Capítulo 4: La fangirl Nro. 1
Flug se siente extraño ahora.
La llegada de la señorita Jill le produjo un tremendo remezón. El hecho de volverla a ver después de como siete años se le hace parecido a cuando llevas a tu perro todo peludo y sarnoso a la peluquería, para que después volviera irreconocible ¿Ese es mi perro? Te preguntas. Por suerte resulta serlo porque salta hacia ti y te mueve la colita muy contento ¿Lo relacionas? Bien, acaba de pasarle eso mismo con la Princesa del Mal.
Salió de aquí como una mocosa malcriada y entró como toda una dama ¿Qué demonios fue eso? ¿Cómo es que la niñita que le hizo imposible su primer día ya no exista?
Porque, obviamente recuerda con exactitud su primer día.
La mañana transcurría, con un empleado nuevo y una nueva cara, poniéndose cada vez más interesante conforme pasaba los minutos.
Jill estaba sentada en un banquito. Juguetona, observaba atentamente los movimientos tan rígidos, entumecidos, y a la vez frenéticos, del científico. Se movía para todas partes, explorando su nuevo espacio de trabajo, curioso por las nuevas maquinarias que se encontraban, e instalando las pocas cosas que había rescatado del avión. Estaba muy ocupado, y eso, para la niña, era una perfecta distracción.
– Así que eres Kenning Flugslys. – comenzó ella. – Es un nombre curioso y muy largo ¿Es alemán?
– Ajá… – le contestó el otro sin prestar mucha atención. Estaba más concentrado en examinar el laboratorio que en lo que ella le decía.
– Y… ¿Cómo te digo entonces? ¿Kenning? ¿Flugslys? ¿Ken? – preguntó, intentando de que la charla llegue para algún lado.
– Eh… Como usted quiera, señorita. – dijo. Se dirigió a la mesa y sacó un cuaderno, de ahí arrancó una hoja y se puso a tomar apuntes.
– Mmm… – pensó con la mano en el mentón. – ¡Ya sé! ¡Te llamaré Flug! ¿Te parece?
– Sí… está bien…
La pequeña se dio cuenta que no la estaba atendiendo en absoluto, cosa que le molestó mucho. Cruzó los brazos y manifestó su humor con un gruñido.
– ¡¿Me estás escuchando?! – le gritó, golpeando la mesa.
– ¡S-Sí, señora! – se sobresaltó el científico, girando inmediatamente hacia ella.
– Bien. – volvió a hablar de manera calmada. – Pues… ¿Cómo fue que tomaste este avión?
– En realidad… lo robé.
– ¡¿De verdad?! ¡¿Y lo hiciste tú solo?! – gritó, impresionada.
– Eh… Sí. – afirmó con una ceja enarcada.
– ¡Wow! ¡Qué genial! ¡¿Y por cuáles lugares viajaste?!
– La verdad no viajé a ninguno… Sólo estaba escapando de... – se cortó, recordando quién era el que lo cazaba. – De la policía…
– Ah… Ya veo. – perdió enseguida el interés. – Bah. Te robaste un avión y no se te ocurrió escaparte al Caribe ¡Qué tonto eres!
– ¿Ah sí? ¿Y qué hubieras hecho tú? – preguntó, escéptico.
– ¡Hubiera viajado por todo el mundo! ¡Y le hubiera pateado el trasero a muchos héroes!
– Bueno, al ser perseguido no hubiera tenido tiempo para "viajar por el mundo". – respondió en un ademán con los dedos. – Además ¿Para qué viajar a lugares en que ya he estado? Sería una pérdida de tiempo.
– Espera. – abrió más grande los ojos. – ¿Ya has viajado por todo el mundo?
– Sí, no soy piloto por nada.
– ¡¿De verdad?! – nuevamente le vino un arrebato de emoción. – ¡¿Y cómo es allá afuera?! ¡¿Has ido al Polo Norte?! ¡¿En serio es tan frío?! ¡¿Y de verdad existe ese gordo de Santa Claus?! ¡¿Y el mar Mediterráneo?! ¡¿Haz pasado por Europa?! ¡¿De qué tamaño es el mar?! ¡¿Y los continentes?! ¡¿Y…?!
