Bon Odori (盆踊り): es un festival de danza tradicional japonés. Se celebra en Japón cada verano (entre julio y agosto) y es organizado localmente por cada ciudad.

Tres meses siendo oficialmente emperador, y Shoto no ha hecho el menor intento de acercarse a él además de algunas fórmulas de cortesía, si bien no ha vuelto a ver a Natsuo desde esa noche; ni siquiera en el funeral de su madre. Bakugo teme por su secreto al principio, mas luego su esposo le confiesa la verdad, quién fue a ver en el Tanabata fue a su madre.

Lo ve en cómo lo espera todas las noches sentado en el pasillo que da al patio interior, frente a la habitación de ambos, mientras el paisaje pasa de un blanco inmaculado a un rosa borroneado de flores de cerezo como lluvia.

Lo ve en su expresión ausente cada vez que dirige su mirada a la luna.

De pronto piensa en Izuku pero ese amor muere cada día más, por lo que es normal que a esta misma hora de la tarde, Shoto despierte en él una curiosidad que raya en la fascinación.

Bakugo es consciente de que no le ama, sí, mas cree que es en estos momentos, cuando se acuesta a dormir y puede ver la espalda de Shoto desde su lecho, que siente algo de afecto hacia su esposo.

Y si era apenas una sospecha, apenas un pensamiento fugaz, está seguro de que le importa más de lo que debería la noche en una sombra se aproxima desde el patio y, en lugar de correr a abrazarle, se arrodilla frente al emperador.

No es Natsuo; es su reemplazo. Porque Natsuo se ha convertido en una verdadera sombra, en aire, en tierra, en todo lo que existe pero no vive. Ha dado la vida por su familia, ha cumplido con su deber, y Bakugo piensa que el nuevo samurái no tiene idea de cuántas puñaladas ha asestado a su señor en los primeros cinco minutos de conocerlo.

Shoto recibe el mensaje con serenidad, asiente, y despacha al guerrero.

Bakugo finge estar profundamente dormido para que Shoto pueda llorar en paz, rasgarse las vestiduras y arroparse por completo en el color blanco antes de ir a la cama, donde su cuerpo sigue temblando del llanto que nadie puede oír, y mucho menos comprender.

¡Ah, y no obstante, Bakugo lo oye, Bakugo lo comprende…!

Pero guarda silencio hasta que no se oyen esos blasfemos sollozos, sino únicamente la respiración pesada de quien se ha rendido al sueño tras un intenso sufrimiento.

Levanta los párpados, entonces, y absorbe todos los detalles del rostro de Shoto, quien se ha girado hacia él sin darse cuenta. De su indescriptible belleza, de su dolor inconmensurable.

Sabe que no es suficientemente bueno para aquél hombre. Para nada. No lo sería aunque lo intentará, si ni siquiera sabe de su madre, ni ha preguntado por ella a su tío.

Y sin embargo, quiere ser lo suficientemente bueno para Shoto. Dios, ¡cómo desearía ser una mujer…!

Sin embargo, tenerse pena a sí mismo no es una característica de su personalidad, así que no deja anidar a este sentimiento similar a un ave en su pecho.

Deja mejor que anide el sentimiento cálido y reconfortante que lo invade al tomar la mano de Todoroki Shoto antes de cerrar los ojos.

Cuando Shoto abre los ojos, ya son las siete de la mañana. Es tarde, muy tarde para el emperador de Yokohama, y no le importa porque todo a su alrededor es cálido, y lo último que su mente nublada puede alcanzar a recordar es que la noche anterior no era así, porque todo era frío y aterrador.

Es cálido, muy cálido, y descubre por qué al mover la mano; entre sus dedos han ido a enlazarse otros. Allí, en esos pequeños espacios vacíos, hay deditos que brotan como pequeñas flores crecidas en una noche. Aún algo dormido, sigue la mano con la mirada; no parece el brazo de su madre o el de Natsuo…

… y no lo es, claro que no, porque recuerda que ellos ya no estan.

