III. La prueba

Elegida—

El Cosmo, la energía en bruto del potencial humano, permanecía sellada en las almas mortales. Con el entrenamiento adecuado esa latencia despertaba y se podían romper todos los límites físicos; abrirse entre las mismas estrellas y destrozar los átomos, la medida más profunda de la materia misma.

Un poder tan peligroso no podía quedar en manos de cualquiera. Por eso, lugares como el Santuario — y otros sitios en el mundo — que trabajaban esa energía eran clausurados al resto de la Humanidad: todo aquel que despertara su Cosmo tenía una enorme responsabilidad, más allá de las personas comunes. Sin embargo, y por la naturaleza misma de la mortalidad, siempre existía una mínima posibilidad de que aquella persona despertada decidiera usarlo para beneficio propio. De eso resultaban las deserciones: cobardía, locura... o ambición. Para todos los casos, la única solución era la muerte.

—La prueba tendrá en consideración todo lo que han aprendido estos tres años — Damara caminaba con los brazos en la espalda mirando a todas las pequeñas, firmes, la observaban con atención. Apenas despuntaba el sol, reflejándose en las máscaras plateadas. — . Evaluaré lo que saben, lo que hacen y lo que sienten.

El momento definitorio para comprobar si la Providencia había marcado a los elegidos era en la evaluación final para despertar esa energía. Los candidatos debían demostrar su fuerza de voluntad entrenada frente a sus instructores. A partir de allí, las cosas se ponían más difíciles.

Thais estaba en medio de la formación horizontal junto a las que se habían convertido en sus amigas y protectoras. Si bien Althea y las otras ya no iban a incordiar más al grupo directamente, el disgusto entre camadas creció año tras año, por una importante razón.

Quienes superen este día pasarán a ser aprendices de segundo nivel, designadas con una maestra o maestro y derivadas a nuevos lugares de entrenamiento. Por supuesto se les está permitido volver, ya que seguiré siendo Capitana de las que logren ser candidatas pero no cualifiquen para la Cloth que les corresponda. Nadie aquí está desperdiciado. Si no sirven con armadura lo harán en el campo del Santuario. Y les garantizo que esa es una vida mucho mejor.

Se calló un momento ante la tensión del ambiente. No iba a admitirlo, pero le divertía verlas nerviosas. Continuó su caminata, acomodándose la trenza de su largo cabello.

Luego de sus entrenamientos e independientemente de la edad en la que hayan empezado, todas las elegidas se enfrentarán en la Arena del Coliseo para ganar su puesto en las 88 constelaciones que sirven a la nuestra Diosa. Este combate es testimoniado por todos y en ocasiones por la Élite; siempre bajo la supervisión del Patriarca, quien decide al vencedor.

Los murmullos surgieron de pronto. La Élite eran los guerreros más excelsos en el Ejército de Atenea, correspondientes a la rueda zodiacal. Su conocimiento sobre el cosmo y era superior al que muchas conocerían nunca; por ello, aquellas Cloth eran únicas, hechas con fragmentos de estrellas y oricalco, un metal extinto trabajado por los muvianos, seres igual de míticos.

—Capitana Damara, ¿entonces es posible que nos vean combatir los señores de la Orden de Oro?— preguntó Linile, con la mano en alto — Dicen que aún no han sido elegidos.

—El proceso de los aprendices para la Élite son diferentes a todas las otras constelaciones; ni siquiera los Capitanes sabemos con certeza si las 12 Casas ya tienen a sus guardianes. Nos lo comunican desde Star Hill cuando es necesario. Pero si eso llegase a suceder, estaríamos en un problema — las miró a todas — . Recuerden que cuando los 88 existen en la misma era que la encarnación de nuestra diosa, es momento de que el ciclo se cumpla, como cada 200 años. Por los cálculos que llevamos aún no corresponde, así que no, Linile... no creo que veas a los Dorados en toda su gloria; y espero que jamás lo presencies, porque eso indicará que tu muerte está cercana.

Los Santos Dorados eran algo legendario para la gran mayoría de la Humanidad. Los pocos que los llegaban a conocer caían bajo un enfrentamiento cataclísmico, en el que aquellos prodigios debían pagar el precio más caro: ser los responsables del curso de la Guerra Santa, la confrontación entre el Señor del Inframundo Hades y Atenea, en la disputa por la vida en el universo.

Cuando Thais aprendió esas lecciones a lo largo de los años supo que sentían aquellos muchachos, atrayendo a una Muerte inexorable sin poder evitarlo. Era una sensación horrible en el estómago, que tuvo por mucho tiempo hasta que se acostumbró al suelo heleno.

Dicho esto, señoritas, no habrá más lección. Quienes no despierten su cosmoenergía volverán a Rodorio o las ciudades linderas como civiles bajo el Juramento del Santuario, que les impide tomar ventajas de sus conocimientos para provecho personal. El castigo de infringir esta regla es equivalente a la deserción. Quienes controlan su energía sólo tendrán dos caminos en su vida: soldados o Santos Femeninos.

—... o sea, perdemos de todos los modos. — susurró Anabelle, lo suficientemente audible para Thais a su lado. Pero levantó la cabeza antes de que la Capitana lo notara.

