Notas:Al romper el alba, lo que aflora es el enamorado auténtico, y el reconocimiento de los deseos individualistas.
Advertencias: Escenas subidas de tono.
Disclaimer: Banana Fish no es mio. ¿se imaginan? terrible.
.Al romper el alba
La situación actual de Ash ya lo tenía acostumbrado a las visitas sorpresa. Así que, tras la llegada de Ibe y Max, que el sonido de la puerta lo despertara en la mañana y que quienes esperaran al otro lado de la misma fueran los miembros más cercanos que tenía de su ex pandilla, realmente no debería haber sido una sorpresa.
A pesar de su muy elaborado engaño, había personas que no había podido –o querido alejar de su vida- fuera por una razón u otra. Y, señoras y señores, ese era su castigo.
Ser levantado una mañana de domingo a las siete am.
—¡Jefe!
—Ahhh—Se quejó Ash, colocando su mejor expresión asesina, logrando la reacción que quería. Aún si hace años él había dejado de ser su jefe de manera oficial, aún podía generar el miedo a dios en el alma de sus alguna vez seguidores—No sean bulliciosos, ¿saben qué hora es?
Alex pidió perdón en nombre de los tres, mientras rascaba su mejilla quitado de la pena, y Ash extrañó –al menos por un segundo- ser capaz de callar una habitación entera solo con su presencia.
Bostezó, cubriendo su boca sin mucho cuidado.
—¿Y?—Preguntó, dejándolos pasar—¿Qué hacen aquí?
Kong y Bones parecían ser los más emocionados.
—Trajimos regalos, ¡Mire cuantas cosas, jefe!
Ah, sí, las bolsas debieron ser alguna clase de indicativo.
Revisó entre las mismas, siendo que la mayoría eran productos culinarios que a Eiji le gustaba poner en la comida, y de los cuales Ash realmente cuestionaba su razón de existir. Todos los chicos de su pandilla habían terminado sus conexiones con la misma poco después de la despedida de Ash, uno tras otro intentando hacer algo más por su vida que mantenerse constantemente entre el filo de la navaja. La última vez que hubieran hablado, sabía que Kong y Bones vivían juntos, y habían abierto una ferretería en la parte más movida de la ciudad. Mientras que Alex, por su parte, trabajaba en un taller de reparación mecánica.
—Sí, puedo verlo…
Comentó, mientras sacaba las cosas en la mesa del comedor. Hasta llegar a un… oh.
—¿Ash?
La voz de Eiji llegó desde el pasillo que llevaba a la habitación principal, aún estaba en pijama, justo como él, pero su rostro perdió cualquier clase de modorra que pudiera quedar tan pronto vio a sus amigos.
—¡Chicos!
—¡Eiji!—Saludaron en coro, su antiguo jefe repentinamente olvidado.
Ash se habría tomado al menos un momento para sentirse ofendido, de no ser por lo que tenía en sus manos.
¿Era una camiseta de maternidad?
Sintió su mirada tornarse pesada, y con los ojos fijos en su antiguo segundo al mando, habló.
—¿Y a ustedes quién les dijo?
Porque, en serio, si había sido Max…
Bones, por su parte, y haciendo gala de su habilidad innata para ignorar los conflictos como cualquier buen beta que se sabe protegido, simplemente sonrió.
—¡Eiji!
Ah, debió verlo venir. No es como si Ash pensara mantener en secreto la noticia de las personas que los conocían, ya que en algún momento simplemente sería imposible ocultarlo, pero toda esta algarabía y festejo iba un poco en contra de su propio sentido de reserva.
Ash nunca había sido de hacer mucho alboroto sobre nada, realmente.
Mucho menos si tenía que ver con él en algún sentido.
Suspiró.
Eiji en cambio, solo tenía una gran sonrisa en los labios.
—Es normal que nuestros amigos sepan, ¿no?
Ash se limitó sólo a cruzarse de brazos, negando la cabeza.
—Y yo aún intento entender cómo es que te hiciste amigos de esta clase de gente.
Escuchó un "hey" Ahogado que venía de seguro de sus amigos, pero no le prestó mucha atención, optando por volver a la habitación y poder cambiarse con algo más cómodo para recibir a las visitas, mientras escuchaba como el pintoresco grupo en su sala ahora parecía revisar cada pequeña cosa que habían traído.
Incluso creyó escuchar el nombre de Caín siendo soltado en alguna oración, y vaya, que eso tampoco sería una sorpresa.
Cuando terminó de cambiarse, Kong y Bones ya estaban haciendo alboroto de nueva cuenta al hacer que Eiji comenzara a probarse ropa que, claramente, era aún demasiado grande para su talla. Y, Ash, pensó no por primera vez ese día que era demasiado temprano para tanto alboroto.
—Hey, jefe
Sin embargo, su salvación llegó en forma de Alex. El alfa le hizo un gesto con la mano que Ash ya conocía demasiado bien, después de todo, habían sido muchos años teniendo a Alex como su mano derecha.
Simplemente le regaló un silencioso asentimiento, antes de seguirlo afuera del departamento. Ese edificio no se parecía para nada a las casas de crack donde usualmente se escondían, así que no tenían una terraza destartalada donde pudieran hablar. Empero, en cambio, había un pequeño parque comunal dentro del complejo de departamentos.
Y con el clima que hacía, de seguro no habría ningún cachorro jugando en los intentos de columpios.
Alex había sido amigo suyo durante mucho tiempo. Antes de la llegada de Eiji, era en quien más confiaba sólo después de Shorter. A pesar de ser un alfa como él, nunca había intentado levantarle la voz o gruñirle, ni siquiera cuando le ladrara órdenes directamente, o cuando el mismo Ash se molestara tanto que le mostrara los dientes al resto de su equipo. Un alfa lo suficientemente cesudo como para saber que se tenía que pensar con la cabeza de arriba, antes que con la de abajo. Y, entender la jerarquía y respeto entre una manada, sin importar lo que las hormonas enloquecidas en un momento de desenfreno o extrema violencia como las que solían atravesar le dijera.
Sí, Alex era un buen hombre.
