Un sentimiento curioso

"Las emociones que hoy conoci
de un mundo son que jamás viví
detrás del sol, detrás del mar,
¿qué habrá de nuevo en el horizonte?"
.

Por primera vez en muchísimo tiempo, Mordred comenzaba a recordar cómo se sentía la felicidad. Ese desborde en tu pecho que te hace querer saltar, que hace que tu pecho se sienta ligero a pesar de que tu cuerpo esté cansado. No recordaba haber sonreído tanto, ni siquiera a su padre.

La vida en Camelot se estaba volviendo buena, tanto que incluso comenzaba a sentirse como un hogar. Cada día se despertaba ansioso por comenzar su pequeña rutina: regar la pequeña planta en su ventana, desayunar algo delicioso, alistarse, salir al campo de entrenamiento a demostrarle a Arthur que estaba hecho para estar a su lado, para proteger Camelot, sentir la mirada de Emrys y susurrar los buenos días mientras el brujo hacía sus tareas.

Incluso asistir a las aburridas reuniones de la mesa redonda valían la pena cuando podía bromear con él. Apenas quería ir a dormir cada noche, ni siquiera sus más preciosos sueños se asemejaban a su nueva realidad.

Y era extraordinario, tanto que no deseaba que nada cambiara nunca.

Por ello, jamás esperó que Emrys apareciera en sus cámaras aquella noche. Él simplemente llegó, con ese andar desgarbado que siempre lograba atraer su mirada y le hacía preguntarse cómo podía caber tanto poder en un hombre tan delgado.

Como siempre, tener a Emrys en sus cámaras le provocó la sensación más extraña. Mordred nunca había tenido cámaras en absoluto antes de Camelot, siempre el bosque, siempre estrellas sobre su cabeza, viviendo con miedo a las sombras. Un miedo tan arraigado en su ser que, incluso algunas noches durante sus guardias no podía evitar sentirlo.

Curiosamente, no sentía ese miedo cuando el sirviente estaba cerca.

—¿Podemos hablar? —Emrys parecía inquieto, apretando con sus manos la tela de su pantalón, mientras él cerraba la puerta.

—Se puede decir que ya lo estamos haciendo, Emrys.

Su intento de aligerar el ambiente murió cuando la expresión del brujo fue grave. Preocupado porque algo malo sucediera, le hizo una seña para que se sentara en la cama, colocándose a un lado cuando lo hizo. La tensión en los hombros del brujo le hizo hormiguear los dedos. Había algo en la magia de Emrys, ligado a sus emociones. Había comenzado a notar que a veces incluso podía saborearla en su boca si la emoción que sentía era especialmente fuerte.

—¿Qué pasa? ¿Hay algo mal? ¿Es Arthur?

—No, yo… Arthur está bien.

—¿Qué es entonces? —Dijo, buscando los ojos azules, que le miraron vacilantes un segundo y luego fueron invadidos por un profundo arrepentimiento que le tomó por sorpresa. Fue tan desconcertante como sus palabras.

—Yo… lo siento.

Era cierto que todo lo que provenía de Emrys se sentía inesperado, pero eso estaba totalmente fuera de lugar.

—¿Qué cosa?

—Todo lo que ha sucedido… con nosotros.

El brujo no le miró a los ojos cuando dijo lo último y, por un momento, la duda se abrió paso en su corazón. ¿Se disculpaba por… qué? ¿Acaso iba a dejar de hablarle? ¿Es que ya no le quería cerca? ¿Se había arrepentido de ayudarle? Por la Diosa, él no podría superar eso, si Emrys comenzaba a ignorarlo, él simplemente…

Incluso pensarlo dolía.

Sin embargo, mientras el rostro de Emrys se oscurecía con una culpa cruda, Mordred cayó en la cuenta de que no se refería a algo que iba a ocurrir, sino a algo que ya había ocurrido, muchos años atrás. El recuerdo bailó entre ellos como un fantasma de garras filosas que llenó su pecho con una corriente fría. Dolía tanto como el anterior pensamiento, pero, de alguna forma, no tanto como antes.

