Sintoísmo (神道): es el nombre de la religión nativa en Japón. Se basa en la veneración de los kami o espíritus de la naturaleza. Algunos kami son locales y son conocidos como espíritus o genios de un lugar en particular, pero otros representan objetos naturales mayores y procesos, por ejemplo, Amaterasu, la diosa del Sol.

Bakugo comprende perfectamente su lugar en esa casa, tal y como lo comprendiese si fuera una maiko: es nada más un ornamento para Todoroki Shoto. A duras penas puede cumplir con este rol: sabe escribir y leer solo porque su padre le había enseñado, y su caligrafía dista mucho de ser perfecta, aparte poco a poco su garganta comienza a dolerle.

El lado bueno es que el mismísimo Todoroki Shoto lo ha autorizado a pasar todo su tiempo libre en la sala de escritura, admirando la belleza de los kanjis escritos junto a permitirse dibujar algo ocasionalmente, de acuerdo a su capricho.

En realidad, Bakugo sospecha que esto se debe a que Todoroki desea el mayor tiempo libre posible para pasarlo con su amante, esa joven que fue a visitarle en el Tanabata. A él no le importa; sabe que es un intruso en esta casa, tal y como Shoto lo es en su propia vida.

Pensando en todo eso y concentrado en dominar los kanjis de su esposo y el emperador, Bakugo pierde la noción del tiempo y, para cuando se da cuenta, ya son las diez.

Debió haberse hallado en su lecho a las diez menos cuarto.

Se apresura en guardar los materiales de estudio y camina lo más rápido que puede hasta su cuarto. Lo que no es mucho, con el maldito kimono que lleva puesto y que lo enlentece considerablemente. Como odiaba esas prendas tan costosas que debía usar para demostrar que era la futura emperatriz.

Cuando alcanza el pasillo que da a su recámara, se esfuerza por tornar sus pisadas en inaudibles.

Lo que escucha, en cambio, lo deja clavado frente a la puerta entreabierta.

―No puedes. Te lo prohíbo. Soy tu futuro señor, y te lo prohíbo.

Se trata de Shoto, por supuesto; puede verlo a través del resquicio de la puerta corrediza con sus llamas adornándole el cabello cobrizo. Frente a él se encuentra un joven de cabellos albinos.

En ese momento ambos se veían con molestia, el rostro del joven estaba cubierto de hielo mientras el de su esposo tiene la mitad del fuego.

―Sabes muy bien que el campo de batalla es donde debo est…

―Tonterías, Natsuo.

Si bien el samurái no parece inmutarse aparte de mirarlo fijamente, Bakugo se estremece al oír cómo Shoto lo llama por su nombre a secas, en lugar de su honorífico como el capitán de las fuerzas militares de los Todoroki.

―Algún día, hermano ―murmura entonces―, comprenderás que hay cosas mil veces más importantes que tu odió por padre. Cuando ese día llegue, ¡tal vez dejes de lastimar a gente inocente con tus estúpido odio!

―Si te refieres a Katsuki…

―¡Me refiero a mamá y a Fuyumi!

Shoto se detiene en seco, y su mirada luce sencillamente atónita. Como si repentinamente Natsuo lo hubiese desvestido y dejado en completo ridículo frente a una multitud.

―Tal vez no se te haya ocurrido antes, Shoto, pero soy un guerrero. No un guarda secretos, amó a madre y a Fuyumi con todo mi ser, pero como lo que soy haré todo lo que pueda para protegerles, si eso implica mi vida la daré, Dabi haría lo mismo que yo.

Shoto intenta de nuevo, y Bakugo puede ver que su postura elegante se ha desvanecido para ser reemplazada por una casi sumisa. Comprende entonces que hay más que una relación de futuro emperador-samurái o un simple lazo de hermanos entre ellos; existe un amor familiar y el amor al deber que ambos cumplen como todo descendiente de dioses que ambos son.

―Natsuo…

―Reflexiona sobre lo que te he dicho. Hablaremos cuando vuelva. O bien…

Natsuo Todoroki, como buen guerrero, espera para dar la estocada final. Bakugo la ve llegar, y aprieta los labios cuando el samurái le da la espalda a su futuro señor y pronuncia:

―O bien, ya no habrá necesidad de hablar sobre nada.

Es un hombre, y de repente es una sombra; se ha marchado.

Y Shoto…

Shoto es un hombre, y de repente es una estatua.

No.

Todoroki Shoto no es una estatua.

Es solo un ser humano.