Uno completamente confiable, no por nada le había encargado la seguridad de Eiji hacía tantos años atrás.
—Lamento el alboroto, jefe, los chicos realmente querían venir a verlos—Intentó explicar Alex, y Ash simplemente negó con la cabeza, sentándose sin mucho cuidado en la banca que aún tenía algo de rocío matutino.—Pero yo mismo también estaba emocionado, ¡Felicitaciones, jefe!
Ash le dedicó una expresión divertida
—¿Tú también, Alex? Creía que eras un poco más duro. Últimamente todos parecen más hormonales con el asunto que Eiji—Dijo, sin real intención de burla o malicia—Además, ya no soy tu jefe.
Pero Alex negó fervientemente, sentándose a su lado.
—Es que es una gran noticia—replicó—Y Eiji es como parte de la familia.
Dijo, ganándose una mirada curiosa de Ash. Antes de que pareciera pensar mejor sus palabras, sólo por un segundo.
—Es decir—Comenzó, con cierto nerviosismo—Los chicos y yo sabemos que tienes una nueva manada, Eiji y tú. Pero nosotros, antes, también éramos una. Los chicos, la banda.
Alex podía ser un segundo al mano confiable, pero nunca había sido particularmente ducho con las palabras. Empero, continuó.
—Cuando Eiji apenas llegó al grupo, todos estábamos felices por usted, jefe. En serio. Aún si era bastante raro y nuevo verlo tan apegado a un omega, entendíamos que le hacía bien tenerlo a su lado, y aun si Eiji ni siquiera sabía sostener una pistola, era agradable tenerlo cerca. Nunca dejaba que nadie del grupo pasara hambre, y siempre tenía algo para decirnos cuando estábamos preocupados por usted. Era alguien muy amable.
Los engranajes de su mente parecían girar todo lo rápido que podían, y Ash era capaz de olfatear un poco de nerviosismo en el aroma usual de Alex, así que simplemente lo dejó terminar, observándolo fijamente.
—… Eiji es tan importante para nosotros como lo es usted, jefe. Y saber que pueden estar juntos, nos hace felices así que… déjenos estar felices por usted, jefe.
Ash escuchó, procesando todo lo que su amigo acababa de decirle, para finalmente sólo regalarle una sonrisa algo pagada de sí misma.
—Que no soy tu jefe, Alex.
El mentado le devolvió el gesto.
—Déjanos ser felices por ti, Ash.
—¡Ha!—Dijo, antes de darle un golpe con el hombro—¿Lo ves? No es tan difícil.
Se burló, recibiendo un golpe similar y la risa de su amigo.
Pero sí. Realmente.
Ash estaba feliz.
Sing se preguntaba cómo es que no se había ganado ya alguna mirada de reproche de sus colegas, siendo que había pasado la mitad de la reunión ojeando discretamente el celular.
O, quizá, si lo había hecho, sólo que no se había dado cuenta. El viaje se había alargado más de lo que esperaba en un inicio, ya que sus principales socios allí parecían particularmente reticentes a dar el brazo a torcer, aún si el lado de los Lee tenía muchísimo más valor monetario y de personal.
Suponía que estaban jugando a hacerse los difíciles, y al ser un trato oficial, no es como si pudieran utilizar alguna artimaña para poder acelerar el proceso.
"Sólo se paciente, van a ceder. Sé lo que te digo"
Era lo que rezaba el mensaje de Yut-Lung. Sing se había encargado de mantenerlo informado sobre las negociaciones, además de pedir actualizaciones constantes sobre su estado de salud. Aún si el omega se tomaba su dulce tiempo para poder responderle. Tanto que más de una vez había tenido la necesidad de llamar a los trabajadores de la mansión, para preguntar directamente a ellos.
Cuando la reunión terminó, Sing estaba seguro que no serían más de un par de días de negociaciones, los líderes de la empresa que ellos querían comprar habían dicho que necesitaban hablar una última vez con sus abogados, pero ya no había manera de seguir dilatando lo inevitable.
Llegando al hotel, dejó su traje sin mucho cuidado, estirándose en la cama y observando el teléfono.
Además de sus constantes conversaciones con el líder de los lee, Sing también se tomaba el tiempo para preguntar cómo estaba la salud de Eiji. Aún si había notado que el embarazo no lo había golpeado igual de fuerte, no dejaba de preocuparse un poco.
Eso lo mantenía ocupado, admitiría, el poder preocuparse por otros a veces le ayudaba a tener una visión un poco más serena de las propias cosas que le rodeaban. Como si de esa manera, no tuviera que verse a sí mismo como participe activo de la situación.
Era curioso, cómo es que los dos únicos omega a los que realmente era cercano, resultaron pasar por la misma situación al mismo tiempo. Aunque eso era un secreto, que creía que haría enfadar a Yut-Lung si llegara a saberlo, al menos un poco. Si bien la obsesión mal sana que había tenido con el lince parecía haber desaparecido con el tiempo, cada vez que se mencionaba el nombre de Eiji, Sing podía notar que aún había un ligero tono de desidia que no parecía tener intención de desaparecer pronto.
Y, aunque Sing intentara encontrarle sentido a ese hecho, simplemente no podía. Eiji era una de las personas más amables que hubiera conocido, y no entendía por qué Yut-Lung no podía verlo de esa manera.
Su retahíla de pensamientos fue interrumpida de repente, por el vibrar de su teléfono.
"Perdí cinco kilos"
Los ojos de Sing casi se habían salido de sus órbitas.
"¿Cómo?"
Respondió.
No es como si él supiera mucho de embarazos, ya que nunca había visto uno de cerca más allá de las visitas esporádicas que le hacía a Nadia cuando ella esperaba a su bebe. Empero, estaba casi seguro que se suponía que fuera al revés, ¿no tenía que ganar peso?
"Es lo que me dijeron hoy en la revisión"
Sing se frotó la cien con desesperación.
"Cuando vuelva haré que comas el doble"
Amenazó, aunque no estaba seguro de si era así como funcionaba. Sus dedos tamborilearon sobre la pantalla del celular, esperando que le respondiera, de pronto demasiado pendiente de los segundos y minutos que pasaban.