Era cierto que Mordred poseía un temperamento explosivo desde que era un niño, pero también se había obligado a practicar el autocontrol por necesidad. No podía ir por allí levantando sospechas de su magia cuando estaba molesto. Donde sus brazos querían moverse y apretar algo, su mente reinó en un silencio blanco como la nieve de Ismere.

—¿A qué viene eso?

Emrys alzó la vista, el choque de sus ojos trajo de nuevo el cosquilleo, esta vez en su estómago. Era insólito, incomprensible. Doloroso.

—Yo… te he estado observando, todo este tiempo.

—Estoy consciente de eso —Dijo, en una voz plana que reconoció de sus años viviendo con traficantes. No quería sonar así, no con él… pero no podía evitarlo, era una clase de mecanismo de defensa.

—Pero nunca te he dicho porqué.

—Ciertamente.

La frustración se abrió paso en las facciones del brujo, aguda, filosa, sus cejas arrugándose mientras Mordred sentía el impulso de pasar su dedo por ese lugar y acariciarlo. ¿Por qué estaba pensando en ello en medio de algo tan serio?

—No estás ayudando mucho.

—Nunca has pedido mi ayuda, Emrys.

Bien. Eso no era exactamente mentira, pero tampoco valía la pena decirlo. El brujo bufó.

—Estoy intentando disculparme, deja de actuar de esa forma.

—Yo no…

—Lo haces —Emrys aseguró—. Lo he visto varias veces, cómo te cierras cuando hay algo de lo que no quieres hablar o escuchar. Por favor, Mordred, sólo escúchame esta vez.

Era cierto, desde luego. Mordred desvió la mirada, lo que Merlín pareció tomar como una señal para continuar.

—Sé que no hay justificación que valga para lo que hice, para darte la espalda cuando eras un niño, pero hay una razón, que he tomado la decisión de decirte.

Apretando la mandíbula, él le miró con todo el dolor que sentía de traer eso al presente, cuando por fin habían logrado… algo. Existían muchas cosas que Mordred había encerrado muy en el fondo para evitar que le hirieran y esta era una de ellas. Una herida que aún seguía sangrando y ahora luchaba por emerger. Quería suplicar que se detuviera, quería decirle que ya estaba olvidado, que podía dejarlo atrás. Ya no importaba… ¿verdad? ¿Debería no importar? ¿Debería no doler?

—Emrys…

—Quiero decírtelo —Afirmó, yendo a poner una mano sobre la suya. Mordred intentó registrar la corriente y el sinfín de sentimientos que le invadió cuando lo hizo, pero no pudo lograrlo—. Porque deseo confiar en ti.

Y eso fue todo lo necesario. Ahí estaba.

El druida no sabía si su máscara se había caído o partido en pedazos, pero vio su propia vulnerabilidad reflejada en los preciosos ojos de Merlín. Esas palabras, esas benditas palabras, eran todo lo que había anhelado escuchar durante mucho tiempo. Ni siquiera estaba seguro de cuánto en realidad.

—Además, creo que te lo has cobrado. Me abandonaste en esas cavernas.

Su corazón se apretó con culpa y cerró los ojos un momento, llevando su mano libre para apretarlos. Ese recuerdo también era doloroso, no había sido agradable verlo en el suelo, indefenso; solo recordarlo le hacía enfurecer ahora que había podido conocer bien a Emrys. Jamás debió haberlo hecho.

—Lo siento…

—Está bien, lo superaré, tal como tú lo hiciste —El brujo apretó más su mano, el borde de sus ojos se arrugaron y la tensión abandonó el cuerpo de Mordred en ese instante. ¿Qué clase de influencia poseía Emrys en él? ¿Era eso acaso algún hechizo? ¿Tenía que ver con su sangre druida o su magia?—. La verdad es que nunca quise...

—¿Intentar matarme?

Merlín se vio afectado, como si solo pensarlo le causara un gran dolor. Se preguntó si le sucedía como a él, si le dolía tanto como a él. ¿Por qué lo haría? ¿Por qué Merlín se estaba explicando ahora?

—Sí. Nunca creí que… es decir, yo… todo comenzó con el Gran Dragón.

