"El amor depara dos máximas adversidades de opuesto signo: amar a quien no nos ama y ser amados por quien no podemos amar".

"Nadie tiene dominio sobre el amor, pero el amor domina todas las cosas".

Personajes de Mizuki e Igarashi.

Llegó el tan esperado viernes y Candy, se arregló elegantemente para la ocasión: pantalón de vestir color beige, una blusa sin manga cuello bobo color blanco, alrededor de ella a nivel de las caderas una cadenita dorada, que hacía juego con sus sandalias tacón medio, aretes y fino collar.

Candy al oír el timbre, salió apurada, evitaba dañarse el esmalte de las uñas de los pies y de las manos, pues las tenía recién pintadas de color crema claro.

Albert, se veía sumamente atractivo con su atuendo, el cual era una playera marca Polo, un pantalón de mezclilla y zapatos deportivos color blanco.

― Te ves radiante. La luz de tus ojos me recuerdan a…

― ¿A quién?

― Candy, estar a tu lado me hace feliz― respondió Albert, eludiendo la pregunta.

― ¡Ay, se me olvidaba mi bolsa!― Expresó Candy.

Él al darse cuenta, que trataba de abrir la puerta procurando no tropezarse las uñas, caballerosamente, le dijo:

― Si me permites, te abro la puerta―. Albert, al ayudarla la tuvo tan cerca, que no pudo evitar aspirar su aroma delicado a rosas silvestres, además de percibirle el suave aliento a menta, proveniente de aquellos labios color cereza que les fascinaba. ― Tú fragancia es deliciosa―. Sus labios sin querer quedaron al mismo nivel al punto de casi rosarse, sin poder eludirlo se besaron tiernamente, ella llevó sus manos a la nuca de él, enredándoles sus dedos por dentro de su corta cabellera lisa rubia. El llamado de la señora Gloria los hizo separarse, él se hizo a un lado.

― ¡Candy, no he recibido tu pago!

― Señora Gloria le envié un email con los datos de transferencia.

― Revisaré. Recuerda que está prohibido las muestras de afecto en el pasillo, se deben respetar las normas o les hacemos abandonar el edificio; así hayan pagado el mes por adelantado, es una de las clausulas.

Albert intervino ― Disculpe señora, fui el responsable, la besé sin darle aviso. Seremos cuidadosos con nuestras muestras de afecto ―dijo haciéndole una leve reverencia, a la vez, que tomaba la mano a la cacera para depositarle un delicado beso en los nudillos de su mano derecha, manteniéndole una mirada seductora, la señora se sintió desfallecer, por suerte la pared la sostuvo, mientras la pareja de manera divertida, se retiraba del lugar.

― ¡A todas las derrites!―. Expresó Candy.

― Ja, ja, ja. No lo creo es simple estrategia de amabilidad.

―No seas modesto. ¿Cuál es tu automóvil?― Candy, al mirar a su alrededor notó varios autos de buen aspecto de clase media, se imaginó que uno de ellos era el de él.

― Es aquél―. Le señaló Albert a su lado contrario.

Candy trató de esconder su asombro: ― ¡Un deportivo! Perdón, quise decir: ¿un deportivo del año descapotado?

― Sí, ser sexólogo, tiene sus beneficios ―dijo en tono juguetón.

― Sí, que lo tiene―. Expresó guiñándole el ojo.

― Bien, Candy recorramos la ciudad en esta hermosa tarde. Está a punto de anochecer.

Albert, como todo un caballero le abrió la puerta del auto, Candy se sentía como una princesa.

El rubio al entrar en una vía recta, sin tráfico, aceleró el auto, Candy se emocionó tanto, que gritaba para competir con el sonido de la brisa, el cual pegaba en su rostro. Albert reía por las ocurrencias de su enamorada.

Él, la llevó al rascacielos más alto de Chicago, su estructura se formaba de metal y cristal, inclusive los ascensores.

