Mis pasos eran lentos, pausados, casi titubeantes, mientras me dirigía al castillo con la cabeza baja, el verde césped bajo mis pies de repente convirtiéndose en lo más interesante del mundo.

El corto recorrido parecía alargarse con cada centímetro que avanzaba, cada porción de camino que debería acercarme a mi destino volviéndose un kilómetro más que recorrer.

Todo el trayecto pensé, y pensé, y pensé. ¿Qué consecuencias traería, sobre la Tierra y las inocentes criaturas que la habitaban, la decisión que había tomado? Además de las obvias, solo podía desear con gran fuerza que el sufrimiento esparcido gracias a mí no durase tanto.

Aquella petición de los Espíritus sin duda la esperaba, si bien tal vez no en forma textual, su impacto negativo en mí ya era algo que advertía desde el momento en que estuvimos frente a frente con ellos... puede que incluso desde antes del viaje astral, desde el fatídico día donde perdí la vida, junto con mis ganas de vivirla.

La culpa que removía mi interior era fuerte, no mentiré, sin embargo era fácilmente opacada por un sentimiento que, como un viejo amigo (o mejor dicho como un viejo mal hábito), me había acompañado hacía varias décadas ya, el cual creía haber logrado controlar casi en su totalidad: mi furia. Enojo, molestia, en una insufriblemente rápida metamorfosis, dando así lugar a un ardor en mi cabeza que se extendía hasta la punta de mis dedos, inundando cada poro de mi cuerpo con ira.

Ira.

Ira hacia la maldad, quien era la raíz del problema, los frutos de sus actos prontos a madurar, transformados en la pena y agonía de inocentes.

Ira hacia mis hermanos, por siquiera considerar que yo en algún universo podría aceptar abandonar de esa manera a mi amada.

Ira hacia los Espíritus por proferir tales palabras, ira hacia dichas blasfemias formándose en sus gargantas que en realidad no eran gargantas, ira hacia dichas blasfemias abriéndose paso por sus bocas que no eran bocas, ira hacia dichas blasfemias resbalando por sus lenguas que no eran lenguas, rompiendo el silencio en el vacío.

Ira hacia dichas blasfemias entrando en mis oídos, retumbando en mis tímpanos como los truenos de una tormenta, la lluvia siendo mis lágrimas al querer salir y los rayos siendo el dolor en mi estómago y mi cabeza, nublando mi vista.

Ira hacia mí misma, por no poder aceptar dichas blasfemias, por no querer apoyar la única solución posible. Ira por todas las vidas que mi debilidad se cobraría.

Pero sobre todo, y paradójicamente en el rincón más alejado y profundo de mi pensamiento, ira hacia el hecho de que no me arrepentía.


Una vez llegué a la puerta arrastrando los pies, cargando un peso invisible que tiraba de mis pasos con fuerza, la abrí para dejar entrar mi decadente figura.

El olor, la atmósfera, la vista, todo era igual que antes, tenía la misma aura, y sin embargo yo lo sentía tan diferente, como si ya no fuese capaz de reconocer este lugar como mío, como mi hogar, ese que alguna vez compartí con ella.

Si al perder a Cat mi castillo dejó de ser lo que era antes, ahora era como si le hubieran agregado los toques finales para destruir la imagen que en algún lugar de mi mente guardaba para identificarlo.

Subí uno a uno los peldaños al segundo piso, odiando la sólida roca, odiando la madera, odiando el camino y odiando a quien en ese momento lo estaba caminando.

Veía todas las puertas y seguí de largo, pasando los dedos de mi mano izquierda por la pared distraídamente, odiando la sensación, y apenas registrando mi entorno.

Una vez tuve frente a mí la entrada a la habitación del fondo, mi brazo derecho tembló visiblemente antes de empujar, tal vez con más fuerza de la necesaria, la madera que me impedía ver el interior.

Pasé sin mayor preámbulo, el ya conocido y detestado dolor punzante instalándose en mi pecho incluso antes de que mi ojos se posaran sobre el centro de la habitación. Sobre la alta mesa. Sobre la caja de cristal que había vuelto a colocar encima de ésta. Sobre la criatura ahí resguardada. Sobre mi corazón, el cual ya no latía, y que el hada tenía dentro de su pecho frío.

De alguna manera logré llegar a una esquina de la habitación sin dejar que mi poca cordura se desmoronara por completo, sosteniendo los pedazos de ésta con mis puños sangrantes, aferrándome a ellos como si realmente me importara.

Tomé asiento en el suelo.

Cerré mis ojos y enterré mi rostro en mis manos pálidas.

Respiré hondo una, dos, tres veces, y un millar más. Era lo único que me sentía con la capacidad (mas no con la voluntad) de hacer.