—Uh —Mordred murmuró confuso—. ¿Gran Dragón? ¿No estaban extintos?

—Quedaba uno, al menos antes. Ahora son dos, Morgana tenía a uno.

—¿Y de dónde rayos…?

Merlín sonrió y levantó su mano para pedirle silencio e incluso su corazón obedeció, sus latidos calmándose.

—Es una historia muy larga, quizá para otro momento. Pero Kilgharrah era quien vivía encerrado bajo el castillo por culpa de Uther y él, bueno, él me hablaba.

Mordred guardó silencio, intentando procesar lo que escuchaba. Merlín era una criatura de magia tan poderosa que incluso conocía a un dragón, ¿cuán increíble era eso?

—Él era una especie de guía para mí. Me dijo sobre mi destino y me ayudó muchas veces. Confiaba en él… Cuando llegaste por primera vez a Camelot, él dijo que debía dejarte morir, aunque eras solo un niño. Me habló de una profecía que hablaba de ti y Morgana, unidos en el mal.

Hubo un momento de silencio cuando sus palabras cayeron en él.

—Morgana… ha muerto —Mordred dijo, algo en su pecho abriéndose como una caja de Pandora. Una tristeza tan grande que llenó todas sus facciones, ese era el recuerdo más doloroso dentro de él.

No había hablado sobre ello antes… a veces ni siquiera se permitía pensarlo, sobre el precio tan grande que había pagado para probar la felicidad. Gaius había aceptado proveerle una poción para dormir, después de argumentar que tenía una mente muy activa debido a su pasado. Jamás le diría a nadie que no deseaba soñar porque las pesadillas plagaban sus noches… pesadillas donde una Morgana pálida le devolvía una mirada hueca, mientras le repetía lo que era.

—La asesiné…

Merlín lució consternado cuando se obligó a barrer las lágrimas para no comenzar a llorar, algo que tampoco había hecho. Tal vez en el exterior él lucía frío y sin sentimientos, pero nada distaba más de la realidad. Merlín miró con preocupación la mano que sostenía un instante.

—Mordred…

—Ella ya no está —Mordred continuó, su voz temblorosa, a punto de quebrarse. Miró a los ojos del hombre frente a él, y pudo verlo allí, como un recuerdo flotando en la superficie. Deslizó su mano lejos de la de Merlín, temblando. Por la Diosa, por todos los Dioses—. Lo viste…

Merlín apretó los labios y sus ojos vacilaron. Mordred comenzó a sentir que no podía respirar. Emrys había visto la oscuridad en él. Había matado a la mujer que más amaba. Él lo sabía…

Lo sabía desde que era un niño.

—Es por eso que no confiabas en mí —Las lágrimas que había luchado por alejar de pronto empañaron su vista—. Sabías lo que soy.

—¿Qué…?

—Sabías que soy un monstruo.

Las palabras abandonaron sus labios, ahogadas entre el llanto que no sabía cómo dejar salir. Merlín arrugó más las cejas y sus manos sujetaron a Mordred por los brazos, como si él fuera a hacer algo. La verdad es que no se hubiera movido, solo habría deseado poder desaparecer. Pero su toque quemaba, porque ahora sabía que merecía todo lo que había pasado.

Intentó alejarse, pero Merlín le sujetó con firmeza y luego le apretó contra él. Su cara se hundió en el espacio de su hombro y su abrazo, su magia rodeándolo, se sintió como ser bañado por los rayos del sol. Las lágrimas mojaron la tela de su ropa y él estaba llorando después de muchos años.

El brujo lo dejó desahogarse por mucho rato, su mano acariciando suavemente la delgada tela de su camisa de lino. Mordred tembló mucho más por la caricia y Merlín habló con voz suave cuando sintió que se tranquilizaba.

—No es así… Nunca pensé que fueras un monstruo, por eso jamás pude hacer lo que Kilgharrah esperaba de mí. Nunca, ni por un momento, pude conciliar tu imagen con la de la profecía —Su mano acarició su espalda antes de alejarse para poder mirarle de nuevo—. Yo… no pienso en ti de esa forma. Morgana era malvada, sé que antes no lo era, sé que antes ella…

Mordred respiró profunda y dolorosamente al ver sus ojos azules cristalizados, una lágrima para la dama a la que una vez sirvió.

