II. Los primeros años
—Una nueva vida—
Si bien no era la única huérfana y extranjera, su aparición fue un imprevisto que la Capitana de la guardia de mujeres del Santuario no esperó. De hecho, requirió de un reporte de emergencia hacia sus superiores para que alguno de esos mensajes llegase hacia la Máxima Autoridad del Santuario: El Patriarca, representante en la Tierra de la diosa Atenea y Comandante en Jefe del recinto. Cargado de deberes, el jerarca tardaba mucho tiempo en responder... y que éste diera su consentimiento en menos de una semana, fue tan inaudito como la llegada de la chica.
Contrario a lo que parecía, el Santuario no era un emplazamiento que recibía niños perdidos para convertir en soldados así sin más. Como toda zona militar, poseía reglas estrictas, leyes y controles construidos durante miles de años. Uno de los más importantes eran los reportes de candidatos nuevos, a través de los capitanes y superiores de cada sección. Los informes mantenían una armonía que equilibraba la instrucción y el entrenamiento del conjunto y cada individuo: avances, retrocesos, decesos o desertores... que acababan en más decesos.
Por eso, la urgencia de informar a la infante la convirtió en la más joven y última de la camada ese año. Si no era aceptada, la expulsarían hacia Rodorio u otro sitio que fuera menester. Si estaba marcada con una estrella, tal y como lo había dicho su pariente, tendría la desgracia de quedarse.
Lamentablemente para ella, la anciana tuvo razón.
—Según los reportes que nos hicieron llegar los Santos de Plata, las nuevas lecturas de Star Hill detectaron la aparición de seis estrellas. Por su ubicación y nacimiento estimado, Sextante coincide con la existencia de la reciente; razón por la cual las fuerzas de Hades también se alertaron — informó el Capitán, tiempo después — . Están llevándolos antes de que los hallemos para convertirlos en Espectros. No sé quién haya sido esa vieja, pero hizo bien.
—Desapareció luego de entregarla, fue inaudito — contestó su interlocutora, con los brazos en jarro — . Cuando llegó la niña estaba muda, y mis soldados me dijeron que la mujer se fue sin decir palabra.
—¿Esperabas una escena conmovedora? Los marcados por las estrellas condenan a la desgracia a todos los que están a su alrededor. Bendita estuvo la niña que su abuela la trajo hasta aquí en vez de matarla o algo peor.
—Realmente nunca lo sabremos.
—Ahora está a cargo de ustedes, es oficial — el hombre cerró la carta del informe protocolar, dándosela — . Queda bajo tu ala, como el resto de la camada. Sabes lo que esperan el mes entrante.
—Sí, sí... voy a celebrar — se acomodó la máscara con fastidio, haciendo sonreír al otro — . Gracias por tus buenas nuevas, Jan.
—No hay de qué, Damara.
La Capitana quedó sola con sus pensamientos, pero pronto decidió accionar para acelerar el proceso más tedioso.
Además del estricto régimen militar, los campos de entrenamiento de soldados y guerreros se dividían en dos, para hombres y mujeres. Éstas, en servicio de la Diosa de la Guerra, debían ocultar su feminidad para ser iguales con sus compañeros, sin obstáculos mundanos de ninguna clase. Por eso y desde la Era del Mito, las candidatas portaban máscaras, muestra de la renuncia de sí mismas; entregando cuerpo y mente a la causa de Atenea.
Si bien se rumoreaba que había una orden específica de muchachas que servían directamente como tales, era una leyenda que nunca había sido revelada abiertamente. Al final del día, las únicas mujeres que dejaban de serlo eran ellas, los Santos Femeninos o Amazonas.
Damara cerró el sobre laqueado entre sus dedos, tomó un paquete guardado en el cajón de su mesa de trabajo, y caminó colina arriba. Su paso estaba dirigido hacia un conjunto de casas rústicas y sencillas, complejo que solían llamar Ciudad de las Constelaciones, porque ahí residían todos los candidatos. Allí mismo, las zonas de hombres y mujeres estaban estrictamente separadas inclusive para maestros y capitanes de entrenamiento, que vivían y administraban el lugar.
En este complejo habitacional halló a la pequeña extranjera, compartiendo habitación con otras niñas de su edad, quienes todavía no le habían dirigido la palabra. Los comentarios sobre la "nueva" no tardaron en llegar: permanecía casi todo el día en un rincón y apenas recibía agua, la leche y el pan. Las primeras noches no había dormido, mirando al cielo y llorando en silencio. Cuando debía ponerse la máscara al amanecer, tampoco emitía un sonido; siquiera se quejaba al ser empujada o regañada. Parecía autosuficiente, pero no levantaba el rostro bajo ninguna circunstancia, aún y cuando la ayudaban. Era impenetrable.