Recapitulando dicho episodio, no debieron pasar más de diez minutos hasta que me alertó una presencia. La había sentido muy levemente desde que abrí la puerta al castillo, sin embargo por falta de concentración e incluso convicción, no le presté mayor importancia.

—Ustedes en verdad necesitan aprender a largarse a la mierda de vez en cuando— Gruñí al intruso mientras la sonrisa ladina de éste permanecía en su lugar.

—El ignorarlo viene de familia, supongo— Rio en tono bajo Taimos, quien ahora se había posicionado a un par de metros de mi lugar, recargado en la pared de roca —Pero por lo visto, tú sabes muy bien sobre el tema. Huir parece ser algo que se te da naturalmente— Mis espinas salieron de mi vestido enseguida, rasgando la tela en algunas partes, apuntando a mi hermano, amenazantes.

—Mierda— Apreté mis puños —Más te vale cerrar la maldita boca si no quieres que las use— Su sonrisa bajó solo un poco, mas su mirada adquirió un matiz diferente, uno que dejaba en claro que no se sentía en lo más mínimo asustado o preocupado, sino que por el contrario sus sentidos de defensa (hasta tal vez de ataque) acababan de despertar.

—Cuidado, Jadelyn— Habló en un tono cauteloso, su mandíbula temblando solo un mínimo, mostrando su molestia —Yo no soy como Darok. Él es muy paciente, yo no dudaría en hacerte trizas si así lo requiriera la situación— Apretó de nuevo su mandíbula cuadrada —O tal vez incluso solo para enseñarle una lección a esa boca tan irrespetuosa que tienes— Escupió aquello último lentamente, con seguridad. No era una simple amenaza vacía, en cuyo caso las palabras habrían simplemente flotado en el aire sin causar impacto alguno. No, eso no era... ésta era una advertencia verdadera, una promesa, un hecho científico irrefutable que alejaba a las mentes tontas de provocar a este ser frente a mí.

Ese era el tipo de criatura peligrosa, cual planta carnívora, aparentemente callada y apacible, pero que al ser molestada muestra sus verdaderas capacidades y te engulle de un solo movimiento. Fue por ello que, sin poder preverlo del todo, un escalofrío recorrió mi cuerpo, el miedo (no exagerado, sino razonable) invadiendo mi mente, un miedo que jamás creí sentir hacia alguno de mis parientes. No obstante, incluso en una situación de tal índole mi carácter obstinado básicamente me forzó a tratar de ocultar dichas reacciones vergonzosas lo mejor que pudiera.

—Como sea— Respondí luego de un par de minutos de mantener esa mirada color miel (cuyo enjambre de abejas era terrorífico), intentando sonar lo más desinteresada posible. Si mi hermano se dio cuenta de mis esfuerzos, no lo reconoció —Dime, ¿y los demás?— Dije con una voz considerablemente más suave que antes, pasados unos momentos. Taimos señaló hacia el cielo.

—Arriba, intentando encontrar alguna otra solución medianamente posible junto con los Espíritus— Eso no me extrañó completamente, sin embargo, una interrogante surgió de tal información, y no dudé en manifestarla. Lo que fuera para mantener mi mente ocupada.

—¿Y qué es lo que haces tú aquí?— Se encogió de hombros.

—¿No es obvio?— Su sonrisa volvió —Esperar la catástrofe inminente— Dijo como si fuera la plática más casual del mundo para luego caminar hacia mi posición, dejándose caer al suelo, sentándose a mi lado (casi como Darok lo hizo arriba en el techo, pero con mucha menos gracia).

Enarqué una ceja, deseando poder mantener mi calma lo mayor posible —¿A qué te refieres con eso?— Logré morder mi lengua antes de proferir la frase que cierta hada repetía tanto: ¿qué es lo que pretendes decirme?

Sus ojos no mostraban compasión, solo franqueza, y no supe si agradecerlo o no.

—Tus decisiones traerán el caos sobre esta Tierra, eso es seguro— Sacó una bolsita de tela de entre su túnica y desató el pequeño cordel que la mantenía cerrada. Entonces me di cuenta que en el interior de dicha bolsa había nada más y nada menos que... semillas de girasol. Tomó una y se la metió a la boca, masticándola tranquilamente.

—¿Entonces simplemente te resignaste a morir o algo por el estilo?— Su calma por supuesto que comenzó a irritarme, y cuando intentó ofrecerme semillas tuve que apretar mis puños hasta enterrar mis uñas en la carne para no saltar sobre su cuello con clara intención de ahorcarlo.

