VIII. La misión y el destino
—La sin rostro—
Un par de semanas después, aquel logro pareció perder sentido cuando Thais finalmente recibió la noticia de que sus compañeros de Plata habían finalizado la misión, recordando el desenlace inevitable: Debía dar una respuesta.
En vez de seguir estudiando alquimia y matemática, buscó grandes manuscritos esbozados en griego antiguo y comenzó a mirar los registros más antiguos del Santuario; el reporte de cada soldado existente desde que se había comenzado a escribir en papel. Horas pasaron hasta que el sol se puso fuera de la biblioteca del Patriarca y encontró algo apenas legible, apenas interpretable. Pero era real.
Había sucedido algo entre algún antiguo Santo Dorado y un Santo Femenino, con una confesión afirmativa por ambas partes en el momento del juicio. No hubo sentencias.
Se tocó el rostro de pronto, como si acabase de descubrir que tenía una máscara en las mejillas. Mas su contemplación fue breve cuando escuchó unos pasos y la pesada puerta se abrió de pronto.
—Sextante, ¿qué haces aquí aún?
Ya no había nada que hacer. Cerró el libraco sobre sus piernas y se puso de pie.
—Patriarca, lamento haberme quedado hasta tan tarde. Quiero hacerle una pregunta.
Sage había aprendido a no parecer idiota cuando Thais estaba cerca, pero aún le costaba dominarse. Intentaba volver tarde y cuando estaba a solas con ella, fingía buscar un libro o alguna otra cosa que debía llevar a algún lado muy importante y urgente.
—... ¿sí?
—Debo disculparme por no estudiar las lecciones que me indicó, pero esta mañana me informaron que la misión a la que fui asignada finalmente llegó a su fin con éxito.
Sage se tensó debajo de su túnica, pues había olvidado del asunto. Todo cayó de nuevo en el peso de sus ojos, pero quedó quieto.
Entre los registros del pasado encontré algo que me ayudó a entender mejor las cosas. Hubo un caso de Ley de Máscaras entre dos soldados de diferente jerarquía; se los perdonó, o al menos no se dijo más nada. En otras palabras, usted podría obviar todo el asunto. Es quien gobierna y vela por estas leyes. Tiene una opción más.
El hombre se dio cuenta entonces que aquellas noches en vela de la muchacha habían sido para resolver el tema. Se sentía halagado y algo culpable. Sí, definitivamente eso tenía que terminar.
—Te lo dije antes y lo repetiré: No soy una excepción. Las leyes de Atenea son iguales para todos. Al final, soy un guerrero de la diosa también.
Esa vez fue él quien dio un paso más. Como si hubiera pensado mucho tiempo aquellas palabras.
Cuando mis estrellas empiecen a medrar, tienes total libertad para disponer de mi vida si lo deseas. Desde el momento en que te ví he dejado mi existencia en tus manos.
Thais quedó obnubilada y Sage sospechó de que había cometido un error. Cuando intentó hablar de nuevo, la joven lo interrumpió.
—Entonces no necesito esto.
Tomó el borde de su máscara y se la quitó, dejándola con delicadeza en el escritorio. El dorado de los candelabros brilló en el gris intenso de sus ojos grandes, y las cientos de pecas resaltaron en su rostro blanco. Sus cejas arqueadas con vergüenza y sus pestañas rojizas terminaban de entrever un retrato renacentista.
El muviano la miró largamente. Era bella, bella en sus peculiaridades y asimetrías. Sentía que el corazón se le saldría del pecho al verla allí, tan real. Entonces buscó con todo su ánimo las piezas de su empatía para responder a la altura.
—Sextante...
—Como le dije, tiene la potestad para una opción más. Yo ya elegí y esta es mi respuesta. No debe encomendar su vida a una mujer sin rostro. Ahora sabe quién soy.
El alma del viejo Cáncer se llenó de ternura.
