Jadeo.

No uno cualquiera, sino un gran jadeo para conseguir llenar de aire mis pulmones que, por alguna extraña razón, se sentían completamente vacíos.

Luego de abrir los ojos de golpe y sentarme de un repentino movimiento tocí varias veces, mi recién recuperada visión nublándose por unos instantes en los que representó un calvario poder respirar con normalidad.

La besé.

Fue la frase que instantáneamente llegó a mi cabeza luego de conseguir que las imágenes dejaran de ser manchas en blanco y negro y pasaran a ser destellos de color.

La besé.

Eso fue lo que hice, tuve que hacerlo, tenía que hacerlo, lo necesitaba. Por lo menos una última vez.

La sensación fantasma de sus labios imaginarios aún consquilleaba en los míos resecos y partidos, por lo que pasé mi lengua sobre estos en repetidas ocasiones, anhelando que si lo intentaba lo suficientemente fuerte, podría sentir su sabor en ellos.

Apreté mis puños derrotada cuando mis intentos resultaron, por lógica, fútiles, y junto con mi saliva tragué los restos de mi amargura.

Una vez pude regular mi respiración, con mi visión ya recuperada (por lo menos casi completamente) noté, tal vez no con total sorpresa pero sí un atisbo de ella, mi falta de prendas: no era que estas no estuvieran ahí, sino que en realidad ya no se les podía llamar como tal, pues mi anteriormente pesada y gruesa capa, además de mi resistente vestido estaban hechos jirones. Total y completamente deshechos, solo quedaban de ellos un par de trapos quemados y roídos cubriendo parte de mis muñecas, una mínima porción de mi hombro izquierdo y un trozo perdido y solitario reposando sobre mi muslo derecho. Mi pálida piel había visto tiempos mejores de igual forma, pues estaba cubierta por cortes, algunos profundos y otros superficiales, además de múltiples moretones de aspecto grotesco y doloroso.

Pero bueno, salí viva, que era lo importante.

Cuando terminé la inspección de mi cuerpo y me cercioré de no haber perdido ningún pedazo relevante de mí, levanté la cabeza para recorrer con ojos cansados e irritados mis alrededores: la destrucción era evidente, leve en comparación con lo que pudo haber sido, sin embargo el enorme círculo de unos seis metros de profundidad y unos cinco kilómetros de radio en el que estábamos metidos era algo a tomar en cuenta.

Estábamos.

Plural. Mis hermanos.

Me incorporé rápidamente, mareándome de nuevo en el proceso y volviendo a caer al suelo sobre mi quijada, mordiendo mi lengua con un vergonzoso (y doloroso) golpe. Respiré hondo, y aún con el sabor metálico de mi sangre en la boca me giré lentamente para quedar recostada de cara al cielo, viendo cómo éste daba vueltas sin parar sobre mí.

Pasó un rato hasta que el impulso por devolver los nulos contenidos de mi estómago dio tregua, por lo que decidí que lo mejor sería erguirme poco a poco, primero apoyando tanto mis rodillas como mis manos en el suelo, después sentándome sobre mis talones unos momentos, luego doblando una pierna y plantando mi pie firmemente en el suelo, para apoyar mi mano en esa rodilla y poder por fin estar de pie.

Mientras buscaba a mis hermanos con la mirada, sin hacer movimientos bruscos, fue que reflexioné brevemente sobre mi nueva y obvia debilidad. Claro que se sentía extraño, tener un cuerpo resistente pero agotado, ya sin la fuerza que lo caracterizó alguna vez. Estoy segura que ninguno pensó en dicha cláusula al firmar el contrato, simplemente porque el bienestar propio fue puesto en segundo plano, como nuestra naturaleza lo dictaba. Ahora debíamos aprender a vivir así, acostumbrarnos a la reducción considerable de nuestra fuerza y poder. No era nada remotamente insoportable, pero sí un gran cambio al que sería complicado adaptarse.

—¡Jadelyn!— Escuché una exclamación desde lejos. Volteé la cabeza de un brusco movimiento, las náuseas volviendo otra maldita vez. Era Brock, quien se acercaba lentamente a mi posición. Una imagen un tanto graciosa si me preguntan: aquel imponente gigante luciendo exhausto, su largo cabello seco y enmarañado, sucio como si le pagasen por ello y, al igual que yo, su cuerpo completamente desnudo repleto de heridas de guerra.

—Jadelyn, que alegría que estés bien— Dijo con el poco entusiasmo que su cansada voz podía mostrar.