—Acompáñenme.

Se alejó del grupo y las niñas la siguieron en fila. Ninguna conversaba, ni siquiera las más cercanas. Toda la atención estaba puesta en aquella prueba definitoria.

Damara las condujo hacia un sitio alejado de la Ciudad de las Constelaciones. Al llegar, se encontraron con una ladera que delimitaba la base de una montaña pequeña. De más cerca, podían distinguirse marcas y rajaduras a lo largo de diversos espacios de la roca. La Capitana las llevó finalmente hasta una zona que estaba totalmente limpia.

Si conocen los principios del Cosmo, y han sabido entenderlo en profundidad tanto en la mente como en el espíritu, eso les permitirá destruir la base de esta montaña como si fuera un papel mojado.

Las caras de todas hubieran hecho reir a Damara de no ser porque estaban cubiertas.

No se queden ahí, deben pasar una por una para hacerlo... ¡vamos! En el orden en que están. No tenemos todo el día.

La mujer aplaudió un par de veces y todas se pusieron en fila. Aún y entre ese ordenamiento, las niñas se miraron temerosas. Realmente esa tipa estaba pidiendo que con sus puños rompieran una roca milenaria.

—¿Está loca? Sólo quiere ponernos en ridículo y vernos heridas. — dijo una cerca de la pelirroja. Parecía conversar con Samara, quien se encogió de hombros y no dijo nada, sentándose en el suelo a esperar su turno.

"Sin embargo, si en las otras partes había marcas no es imposible."

Tras su pensamiento la pequeña descubrió que, efectivamente, era realizable pero no inmediato. Cada chica podía tardar horas, hasta que la Capitana decidía que necesitaba un poco más o simplemente la hacía rendirse y retirarse. Las que lo lograban apenas recobraban el aliento; otras se iban llorando, derrotadas. Todas terminaban con los nudillos sangrantes o las manos quebradas.

—Thais.

Se puso se pie. Aún debatiéndose entre la alegría de haber visto a Anabelle superar la prueba con sus nudillos sangrantes, y a Linile con su muñeca quebrada, estaba preocupada por Samara, quien debería regresar a Rodorio. Esa derrota la insegurizó, porque había pensado que todas lo habían aprendido correctamente.

El Destino seguía indicando el camino de cada quien.

Miró a lo lejos a sus amigas triunfantes, y estas le dieron ánimos dolorosos; inclusive del otro lado, junto a las futuras civiles, Samara le envío todo su apoyo. Todos los ojos entonces se posaron en la pelirroja, quien dio pasos cortos hacia el punto de la roca donde había restos de sangre y algunas quebraduras.

Damara se cruzó de brazos y asintió, dándole la señal. Thais se puso en posición de ataque y su mente comenzó a trabajar. En un combate real, la invocación del cosmo debía ser instantánea. Aquel momento era vital porque le definía al guerrero cómo invocar su propio poder.

La pelirroja cerró los ojos tras la máscara y dejó fluir a su voz interna.

"Respira... respira..."

La energía de cada ser humano era única a irrepetible; formada por lazos, circunstancias y momentos personales. Con el entrenamiento correcto esa energía condensada era capaz de tomar forma visible, exhudándose del cuerpo. Una especie de aura que tomaba la tonalidad cromática de las emociones estructurales de su portador, construidas por miles de complejidades. El resultado era la explosión de un pequeño universo que no tenía igual. En el plano físico se transformaba en una energía capaz de sanar o destruir.

Las piernas se separaron y las manos se cerraron tensas. Los sonidos se disiparon y pronto escuchó sólo su corazón y a la sangre corriendo por sus venas.

"Enfocar la sensación más intensa de tu vida. Esa será tu guía" Damara aparecía en sus recuerdos, entre un latido y otro ". El cosmo sólo surge cuando tu voluntad está determinada por esa única emoción, que con el tiempo se torna inconciente. Ahora debes hacerla real... sentirla otra vez. Sólo una vez más y te servirá por siempre."

Comprendió luego por qué aquel día, hacía mucho tiempo, Althea había desprendido su aura rojiza. La pasión - y la violencia - estaban en la naturaleza de aquella muchacha. Ella no era así; pero tampoco sentía que tenía nada relevante para evocar a ese nivel. Eso la asustó un poco.

"Dime, ¿qué fue lo más intenso?"

Las pesadillas. Pero, ¿de qué? ¿De lo que supo luego habían sido las fuerzas del Inframundo en su búsqueda? No. En ese entonces fue muy pequeña para entenderlo, y su abuela la había sacado lo suficientemente rápido de allí. Fue un trauma para los adultos que lo padecieron. Los Espectros le habían quitado a su familia pero no lograron meterse con ella. ¿Qué la involucró de verdad?

Se detuvo.

El mar.

Tuvo un sobresalto en su cuerpo, porque el recuerdo fue tan real que la presión sobre los tendones y los huesos se replicó, al igual que el frío inexistente que le erizó la piel. Quiso hablar, pero apenas podía moverse o respirar. Estaba de nuevo bajo el océano helado, siendo succionada. Frunció el seño con violencia.

