Capítulo 5: La reina de la fiesta, parte 1
– Un gusto volver a verlo, Lord Black Hat. – le sonrió la muchacha.
El aludido levantó la mano, le hizo un gesto en señal de que ella podía reincorporarse y se le acercó.
– Bienvenida a la mansión Hat, señorita Jill. Espero que haya disfrutado su estadía en Francia. – le saludó con solemnidad.
– La gastronomía francesa es buena, pero no se compara con un café amargo en una tormentosa mañana. – le contestó con sorna. El ente maligno no pudo evitar lanzar una carcajada. Siempre le ha hecho mucha gracia su sarcasmo.
– ¡Ven aquí, mi pequeña tarántula! – le extendió los brazos; cosa que la chiquilla correspondió en un apretado abrazo que molería los órganos de cualquiera, si no fuera porque el ser no tiene órganos.
– Te extrañé mucho, papá. – le dijo en tono cariñoso.
– Y yo a ti, querida.
Ella abrió grandes los ojos al escuchar aquello, soltando una pequeña risa y volteando la cabeza para mirarlo.
– Wow ¿Tanto me extrañaste que lo dices en alto? ¿Quién eres y qué hiciste con Lord Black Hat? – bromeó. Ahí el mencionado chasqueó la lengua y rodó los ojos con fastidio. El sarcasmo le gustaba, siempre y cuando no fuera dirigido a él.
– No lo arruines. – le gruñó, para luego deshacer el abrazo. Acto seguido, tomó una de las manos de la chica y la levantó para hacerla girar, analizándola de pies a cabeza. – ¡Estás preciosa y enorme! ¡Pensar que ayer te cargaba en brazos y te daba biberón! – espetó con entusiasmo. Una vez completó la vuelta, su atención se enfocó en la brillante cadena dorada que colgaba en su cuello. Era inevitable notar esa enorme calavera de peligroso poder. – Además, la tienes en tus manos, finalmente.
– En mis manos y bajo completo control. – sonrió con cierto orgullo, inflando el pecho.
Black Hat se tentó a tomar el artefacto para observarlo de cerca, sin embargo, este reaccionó soltando una ligera estela de humo rojo. Ciertamente, comprobó que la Caja de Pandora está bajo las órdenes de Jill, al punto en que nadie más puede tocarla.
– ¡Fabuloso! – exclamó complacido, soltando la calavera y dándole unas palmadas en los hombros a su heredera. – Confiar en Madame Odille fue un acierto. Cuando se pueda le daremos una atención especial. – caminó hasta su escritorio y se sentó en la enorme silla. – Llegaste justo a tiempo para celebrar esta noche. Deberías instalar tus cosas y descansar un poco. Mis empleados se encargarán de darte la bienvenida.
A causa de un chasquido de dedos, el piso comenzó a crujir, partiéndose en dos y abriendo un portal infernal hasta la habitación de la joven. Una enorme mano negra salió de ahí, extendiendo su palma para que ella se sentara.
– No te preocupes por trabajo, hoy es tu cumpleaños, así que tendrás la facultad de hacer y deshacer a tu antojo.
– Se lo agradezco, mi Lord. – asintió con la cabeza. Le complacía saber que el día fijado como su nacimiento seguía siendo un acontecimiento en la mansión.
De pronto, las puertas del despacho también se abrieron abruptamente, dando paso a una chica de cabello verde y capucha de reptil, muy furiosa.
– ¡Huelo una presencia femenina cerca de mi Lord! – gritó ella.
Examinó el lugar con la mirada, fijándola en la demonio de piel púrpura, quien estaba justo en frente de su amado señor. La rabia le provocó espuma en la boca y le hirvió la sangre, por lo que no perdió el tiempo para lanzarse a la supuesta "suripanta roba-novios" e intentar arrancarle la cara.
– ¡DEMENCIA! ¡NOOO! – gritó el , mientras corría por el pasillo junto a un oso muy adorable y panzón.
Por suerte, la mano negra fue lo suficientemente conveniente para agarrar a la chica reptil y evitar cualquier catástrofe violenta entre dos féminas bestiales.
– Ahg… Supongo que recuerdas a Demencia… – masculló el jerarca, hastiado.
– Cómo olvidarla… – la aludida respondió con cierto rechazo, alejando su rostro de la otra.
– ¡SUÉLTENME! ¡NO VOY A DEJAR QUE NINGUNA SURIPANTA SE ACERQUE A MI LORD! – gruñó la peliverde, aleteando con sus garras y pies para alcanzar a su enemiga, inútilmente.
– ¡Esa no es una suripanta! – le interrumpió el científico. – ¡Ella es…!
– ¡ES MI HIJA, GRANDÍSIMOS IDIOTAS! – explotó el ente maligno, aumentando su tamaño para intimidar a los subordinados. – ¿ACASO SON TAN CIEGOS QUE NO PUEDEN DARSE CUENTA?