—Yo también la amaba, Mordred. Yo también la amaba y casi la sacrifiqué para salvar Camelot, para salvar a Arthur.

La revelación los dejó a ambos en silencio. Mordred no podía creer lo que escuchaba. Todas las profecías describían a Emrys como un ser de luz y magia, la representación del bien. Sin embargo, comenzaba a darse cuenta de todo lo que Emrys tendría que haber hecho para proteger a Camelot. Había escuchado las historias de los caballeros, de algunas sirvientas, rumores sobre los peligros a los que el rey se había enfrentado y salió ileso mágicamente.

Esa era la clave, magia.

Emrys dio un suspiro tembloroso para calmarse. Estaba tan roto como él mismo y ahora podía verlo. También se sentía culpable.

—Ella había cambiado —Murmuró, Merlín le miró con atención—. No era la misma Morgana que yo recordaba. Hablaba sobre asesinar a Arthur sólo por el placer de hacerlo. Y cuando vi en sus ojos, ella se parecía…

—A Uther —Emrys terminó, asintiendo con tono grave—. Morgana perdió el rumbo y no creo que hubiera un final bueno para ella más allá. Tenía que terminar de una forma u otra. Desearía que no hubieras sido tú, para ahorrarte el dolor, pero no puedo negar que me siento aliviado.

La amargura en su voz se sintió pesada en su pecho.

—Tampoco puedes negar que has esperado que le haga daño a Arthur también.

Un resoplido brotó de Merlín, uno muy profundo, casi cansado.

—Espero eso de todo el mundo. Siendo honesto, hasta yo he intentado matar a Arthur —Al verlo un poco más entero, Merlín deslizó sus brazos de él. Mordred se sintió un poco frío y le interrogó con la mirada—. Es una larga historia, fui hechizado, después habrá tiempo para ponernos al día en las innumerables veces que alguien ha intentado matar a ese idiota.

Mordred asintió y dio un suspiro, las ganas de llorar se sentían manejables ahora que había dejado salir un poco de ello. Merlín apretó su mano de nuevo con la suya en señal de apoyo. Como si hablar de asesinar al rey no fuera ya una preocupación.

—Emrys…

—Está bien, Mordred.

—No, no está bien —Frunciendo el ceño, Mordred se enderezó con convicción—. No puedo pedirte que confíes en mí, sé que la confianza debe ganarse.

Merlín abrió la boca para decir algo pero esta vez fue su turno de pedir silencio.

—También sé que algunas de mis acciones pasadas pueden dejar dudas sobre dónde está mi lealtad pero Arthur salvó mi vida y eso es algo que nunca olvidaré. No quiero lastimarlo, quiero mantenerlo a salvo con todo lo que soy, y me gusta que tú y yo seamos civilizados el uno con el otro, no quiero hacer nada que pueda dañarles. A ninguno.

Omitió la necesidad de confesarle que le gustaría que fueran buenos amigos, porque eso sería empujarlo. Merlín parecía sorprendido pero asintió, dándole otro apretón a su mano.

—Ahora lo sé y lo creo —Dijo con suavidad—. Es por eso que estoy aquí. Mordred, te he observado… es decir, antes lo hacía, pero no te miraba. Acepté ayudarte porque creía que podría encontrar algo sospechoso en ti, no creas que no me avergüenzo de ello. Pero lo que encontré fue algo diferente.

Los ojos azules eran sinceros y arrepentidos, pidiendo disculpas. El pecho de Mordred fue apaleado por su corazón mientras los miraba.

—Todos parecen darse cuenta, menos nosotros. Pero... creo que hemos comenzado a ser amigos. Y ahora puedo decir con sinceridad que la profecía no me importa. Sé lo que se siente guardar secretos, esconder quién eres y ahora… —Merlín sonrió—. Ahora somos dos, podemos dejar eso atrás, en el pasado.

Mordred volteó su mano para apretar la de Merlín con suavidad; jamás se había sentido tan aliviado en su vida.

—En el pasado, entonces. Sin secretos, sin desconfianza.