Es el brazo de la bella criatura que duerme plácidamente junto a él. Todoroki Shoto esboza una sonrisa débil, consciente al fin de los restos de lágrimas en su rostro, y de las que se deslizan por él nuevamente al asimilar en la mañana lo que ya anoche había comprendido.

―Qué idiota.

Cierra los ojos de vuelta, porque todavía no está listo para despertar en un mundo en el que Natsuo y su madre ya no existen.

Y pese a todo, no le importa estrujar durante su letargo los dedos de Bakugo Katsuki.

Vuelven a pasar los días, y todas las noches se repite el mismo gesto mudo.

Simples dedos entrelazados. Simple calor reconfortante que ―Bakugo espera― ayude a aliviar el dolor de Shoto.

A Bakugo le sorprende que este no se diese cuenta nunca, pues siempre despierta antes como para retirar la mano antes de ser descubierto.

A Shoto no le sorprende, para nada.

Bakugo lleva ya una hora contemplando el patio. Sus clases no son hasta la tarde, así que tiene todo este tiempo para reflexionar sobre su vida como parte de la familia Todoroki.

Como «esposa» del emperador.

―¿Katsuki?

Se gira al instante y lucha contra la instintiva reacción de hacer una reverencia ante Shoto. Sabe que él no desea eso, sí, pero es un poco difícil no inclinarse cuando lo ve vestido no con sus atavíos reales, sino con un simple par de hakamas que no desmeritan ni un poco su porte real.

Si es verdad que el emperador desciende de un dios, Bakugo puede apreciarlo a simple vista al mirar a su esposo.

―Me gustaría que te vistas. Vamos a dar un paseo por el pueblo.

No sabe a qué viene esto, mas con una leve inclinación de la cabeza, retorna al cuarto, apresurado, y se dispone a arreglarse. En todo este tiempo, nunca lo han ayudado a vestir: se ha negado rotundamente y, cuando las sirvientas comunicaron escandalizadas este problema al siervo más leal de Enji y Shoto, estos habian replicado que hay damas más delicadas que otras, y que lo dejasen por la paz.

Cuando finalmente está vestido con una simple yukata roja porque sí, ha debido aprender a colocársela por cuenta propia junto a una decoración de cabello igual al de su madre, una criada le indica que el emperador espera por él al frente de la casa. Ya afuera, se encuentra con Shoto, quien esboza una sonrisa tranquila antes de decir:

―Esa yukata te sienta perfectamente.

Lo siguiente que hace es ofrecerle la mano para ayudarlo a subir al carruaje, el gracias de Bakugo quedando atrapado entre su lengua y sus labios cuando siente los dedos cálidos y gentiles antes de percibir el calor corporal de su esposo, quien se sienta seguidamente a su lado.

No pregunta adónde van exactamente, y solo recorre con la mirada el pueblo donde nació y creció como el hijo del sastre más importante de todo Edo. Todo se le hace nuevo y brillante: la risa de los niños, las parejas que caminan en sincronía, los tenderos y sus cánticos de precios que no significan nada para Shoto, y que en cambio para él suponían hace no mucho tiempo atrás tres días y sus noches de prendas costosas.

Sin embargo, hay algo más: la ciudad está iluminada, está limpia y ordenada, y hasta los niños más pequeños van bien vestidos. De sogas casi invisibles que se extienden entre los techos de las casas cuelgan lamparitas con inscripciones que Bakugo apenas empieza a reconocer.

Reconoce los grafemas para luz solar y río en dos lamparitas aisladas, y siente su pecho cálido con un logro tan pequeño pero evidente.