– ¡E-es que… J-Jefecito…! – chilló el muchacho, aterrado. – ¡L-la s-señorita a-antes era a-así…! – señaló un tamaño pequeño con su mano. – ¡Y-y ahora e-está a-así! – la levantó hasta emular la estatura de la mencionada. – ¡N-no f-fue f-fácil r-recono-…!
– ¡NO IMPORTA QUÉ TAN CAMBIADA ESTÉ, TÚ DEBERÍAS SABERLO IGUAL! – le interrumpió con una voz monstruosa, golpeando el piso con sus puños y haciendo que todos los objetos de la sala, incluyendo a los presentes, saltaran. – ¡¿QUÉ TAN DIFÍCIL ES OBTENER UN POCO DE EFICIENCIA DE PARTE DE USTEDES, GUSANOS?!
El científico estaría chillando del horror, el oso lloraría en agonía y la lagartija se derretiría en un placer masoquista, si no hubieran sido salvados por la campana.
– Ejem… – carraspeó la de melena, intentando llamar la atención de todos. – No es mi intención contradecirlo, mi Lord, pero creo que no vale la pena gastar energía en este grupo de incompetentes. – les miró de reojo con un aire de soberbia y luego, volvió su vista a la bestia, regañándole internamente. – Sobre todo en un día como hoy. – enfatizó en esto último.
El mencionado se quedó en silencio por unos segundos, pensando. Efectivamente, lo que menos quería era arruinarle el día especial a su tarántula y hacerla enojar; por lo que, lo mejor era dejarlo pasar esta vez y no armar ningún escándalo. Ya se desquitaría con ellos mañana.
Respiró hondo y en la exhalación lanzó una cortina de humo negra que cubrió todo el despacho, sólo para disiparse y revelar que había vuelto a sus acostumbrados dos metros con tres centímetros.
– Agh… Sólo preparen todo para esta noche. Tendremos que recibir a muchos invitados. – rezongó en un tono más calmado. Al parecer, su ira se estaba apaciguando.
– ¿Invitados? – cuestionó la demonio, confundida ¿Qué clase de celebración tienen pensada?
– Pues, Lord Black Hat nos hizo invitar a… ¡ARGH! – se cortó el de la bolsa, puesto que fue interrumpido por el agarre del jerarca, que apareció de la nada para ahorcarlo con fuerza.
– ¡No arruine la sorpresa, doctor! – le advirtió con una sonrisa afilada, entre tanto el otro se retorcía por la falta de aire. – Sólo le informaré que habrá una cena en su honor y el código de vestimenta es formal, señorita Jill. – explicó, para luego soltar al pobre de su empleado.
La muchacha abrió grandes los ojos, repitiéndose varias veces en su mente la frase "cena en su honor". Cena en su honor… Múltiples invitados, o sea, mínimo treinta chicos y chicas de buen atractivo y, obviamente, deberían estar consideradas sus amigas del Internado; toda la comida habida y por haber en los universos posibles; una mesa enorme de postres; un jarro gigante de cucarachas de gomita en donde sumergirse; un buen suministro de alcohol y lo mejor de todo; una amplia pista de baile en donde relucir su despampanante vestido y así ser la envidia de los asistentes. Que excelente se ve el panorama en su cabeza.
Después de la bienvenida, agradeció cordialmente a su señor y se retiró a su vieja habitación con una sonrisa de oreja a oreja. Apenas cerró la puerta, comprobó que sus maletas habían caído eficientemente a través de un portal oscuro, y se detuvo a observar. Le sorprendió que sus cosas estuvieran intactas a como las dejó cuando tenía doce años, con los peluches mutilados, las muñecas con miradas escalofriantes, la estantería con libros en lenguas prohibidas y los posters de cantantes para público puberto. Cuanta nostalgia. Respiró hondo. Huele a violetas, magnolias y un toque de pimienta. Lo único distinto era la cama, que ahora es adecuada para su tamaño, y el maniquí con su hermoso vestido para esta noche: negro hasta la cintura, con tirantes, escote de corazón y encaje, falda morada hasta el piso, guantes y una estela de piel. Elegante y coqueto, tal como le gustan.
Con el movimiento de un dedo, arrastró el maniquí hasta su cercanía y lo agarró con un brazo, para tomar la falda con el otro y jugar un poco, mientras se miraba al espejo. Le emocionaba tanto imaginarse cómo sería la cena, la cena que su malévolo padre preparó especialmente para ella y nadie más que ella ¡Cuanta expectación! ¡Mucho más prometedora que su fiesta de quinceañera! ¡Sin duda, será el mejor de todos sus cumpleaños!
– ¡Felicidades, señorita Noir Jill! ¡Está a un día más cercano de su muerte! – se carcajeaba Dark Phantom I, entre tanto le daba la mano.
