Hay personas que afirman, categóricamente, que no existe perdón para la traición. Todo lo demás tiene remedio, dicen, excepto la confianza rota. Si acaso fuera a pensar de ese modo, los no-magos simplemente no tendrían perdón. La bien planeada estrategia de los detractores de la magia implicaba precisamente eso: destrozar irremediablemente el lazo más fuerte de la humanidad para dejar a los magos a la deriva y que no les quedase más remedio que morir o matarse, puesto que se convertían de inmediato en el tan temido Otro: aquel que no es como yo, aquel que puede hacerme daño, el monstruo al que hay que temer y destruir.

Pero, si fuéramos a actuar así, simplemente nos estaríamos convirtiendo en lo que ellos pensaban que somos, en los monstruos tiránicos que hicieron del mundo un infierno para sus desafortunados ancestros. A los magos, sin embargo, nos ayudó el destino, pues el caso de Sven se repitió en muchísimas familias que eran acérrimas enemigas de la magia; mientras en otras pasó al revés: tal como pasó con nosotros, varias familias mágicas alumbraron hijos sin poderes. Estas realidades cruzadas, antes ocultas y discutidas exclusivamente en el seno de sus respectivos mundos, fueron las semillas de la paz cuando los trascendieron. Tanto unos como otros se dieron cuenta de que no somos tan diferentes.

El primer paso hacia la convivencia pacífica entre humanos y hechiceros lo dio un audaz estudiante de ingeniería nuclear sin poderes: propuso como tesis de grado un sistema que permitiría aprovechar las bombas como generadores de energía barata y mucho más amigable con el medio ambiente. Por supuesto, el artefacto aquel precisaba de componentes tecmatúrgicos, que motivaron el desarrollo de investigación conjunta. Mucha gente de ambos mundos se beneficiaría, y, desde luego, eso significaría una reducción (o eliminación si teníamos suerte) de las hostilidades y el sentimiento de "otredad" que los hechiceros inspirábamos. Los resquemores generacionales iban a tardar mucho en sanar, pero al menos era un paso en la dirección correcta.

Como dicen los ancianos, "hablando se entiende la gente": la apertura al diálogo pacífico en lugar de la represalia belicosa terminó de calmar los ánimos exaltados. A estas alturas de la vida, con todo lo que había pasado, a nadie le quedaban ganas de erigirse en el gran líder mundial. Además, tanto unos como otros habían perdido su credibilidad por causa de las mentiras. Nadie quería un líder opresor y potencialmente genocida, fuera mago o no. Sin embargo, de algún modo teníamos que reconstruir el mundo, y esperar que fuera mejor que el que la estupidez y el rencor habían convertido en cenizas.

Para nuestra sorpresa, fue el propio Zafar quien nos pidió perdón cuando todo acabó. Admitió haber actuado movido por el rencor, culpando a los hijos por el pecado de los padres. Como no deseábamos quedar como unos resentidos, lo perdonamos, y de hecho le ofrecí ser mi socio en la nueva Industria Lobo Japonés. Paradójicamente, ahora fuimos más prósperos que nunca debido a lo roto que estaba el mundo y a que nosotros podíamos ayudar a reconstruirlo.

Técnicamente, ni mis hijos ni los mellizos Hiram estaban todavía en edad de casarse (tenían 14 años cuando comenzó la guerra y, alabados sean los dioses, ésta solamente duró dos años), pero sus noviazgos trascendieron porque seguíamos siendo figuras públicas y todos se admiraron no solamente por la diametral diferencia de culturas entre ellos sino también porque, pese a todo, seguían juntos y más enamorados que nunca. Aunque los cuatro eran hechiceros, se convirtieron en el ejemplo de que el amor es una de las cosas que puede resistirlo todo, incluso la peor de todas las guerras. Además, les dieron una bofetada a todos (no literalmente, pero lo hicieron) porque nunca devolvieron mal por mal con los chicos que los discriminaron y los hicieron a un lado.

En fin, todos comenzábamos a reconstruir un mundo quebrantado, esperando ser mejores después de tan aterradora lección de humildad y de que ni siquiera la magia es la solución absoluta a todos los problemas. El espejo ensangrentado estaba empezando a limpiarse, y la humanidad (así lo quieran los dioses) pronto podrá mirarse en él de nuevo y, tal vez, devuelva un reflejo más halagüeño para entonces.

Los pétalos de cerezo volvieron a caer, ya no sobre sangre y muerte, ya no sobre heridas y rencor, sino sobre la esperanza de un nuevo futuro, literalmente lleno de magia.