—Sí y no— Seguía comiendo sus malditas semillas, y esperó hasta tragar el puñado que se había metido a la boca para explicarse —Es un tanto más complicado. La mayoría, si no es que todos moriremos, claro. En alguna parte de mi mente ya lo acepté— Su mirada adquirió un tono nostálgico, profundamente triste incluso, y por un momento me pregunté si estaría pensando en Tim —Es por ello que pienso que sería más útil aquí que allá, donde sí puedo intentar hacer algo más que solo lamentarme— Suspiró, estirando sus extremidades, la bolsa de semillas ahora vacía —Así que ahora solo falta esperar a que la catástrofe llegue, e intentar frenarla— Dijo con finalidad y un atisbo de determinación.

Nos quedamos sin decir nada un largo rato. Yo, intentando controlar mi enojo burbujeante, ardiente, el cual hervía mis entrañas, y él... bueno, jamás sabré qué pasaba por su enigmática cabeza por aquellos momentos.

—No puedes culparme así, eso es demasiado cínico, hasta para nosotros "los mágicos"— Hablé una vez que logré controlar la mitad de la cólera corriendo en mis venas —No puedes imaginar o siquiera comprender cómo me siento luego de lo que ha pasado, así como tampoco puedes mirarme a los ojos y decirme que no harías lo mismo que yo si estuvieras en mi lugar— Respiraba con dificultad, sabía que no debía meterme con él, incluso en mi estado fúrico entendía que lo que menos necesitábamos era más destrucción de la que se avecinaba. Ambos éramos bestias encadenadas, si nos soltábamos para pelear entre nosotros no tendríamos manera de frenar, quién sabe cómo terminaría.

Él asintió, indicando que me había escuchado, mas no dijo una palabra, solo contempló sus grandes manos entrelazadas sobre su regazo.

—Oye, yo no digo lo contrario— Dijo al fin, levantando sus manos en señal de defensa luego de unos segundos —En tu lugar mi ira habría sido tal que probablemente y entre otras cosas, no hubiera accedido a ver a nadie, mucho menos hablar— Se encogió de hombros para luego reír muy superficialmente, sin el menor rastro de humor.

Ninguno dijo nada, perdidos en nuestros respectivos pensamientos. El saber que, por lo menos una persona en mi lugar habría actuado de manera similar a la mía debería haberme hecho sentir por lo menos un ínfimo mejor, sin embargo, solo había conseguido hundirme más en un sentimiento que odié, el cual formó un apretado nudo en mi garganta y oprimía mi estómago como un árbol cayendo sobre ti en medio de un solitario bosque.

—¿Por qué me siento tan mal, entonces?— Pregunté con verdadero interés sobre mi tenso tono, por fin dando palabras (algo burdas, claro está) para aquella sensación que me carcomía ahora más —¿Por qué, si sé que tú habrías hecho lo mismo... que probablemente cualquiera hubiera hecho lo mismo, no me siento mejor?— Una sonrisa triste apareció en su rostro de nuevo.

—Porque tu corazón está completamente roto y lleno de furia, y sin embargo... es bueno— Cuidadosamente puso una de sus manos sobre mi rodilla, en un gesto reconfortante —Este ha sido el único momento de tu existencia en que tu amor por alguien interfiere con tu propósito de vida, y tu corazón sabe reconocer que incluso siendo algo que quiere con todas sus fuerzas, no es correcto— No puedo decir que no me molestaron sus palabras de cierta manera, tal vez por lo acertadas que eran, aunque estoy casi segura que fue por lo que insinuaban, aquello que de alguna manera no decían sino gritaban en mi oído, y yo lo odié, odié dicho mensaje porque...

—Entonces, eso sería como decir que en realidad yo no quisiera salvar... a Cat— Incluso decir su nombre en voz alta me alteraba —Por lo menos no con la suficiente fuerza como para hacer a un lado mi deber— Taimos me miró profundamente, como si ya se hubiera esperado una respuesta así de mi parte.

—Ambos sabemos que no es eso... la amaste como a nadie, y no hay mayor prueba de tu devoción que el negarte a la petición que nos hicieron— Frotó con una de sus grandes manos su rostro, cansado —Mierda, no estaríamos aquí si todo fuera tan fácil como simplemente decir si amas lo suficiente a alguien o no— Masculló pesadamente, antes de tomar una gran bocanada de aire y soltarla —Mira, yo no conocí a esa hada, así que no tengo una maldita manera de saber lo que ella hubiera querido, pero estoy seguro de que tú sí la tienes—

¿Podrías… podrías quedarte conmigo esta noche?― La miré sin entender ―Es… es que… me da miedo la oscuridad― Levantó la mirada y su expresión con esos ojos chocolate tan abiertos, lagrimosos y llenos de un miedo infantil me pareció tierna y al mismo tiempo la odié: no quería que hubiese miedo en ese hermoso ser, nunca, jamás.