– Muchas gracias, señor… – espetó la chica con una sonrisa fingida. – Yo espero que cada día que pase sean cinco años menos de su esperanza de vida… – bromeó con mucha honestidad.
– ¡Ojalá, querida! ¡Lo que más espero es terminar mi jubilación! – se rio el hombre, para después fijarse con molestia en el muchacho que lo acompañaba. – ¿Ves? ¡Así es como se debe saludar a la Princesa de Mal, mocoso mediocre!
– Sí, papá… – asintió con vergüenza Dark Phantom II.
Una vez ellos se retiraron, la demonio espetó la mueca de disgusto más desagradable de la noche.
"Este es el peor cumpleaños de todos", pensó.
No podía creer que la fiesta de sus veinte podía ser tan aburrida. Lo único que se le ha permitido hacer es quedarse parada en la entrada, saludando con una sonrisa a todas las reliquias decrépitas y villanos mediocres que han tratado de aprovecharse de la situación, haciéndose los amables con tal de conseguir un favor de Lord Black Hat, y por si fuera poco, los talones le estaban comenzando a doler. Como si el simple hecho de decirle que lleva un lindo vestido fuera suficiente para convertirse en los favoritos de su padre. Pobres ilusos… y pobre de ella, que tiene que seguir soportándolos hasta quizás cuando ¡Ni siquiera ha podido bailar una sola canción desde que empezó! Tampoco ha visto a ninguna de sus amigas del internado, no hay una gota del alcohol y no ha comido ninguna de las delicias interdimensionales que se encuentran sobre la mesa de aperitivos. Definitivamente, se quería morir.
– Eh… mi Lord… – le susurró al mencionado, que tenía al lado. – ¿Hasta cuándo tenemos que recibir a estos idiotas?
– Hasta que los quince que faltan piensen que podrán recuperar su alma de vuelta por actuar lindos contigo. – le dedicó una sonrisa ladina. Claramente, la encarnación del mal estaba al tanto de lo quebradas que estarían las esperanzas de sus invitados al ver que hicieron tanto esfuerzo para nada. – Falta lambisconería en esta fiesta.
Olvídenlo. Ahora sí que se quería morir. No estaba segura de aguantar los saludos de quince inútiles más.
De pronto, una ventisca helada recorrió las espaldas de los presentes, produciéndoles un escalofrío eléctrico en las columnas que, al menos Jill lograba reconocer. Tal vez su rescate estaba más cerca de lo que pensaba.
Por el umbral de la puerta entró una figura delgada, de cabello blanco, tono de piel celeste y una nariz muy puntiaguda. Traía puesto un vestido azul marino y por cada paso que daba con sus zapatos de cristal, los azulejos se congelaban. De hecho, varios villanos que venían detrás de ella se resbalaron al pisar el hielo.
La demonio no pudo evitar sonreír, pues, entre todas los viejos rostros conocidos que vinieron esta noche, jamás se imaginó que la volvería a ver en pintas de gala. Si hasta llevaba una tiara sobre su cabeza, la muy sinvergüenza.
– Envy Froze. – la nombró en un siseo, apenas la tuvo en frente. – De todas las chicas del internado, sin duda eras a la que menos esperaba.
– Obviamente no podía perderme la oportunidad de ver cómo la Princesa del Mal se hace un año más decrépita. – se burló de la misma forma ácida. – Le deseo un muy desagradable cumpleaños, señorita Noir Jill. – le saludó en una reverencia.
– Sigue hablando así si quieres que mi Lord te achicharre, duende. – le señaló con la vista a su padre, quien le dedicaba una pequeña mueca de disgusto a la invitada, regañándola con el pensamiento.
– ¡Q-quiero decir…! ¡U-usted sabe que nos t-tratamos así de broma, m-mi a-amo y señor…! – se disculpó inmediatamente, riendo con nerviosismo y tomando el brazo de la cumpleañera. – L-le agradezco l-la invitación... – agregó con timidez, resguardándose en la otra.
– Tienes suerte de venir de una buena estirpe. – le respondió despectivamente el ente maligno. – Eres la más decente de todas las mocosas con quien se juntaba la señorita.
La sonrisa burlona de la chica se deformó a una triste, acompañada de su mirada cabizbaja. Eso explica por qué no ha visto a sus antiguas compañeras, pues ninguna cumplía los tan altos y exagerados estándares que Black Hat imponía y, a pesar de que no le extrañaba, parte de ella esperaba un ligero cambio en su estoico ser.
Suspiró con pesadumbre y al notar que los catorce invitados restantes eran demasiado insignificantes como para darles la mano, se acercó al oído de Envy.
– Duende, sácame de aquí. – le susurró, o más bien, le rogó en un tono amenazante que sobresaltó la más baja.
