¿Alguna vez les ha pasado que están metidos en un gran problema y no lo pueden resolver aunque literalmente tengan la solución en sus manos debido a que el remedio es mil veces peor que la enfermedad? Pues así estábamos nosotros, completamente entre Escila y Caribdis (o, como se dice vulgarmente, entre la espada y la pared): el reloj de sal podía sacarnos del atolladero donde nos había metido la sed de venganza humana del ex esposo de Daidouji, pero uno de nosotros tendría que entregar su vida a cambio. Por supuesto, yo fui el primero en ofrecerme, pero Sakura no quiso ni oírlo e insistió en ser ella quien muriera por todos nosotros. Y eso, como ya se imaginarán, lo consentiría solo sobre mi cadáver: no puedo ni quiero imaginar un mundo sin ella. Cuando Tsu quiso ofrecerse, nadie estuvo de acuerdo; y lo mismo cuando Yu lo intentó. Y tampoco quisimos permitir que alguno de los mellizos Hiram fuera el cordero sacrificial, así que estábamos en un doloroso punto muerto, con perdón por la ironía de mal gusto. También pensé en mis hermanas o en mi madre, pero el alma se me partía en pedazos con solo pensar en verlas morir de ese modo. La única persona cercana a la familia cuya muerte no supone una tragedia es el insoportable de Touya, me dije riendo para mis adentros, pero sé que Sakura me mataría si dijera eso en voz alta. Siguen siendo hermanos aunque él sea un antipático sin remedio, y ella jamás ha negado que lo quiere por más que la saque de sus casillas.
¿Y si traíamos al responsable de todo este desastre para que remediara lo que causó? A fin de cuentas, incluso aunque su intención hubiese sido solamente perjudicar a la familia Hiram, las manos de Zafar estaban manchadas de sangre, y eran manchas muy grandes. Demasiadas familias mágicas habían sido destruidas, demasiados inocentes habían sido ajusticiados solo porque una bomba mágica supuestamente se extravió. Y, afrontémoslo, las tres bombas mágicas tan temidas por todos ni siquiera existirían si no fuera porque la magia se mezcló con la balística. Y eso nunca habría sucedido si no se hubiera descubierto que había magos entre los militares. Y eso habría seguido siendo un secreto celosamente guardado si no lo hubiesen revelado ellos mismos "inspirados" por la historia de vida del alguna vez próspero Clan Li, que, paradójicamente, fue revelada a la fuerza. A decir verdad, sigo sin saber cómo es que no han comenzado a cazarnos específicamente a nosotros para terminar con todo este lío, dado que, técnicamente, lo comenzamos nosotros.
Pero me estoy desviando del tema. ¿Por qué no hacer de Zafar el chivo expiatorio para reescribir la historia? Cuando se lo comenté a la familia, hasta Daidouji estuvo de acuerdo, pero, para nuestra sorpresa, fue mamá quien se opuso.
-Del Clan Li se pueden proferir hasta las calumnias más inverosímiles -dijo con firmeza-, pero jamás se dirá que fuimos capaces de condenar a muerte a otro ser humano solo por odio, como si nosotros fuéramos irreprochables y tuviéramos el derecho de juzgar como los dioses.
Tenía razón por supuesto, pero eso no nos ayudaba en nada. Además, según nos explicó luego uno de los ancianos tras reponerse de la sorpresa de que el Reloj de Sal no fuera solo una leyenda, dependiendo de quién se sacrificara, el tiempo tendría que reescribirse a sí mismo para acomodarse a la falta de esa persona en concreto.
-¿A qué se refiere, venerable anciano? -preguntó Tsu con respeto.
