V. El Guerrero de Sextante
—La heredera—
Las primeras noches, como antaño, no pudo conciliar el sueño.
La habitación de aquella cabaña era mucho más estrecha, porque sólo ocupaba camastros para seis candidatas. Decían que de todas las constelaciones recientes, era la más populosa. No había un motivo en particular; simplemente la Providencia mostró una cartera más amplia para la futura portadora de la Cloth.
En el medio de la oscuridad y con respiraciones pausadas, todas dormían en absoluto silencio. No se molestó en conocer a ninguna de sus nuevas compañeras en profundidad, porque sus ojos sólo tenían foco para Althea. ¿Ella también podría descansar sabiendo que Thais estaba allí, compitiendo por un sólo futuro? Las preguntas estallaban en su cabeza anaranjada, y necesitaba con urgencia hablar con sus amigas, colocadas en el campo vecino.
Descubriría pronto el valor de la paciencia.
A la mañana siguiente de la llegada, su maestra apareció apenas despuntó el sol. Fue una escena algo tensa; no sólo por la conciencia de la compañía, sino porque la mujer que llegó con una caja metálica a cuestas en la espalda estaba desarreglada y con vendajes sangrantes en sus brazos.
—Lamento el retraso, muchachas — dijo con una voz jovial, dejando el metal en el suelo. No se veía adulta como Damara u otras capitanas — . La misión fue más difícil de lo que pensé; pero ya cumplí con mis obligaciones así que podemos empezar.
Una de las chicas levantó la mano.
—D-Disculpe... ¿Obligaciones?
—¡Pues sí, aprendiz! — le dijo divertida con los brazos en jarro. Suspiró con algo de queja y se sentó en la punta de la caja, agotada — A ver... creo que la cosa empieza desde aquí — se repasó el cabello, levantándose más la coleta alta de su abundante pelo negro — . Ningún Santo anda suelto. El Patriarca nos envía a misiones todo el tiempo; puede llevar un día como dos o tres meses, depende la distancia y el asunto. Las misiones más delicadas se las designa a los Dorados; las de investigación a los Santos de Plata y las de rastreo a los de Bronce. A menos que no se cuente con el personal, pero ahora nos estamos abasteciendo mejor.
Todas quedaron en silencio y la muchacha suspiró.
¿En verdad no sabían nada de esto? Si los que no quedan con la Cloth ya tienen bastante labor, imagínense nosotros. Nos enfrentamos de lleno al movimiento de los enemigos. Y es por eso que... por la ¡inoperancia! de las Capitanas, no se me informó que todas ustedes estaban aquí un día antes de lo previsto, ya que sabían dónde andaba; pero no es algo que les importe a ustedes, ¿cierto?
Se puso de pie de golpe, poniéndolas tensas. Era una joven desconcertante; de hecho, sus ropas sencillas, apenas con las protecciones de cuero y metal que se solían usar, le daban un aspecto bastante infantil y descontracturado.
Mi nombre es Megara de Perseo — saludó con el cuerpo reclinado hacia adelante en un gesto exagerado — Santo Femenino de Plata y, a partir de hoy, la maestra de todas ustedes — su semblante jocoso cambió de nuevo, bajando el tono de voz — . No necesito repetirlo, pero para las distraídas, sepan que todas pelearán entre sí y sólo una saldrá triunfante. Lo cual no significa que sean lo suficientemente estúpidas como para buscar rivalidades o molestar a su compañera — hizo una pausa larga, y el silencio fue la respuesta — . De hecho, les sugiero que se lleven bien, porque siempre es mejor apreciar el mundo con la lente de otro. Y, de paso, me ahorran castigos que interrumpan el entrenamiento y que ustedes conozcan el calabozo de antemano. ¿Estamos claras?
—Sí, maestra Megara. — dijeron en un mismo tono. A pesar de su apariencia, había captado perfectamente la tensión en el aire y los reojos detrás de las máscaras.
—¿Alguna pregunta?— Althea levantó la mano— . Niña.
—Según el mito de las Cloths, Sextante debe ser instruido por Altar. ¿Por qué es Perseo esta vez?
