10, 20, 30, 40, 50, 60, 70, 80, 90, 100, 200, 300… todavía puedo recordar el sonido de mi corazón latir, vacío, durante todos esos años que habían pasado; se asimilaba a cuando caminas por encima de las hojas secas: sabes que tuvieron vida alguna vez, sin embargo aquel sonido no es más por vitalidad sino por costumbre.

Me sentía cansada, agotada, en sufrimiento, sola.

Vi a tantas criaturas irse, y a tantas otras quedarse, una con mayor temor hacia mí que la otra. Los libros nunca se acababan, apenas terminaba una habitación había otras tres más llenas de libros nuevos, con secretos recién descubiertos u olvidados y apenas recordados; sin embargo ya nada me hacía sentir realmente… viva.

De vez en cuando visitaba a las ninfas o a las sirenas, ya saben, para pasar el rato, y poder sentir algo que no fuese la infinita nada acechándome, carcomiéndome. Cuando Victoria me visitaba podía olvidarme unos momentos de aquella infelicidad, no obstante con su partida todo regresaba de golpe, la ausencia, la ansiedad, la soledad.

Ya podía combatir con la maldad prácticamente con los ojos cerrados, y eso no ayudaba en mucho al hecho de que a veces necesitaba distraerme, incluso con el dolor físico que podrían causarme ciertos encuentros. Estaba desesperada por ese algo que pudiese volver a llenar de luz mi corazón.

En esa, mi época de juventud, fue cuando más convencida me encontraba de lo que creía era mi destino.

Eres miserable.

Eres solitaria, y sabes que ellos nunca te mirarán diferente…

Para ellos siempre serás lo que yo… Un monstruo.

¡Jamás conocerás el amor!

¡SIENTEN MÁS MIEDO POR TI QUE POR MÍ!

Nadie jamás te amará

―¡CÁLLATE!― Desperté de golpe, jadeando, empapada en sudor y con el corazón a mil por segundo. Antes de poner una mano sobre mi pecho para intentar calmar mi errático pulso reparé en el detalle de la destrucción en mi habitación: había un enorme agujero en la pared, hojas desperdigadas por todo el suelo al igual que una gran cantidad de escombros. Al voltear hacia las palmas de mis manos pude vislumbrar los pequeños rayos que aun danzaban entre mis dedos; debí soltar electricidad en aquel ataque de ira.

Otra vez había sido víctima de esa maldita pesadilla. El escenario no importaba, podía encontrarme en el lugar más recóndito del bosque, en algún manantial, en un prado... donde fuera, al final siempre cerraba con la misma frase de cuatro palabras que no había podido olvidar desde hacía más de tres siglos, la cual aún me perseguía con sus indudables atisbos de veracidad.

Finalmente había tenido razón. Nunca nadie me miró diferente, nunca nadie se molestó en conocerme o siquiera verme con algo diferente al más profundo miedo y/o terror. Con el paso del tiempo decidí darles un verdadero motivo para temer. Si querían a un monstruo eso fue lo que les di, aunque no me dejaron opción realmente: mi carácter, ya anteriormente arisco y taciturno se transformó en una permanente irritabilidad y molestia; las expresiones mortalmente serias, el ceño fruncido con ira y una promesa de devastación, miradas feroces con las que penetraba en tu alma… todos esos se habían convertido en mis características particulares, aquello por lo que reconoces que una criatura es peligrosa y por lo tanto la evitas.

Incluso al conseguir sosegar mi respiración y pulso seguía escuchando esas nefastas cuatro palabras dando vueltas en mi cabeza. Nadie jamás te amará, nadie jamás te amará, nadie jamás ME amará. Me sentí dolida, desolada, furiosa; era una extraña combinación de miseria en un torbellino de emociones que me impedían concentrarme y pensar con claridad.

Apreté las sábanas con mi puño mientras tocaba mi cabeza en un gesto desesperanzado, y antes de que pudiera prevenirlo mi rostro comenzó a empaparse con agua salada. Era tanto mi dolor que no pudo encontrar otra salida más que esa; era tanto mi sufrimiento que solo así podría expresarse realmente y ser libre, intensificándose, pero a fin de cuentas dejando de ahogarme. Por primera vez en mis más de trescientos años estaba llorando.

