo! Es un nerd a cuál le puedo hacer bullying hasta el cansancio ¡Perfecto!

– Jill, no voy a contratar a este idiota como asistente.

– ¿Quieres que me quede en casa o no? – cruzó los brazos.

La pequeña le observó con una desaprobación fingida y el otro… Bueno, sólo pudo soltar un suspiro pesado y resignarse a la manipulación de una mocosa.

– Bien… Desde ahora serás mi asistente. – dijo. dirigiéndose al piloto.

– Espere ¿Qué?... Pero creí que me iba a asesinar...

– ¿Acaso quieres morir ahora? – le amenazó con un tono ácido.

– ¡NO, NO, NO! ¡POR SUPOLLO QUE NO, SEÑOR! – negó enseguida.

– Perfecto, entonces sígueme.

Black Hat y Jill le mostraban la mansión al recién llegado, quien seguía algo lastimado y confundido, agregando que ni siquiera le habían preguntado su nombre todavía. Caminaron por los largos pasillos y pasaron por varias habitaciones con artefactos demoníacos dentro, otras que eran puertas a dimensiones que parecían el Averno mismo, y otras varias que eran preferiblemente mejor no tocarlas. El demonio del traje le daba instrucciones por cada locación que el científico no lograba comprender del todo, pero concluyó que las aprendería con el tiempo. Todo marchó de una forma… calmada, si se le puede llamar, hasta que llegaron al lugar donde el chico iba a trabajar desde ahora en adelante.

– Este es el laboratorio. – dijo su ahora jefe, presionando un botón cual daba por abiertas las puertas mecánicas... O eso pensaba, porque no se abrieron. Presionó otra vez, sólo para conseguir el mismo resultado, cosa que lo disgustó. – ¿Por qué no responde esta cochinada?

– Agh. Permíteme. – le apartó la niña. Intentó alcanzar el tablero que estaba más arriba, sin éxito. – ¿Te importa? – le reclamó al de la bolsa de papel.

Este dio un respingo y la tomó de la cintura, alzándola. Ahí, Jill apretó cuatro veces la tecla uno y luego, el botón que su padre tocó antes. Finalmente se abrieron las condenadas puertas.

Al entrar, el recién llegado asistente se sintió como en sueño. El laboratorio era inmenso y sofisticado, tenía un montón de herramientas y maquinarias de los más extravagantes, tales como proyectores de planos en holograma e incluso tubos de conservación genética. Había un gran mesón en un extremo, que podía suponer que sería su oficina y al otro una gran mesa de trabajo, con implementos que ni la misma universidad disponía. También había un espacio donde podía emplear prácticas quirúrgicas o forenses, si es que llegara el caso, y lo mejor es que todo estaba limpio y pulcro ¡Aleluya! Todo lo que había deseado en algún momento estaba ahí mismo, ante sus ojos.

– Pues, aquí es donde trabajarás desde ahora. – comenzó otra vez el ente, sacándolo brúscamente de su éxtasis. – Te encargarás de todo lo que son las cuentas de la empresa, atenderás a los clientes por teléfono. Te asegurarás de qué los pedidos lleguen a su destino, y lo más importante. – explicaba. – Tú vas a crear los productos para los villanos. Deberás tenerme un invento nuevo cada semana, como mínimo, y me entregarás un informe todos los días.

– ¿D-de verdad? – habló el asistente con mucha ilusión.

– ¿Ves a esta mocosa de aquí? – señaló con un dedo. – Ella es Jill, mi hija. Serás su tutor, le enseñarás todas esos ejercicios de aplicación y esas cosas inútiles que les muestran a los humanos en las "escuelas". – gruñó lo último con desagrado. – También vas a cumplir todo lo que te diga, y cuando digo todo, es TODO.

– O sea que… si me pide que me tire por la ventana hacia un jardín de cactus… ¿Lo tengo que hacer?

– No me tientes. – sonrió la niña, con malicia.

– Ella es como tu segunda jefa, así que, si me entero que te negaste o la haces llorar… SERÁS CARNE ASADA. – enfatizó esto con un tono de pesadilla.

– ¡S-sí señor! – afirmó con un gesto de soldado.

– Y una última cosa.

– ¿Cuál… señor?

– No tolero los errores, así que más te vale no cometer ni uno solo ¿Está claro?

– Sí señor… Jefe…

– Por cierto ¿Cuál es tu nombre?

– Kenning Flugslys, señor.

– Muy bien. Instálate y ponte a trabajar de inmediato. Últimamente los clientes quieren que eliminamos a sus héroes por ellos, así que, como tu primer invento, haz algún robot que se encargue del trabajo sucio.

– Como usted diga… jefecito.

El ente se disponía a salir del laboratorio, más fue interrumpido por una voz aguda y traviesa.

– ¿Puedo quedarme un rato con él?

– Sí, puedes.

Retomó su caminata hacia la puerta y antes de salir, se detuvo y se dirigió por última vez a su asistente.

– No me decepcione, doctor.

Se fue, directo a su despacho.

Vaya día.

Muy convenientemente, había conseguido al nuevo asistente que le hacía falta ya que, él no era bueno en cuestiones tecnológicas y en eso los humanos sí eran útiles, lamentablemente.

Todo gracias a Jill.

Esperen… ¿Lo había pensado bien? ¿Fue gracias a su hija? ¿Cómo era posible?

Lo del avión fue una mera casualidad, claro, y el hecho de que hubiera un sobreviviente que justo fuera un científico malvado también. Porque obviamente, no lo pudo haber planeado ella. No era capaz de atraer un avión y chocarlo contra la casa, al menos no de manera omnisciente… ¿O sí?.

No, definitivamente no fue eso, sólo fue una simple coincidencia.

Se sentó en su gran silla roja y se giró al ventanal del cual vigilaba siempre la ciudad, pensando.

¿De verdad fue una casualidad?

Al demonio sin querer se le escapó una risa.

– Esa niña me sorprende cada día. – dijo para sí mismo, mientras miraba al cielo gris que cubría la tarde nublada. El día anterior hubo un sol espantoso, así que tal vez iría a llover.

Pues, fuera o no pura chiripa, eso no importaba ahora. El tema central es Jill y su capacidad de alterar por completo sus planes. Todos los días salía con algo nuevo, en su mayoría travesuras y si no, una explosión dentro de la casa porque había descubierto un nuevo poder. Tan dinámica, tan inteligente y tan… monstruosa. No cabía duda que le sacaba de quicio y a la vez causaba curiosidad, puesto a que, nunca en sus largos siglos alguien había podido impresionarlo tanto como ella.

Le causaba nuevas sensaciones y emociones que, ciertamente lo agotaban pero, a la vez quería más. Deseaba seguir experimentando aquello, y sin embargo le agobiaba. Era muy extraño. Muchas veces no sabía qué hacer con la pequeña y otras veces era cosa de darle un dulce y listo. Definitivamente era confuso, y nadie podía decirle qué hacer.

Para empezar, nadie le había dicho que iba a ser padre y que sería era tan difícil.

Pero bueno, a fin de cuentas, algo sí tenía claro.

Esa niña era increíble.