—Prometo hacer mi mejor esfuerzo.

Una sonrisa pequeña adornó sus labios.

—También yo. Ya no tienes que preocuparte por todo tú solo, cualquier cosa que suceda, tienes mi apoyo.

—Es bueno saberlo, un par de ojos más encima de Arthur no vendrían mal. Tiende a meterse en los problemas más tontos.

La risa de ambos fue suave y se miraron en un silencio cómodo. Mordred podía sentir cada pequeña cosa, el latir acelerado de su corazón, el cosquilleo en la palma de su mano, donde la de Merlín desprendía un calorcillo agradable. Y las grandes también, Merlín le estaba mirando, diferente, abierto y brillante.

«Hermoso». Resonó en su cabeza y la de Merlín, quién arrugó las cejas en confusión pero no dejó de sonreír. Mordred de pronto sintió que comenzaba a sudar.

—¿Qué es hermoso?

—Ah… estaba pensando en… otra cosa…

—Oh —Asintiendo, el sirviente aceptó la respuesta vaga. Su mano no soltó la suya a pesar de todo, como si él no sintiera el leve temblor que Mordred estaba considerando una señal de alarma—. Bueno… ha sido una buena charla.

—Sí.

—Será mejor que te deje dormir, ha sucedido mucho esta noche. Y ya es muy tarde, para ambos.

—Sí.

Poniéndose de pie, Merlín alcanzó la puerta en poco más de dos zancadas.

—Descansa, Mordred.

—Descansa, Emrys.

Una sonrisa más y se había ido.

Mordred se quedó allí, mirando la puerta. Si bien un peso demasiado grande se había levantado de su cuerpo, había algo más. Un sentimiento extraño llenando su pecho, algo esponjoso como la lana.

—Creo que voy a enfermar…


Como cualquier humano descubriendo nuevas sensaciones y experiencias, Mordred se sentía confundido. Y con tanto corriendo por su cabeza, había tenido una mala noche, ni siquiera la pócima de Gaius había hecho su efecto.

Por ello, cuando Lancelot lo vio en el campo de entrenamiento, dijo:

—¿Estuviste de nuevo en la taberna con Gwaine?

Claro que para Mordred aquella experiencia no era agradable —y que pensaran que era un ebrio tampoco—, así que arrugó las cejas.

—Ugh, eso no volverá a pasar mientras viva.

Lancelot rió por lo bajo.

—Nunca digas nunca, mi amigo. Gwaine podría escucharte y, todos lo saben, siempre termina convenciéndote de una u otra forma.

Mordred tuvo que aceptar que tenía razón. En su breve tiempo como caballero había escuchado suficientes historias sobre Gwaine llevando a alguien a la taberna. Muchas de ellas muy escabrosas.

Se sacudió la piel de gallina y se puso a calentar con Lancelot, pero por más que se movía e intentaba centrarse en lo que hacía, su pensamiento volvía una y otra y otra vez a Emrys, a sus grandes, cerúleos ojos, rebosantes de negras pestañas. Y, como en toda la noche, esa sensación afelpada y asfixiante le llenó el pecho.

—Tómalo con calma —Lancelot golpeó su hombro con la mano—. Parece que has perdido el aliento. ¿Te sientes mal?

Mordred miró a los ojos del hombre, los cuales eran rasgados y marrones, con destellos que podrían pasar por dorados, o quizá cobrizos. Lancelot tenía ojos bonitos, pero no sentía aquella sensación al mirarlos, ni siquiera de cerca.

—Uh…

Lancelot se removió un poco incómodo cuando Mordred se inclinó, pero en lugar de alejarse, sólo aguantó su escrutinio, sin saberlo, el druida lucía un poco espeluznante.

Realmente no lo entendía. Sentía admiración por Lancelot, tanto como por Merlín, ambos eran amables, fuertes de distintas formas y agradables. Pero él no quería tocar a Lancelot, no deseaba tomar su mano, ni pasar los dedos por su cabello, ni…

—Definitivamente no es lo mismo —Se dijo a sí mismo en voz alta. Lancelot le miró confundido.