– ¡A ver chamaca! ¡Te me calmas! – le detuvo su hiperactividad, pues estaba saltando encima del banquito. – ¿Por qué tantas preguntas? Pareciera que no hubieras salido ni a la esquina.
– De hecho… – se volvió a sentar, cambiando rápidamente de ánimo. – Mi papá no me deja salir, no conozco nada más allá del patio, los clientes y los empleados que suelen trabajar aquí por temporada.
– ¿Por qué? – siguió, conmocionado.
– Pues, él dice que los humanos son unos parásitos y que tantos terminarían por contaminarme. Aparte, muchos no entienden nuestra naturaleza y teme que me hagan daño ¡Pero yo podría patearles en la cara y vencerlos en dos minutos!
– Aunque, debes convivir con niños de tu edad ¿Verdad?
– Antes los clientes traían a sus hijos a las consultas pero, se los prohibieron después de que dejé a uno encerrado en el armario de Cerberus. En mi opinión, son todos unos bebés llorones. – dijo haciendo un puchero y cruzando los brazos.
– Ah… – musitó, estremecido después de lo último. – O sea que… ¿Nunca has ido a la escuela?
– No, pero no lo necesito, tengo clases en la mansión. Mi papá me enseña sobre el arte, la música, el funcionamiento de los distintos multiversos y de las bestias ancestrales, incluso a veces me lleva a algunas dimensiones. Mientras que, los empleados cerebritos como tú me enseñan de matemáticas, biología y la historia de la humanidad.
– Oh… que triste. – suspiró él.
– Nah, ni tanto. Da más tristeza tu caso, que tendrás que idear un proyecto hoy mismo para que mi papá no se arrepienta de contratarte y te coma vivo. Además de que tienes que organizar el horario de mis clases, o sea, que tendrás que pensar en horas extras. – comenzó a enlistar, contando con los dedos y observando como la mueca en el rostro del científico se deformaba más por cada cosa que nombraba. – ¡Oh, cierto! Creo que te mencionaron una lista de pedidos, pues, está en esa cajonera. Yo que tú le echo un ojo. – señaló.
El chico se acercó lentamente a una gran cajonera gris, tomó con temor la manilla plateada y abrió uno de los cajones. Este se extendió por sí solo hasta el final de la sala, dejando al descubierto un montón de carpetas con grandes listas dentro de ellas, todas llenas de los pedidos de hace dos meses.
– Ay… mamacita linda… – musitó impactado ante el cajón. – ¡¿CÓMO RAYOS TERMINARÉ ESTO EN UN DÍA?! – gritó, llevando sus manos a la cabeza de manera desesperada.
– No debes terminarlo todo hoy, sólo una parte. Te recomendaría que llegaras… – caminó al lado del cajón y se detuvo cuando recorrió como los diez metros. – Hasta aquí, así no va a asesinarte.
– ¡AY, DIOS MÍO! ¡NO VOY A PODER HACERLO!
– Bueno, no si estás ahí parado, así que empieza a revisarla ¡Suerte! – le dijo adorablemente, mientras caminaba hacia la puerta y se despedía con la mano.
Al escuchar el golpe del umbral, chilló de manera aguda y comenzó a leer la lista con una rapidez exagerada. Luego, corrió al escritorio, sacando un montón de papeles y materiales, y se puso a trabajar. Tenía para bastante trabajo y muy poco tiempo para pensar en un descanso.
Posterior a aquello, la niña caminó hacia la cocina por un aperitivo. Al llegar, se acercó al refrigerador y lo abrió, sacando de ahí un gran frasco de cucarachas de gomita. Se lo llevó y fue nuevamente al despacho del jerarca, comiendo cada una de ellas de manera periódica.
Al entrar, se acercó a la gran figura oscura, que se encontraba parada frente a la ventana.
– ¿Y bien? – habló con su voz ronca.
– ¿Y bien qué? – contestó ella de manera ingenua.
