IV. Aprendiz de una estrella

Nuevos caminos—

La despedida de Samara fue difícil. Luego de aquella prueba definitoria, las cuatro amigas permanecieron toda la noche en vela, llorando en silencio en la habitación que habían compartido durante casi cuatro años en la Ciudad de las Constelaciones. Si bien había sido un gran día para muchas, el ambiente se percibía doloso.

—Saben que cualquier cosa que necesiten de Rodorio, estaré ahí para ustedes.

—Pero, ¿qué harás? Es decir, estoy feliz porque eres libre... aunque...

—Tendré que buscar un lugar para trabajar en la ciudad, seguramente necesitarán gente ahora que están llegando tantas personas — dijo, con una sonrisa de ojos hinchados —. No se preocupen por mí. ¡Estaré rezando por ustedes!

—Hey, mírale el lado bueno — habló Anabelle, ya resignada a separarse de su amiga — . Al menos tendrás el rostro al sol y podrás hacer lo que quieras; no extrañarás nada de aquí.

Thais contemplaba la escena en silencio, pensativa. Era una vida dura la que se mantenía en el Santuario: había reglas, órdenes y exigencias. Los civiles veían eso con espanto, pero ¿cuán más temible era la libertad plena?

—Daré lo mejor de mí; espero que hagan lo propio y me visiten siendo ya Santos Femeninos.

La realidad era que no volverían a ver a la chica nunca más, porque las labores en el Recinto eran infinitas.

—Te visitaremos aunque sea una vez, para que veas cómo hemos crecido y lo feliz que somos al verte con una vida normal. — dijo la pelirroja de repente. Las pecas de su ceño estaban fruncidas, lo que acompañaba de manera adorable el acentuado griego.

—Nos recordarás la parte del mundo que no conoceremos — agregó Linile, tocándose el cabello corto con nerviosismo —. Y puedes ayudar a otros a comprender. Serás un nexo especial.

—Eso dicen de todas las que seremos civiles. Hay cosas que no podremos ver como el resto, pero si podemos seguir siendo útiles a la causa, así será. Ustedes deben permanecer juntas y fuertes. El Santuario necesita valentía como la que tienen.

Ambas asintieron y entonces Samara enfocó sus ojos en los grises.

No te rindas, pequitas, ni te dejes intimidar— Thais sonrió ante el apodo— . Espero que no te molesten tanto, pero estas dos te sabrán acompañar— la aludida asintió con firmeza, conteniendo la emoción — . Las extrañaré mucho.

Las cuatro se abrazaron una última vez.

Por favor, no me olviden.

—0—

—Así que diez.

—Diez de cuarenta.

—Interesante.

En algún lugar entre las montañas del Santuario, dos muchachos contemplaban el paisaje colinas abajo hacia la ciudad de Rodorio, diminuta entre los bosques y los caminos que separaban la zona militar. Ver tanta actividad les provocaba cierto regocijo que, de cuando en vez, se detenían a mirar.

El viento soplaba con fuerza, revoloteando los cabellos y las capas de ambos. Pese a las correntadas, el aire de montaña aliviaba un poco la fuerza del sol del mediodía sobre las doradas placas que vestían. Sentados uno al lado del otro sobre unos pilares caídos, y rodeados por una especie de jardín de rosales rojos, parecían tomar un descanso después de jornadas difíciles.

—Es un promedio normal; lo que me sorprende es la cantidad de constelaciones— dijo uno de ellos, soltándose el cabello borravino para volverlo a atar con una cinta blanca — . Hay seis nuevas en el último mes, según la lectura del señor Patriarca; a esas seis en simultáneo irán estas diez niñas, que se incorporarán al grupo anterior de veinte.

—O sea, hay muchas candidatas para las mismas Cloth. — contestó su interlocutor, y el otro asintió. La mitad de su rostro estaba escondido alrededor de un poncho claro, como una extensión de la propia capa. Sus dedos, vestidos por el metal, sostenían su casco en la falda, tocando los bordes afilados como sus pupilas —. Eso sí que es nuevo en esta época.

—También significa que despertaron muchas armaduras en las lecturas de Star Hill; una oleada previa a una urgencia que no aventura nada bueno.

—Mientras más, mejor. Somos muy pocos— se encogió de hombros y repasó su cabello corto de adelante hacia atrás— . El Anciano de Jamir tendrá mucho trabajo con las Cloth de las mujeres.

—Ya lo creo — El pelirrojo sonrió, acomodándose el cabello en un intento de despejar su rostro sin éxito —. Al menos habrá muchos combates en el Coliseo. Eso será entretenido y nos despejará la cabeza de las paranoias de las misiones.

—Miren quién habla de paranoias...

Acercó divertido una mano a la cara de su interlocutor y el otro la alejó de un sopetón con el guante.

—¿No tenías que ir a vigilar la práctica de Zaphiri en la Octava Casa? — colocó su propio casco a un lado del pilar, mirándolo desafiante con una leve sonrisa —. Según recuerdo está bajo tu cargo... a menos que quieras ir hasta Géminis.