Megara torció la boca y se cruzó de brazos, dando un largo suspiro. Cuando la curiosidad pareció una terrible equivocación, se encogió de hombros en un gesto de resignación.
—La pregunta es válida. Se nota que en este tiempo has estudiado un poco — la aludida sonrió con soberbia y giró hacia Thais, pero esta no la miró de regreso — . Sólo por eso te premiaré con la respuesta, y de paso todas aprenden de la compañera. Vengan.
El grupo se acercó y se sentó en el césped, mientras que la muchacha nuevamente usaba la caja de la armadura como asiento, acariciando distraídamente la silueta de la gorgona tallada en la superficie plateada.
No es algo que debería comentar... y dado que no se molestan en informarme las cosas, lo diré para que sepan la situación — se rascó la cabeza — . Si bien las reglas son reglas, no pueden llevarse de manera pulcra en el día a día; hay desprolijidades, imprevistos y errores. Las cosas salen pero no de una sentada. Porque la gente es... humana — se encogió de hombros y vio que las chicas reprimieron una risita — . No no... ríanse, es tragicómico. En fin, las cosas no salen como deberían; y una de ellas es precisamente eso, que Altar debería estar aquí.
Se sentó más derecha.
El Patriarca no puede monopolizar su poder. La Guerra Santa puede ocurrir de repente, y eso implica que abandona o muere en su mandato. Para que la Orden no queda acéfala, tiene sucesores que ocupan directamente el cargo. Así ha sido desde que nuestra diosa creó a su ejército, tanto por estrategia como para evitar que poder no quede sin dirección en caso de una catástrofe. Si el soberano sobrevive designa en vida a su heredero, porque el poder siempre debe pasar hacia otro.
Todas estaban atentas sin pestañear. Eso era bueno, pensó Megara. Al menos hasta que una de ellas levantó la mano.
—Pero el Señor Patriarca actual ha estado mucho tiempo en su trono y ya existen sucesores en vida, ¿por qué eso no cambia?
—Bueno, acá vienen los imperfectos de la teoría ¿Vieron que siempre es diferente a cómo se los enseñan? Aprendan eso también — la miró — . Es verdad, nuestro Comandante en Jefe actual ha permanecido en su cargo por 120 años — todas expresaron una gran sorpresa — . Sí sí... antes de que se repregunten, es muviano, la legendaria raza que sirve a Atenea desde la era del mito y quien conserva, revive y repara todas las Cloths de la Orden, sin excepción. Lo que lleva al siguiente problema.
La última Guerra Santa fue atípica a las anteriores. No se bien los detalles, pero la debacle de Atenea fue casi total hasta que se invirtieron los resultados de manera milagrosa. Únicamente sobrevivieron el actual Patriarca y el Santo de Altar, su hermano gemelo. Cómo podrán imaginar, tuvieron que hacer todo solos de cero. La labor era mucha, ya que debían buscar y formar nuevos guerreros, además recomponer las 88 armaduras. El cuadro fue peor porque la gente de Mu en los Himalayas, los únicos herreros celestiales del mundo, habían sido casi extintos por las fuerzas de Hades.
Hizo una pausa, mirándolas a todas.
Así que ambos tuvieron que tomar una determinación. El Patriarca se ocupó de la organización del Santuario, búsqueda y entrenamiento de los primeros candidatos y soldados para que empiecen a formar a nuevas generaciones; a la vez que Altar se volcó a la labor de reparar las Cloths. Se confinó en Jamir, donde está el Cementerio de Armaduras original; se llevó la Armadura de Aries y la de Cáncer y quedó allí. Dicen que aparece a traer las armaduras reparadas, aunque eso no es frecuente. ¿Alguna puede decirme por qué?
—Porque las Cloths sólo se reparan con sangre de Santo y Polvo Estelar, una alquimia creada con asteroides que solamente conoce esa gente. Es difícil revivir una Armadura muerta, ya que responden a un alma fragmentada con las memorias de todos sus antecesores y no despiertan hasta que la cantidad de sangre es suficiente.
—Correcto — Megara miró a Thais — . Veo que me ha tocado una camada estudiosa. Eso me alivia bastante.