– ¡Ay…! Eeem… – titubeaba, entre tanto pensaba en la excusa. – ¿P-por q-qué no mejor m-me m-muestra l-la m-mansión, P-Princesa…? – le pidió con suma inquietud, a lo que la demonio no pudo evitar rodar los ojos con fastidio. Todavía es muy evidente al mentir.
– ¡Con gusto, querida! – asintió la aludida con cinismo, agarrando con fuerza la muñeca de la muchacha gélida. Comenzó a caminar con una disimulada rapidez, para la extrañeza del ente maligno.
– ¡Jill, espera! – le llamó él; no obstante, la nombrada no pudo escucharle (en realidad, le ignoró deliberadamente), ya que se había llevado a su amiga a rastras, atravesando el salón. Gruñó en señal de disgusto, más no quiso llamarle la atención sólo por ser su cumpleaños.
En el otro lado de la pista de baile, Jill y Envy se detuvieron en frente de la mesa del buffet, apartando violentamente a los comensales. La reina de la fiesta estaba con un humor de perros y si no saciaba aquello con comida lo antes posible, terminaría en desquitarse con medio mundo de una forma desagradable, así que comenzó a asaltar la sección de canapés y sándwiches, colocándolos en una pila sobre un plato, mientras su amiga la observaba con una ligera aversión.
– Eeh... ¿Por qué tanta urgencia? – cuestionó la invitada.
– Porque se supone que es mi fiesta y debería pasarlo bien, pero en vez de eso, llevo más de una hora y media parada en la entrada, dándole la mano y sonriéndole falsamente a un montón de viejos aprovechados y mocosos cochinos… ¡SIN COMER ABSOLÚTAMENTE NADA! – se quejó, mostrándole sus afilados dientes y apretando un sándwich hasta hacerlo puré de salsa de pollo con pimentón. – Por lo que, considero que tengo derecho a tragarme lo que se me dé la gana. – volvió a su semblante elegante, sacudiendo su diestra para limpiar los restos de pan.
– Válgame… Eres igual a ella. – tragó saliva. Aquellos cambios de humor le llegaban a dar escalofríos de tan sólo recordar a la matriarca del internado. – Suerte que está muy ocupada siendo directora como para salir de fiesta.
– No sale de ese jardín de 3000 metros cuadrados porque está encerrada. – le corrigió con cierta molestia, entre tanto metía porciones desmesuradas de comida a la boca. – Y de todas formas, es mejor que se haya perdido esta vergüenza de cumpleaños. Apuesto a que por eso ni siquiera Quimera fue capaz de venir. – bufó con frustración.
– En realidad, nadie sabe de Quimera hace como un mes. – soltó con simpleza, tomando uno de los sándwiches del plato.
– ¿Qué? – se sobresaltó, extrañada al principio, para luego preocuparse. – ¿O sea que está desaparecida…?
– ¡Yuju~! ¡Señorita Jill~! – se escuchó una voz al interior de la multitud.
– Ay no… – murmuró con disgusto al darse cuenta que el personaje que se estaba abriendo paso entre la gente era el infame Dark Phantom II, llevando a rastras a su secuaz. Adivinó sus intenciones en seguida. – ¡Sácame de aquí, por favor!
– Primero quieres que te saque de la entrada y ahora quieres que te saque del buffet. – se quejó su amiga, sin disposición alguna de ayudar. – ¡¿Qué demonios quieres?!
– ¡QUE ME LO SAQUES DE ENCIMA! – siseó con una lengua afilada y ojos amenazantes, no conforme con la respuesta. Estuvo a punto de tomar la mano de la invitada y salir corriendo, no obstante, el chico albino y su secuaz ya estaban allí para cortejarlas a ambas.
– Se ven muy guapas hoy, señoritas. – les saludó Dark Phantom con una gran y coqueta sonrisa. Curiosamente, le faltaba un diente.
Ambas lo observaron de pies a cabeza y enarcaron una ceja, simulando la expresión de un par de divas desagradables. Si estuvieran en la hora del almuerzo de una secundaria, definitivamente él no estaría bienvenido en su mesa.
– ¿Disculpa? ¿Nos hablas a nosotras? – preguntó la muchacha gélida, con indolencia.
– P-pues, claro… – contestó el alienígena, un poco nervioso por aquellas miradas penetrantes. – ¿Q-qué otras b-bellezas podrían haber en esta fiesta…?
La cumpleañera simplemente rodó los ojos con desprecio y volvió a concentrarse en sus sandwiches. Tal vez este gusano se iría si lo ignoraba.
– ¿S-señorita Jill…? – trató de llamar su atención otra vez, tímidamente. La miró a ella y luego miró a Envy, dándose cuenta que estaba haciendo el ridículo. Respiró hondo y le pegó a su secuaz con el codo, como último recurso.