Cuando finalmente respondió, Sing notó que acababa de recobrar el aliento.
"El doctor dice que es normal, lo de perder peso en un inicio. Y considerando que no podía mantener nada en el estómago, no debería alarmarme"
Sing se frotó el entrecejo que sin darse cuenta había comenzado a fruncir con demasiada fuerza. De pronto, cualquier rezago de paciencia que pudiera haber estado guardando para los socios de la mañana, había desaparecido.
Quería regresar a casa.
"¿Estás seguro de que estas bien? ¿No quieres que regrese?"
Cuestionó, listo para tomar el primer vuelo que lo llevara a Nueva York si la respuesta era positiva, en cambio, no recibió respuesta.
Al menos no inmediatamente.
"Sí. No seas exagerado, y haz tu trabajo, Sing"
El mentado solo pudo soltar un bufido, dejando caer su brazo a un lado de la cama y con el, su teléfono.
Chasqueó la lengua, sintiéndose extrañamente frustrado.
Después de unos segundos regresó a su teléfono, buscando su conversación con Eiji.
De nuevo, era el único otro omega que podría darle alguna clase de consejo en una situación así.
Cuando Ash llegó con sendas tazas de té en las manos, Eiji estaba en la computadora, terminando de darle un par de retoques a las fotografías que tendría que presentar la semana siguiente.
—¿No se te cansan los ojos?
Preguntó, dejando la taza a un lado y dando un pequeño golpe a la montura de su esposo. Hacía apenas un año había comenzado a usar gafas, después de quejarse de lo mal que lo hacían lucir, pero la necesidad había sido mayor que la vergüenza.
—Un poco—Admitió, con una sonrisa leve, agradeciendo él té, al tiempo que su celular sonaba.
—Humm, ¿tus colegas siguen escribiéndote? —Era algo que se había hecho una constante últimamente, con un gran proyecto en puertas de ser anunciado—¿Qué no saben que no estás en horas de trabajo?
Protestó Ash, mientras iba detrás de su esposo y enrollaba sus brazos en su cuello, descansando su cabeza sobre la del omega.
Eiji rio, quitado de la pena.
—Quizá sólo tienen alguna duda sobre las imágenes, no importa.
Ash solo soltó un pequeño "ah" incrédulo, mientras dejaba que sus ojos deambularan por la pantalla del teléfono de su esposo. Sin embargo, el nombre que apareció allí no era el de ninguno de los compañeros que le conociera a Eiji.
Era Sing.
—¿Uhm?
Elevó una ceja, y pudo notar que el mismo Eiji parecía algo sorprendido.
—¿Sing te escribe muy seguido?
Bueno, eran amigos, supuso Ash. De la misma manera en la que lo eran de Kong, Bones y Alex. Sin embargo, no podía evitar sentir una extraña pesadez en la base del estómago al imaginar eso.
—A veces—Confesó Eiji, sin prestarle mucha atención a su respuesta, comenzando a leer.
"Eiji, ¿has perdido mucho peso desde que estas en cinta?"
Decía el mensaje, y Ash volvió a poner una expresión de duda.
—¿Qué? —Preguntó al aire, pero Eiji parecía estar sopesándolo—¿Haz bajado de peso?
Cuestionó Ash, con el rostro teñido de sorpresa.
—Sí, un poco. Dos kilos y un poco más, la última vez que me pesé.
El rostro de Ash se volvió un poema.
—¿Qué quieres decir?
La última vez que hubiera tocado a Eiji no lo había notado.
El mentado solo entonces le dedicó una mirada, que parecía estar ligeramente teñida con algo parecido a la diversión.
—¿Por qué te asustas? No estoy comiendo mucho, es esperable, ¿no?
—Eiji…
Los ojos de su esposo se suavizaron, y girando un poco estiró los brazos, acercándolo a su pecho con cariño.
Ash estaba más que acostumbrado a tener una relación complicada con la comida. Durante su adolescencia o comía muy poco, o no quería hacerlo. Sin encontrarle realmente gusto a la comida, o motivación para ingerir alimento alguno. Algo que sólo se había visto increíblemente exacerbado durante su tiempo en la mansión de Golzine. Era sólo con Eiji que había aprendido a tenerle algo de cariño, si bien no a la comida en sí misma, sí al sabor que esta tenía cuando venía de las manos de su esposo, o cuando podía compartirla con él.
Aprendió a no observar su cuerpo y sentir rechazo, por cualquier cambio que pudiera ver en el mismo.
—Tranquilo, amor. No es mucho, voy a recuperarlo antes de que te des cuenta.
Pero era verdad. Eiji no era como él. Para él, solo era algo fisiológico. Algo que iba a pasar.
—Hmm, si no, te tendré que dar de comer extra.
Refunfuño, dejando un pequeño beso en el mentón de Eiji, antes de separarse y tomar un trago de su propia taza de té.
Eiji solo soltó una pequeña risita, dejando que su mano descansara sobre su vientre aparentemente plano, acariciándolo.
—Qué puedo decir, este hijo tuyo otro americano, delicado con sus gustos en la comida, justo como tú.
Ash casi pudo sentir como el agua bajaba por el orificio que no era.
—¡Eiji!—Se quejó, mientras la tos lo atacaba intentando expulsar el agua que había tomado.
Y el muy desgraciado sólo se reía de él.
—¡¿Qué?!—Se quejó entre risas—¡Es la verdad!
Ash se dio un par de golpes en el pecho, intentando acabar con la imperiosa necesidad de toser.
Solo entonces Eiji pareció compadecerse de su dolor, y se puso de pie, acariciándole la espalda.
—Ya, ya, tranquilo—Arrulló—Lo digo en serio, ya casi no tengo ganas de vomitar en las mañanas. Y mi apetito está regresando de a pocos. —Aseguró, aunque su mirada se tornó algo triste al instante—Aunque me duele no poder usar toda la comida que trajo la pandilla.
Ash regresó a su pobre taza de té, esperando esta vez sí poder tomar un poco.