Salieron del ascensor y caminaron hasta una de las amplias oficinas, que pertenecen a la familia Ardlay:

― ¿Tienes miedo?

― Para nada amo las alturas, además trepaba árboles cuando era niña; sólo que es extremadamente alto… ―dijo Candy tratando de ocultar el temblor de sus dedos.

―Ya se te pasará. Eres una chica valiente, debes de serlo sí, eres mi mujer ― le dijo tomándola de la cintura para pegarla a su cuerpo, se apoyó de la pared de vidrio.

― ¡La vista es grandiosa! ―exclamó ella.

― Totalmente cierto. Ahora vámonos.

― ¿Para dónde?

― Al restaurant. Te gustará, es un lugar maravilloso, es como si estuvieras en el árbol más alto del mundo y desde allí observarás todo la belleza de la vida.

Candy y Albert entraron al amplio y lujoso restaurant, el anfitrión los guió hasta una mesa con la mejor visión del lugar, que había sido reservada por George, unos días antes, el cual parecía un solar; desde allí veían como el sol se ocultaba para dar paso a las estrellas que ilumina la noche. De fondo se oía un jazz, que envolvía el ambiente en una atmosfera tranquila para conversar. El mesero cortésmente se les acercó y les ofreció la carta de vino para empezar la velada. Candy no sabía que pedir.

― Candy, te puedo sugerir un exquisito vino chileno, está considerado uno de los mejores por su especial añejamiento.

‹‹No tengo ni idea de vinos costosos, afirmaré para no quedar en ridículo ante él, que es todo un príncipe como en los cuentos de hadas.›› Pensó Candy a medida que sonreía: ― Amor, tus gustos son excepcionales, probaré.

― Tomaré su orden―. Comunicó servicialmente el mesero, quién vestía elegantemente. Al cabo de unos segundos llegó el mesero encargado de tomar la orden de entradas y platos principales.

‹‹ ¡Dios, todo se me antoja, no sé que pedir! Y cómo y si él me leyera la mente me dice››:

― El sushi de caviar me gusta. ¿Qué opinas Candy?

― Es mi platillo favorito.

― Ok. Sólo pediremos sushi variado.

― Como gusten―. Respondió el mesero a manera cordial, haciéndoles una leve reverencia.

Después de terminar la cena, les dieron la carta de postres, Candy pidió Charlotte estilo puerto, que consistía en una variedad de helados con salsa tibia de chocolate, Candy degustó el exquisito dulce, sentía en su paladar todas las sensaciones de sabores preparados minuciosamente, exclamó: ― ¡felicíteme al chef y al repostero es toda una delicia! Albert que deleitaba su paladar con un rico brownie, preparado con un fino cacao traído de Venezuela, sonrío al ver la naturalidad de Candy, su alegría le hacía feliz. Bebieron agua mineral exclusiva de Nueva Zelanda, Albert pagó incluyendo la propina con American Express Centurion.

‹‹ ¿Por qué tendrá esa tarjeta? Tengo entendido, que sólo los millonarios la usan, ¿estaré realmente con alguien de la realeza, será un sueño? Si es así; no quiero despertar, porque este sueño me tiene en las nubes, ¡sintiéndome una reina!››

La rubia de ojos verdes seguía en su ensoñación hasta que Albert de forma protocolar le dijo: ― ¿hermosa dama le ayudo con su silla?

― Claro.

―El viaje será largo mi bella princesa.

‹‹Ahora, ¿A dónde me llevará?›› se preguntó Candy, en sus cavilaciones, sin dejar de sonreírle.

Albert en todo momento trató con amabilidad a Candy, quien se convertiría nuevamente en su mujer, condujo hasta un hotel elegante ubicado a las afueras de Chicago, era una zona boscosa con ambiente montañoso, hacía frío. Albert se detuvo para darle a Candy un abrigo, con cuello de piel de cordero extraíble marca SANDRO PARÍS, que llevaba atrás del asiento del copiloto.