—Lo mismo digo, grandulón. ¿Le pasa algo a tu hombro?— Su enorme mano se encontraba posada sobre éste, y un evidente camino de sangre (casi por completo seca) parecía haber provenido de ahí.

—Oh, no es nada— Mentira. Incluso para alguien con problemas de la vista, aquella gran porción de carne abierta, músculo al descubierto y hueso visible era algo difícil de ignorar —¿No has encontrado a los demás?—

—Oh, claro que sí, nos reunimos antes de que llegaras, tuvimos una reunión con aperitivos y se fueron temprano— Mi sarcasmo logró sacarle una pequeña sonrisa.

Nos miramos un par de segundos más sin decir nada, tal vez procesando (sin aún poder creerlo) que estábamos vivos y que aparentemente el mundo igual.

Lo logramos. ¿Qué sigue?

—Vamos, hay que buscar a los otros— Rompió el silencio con su voz profunda y ronca.

—Sí, solo trata de no ir tan rápido, ¿quieres?— Pedí con ligera vergüenza. Me encontraba muy cansada, por lo que mi cojera sería un problema a considerar.

Para mi sorpresa él sonrió con amabilidad (nunca con lástima) y con una mueca concentrada hizo que del suelo surgiera una pequeña rama, la cual lentamente comenzaba a crecer y engrosarse hasta que alcanzó mi altura, y un vez frente a mí se despegó del suelo.

—Sí, todavía no hemos perdido el toque— Dijo burlón mientras yo apoyaba mi peso en el nuevo báculo.

Volteé hacia mi rubio hermano y agradecida hice una pequeña reverencia con la cabeza, respirando profundamente, a lo que él solo me guiñó uno de sus ojos profundamente azules para después comenzar a caminar de nuevo.

Siempre hacia adelante.


Tuvieron que pasar alrededor de cuarenta minutos para que por fin pudiéramos vislumbrar una silueta en la distancia, mas incluso cuando el estado evidentemente inconsciente de la figura nos alertó no pudimos acelerar demasiado el paso o habríamos caído desmayados de igual forma.

—André... despierta— Susurré con la voz más calmada (aunque un tanto incómoda) que pude mostrar una vez que alcanzamos su posición. Estaba vivo (apenas) y eso nos hizo soltar un gran suspiro de alivio a ambos.

André estaba tendido de cara al suelo, ambos brazos musculosos extendidos sobre su cabeza, portando lo que parecía ser una severa irritación y quemaduras que dejaban tendones y ligamentos al descubierto. El resto de su cuerpo lucía tan lastimado como el nuestro, por lo que sin tomar en cuenta el dolor o lo desagradable que pudiera resultar a la vista, se repondría.

—Vamos, hermano, tienes que levantarte— Brock tocó la espalda de André con su mano ensangrentada, dándome una para nada agradable vista de la herida en su hombro.

No podíamos acostumbrarnos a esa sensación, esa preocupación de que uno de los seres más poderosos del universo pudiera morir era algo que nuestras mentes se esforzaban por comprender. Apenas unos días antes dichos pensamientos habrían sonado ridículos, y tal vez incluso entonces intentábamos encontrarles algún sentido.

Claro, todas las ocasiones que enfrentamos a la maldad pudimos haber perecido, mas nos preparábamos para que aquello no sucediera, entrenando tanto nuestra mente como nuestro cuerpo mientras que para esto... no había nada que pudiera habernos preparado.

Luego de unos momentos, muy lentamente, nuestro hermano de piel oscura parecía empezar a volver en sí, removiéndose aparentemente incómodo y obviamente adolorido.

—Maldita sea...— Murmuró por lo bajo mientras intentaba levantarse cuidadosamente. Cuando intentamos ayudarlo, solo nos replicó con un rotundo pero amable no y continuó con sus esfuerzos.

Si soy sincera, agradecí profundamente que no quisiera nuestra ayuda, pues no creo poder haber sido capaz de brindar demasiado apoyo en mi débil estado. Hasta el día de hoy, sospecho que fue por su intuición e innegable empatía que André se dio cuenta de esto, y por eso prefirió levantarse por sí mismo. Además, pienso que pudo haber sido también porque éramos criaturas independientes, así funcionábamos, y tarde o temprano tendríamos que acostumbrarnos a nuestro nuevo cuerpo y menores habilidades, y tendríamos que hacerlo solos. André entendía eso, todos lo hacíamos, y por eso debíamos aprender a levantarnos por segunda vez en nuestras vidas.

—Hermano— Dijo Brock una vez que André estuvo de pie. El rubio le puso una mano en el hombro no solo en un gesto cariñoso, pero sutilmente ayudándolo a estabilizar su tambaleante cuerpo.