Terminando el relato, los muvianos tuvieron que hacerse cargo de toda la Orden. Y, para desgracia de ellos mismos, son longevos. Pueden vivir hasta 300 años humanos y seguir lúcidos. No sé si más. Mientras no tenga un nuevo grupo de jóvenes que lo asistan completamente, Altar no puede dejar de reparar armaduras; ergo, no puede ser el maestro de Sextante; quien es, según también el mito, la tercera estrella que sucede el trono del Patriarca.
Detrás de las máscaras, todas abrieron la boca.
—¿... Sextante?— se animó a decir una de ellas.
—¡Nunca subestimen a la estrella para las que están Destinadas, señoritas! — su tono fue jocoso — . Entre las 88, Sextante pertenece a la categoría de Bronce, la estirpe más baja en poder. Pero de ella surgen las constelaciones más intensas e interesantes. Siempre ha sido así. El primer Santo de Pegaso, quien fue el único mortal en la historia que logró herir al Dios del Inframundo, era un guerrero de Bronce. Del mismo modo, Sextante tiene un papel preponderante si cumple su labor completamente. Tú, muchacha, que parece que sabes de qué hablo, cuéntale a tus compañeras.
Althea se puso de pie orgullosa y casi repitió una lección.
—Sextante es una estrella que proviene del Astrolabio, el instrumento de medición de las estrellas más antiguo del mundo. Su lectura y cálculos astronómicos es la experticia de la constelación, por lo que puede realizar labores analíticas y matemáticas de altísimas complejidad. En lo que concierne a las tareas en la Orden de Athena, es la asistente de Altar en relación a la reconstrucción y lectura de estrellas, que ayudan a su vez al Patriarca a administrar correctamente el Ejército.
—Excelente — la chica se sentó de nuevo — . En resumen, si algo llega a sucederle al Patriarca, y está la desgracia que Altar no puede ocupar el trono, la única sucesora sería alguna de ustedes — sonrió —. Por eso, aunque sea Perseo, fue un honor para mí que el Maestro Altar me convocase directamente para designarme la tarea. Somos compañeros de Plata y daré lo mejor de mí en instruirlas bajo esta importante estrella de enclave estratégico, como la llaman.
Tomó aire y suspiró, descanso un poco de su propio relato.
—Claro está que deberán estudiar por ustedes mismas si lo que les conté les generó nuevas incógnitas. Sinceramente espero que no haya más preguntas —se sonó el cuello moviéndolo un poco — ; ya tendré suficiente por hoy cuando me deba aprender sus nombres. ¿Algún otro comentario?
—... que triste.
Todas miraron a la pelirroja, incluso Althea, con curiosidad.
—¿Triste?
—Vivir tanto con esa responsabilidad, después de todo lo que te pasó.
Megara la contempló uno segundo, y asintió despacio.
—El Patriarca es un hombre fuerte, gentil, paciente y voluntarioso. Atenea lo eligió por ese motivo para la pesada tarea que tiene.
El viento sopló despacio y meció los caballos de las presentes.
Al final, así es la vida aquí.
—0—
—Dualidad—
Aquella primera gran lección de Megara quedaría en la memoria de Thais hasta el final de sus días; al igual que la tempestad que la empujó allí y el nombre que Damara le había dado para esa nueva vida. Conciente de Sextante, conocía perfectamente su propósito y la importancia que tenía no sólo para ella, sino para sus compañeros, para la diosa y la humanidad.
Era la primera vez que estaba reconciliada con la idea de estar allí. Había tenido sueños vívidos y fantasías de escapar o morir, sobre todo cuando aún no podía dominar correctamente el lenguaje. Pero aquella mañana junto a la Santo de Perseo, sintió que estaba en el lugar correcto. Su lugar en todo el mundo.
"Si supiera dónde está mi abuela le daría las gracias" pensó una mañana mirándose en un espejo, mientras se hacía una trenza para calmar su arrebatada cabellera ". Pero dudo siquiera que me reconozca."