―Todoroki…

Está a punto de preguntárselo cuando el carruaje se detiene. Shoto baja de un brinco, para el asombro de todos los presentes que lo observan como si el suelo fuese indigno de ser pisado por él. No obstante, él solo tiene ojos para Katsuki, y este, por una vez, está feliz de que así sea; es como si Shoti no se fijase en ninguna de las miradas que recibe, en ninguna de las chicas lindas que se congregan ya a unos pasos de él para admirar su figura tallada por seres ajenos a este mundo.

Bakugo sabe que no las mirará, tanto como sabe que esta falta de interés no se debe a él sino a un alma ausente, aquella mujer que ama incondicionalmente.

―No habrás pensado que dejaríamos de asistir al bon odori, ¿verdad?

Por supuesto. Katsuki no maneja las fechas de los festivales porque su madre no le dejaba salir de la casa regularmente y menos aún si había festividades a las que la familia Shizuoka aparecía, no se arriesgaría a que la separasen de su esposo e hijo, pero tiene sentido que se trate de esa celebración; hace ya un tiempo que los cerezos se han llevado sus vestidos para dar paso al canto estival de las cigarras.

Recordó que una vez su padre le pidió ayudar para hacer los kimonos y yukatas que se usarían este día su madre le decía que podia salir sólo si usaba una máscara pero el se nagaba y a la mañana siguiente del festival, Izuku le traía algo o le contaba de lo que había sucedido.

Y no obstante, aquí está ahora, caminando al lado del mismísimo emperador de Yokohama. Sus ojos se iluminan ante los puestos de juegos y de comida y las flores y los trajes y oh, los niños que ríen y juegan y todo es mucho, muchísimo mejor de lo que Izuku pudo describirle jamás.

Controla sus ansias de salir corriendo cuando Shoto se inclina hacia él para susurrarle al oído y lo oye perfectamente, como si toda la conmoción a su alrededor no existiese:

―Ve a explorar Katsuki. Yo te sigo.

Shoto ve el bello rostro femenino iluminarse, los ojos como dos rubís preciosos y la sonrisa que deja escapar apenas un breve ¡gracias! antes de que el delicado cuerpo salga disparado en medio del festival.

La risa le sale natural ante el espectáculo, y no le importa si acaba de bajar de su nube sagrada ante tantas personas; se echa a correr detrás de la mata de cabello rubio, y todas las luces pasan a su lado como murallas impenetrables.

Allí está esa indómita criatura, frente a un puesto cualquiera.

Allí está, ¿no la ven?, es la que corre a tomar a los niños de las manos y les regala el juguete que acaba de ganar en un puesto.

Es la que se estira cuando no puede ver un teatro de títeres por la altura del público y a la que Shoto levanta gentilmente entre sus brazos, para la gran humillación de la rubia.

Es la que baila al frente de la gente, la que lidera el círculo formado para dar gracias por la cosecha y la abundancia y todas las cosas buenas; la mismísima abundancia y felicidad dirigiendo a las demás personas.

Shoto solo piensa en cómo este es un instante único, porque todos los cuerpos que yacieron alguna vez a su lado son únicos y efímeros, y piensa en la envidia que deben de sentir todas las personas a su alrededor.

Después de todo, nadie más que él despierta a si lado.

Es esa idea, tan fugaz, la que hace que se esfuerce por correr a una velocidad parecida, a una velocidad con la que de hecho pueda alcanzar a esa hermosa pólvora humana.

Cuando toma su mano y encierra los dedos entre los suyos, su cuerpo se detiene. Su mirada busca la ternura en su rostro, y Shoto detesta hacer sentir a este ángel hecho carne de esa manera, aunque solo fuese por unos segundos.

Quiere decirle "nunca te lastimaría".

Quiere decirle "lamento si lo hice antes, no lo haré de vuelta".

Y "quiero mirarte un poco más".

O al menos "quiero caminar a tu lado".

Pero lo más importante:

"No quiero que nuestras manos entrelazadas tan fuertemente continúen siendo solo un sueño".

Sin embargo, todo lo que dice es:

―Ven conmigo.

En este momento, no hay palabras que expresen mejor lo que siente.