—Estoy tan feliz de verlos— Nos miró a ambos, y el aprecio en sus ojos me conmovió.

—Sí, sobrevivimos— Reí con algo de humor al sentir parte de la tensión desvanecerse a nuestro alrededor. Si ya había tres de nosotros vivos, por alguna razón la idea de que los demás también lo estaban tenía más sentido ahora.

Puse una de mis manos en el otro hombro de André y fue entonces que los tres escuchamos un grito que, de no haber sonado tan feliz y aliviado, nos hubiese asustado hasta sacarnos el alma del cuerpo. Al voltear en la dirección del estruendoso sonido, vislumbramos a lo lejos otras cinco figuras acercándose lentamente hacia nosotros.

Sin poder contenernos, con sonrisas en nuestros rostros, nos pusimos en marcha hacia ellos de igual forma, el paso apresurado aunque no veloz, pues nuestra condición no nos lo permitiría.

Todos estaban desnudos salvo uno que otro trapo colgando de ciertas partes de su cuerpo. Darok caminaba con una mano sosteniendo su costado (probablemente por una herida muy molesta); Taimos había usado uno de los jirones de su capa para amarrar su brazo ensangrentado y abierto en su mayoría. Incluso así, ambos amorosos hermanos mayores ayudaban a Anya y Annalise a caminar (quienes a penas y mantenían los ojos abiertos), cada uno con un brazo alrededor de sus cinturas, sosteniendo parte de su peso; ninguna me había parecido tan frágil, pequeña ni tan delgada antes de ese día, pero en ese momento las dos lucían como hermosas muñecas de trapo que habían tenido la mala fortuna de ser maltratadas, por lo que se habían desgastado más de lo que criaturas tan bellas deberían. Lauren, por su parte, caminaba al otro lado de Taimos, también siendo ayudada por éste a caminar, no obstante no lo hacía muy grácilmente que digamos pues lucía pésima: su piel pálida como la mía llena de moretones y heridas, uno de sus ojos hinchado y cerrado, un camino sangre seca bajaba por su párpado cerrado hasta sus clavículas y parte de la piel de su pantorrilla derecha simplemente colgaba, dejando ver el músculo punzante; en su rostro había una mueca de fatiga y dolor, y pareciéndose aún más a mí cojeaba (debido a la herida en su pantorrila).

Los pobres Darok y Taimos se veían tan cansados, y sin embargo ahí estaban, demostrando su increíble fuerza de espíritu, ayudando a sus hermanas sin importar el dolor, sacando fuerza solo ellos saben de dónde. Una discreta lágrima salió de mis ojo irritados al ser consciente de una muestra de amor tan pura como ésta.

—Hermanos— Exclamó Darok, entusiasta en la medida que le fue posible, cuando estuvimos por fin los ocho frente a frente —Me pone tan feliz ver que todos están bien—

—Bueno, dentro de lo que cabe— Mencionó Lauren con sarcasmo mas con una leve sonrisa en sus labios partidos.

—Creo que todos hemos visto días mejores— Reímos un poco ante mi comentario.

—Sí, bueno, podría ser peor— Dijo Taimos —Podríamos haber quedado calvos— Y entonces... rompimos a carcajadas.

No pudimos evitar la sonora risa que acompañó un comentario tan hilarante e inusual en el comúnmente crudo humor de Taimos. Reír dolía... mierda, respirar dolía, pero en esos pequeños momentos en que en medio del silencio nuestras risas formaban una orquesta de victoria, el dolor no importaba, simplemente no le dábamos poder sobre nosotros al reconocer su existencia. Y eso, de una forma u otra, fue lo sublime en medio del limbo.

—Tal vez la maldad sí ganó y reemplazó al verdadero Taimos— Comentó Anya aún jadeando y riendo un poco, su antes tersa mejilla ahora portando un profundo corte que iba desde su oreja hasta su barbilla.

—Muy bien podría...—

—¡Aquí están!— Una exclamación de un desconocido interrumpió las palabras de Annalise.

Al observar la fuente de dicha interrupción, vimos con gran sorpresa la enorme multitud de criaturas del bosque que se acercaba a nuestra posición: animales, trolls, duendes y enanos, ninfas, ogros, rocs, centauros, minotauros, elfos, pegasos, uno que otro unicornio, quimeras, grifos, sílfides, sátiros, hadas...

—Nos alegra que estén bien— Habló un viejo elfo, cuya larga y canosa barba, acompañada de un aspecto senil y arrugado denotaban sabiduría y gentileza.

—¿En serio?— No pude esconder mi incredulidad ante tal afirmación. Después de todo, yo no era la criatura más popular del bosque.