Ya no le importaba verla ni la extrañaba como a un ser querido. No tenía el impulso que vio muchas veces en sus compañeras de volver a la tierra de origen: Lo suyo era un recuerdo borroso, caras y voces perdidas de esas que poseen todos los huérfanos encandilados en el pasado, buscando recuperarlo. Ella estaba más que nunca segura del presente y su futuro.
Su corazón sabía que el llamado era una certeza. Ahora debía responder.
—Quítate de mi camino, ξένο.
La tensión con Althea fue solamente en aumento en los meses subsiguientes. Las cosas se pusieron peor al llegar a la pubertad, donde todas ya tenían formas de mujer y sus mentes y cuerpos cambiaban más allá del entrenamiento físico y el conocimiento sobre el cosmo.
—¿Tu camino? tu decidiste pasar por aquí, claramente adrede.
La pelirroja ya no se callaba. La miraba erguida y orgullosa, a pesar de sus otras compañeras les pedían encarecidamente que no se enfrentaran sin necesidad, recordando la advertencia de Megara. Sabían que era una mujer accesible, pero decía las cosas una sola vez.
—Por favor Thais, déjala ser— le pidió una, tomándola del brazo — . Vámonos.
—Escúcha a Olivia — dijo la muchacha con gesto burlón — . Pusiste la misma cara de cuando no entendías nada. ¿Es una palabra nueva para tí? Apréndela, la usarán seguido contigo. A ti que te gusta meter la nariz en los libros en vez de ocuparte de tener los brazos más fuertes y no ser derrotada por una inútil como María.
Thais se puso de pie casi pegada a la otra, zafándose de Olivia y poniéndose en máxima tensión. Las musculaturas de ambas, formadas por el rigor del entrenamiento, se delineaban bajo las pieles tostadas de incontables soles y estaciones.
—Cierra esa bocaza que te encanta tener y respeta a tus compañeras.
—¿Compañeras? Sólo veo estorbos para conseguir mi armadura — le espetó, casi chocando su máscara con la ajena— . Tú eres el mayor de ellos... y el que más disfrutaré sacando del medio frente a todo el Santuario.
La muchacha la empujó con un brazo y continuó camino, seguida por dos compañeras más que le pedían que se calmara antes de que Perseo regresara del descanso. Thais se tambaleó y no cayó al suelo porque su compañera la sostuvo de reflejo.
—¿Estás bien?
—Lo estaré el día que reciba su merecido. — respondió cortante, acomodándose el cabello. Por los nervios lo soltó y lo volvió a atar en una coleta que ya no soportaba el volumen ni el largo que tenían los apretados rizos.
—Sabes que pensar como venganza sólo terminará contigo en el pozo — Olivia suspiró — . Sextante es un signo contemplativo y calculador, inteligente. No erres el camino como lo está haciendo Althea.
Thais la miró de repente y le tomó el hombro.
—Tienes razón, es lo que está buscando. Lo siento. ¿Estás bien?
—Perfectamente. Estiremos un poco en la arena de combate.
—De acuerdo.
Cuando llegaron la luna brillaba en el cielo, saliendo celosa aunque el cielo estuviera clareado y el sol diera sus últimos estertores. A lo lejos, Althea practicaba con rocas y las otras ensayaban golpes, movimientos y saltos. Olivia ató su cabello rubio en un rodete y esperó a que Thais se acomodara las rodilleras.
—La maestra te dijo que debes usar más las piernas. Es como si las tuvieras pegadas al suelo — dio unos saltitos en guardia, con los puños altos — ; y que yo debo usar menos las piernas. Compensemos un poco antes de que aparezca.
Megara de Perseo tenía un método especial de entrenamiento para sus alumnas. Al principio, apenas elegidas, observaba de cerca los movimientos de cada una y los corregía en la marcha. Cuando comenzaron a usar la energía sin emanar el cosmo contra objetos, las hacía volver a repetir una y otra vez la misma postura. A veces, enseñaba las lecciones teóricas dejándolas sostenerse sólo con unos dedos; la punta de los pies; los brazo en vertical... hasta que el cuerpo se acalambraba y lloraban de dolor bajo la lluvia, el calor árido o las heladas del invierno. Si se lastimaban, les hacía pegar más duro contra la herida para que se hicieran callos. Inclusive, muchas disminuían las horas del sueño para volver a despertarse temprano y empezar de cero.