—¿El qué? —Mordred dio un largo suspiro y sacudió la cabeza. Lancelot, obviamente, no iba a aceptar eso—. Vamos, Mordred, sabes que puedes hablar conmigo.

—Es sólo… Intento comprender lo que me sucede. Hay alguien… Y cuando pienso en esa persona, siento que voy a caer muerto en cualquier instante.

El caballero mayor le miró con las cejas bien alzadas. Había algo hilarante en su gesto, ya que no había esperado algo así provenir de él.

—Vaya —Murmuró.

—¿Es eso bueno o es malo?

—No lo sé, ¿te hace sentir mal?

—Como si estuviera enfermo, pero emocionado.

—Ah, puedo entender eso —Lancelot sonrió, adoptando una pose solemne—. Hagamos una pequeña evaluación. Veamos, esta persona ¿te quita el aliento?

—Como un golpe en el estómago.

—Bien, ¿cosquilleo?

—Uh, sí.

—¿Temblor, sudoración?

—Eso creo.

—Vaya, eso suena a que Gaius debería venir con urgencia —Dijo Percival, llegando de la nada y poniendo su gran brazo alrededor de los hombros de Mordred, quien le miró con sus grandes y asustados ojos. El más alto le sonrió, lo cual hizo que se le colorearan las orejas—. ¿Estás enfermo?

Lancelot dio su sonrisa más amplia y satisfecha.

—Completamente enfermo del corazón.

Mordred le miró, preocupado.

—¿Mi corazón? —Dijo, en su mejor y más genuino tono incrédulo—. ¿Puedo morir?

—Oh, totalmente, si las circunstancias te conducen a eso.

El horror se abrió paso en el rostro del caballero druida, quien no entendía del todo el porqué, a pesar de haber dicho que podría caer muerto por culpa de Emrys, ambos hombres sonreían de oreja a oreja.

—No quiero morir… —Dijo con pasmo, Percival resopló el inicio de una risa en su pecho.

—Nadie ha muerto de amor, Mordred —Su gran manaza le aplastó los rizos en una caricia tosca—. No directamente al menos.

La palabra se sintió extraña en sus oídos, estaba seguro de haberla escuchado antes. Quizá había sido de Kara, la única amiga que había tenido cuando era un niño... o había sido de Cerdan, su padre, antes de que fuera ejecutado por Uther. Tal vez de Morgana…

—¿Amor?

La sonrisa de Lancelot titubeo.

—Si, ya sabes… ¿Esa fuerza de la naturaleza con la que no puedes luchar cuando ves a esa persona?

¿Fuerza de la naturaleza? ¿Acaso se refería a que Emrys era el rey de los druidas? ¿Al hecho de que tenía una magia tan poderosa que podía sentirla en todo su cuerpo? Dudaba que fuera así, Lancelot no conocía las viejas profecías, mucho menos sabía quién era Merlín en realidad.

Los otros caballeros intercambiaron una mirada incrédula.

—Mordred… ¿no sabes lo que es estar enamorado?

En ese momento Gwaine, que se había acercado con Leon y Elyan, se adelantó y miró a Lancelot mientras se apoyaba en el costado libre del chico.

—¿Quién? ¿Quién está enamorado?

Mordred los vio, a todos, a Lancelot y Percival que le miraban incrédulos y los otros ansiosos por saber de lo que hablaban. Por alguna razón sintió calor subir por su pecho hasta sus orejas y supo que estaba sonrojándose.

Mordred se había enamorado una vez, de Kara, hacía mucho tiempo en un campamento druida. O al menos eso creía entonces, pero lo que le sucedía en aquel momento, lo que sentía al mirar a Emrys, era diferente.

No podía estar enamorado…

¿Verdad?

Los caballeros le miraron mientras guardaba silencio y Gwaine supo de inmediato la respuesta a su pregunta.

—Vaya, vaya. ¿Es que al pequeño Mordred lo han hechizado?

Levantando la mirada brillante y cristalina, Mordred se preguntó lo mismo. Sin embargo, ahora que estaba allí, ahora que podía dar nombre a lo que al parecer le estaba pasando, el pánico se abrió paso como un instinto de supervivencia. Ellos no podían saber…. jamás.