Hey, hey, hey…― Me acerqué de nuevo y tomé su rostro para limpiar las lágrimas con mis pulgares ―Claro, me quedaré, no tienes por qué temer, yo estoy aquí― Enrollé su cintura con uno de mis brazos mientras que con el otro hice una seña para que el césped creciera más hasta formar una cama frondosa y suave, y nos recosté a ambas ahí para después estrecharla con ambos brazos.

Siempre me ha dado miedo, quién sabe qué cosas podrían ocultarse ahí― Su cara estaba enterrada en mi pecho y sus brazos habían hecho su camino alrededor de mi torso.

Yo jamás permitiría que te pasara algo― Como si quisieran apoyar mi postura mis espinas hicieron su aparición y nos rodearon, en señal de protección.

—Yo solo sé que le hice una promesa que no cumplí— Solté una temblorosa exhalación, apenas conteniendo las lágrimas.

—Ah, vamos— Su agarre en mi rodilla se apretó un poco, mas sabía que no era para lastimarme —Sabes que eso no tiene nada que ver con lo que te dije. Tú fallaste, bien, pero, ¿qué es lo que ella hubiera deseado que hicieras? No me vengas con que no lo sabes— Dijo con un tono que muy fácilmente podría confundirse con hastío, sin embargo, yo ya no lo estaba escuchando...

¡Mira, Jadey!― Levanté mi vista del libro que estaba leyendo mientras esperaba a que Cat regresara de, según ella, "recolectar los tesoros ocultos" en aquel prado para encontrarme con su figura saliendo de entre los árboles circundantes, su fulgurante cabellera contrastando increíblemente con los sutiles matices cafés y verdes de la madera y las hojas ―Mira, ¿No son lindas?― Se acercó corriendo hasta mi posición (recargada en el fuerte tronco de un sauce en medio del claro) para tender frente a mí sus manos extendidas con un puñado de hojas de varios tipos de árboles, con formas, colores, texturas y aromas diferentes. No pude reprimir mi sonrisa ante su gesto; era adorable que cosas tan simples pudiesen fascinarla de semejante manera.

Claro que lo son― Acerqué una de mis manos a las suyas y encima de ella comenzaron a levitar las hojas, algunas cambiando de forma y otras de color ―Ahora sabes qué tan lindas son también en otras estaciones― Sus ojos y boca se abrieron con asombro.

¡Fantástico! ¡Cambian mucho con los meses y aun así son hermosas!― Casi metió su rostro en las hojas y con las yemas de sus dedos acarició sus bordes cuidadosamente, pues algunas eran frágiles. Lentamente su recorrido siguió hasta mis manos, en las cuales pareció mostrar un mayor interés y por lo tanto con ellas se entretuvo más tiempo. Luego de un rato dejé que las hojas bajaran al suelo con cuidado, y centré mi atención en la forma en que Cat observaba y tocaba mis manos: tenía en su rostro esa expresión de enorme interés y fascinación, como si acabase de descubrir algo nuevo jamás conocido; sus dedos realizaban movimientos gráciles sobre cada línea y porción de piel, siempre con parsimonia, como si deseara memorizar su forma. Al llegar a mis muñecas se detuvo un momento y con una sonrisa posó sus labios sobre mis nudillos, primero una mano, después la otra ―A veces me pregunto cómo haces para hacer lo que haces con estas manos― Su juego de palabras la hizo reír, y aunque técnicamente la magia no la hacía específicamente con mis manos, su cuestionamiento (como siempre) me dejó impresionada. Fue en ese momento que tuve algo así como una revelación, una epifanía, por así decirlo, que me llenó tanto de sorpresa como de una mezcla de miedo hacia lo desconocido y admiración por este pequeño ser que me cautivó desde el primer momento.

Yo podría decirte cómo― Levantó su mirada para observarme sin entender ―Yo podría decirte tantas cosas: podría decirte por qué es que hago lo que hago, por qué existe cada criatura y ciclo, por qué es que cambian las flores cuando llega el otoño― Tomé sus manos y recuerdo que mi coraje aumentó ―Podría enseñarte tantas cosas, revelarte tantos secretos que no debería… solo tendrías que pedírmelo― Fue ahí, cuando de verdad caí en la cuenta de qué tan serio era este sentimiento al que llamaban amor, qué tan profundo me había hundido en él y cómo era que por primera vez en mi vida me sentía a merced de alguien, totalmente desnuda (metafóricamente hablando) frente a alguien que podría hacer lo que quisiera conmigo, manejarme y moldearme a su antojo. Tuve miedo y a la vez me sentía con valentía. Era un extraño sentir. Cat solo me sonrió y volvió besar mis manos.