—Tranquilo, de seguro pronto podremos usar todas esas cosas en la comida nuevamente, para mi pesar.
Eiji le regaló una risa sarcástica, a la que Ash respondió con una sonrisa condescendiente, antes de que su celular volviera a sonar.
—¿Qué? ¿Tu amigo Sing de nuevo?
Comentó Ash, antes de dar un nuevo trago a su bebida.
Eiji le dedicó una mirada molesta, que sólo duró unos segundos. Y, sin responderle realmente, sólo se quedó en silencio un largo momento.
Antes de que Ash pudiera preguntarle si había pasado algo, la voz de Eiji le contestó, con un tono que era un octavo más bajo de lo normal.
—No, es mi hermana.
Oh.
Oh.
Ash habría querido aclararse la garganta.
—¿Y qué dice?
Cuestionó, los ojos de Eiji parecieron recorrer el mensaje, subiendo y bajando por la pantalla con calma.
—No mucho, en una semanas empezará su segundo año en la universidad, y está emocionada—respondió, comenzando a responder.
Ash frunció los labios, dejando la tasa a un lado y tras arrastrar una de las sillas adyacentes a su sala, se sentó frente a Eiji.
Ash no había preguntado mucho de la familia de Eiji, al menos no después de saber de su intempestuosa segunda llegada al país de la libertad. Y, aun si Eiji aún soltaba un par de historias sobre la vida en familia en una pequeña ciudad marítima como lo era Izumo, siempre era lo suficientemente cuidadoso para no mencionarle qué había pasado durante su tiempo separados.
Y aún si Ash nunca había tenido una familia usual, bajo ninguna clase de estándar, durante la mayor cantidad de años en su vida, podía entender qué es lo que la anterior manada de Eiji hubiera sentido cuando él había escogido dejar su isla natal, por una tierra donde no tenía a nadie.
A nadie, además de a Ash.
Juntó sus manos, colocando sus codos sobre sus rodillas, dedicando una mirada penetrante a su esposo.
—¿Ya les has dicho?
Eiji negó con suavidad.
—Aún no, pero quiero hacerlo pronto.
Ash sintió su expresión volverse un poco agria.
—No es una obligación…
Empezó, aunque se sintió culpable tan pronto esas palabras dejaron sus labios. Porque Eiji no era como él, Eiji venía de una familia normal, donde al parecer era esperable permanecer en constante contacto. Hijo de padres que lo habían querido mucho, con una hermana que de seguro había llorado después de entender que ya no podría ver a su hermano.
Una familia que Eiji había elegido dejar, para poder estar con él.
Una realidad que le dolía, y le hacía feliz por partes iguales.
Ser lo más importante en la vida de Eiji. Lo suficiente como para que siempre lo eligiera a él.
A Ash.
Vaya que era un ser egoísta.
Eiji sólo le dedicó una sonrisa.
—Lo sé, pero quiero que lo sepan—Le dijo, estirando sus manos y tomando las propias, desestabilizando a Ash por un momento—Quiero que sepan que la familia está creciendo…
Susurró, atrayendo un poco a Ash, dejando que sus labios descansaran sobre su temple. Y Ash pudo sentir como sus mejillas se sonrojaban.
—Que sepan que el amor de mi vida, y yo, vamos a tener una manada de tres…
Los brazos de Ash buscaron el cuerpo de Eiji, enredándose en él, antes de buscar su boca con la propia.
Sing regresó a la gran manzana con un igualmente gran dolor de cabeza.
Lidiar con idiotas empresarios no era mucho más sencillo si estos eran jefes de la mafia o no, tampoco si trabajabas para uno. Suspiró, quizá eso sólo demostraba que todo se hacía más difícil si uno optaba por ir por el camino limpio, de las cosas.
Intentó olvidar los desazones de su viaje de negocios, agradeciendo ya haber salido de ese lugar, y tener un contrato con múltiples copias, y el apellido Lee a puertas de hacerse nombre en la industria farmacéutica americana.
Tomó el ascensor hasta su pequeño departamento, mientras estiraba sus adoloridos músculos. La verdad era que hubiera preferido llegar directamente a la mansión Lee, pero su aroma despedía a todas luces olor de alfa estresado, y con lo particularmente sensible que había estado Yut-Lung esas semanas, no quería ser el causante de desatar una nueva ola de malestar en su cuerpo.
En cambio, supuso que una rápida ducha y un cambio de ropa no le tomaría tanto tiempo.
Cuando su llave ingresó en la cerradura, su cuerpo se quedó quieto un momento.
Algo era diferente. Aunque Sing no supiera exactamente qué era, tardó un par más de segundos en decidirse finalmente a abrir la puerta.
Y, cuando las primeras luces de la noche dibujaron la silueta de un hombre sentado en su sala, sólo con la lámpara prendida mientras leía un libro, Sing entendió que habían burlado su cerradura.
—¿Qué haces aquí?
Preguntó, ligeramente a la defensiva, aún si no había tardado mucho en reconocer a la persona frente a sí. Blanca era el asesino que Yut-Lung había contratado un tiempo, y si bien sabía que no era un enemigo para ellos, después del enfrentamiento con Golzine y Foxx, su presencia era un misterio, al igual que sus acciones.
Blanca, quien cerró el libro con parsimonia mientras portaba una sonrisa, sólo le preguntó algo. Como si hablara del clima.
—¿Sabías que el señor Lee está embarazado?
Sing se sintió patidifuso. Blanca se puso de pie y avanzó con lentitud hacia él. Sing admiraba muchísimo a ese hombre, desde la primera vez que lo hubiera visto. Su talla, su porte, incluso la forma en la que se manejaba. Parecía el modelo de alfa que el pequeño Sing de catorce años tenía en mente cuando alguien le decía "Qué quieres ser cuando crezcas".
Ahora, notaba, que no tenía que hacer tanto esfuerzo para ver al mayor a los ojos, levantando ligeramente el mentón ya era suficiente. Intentó no sentirse extrañamente orgulloso por ello.
—Claro.