– ¿Le diste la bienvenida a nuestro nuevo esclavo?
– Síp.
– ¿Y qué tal quedó?
– Más estresado que toda una clase de estudiantes de ingeniería. – habló, metiendo un dulce a su boca. – Lo apodé Flug.
– Perfecto. – sonrió él. Acto seguido, la miró repentinamente y se dio cuenta del gran frasco de dulces que se estaba comiendo. – ¿Qué te dije sobre las cucarachas de gomitas?
– Que no debo comerlas antes de mediodía.
– ¿Y aparte de eso?
– Pues… Que no debo asaltarme todo el frasco. – desvió la vista.
– Exacto. Dámelo. – le ordenó, extendiendo su mano.
-Pero… ¡Papá! – se quejó.
– Dámelo
– ¡Pero yo amo las cucarachas de gomitas!
– Sí, y las amas tanto, que te las comes todas y terminas con sobredosis de azúcar. Dámelo.
– ¡Pero…!
– Jill…
– Papá…
– ¡Jill!
– ¡Papá!
– ¡Jill! ¡Entrégame el frasco!
– Está bien… – se resignó ella. – Lo haré… ¡Si me atrapas! – exclamó, sacando su alas y echándose a volar.
El ente la dejó escapar hasta la puerta. Después, invocó uno de sus tentáculos sombríos y la atrapó, atrayéndola inmediatamente hacia él.
– Dámelo Jill.
-Bien… – se rindió ahora sí y le entregó el frasco, haciendo pucheros. Luego de esto, fue puesta nuevamente en el suelo.
De pronto, sonó el imponente timbre de la mansión. El demonio se quedó ahí, esperando a que el nuevo ayudante abriera la puerta, aunque, no pareció suceder nada.
Volvió a sonar el timbre y ahí él se molestó.
– ¡FLUG! ¡ABRE LA PUERTA! – exclamó con una voz de los mil demonios, que retumbó por todo el lugar.
El desdichado corrió al vestíbulo y abrió la puerta, muy nervioso, recibiendo a una chica muy extraña. Llevaba una camisa de fuerza a medio abrochar y un par de medias algo rotas. También tenía el cabello verde, mirada de desquiciada e iba descalza, que era lo más curioso.
– ¿Y tú qué, escuincla? – le preguntó, extrañado y mirándola de pies a cabeza.
– ¡Mucho gusto! ¡Vengo a ver a Lord Black Hat!
– Bien… ¿Y te llamas…?
– ¡Me llaman Demencia!
– Ah mira tú. ¿Tienes cita? – le habló en tono irónico.
– Eeh… No. – masculló con duda.
– Bueno, sin cita no puedo ayudarle… Señorita. – escupió de forma despectiva. – Llame y vuelva otro día, buenas tardes.
La empujó hacia afuera y le cerró la puerta en la cara. Después, se dio la vuelta y caminó a su laboratorio.
– Maldita sea, con todo el trabajo que tengo y me manda a abrir la cochina puerta ¿Qué soy? ¿Un científico o un portero?
De repente la puerta comenzó a retumbar y se escucharon gritos estridentes del otro lado. Parecía que la chica no iría a rendirse tan fácil. De hecho, esto le llegó a molestar más a la pequeña Princesa del Mal, que había salido del despacho, ya de mal humor.
– ¡Flug! ¡¿Por qué rayos hay tanto ruido?!
– Pues, hay una escuincla que está molestando afuera, señorita.
– ¡¿Y qué estás esperando?! ¡Encárgate de ella y del ruido, nerd!
– Sí… señorita. – gruñó él, más fastidiado. Asumía que debía aguantar cosas al trabajar para Lord Black Hat, más no contaba con que tendría que soportar a una mocosa malcriada. – "¿Y qué estás esperando? ¡Encárgate del ruido, nerd!" – susurró, imitándola ridículamente. – Sí, claro ¡Todo yo!
Volvió y abrió la puerta, viendo a la misma chica, más demente aún.
– ¿Y ahorita que quieres, chamaca?