"No bajen la cabeza al agotarse o estarán conociendo a su derrota" decía la Santo Femenino cada vez que veía a una de las seis flaquear. Megara parecía no respirar, atenta desde que llegaba hasta que se iba y las dejaba dormir. Había resultado más exigente de lo que jamás creyeron. Eso levantó odios y amores, pero sobretodo una profunda admiración.
Cuando todas llegaron a la condición física y espiritual perfecta, casi dos años después, comenzaron los combates directos contra Perseo. Más bien los intentos, porque no podían tocarla. Pero las llevó a afilar su rivalidad, estudiar puntos débiles, sacar fortalezas. Tiempo después las enfrentó entre sí, para que se enseñaran lo que la otra debía aprender.
Años en los que apenas Thais había podido ver a sus amigas confinadas en otros sitios, igual de ocupadas que ella. Apreciaba a sus compañeras, pero las miraba con ojos de rivales. No, no era lo mismo. Y no fue lo único que se confirmó en el tiempo.
La enemistad entre Althea y la pelirroja aumentó con la edad, pero al mismo tiempo se desdibujó por falta de atención en su entorno. No se admitían trabajar juntas, mas la exigencia personal era tal que la tensión no era lo suficientemente grave para irrumpir al grupo o formar lados. El problema era de ellas dos, y Megara no quería perder tiempo ni dar explicaciones a sus superiores sobre problemas adolescentes. Así que, mientras no se hirieran de verdad, las dejó ser.
Por esa exigencia y fluidez Thais mejoró sus patadas, Olivia sus puños y todas se convirtieron, paulatinamente, en guerreras excelsas, rápidas y astutas. Sus entrenamientos eran cada vez más focalizados, sus estudios más complejos y sus horarios más extraños.
Porque, para colmo, Megara tenía una manera particular de entrenarlas: de noche.
Sólo podían combatir en la arena apenas se ponía el sol. Los ensayos físicos diurnos habían quedado en el pasado de las novatas. Ahora las guerreras y sus cosmo podían funcionar perfectamente de noche; cosa que aliviaba bastante en verano, pero les daba tiempo para el estudio y otros quehaceres. Allí donde parecía calmarse, Megara les daba cada vez más horas de labores múltiples.
Bajo la luna, era sin duda algo hilarante. Pero para ella era mucho mejor.
—Ahí está de nuevo.
—¿Quién?
—La chica que se sienta en la grada a mirar.
—¿Otra vez, dónde?
María señaló discretamente hacia el fondo de la oscuridad, donde apenas se podían distinguir la silueta. Efectivamente, la figura estaba allí como hacía meses. Llegaba, observaba y se iba, sin molestar. Como no mostraba ninguna presencia maligna, algunas pensaban que era una compañera de la maestra, especulando la observación; otras, que era una viajera, una comerciante o una habitante de Rodorio con algún permiso para mirar.
Cada noche que llegaban a entrenar, ella estaba allí. Hasta a Althea le había dado curiosidad; pero ninguna se animaba a acercarse ni disminuir la distancia.
—Ya es molesto. Megara no dice nada — se quejó otra de ellas — . Deberíamos decirle que se vaya.
—¿Y perder tiempo en una posible discusión que saque horas de entrenamiento? Sabes lo que va a pasar si la maestra sabe que andamos perdiendo el tiempo.
—Déjenla ahí. Vamos a practicar. — dijo Olivia, olvidándose del asunto. Una por una la fueron siguiendo, hasta cambiar de sección.
Thais había prometido a Anabelle que se verían, pero no podía dejar de pensar en la visitante. Necesitaba saber cuál era su propósito; y esa sería la noche para averiguarlo.
—Vamos — le alentó María al ver que no avanzaba — . Ya déjala, si es un fantasma ya nos enteraremos.
No, ella lo averiguaría antes.