—Acabas de darme algo más valioso que la vida de este anciano, y no sé siquiera cómo reaccionar — contestó. Sus ojos brillaban con tal intensidad que era claro lo que le ocurría — . Me has tomado por sorpresa, pero has cumplido.
Se calló.
Ahora me toca a mí— se dio vuelta, profundamente conmovido —. Buenas noches.
La pelirroja quedó sola. Se sintió poderosa de nuevo entre las penumbras y eso la hizo sonreír.
Sage estaba enamorado de ella; y ella estaba dispuesta a corresponderle.
—0—
—El beso—
El Patriarca se ausentó del Santuario durante siete días exactos. Observó las estrellas y habló con sus amigos dispersos por la Vía Láctea en busca de consejo. Esto era una oportunidad única en la vida: no había creído en cosa semejante a enamorarse hasta que Hakurei conoció a Damasus y vio caer al orgulloso, despreocupado y burlón Altar de rodillas frente a Géminis. Y ahora... él mismo estaba experimentando algo igualmente inmenso, sublime y perfecto.
Algo que sus viejos compañeros jamás tendrían, como tomar un discípulo o ver a una nueva generación emerger y brillar al calor de una guerra. Entonces pensó en Avenir, y en cómo los había impulsado a su gemelo y a él mismo a seguir adelante. Seguramente se habría puesto feliz de verlo tan confuso, tartamudo y torpe.
"Dirías que es lo mejor que me pudo pasar. Y tendrías razón."
Hasta ese día, vivir había sido una carga y un deber; una cruzada que acometía con más resignación y rabia que energía. Thais cambió eso de un modo tan absoluto que estaba completamente aterrado.
Mas existía ese gran problema: el servidor de Atenea no podía atarse a otra mujer.
Ayunó y meditó para templar su alma. Bajó de Star Hill más lúcido que nunca, incluso su rostro parecía descansado a pesar de que había bajado varios kilos y tenía el andar quebradizo de los débiles. Su hermano lo recibió sin hacer una pregunta, sin decir una palabra. No lo veía triste pero estaba resuelto, lo que daba a su rostro una expresión mortalmente seria.
—¿Estás preocupado?
El muviano se hallaba desnudo en los baños reservados solo para el Patriarca. Su pecho, cruzado de cicatrices mucho menos profundas que las que llevaba en el alma, estaba cubierto por el larguísimo cabello blanco, desmigajado sobre las ondulantes superficies líquidas. Se notaba macilento, pero el brillo de sus ojos desafiaba por completo la imagen de un anciano decrépito. En ellos, la vida pugnaba con denuedo para emerger y bañar todo aquello que lucía dañado por el fatigoso proceso de pensar.
—No puedo evitarlo.
—No lo hagas. No voy a renunciar a ella. — Volteó para mirar a su hermano, y su estrella guardiana fue más notoria que nunca.
Estaba vivo; él, que siempre caminó entre los muertos, abrazado a ellos con una desesperación que frustraba cualquier tentativa de anclar su alma en el presente.
Pero no lo haré público. No quiero que el cuchicheo se pose alrededor de su presencia. Es Sextante, tu compañera y la mía. Esto será secreto, hermano.
—Sabes que tus secretos están conmigo hasta la tumba — sonrió aliviado, feliz y ansioso por el resultado —. Solo te devolveré el favor. Cuando ocurrió lo de Damasus estuviste dos noches escuchándome hablar sin parar. Aunque... admitámoslo, es una aventura emocionante — sonrió más —. Disfrutemosla.
—0—
La pelirroja también se había preparado para aceptar cualquier conclusión. No solamente porque era el Patriarca, sino porque sopesaba las consecuencias de todo aquello.
"Sera terrible si el orden que tanto les costó construir se derrumba porque estoy ahí. No puedo permitirlo."