Una lágrima tras otra para convertirse en mares que surcaban mi rostro y empapaban hasta el suelo. Lo que inició siendo silencioso pronto se tornó en una desgarradora sinfonía de gemidos, sollozos y gritos de agonía, tristeza, cólera e impotencia. ¿Qué derecho tenían todos de amar y ser amados al cual yo nunca podría aspirar siquiera?, ¿de qué me servía un corazón si este se encontraba vacío y sin un motivo por el cual latir? No es que menospreciara mi existencia, siempre supe cuál era mi único propósito pero lo que no entendía era el por qué tener que darme la capacidad de sentir si jamás podría utilizarla, cuál sería la razón de poder sangrar sin la posibilidad de herirte.

Durante varias horas continué solo así, llorando amargamente y arrasando con cuanta cosa estuviese cerca: libros, muebles, paredes, el techo, mi cama… en fin, lo devolvería todo a su estado original después, ya no importaba el hacerme la fuerte o ser discreta, en esos momentos lo que más deseaba era liberar ese dolor que sentía; la furia había sido mi compañera por décadas y justo ahí y entonces lo era también.

De alguna manera terminé acurrucada en una esquina abrazando mis piernas y con mi cabeza enterrada entre mis brazos, rodeada de la asolación que reflejaba mi estado emocional, siendo y sintiéndome miserable. Ya no hacía ruido alguno, pero mi rostro, completamente carente de expresión continuaba inundándose con las lágrimas que temí que nunca podría parar.

―Hola― Levanté la vista con terror. Había estado tan inmersa en mi episodio que ni siquiera noté su presencia: Victoria estaba parada a unos metros de mí, sin mirarme directamente, dudando de la reacción que yo podría tener ante su entrada, lo cual le respondería si para mí era oportuna o no.

―No deberías estar aquí ahora. Lárgate― Le dije fríamente queriendo salvar la casi nula dignidad que me quedaba.

―No me iré sin antes escuchar qué es lo que te sucede― Su inicial tono bajo tímido había cambiado a uno firme y decidido, sin esconder su preocupación. Aquello me suavizó un poco.

―Escucha, no quiero ver a nadie, y mucho menos que tú que me veas así― Limpié sin mucho éxito los caminos salados de mis mejillas con mis dedos ―Por favor, solo… vete―

―Jadelyn, yo…―

―Hablo en serio, Victoria, vete― Con la mirada que le lancé pude haber helado al mismo Sol.

―No lo haré― Mi intimidación no había resultado, por lo menos no lo haría con ella ―Tienes que dejar de apartarme como lo has hecho estos últimos meses, solo tienes que hablar conmigo―

―¿Hablar?― Repetí burlándome cruelmente ―¿Para qué? No importa cuánto te esfuerces jamás lo comprenderás. Ahora déjame sola― Empezaba a irritarme su necedad, ¿no podía irse y ya?

―¡Jamás comprenderé si no me lo explicas!― Bien, ahora sí estaba molesta.

―¡No tengo por qué, y no me obligues a sacarte yo misma!― Me levanté imponente para reforzar mi postura.

―¡¿Por qué no hablas conmigo?! ¡Deja de encerrarte en ti misma y dime qué sucede!― Se acercó unos pasos, sin temor a mi enojo ni a la ligera diferencia de estatura que me hacía ver más imperiosa.

―¿Eso quieres? ¡Pues bien! ¡Me siento sola! ¿Contenta?― Su confusión me alentó a continuar ―Te dije que no lo entenderías, tú eres amada por todos, las criaturas, los animales, tienes a Beckarious, pero en cambio yo no tengo nada― En sus ojos algo cambió, pasaron de estar sorprendidos a estar profundamente heridos.

―No tienes nada, ¿eh? Bueno, me alegra saber cuánto significa mi existencia para ti― Puse mis manos sobre mi rostro en exasperación.

―Por favor, Victoria, lo último que necesito en estos momentos es que te pongas así―

―No, no, por favor, está bien, continúa― Su trémula voz y sus ojos comenzando a humedecerse eran un claro indicio de que realmente le había dolido lo que dije. Se limpió con el dorso de su mano ―Vamos, sigue diciéndome lo horrible que es tu solitaria vida en la que no tienes ni un solo amigo, nadie que se preocupe por ti, ni que te visite cada vez que puede, ¡o que intente incansablemente de sacarte a que te diviertas para que no te pudras aquí!― Ahora las lágrimas corrían libres por sus mejillas. Pienso que esa fue como la bofetada que necesitaba para pensar claro.