― Pero, ¿y tú?― preguntó Candy preocupada por él.

― Estoy bien; falta poco para llegar.

Candy embelesada aspiraba el aroma masculino proveniente de aquel abrigo, que le daba calor corporal, justo lo que ella necesitaba un hombre, que la protegiera y le diera abrigo.

Llegaron al hotel y Albert, le abrió la puerta del carro, la guió hasta dentro de la habitación, donde ya se encontraba encendida la chimenea.

― ¿Te gusta el lugar?― preguntó Albert al mirarla inmóvil.

― Sí, sólo que el lugar me resulta romántico.

― Después de lo que te haré, será más romántico, ven preciosa.

Albert la pegó a su pecho, la empezó a besar delicadamente, le succionaba la lengua, ambos disfrutaban de sus alientos fresco y agradable con sabor a menta fresca. Albert fue descendiendo hasta su cuello, le alzó los brazos para quitarle la blusa, seguidamente el brasier de encaje blanco, se detuvo frente a ella para contemplar la más hermosa imagen que allá visto, inclinó su cabeza para lamerle los pechos; su lengua jugaba con los pezones de Candy, quien no paraba de gemir ante la delicia de aquellos labios masculinos.

― Bert, eres increíble, me produces escalofríos en todo el cuerpo, siento que voy…― Candy se mordía el labio inferior ― siento que voy a desfallecer… me gusta como saboreas mis pechos.

El rubio bajó poco a poco hasta la zona sur de su joven estudiante de sexología, al detenerse allí, levantó la mirada en dirección a ella para saber si estaba de acuerdo, Candy asintió con la mirada. Sutilmente le desabrochó el pantalón para deshacerse de aquella prenda que le estorbaba su labor, aspiró su aroma de mujer delicada y con la boca le retiró la última prenda que le impedía acceder a ese lugar que él tanto deseaba probar. Él separó con sus dedos derechos los labios vaginales de Candy para obtener mejor visión de la zona, que invadiría con su lengua, la cual movía de manera circular justo en el punto U, la vagina de Candy no dejaba de lubricarse ante aquella sensación; una vez se tocó allí, cuando estaba en la ducha, pero sentir de primera mano la sensación más divina, que haya tenido le hacía espasmos musculares en su vientre, se movía de un lado otro como poseída, no paraba de gemir, decir el nombre de su macho:

― ¡Bert, Bert! Estoy a punto de… de… no aguanto más…― Candy gritó de la emoción. Albert se sintió satisfecho al saber que su amor tuvo el orgasmo deseado, se retiró la hebilla del pantalón para luego desabrochárselo y bajarse el cierre; le introdujo en la vagina dos dedos para sentir sus fluidos, se liberó su grueso pene y se untó aquel liquido viscoso que provenía de su mujer. Candy al mirar el miembro de su hombre le provocó probarlo, degustarlo con su boca, gateó hasta a él como gatita en celo.― Quiero meterlo en mi boca―. Albert, abrió sus piernas y se acomodó para que ella tuviera comodidad en su misión.

― ¡Comételo todo!―. Le exclamó Albert a medida que se hundía más en su boca, le agarraba de los cabellos guiándole el movimiento de adentro hacia afuera. Sin más, aceleró el vaivén de su cadera en la boca de Candy, ella sentía como el pene de Albert le golpeaba la campanita del paladar y los testículos, el meton de la cara. ― Candy, voy a acabar, ¡chúpate mi semen!― Su hermosa estudiante le obedeció. Candy sintió en su boca el tibio líquido blanquecino proveniente del endurecido falo de su joven profesor Albert, quien cerró los ojos con fuerzas al momento de eyacular en la boca de su mujer. Su cuerpo se electrificaba. Poco a poco recuperó nuevamente las fuerzas. ― Gracias mi amor, sí, que fue maravilloso―. Candy lentamente deslizó sus labios por el pene de Albert, él la atrajo al nivel de su rostro y la besó con pasión. Él se quitó por completo la ropa sin dejar de besarla, amaba probar sus labios, su cuello, sus senos, su piel acariciándole con las manos cada rincón de ella, que estaba maravillada por la forma en que su profesor le hacía el amor.