– Ejem… – carraspeó Ghoul. – Mi señor quería invitarla a bailar, Princesa.
– ¿Y por qué no se lo pides a Demencia? – cuestionó la aludida, dejándolo en evidencia y provocándole una risa socarrona a su compañera. Obviamente, el hombre ya había sido rechazado por la chica reptil con un muy cortés golpe en la cara.
– Piérdete, fracasado. Estamos fuera de tu alcance. – se burló la señorita Froze.
– ¡¿Yo un fracasado?! ¡Fracasadas son ustedes, a las que nadie las ha sacado a bailar en su propia fiesta! – les insultó Dark Phantom, enfadado y dolido.
– ¡Mi señor! – le regañó el otro chico.
– ¡¿QUÉ DIJISTE?! – gritaron ambas al unísono.
A continuación, Envy le pegó una patada al piso, produciendo un rayo que llegó hasta los pies del alienígena y cubrió su cuerpo con un cubo gigante de hielo, dejando sólo su cabeza afuera. Jill, por su parte, chasqueó los dedos y transformó su sombra en un tentáculo que se enrolló alrededor de este cubo y lo trasladó hasta una ventana, dejándolo colgando en el aire, en forma de amenaza. Por obvias razones, esto llamó la atención de todos los presentes.
– ¡¿Q-QUÉ R-RAYOS ESTÁ…?! – chilló el aludido.
– Para tu información, no es que nadie nos haya sacado a bailar. – comenzó la Princesa del Mal, con un tono de ultratumba que aterrorizó al invitado. – Lo que pasa es que ninguno de ustedes, soperútanos, son lo suficientemente decentes para si quiera atreverse a dirigirme la palabra ¡Sobre todo cuando su objetivo es únicamente tratar de caerle bien a Lord Black Hat! – le gruñó con molestia esto último, mostrándole sus afilados dientes. – ¡LO ÚLTIMO QUE FALTA ES QUE UN ZÁNGANO COMO TÚ VENGA A EXIGIRME UNA PIEZA DE BAILE E INSULTARME EN MI CUMPLEAÑOS, AL MISMO TIEMPO!
– ¡S-señorita Jill! – le interrumpió de repente el científico, corriendo hacia ella para tratar de detener cualquier conmoción. – ¡¿Qué está haciendo?!
La demonio lo divisó por el rabillo del ojo y sonrió. Se le acababa de ocurrir una excelente idea.
– Además, ya tengo pareja de baile. – pronunció con simpleza, volviendo a su semblante elegante.
– ¡¿Q-qué?! ¡¿Y q-quién es…?! – preguntó el albino, temeroso de lo que podría ser de su destino si erraba en sus siguientes pasos.
Otro tentáculo se desprendió de su sombra y muy disimuladamente se enroló en la cintura del chico de la bolsa, para después acercarlo abruptamente a ella.
– ¡El Dr. Flugslys! – respondió, muy campante.
– ¡¿QUÉ?! – masculló el mencionado, sorprendido.
– ¡¿QUÉ?! – repitió Dark Phantom.
– ¡¿QUÉ?! – le siguió Envy.
– ¡¿QUÉ?! – habló después el público.
Y por último, Black Hat escupió su coctel en un chorro de ácido que impactó en el rostro de 5.0.5, apenas escuchó la frase.
– ¡¿QUÉ?!
– Así es. El Dr. Flug vino a pedirme que fuera su pareja de baile, mucho antes de que tú lo hicieras ¿Cierto, doctor? – le cuestionó con una mirada que el empleado no supo distinguir si era suplicante o inquisidora. De todas formas, le producía un escalofrío en su espalda.
– Eh… P-pero yo no sé… – murmuró, para luego recibir un apretón con el tentáculo como represalia. – ¡S-SÍ, SÍ, SÍ! ¡Y-YO SE LO PEDÍ P-PRIMERO! – tartamudeó con nerviosismo.
– ¡No puede ser que usted haya aceptado la invitación de este enclenque! – se quejó Dark Phantom, siendo incapaz de creer la excusa.
– Bueno, cuando te consigas un título universitario con honores por tu cuenta, me pensaré si bailar contigo. – habló la muchacha con frivolidad. – ¡Bon voyáge! – se despidió finalmente con una sonrisa, haciendo que el tentáculo lo soltara.
– ¡NO, NO, NOOOO! – le suplicó el alienígena, tardíamente, pues ya estaba cayendo al vacío.
Una vez se escuchó el ruido del cubo de hielo rompiéndose, todos se miraron de forma incómoda y tragaron saliva. En el fondo, los invitados estaban temerosos con la idea de provocar otro arrebato de ira de la Princesa del Mal y terminar igual a su reciente víctima, por lo que sólo volvieron a meterse en sus asuntos como si aquel intento de asesinato no hubiera ocurrido. El único que quedó más angustiado fue Ghoul.