– ¡Yo exijo ver a mi preciado Lord Black Hat! ¡Y NO ME VOY A IR HASTA QUE…!
Cerró de golpe la puerta, otra vez, y se giró, cansado.
– Diosito santo, que muchacha más loca.
Volvió al laboratorio y se sentó en un banquito, echando su cuerpo sobre la mesa. Los ruidos no se habían detenido, de hecho, eran más fuertes aún.
– Ejem… – carraspeó una voz chillona a propósito, creando más incertidumbre en el doctor.
– Mande. – le contestó él, girándose en la silla con hartazgo.
– El ruido continúa. – le recalcó ella, mientras tamboreaba paulatinamente el piso con un pie.
– Señorita, no es mi culpa que haya una loca golpeando la puerta ¿Sí?
– Pero puedes detenerlo ¿Verdad?
– Bueno… Yo…
– ¡ANDA SI NO QUIERES QUE LE DIGA A MI PAPÁ! – le ordenó, deformando su rostro de manera monstruosa.
– ¡Y-YA VOY! – se asustó por la reacción.
Fue nuevamente hacia la pobre puerta, que ya no aguantaba más golpes, y la abrió con violencia.
– ¡CÁLLATE! – le gritó enojado, cosa qué, extrañamente funcionó. – Al fin… – suspiró.
No obstante, sólo fue por unos segundos, pues la chica había vuelto a sus griteríos y, por alguna razón, comenzaron a sonar los choques de unas ollas.
– ¡Híjole! ¡¿De dónde sacó ollas esta?!
– ¡FLUUG! – se escuchó un segundo grito chillón desde la lejanía.
El subordinado soltó otro quejido pesado y volvió al laboratorio, esta vez para deshacerse bien del problema. Aunque, al abrir la puerta se volvió a encontrar con la gruñona figura de metro treinta.
– ¡Flug! – volvió a llamarle atención.
– ¡Sí! ¡Ya sé! – contestó.
A continuación, sacó de un maletín un cañón de redes y se lo llevó al vestíbulo. Al llegar, abrió la maltratada puerta, apuntó hacia la mujer de apariencia descabellada y apretó el gatillo. Del cañón salió la gran red que la atrapó en unos segundos.
– ¡AHORA SÍ! ¡AL FÍN! – exclamó por la victoria.
Sin embargo, fue una victoria ilusoria. La chica cortó las cuerdas con los dientes y, al liberarse, atacó al empleado brutalmente, usando sus puños, que habían salido de la camisa de fuerza.
El chico a duras penas se la saca de encima y la echó a patadas del vestíbulo. Inmediatamente, cierra la puerta y corre al laboratorio para curarse las heridas que le acababan de hacer.
Al sentarse ahí, la demonio lo estaba mirando de brazos cruzados, furiosa.
– ¡¿ES TAN DÍFICIL QUE TE DESHAGAS DE UNA SIMPLE TONTA?! ¡¿CÓMO PUEDE HABER TANTO RUIDO?! ¡ERES UN INÚTIL! – pataleó ella, haciendo que, finalmente, al científico se le hirviera la cabeza.
– ¡AAAAAH! ¡YA ME CANSÉ!
El piloto tomó nuevamente el maletín, hecho una furia, y sacó de él un gran rifle tranquilizador. Fue por enésima vez a la puerta, la abrió y disparó un dardo directo a la chica, quien se desmayó luego de recibir el proyectil.
– ¡AHORA SÍ QUE SÍ! – celebró. – Te pasa por meterte en mi trabajo, chamaca. Te ves mucho mejor durmiendo. – concretó con una pose de victoria. – De hecho… Incluso llega a ser…
De la nada fue interrumpido por la loca, que despertó y saltó directo a la cara del doctor. Lo arañó y de un salto entró a la mansión, manchando las alfombras con la tierra de sus pies.
– ¡Ay! ¡Al menos te hubieras limpiado los pies, chiflada! – exclamó el otro, tirado en el piso.
La niña salió del laboratorio, agobiada por el ruido.