Un hombre que sufre bajo el peso de un título que no puede sostener, un hombre que libera lágrimas por su familia que debe cumplir los caprichos de su patriarca; un hombre que teme perder a la gente que amá y sobre todo un hombre con un gran corazón.

De esa noche transcurre un mes. Transcurren dos meses. Cuatro. Seis.

Han pasado ya seis meses de la partida de Natsuo Todoroki cuando, durante una fría noche de invierno, la noticia de la enfermedad de la emperatriz llega juntó a la entrada de está en la recta final de su enfermedad. Su hijo acude raudo a su lado, con ojeras acumuladas de varias noches sin dormir, y pese a su rostro exhausto, su voz siempre es suave y dulce hacia la mujer que le dió la vida:

―No es necesario que estés a mi lado, Katsuki. Puedes retirarte si lo deseás.

Pero Bakugo se queda siempre. No al lado de la madre de Shoto, mas sí fuera de su habitación, esperando por él; es lo que se espera que haga. Puede ver a su esposo de rodillas al lado de la cabecera de la emperatriz, y puede ver cómo toma entre sus dedos jóvenes la mano enferma antes de tiempo, aquélla mano que hace unos años eran más tersas que la seda misma.

―Gobierna con sabiduría, cariño mío… cuida mucho a tus hermanos por mí.

—Lo haré madré.

—Te amo demasiado y nunca lo olvides…

Es lo primero y último que Bakugo escucha de la boca de la emperatriz, y se pregunta si nunca se preocupó si el emperador fue a visitarla o siquiereña estar junto a la mujer que le dió a sus hijos en un momento tan delicado, pero el emperador nunca llega a verla en su lecho de muerte.

No obstante, su concentración se rompe al ver a Shoto emerger de la habitación de la ahora difunta emperatriz y señora Todoroki.

A su alrededor, los sirvientes, los guardias, todas las personas en la residencia real se inclinan ante su esposo. La mente de Bakugo asimila algo más tarde el porqué, y se apresura a ponerse de rodillas ante el nuevo emperador. Había olvidado que cuando la emperatriz muriese Shoto y él asumirían el cargo de emperadores, algo que Enji Todoroki les obligó hacer.

Shoto lo toma de la muñeca antes de que pueda inclinarse hacia el suelo, y Bakugo levanta la vista: tal vez ha notado su distracción, su equivocación, y ya espera la dura reprimenda, esperá no arruinarlo y ser impertinente.

Pese a esto, solo recibe ayuda para ponerse de pie, y la misma voz afable, aunque ronca por el cansancio:

―Nunca te pongas de rodillas ante mí, Katsuki. Estamos casados.

Lo deja libre entonces y camina hacia su la sala del trono donde recibiría las joyas reales, aquéllas que debía investigar para saber si Enji mentía. Bakugo sólo atina a seguirlo. Sus ojos le escuecen, y se da cuenta de que es porque quiere llorar.

No sabe nada sobre Todoroki Shoto; es un completo misterio, y es tan gentil como es frío.

Pero quiere llorar.

Porque si algo sabe sobre este hombre, es que él no lo hará. Sabe que Shoto no lloraría aunque haya perdido a toda su familia, el debía ser fuerte para si gente, debía ser el emperador que todos esperaban que fuera. Porque Shoto Todoroki cumplía lo que juraba.

—Mi señor, ha llegado esto desde la capital de Yokohama — un lacayo hace entrega de un pergamino a unas manos con cicatrices, mira sin curiosidad aquél papel para leerlo no sin antes cerciorarse de que el chico en el fueron sigue dormido. Lee cada uno de los kanjis inscritos en este para quemarlo poco a poco ante la mirada antenta de su sirviente.

—Informa a Tokio que tenemos uno de sus tesoros en camino y que los soldados se preparen para atacar cuando de la órden… oh y una cosa más, enviale las flores más costosas a la tumba de la emperatriz de Yokohama.

—Mi señor no deberiamos…

—¡De inmediato! — gritó furioso para fulminar con sus ojos al sirviente que tembló de miedo mientras salía de la habitación. Un gruñidito le hizo voltear la vista al futon donde el cuerpo que antes yacía allí se remueve lentamente algo adormilado. —Buenos días, ¿Cómo durmió mi prometida?

—Ummm… bien, dormí bien…— le sonrió dulcemente mientras tenía aquél embrutecimiento madrugador. —¿Paso algo? Hueles a óxido.

—Nada, sólo intenté quemar al sol, estúpido, ¿no?

—Si, demasiado.