Pero yo no te lo pediría― Dijo simplemente mientras se encogía de hombros ―Yo no te haría hacer cosas que no deberías. Además, no quisiera saber el porqué de todo, eso sería muy aburrido― Me dedicó una enorme sonrisa que me dejó totalmente sin palabras, solo la rodeé con mis brazos y enterré mi rostro en su cabello. ¿Cómo era siquiera posible esta criatura? ¿Cómo alguien podría ver las cosas en la manera en que ella lo hacía? ¿Quién podría tener completo control sobre uno de los seres más poderosos y no querer ejercerlo, sino atesorarlo, dejarlo ser y fluir? No me quedó duda alguna luego de aquella ocasión: si había alguien a quien en todo el universo debía entregarle mi existencia, tenía que ser, por obras del destino, a esta pequeña hada pelirroja de espíritu puro e inocente.

—Ella no me pediría algo que me metiera en problemas...— Susurré, más para mí y el espacio infinito que para la conversación que sosteníamos mi hermano y yo. Aunque no lo miraba, percibí cómo asentía con la cabeza.

—Así es...— Dijo como si hubiese sabido la respuesta desde antes de preguntar, desde el momento en que me siguió hasta acá.

Pasaron otros largos minutos en los que no hicimos esfuerzo mínimo por romper el silencio. Muy probablemente él entendió que necesitaba tiempo, no para sanar pues eso no era una opción, sino para que la gravedad de mi respuesta, de aquello que acababa de descubrir entre mis recuerdos por fin hiciera que todo a mi alrededor cobrara medianamente sentido. Con base en eso, yo debería tomar una decisión, los dos lo sabíamos, mas estaba consciente de que yo era la única que lo temía.

—Si yo...— Mi voz tembló, sonaba como si no la hubiera usado por años, tosca, ronca, las lágrimas que querían escapar de mis ojos forzándome a tensar mi mandíbula, y sin embargo no pude evitar que una solitaria gota de agua salada hiciera su despreciable y lento recorrido por mi mejilla —Si yo acepto dar mi poder... ella me perdonará, pero...— Mi voz flaqueó de nuevo, las siguientes palabras sintiéndose como lava caliente y vizcosa en mi garganta.

—Pero tú no lo harás— Murmuró mientras movía su gran mano de mi rodilla y en cambio la ponía sobre mi hombro, dando un ligero apretón. Por fin lo encaré, y más lágrimas se abrieron paso por mi rostro.

—¿Cómo podría vivir sabiendo que no tengo la capacidad de salvarla, luego de que lo que le pasara fuese mi culpa?— Solté con una amargura que hasta para mis propios oídos sonaba agonizante.

—Podrás salvarla, no me cabe la menor duda— Cuando intenté encontrar en sus francos ojos miel el menor atisbo de mentira, el más pequeño indicio de que sus palabras estaban vacías en un vano intento por inducirme a hacer lo correcto fue que no pude encontrar ninguno. Solo había cariño, confianza y un inmenso apoyo en ellos. En verdad creía que lo lograría, pero...

—¿Cómo?— Forcé la palabra desesperada de mi sellada garganta, queriendo con mi esencia misma una respuesta. Él puso su mano libre sobre mi otro hombro, y con sus ojos fijos en los míos, quemando agujeros que llegaban hasta mi alma, llenos de veracidad, fue que dijo finalmente:

—Encontrarás la manera— Ahí tiró de su agarre y me envolvió en un estrecho abrazo, tal vez intentando transmitirme algo de su fuerza, de su coraje —Ten confianza en quién eres, Bruja del Oeste. Nuestra magia no se compara al único poder absoluto que todos poseemos...— Se separó solo lo suficiente para volver a verme a los ojos —La voluntad— Su voz áspera y segura taladreó su camino hasta mi cerebro, grabando ahí sus palabras a fuego. No me dejó forma de dudar, toda su persona confiaba plenamente en que lo conseguiría.

Él volvió a abrazarme fuertemente, y yo lloré a rienda suelta, una lágrima tras otra, por interminables momentos. Lloré porque sabía que iba a ser difícil, por el inminente cambio que surgiría dentro de poco, porque muy probablemente perdería la fe en más de una ocasión, lloré porque en todas ellas tendría que levantarme, sacudirme el polvo y seguir avanzando hasta lograrlo, lloré por el pequeño, diminuto rastro de aquello que había perdido y que ahora, gracias a sus palabras, me había sido devuelto, como un ínfimo rayo de luz entrando por un agujero en el calabozo de un condenado a muerte: esperanza.


Aunque algo cliché, todos los eventos que siguieron los recuerdo en cámara lenta, con un ángulo desenfocado, un brillo inusual rodeando el panorama.

Al volver al plano astral, todos los ojos se posaron sobre nosotros. Los rostros de mis hermanos, quienes habían estado discutiendo entre ellos, mostraban un infinito asombro solo comparado por el alivio y la alegría de sus expresiones. Los Espíritus, sin embargo, fueron los primeros en advertir nuestra presencia, siempre portando una expresión extraña, como la de aquel que siempre tuvo su fe más que arraigada y por fin podía deleitarse con el resultado que siempre había estado esperando.