-Quiero decir, muchacho, que todas las cosas que pasaron en la vida de la persona que se entregue al Reloj de Sal jamás habrían sucedido. Todos aquellos que hubieran conocido a esa persona antes de su sacrificio sabrán que murió, pero no por qué, y todo lo que pudo haber sido gracias a su vida nunca llegará a ser. Claro, eso depende de qué punto de la historia quisieran cambiar. El problema -y en este punto su voz se volvió grave y levantó un dedo admonitorio, haciendo que Tsu tragara saliva- es que este mundo y la humanidad no están hechos de una sola historia, sino de miles de ellas. Por eso la magia temporal es un arte tan peligroso y temido. Todo cuanto existe está formado por varias piezas pequeñas en su interior, Tsubasa, y eso incluye a los seres humanos. Todos y cada uno, hasta los criminales como ese hombre, somos piezas importantes en la gran máquina de la historia humana.
Lo entendí de inmediato, y me provocó auténticos escalofríos de terror. Cierto, retroceder hasta la boda de Daidouji y evitar que Zafar conociera a los mellizos Hiram detendría todo lo que pasó, pero eso significaría que todos los monumentales avances tecnológicos y médicos que propició el surgimiento de la tecmaturgia, como los remedios definitivos para el cáncer y el SIDA, tampoco habrían existido. Solo los dioses saben cuánto tiempo le tomaría a la humanidad descubrirlos sin ayuda de la magia, y serían muchas las personas que seguirían sufriendo hasta entonces. Y eso por no hablar de las malformaciones genéticas que pudieron ser corregidas por fin para concederle a sus portadores el lugar en la sociedad que siempre merecieron, o de las madres estériles que pudieron tener hijos gracias a la magia sin sufrir ninguna clase de efecto secundario. ¿Valía la pena arrebatarle eso a la humanidad aunque la guerra la hubiera devastado de la forma en que lo hizo?
-La humanidad merece ser libre -dijo entonces Mali, dándole voz a mis pensamientos-. Si cambiamos nuestro desdichado encuentro con Zafar, muchas cosas buenas desaparecerán de la historia junto con todos los males que hemos padecido.
-¿Qué pasaría si alteramos la historia antes de la creación de las bombas mágicas? -preguntó Ai- Eso no le quitaría los buenos descubrimientos a la humanidad, pero sí eliminaría a esos tres demonios.
Todos estuvimos de acuerdo en eso, pero de todos modos seguíamos dando vueltas alrededor del mismo dilema, como un perro encadenado a un poste. Lo verdaderamente importante no era qué parte de la historia íbamos a cambiar, sino quién iba a desaparecer no solo de nuestras vidas sino del tiempo a cambio. Hay tantos peligros y cosas que pueden salir mal al alterar el tiempo que no puedo evitar estremecerme al recordar a Kaito D. Yuna y la forma despreocupada en la que usaba sus grandes poderes para manipularlo a su antojo.
Al final, decidimos no utilizar el reloj y los chicos lo volvieron a enterrar donde estaba cuando lo encontraron. Por más que fuera una solución sencilla, no era la más correcta. Simplemente no nos atrevíamos a renunciar a alguno de nuestros seres queridos, y tampoco a convertirnos en asesinos como dijo mamá. Ya se nos ocurriría otra forma de resolver este lío, o al menos eso esperábamos. Optamos por el bien mayor, aunque eso significara que nuestro Calvario tendría que durar más tiempo.
Y un día sucedió algo terrible, que de todos modos ya se veía venir: nos encontraron. Nos tomaron prisioneros, nos separaron y a mí me golpearon hasta que se quedaron sin fuerzas. Ignoro qué pasó con mis seres amados porque me tenían confinado en una jaula de tres por tres, como a un lobo salvaje. Me imagino que supusieron que tenía el mismo don que mi hijo, no podían saber que cada hechicero nace con un poder único que le es propio, y el mío es el dominio elemental
Los primeros días, lamenté de verdad no haber tenido las agallas para entregarle mi vida al Reloj de Sal a cambio de que mis adorados hijos y mi Sakura tuvieran la oportunidad de vivir tranquilos aunque ellos tuvieran que crecer sin padre... O con un padrastro. Fue este pensamiento, celoso como he sido siempre, el que me dio fuerzas. Tenía que vivir, por ellos y para ellos. Ya estaba bien de darles ventaja a los insensatos humanos, ¿acaso no era yo el hechicero más poderoso de este siglo, a la par de mi ilustre ancestro Clow Reed, debido a que había comido el corazón de mi estrella natal? ¿Por qué los magos habíamos agachado la cabeza y permitido este genocidio sin replicar? De verdad me hizo falta el sabio consejo de mi madre o de alguno de los ancianos del Clan... Si me abandonaba a la sed de venganza, podría convertirme en un monstruo asesino mil veces peor que las malhadadas bombas mágicas. ¿Qué podía hacer? ¿Qué debía hacer?