Damara no comprendía de dónde salía semejante actitud en una chiquilla de cinco años. De todos modos, el desarraigo de la vida anterior era un paso natural que le había ocurrido a todas... incluyéndose.
—Κορίτσι.
La encontró donde esperaba: en la ventana cerca de su camastro, mirando el exterior. Afuera, las chicas charlaban y estudiaban bajo el sol. Algunas mayores entrenaban contra las piedras, y las más avanzadas entre sí. Cuando la pequeña volteó a ver su visita con algo de sorpresa, la mujer le señaló la máscara y cerró la puerta. Sólo podía quitársela bajo la orden de una superior o compañeras de confianza. Jamás frente a civiles, Santos o cualquier otro hombre.
Aún sin entenderlo del todo, supo que si no obedecía esa regla básica moriría; y por lo pronto, no tenía ganas de morir.
Cuando se la quitó, Damara hizo lo propio y se acercó con cautela, sentándose a unos metros de ella. Sus ojos pardos se enfocaron en los grises y enormes, llenos de desconfianza. Era una fortuna que se hubiera dejado asear y sacar la suciedad de meses; ahora su rostro denotaba su palidez y las cientos de pecas que estrellaban su piel. Su cabello estaba atado, pero mostraba la fuerza de la esponjosa melena anaranjada. Algo bastante exótico, por lo cual siempre llamaba la atención.
Con ese porte, era imperiosa la necesidad de que comenzara a valerse por sí misma; aunque la comprensión de la niña fuera un enredo.
—Ξέρω ότι δεν με καταλαβαίνεις ακόμα, αλλά σύντομα podrás hablar bien — aunque inútil, por lo menos debía acostumbrarla a los sonidos, para hilar palabras—. Tienes que aprender ελληνικά cuanto antes.
Le extendió entonces un cuaderno, una pluma y un libro.
Memorizarás τα γράμματα; las palabras y los sonidos — continuó con voz suave, dejando todo en la cama — . Luego todo será mejor.
Cerró los ojos, pensando un momento.
No solamente tu idioma debe cambiar, sino todo de ti. Δεν μπορείς να είσαι ποιος είσαι πια. Por eso...
Estiró la mano hacia una de las hojas blancas y dio uno trazos largos. La niña miró con algo de curiosidad, contemplando el papel cuando se lo mostró.
Ya no te llamarás como antes. Aquí, serás Θάις; entrenarás hasta que los dioses decidan que είστε έτοιμοι να el ejército de Αθηνά. Esa es tu meta a partir de hoy.
La pequeña tomó el papel en sus manos, contemplando los dibujos que parecían ser letras. La miró interrogante y la mujer suspiró, señalándole los sonidos.
—Thais. Tá - is.
—Tá... isss — pronunció de manera torpe, y la miró interrogante.
—Damara — La mujer se señaló, y la señaló — . Thais.
—Thais — repitió; pero luego negó, tocándose el pecho— . Niamh.
—No, Thais — insistió — . Así te llamas ahora. Practícalo.
Le indicó que tomara el cuaderno y la pluma, dejándolas en sus manos y se fue. El ruido de las conversaciones afuera la distrajo un momento, pero luego volvió a tomar el papel, mirándolo con atención.
Damara le había dado un nombre. Un nombre de una vida bautizada por Poseidón; un nombre para la servidora de Atenea. Un nombre que hablaba de lo que habían visto en ella, y en lo que ella se convertiría.
Thais atesoraría para siempre ese momento en su corazón.
—0—
—El poder de las palabras—
Los primeros años fueron los más difíciles y significativos de su vida. No sólo en la adaptación del entorno, sino en la sociabilidad con sus compañeras: tuvo que soportar muchos meses de maltratos y malos entendidos, producto de que no entendían nada de ella excepto con señas. Llegaron a compararla con un chimpancé y se burlaban de su pelo revoltoso, de su cara llena de "manchas", y su incapacidad de quemar su piel al sol. Inclusive, de su delgadez y sus manos pequeñas. Todo estaba mal en ella.
Pero no todas fueron malas.