Para ese entonces, la cercanía de Sextante a figuras como Altar o el Sumo Sacerdote ya daban que hablar; sobre todo cuando fue vox populi que ella era la sucesora al Trono del Santuario. Intentaba minimizar el asunto, pero no todas estaban contentas de su posición de privilegio. Y eso que no sabían todo lo que estaba ocurriendo en el fondo, más allá del poder.
Decidió afrontar aquello no como Sextante, sino como una muchacha normal. Pidió a las doncellas que atendían a los habitantes de la zona que la peinaran al estilo griego de la época, un rodete con algunas mechas bien armadas. Le ofrecieron un vestido fresco y sencillo, un cinturón y unas sandalias para poder llevar mejor el calor de aquel crudo verano. Finalmente, se quitó la máscara, dispuesta a esperarlo.
Por su parte, Hakurei eligió el atuendo para su hermano. No los ropajes oscuros de diario, sino el traje blanco que usaba para sus anuncios más importantes. Le impidió llevar el casco, escondiéndolo para decir que lo había enviado a pulir a Rodorio, en vista de que no lo necesitó dentro de Star Hill.
—Ve.
El Patriarca no sabía muy bien a dónde. En la posibilidad de realizar ese encuentro, sintió el estómago cerrarse. "Es amor" susurró Hakurei, antes de despedirse "Es un sentimiento majestuoso como la presencia de nuestra diosa, no lo desperdicies."
Tras deambular un rato por los pasillos, la vio. Y debió animarse a avanzar, porque su deseo de contemplarla a contraluz del sol lo dejó impactado. Se hizo sentir con pasos suaves y el rostro pleno de serenidad.
—Buenos días, Thais.
La informalidad del saludo no fue tan chocante como la suave y dulce tonalidad de su voz.
—Buenos días, Sage. Debo confesar que me siento muy rara estar vestida como una civil. Pero accedí porque la situación lo amerita, y no se me ocurrió otra cosa.
Lo miro con atención desde su altura; el Patriarca era enorme como Altar.
¿Cómo te sientes?
Barrió de un plumazo las distancias, incluso en el lenguaje.
—Me siento más cómodo en mi piel — respondió, complacido por ese detalle — . Pensé que me tomaría más tiempo decidir qué hacer. Creo que no debemos posponer mucho más el momento, Thais.
Se dio la vuelta y echó a andar hacia una sala para audiencias privadas. Su espalda y el ruido de las telas arrastrándose en el suelo hizo que la pelirroja cayera en peso de lo que estaba pasando. El cuerpo la impulsó a dar la vuelta e irse; pero contrajo todos los músculos como si la tiraran bueyes, caminando hacia adelante. Pronto lo alcanzó y caminaron a la par.
La visita a Star Hill y el trabajo sobre sus estrellas confirmó lo que ya sospechaba hacía un tiempo: las cosas van por su correcto sendero, Sextante. Justo según el deseo de mi corazón y el designio de la diosa.
Y esa fue la primera vez que Sage le habló en código. La primera vez que excluyeron al resto del mundo de sus preocupaciones.
No les tomó mucho más tiempo alcanzar las puertas de roble que custodiaban la habitación. Era de techo alto, no muy amplia y con largas colgaduras de brocado azul rey. Los bordados semejaban pequeñas aves en vuelo. El mobiliario también resultó ser sencillo: madera de cerezo; canapés, sillones y unas cuantas sillas. Parecía un sitio de reunión para un grupo reducido, personas que no tienen tiempo qué perder en conferencias largas y protocolares.
—Estaba preocupada por tí.
—Thais...
El rostro de Sage dejó de ser duro. Ella fue capaz de notar lo enamorado que estaba, lo flexible que podía ser esa alma que pensó inalcanzable. Incluso su cosmo, siempre solemne, se agitó como agua de río, tumultuoso y en absoluto desorden.
—Se que son procesos de meditación, pero no dejes de comer — le dijo de pronto — . Estás algo pálido y no me gustaría que enfermes, porque...