—¿Quién ha sido? —Preguntó Elyan con afán. Mordred le miró y apretó sus labios—. Oh, vamos, tienes que decirnos, hermano.

—Sólo no digas que Audrey te ha puesto una poción en la comida —Bromeó Percival.

—Oh, eso sería espeluznante —Asintió Leon, con un estremecimiento—. Nadie estaría a salvo.

Sintió la barba de alguien rozar su mejilla y entonces Gwaine tenía sus ojos tan cerca como había estado él mismo de Lancelot.

—Creo que puedo adivinarlo.

—¿Es una apuesta? —Sonrió Elyan.

—Demonios, claro que sí ¿Cinco monedas de oro?

La cabeza de Mordred giraba de uno a otro, asustado. Lancelot, sin embargo, no había despegado su mirada de él y terminó por apiadarse.

—Vamos, chicos, dejen de lucrar con el sufrimiento ajeno. Mordred apenas y entiende lo que sucede —Alejó a Gwaine de un manotazo y puso las manos en sus hombros—. Mírenlo, es un niño.

Mordred frunció el ceño. Espera… ¿Un niño?

—Miren está cara sonrojada y confundida, ¿les parece que sepa lo que hace? —Los caballeros asintieron, evaluando lo que Lancelot estaba señalando. Mordred se sintió tremendamente ofendido y Lancelot sonrió—. Como viejos lobos de mar, deberían estar ofreciendo sus consejos en lugar de tomarle el pelo.

Gwaine se iluminó como antorcha al anochecer. El sexto sentido que le avisaba a Mordred de peligro se encendió de igual forma.

—¡Es cierto! Como tus mentores es nuestro trabajo resolver tus dudas —Exclamó—. Joven Mordred, estás de suerte, soy todo un experto. Y no tienes que decirnos qué dama ha robado tu corazón. Será un placer para mí iniciarte en el arte del romance…

Bueno… mierda.

Sabía que nada bueno iba a resultar de aquello.


Como era natural, la situación llegó a oídos de Arthur un cuarto de hora después. Cuando se enteró de que sus caballeros estaban iniciando a Mordred en el fino arte de la seducción, supo que había que alejarlo de aquellos hombres lo más pronto posible.

O eso fue lo que dijo cuando lo llevó por los pasillos después de estar en la armería.

Su brazo estaba sobre su hombro, como lo había estado el de Gwaine, el de Percival y el de Elyan, mientras le ofrecían sus consejos. Se sentía incluso peor, ya que era el rey, no debería tener tanta familiaridad con él.

—Mordred, mi buen pupilo, no escuches jamás los consejos de hombres que hasta el día de hoy siguen solteros.

Tenía que concederle que era un consejo sabio. Arthur era el único del grupo que tenía una esposa, si bien esa esposa había sido pretendida por dos de esos mismos hombres de los que hablaba.

—¿Mi señor?

—Si quieres conquistar a una dama, lo mejor es ser fiel a ti mismo —Recitó Arthur con una solemnidad imponente. Si Emrys hubiera estado allí, seguramente se habría reído—. A tus principios y convicciones. Si ella tiene ideales afines a los tuyos, será mucho más fácil. Por ejemplo, Gwen y yo, nuestro compromiso es proteger a Camelot y nuestro sueño verlo prosperar.

Se adentraron a la sala del trono, a aquella hora apenas estaba ocupada por algunos sirvientes y soldados que se preparaban para las audiencias. La galería brillaba con los rayos del sol a través de los ventanales y daba un reflejo mágico al recinto. Desde que se convirtió en caballero, Mordred adoraba aquel lugar, le gustaba la alfombra roja y los destellos sobre las armaduras.

—Suena como algo maravilloso, señor. Aspirar a una relación como la suya realmente es soñar muy alto. La reina es una mujer encantadora y Camelot la ama, encontrar una dama como ella es una suerte reservada sólo para usted —Arthur sonrió con aprobación. Mordred sabía que Arthur pensaba en él como en un niño al que guiar y le encantaba que le escuchara. A él le encantaba escucharle.