Admitió después de unos segundos, haciendo que la expresión en el rostro de Blanca se volviera complicada.
—Y, ¿te parece una buena idea?
Preguntó. Sing, quien aún no entendía por qué ese hombre había escogido particularmente a él para visitarlo, cerró la puerta y se adentró en su departamento, prendiendo las luces y dejando su ropa en el perchero.
—Es algo que él quiere, ¿no? —Tanteó, aunque estaba seguro de que eso era algo que Blanca ya sabía, si había ido a corroborarlo con él—Yo sólo puedo apoyarlo.
Blanca pareció analizar su expresión por un momento, para finalmente darse por vencido y reír por lo bajo, Sing no pudo evitar regalarle una expresión de molestia.
—Ah, los niños de ahora son todos tercos, creí que el único así era Ash.
Oh.
Sing entonces pareció conectar una idea con otra. Sin cuidado se desató la corbata, y replicó.
—Así que viniste porque Ash va a ser papá.
Comentó, como si nada. Y, sólo entendió que había hablado de más cuando los ojos de Blanca dejaron su usual apariencia suave, para mirarlo como si él se tratara de una presa.
…Quizá había hablado de más.
Empero, la expresión de Blanca, tan pronto como había aparecido, desapareció. Regresando a ser la clásica sonrisa pacífica, que parecía estar bien con todo en el mundo, y Sing se preguntó qué clase de persona tenía que ser ese hombre para poder cambiar entre dos emociones tan contrarias en menos de un segundo.
—Sí, de hecho—mencionó, con completa tranquilidad. Antes de tomar el libro que había quedado olvidado a un lado, y guardarlo con sumo cuidado en su abrigo.
Sing no lo había notado hasta ese momento, pero se había quedado paralizado en su lugar.
—Lamento haberte incordiado, parece que llegabas de un trabajo importante.
Concedió el alfa mayor, con una educada sonrisa en los labios. Y Sing estaba seguro que Blanca ya sabía que él regresaría específicamente ese día, lo cual lo ponía ligeramente nervioso.
—Aha…
Fue todo lo que su cerebro fue capaz de articular, y de no ser porque Blanca era un hombre sin escancia alguna cuando quería, Sing quizá se habría sentido amenazado.
—Me retiro, pero quizá podamos hablar un poco más en un futuro.
Dijo con una sonrisa, antes de salir de su apartamento sin mirar atrás, o sin explicar cómo es que había forzado su cerradura. Sin embargo, la mente de Sing estaba demasiado pendiente de asegurarse de que aquel hombre dejara su hogar, antes de pensar en algo más.
Sólo cuando pudo ver su figura perderse en la esquina del final de la calle fue que el resto de ideas se permitieron regresar en carrerilla a su mente.
Oh.
¿Acababa de revelar un secreto de Ash, acaso?
—Hum..—Murmuró más para sí—Quizá sí hablé de más…
.
.
Cuando al fin llegó a la casa de los Lee, la idea de Blanca y Ash ya estaba bastante enterrada en su mente, siendo sólo un vago recordatorio el hablar con Eiji cuando se sintiera un poco menos alterado.
Lo que le recibió fue la imagen de un gran frasco descendiendo gota a gota por el brazo de su líder.
Sus cejas de fruncieron un poco.
—¿Seguro que todo eso—Mencionó, señalando la medicina— es bueno para el bebé?
Yut Lung sólo le habría mirado por encima del libro que leía.
—Eso espero, porque lo que le pago a ese médico no es barato.
Contestó, como si nada.
Sing sólo pudo apretar los labios, optando mejor por traer una de las sillas hacia la cama del omega, para sentarse junto a él, y observarlo más fijamente.
—Blanca vino a verme, ¿sabes? — Preguntó. Y notó como el cuerpo del omega dio un pequeño salto. Y no es que Sing fuera fanático de jugar juegos mentales con las personas, o tantear que tanto podían saber o no, pero no era difícil notar que Yut-Lung se había puesto nervioso —Le dijiste.
Comentó, como un hecho
—No es como si importara mucho—Respondió Yut Lung, después de unos minutos. Su mirada seguía fija en las letras que tenía al frente, pero Sing podía notar que por la manera en la que sus dedos sujetaban el papel, que algo lo había molestado.
—¿Te dijo algo…?
Preguntó, mitad curioso de si habían mencionado a Ash, y también por qué podía ser aquello que le había dicho que lo había enfadado de esa manera. Lo suficiente como para dejar un apenas perceptible aroma de irritación se comenzara a expandir por los alrededores de la cama.
Ni siquiera el perfume más caro podía esconder las emociones del heredero Lee cuando las llevaba a flor de piel, era algo que Sing había aprendido.
—Nada—Dijo, y por el tono cortante que utilizó, Sing supuso que no obtendría más que eso esa noche. En cambio, y dispuesto a intentar cambiar el ambiente que había creado, se puso de pie y fue por una bolsa que había dejado en la mesa tan pronto entró.
Yut Lung sólo entonces apartó los ojos de su lectura, cerrando el libro y dedicándole una mirada curiosa.
—¿Qué haces?
Sing regresó con una amplia sonrisa y una pequeña caja de bambú.
—Mira, te traje esto.
Dijo, antes de abrirla y dejar que el vapor chocara primero con la cara del joven Lee.
Eran dumplings, y si lo que le había dicho su contacto en Boston, los mejores de la ciudad. Sing había aprovechado las últimas horas de ese viaje del demonio para poder buscarlos por su propio barrio chino.
Los ojos de Yut Lung se abrieron un poco, y un poco usual brillo los llenó. Sing notó como el joven parecía olfatearlos, sin hacer ninguna clase de expresión de disgusto. En cambio, tomando uno con cuidado y llevándoselo a los labios, antes de darle una buena mordida.
Se veía maravillado.
Sing no pudo evitar lanzar un puño al aire, celebrando.
—¡Bien!
Yut Lung le dedicó una mirada confundida, aún si no se había detenido y seguía dando pequeñas mordidas al bocadillo en sus manos.
Sing rió, quitado de la pena.