Se detuvo, enarcando una ceja.
No me estas escuchando, ¿verdad?
El muviano tenía una sonrisa apenas esbozada y con el mismo gesto negó despacio. La joven soltó una risa breve, cortando la tensión.
—Suenas como Hakurei, diciéndome que me pierdo tanto en mi cabeza que se me olvida todo lo demás — su gesto se volvió mucho más jovial, lo que le quitó décadas de los hombros — . Fue un viaje largo, pero valió la pena. Ahora estamos acá, así que me gustaría que habláramos sin mayores metáforas.
Había dejado de ser solemne. Era simplemente un campesino con una tarea demasiado grande.
—Muy bien, sin metáforas — bajó la vista y dio un paso hacia él, tomándose el vestido entre los pequeños pliegues; torció la boca de un modo adorable, sus ojos grises como dos perlas sin pulir —. No conozco más del mundo que la vida aquí, y he alcanzado la meta por la cual me eligió Sextante. El señor Hakurei me instruyó sobre su importancia. Estoy asimilándolo... puedo asimilar todo eso.
Abrió los brazos.
Pero esto... de esto no tengo idea. Creo que nadie está preparado — Sage asintió — . Entendiendo las circunstancias, es más complejo todavía. Te fuiste a Star Hill a pensar, y yo también. No diré lo que sientes por mi porque no tengo ese derecho, pero algo me esta pasando contigo.
Se puso roja, pero no se detuvo.
Si es amor o no, no tengo idea. Mas cada vez que te vuelvo a ver es mas intenso. Jamás me fije en un hombre, pero te veo sonreír y me tiemblan las rodillas.
El Patriarca se sorprendió por aquella confesión. Se sintió tan halagado que tardó unos segundos en buscar palabras en su sabia cabeza. Finalmente, se rindió a lo sencillo.
—Siendo honesto, también me tiemblan las rodillas cuando estoy frente a tí — los ojos estaban atentos a cualquier variación en la expresión de la muchacha — . Thais, no quiero que mis sentimientos te hagan sentir obligada a corresponderlos. Tengo conciencia de que soy un hombre mayor y tengo una posición de sumo poder en el Santuario. He viajado por todo el mundo y he entrado en contacto con los reyes y zares: Sé lo que esa gente hace en nombre de su poder, y cómo los demás se sienten impelidos de un modo inconciente a responder a sus deseos para no decepcionarlos o enfurecerlos.
Suspiró hondamente.
Así que, por favor, si sientes algo por mí, no lo fuerces. Y si no es amor, respétalo. Sabré entenderlo.
—No le temo a tu corona, Patriarca — respondió, desafiante— .Te respeto por quién eres, no por lo que eres capaz de hacer.
El hombre le sonrió de un modo extraño: todavía consideraba sus palabras algo dulces para una niña.
—No he puesto en duda tus habilidades ni tu temple; pero el poder no es solo someter, Thais. Lo aprenderás a medida que pasen los años. A veces, el poder es seducción y puede ser que esté dándome algo que tú crees que viene en mi, y en el fondo son ilusiones. Solo te digo que si en un momento quieres renunciar a todo esto por el motivo que sea, no te detendré.
La miró con más dulzura.
Te respeto y quiero que seas mi igual. Atenea es testigo de mi juramento hoy: Jamás actuaré en tu perjuicio.
Thais sonrió tímida. Su cuerpo se relajó y dejó los pliegues del vestido suave. Ya no se sentía disfrazada, sino digna.
—Si es una ilusión, solo el tiempo dirá.
El hombre estiró su mano, llevado por un impulso con un gesto preciso. Sus dedos largos y elegantes alcanzaron la mejilla de la muchacha y la acariciaron larga, cuidadosa y respetuosamente. En sus ojos habitaba la misma fascinación de quien contempla una estatua perfecta y una sonrisa boba dominó su boca.