– ¡NOO, MI SEÑOR! – exclamó él, llevándose las manos a la cabeza y dispuesto a correr para rescatar al mencionado.
– ¡Espera! – le detuvo Envy, por un segundo. – Me parece que eres mucho más educado que tu jefe, así que… ¿T-te gustaría bailar? – le pidió con un poco de vergüenza, dejando al secuaz desconcertado.
– M-me encantaría, p-pero… ¡D-debo rescatar a mi s-señor primero! – se disculpó el otro con las mejillas algo coloradas, comenzando a correr. – ¡E-espéreme sólo u-unos minutos, señorita Froze! ¡Y-ya vuelvo!
– Pfft. Secuaces. – se dijo a sí misma, cruzando los brazos con fastidio. Ahora no solamente tiene que ser la salvavidas de su amiga, sino que también tiene que ser la perdedora que se queda en la banca.
Por otra parte, Jill y su recién proclamada pareja de baile también se observaban con incomodidad. Ninguno sabía muy bien cómo proceder este retorcido plan para espantar patanes, debido a dos razones: la primera es que recién se están volviendo a relacionar en serio después de como 9 años; y la segunda, es que Flug no baila desde la secundaria. Seguramente, él va a salir de esta con un miembro menos en cuanto su jefa se entere de esto último, o al menos eso cree.
– Perdón por meterlo en esta situación, doctor… – se disculpó la joven, jugueteando con sus pulgares. – Es que… ya no sé qué hacer para que esta fiesta deje de ser un fiasco. – confesó con tristeza.
No obstante, aquella expresión le ablandó el corazón al científico y lo puso un poco nostálgico. Había recordado ciertos eventos del pasado que lo involucraban a él, Demencia y la travesuras de aquella, en ese entonces, mocosa malcriada que terminaba haciendo berrinches una vez era regañada por su padre. Le daba hasta gracia pensarlo. Efectivamente, no importa cuántos años pasen o cuantos centímetros crezca, ella siempre seguirá siendo la misma señorita Jill que lo metió en problemas en su primer día de trabajo.
– Supongo que los bailes elegantes al estilo británico no son objeto de interés para chicas de veinte años, ¿no? – bromeó el chico, sacándole una pequeña sonrisa a la otra.
– ¡Oigan, tarados! – se escuchó una voz conocida entre medio de la gente. Todos se voltearon a verla y resultó que Demencia había tomado el control de la mesa del DJ. – ¡Aquí les va un lento para animar esta fiesta!
De pronto, una canción contemporánea comenzó a sonar por primera vez en la noche, a petición de Envy, que estaba igual de aburrida que la celebrada. Varios invitados la reconocieron, dejaron su coctel y se fueron acercando a la pista de baile, después de como dos horas y media de escucharse solamente murmullos y chismes. Finalmente, algo interesante que hacer en esta fiesta.
Aunque, Flug pensó todo lo contrario. Los nervios lo invadieron de pies a cabeza, dándose cuenta de que estaba a punto de cometer una locura ¿Qué diablos se le pasó por la mente en ese momento? ¡No bailaba desde la secundaria! ¡¿En qué momento se le ocurrió aceptar ser la pareja de baile de la señorita Jill…?! Ah, sí. En el momento en que fue amenazado por la misma.
– ¿Doctor? – le nombró la aludida. – ¿Se siente bien?
"Muéstrame cómo te importa."
Aquella pregunta lo trajo de vuelta al presente. Miró a la Princesa, que tenía un rostro de preocupación, y se miró a sí mismo, que estaba comenzando a sudar como un cerdo ¡Muy bien Flug! ¡Vamos directamente a provocar vergüenza ajena!
– E-eh…. Y-yo… – tartamudeó. Apenas le salía un hilo de voz.
"Dime cómo fuiste amado antes."
Fijó su vista hacia todas partes en búsqueda de una salida, pero en vez de eso, sólo se encontró con los orbes oscuros e inquisidores de su jefecito. El jerarca le gruñía y le mostraba sus afilados dientes, de una forma que lo hacía querer chillar. Claramente se llevaría una represalia muy grande si le arruinaba el cumpleaños a heredera.
Al demonio. Su integridad física y la felicidad de la Princesa eran más importantes que su dignidad.
– ¡S-señorita J-Jill! – le nombró él, extendiéndole su temblorosa mano. – ¿M-me concedería e-esta p-pieza?
"Muéstrame cómo sonríes."
– Encantada. – asintió la demonio, correspondiendo el gesto.
Ambos se dirigieron a la pista de baile y se posicionaron uno en frente del otro. La cumpleañera le tomó una mano y posó su diestra en el hombro izquierdo del empleado, mientras que este le tomó de la cintura con mucho pudor. Estaban listos para bailar un sencillo vals.
