La persecución fue implacable. Los Li nos habíamos vuelto el centro de atención de la prensa desde la escandalosa caída de Lobo Japonés por causa del descrédito incitado por Zafar; cuando resurgimos, el señor Takeda escribió un brillante artículo titulado "Un lobo con sangre de ave fénix" ponderando la manera en la que supimos capear la crisis y volver a producir, y había sido publicado en muchas revistas a lo largo y ancho de Japón. Sin embargo, el asunto de la Bomba M nos golpeó de una forma increíble. De la noche a la mañana, Fanren perdió todos sus contactos en el mundo de la moda y tuvo que cerrar su estudio, Feimei declaró en quiebra su próspero negocio de importaciones, a Fuutie la despidieron de su trabajo como maestra de primaria, los proyectos arquitectónicos de Shiefa fueron cancelados y derruidos y las Industrias Lobo Japonés sufrieron una herida de muerte. Ni siquiera la incondicional ayuda de los Hiram nos pudo salvar del pozo esta vez. A nadie le importó que ninguna de mis hermanas tuviera poderes mágicos, su apellido era Li y eso bastaba para convertirlas en seres indeseables. En cuanto a Sakura y a mí, nos tenían un terror visceral comparable al que provoca alguien con una enfermedad catastrófica altamente contagiosa.
Pero esa no fue la peor parte: el trago más amargo lo bebieron nuestros hijos. Que Tsubasa fuera homosexual no era tan grave socialmente hablando en estos tiempos de diversidad, pero su poder metamórfico sí lo era. Tanto él como su hermana perdieron a todos sus amigos de golpe, no les quedó nadie más que sus amados. La única razón por la cual no eran víctimas de los bravucones era que nadie se atrevía a enfrentar a Ailesh, que cuidaba con celo de guardián a su amada y a su cuñado. Desde luego, los mellizos Hiram también sufrieron el ostracismo cuando su ascendencia mágica y sus dones fueron expuestos, y los cuatro a la postre fueron expulsados de la escuela. El escándalo también salpicó a Touya y al señor Kinomoto, pero a ellos les fue mejor porque nadie pudo demostrar que alguno de ellos tenía magia. Ignoro qué pasó con Tsukishiro porque no hemos sabido de él desde hace tiempo.
No nos quedaba más remedio que huir no solo de Tomoeda, que había sido nuestro hogar y nuestro mundo durante años, sino de Japón. El único lugar al que podíamos ir era la India (porque en China también lo habíamos perdido todo), lo cual supondría no solo ir al exilio, sino también convertirnos en refugiados y asumir una cultura diferente, otras costumbres y otro idioma. Pero esa posibilidad también nos fue negada: con todo el revuelo internacional que provocó la notoriedad del apellido Li, la identidad mágica de la familia Hiram había salido a la luz también, y en India eran incluso más intolerantes con la magia debido a la religión hinduista y su vasto panteón de demonios y espíritus, amén del rechazo que el apellido Hiram inspiraba en la parte inglesa de la India debido a los "rumores" que terminaron por ser ciertos.
Pasamos de la vida feliz de las personas comunes a la existencia atormentada de los marcados por el destino. Es ahora que entiendo el sufrimiento de los gitanos, de los judíos, de los afroamericanos... De todas las minorías perseguidas. Ese dolor que parecía tan lejano ahora se hacía fuego en mi sangre mientras buscábamos la forma de alimentarnos en el bosque del monte Fuji, como cuando era un lobo, siempre atentos a huir ante la presencia de otro ser humano que pudiera ajusticiarnos.
Fue entonces, cuando ya habíamos perdido toda esperanza, que Tsu y Mali se tropezaron con una antigua leyenda que mi abuelo me contaba antes de dormir: el reloj de sal, un poderoso artefacto mágico capaz de regresar el tiempo a un momento determinado a cambio de un sacrificio de sangre. Uno de nosotros tendría que convertirse en la sal que caería al interior del reloj para que funcionara. ¿Por qué sal y no arena? Según la leyenda, alguien lo había roto hace tiempo al provocar una desgracia y se convirtió en una estatua de sal dentro del reloj vacío al realizar un encantamiento prohibido para regresar el tiempo y reparar el mal que había hecho. El reloj se restauró mientras la estatua se deshacía y, desde entonces, funciona con sal. Pero, obviamente, no bastaba con introducir en él sal de mesa o sal marina: el sacrificio debía perpetuarse para despertar su poder.
Usarlo podría significar que todo el infierno que habíamos vivido tanto los Li como los Hiram se convirtiera en un mal sueño, pero... ¿a quién (o a quiénes) estaríamos dispuestos a renunciar a cambio?