"Vamos, ¡muévete!"

Pronto se dio cuenta que aquella no era la fuerza que debía invocar; ni el miedo a morir o la presión en su cabeza, siquiera la fuerza del reclamo de Poseidón. No era nada de eso: se trataba de concentrarse en la voluntad que poseyó al borde de la muerte; esa irreverencia a no rendirse en la debilidad.

"¡QUIERO VIVIR!"

Tras los párpados, sintió una luminiscencia alrededor. No era fría como la profundidad de la tumba ultramarina sino fresca, como los oleajes matutinos de las orillas, origen de la vida misma. Una tonalidad prístina y cambiante bajo el sol entre el celeste y el turquesa, que le transmitía caricias en las mejillas y mecía su pelo... ¿cantaba una canción lejana? En un idioma que era suyo, pero ya no recordaba. La voz de una joven hermosa que tampoco recordaba. O sí. Era aquella mujer pero ahora era otra, igual pero diferente; una madre que la cobijaba en su seno.

—¡ARDE, COSMO!

La misma que la salvó en aquella tempestad.

¡AHHHHHH!

Su puño se llenó de un calor inexplicable y todo su cuerpo funcionó más rápido y ligero de lo que lo recordaba. Delante de ella se marcaron líneas en la pared, del mismo color que su cosmo. Era un un trazado que tenía centros de luz más intensos, como puntos en los cuáles pegar. Sus pies fueron como plumas que volaron en el aire; una carrera, un impulso y...

CRACK CRACK CRACK

La tierra tembló bajo sus pies. Cuando abrió los ojos contuvo la respiración, y al exhalar el aire su cuerpo dolió, jalado por un tirón intenso. Sus músculos hormigueaban y su puño derecho era una llamarada viva que sentía le quemaba por dentro; mas por fuera no había sido dañado. Dio un paso hacia atrás y notó que el sol estaba poniéndose; pero la dimensión la tomó cuando miró alrededor: un público en el más absoluto de los silencios, atento y anonadado.

—... ¿qué?...

Giró hacia Damara quien, divertida, le señaló la montaña. Cuando Thais la contempló, había una rajadura de casi seis metros de largo y un metro de ancho, poniendo seriamente en cuestión la estabilidad de la roca. Antes de que la propia pelirroja mostrase más el shock, la Capitana llamó su atención.

—Has pasado la prueba, Thais. Ve con tus compañeras.

Sin más preámbulos, le señaló el lugar de las que habían pasado, que al llegar le palmearon la espalda y le festejaban aquel gran logro que la mayor no había querido destacar. Frente de ellas estaba el también sorprendido grupo que abandonaría ese lugar al día siguiente. Samara buscó las caras cubiertas de Linile y Anabelle al lado de Thais; y a esta le sonrió abiertamente, subiendo un pulgar.

—¡Silencio, señoritas! Ya es tarde y tenemos que terminar con esto.

De cuarenta, solamente diez lo habían logrado. A las treinta la Capitana les habló primero, luego de unos momentos de una simulada reposición; era claro que Damara había quedado muy impresionada con la última aprendiz. Pero se concentró en quienes ya no pertenecerían más a la Orden.

—A partir de mañana, serán mujeres libres que recuperarán su identidad. Pueden mantener los vínculos que han generado aquí si lo desean; pero jamás podrán volver a pisar la zona del Santuario ni sus aledaños, como esta Ciudad. Si quieren ver a sus amigas, deberán ir hasta el pueblo — miró a las aprobadas — . Si alguna de ellas aparece aquí, el castigo será la muerte para la interina y el destierro de Grecia para la civil. ¿Quedó claro?

—¡Sí Capitana!— dijeron todas por reflejo. Damara asintió e indicó a las primeras que regresaran a las cabañas a prepararse para la partida. El resto quedó a los pies de la Montaña Quebrada —como le dirían a partir de ese día, escuchando la última instrucción de aquella, su primer mentora.

—Estoy satisfecha. Las que han pasado tienen un gran potencial. Por la mañana comenzarán las asignaciones y conocerán a sus nuevos instructores, Santos o Santos Femeninos que ya tienen sus propias armaduras. Es probable que se mezclen con aprendices mayores o de niveles más avanzados, porque todos seguirán un objetivo: una Cloth a la cual aspirar. Cuando la conozcan, aprendan todo lo que puedan sobre ella: su status en la Orden, sus fortalezas y debilidades, su historia y sus portadores anteriores... creanme, es más fácil de ese modo.

Las miró con un gesto de candidez que duró unos segundos.

Todas serán grandes servidoras a la causa de Atenea, de algún modo y otro. Frente al campo de batalla, auxiliando o acompañando. Pueden estar orgullosas de ustedes mismas; al menos hasta que conozcan a sus nuevos sus compañeros y futuros rivales.

Thais escuchaba, pero sus manos aún ardían entre sus dedos. El cosquilleo la llevó a cerrar los puños y a tomar una nueva conciencia de sí misma. En la bóveda celeste, una constelación se marcó.

Su Futuro, en ese instante, fue trazado.

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