Él se posicionó sobre ella, abriéndole las piernas lo suficiente para penetrarla con fuerza. Flexionándole las rodillas se hundía más en ella hasta tocarle la pepita interna que se le introducía en su uretra como si fuera un serruchito, que él tanto disfrutaba, la vagina de Candy parecía un volcán de lava ardiente, que Albert con todo gusto invadía. La volteó para cogerla de espalda en posición de perrito. Candy nuevamente tenía otro orgasmo que hacía que su hinchada vagina se contrajera más y más al punto de provocar en Albert el deseo de eyacular una vez más. Esa noche después de quedar exhaustos, durmieron desnudos abrazados en la amplia y lujosa cama que tenía un edredón nórdico.

Al día siguiente, Candy no podía creer que lo que había vivido hace 8 horas, si que durmieron, ya había amanecido; cuando se volteó para ver a su entrañable enamorado, él ya no estaba. Candy se preocupó. Vio una nota:

Amor ya regreso, no tardo.

Al cabo de una hora Albert, volvió con algunas prendas femeninas de la reconocida marca londinense Victoria Beckham, que él encargó a la boutique más famosa de Chicago. Candy recién salía del baño: ‹‹ ¿por qué no me traje otra muda de ropa? Era evidente que me traería a un hotel para hacerme el amor como un cavernario, sin piedad ja, ja, ja.›› Se reprochaba Candy, a la vez, que se tocaba los senos, recordando sus caricias.

― ¿Hablando sola?

Candy se giró en dirección a él: ― ¡No! Me asustaste.

― Veo que te duchaste, me dieron ganas de hacerte mía nuevamente.

― ¡Si gustas! ―dijo dejando caer la bata al piso de madera flotante. Albert la tomó en brazos y se la llevó hasta la cama donde la amó de nuevo con locura.

Ese día Candy fue la mujer más feliz del universo, Albert la llevó a conocer los alrededores de Chicago, cabalgaron juntos, jugaron croquet con unos socios de él, ella se sintió la señora Ardlay, el titulo le agradaba. Las mujeres se le acercaban y le preguntaban ¿Cómo hizo para atraparlo? Ella altiva le respondía: "fácil, sabiéndole menear las caderas", quedaban estupefactas ante la respuesta, que a sus oídos eran obscenas. Todas murmuraban a sus espaldas. Albert al día siguiente la llevó a su casa:

― Candy, quiero que te mudes a una de mis propiedades, de hecho la mandé a registrar a tu nombre, uno de los apartamentos ubicados en el centro de la ciudad, existen hospitales cercanos y no tendrás que madrugar―. Albert buscó en su maletín y le hizo entrega de los documentos que la acreditaban como dueña legal del inmueble; más una beca para estudiar literatura en Londres. Candy no sabía que decir por los obsequios, al despedirse de Albert llamó a su amiga y le contó todo lo que vivió al lado de ese hombre, que con sólo recordar la inicial de su nombre su entrepierna se humedecía.

― ¡Qué suerte tienes amiga! ¿Tendrá hermanos? Ja, ja, ja. Pregunto para ver si me quedo con uno de ellos.

― Luisa, ¿para qué te cuento?

― ¡Es increíble! Te regaló un apartamento así no más. Sí, que le diste donde es.

― ¡Luisa!

―Es la verdad, ¿quién te regala un apartamento así no más?

― Es verdad―. Replicó Candy a modo reflexivo.

―Una cosa es segura, te quiere de amante.

― ¿Por qué lo dices?

― Porque en vez de obsequiarte un anillo de promesa de matrimonio, te dio las llaves de un apartamento, que él visitará cada vez que se le levante la cosota, ja, ja, ja.