—Nadia me dijo que era lo único que podía comer cuando estaba embarazada, así que busqué los mejores que encontré, porque creí que podrían gustarte.
Yut Lung parpadeó. Una. Dos veces.
—¿Los fuiste a buscar, sólo para mí?
Cuestionó, mirándolo con completa extrañeza.
—Claro. Eso de que estés perdiendo tanto peso es preocupante, lo dice el internet—Respondió, con una expresión completamente seria—Y te lo dije, ¿no? Que haría que comas el doble.
El rostro de Yut Lung ganó un poco de color, haciendo que sus mejillas lucieran más saludables. Al tiempo que cubría sus labios con el bollo a medio morder.
—Así que…
Canturreó el alfa, volviendo a sentarse a su lado.
Yut Lung sólo soltó un pequeño bufido.
—…comeré.
Sentenció, y aun si el tono que había usado parecía ser algo huraño, la manera en la que sostenía su comida y daba pequeñas mordidas, hacía que Sing pensara más en un pequeño mamífero que en una serpiente.
Sonrió, extrañamente orgulloso, y lanzando sus brazos atrás de su cabeza simplemente canturreo.
—Termínalo todo, eh.
Eiji jadeó, los labios de Ash se detuvieron un momento, la respiración del omega era cadenciosa, y su cuerpo parecía temblar ligeramente. Podía sentir su pulso, golpeando en el lugar donde Ash había dejado el último beso.
Su aroma se había endulzado, y Ash pudo notar como sus músculos también se tensaban.
—¿Me detengo?
Preguntó en su susurro, delineando su cuello con la lengua, antes de hundir nuevamente su nariz en este.
Cuando habían entrado a la habitación, Eiji le había regalado una mirada que Ash conocía demasiado bien. Últimamente, Eiji parecía cada vez más dispuesto a querer iniciar sus encuentros íntimos. Lo cual no era una sorpresa, con la carga hormonal extra.
Ash no tenía problema con ello, y había aceptado a su esposo en sus brazos, sentándose en la cama, y abriendo los brazos, invitando a su esposo a sentarse sobre su regazo.
Eiji se había sonrojado por lo directo del gesto, pero había aceptado de cualquier manera.
—N-no—Negó suavemente, intentando recuperar su respiración—Pero quiero…
Ash rio con suavidad, buscando sus labios y atrapándolos en un beso profundo y cadencioso, dejando que el cuerpo de Eiji cayera sobre su entrepierna, para que pudiera sentir que su aroma y los movimientos que había estado haciendo hasta hace unos momentos lo había afectado también a él.
—Yo también…
Aún en la oscuridad, pudo ver como Eiji se mordía los labios, alejando los brazos del cuello de Ash, y haciendo que sus manos bajaran hasta sus caderas, deslizando con cuidado su pantalón de pijama.
Ash sintió un gruñido formarse en el interior de su garganta.
El aroma de la excitación de Eiji era cada vez más notorio.
—Ahora el mío…
Pidió, llevando sus manos a los muslos de Eiji, sintiendo como las gotas de lubricación caían sin cuidado por estos.
—Ash…—Se quejó, con la voz temlorosa—No.. no puedo en esta posición.
El alfa no pudo aguantar la risa, al tiempo que uno de sus dedos avanzaba hasta su entrada, jugando alrededor de sus músculos.
—Lo sé, pero me gusta molestarte.
El gemido que abandonó los labios de Eiji llegó hasta el pene de Ash, que dio un salto dentro de su ropa interior.
—Hum… no sabía que eras tan bueno cantando.
Susurró a su oído, dejando que su dedo entrara dentro de Eiji, y comenzara con un vaivén de estocadas.
—No… no te burles…
Apenas pudo articular Eiji.
Ash besó su mentón.
—No lo hago, amor.
Con delicadeza dejó que un segundo dedo hiciera su camino al interior de su esposo, la facilidad con la que Eiji lubricaba, y como se abría ante su toque, hizo que la boca de Ash se sintiera humeda. Y su respiración se hiciera pesada.
Quizá toda esa carga hormonal también comenzaba a afectarlo a él.
Con cuidado, y cuando los brazos de Eiji se aferraron con más fuerza a su cuello, se apresuró a bajar como pudo parte de sus propios pantalones.
El aire frio chocó contras su miembro, logrando que un gemido profundo dejara los labios de Ash, y que Eiji presionara los músculos de su entrada, presionando los dedos de Ash.
—Relájate…
Pidió el alfa, antes de sacar sus dedos, dejando que un pequeño hilo de lubricante viajara desde Eiji hasta su mano.
—Uh... uhum
Susurró.
Y, con cuidado, Ash dirigió su miembro al interior de su esposo, abriéndose camino. El gemido de Eiji y el repentino incremento de presión casi hizo que Ash soltara una maldición, optando en cambio por apretar las caderas del omega, impulsándolo hacia abajo.
Ash solía ser más delicado y atento con el juego previo, pero él mismo se sentía ansioso. La saliva en su boca se acumulaba, buscando escapar por las comisuras de sus labios. En la oscuridad, pudo diferenciar la boca de Eiji, y lo atacó como si de una presa se tratase.
Su entrepierna comenzó a moverse al son de sus manos, golpeando y clavando a Eiji en la misma, podía escuchar sus gemidos resonar en sus oídos, y respondía con un coro similar de jadeos.
El calor, la presión y la humedad fueron demasiadas para él, creía que no había pasado más de unos minutos antes de que se estuviera derramando en el interior de su marido.
La respiración de Ash disminuyó en frecuencia, al igual que la de Eiji.
—Amor…
Susurró, y Ash notó algo. Ha, quizá de verdad era que las hormonas lo estaban afectando demasiado.
Siempre recibiendo más y más del aroma y las pequeñas gotas que se colaban entre el sudor de Eiji, pero no lo suficiente.
—Perdón, déjame encargarme a mí.
Dijo, haciendo que una de sus manos se deslizara hasta la entrepierna de Eiji, sin salir de su interior.
Tocó el miembro de su esposo, aún erguido y ya algo húmedo.
Besó con dulzura el costado de su rostro, acariciando su longitud con delicadeza.