Nadie dijo nada, no hacía falta.

Taimos sostenía mi mano, y al acercarnos Darok dio un apretón a mi hombro, su cálida sonrisa iluminando el plano entero.

Los Espíritus asintieron con cabezas que en realidad no lo eran, como dando una señal secreta de la cual todos sabíamos el significado. Dijeron algo entonces, mas mis oídos estaban tapados y mis sentidos atrofiados, mi cerebro aparentemente había perdido su capacidad para procesar la información del medio desde que Taimos y yo salimos del castillo.

Mas, aunque no pude oír lo que dijeron, de alguna manera las palabras llegaron a mí, a todos nosotros, tan fuertes como el estruendo de las cataratas en medio de un pacífico oasis:

Siempre los amaremos.

Y fue con ese último mensaje de infinita adoración que, sin más exordios, todo lo que vimos fue luz.

Luz.

De todos los colores posibles y de ninguno a la vez. Los Espíritus jamás se fueron, seguían ahí, lo comprendimos, ellos eran la luz, y ahora nosotros debíamos guiarla.

Nunca supe si fue específicamente por ello, pero en ese mismo momento fue como si todas mis energías y sentidos regresaran a mí con mayor poder. Todo era tan claro y nítido ahora.

Incluso sin siquiera una palabra como instrucción previa, supimos qué hacer en aquel milisegundo de iluminación: sin saber cómo ni cuándo nos pusimos en un amplio círculo, la luz cegadora quedando en el centro, luego reunimos toda nuestra energía, todo nuestro poder, aquello que sentíamos como nuestra fuerza, y con el mayor esfuerzo que pudimos haber hecho en la vida, lo exteriorizamos.

Grité solo un instante, y enseguida de mi espalda salieron mis espinas, más grandes y filosas que nunca antes (o después), sus tallos color azabache, gruesos como troncos de roble, sus filos largos y amenazantes, apuntando hacia el frente... mas yo no fui la única, y no pude evitar que al menos una parte de mi subconsciente se maravillara con lo que mis ojos apreciaban:

De la espalda de Taimos comenzaron a salpicar, a salir por torrentes para por fin explotar hacia arriba mares inmensos de humeante, ardiente, espesa y peligrosa lava; él tenía la cabeza tirada hacia atrás, su grito ahogado mientras extendía sus brazos, la intensidad de su explosión llegando en ondas de calor a todos nosotros. Taimos en verdad era un volcán dormido.

De lo más profundo de la garganta de Brock salió un ronco y potente rugido, antes de que de su espalda saliera un gigantesco león rubio, al parecer enfurecido, saltando hasta posicionarse frente él, listo para atacar. Tenía garras y dientes de sable, y unos ojos tan azules como el profundo océano.

Lauren no se quedó atrás, pues entre sus ropas parecía haber algo arrastrándose, recorriendo su torso para hacerse cada vez más grande, y antes de siquiera dar un parpadeo, una enorme cobra real salió de su espalda, rasgando su vestido, la cual se arrastró hasta quedar frente a ella. Las vértebras a los lados de su cabeza estaban distintivamente expandidas, dando una impresión imponente, peligrosa, mientras mostraba los colmillos en señal de ataque, sus negras escamas relucientes bajo la luz de las estrellas.

Al seguir mis ojos su recorrido alrededor del círculo, fue grande la sorpresa que me llevé al ver que los ojos de Anya, antes de un café pardo y tranquilo, se habían tornado de un negro como de abismo en su totalidad. Un segundo después, su túnica celeste fue rasgada de la parte posterior y de ahí salió un gran oso polar, de pelaje tan blanco como su piel y ojos negros como el ónix. Rugió antes de pararse frente a ella, mostrando los dientes. Éste era tan musculoso como el león de Brock y se veía tan peligroso y feroz como la serpiente de Lauren. La aparente fragilidad de Anya era solo una fachada al parecer.

Luego siguió André, quien de alguna manera hizo brotar de la nada una especie de montaña, levantándonos con él varios kilómetros hacia el infinito espacio, mas el control de la tierra no era lo principal, lo supimos cuando de ésta comenzaba a brotar una especie de polvo o niebla, espesa, de un color grisáceo, la cual también parecía brotar de los poros del fornido mago, más que nada de su espalda. Lo pernicioso de dicha niebla era confirmado por sus pequeños cristales (visibles al ojo observador pues reflejaban la luz de los Astros) que flotaban entre su densa apariencia mortífera, los cuales indudablemente podrían irritar la piel, rasgarla, quemarla, teniendo el mismo resultado en el interior del cuerpo al entrar por la nariz (sin contar el daño a los ojos). Ahí entendí a lo que se referían con el túnel: André encerró a la maldad con su poder bajo tierra, mas la retuvo ahí dentro gracias a su niebla. Incluso así debió ser una tarea casi imposible, por lo que mi hermano se ganó todavía más mi respeto.