―Victoria, por favor, no llores― Me acerqué a ella y a pesar de sus intentos por alejarme finalmente cedió y me dejó sostenerla mientras sollozaba. Por mi parte también solté una que otra lágrima de nuevo. Pasaron unos cuantos minutos después de calmarnos en los que no proferimos palabra, solo nos quedamos sentadas (pues habíamos terminado en el suelo) hasta que decidí que era necesario romper el silencio ―Escucha…― Tomé su rostro entre mis manos para que me encarara y miré directamente hacia sus hinchados ojos pardos ―Nunca quise hacerte sentir mal, lo lamento por eso, y no me malinterpretes, por favor… Tú me abriste los ojos… ― Le sonreí tristemente ―Pero ahora, necesito a alguien que me enseñe a ver…― Correspondió a mi sonrisa compadeciéndome, para después besar mi frente y ambas nos levantamos.

Me sentía un poco mejor. Pero la mejora era ínfima.


Luego de eso ella se fue gracias a que logré convencerla de que estaba mejor y que en verdad necesitaba tiempo a solas (por muy contradictorio que eso pudiese sonar).

Después de ese día no volvimos a tocar el tema, pero yo seguía igual. Pasaron las semanas, sin embargo nada cambiaba.

Hubo un día en el que no soporté más la enormidad del castillo y decidí salir a pasear al bosque, solo para poder despejar mi mente un poco, y aprovechando para estirar las piernas, claro.

Caminé y caminé sin rumbo durante horas y horas. Como salí desde altas horas en la madrugada (gracias a que me había despertado una pesadilla) el Sol se encontraba todavía en el cielo, brillando orgulloso, aunque ya empezaba a caer la tarde.

Casi todo el camino estuve inmersa en la nada de mis pensamientos sin sentido, hasta que decidí prestar atención a mi entorno y me topé con que me encontraba en un punto donde los árboles y arbustos eran realmente frondosos. Conocía cada rincón de mi bosque, sin embargo no frecuentaba mucho esas zonas.

Extendiendo mi mano atraje las gotas de rocío en las hojas hasta que se formó una cantidad considerable de agua y me detuve unos minutos a beberla para recobrar algo de la que perdí en mi tan larga travesía.

Una vez rehidratada me alertaron los sutiles ruidos que provenían de detrás de un arbusto a mi costado. Lo observé durante unos segundos cuando de repente salió de él algo inesperado: un conejito blanco, y el diminutivo es solo adorno porque realmente era bastante grande y robusto. El animalito se detuvo y comenzó a limpiarse con sus patitas, como si ni siquiera hubiese advertido mi presencia. Bueno, eso era mejor a que me temiera. Había comenzado a rascarse las orejas cuando…

―¡Te atrapé, Nalu!― Del mismo arbusto emergió una criatura que envolvió al rechoncho animal en sus delgados brazos mientras reía y seguía repitiendo el haberlo atrapado. Una enternecedora imagen que estará en mi memoria por siempre.

Pasado el susto inicial observé con detenimiento a la triunfal criatura: era un hada (lo reconocí por las bellas y delicadas alas en su espalda, además de sus orejas ligeramente puntiagudas) de especie grande a pesar de que ésta tenía una baja estatura, unos 30 centímetros menor que la mía; su cabello era de un fulgurante color rubí y su piel tenía un sutil y perfecto tono bronceado; sus facciones eras puras y suaves, prueba de ello eran sus largas pestañas, sus tentadores labios rosados, su pequeña y tierna naricita. Todo su ser era sumamente grácil y delicado, despedía una inocencia enajenante.

―Te dije que te atraparí… ― Levantó su mirada, y me encontré inmersa en las enormes y hermosas orbes chocolate que tenía por ojos ―Hola― Dijo con una sonrisa de oreja a oreja. La observé muda durante unos momentos por la impresión que me causó el que no hubiese un solo atisbo de miedo en su expresión.

―¿Qué tal?― Respondí una vez que encontré mi voz.

―¿Qué haces?― Me preguntó mientras se levantaba, sin soltar al conejito.

―Solo pasando el rato, supongo― Concentrarme en responder con algo más que frases cortas era muy difícil, sobre todo si ella me dedicaba aquella tan encantadora sonrisa.

―Qué divertido… ¡Oh!― Se acercó hasta que quedamos frente a frente y con dificultad para no dejar caer al honestamente obeso conejo me tendió su mano ―Casi lo olvido, mi nombre es Caterina, y este es Nalu― Lentamente tomé su mano y la estreché, aun sin comprender cómo podía actuar tan naturalmente estando yo tan cerca.