Un nuevo concierto de gemidos, un poco más quedos que antes deleitó sus oídos, y tras un par de caricias en la punta, sintió como es que Eiji se liberaba en su mano.
—Adorable…
Susurró, aunque Eiji respondió únicamente mordiendo su hombro.
—No te burles…
Ash rio.
—Que no lo hago…
Dejó un nuevo beso en el rostro de su esposo, y tras limpiar un poco, se acomodó con él en la cama. Los primeros estragos del embarazo, Ash sabía, era un particular y posible incremento en el líbido. Y Ash, creía que de momento, lo estaba manejando bastante bien.
Se quedó al lado de Eiji en la cama hasta que el reloj marcara las diez, incapaz de dormir, aun si el velo post coital le había causado cierto nivel de modorra, el sabor agrio de la saliva alfa que aún se concentraba en su boca, no le dejaba descansar del todo.
Cuando el reloj de la mesa marcó las once, se dio por vencido, y emprendió camino al baño, quizá lavarse los dientes de nuevo le ayudara un poco con el problema. Tenía que descansar, pues la cita con Eiji sería el día siguiente en la mañana.
Empero, tan pronto se propuso abrir la llave de agua, un sonido llamó su atención.
Era la puerta.
Ash elevó una ceja, confundido.
¿Quién podía ser a esa hora?
Su mano quiso viajar a su cinturón, casi en un acto reflejo, pero sabía que no llevaba uno, y aún si lo hiciera, no es como si allí pudiera encontrar un arma.
Se reprendió mentalmente por ello.
Quizá solo era una de las amas de casa que tan amigas de Eiji eran, sabía que también se habían enterado del embarazo, y durante la mañana había logrado toparse con una de ellas, felicitándolo y diciéndole que era muy bueno que empezaran a tener cachorros tan pronto en su matrimonio, que si mantenían el paso, pronto podrían cumplir su cuota social.
Ha.
Un concepto arcaico popularizado en los cincuenta, donde cada omega debía al menos tener cinco o seis hijos para mantener la densidad poblacional.
Parecía ser una nueva tendencia siendo acogida por las parejas más tradicionales últimamente.
Ash se había limitado a sonreír vagamente, intentando ocultar su horror ante tales afirmaciones.
—¿Sí?
Preguntó, acercándose a la entrada con una expresión tranquila. No hubo respuesta.
—¿Quién es?
Volvió a repetir, esta vez con un tono algo más duro.
—Felicitaciones, Ash.
Fue toda la respuesta que recibió, y sus ojos casi se salen de las cuencas al reconocer esa voz.
Abrió la puerta sin miramientos, y, frente a él, su antiguo maestro le esperaba, con un ramo de flores.
—¿Blanca?
Preguntó, aun intentando procesar la información.
—Siempre un gusto verte, cariño.
Ash le había pedido que, por favor, no se quedaran en el departamento. Blanca no había tenido problema con eso, aceptando la tácita invitación a caminar por la noche neoyorkina con gracia, no sin antes pedirle que dejara las flores que había traído para Eiji en una vasija, no quería que se estropearan.
Ash había puesto una expresión de disgusto, pero había cumplido.
El viento de invierno era bastante frío, no equiparable al de la madre patria, pero igualmente molesto.
Blanca extrañaba las cálidas corrientes del caribe.
Sus pasos los llevaron hasta el centro Rockefeller, donde el tan característico árbol de navidad ya se alzaba, aún si quedaban una semana para la fecha.
La pista de hielo no estaba llena, sólo un par de parejas aún parecía patinar, y no era de extrañar, el reloj ya casi daba las doce de la noche.
—¿Y bien?
Le preguntó Ash, directo al punto.
Blanca se giró, sonriendo mientras dejaba que sus manos descansaran en sus bolsillos
—Cálmate, Ash—Canturreó—Creí que estábamos en buenos términos.
Ash rodó los ojos.
—No es como si las últimas veces que te apareciste en mi vida fuera por buenas razones.
Aún si sus palabras son duras, Blanca puede notar como los hombros de Ash se relajaron un poco. Bajando la guardia.
Blanca le regaló una sonrisa, y sin poder evitarlo, comentó.
—Aun hueles como Eiji, ¿sabes?
Y su respuesta fue la que esperaba.
Un gruñido abandonó su garganta.
—No menciones su nombre, viejo pervertido.
Amenazó.
Blanca levantó las manos, como pidiendo calma.
—Hey, no te critico—dijo con calma—Aprovecha la vida de casado, Ash. Es algo muy lindo.
La expresión de Ash se volvió agria.
—Como si tú supieras algo de eso, play boy.
Blanca solo le regaló una risa ligera, moviendo sus hombros a la par.
—Hablas como si no supiera apreciar las cosas bellas.
Instó, ganándose otro gruñido de parte de Ash. Empero, Blanca no se molestó en responderle, sacando en cambio un cigarrillo de su gabardina, y disponerse a fumar.
Ash le apartó la mano, lanzando el cigarrillo al suelo.
—Aleja tu cáncer de mí, viejo.
Una nueva risa.
—Ah, sí. Cierto, perdón—Dijo, sonriendo con tranquilidad—No creo que sea bueno para tu marido, o el bebé.
La mirada de Ash se endureció nuevamente, Blanca le había enseñado hacia mucho tiempo que tenía que ser mucho más discreto con sus sentires, y sin embargo, ahora los llevaba en abiertamente pintados en el rostro.
—Sabes, Ash—empezó—Antes creía que el mundo de la oscuridad era para ti. El poder y el miedo, podrías haber tenido todo al alcance de tu mano, eras casi un rey en potencia.
Dijo, con suma tranquilidad.
Ash ahogó un bufido.
—¿Quién querría una vida así?
—Muchos—Respondió con simpleza.
—Pues son idiotas—Refunfuñó.
Blanca acarició su encendedor, aún si no podía utilizarlo.
—Quizá—aceptó, antes de volver a observar a su estudiante—Pero he de admitir, que aun dejando esa vida atrás, lograste construir un buen camino por ti mismo. Es decir, profesor, autor publicado…
—Mira, si sólo has venido a acosarme…
Blanca no dejó que terminara.