Si bien la Capitana fue la primera que tuvo que armarse de paciencia para enseñarle las cosas básicas, fueron sus propias compañeras de habitación quiénes luego le enseñaron a escribir, leer y entender en simultáneo. Tenían la misma edad pero todas eran de Grecia, por lo que se divertían convirtiéndose en pequeñas maestras que veían evolucionar a su alumna, desesperada en hacerse entender. De este modo, aprendió cosas del cotidiano como pedir comida y cambiarse; detener algo o aceptarlo, agradecer o negar. Lo básico para sobrevivir. Seguían las burlas, pero poco a poco las fue distinguiendo, comprendiendo y contestando. Una sed que la llevó a saber leer, e inclusive estudiar, sin descanso.
Thais tenía, para su propia suerte, una memoria prodigiosa. Eso le ayudó a hilar frases escritas y orales al cabo del primer año. Pero aún le faltaba mucho. Con señas y todo, comprendió que cuando empezaran los entrenamientos de campo y la comprensión teórica más importante, si no sabía el idioma en profundidad jamás llegaría a ningún lado.
—Debes aprender a escribir rápido — le dijo una de las niñas a su lado, mientras repasaban matemáticas bajo un árbol —; cuando se cumplan los dos ciclos de estar aquí comenzaremos a entrenar, y la Capitana querrá que estudiemos cosas más difíciles.
—Si, de esas cosas que tienen que aprender los guerreros — acotó una rubia de cabello muy largo, levantando la cabeza —. Dicen que los chicos las estudian también.
—Los chicos son tontos — respondió la primera, y la otra le hizo un gesto burlón; cosa que notaban por las respiraciones y entonaciones de voz —. Nosotras lo aprenderemos mejor.
—άγιος γαϊδάς — dijo Thais, algo insegura con la pronunciación — . Dijo una maestra al llegué.
— "Cuando" llegué — le corrigió su compañera — . Sí, eso es lo que dicen, que son burros — las presentes emitieron risitas breves, sin sacar la vista de sus libros — . Pero no importa ahora. Nos harán estudiar más y nos cansaremos más.
—Nos llenaremos de πληγές. — dijo la tercera de cabellera negra y corta, a su lado.
—πλη-γές. De lastimado.
—Sí. Llegó el momento de pelear como guerreras, Thais — finalmente cerró la que había hablado al principio. Ya no se detenían ni hablaban despacio, con consideración. Con el tiempo, descubrieron que la oralidad y el oído acostumbrado eran la única salvación de la chica; por eso conversaban con normalidad, aclarando vocabulario nuevo — . Aprenderemos cómo son los Santos y tendremos que conocer el κοσμο. Si no lo sabemos, no podremos nunca entrenar.
—... κοσμο — Frunció el ceño y todas sus pecas se arrugaron bajo la máscara; un reflejo natural, porque ya no sentía el peso del metal en su rostro. Miró sus manos y las cerró como por instinto —Cos... mo.
Esa palabra le provocaba un cosquilleo. Una palabra buena.
—La que lo despierte primero será quien tenga una δάσκαλος y quien pelee por la πανοπλία... y podrá conocer a la diosa, ¡es muy emocionante! — comentó la de cabello corto. La pelirroja torció la boca, asociando los sonidos en silencio para sacar los resultados.
—Hmn. Armadura. Maestro.
—Así es Thais... ¡apréndelo bien! — la chica enlazó sus mechones púrpuras con un dedo, buscando una paciencia que sus amigas no comprendían que tenía con la más pequeña; y con la otra mano le dió el libro — copia esas palabras y repite la lección que nos dieron hoy.
—¿Para qué pierdes el tiempo, Anabelle?
Todas voltearon hacia un lado. Desde las sombras de los arbustos, un grupo de muchachas mayores en edad y empapadas en sudor y polvo se acercaron.
—Déjanos en paz.
—Oh, lo siento... ¿te conmueve la extranjera? — dijo en un tono burlón, atándose el cabello en un rodete — ¿No la ves?, no sabe ni hablar, apenas escribe y tiene manos de sirvienta... no es una guerrera. Te pregunto de nuevo, ¿para qué pierdes el tiempo?
Thais se puso de pie, aportando más a la tensión del aire.
—¡Vaya! ¡La princesa ahora puede hablar! ¿Recordaste que tienes agallas?
La pelirroja tiró su libro contra el suelo con enfado. Una de las primeras cosas que había aprendido era el lenguaje corporal. Ahora que comprendía bastante mejor las palabras, ya no podía dejarse subsumir más. Anabelle se levantó y se puso entre ellas.
—¿Qué harás, enana manchada? ¿Golpearme? — las de atrás se rieron; y las compañeras de la pelirroja se pusieron de pie —... tienes una banda, qué genial. Mayor motivo para molerte a golpes, chimpancé.
—Cierra la boca Althea, déjanos en paz.— la rubia se puso de pie, apoyando a Anabelle.