―Mi nombre es Jadelyn― Estaba casi segura de que al escuchar mi nombre correría asustada, pero como empezaba a ser costumbre ese día, me equivoqué.

―Mucho gusto, Jade― Enarqué una ceja.

―¿"Jade"?― Ella soltó una risita.

―Sí, verás, a mí me gusta más que me llamen Cat, y para hacer las cosas parejas yo pensé que podría llamarte Jade, ¿No es genial?― Este era algo así como un nuevo terreno. Volvía a sentirme como en mis inicios, sin verdadero conocimiento y sin saber qué hacer o cómo reaccionar.

―Yo… supongo que lo es―

―Supones mucho, jeje…― Miró hacia los alrededores ―Em… ¿Jade?―

―¿Ajá?― Lo admito, prácticamente estaba babeando mientras la veía.

―Tu piel es realmente suave pero se me está haciendo difícil sostener a Nalu con una sola mano― ¿Qué?

―Oh, lo siento― Liberé su mano. Ni siquiera me había dado cuenta de que seguía sosteniéndola.

―No importa― Por fin se agachó para bajar al conejo y este se despidió de ella besando su mejilla. Bastardo con suerte ―¡Adiós, Nalu!― Sacudió enérgicamente su mano hasta que la figura del conejo desapareció entre los arbustos a la distancia ―Oh, oye, ¿no quieres jugar a algo?― ¿De verdad seguía sin reaccionar?

―¿De verdad no sabes quién soy?― Ella volvió a reír.

―Pues claro que sí, nos presentamos hace rato― Se me acercó y puso una de sus manos sobre mi pecho ―Tú eres Jade― La quitó y la puso sobre su propio pecho ―Y yo Cat―

―No, no me refiero a eso― Hice un gesto para señalarme a mí misma ―¿No lo ves? Soy Jadelyn, La Bruja del Oeste, de quien todos huyen, el monstruo más temido de todo el bosque― Ladeó su cabeza y se quedó pensativa por unos momentos, para después volver a sonreírme. Se acercó peligrosamente a mi rostro y poniéndose de puntillas dibujó con las yemas de sus dedos todos los relieves de mi rostro.

―Nop, no eres un monstruo― Sostuvo mi rostro con sus manos y me miró fijamente, sin quitar esa deferente sonrisa―Solo eres Jade― Teniéndola tan cerca sentí de repente mis mejillas arder. Vaya, eso era nuevo.

―Entonces… ¿No me temes?― Sin movernos de esa posición que empezaba a incomodarme ella negó con la cabeza.

―¿Por qué habría de hacerlo?― Su pregunta era tan despreocupada y en un tono tan gentil que no pude evitar corresponder a su sonrisa. Levemente, en mi defensa ―Entonces, ¿sí quieres jugar?―

―Cl-claro― Espléndido, ahora tartamudeaba.

―¡Genial!― Me abrazó tan repentinamente que me tiró al suelo y con eso salió corriendo mientras reía y hacía gestos para que la siguiera ―¡Vamos, Bruja del Oeste, tienes que atraparme!― Recuerdo haberme incorporado levemente con mis antebrazos y quedarme ahí unos segundos mientras mi corazón y la temperatura en mi rostro se normalizaban, hasta que exhalé lo único que mi mente pudo procesar coherentemente.

―Wow…― Sin poder creérmelo volví a sonreír mientras me levantaba para correr tras ella…


¡OOOOOOOOOH SEEEEEEEEEEEH! ¡EL CADE YA ESTÁ AQUÍ, MIS PEQUEÑOS Y AMADOS MORTALES!

Jaja ¿Qué tal? ¿Cómo están? Espero que bien y que en todo les esté yendo de maravilla.

Esta semana ha sido bastante difícil para mí, he tenido algunos problemillas que espero y se resuelvan pronto, las cosas no me han salido como yo esperaba y pues ya saben cómo es la vida, pero, hey, aun así logré sacar tiempo para actualizar, por lo que aquí me tienen.

Tengo que avisarles que debo estudiar mucho para mis exámenes esta semana también, por lo que no estoy segura de cuándo va a ser el siguiente capítulo, pero no se me preocupen, no tardara más de dos semanas, eso se los aseguro; total y sí consigo subirlo el próximo domingo, quién sabe.

Bueno, con esto yo me despido. Los adoro, y no olviden comentar, eso puede subirme el ánimo (chantaje, ¿Dónde?).

¡Muchas gracias por leer, y nos vemos pronto!

Besossssss