– ¡¿POR QUÉ AÚN NO HAS TERMINADO DE…?! – pero no terminó la frase, pues quedó estupefacta ante el caos que estaba ocurriendo delante de suyo.
Flug estaba persiguiendo a la chica, al parecer llamada Demencia, disparándole un montón de dardos tranquilizantes. Ella a la vez corría y reptaba por las paredes, destruyendo todo a su paso, manchando las alfombras y llamando a Black Hat como si de un animal se tratase. Al doctor se le notaba de ahí a tres kilómetros la desesperación que tenía en atrapar a esa cosa y el saber que el jerarca lo iba a matar de un zarpazo luego de enterarse de lo ocurrido.
Y Jill quería ver su cara cuando eso pasara.
Así qué, comenzó a obstaculizarle su trabajo, una vez más.
– ¡OYE, LAGARTIJA! – se dirigió hacia Demencia. Esta la miró fijamente al escucharla. – ¡BLACK HAT ESTÁ POR ALLÁ! – señaló hacia uno de los pasillos que conducían al despacho.
– ¡¿PERO QUÉ ESTÁS HACIENDO?! – le exclamó Flug, al ver que Jill estaba ayudando a crear más caos.
– ¡SÍIIII! ¡ALLÁ VOY, BLACKY! – chilló emocionada la otra.
Cada vez el desastre era más grande, transformado en un completo manicomio donde todos gritaban. Demencia seguía destruyendo todo lo que encontraba, en busca de Black Hat, Flug era una bola de estrés, disparándole todos los dardos posibles; y Jill se carcajeaba enfermizamente, mientras enviaba a la chica lagartija en todas las direcciones posibles, con el objetivo de colapsar aún más la mansión. Iba todo de mal en peor, hasta que se sintió la presencia de una gran sombra.
– ¡¿QUÉ DEMONIOS ESTÁ PASANDO AQUÍ?! – la gran sombra gritó con una voz demoníaca, cual se manifestó en un montón de llamas negras y paralizó a los tres causantes del alboroto.
Todos se detuvieron inmediatamente y se pusieron en fila, nerviosos, tal como en el ejército. Por otra parte, la sombra dejó de disiparse y se concentró en un solo lugar, transformándose en el gran Lord Black Hat.
– Ay no… Ay no… ¡Ya valimos! – chilló el subordinado.
– Corrección. – habló la pequeña. – Tú valiste.
– ¡ESTÁN TODOS EN SERIOS PROBLEMAS! – vociferó imponentemente el ente maligno.
– ¿Decías? – se burló el otro.
– ¡SOBRE TODO TÚ, FLUG!
– ¡AY!
– ¡¿CÓMO TE ATREVES?! ¡Y EN TU PRIMER DÍA! – se acercó de forma siniestra hacia él, mirándolo de manera en que el chico sentía que le atravesaba su alma.
El demonio, de lo colérico que estaba, le agarró del cuello y comenzó a ahorcarlo con mucha intensidad.
– ¡¿QUÉ CLASE DE SOBERÚTANO PERMITE QUE TAL ESPÉCIMEN ENTRE A MI MANSIÓN Y PRONUNCIE MI NOMBRE?! – siguió, refiriéndose a Demencia y aumentado la fuerza de su agarre. – ¡¿CÓMO UN EMPLEADO COMPETENTE NO PUEDE DESHACERSE DE UNA MOLESTA Y SIMPLE MUCHACHA?!
– ¡S-señor… Agh… Yo lo s-s….! – intentó gesticular, más su garganta estaba muy apretada en estos momentos.
– ¡Conste que yo le ordené todo el tiempo que se deshiciera de ella! – agregó cínicamente la demonio.
– ¡Y TÚ! – le clavó la vista de manera asesina, soltando el cuello del piloto. – ¡NO CREAS QUE TE VAS A SALVAR ESTA VEZ, JILL!
– ¡¿EH?! – chilló, sorprendida.
– ¡QUIERO A LOS TRES EN MI OFICINA! ¡AHORA! – gritó estridentemente esto último, desapareciendo entre la oscuridad.