—No te metas, Samara. Esto no es ningún patio de juegos— espetó, mirando a la otra amenazante — . Es un campo de entrenamiento, y sólo la más fuerte sobrevive. — estiró su mano y una pequeña aura de color cobrizo brilló, cerrándola con sus puños y asombrando a todas.
—Tú... ya sabes...— la pelinegra se unió al grupo, apoyando la protección a la más joven. Althea sonrió con sorna.
—¿Has visto que fuerte me puse, Linile? Cuando lo controlas, eres invencible — cortó, señalando a Thais — ¡Este poder puede romperlo todo, así que me cansé de las piedras... ¡lo probaré en un ser vivo!
—¡ALTHEA!
Thais separó a las tres chicas que la cubrían con un empujón poco común, considerando lo delgada que era.
—¡AHHH!
Corrió hacia la pelirroja, cerrando el puño con furia. Sus nudillos emanaron el aura roja, esta vez con el objetivo de herir. Pese a los gritos de sus compañeras, ella no se movió. Por el contrario, cerró los ojos y frunció el ceño.
"Cosmo... si es una energía del cuerpo, también lo es del mío" pensó para sí "¿Podría verla?"
Detrás de sus párpados, algo ocurrió. Pudo ver el trazo del aura, como colapsaría contra ella y estallaría su energía. Si tan sólo...
No contraatacó porque su físico era inútil frente al otro, así que hizo algo que sí pudo controlar. Su cuerpo se giró hacia el lado opuesto de la estela y su trayectoria para esquivarlo. El impulso sería tal que la atacante seguiría de largo, cuyo resultado inevitable era...
¡BUM!
El árbol que daba sombra al pequeño grupo colapsó por la energía del golpe, estallando en miles de astillas. Para corolar la acción, la copa gigantesca cayó a un lado, haciendo un ruido tal que llamó la atención de demasiada gente.
—¡¿QUÉ ESTÁN HACIENDO AHÍ?!
—¡Es la Capitana! ¡Salgamos de aquí! — dijo una de las que acompañaban a la mayor, corriendo junto con el grupo. Althea quedó enmudecida y furiosa, con sus manos y brazos clavados con espinas de madera.
—El fuerte no es más poderoso... con inteligencia se gana. Burro ignorante.
La pelirroja sonrió con sorna. Era la primera vez que Thais se esmeraba en completar una frase griega en voz alta, con una pronunciación particular pero correcta. O al menos parecía correcta, porque Althea quiso contestarle, pero huyó antes de Damara y un grupo de asistentes llegara.
—¿Qué es todo este desastre? ¿Qué hacían esas aprendices avanzadas aquí, Anabelle?
—No lo sé, Capitana; estábamos estudiando y de repente aparecieron a molestar. Tal parece que no les gusta Thais.
—A mi tampoco... me gustan — dijo la aludida. Damara la miró sorprendida porque, aunque debía regañarlas, se detuvo al escucharla hablar — . Tienen... que aprender lección.
—No eres tú la que decide eso, niña. Ninguna. Las lecciones se aprenden con acciones — miró el árbol muerto y quebrado — . Tal parece que alguien se llevó una enseñanza hoy.
Las miró a todas.
Me encargaré de esas chicas, no pueden andar merodeando en las secciones de las aprendices de primer nivel. Pero la justicia es una balanza, así que por no dar aviso a las mayores, estudiarán el doble para mañana — miró a Thais — ; y tú empezarás a copiar libros, ya que puedes entender bastante bien, por lo que veo.
Evitó la sonrisa.
Claro, después de limpiar todo este desastre.
—¡Sí Capitana!
Cuando se hubo marchado, la muchacha de cabellos violáceos le dio una palmada en la espalda. Thais volteó a verlas y las contempló por primera vez con real atención.
—Thais...
—¿Sí?— Anabelle se acomodó el cabello y se rió despacio.
— 'μουλάρι' ignorante. Mula. Burro es para varón —detrás de la máscara, la pelirroja se puso morada y se acomodó nerviosamente.
—Oh. Está bien.
—Fue un buen intento, de todos modos. — acotó Samara, encogiéndose de hombros. Linile suspiró y comenzó a levantar los libros del suelo.
—Dejen de enseñarle mal. Los insultos no son útiles.
—Bueno, se empieza por algo—Samara volteó a verla—. Y por el carácter que tiene, se le va a dar bastante bien.
Anabelle, Samara y Linile. Sus primeras amigas.
Fue la primera vez que el Santuario se sintió como un hogar.
—00—