Bueno, por el momento el primer paso era salir de este agujero. No fue difícil. Como los que me aprisionaron eran simples humanos, no fue difícil burlar su seguridad mirando bien dónde ponía los pies. El único problema era averiguar si alguno de mis amados estaba en este mismo lugar. Tenía que tener cuidado para no terminar otra vez en una jaula, o peor, para que no se les ocurriera matar a alguno de ellos como castigo por escaparme.
Resulta que no fue nada difícil encontrar a mi familia. De todos ellos, los más maltratados eran Tsu y Ai, que al parecer se habían resistido con bastante encono a su cautiverio. Gracias a todos los dioses, la aversión que les inspirábamos impidió que abusaran de alguna de las chicas, o incluso de mi madre. Después de escapar del edificio y volver a la naturaleza, les conté mis temores y mis dudas y fueron mamá y Sakura quienes me disuadieron de mi anhelo de justicia: las cosas solo empeorarían si los magos regresaban mal por mal. Ya había pasado en el comienzo del conflicto, y de hecho fue por eso que se echaron para atrás: un mago descontrolado movido por el odio y la rabia era más peligroso todavía que las mismísimas Bombas M.
Después de cazar la cena guiados por Tsu, nos quedamos en una cueva para pasar la noche. No teníamos forma de saber cuánto tiempo habíamos pasado encerrados, pero al menos podríamos descansar tranquilos antes de regresar a casa para ver si podíamos rescatar algo de nuestras pertenencias. Si acaso había todavía una casa a la cual volver o pertenencias que rescatar, desde luego.
Resulta que nos habían tenido cautivos durante tres días. Lo supimos al día siguiente porque nos cruzamos sin querer con uno de nuestros captores, pero él, en lugar de intentar algo, solo se echó a llorar y nos rogó perdón. Pertenecía a un grupo paramilitar de exterminio, pero había descubierto, para su horror y vergüenza, que también él era un mago y había vivido toda su vida sin saberlo porque su madre lo escondió para protegerlo. Ahora que lo había revelado en su lecho de muerte, la consciencia del soldado estaba hecha trizas. No solo había torturado y asesinado a su propia especie sin saberlo, sino que había tenido que despedirse de su madre sin poder confesar su vergüenza. Era sueco y se llamaba Sven.
-No se preocupe, señor Sven -lo consoló Mali en inglés-, usted solo hacía lo que creía que era justo.
Sven lloró en su hombro varios minutos. Fue gracias a él que esta persecución maldita comenzó a amainar, porque volcó todos sus esfuerzos en encontrar la Bomba M extraviada y en su lugar destapó una conspiración muy bien planeada destinada a desprestigiar y eliminar a todos los magos del mundo. Zafar no era la mente maestra detrás de semejante cosa, pero sí había sido una pieza clave. De hecho, para nuestro horror y sobre todo el de Daidouji, esa había sido la razón por la cual la enamoró y se casó con ella: la misión era acercarse a nosotros lo suficiente para hacemos pedazos, y le salió mejor de lo que él mismo esperaba.
La Humanidad se miró a sí misma al espejo cuando la verdad salió a la luz y se descubrió que las tres bombas estaban intactas e incólumes en sus unidades de contención impenetrables, como unos inocentes bebés en sus cunas de acero y concreto. Se miró a un espejo ensangrentado que reflejó ruina, venganza y sufrimiento en lugar de lo que debió ser la mayor alegría y maravilla de la historia. Ahora solo quedaba ajustar cuentas.