Seguido de esto, se abrió una gran grieta dimensional en el piso, la cual se oían alaridos de sufrimiento. De ahí salieron tres manos gigantes, que tomaron a los culpables y los introdujeron en la grieta, luego se cerró.
Inmediatamente, volvió a abrirse en el despacho del demonio color ceniza, soltando a los tres y cerrándose definitivamente.
– ¡¿Qué dimensión era esa?! – preguntó el joven, perturbado.
– La… La dimensión de las pesadillas… – respondió la niña, de la misma forma.
– ¡SILENCIO! – ordenó el ente, a quien obedecieron al instante. – Más les vale que me den una explicación razonable para todo este desastre, si no ¡ME LOS COMERÉ VIVOS! – exclamó él, parado delante de su escritorio.
– ¡Es que… Bueno… Verá… Primero a-apareció e-esta chica… Decía q-que q-quería h-hablar con u-usted…! – comenzó el empleado, sudando más que salchicha en microondas. – ¡D-después comenzó a…! – tragó saliva. – ¡A-a h-hacer ruido… Y-y su h-hija me dijo que l-lo d-detuviera…! ¡P-pero no paraba… Y-y cuando lo i-intentaba e-era peor…! – no podía explicar bien lo sucedido, estaba muerto de miedo, tanto que comenzó a llorar. – ¡Y-y después…!
– ¿Después? – preguntó el otro con voz de ultra tumba.
– ¡Y DESPUÉS LA ESCUINCLA SE VOLVIÓ LOCA! ¡Y ME ATACÓ! ¡Y ENTRÓ A LA MANSIÓN…! ¡Y DESPUÉS SU HIJA! ¡ESTA MOCOSA COMENZÓ A GRITARME Y A REÍRSE! ¡Y PLANEÓ TODO PARA DESTRUIR LA CASA! ¡POR FAVOR SEÑOR, JEFECITO QUERIDO! ¡NO ME MATEE! – colapsó en una gran crisis de ansiedad, diciendo todo tan rápidamente que apenas se le entendía lo ocurrido.
La niña rio por lo bajo, cosa que el ser notó, y le lanzó una mirada fulminante, dejándola callada.
– Argh… Bien, haré una excepción esta vez. Después de todo, no hay forma de derrotar a una hija mía. – se resignó el jerarca. – Pero, es mejor que no vuelva a defraudarme, Doctor. Por su propio bien. – enfatizó esto último.
– ¡M-muchas gracias, señor! – exclamó de alegría al ver que viviría un día más.
– ¿Y tú? ¿Por qué osaste en venir hasta aquí, haciendo tal escándalo en mi mansión y en esas pintas? – le preguntó a la muchacha de pelo verde, con desagrado.
– Pues ¡Yo lo amo, señor Black Hat! ¡Y quiero trabajar para usted! ¡Estoy loca por usted, bomboncito! – le contestó está de manera enérgica.
– Eso no lo dudo. – susurró la pequeña.
Al escuchar esto, se le ocurrió la excelente idea de utilizar el amor obsesivo de la chica y ocuparlo en otra fuerza de trabajo.
– ¿Trabajar para mí? ¿Estás segura de lo que estás diciendo, niña?
– ¡Segurísima, guapetón!
– Bien, viendo el caos que acabas de dejar, no creo que te moleste acabar con los héroes desde ahora.
– Pfff, yo los puedo derrotar en dos segundos. – se halagó a ella misma, presumiendo sus músculos.
– Perfecto, desde ahora serás agente de Black Hat Organization. – declaró el ente. – Mire que suerte tiene, Doctor, ahora su lista de pedidos se reduce a la mitad.
– Espere… O sea que ¿Además tengo que trabajar con esta escuincla?
– ¿Usted qué cree? – preguntó con una macabra sonrisa dibujada en su rostro. – Ahora, largo.
– ¡Sí, señor! – contestaron los otros tres presentes y se dispusieron para irse.
– ¡Ah no! ¡Tú no te vas a ningún lado, jovencita! – le reprendió a la niña.
– ¡¿Qué…?! ¡No es justo! – se molestó ella.