—Tal vez tengas un poco de razón, fui afortunado —El rey se volvió para admirar el trono al otro lado de la habitación. Detrás, Merlín señalaba a una chica para que acomodara algunas cosas en una mesa. Mordred observó, con el corazón saltándole en el pecho, que bajo aquella luz, aquel brillo que solía tener se volvía un poco más… mágico—. En mi puesto, es muy fácil caer en adulaciones y actos que solo buscan congraciarse. Sin embargo, me he visto rodeado de personas honestas y valerosas.

Al decirlo, Arthur miró a su alrededor. A él, a Merlín, a Leon que en ese momento se apostaba en la puerta y a la reina, que se dirigía a él. Una sonrisa adornaba sus labios.

—Mi reina —Dijo cuando ella se acercó y tomó su mano, depositando un beso en el torso. La reina sonrió.

—Su alteza. Sir Mordred.

Mordred puso la mano en su corazón y se inclinó.

—Su majestad, siempre es un placer verla.

—Bien ahí, Sir Mordred, aprendes muy rápido —Felicitó Arthur, como si él le hubiera enseñado a decir eso. Gwen arrugó la nariz y le dio un golpecito.

—¿Enseñándole a adular, mi rey?

—Al parecer Sir Mordred espera conquistar a alguna dama, sólo estoy dándole consejos más apropiados que los que le ha dado Sir Gwaine.

Con una risita cantarina, la reina se acercó a él.

—Oh, eso es interesante. ¿Entonces los rumores son ciertos? ¿Está cortejando a una dama del pueblo?

Mordred pudo sentir sus orejas calentarse, el sonrojo bajando por su cuello. Merlín se había detenido un poco en lo que hacía para mirar hacia ellos, lo que fue peor.

—Qué adorable, ¿es alguna dama que conozca? —Ella dijo, ladeando su cabeza y alzando las cejas con interés. Mordred pasó saliva.

—No hay ninguna dama, mi señora —Respondió, más bajo de lo que debería—. Todo ha sido un malentendido con las damas de las cocinas.

—Oh, es una lástima. Siempre viene bien una historia de amor para alegrar el día. Esperemos que pronto encuentre una chica que le robe el aliento.

—Es joven, querida, tiene mucho tiempo para ello —Arthur sonrió y luego se volvió para besar su mano una vez más—. ¿Me disculpas un momento? Tengo que hablar con Leon.

—Claro, me quedaré con Sir Mordred hasta que comiencen las audiencias.

El rey se alejó, dejándolos. Merlín seguía echando algunas miradas y el corazón de Mordred se saltaba un latido cuando sus ojos se encontraban. Ahora que sabía mejor lo que le sucedía, no podía evitar sentirse nervioso.

—¿Quisiera el consejo no solicitado de una dama, Sir Mordred? —Gwen dijo, mirándole con calidez. Dejó de mirar a Emrys para ponerle atención y asintió.

—Por supuesto.

—Sea honesto con sus sentimientos —Dijo, calma y dulce, mirando a Merlín también—. Sea abierto y obvio, nunca dé por sentado que esa persona lo notará sin que lo diga o que lo sabe. Siempre sea sincero.

La forma en que lo dijo fue muy íntima y Mordred esbozó una sonrisa, asintiendo. Era, después de todo, un buen consejo.

—Muchas gracias, su alteza.

—No hay porqué, Sir Mordred. Espero que todo salga bien para ambos.

Hubo un tono cómplice en la última frase que hizo a Mordred alzar las cejas. La reina le guiñó un ojo y se alejó hacia el trono para tomar asiento. Arthur se unió a ella momentos después.

Mordred se colocó en su lugar, mientras Emrys se acercaba a Gaius al otro lado del salón. Sus ojos le buscaron y se ciñeron en los bordes de forma entrañable cuando se encontraron. Un rayo de sol le iluminaba como la ambrosía, un juego de luz que hacía su iris un poco dorado, cómo cuando hacía magia.

«¿Ha sucedido algo interesante?» La voz acarició su mente y sintió las piernas temblar. Un calor extraño se extendió por el centro de su cuerpo.

Amor.

Estaba enamorado de Emrys.