Del lugar donde Annalise se encontraba se escuchó un extraño ruido, parecido a un zumbido, fuerte, insistente, capaz de erizarte hasta el último de los cabellos. Al voltear, vislumbré cómo desde su espalda bajaban por sus brazos, piernas y por el suelo de roca una especie de rayos eléctricos del mismo color rojizo-anaranjado de su cabello. Estos no eran rayos comunes, no solo eran electricidad, pues de ellos salía humo y por donde pasaban dejaban un camino muy delgado de hielo extrañamente humeante. Alrededor de los brazos de Annalise los rayos giraban rápidamente, provocando un zumbido aún más aterrador. Ella apuntó dichas extremidades hacia el frente, como lista para disparar un arma letal y de efecto sumamente doloroso.

Por último, cuando casi había olvidado mi propio nombre, fue que una ráfaga de viento (cómo fue posible estando en el espacio, en el PLANO ASTRAL, siempre será un misterio para mí) sacudió casi por completo la gran montaña en la que estábamos todos. Al dirigir mi vista hacia la fuente mis ojos por poco salen de sus cuencas: ahí estaba Darok, sus brazos extendidos hacia los lados, en su rostro una mueca de esfuerzo, sus ojos azul-grisáceo brillando como nunca antes, mientras que un par de colosales, magníficas e imponentes alas (no de animal, sino de ángel) salían de su espalda, extendiéndose ante nosotros. Eran de un color blanco nube, mas las puntas de sus plumas brillaban de una manera peculiar bajo la luz: tenían filo. Algo muy hermoso, y grandiosamente letal.

La luz en el centro del círculo parecía comenzar a expandirse y la montaña se estremeció. Pronto sería el momento, en un suspiro tendríamos que dar nuestro máximo para caer en lo mínimo; alcanzaríamos la cúspide de nuestro potencial, solo para caer desde la cima hasta las más bajas profundidades del abismo de nuestra especie.

BOOM

La luz explotó.

Ya era de el triple de su tamaño, y eso se triplicaba por parpadeo. Salían de ella ráfagas de calor, ondas expansivas que lograban llegar incluso a nuestros yo físicos; el destello era increíble, llegó un punto donde ni siquiera cerrando los ojos fuertemente y volteando el rostro podías dejar de verlo; la energía era demasiada, comenzaba a afectar la forma, el tamaño, la materia misma, se rompía el balance entre lo surreal y un presente posible. No quedaba más tiempo, era ahora o nunca.

—¡¿LISTOS?!— Gritó Darok entre estallidos, ruido imposible y una realidad irreal.

Todos asentimos, sin dudarlo, sin coordinarlo. Solo pasaría.

—¡AHORA!— Exclamó Taimos antes de que todos dirigiéramos nuestro poder hacia el centro.


No sé cuánto tiempo duró cada uno en aquel confuso proceso, sin embargo estoy segura de que fue diferente para cada quien.

Una vez completamente absorbida por la colisión entre mi poder y la luz, paradójicamente solo percibí que todo se puso negro.

De ahí siguió el dolor. Uno intenso, punzante y profundo, como si me arrancaran cada porción de piel, cada tendón, músculo y miembro, dejando solamente mi esqueleto, el cual sentía arder, como si se quemara, quedando solo cenizas que el viento fácilmente podría llevarse consigo.

Cuando me percaté de que mi consciencia se desvanecería en un par de segundos más, un diminuto, casi imperceptible rayo de luz iluminó la completa oscuridad de mis párpados fuertemente cerrados, haciéndose cada vez más grande y brillante, hasta el punto de cegarme. Poco a poco dicha luz se aclaró, y tal como cuando nací y los Espíritus tocaron mi frente en medio de aquel tupido bosque, una ráfaga de imágenes, sensaciones y sentimientos invadió mi atrofiada mente, a una velocidad imposible que de alguna manera me permitía apreciar cada detalle, sin perderme de nada.

Ocho manos tocando mi frente. "¿Qué eres?" "Soy una bruja" "¿Para qué fuiste creada?" "Proteger a todas las criaturas de estos territorios de la presencia del mal existente"

Un par de ojos pardos. "Es un placer, me llamo Victoria, aunque muchos me conocen por ser la Luna" "Los Espíritus me dijeron que a partir de hoy seré conocida como Jadelyn, la Bruja del Oeste... ¿Qué significa eso que haces?" "A esto se le llama sonrisa, y el sonido que hice se llama risa". Una bella sonrisa al anochecer.