"Dime por qué tus manos están heladas."
– Gracias, doctor. – masculló ella con sinceridad.
– N-no tiene por qué a-agradecer. Después de todo, u-usted es mi segunda jefa ¿Lo recuerda? – lanzó una segunda broma. Hoy estaba en racha.
– Heh. Hablo en serio. Gracias, Flug. – le sonrió.
"Muéstrame cómo…"
Siguieron bailando al ritmo lento de la canción, cumpliendo por lo menos una de las cosas que la demonio tenía en su lista: ser la envidia de todos los presentes en la pista de baile. Por una parte, las chicas sentían celos de su vestido, puesto a que obviamente era el más bonito; y por la otra, los chicos le tenían rabia al muchacho de la bolsa porque había conseguido acercársele a la mamacita mexicana. Un aroma muy dulce.
Y por supuesto, no podíamos olvidarnos del Señor Supremo de la Maldad, que estaba muy enclaustrado y disgustado en una esquina del salón, con los brazos cruzados. De tan sólo ver bailar al pelafustán de su esclavo con su amada hija, le hervía la sangre de la rabia ¡Nadie es lo suficientemente digno para bailar con su pequeña tarántula, mucho menos Flug! ¡¿Cómo se atreve?! Apenas lo tenga en sus manos, lo mutilará y achicharrará sus restos personalmente.
– 5.0.5 – llamó al oso, que traía una bandeja con canapés. – Cuando termine esta aberración de canción, vas a sacar a Demencia del puesto de DJ ¡Y la orquesta que YO contraté volverá a tocar! – le amenazó con su lengua afilada.
Sin embargo, justo la canción lenta terminó para dar paso a una más movida. Parecía el ritmo de una bachata cantada por una colombiana.
"Dices tanto… que te hace daño…"
Los invitados se animaron y Jill no fue la excepción. Inmediatamente agarró confianza con el científico y comenzó a mover las caderas, poniéndolo aún más nervioso. Se notaba que a la demonio le gustaba mucho esa canción.
"Correr detrás de lo que no va a ser."
Black Hat vio esto desde la lejanía. Su pequeña tarántula estaba tan contenta que no fue capaz de interrumpirle la diversión, por más que le molestara que los demás fueran felices.
– Está bien. Una canción más y vuelve la orquesta. – gruñó, resignado.
Fue más que evidente el hecho de que la orquesta no volvió a tocar en el resto de la noche. Las velas del pastel de chocolate se apagaron después, la gente siguió bailando la música que el ente maligno despreciaba y la fiesta se prolongó hasta las 1 de la mañana, lo máximo que se le podía permitir celebrar a la Princesa del Mal. Cuando todos se fueron, la joven volvió a su habitación con una sonrisa de oreja a oreja y se lanzó a su cama, satisfecha a pesar de todo. Posteriormente, tomó su teléfono y llamó a su amiga gélida, mientras tarareaba la melodía de la bachata.
– ¡Buenas noches, veinteañera! – le saludó la aludida. – ¿Qué tal lo pasaste?
– Bien, bien. – contestó la otra. – Aunque aún quedé con ganas de que ocurrieran dos cosas.
– ¿Cuáles?
– Pues, que Dark Phantom se hubiera partido en mil pedazos. – mencionó la primera con malicia, sabiendo que solamente se rompió la espalda por la caída. – Y que todas las chicas hubieran venido.
– Bueno... – canturreó la duende. – ¡Mira por tu ventana!
Ahí la chica enarcó una ceja, extrañada, y se levantó de su cama. Se acercó a la ventana, como le habían pedido, y al correr la cortina de terciopelo, divisó a su grupo de amigas del Internado, quienes la estaban saludando. Envy estaba en el patio de la mansión, junto con Póker Face, Cobalt Blue y Mawrasite, siendo Quimera la única que faltaba. De alguna forma, habían burlado el sistema de seguridad de la mansión.
– ¡Debes estar bromeando! – exclamó la heredera, de la sorpresa.
– ¡Es tu cumpleaños y va a durar hasta el amanecer, anciana! – le contestó Froze, haciendo un gesto para que se apresurara.
– ¡Dame diez minutos! – le dijo, para después cortar el teléfono.
La joven dio unos pequeños saltitos de emoción y corrió hasta su armario para buscar algún outfit indicado para un antro, lugar al que apostaba que irían todas. Tomó un vestido amarillo corto de tirantes, brazaletes dorados, un par de medias negras y tacones morados; para luego cambiarse en un chasquido de dedos. Posteriormente se acercó al espejo para retocarse el maquillaje, y al comprobar que estaba lista, caminó hasta la ventana, con intenciones de escapar.
Sin embargo, no esperaba que en ese preciso segundo, tocarían su puerta.
– ¿Señorita Jill? – preguntó el científico, desde el otro lado de la habitación. – ¿Puedo pasar?