Pasaron horas hasta que la pelirroja pudo cumplir su cometido. Tras enfrentarse a dos de sus compañeras, esquivándolas con los brazos y propinándoles dos patadas certeras, la espectadora notó lo buena que era con las piernas. Cuando las contrincantes cayeron al unísono, hubo una exaltación.
"Vaya vaya..."
No había cosmo muy elegantes ni poderosos a los que acostumbraba, pero todo en el aire poseía un gran potencial. Y donde pudiese pasar desapercibida, aquella cabellera anaranjada hacía el resto del trabajo, captando toda su atención para mostrarle la habilidad de su portadora.
A su vez, Thais sintió que la mirada lejana estaba sobre su nuca. Cuando se puso de pie y levantó el polvo de sus calzas negras, miró de regreso a la distancia.
—Muy bien Thais, puedes descansar. Es bueno ver que hoy decidiste hacerme caso y respetas a tus patadas. — clamó su maestra con un tono jocoso. Le hizo un gesto para que se aleje mientras volteaba a regañar a las perdedoras. Un poco más allá, Althea y las demás estaban distraídas haciendo sus cosas. Nadie le daba atención.
Era el momento.
Exprimió el polvo de sus rizos apretados y caminó toda sucia y algo herida hacia la mujer, quién le sonrió más al tenerla cerca por primera vez.
—¡Benditos los ojos que te ven! — dijo, estirándose un poco para adelante. Su postura era retraída, mostrándose inofensiva.
Ahora que la tenía de cerca pudo notar los ojos claros pintados de negro, telas de colores por doquier y un pañuelo verde que sostenía un cabello oscuro largo y ondulado. En sus manos tintineaban miles de pulseras, atadas con paños de cientos de colores.
—¿Busca algo por aquí, señora?
La mujer solamente respondió el gesto tomando algo de la falda. Abrió una cajita de metal que llevaba en las rodillas y le ofreció pan con miel y un poco de agua que llevaba en un odre.
—Solo a una chica hábil que notase que yo era rara — le dijo con una voz suave y dulcificada—. Ten.— extendió el alimento con una gran sonrisa.
—Oh no, señora, no puedo aceptar eso...
—Pero tienes hambre y ha sido un día duro, se nota.
Thais torció la boca y bajó la cabeza, mirando lo lejos que estaban sus compañeras y su maestra como para notarla. Se acercó con discreción de pie frente a ella y tomó el pan, inclinándose.
—Gracias. No la noto rara, sólo un poco alta.
Se acomodó el cabello y se abrió la máscara por el mentón, dándole un mordisco al pan con un gesto de timidez. Bebió del odre en breves sorbos y la mujer sonrió porque sabía que estaba conteniendo su apetito.
¿Qué es lo que la señora hace aquí? la gente del pueblo no le suele gustar ver la brutalidad de los entrenamientos, menos entre las mujeres.
La mujer se rascó suavemente su nariz mientras la muchacha comía. Se sentía agradado con la compañía de la candidata de Sextante. Su expresión parecía comprobar algo que la muchacha no pudo descifrar.
Vio con picardía la boca rosada y las pecas que resaltaban en la piel pálida.
—¡Pecas! ¡Debes tener lleno de pecas el rostro! Conozco a la gente de las Islas... de seguro tienes la carita más hermosa del universo— Le dedicó una sonrisa dulcísima — . Seré honesta: Tienes razón, me gusta ver a las futuras guerreras de la grandiosa Atenea, esas que un día le servirán y cuidarán de ella como ningún Santo Dorado podrá hacerlo nunca.
Thais la contempló mientras la luna volvía a salir tras las nubes sobre ellas. La mujer volvió a hablar con un gesto apenado.
Envidio tu suerte. Me hubiera gustado ser una guerrera, pero el destino me deparó otra labor para servir a la diosa.
—No tiene por qué sentirse mal. Todos tenemos una estrella que nos fue otorgada. Ninguna tarea es menor que la otra. Son perspectivas. Hay que caminar para seguir adelante y prepararse en el designio que se nos dio al nacer. El suyo es tan importante como cualquier otro.
Mordió un poco mas de pan y sonrió.
Créame, no tiene nada que envidiar a esta vida tan dura. Después de todo las batallas no solamente son con los puños.