—Vamos, a estas alturas no es necesario que finjan. Sabemos lo mucho que les disgustaba la presencia de nuestra hermana— Respondió Taimos un tanto agresivo. A pesar de estar herido y muy probablemente adolorido, irguió lo más posible su espalda, quedando a su altura normal e imponente. Tal vez el agotamiento lo hacía incluso menos paciente y cordial, como a mí.

—Bueno, ya comprobaron que estamos bien— Intervino Darok, intentando romper la creciente tensión.

—Queremos disculparnos, Jadelyn— Chilló una duende.

Justo después de terminar su oración, una horda de exclamaciones y ruegos se hicieron escuchar.

¡Sí, así es!

¡Tiene razón!

¡Es cierto!

¡Lo sentimos!

¡Fuimos muy desconsiderados!

¡Lo lamentamos!

¡Siempre fuiste nuestra protectora!

¡Perdónanos, por favor!

Tantos lloriqueos al mismo tiempo, apenas y pude distinguir lo que cada uno decía.

No podía mentir: muchas veces soñé y anhelé ese momento, en el que todos por fin verían que a pesar de que sintiera odio por mi situación, todavía en el fondo sentía un cariño enorme por estas criaturas, pues eran como yo, veníamos de los mismos creadores, formábamos parte de la misma Tierra y aportábamos a su equilibrio; no obstante a esto, a mi deseo por fin cumplido, mi confusión no me permitió disfrutar mi "triunfo" plenamente. No entendía por qué ahora. Digo, tal vez fue la gratitud de haber salvado sus vidas (por enésima ocasión) junto con mis hermanos, o alguna otra cosa que los hubiese hecho entrar en razón.

Los observé a todos por unos momentos, quise buscar en sus caras desprecio, engaño, el usual temor y duda inundando sus atentos ojos... mas no lo logré.

Sus rostros reflejaban temor todavía, claro que sí, mas era uno que alimentaba al respeto que sientes hacia aquel que es más fuerte, más listo o más poderoso que tú.

En los rostros de las criaturas frente a mí había culpa, vergüenza, un gran arrepentimiento, y entre todo esto una profunda gratitud.

El anciano frente a mí, probablemente patriarca de los elfos, con manos pequeñas y temblorosas por la edad, tomó la gema dorada que colgaba de su cuello marcado por el tiempo, y de un suave tirón lo arrancó de su lugar, poniéndose de rodillas y extendiéndolo hacia mí sobre su palma izquierda abierta, el máximo símbolo de respeto entre los elfos (y uno de los más significativos en el mundo mágico).

—Por favor, acéptelo, Gran Bruja del Oeste— Dijo con su cabeza gacha, muestra de sumisión y respeto.

Incrédula, quise corroborar una vez más en los ojos de todos los demás seres presentes, y ninguno parecía dudar la decisión del anciano. Era como si, en su lugar, los demás hubiesen hecho lo mismo.

Luego de ver esto no pude permanecer molesta o guardar rencor; una parte de aquella carga que siempre arrastré conmigo (pues la herida cerraba, mas la cicatriz seguría por siempre conmigo) se disipaba en el aire, podía sentirlo.

Respiré profundamente, conteniendo las lágrimas y volteé hacia el cielo. Sin meditar, casi sin razonar, solo respirando.

Cat, vida mía. Tan solo mira lo que siempre dijiste que pasaría volverse realidad...

Para la sorpresa de todos, caí de rodillas, y con mis pálidas manos cerré el diminuto puño del anciano en torno al collar, manteniéndolo seguro en la prisión de la mano de quien era su único dueño.

—No... esto es suyo, y yo...— Respiré hondo una vez más, algo de mi perdida paz volviendo a mí, entrando a mi mente y mi alma —Yo los perdono—

El anciano, junto con todos los demás, me miró sorprendido.

—Ustedes me sumieron en un horrible tormento del que fui presa por casi 300 años— Las criaturas bajaron la cabeza, su vergüenza palpable, sin embargo mi voz se mantuvo firme y mi expresión sombría —Sufrí muchísimo, tal vez más de lo que la mayoría de ustedes podría imaginar. Me hicieron sentir sola, impotente, frustrada, y con ello conocí el odio, algo que es contrario a mi propósito de vida que es servirles con amor—

—Eh, Jadelyn, tal vez ya lo entendieron— Interrumpió Lauren con nerviosismo, el movimiento de su labio partido haciéndolo sangrar de nuevo.

Levanté una mano para indicar que callara.