—Y ahora también, papá…
Los ojos de Ash se detuvieron un momento, mirándolo con intensidad. Como si lo tentaran a hacer un comentario incorrecto.
Recordándole a Blanca, que ciertamente, había entrenado a un cazador.
—No me mires así—la sonrisa aún no abandonaba su rostro, como el de un escultor que aprecia su magnus opus—Era normal que lo supiera, tarde o temprano.
Y aunque Blanca estaba seguro de que Ash estaba completamente consiente de ese hecho, más estando en la misma ciudad, eso no evitó que su mirada se mantuviera. Un lince listo para atacar su yugular.
—Oh, cariño—renegó, moviendo la cabeza—Estas dejando que tus intenciones se vean en tus ojos, qué te dije de eso, es la primera lección, Ash.
Las palabras de Ash dejaron su boca casi como si fueran veneno.
—Cierra la boca.
Blanca se acomodó en su lugar, apoyando el cuerpo contra el barandal. Para ese punto, creía que incluso las parejas más acarameladas que aún estuvieran en el hielo, ya querrían regresar a sus casas. El frio se había más fuerte.
—Tranquilo, sólo me tomó por sorpresa.
Ash, frente a él, se cruzó de brazos, en una clara posición defensiva.
Ash, no era como él, recordó Blanca. Ash tenía algo que Blanca ya no. Amor. El amor de una persona cálida, viva, algo que estaba dispuesto a proteger, y como los recuerdos de su última escapada en la gran manzana le recordarían a Blanca, dispuesto a incluso dar su vida para ello.
Todo en su postura y lenguaje corporal parecía gritarle el mismo mensaje.
"No voy a dejar que te metas"
Los niños de hoy en día, de verdad, parecía que nunca estaban dispuestos a escuchar un consejo.
Porque Blanca sabía que había algo aún más difícil que morir por quien amas, y eso es mantenerte lo suficientemente fuerte como para vivir a su lado.
Y, aún si Blanca sabía que Ash era la clase de personas que tomaba a los problemas de frente, listo para recibir las cornadas, también había visto su lado más vulnerable, aún si no había sido su intención. Una persona que estaba dispuesta a perder la vida, sin miramiento alguno, sin un segundo pensamiento, sin analizar lo que sus acciones podrían causar.
Ash era una mente maestra, y Blanca lo sabía muy bien, él mismo se había encargado de cultivar un poco de su sabiduría.
Al menos, mientras no se tratara de Eiji Okumura.
Que era cuando cualquier atisbo de raciocinio parecía dejar el cuerpo de Ash, después de todo, había sido capaz de entregarse al mismísimo infierno en las manos de Golzine, y Blanca había visto de primera mano los estragos que eso había causado en él.
El aceptar cosas que, en otra situación, no haría.
Como volverse un esclavo.
Como dejar su libertad.
Como tener un bebé.
—Sólo quería saber si estabas sobrellevando el asunto.
Continuó, sólo para volver a ser cortado por Ash.
—No hables de esto como si fuera una carga. No lo es; es mi pareja, y es mi bebé. ¿Acaso crees que no puedo cuidar de ambos?
Blanca elevó una ceja.
—No he dicho eso.
Ash frunció el ceño.
—Pues sí que suena a eso—bufó, poniendo su palma en su frente y enviando los mechones ligeramente más largos hacia atrás de su cabeza—Mira, no sé para qué viniste. Quizá sólo te aburres en tu pequeño paraíso del caribe, pero, de verdad. Estoy bien, no soy un niño, Blanca.
El mentado solo volvió a sonreír, mientras sacaba un cigarrillo nuevo, ignorando la queja que Ash le hubiera hecho antes.
—Eso lo sé.
—Entonces no me trates o hables como a uno. Sé las cosas que quiero.
Y, sin reprocharle nuevamente, sólo se dio la vuelta, empezando a alejarse.
—Ahora, si me disculpas, tengo que regresar. Y, la próxima vez que quieras venir a visitar, avísame antes. Para asegurarme de no estar.
Blanca encendió su cigarrillo, dándole una calada profunda, y tras expulsar el humo, asintió.
—Sí, sí, lo haré.
Aunque aquello, sabía Blanca, era una verdad a medias. Ash siempre había tenido un carácter ácido y reacio. Y, aunque notaba que esta vez lo había enfadado de verdad, también sabía que Ash le tenía cierto nivel de cariño, o ni siquiera habría salido a hablar con él.
Los cariños de Ash eran así. Aún si usualmente se mantenía alejado de todos, como un gran felino solitario, en lo profundo parecía añorar lo poco de positivo que hubiera compartido con las personas.
Porque si no, después de aquel incidente con Eiji, dudaba que le quisiera volver a hablar. O, como con el hombre que suponía que era su padre, y a quien había escuchado llamar alguna vez durante la juventud de su alumno, mientras fingía que no notaba que él tenía casi tantas pesadillas como el mismo Blanca.
—Y tú cuídate, ¿sí?
Dijo al aire pues, aunque sabía que Ash sí era la clase de personas que sabía lo que quería, también sabía que era el primero en sabotearlo.
Aún si ese no fuera su deseo.
Así como no había sido su deseo morir aquella vez en la mansión de Golzine.
A veces, pensaba Blanca, la mente de Ash era su verdadero gran enemigo.
Y creía que necesitaba tener a alguien allí, que le recordara que el único que podía evitar que aquella parte de sí que no lo dejaba salir a flote ganara, era él mismo.
Notas finales: ¡Actualización doble! Un pequeño regalito de mí, para mí (¿?) Aprovechando que es mi cumpleaños y quería pulir un poco el ritmo de la historia, pues si por mi fuera, describiría día a día y así nunca terminaría, haha.
Muchísimas gracias por leer, de aquí en adelante habrá varias escenas delicadas, especialmente relacionadas al pasado de Ash o Yut-Lung, así que con cuidado por favor.
Capítulo siguiente: The laughing man