― ¡Te pasas de vulgar!

― Mejor, invítame a comer, falta poco para anochecer y por lo visto hoy será tu última noche en este modesto vecindario, en donde se quedará tu amiga hasta la edad anciana de 100 años, que encontrará su rey, que será Dios, porque no he tenido la suerte que tú, ja, ja, ja.

― Puedes vivir conmigo.

― Amiga, el te compró el departamento para que sea su nidito de follación ja, ja, ja.

― En serio, que te pasas.

― ¿Qué? ¡No entiendo! ¿En qué me paso? Sigo sin entender.

―Jamás entiendes, pero lo que no te conviene.

Ese día Candy ordenó una pizza de salsa napolitana y queso mozarela, la cual acompañaron con una gaseosa refrescante de cola. Vieron una película de humor y se fueron a descansar, al día siguiente entusiasmadas, fueron a la que sería la última clase; por primera vez habían llegado antes que el profesor.

― Buenos días, clase soy el profesor Arturo. El profesor Ardlay, se ha retirado para cumplir con asuntos personales, me ha dejado la misión de terminar el curso.

El maestro empezó a escribir en el pizarrón y dictaba clase de forma convencional. Candy en toda la clase no prestó atención, Luisa al verla tan triste, trató de animarla:

― De seguro te llama más tarde.

― ¿Tú crees?― le preguntó con los ojos brillosos por las lágrimas.

― Sí― le respondió Luisa abrazándola ―Vamos a recoger tus cosas y las mías, me mudaré contigo. Espero no llegue al departamento portando únicamente un lacito en su entrepierna; sino me lo tendré que comer yo, por lo menos una noche―. Candy río por la ocurrencia de su amiga incondicional.

Pasaron las semanas.

― Candy, por fin ¿Qué tienes?

― Estoy embarazada.

― ¿Qué alegría seré tía?

― Sí, llevo en mi vientre el fruto de mi amor.

― Candy, no quiero ver lágrimas en tus ojos por él. Recuerda que tu estado de ánimo se lo trasmites a tu niño o niña.

― Cierto, no vale la pena llorar por un hombre que de seguro le endulzó la oreja a cuanta mujeres vio en el camino.

― Por lo menos te dejó el apartamento y una beca para estudiar, pero con esa pancita se te hará complicado.

― Mejor tener la cabeza ocupada, así no pensaré en ese hombre, que me usó para un fin de semana.

Pasaron los meses y Candy dio a luz a un hermoso varón de ojos azules claros como el cielo. En Londres se hizo amiga de Domy, un diseñador de modas que necesitaba escribir sus memorias.

Al paso del tiempo Candy se convirtió en una reconocida escritora de erotismo, un joven actor se le acercó:

― ¿Es cierto?

― ¡Perdón!

― Mi esposa se llama Susana está enferma y casi no intimamos como antes, no sé qué hacer, lo de su libro: sexología con sabiduría, ¿es cierto?

― Sí, lo es―. Con una sonrisa irónica Candy, contestó. ―Recibí clase personalizada.

De ese modo, terminó un día más de trabajo, parejas buscando asesoría, hombres y mujeres necesitando amor. Ella feliz los atendía y se iba con su pequeño William, fruto de su amor por aquel joven profesor, que le enseñó los placeres de la sexualidad y del amor.

Fin.

Gracias: Venezolana López (te adoro), Kecs, Tuty y Jhana Marti, mis adoradas amigas por ser incondicionales y haberme dejado sus comentarios gracias a ellos nos animamos a terminar la historia para complacerlas. Ahora ´si, me gradué de escritora ja, ja, ja. Dios nos bendiga.

Nota: este es el capítulo más largo que he escrito. Richard en esta oportunidad sólo me ayudó a realizar ciertos arreglos, pero está su esencia de hombre je, je, je. Pues me dijo que así quería el final.