El rubio gruñó ofuscado al horizonte. Cerró los ojos con el ceño fruncido, se acomodó el poncho y se puso de pie con su gran porte.

—El gitanillo es problema tuyo, Lugonis. Tú lo trajiste y aún debes procurar que no haga explotar todo... o algo así.

—Lo mantendré lejos de tí, si te preocupa que te contagie de algo. — le contestó divertido, viéndolo irse escaleras abajo.

—Eres experto en mantener alejado a todo el mundo, Piscis.

Lugonis se quedó paralizado; luego desconcertado y finalmente furioso.

—Vete al demonio, Ilias de Leo.

Este sonrió con soberbia y levantó la mano de espaldas, saludándolo en son de paz.

—¡Tú empezaste, amigo mío! De todos modos tienes razón, iré a ver en qué anda ese chico.

—¡Bah! Déjame en paz.

Piscis hizo una mueca, resignado. Se puso de pie y se alejó escaleras arriba, perdiéndose en el jardín que pareció cerrar el camino detrás suyo.

—0—

Había muchos bostezos detrás de las máscaras. Aún así, las nuevas candidatas se habían levantado diligentes a la hora de siempre, armaron su equipaje y dejaron la Ciudad de las Constelaciones hasta el nuevo hogar. No quedaba tan alejado, pero todo comenzaba a estar colina arriba. Allí, Damara habló por última vez al grupo sin ninguna clase de sentimentalismos.

—Acompañaré a las civiles a Rodorio y procuraré que empiecen sus nuevas vidas lo más pronto posible. Pero hasta aquí llega mi dominio; quedaré en la Ciudad para recibir a nuevas candidatas y ya saben, siempre que me busquen aquí estaré. Aunque espero que sólo me vuelvan a ver con una caja en la espalda.

—¡Sí Capitana! — dijeron todas las unísono, saludándola. Ella asintió e hizo una venia; al mismo tiempo, descendió otra capitana de cabellos cortos castaños.

—Candidatas, estoy aquí para designarlas a sus nuevos sitios. — dijo sin preámbulos. Entre sus manos tenía un papel arrugado.

Star Hill ha anunciado la aparición de seis constelaciones nuevas. Se unirán a otras candidatas mayores que antes no estuvieron designadas, pero están destinadas como todas ustedes.

Todas miraron interrogante a la mayor, que no parecía tener muchos estribos. Bufó con los brazos en jarro.

Detesto esas caras de mula, así que lo diré una sola vez. Star Hill es sitio sagrado en donde el Patriarca lee las estrellas, predice los movimientos de las constelaciones y organiza las cartas astrales de todos los que llegan en el Santuario. En la medida que avanzan sus hilos en el Destino se van dibujando y apuntando a diferentes direcciones. Nuestro Comandante en Jefe sabe cómo leerlas, hace los informes para las designaciones y nosotros organizamos a las personas en cuestión.

Se quedó callada.

Como pueden deducir y espero que sí lo hagan, cada designación es irrevocable. La que ponga en duda la sabiduría de nuestro Señor puede ir caminando al calabozo, porque allí pasará la noche por desobediencia— las miró con advertencia y todas se tensaron— ¿Alguna pregunta?

—No, Capitana — contestaron al unísono. Esta asintió y volvió al papel.

—Bien. En orden de llegada... — miró el listado — Lurna y Elena para Coma Berenice, Linile y Nori para Vulpecula, Agis y Amanda para Eridano, Anabelle y Mirena para Casiopea, Ines para Pyxis y Thais para Sextante— no hubo reacción alguna y la mujer volvió a suspirar— . Antes de que empiecen a lloriquear como borregas, las zonas de entrenamiento son unas linderas a otras.

Algunas suspiraron con un notorio alivio.

—Podremos vernos todos los días, Thais — susurró de pronto Anabelle, también mirando a Linile — . Estaremos cerca. Me alegra no tener que competir con ustedes.

—También estoy aliviada — respondió la de cabello corto —. Pero nos mezclarán con la camada anterior, así que deberemos estar atentas.

—Como sea, si sucede algo, estaremos cerca — terminó de decir Thais, a lo que las otras asintieron —. Recuerden lo que dijo la señora Damara: conozcan todo sobre sus estrellas, para poder llegar a ellas más fácilmente.

—Tu trata de levantar más los puños y dejar los ojos fuera de los libros — contestó Anabelle, divertida — . También eso es importante.

De repente se callaron ante el aplauso que silenció los murmullos.

—Ines y Thais, como son las únicas nuevas incorporaciones de sus estrellas, vengan conmigo primero.

La pequeña se alejó y sus amigas la saludaron discretamente por la mano, transmitiéndole detrás de la máscara algo que ya podía leer sin expresiones.

"Suerte"

Necesitaría más que eso cuando descubriera a lo lejos la figura esbelta de Althea. En simultáneo, cayeron en cuenta de la situación: se enfrentarían por la Armadura de Sextante.

En los ojos de la otra conocieron al primer enemigo en sus vidas.

—0—