—Ustedes me hicieron miserable durante casi toda mi vida, cuando lo único que yo siempre hice fue dar todo de mí para intentar protegerlos— Hasta este punto, ya había varias lágrimas corriendo por los rostros de una gran parte de los presentes, e incluso me parece haber visto a una gárgola bajando sus orejas puntiagudas con pesar —Lo que hicieron, ya fuera directa o indirectamente, fue horrible, y probablemente me habría tomado otros 300 años perdobarlos de no ser por...— Respiré hondo, no podía desmoronarme antes de terminar —De no ser porque alguien me enseñó. Ustedes solo estaban asustados. La ignorancia los cegó, y ahora que han removido la venda de sus ojos, me están liberando de mi pena, y eso... eso es todo lo que importa—

Por unos momentos absolutamente nadie pronunció palabra, ni una sola alma profirió sonido alguno. Hasta podría jurar que si alguien se quitaba un cabello y lo tiraba al suelo podríamos haber escuchado su estruendo cual tormenta eléctrica.

Pensé que tal vez mis palabras habían sido demasiado duras, o tal vez pude ser más asertiva y menos agresiva, pero dichos pensamientos no duraron más que un par de segundos, pues una pequeña voz en mi cabeza, la cual fue tomando fuerza y coraje, me decía que dije lo que tenía que decir. Por 300 años callé, y ésta había sido la única oportunidad que se me presentó en todo ese tiempo para decir lo que sentía. Aunque fuera mal recibido y me temieran de nuevo, todo lo que dije era verdad, no había más que eso, y no me arrepentía de nada.

—Oigan, no quiero ser imprudente, pero si ya se disculparon y ella ya los disculpó, ¿no creen que podríamos pasar a lo que sigue y buscar algo de comer? Juro que nunca en mi vida me había sentido tan hambriento— Tuvo que ser la gruesa voz del torpe gigante rubio la que en medio de un momento tan emotivo, dijera... eso.

Sin poder (o querer) contenerlo, el enorme grupo de seres ahí reunidos estalló en carcajadas. Los moretones, los cortes, las quemaduras, los raspones y las heridas internas nos dolían, mas esa risa parecía necesaria, los Espíritus saben que se sintió de esa manera.

—Oh, grandes magos y brujas— Habló el anciano intentando incorporarse, a lo que incluso con mi pierna en mal estado, pude ayudar —Por favor, permítannos ayudarles. Déjennos curar sus cuerpos y alimentarlos, pues es lo menos que podemos hacer—

Una vez de pie, sin saber cómo responder a eso, volteé mi vista hacia mis hermanos detrás de mí, quienes, igual de confundidos que yo, se escogieron de hombros mientras reían algo avergonzados. La verdad era que sí nos urgía una ayuda para tratar las heridas y recuperar fuerzas, por lo que encarando a las criaturas de nuevo, asentimos.

Luego de unos minutos más, un pequeño sonido rompió la calma, y a pesar de ser tan suave, en medio del silencio pareció estridente: las patitas de un conejo, blanco como la nieve y... obeso, chocaban una contra la otra una y otra vez, alabando mis palabras, aplaudiéndolas.

Nalu...

Luego de que superamos la sorpresa inicial, a ese tenue sonido le siguió un coro de aplausos, vitoreos, rugidos y hasta aullidos, que lograron transmitir al menos una ínfima parte de su vivacidad y energía.

Enseguida, fuimos abordados por grupos enormes de seres que querían ayudarnos: algunos con magia azul (curativa) saliendo de las palmas de sus manos, otros con plantas y raíces medicinales, algunos con recipientes de piedra llenos de agua, los demás con frutos, comida...

No sé por qué razón, pero hubo un momento en el que en la multitud (sin siquiera intentarlo) se abrió un espacio, y entre todo el tumulto vislumbré como un rayo en la noche, un fulgurante cabello castaño, tan brillante que soltaba destellos rojizos; la dueña poseía un par de ojos chocolate tan cálidos como la primavera, que junto con su sonrisa amable, que era una mezcla de alegría, orgullo y un visible y profundo tinte de tristeza de la cual parecía no ser capaz de recuperarse jamás, lograron sorprenderme a tal punto que casi pierdo la conciencia.

Mientras una solitaria lágrima bajaba por mi mejilla, observé el reflejo del Sol contra sus cristalinas alas.

Crissa.

La madre de Cat.


¡Amigos, nos falta muy poco!

Dedicado a todos los que siguen esta historia, que se encuentra a un capítulo de terminar.

Perdonen cualquier error, la neta no revisé jeje la verdad lo quería subir YA.

Los amo, nos vemos la próxima.

¡Besos reales!