Apenas escuchó su voz, la mencionada entró en pánico y corrió para guardar sus ropas y esconder las evidencias. Sabía que no le iba a ser tan fácil escaparse, pero en definitiva, no se esperaba esto. Demonios ¡Justo ahora que se iba a ir de parranda! ¡Y de todos los obstáculos posibles, tenía que ser Flug! ¿Qué iba a hacer ahora? ¡Vamos, Jill! ¡Piensa en una excusa, rápido!
– Eh… ¡No, estoy en piyama! – se le ocurrió de repente, entre tanto se cubría con una bata. – ¡Espérame! ¡Yo te abro!
La demonio abrió la puerta hasta la mitad, asomando una parte de su cuerpo para que no verse sospechosa.
– Estaba por dormirme ¿Necesitas algo? – le cuestionó con impaciencia.
– Pues… – masculló el muchacho, rascándose la nuca. – Debo informarle que Lord Black Hat va a darle su primer encargo mañana y la necesitará en su oficina a las 8 de la mañana.
– Ah, ok. Lo tendré en cuenta. – respondió con rapidez. – Gracias y buenas noches. – se despidió para cerrar la puerta.
– ¡Espere! – le interrumpió, deteniendo el umbral con su mano y empujándolo ligeramente. – También quería decirle que… – tragó saliva, un poco nervioso. – A-agradezco que me haya escogido como su pareja de baile. L-la pasé bien hoy…
– Oh… – murmuró la otra, desconcertada. – Gracias a ti también. – le sonrió.
Un silencio incómodo se hizo presente por unos segundos, poniéndolos incómodos.
– ¿Y eso es todo? – habló la chica.
– Había algo más… – masculló, dudoso. – Pero seguramente lo recordaré mañana. – se encogió de hombros. – Que pase una buena noche, señorita. – se despidió finalmente.
– Igualmente. Buenas noches, doctor. – le siguió con amabilidad y cerró la puerta definitivamente.
Una vez comprobó que los pasos del científico se alejaban, la cumpleañera corrió hasta la ventana y la abrió de una vez por todas, para el alivio de sus impacientes compañeras. Saltó de ahí y cayó perfectamente de pie, siendo recibida alegremente por las demás.
– ¡Al fin! – dijo Envy en un suspiro. – Pensé que nos iríamos sin ti.
– ¿Y dejar el caos para ustedes solas? Ni pensarlo. – contestó con una afilada sonrisa.
– Feliz cumpleaños. – le saludó Póker Face, con su acostumbrada monotonía.
La noche de los veinte años aún es demasiado larga y estas chicas no perderán ni un minuto más para celebrar como debieron haberlo hecho desde un principio; o sea, reggeatton, alcohol, luces estroboscópicas y muchos corazones que romper. Después de todo, aún son muy jóvenes e intrépidas, así que ¿Qué es lo peor que podría pasar? ¡La diversión apenas comienza!
No obstante, la noche no iba a ser tan divertida para el Dr. Flug, quien seguía tratando de recordar qué era lo tan importante que debía decirle a la heredera ¿Tal vez si volvía a recorrer el pasillo recuperaría aquello? No estaba muy seguro y se arrepentía de no haberlo anotado.
Suspiró y decidió que lo mejor era volver a su laboratorio, pues aún tenía demasiado trabajo que hacer. Reanudó su caminata por el corredor, pensando en el día de hoy y lo curiosamente entretenido que fue. Quien diría que un nerd como él tendría la oportunidad de bailar con la hija del mismísimo Lord Black Hat. Era gracioso desde cualquier punto de vista.
Sin embargo, algo lo hizo detenerse en seco.
– Un momento…
La hija del mismísimo Lord Black Hat dijo que se iba a dormir, estando con bata, medias negras y tacones.
– Ay no… – masculló para sí mismo, preocupado.
Dio media vuelta y corrió por el mismo pasillo a toda velocidad, en dirección a la habitación de la demonio. Pedía con todas sus fuerzas en su mente que, POR FAVOR, la señorita no hiciera el mismo truco que Demencia solía hacer cada vez que quería escaparse para salir de fiesta y destruir la propiedad privada. Ahora, el hecho de verla durmiendo plácidamente en su cama es un asunto de vida o muerte para él.
Llegó hasta el dormitorio y abrió bruscamente la puerta, sólo para encontrarse con la ventana abierta y el viento meciendo las cortinas, como se lo temía.
– ¡AAAY NOO! – chilló del espanto. – ¡ME LLEVA LA QUE ME TRAJO! – maldijo, agarrándose la bolsa de su cabeza y rompiéndola, para desvelar otra debajo.
Estaba perdido. A la Princesita se le ocurrió escaparse y eso sólo significa que Black Hat lo va a asesinar si se entera.