– ¿Crees que pasaré por alto lo que el Doctor me acaba de decir?
– ¡Pero yo…!
– ¡Pero nada! ¡Te quedas aquí! – le ordenó el demonio.
La pequeña gruñó en señal de disgusto y se giró para mirar por última vez al científico, que se estaba yendo.
– ¡PAGARÁS POR ESTO, PARÁSITO! – le gritó de manera asesina, con una mirada igual de terrorífica.
El joven tragó saliva al ver tal reacción y cerró rápidamente la puerta.
El resto del día continuó de manera "normal", si eso significaba que la nueva empleada estaba dejando su huella de manera escandalosa.
A Flug, por suerte, se le agilizó la mitad del trabajo, ya que eran pedidos para deshacerse de héroes, y esos los tomó Demencia. Sin embargo, eso no le quitaba lo mucho que tenía que seguir haciendo, además de limpiar todo el desastre que había quedado anteriormente.
A Demencia, por su parte, se le había entregado ropa y zapatos. Después completó gran parte de los pedidos, dejando el desempeño de su primer día como "moderadamente aceptable". Al final, Flug la terminó encerrando en una jaula, cual sería desde ahora su habitación.
Y Jill, bueno… Ella terminó castigada por el resto del día. Estaba tan enojada que se encerró en su habitación y no salió de ahí más. Ni siquiera tuvo su cuento para dormir, así que, seguramente, no dormirá bien esta noche.
Para terminar la jornada, Flug fue al despacho de su jefe para entregarle el primer informe. Era muy tarde, por cierto, así que sólo estaba ansiando su merecido descanso.
Tocó la puerta y entró al recibir una respuesta del otro lado.
– Aquí está el informe de hoy, señor. – habló el ayudante.
– Muy bien, déjalo sobre la mesa.
El muchacho obedeció y dejó la carpeta sobre el escritorio.
– Señor… Sé que no es de mi incumbencia, pero… – comenzó, nervioso. – La señorita Jill me había comentado que no la dejaba salir de aquí, puesto a que… usted tenía miedo de que le hicieran daño.
– ¿Qué le hicieran daño? ¿A esa mocosa malcriada? ¡JÁ! ¡No me hagas reír, Flug! – se carcajeó el ente maligno. – Al contrario, esa es sólo una excusa que le digo a ella para que no salga. En realidad, es el resto del mundo el que me preocupa.
– ¿E-en serio? – tragó saliva al escuchar lo último.
– Sí. Esa niña podría comerse a la mitad del planeta si lo quisiera, y siendo la elegida de la Caja de Pandora, pues, el destino del universo está en sus manos, literalmente.
– ¡Híjole! ¡¿La Caja de Pan…?!
– ¡No menciones su nombre o tú terminarás destruyendo el universo! – exclamó el mayor.
– ¡Ay…! Bueno… – chilló sobresaltado. – O sea que ¿Ella es tan poderosa como para controlar la… la Caja con P?
– ¿Poderosa? Sí, aunque, ¿control? Cero. – confesó. – Esa chica es incontrolable. Tiene un carácter terrible y si sigue así no va a llegar a ninguna parte. Es por eso que la estoy tratando con dureza, para que espabile de una vez.
– Ya veo… Bueno, espero que lo logre, jefecito.
– Sí, yo también lo espero.
Dicho esto, el piloto se dispuso a retirarse, llegando hasta la puerta.
– Buenas noches, señor.
El demonio no respondió, sólo espero a que la puerta se cerrara. Se giró a la ventana, observando el negro cielo, con la mirada baja.
– Espero lograrlo, si no será el final de todos.
Después de ese día, estuvo como un año cuidando a la niña, soportando todas sus travesuras y caprichos, sobreviviendo a sus rabietas de pesadilla y quedándose con la peor impresión de todas. Sí, admite que cuando se fue le dio un poco de pena, más al día siguiente fue un alivio instantáneo, en donde deseaba no volver a verla más.
Bueno, eso no se cumplió y ahora, sólo le hace sentirse viejo.