El húmedo beso de una sirena, su aroma a sal y deseo, mi primera explosión de sensaciones corporales.

"¡Jamás conocerás el amor! ¡SIENTEN MÁS MIEDO POR TI QUE POR MÍ! Nadie jamás te amará…". Confusión, miedo, angustia, sufrimiento, dolor, ira; años de dicha mezcla miserable.

"Tú me abriste los ojos… pero ahora, necesito a alguien que me enseñe a ver…". Un abrazo fuerte, lágrimas en mis mejillas, pesar en mi corazón.

"¡Te atrapé, Nalu!". Una enternecedora imagen que estará para siempre en mi memoria.

"Hola, ¿Qué haces?" "Solo pasando el rato, supongo" "Qué divertido… ¡Oh! Casi lo olvido, mi nombre es Caterina" "Mi nombre es Jadelyn" "Mucho gusto, Jade". Extrañeza, calidez, un hermoso hoyuelo, fulgurante cabello incendiando mi apagado corazón.

"¿Sabías que hay una manera de parar tu corazón y no morir?" "¿En serio? ¿Y cuál sería esa manera, pequeña?". Mi alma reflejada en un par de ojos sublimes. "Ésta…". Un par de labios sobre los míos en un beso tan dulce y delicado, pero a la vez apasionado, vehemente e impetuoso, lleno de tantas emociones, sensaciones y sentimientos, que derritió con su calor todo lo que nos rodeaba. Solo éramos ella y yo, nada más, y para mí eso era perfecto…

"Jadey, ¿Sabes qué se siente el amor?" Mi mano sobre su pecho, su corazón acelerado, gritando mi nombre "Se siente así…" Una sensación gratificante, hermosa, sublime, inolvidable.

La venus desnuda. Piel naturalmente tersa, portando un bellísimo matiz bronceado; senos pequeños, firmes y perfectos, ocultos tras algunos mechones de largo y sedoso cabello de un furioso color rojo escarlata; abdomen plano y tentador; piernas largas, muslos levemente torneados con un peculiar brillo de humedad entre ellos... todo en ella representando el afrodisíaco más poderoso, embriagando todos y cada uno de mis sentidos, llenándolos con la gloria de su imagen. Un deseo diferente, un hambre distinta, llena de ansias, nerviosismo, calidez y ternura. Un par de ardientes muslos enredados en mi cuello, la humedad dulce con chispas de sal frente a mí, en mis labios, el elixir de un amor pasional, carnal. Trémulos dedos recorriendo mi piel, besos húmedos sobre nuestra carne en llamas. "Te amo", susurrado al oído de la amante.

Horror. Culpa. Un castigo autoinfligido. Un hada llorando mi nombre. Un hada que logrando calmarme. Un hada amándome. "Yo, yo estoy feliz de pertenecerte, pues tú también te entregaste a mí, así que ahora nos pertenecemos la una a la otra. No puedo pedir nada más".

Piel con piel. "Ni con toda mi magia habría podido adivinar que llegarías a mí cuando ya había perdido toda esperanza. Si tengo un corazón ahora sé que no fue hecho para mí sino... para pertenecerte a ti en su totalidad" "Jade, yo... yo solo sé que te pertenezco, y no hay otra cosa en la vida que desee más que eso". Mis brazos alrededor de una estrecha cintura, mi tímpano retumbando con el latido de un corazón tan puro como el bien mismo, manos frágiles acariciando mi cabello, labios rosas besando mi coronilla.

Si existe la misericordia, se compadeció de mí ese día, pues con ese recuerdo como el último fue que me despedí del mundo temporalmente, cayendo en una profunda inconsciencia.


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¡BELLAS CRIATURA DEL UNIVERSO! ¿Cómo están? Esta vez no me demoré tanto, ¿ya ven? Incluso si no llegamos a los 5 comentarios, de igual manera estaré siempre infinitamente agradecida con aquellos que me han brindado su apoyo. Significa demasiado.

¿Qué les pareció el capítulo? Sinceramente fue algo así como un reto para mí, pues está bastante cargado como ya se dieron cuenta. Sin embargo, pienso que el resultado está bastante decente, por lo que en verdad espero que les guste, de todo corazón.

Disculpen cualquier error, no tuve tiempo de revisar todo el capítulo (ya es de noche y tengo mucho sueño además -u-). Corregiré lo que pueda en cuanto pueda :D

No creo que necesitemos aclaraciones, así que debo irme ya.

¡No olviden dejarme su opinión con un comentario! Recuerden que 5 comentarios, y la próxima actualización sería en menos de dos semanas.

¡Los adoro, y nos leemos en el siguiente capítulo!

¡Cuídense mucho, y recomienden la historia, que ya está a unos pasos del final!

¡Besos reales!