La sonrisa esta vez en la visitante fue generosa. Casi contagiosa.
—Tienes mucha razón, pequeña. Espero que mi destino labre un futuro a los seres de este mundo. Sería algo muy bonito ¿sabes? Ser capaz de abrir con tus manos el sendero para los que vienen tras de tí, esperando hacer realidad el sueño con el cual fueron engendrados.
Era bella, pensó Thais, pero también tenía una mirada triste.
Espero que te haya gustado la comida, la preparé yo misma — por algún motivo parecía orgullosa de este hecho — . Nunca se me dio bien el cocinar, pero en la villa me están enseñando con mucha paciencia unos gitanos muy gentiles.
—¿Gitanos? Eso explica su modo de vestir. Cuando era muy niña vi algunos donde yo nací, creí que ya no existían más.
—¡THAIS!
La voz de Megara en la lejanía fue una advertencia. La joven devolvió los restos de comida y el odre a la mujer.
—Tengo que irme. Gracias por su amabilidad y la comida; ojala pueda verla algun día para seguir probando este pan tan rico. Y si se marcha con los suyos... ¡buen viaje y cuidese mucho!
Se acomodó el cabello y dio ágiles saltos, alejándose de la visitante. Al llegar, Megara la esperaba sola; al parecer todas se habían retirado. Se inclinó avergonzada.
—¿Qué estabas haciendo? Casi es hora de dormir. Te dije que no te alejaras del grupo.
—Lo siento, maestra — Megara levantó la vista y vio a la silueta alejarse con total parsimonia y se rió levemente, cruzándose de brazos. Eso desconcertó a su alumna —... ¿hice algo malo?
—No realmente. Fuiste a conocerlo... eres toda una valiente. Las otras chicas no se le acercan— sonrió—. Les da muchísimo miedo.
Thais parpadeó desconcertada.
—¿Quién? ¿Conoce a esa señora, maestra?
—Ya lo creo. Es Damasus de Géminis.
Thais se sonrojó con tal violencia que miró para atrás, pero la figura se había ido. Volvió a Megara desconcertada.
—... ... ¡¿q-qué?! P-pero...
Perseo le palmeó los brazos, tranquilizándola.
—No te asustes, es una de esas criaturas especiales. Lo llaman la "broma" de Hermes. Como es una broma, no hay que darle mucha seriedad a las cosas que se hacen con él. Una vez conocí a una chica que le mostró su rostro por confianza, pensando que era mujer. Se volvió todo un problema, porque ella no quería amarlo y trató de matarlo por varios meses, hasta que el mismo Patriarca explicó que los dioses lo habían hecho con alma hermafrodita; y por lo tanto consentía que anduviera entre nosotras. Aunque acá es feliz, siempre parece triste.
La muchacha miró hacia el cielo con absoluta calma.
A muchos les da repulsión porque nunca define lo que es, en esa eterna dualidad de su signo. A veces es hombre, a veces mujer; depende justamente la luna en la que esté. La verdad, a mi me da mucha pena. Siento que debe ser terrible querer ser algo y no poder. Aunque no malentiendas, no es débil.
Se detuvo.
Dicen que es así porque le falta su hermano gemelo; y que por eso busca constantemente algo que lo complemente. Por eso puede conquistar a cualquier ser y engañarlo. Es como uno de esos monstruos que los dioses crean como castigo a una vida desafiante.
Thais abrió la boca para decir que casi le mostraba las mejillas, pero creyó que era prudente callar.
—Entiendo. Los Dorados son difíciles de comprender. Géminis es un signo dual, lleno de luces y sombras — miró a un costado — . Si está triste, es bueno que el Señor Patriarca le deje donde está más tranquilo y cómodo — se animó a seguir hablando — ... a mi me cayó muy bien.
—También es un alivio para nosotras. Es el único hombre que es mujer y puede estar aquí sin infringir las reglas — la mujer cerró la conversación— . Ya, hablamos demasiado, volvamos.
—Sí.
Thais giró por última vez mirando hacia las Doce Casas, pensativa. Algo le decía que volvería a saber de él.
O ella.
—0—