—Tenía tantas ganas de hacer esto, de sentirte más cerca... — musitó. Sin darse cuenta, la joven se mordió la comisura del labio. Los chispazos de pasión en las pupilas ajenas la pusieron roja, porque la caricia le transmitía todo ese deseo por ella.
—Siento que me voy a derretir — murmuró entonces — , es una sensación fascinante y ridícula.
Levantó sus manos para apoyarlas en el pecho ajeno. Lo miró de nuevo y sonrió cuando notó que el viejo corazón se aceleró. Estiró sus pies hacia arriba y, de puntillas, alcanzó el rostro para rozar los labios.
El cosmo del viejo Cáncer onduló por todo el ambiente y movió las cortinas, súbitamente estimulado. La boca de Thais reposó como una mariposa, y le tomó menos de una fracción de segundo sopesar el mundo y tomar al decisión. Mientras Thais lo poseía de aquel modo inocente, él atinó a buscar las manos pequeñas y entrelazarlas con las suyas.
—Mi bella flor, querida mía — susurró, casi en una súplica — ; socorre a esta pobre alma que no quiere vagar más en soledad.
—Nunca más estarás sólo. — respondió. Se pegó mas a él y suspiró cuando los brazos la envolvieron, sintiendo la dimensión de aquel cuerpo. Sage sentía, a su vez, la menuda silueta de su amada, y fue consciente de que podría aplastarla con solo pensarlo. Sin embargo...
Ella lo estaba tomando.
—Thais... no tan rápido... — la soltó, aunque no deseaba hacerlo.
El Patriarca era poderoso y estaba enamorado, sí. Pero era de dos siglos atrás. El cortejo era diferente; y definitivamente no como ese entonces.
—Es cierto — dijo acomodándose el cabello, con los labios húmedos — , lo siento.
Le tomó las manos y se las besó con afecto. Otro gesto que sería una marca por toda la vida de ambos.
—No quiero que sientas que te rechazo — le dijo con rapidez — , porque los dioses saben qué quiero, pero no es correcto que sea de este modo. Quiero que estés segura — besó la frente a Thais, regresandole el gesto —. Dime chapado a la antigua, pero quiero que sea perfecto.
—Tienes razón. Sería una pena arruinar las cortinas... Además, es incómodo si hay que acostarse y todo eso...
La risa de Sage fue tan sorpresiva, inesperada y juvenil, que fue imposible no contagiarse.
—00—
—La marca—
Los meses siguientes a aquella noche encontraron a un Santuario con más actividad que nunca. Llamadas por un lazo cósmico invisible, media esfera celeste despertó en las lecturas de Star Hill, activando a docenas de Cloths dispuestas a recibir a sus nuevos hijos e hijas. Eso implicó mucho más trabajo tanto para el Patriarca como para su Altar; y las filas en la Orden de Atenea se engrosaron en poco tiempo.
Contrario a lo que podía esperarse, todo lo que había sucedido aumentó la energía de trabajo en general. Todos tenían tareas en todos sus estratos, desde que salía el sol hasta que se ponía, y más allá. Cada Dorado tenía un cúmulo de discípulos; y en la medida que fueron convirtiéndose en Santos de Plata, se les designó nuevos alumnos de Bronce. En poco tiempo, el Santuario se volvió un recinto tan fluido y activo como Rodorio y los pueblos linderos, en un intenso intercambio comercial y civil. La Ciudad de las Constelaciones tuvo que construir más cabañas, las zonas de entrenamiento tuvieron que agregar capitanes, y la misma Arena del Coliseo había sido ampliada.
El Recinto militar ahora se convertía en una entidad llena de gente que debía ser reorganizada y controlada con más ímpetu que nunca. Y todo se mantenía en mediana calma gracias a las directivas de su Regente.
En consecuencia, las misiones aumentaron para todos. Los deberes de los más cercanos al trono también se incrementaron, por lo que las idas y venidas de Sextante y Altar debieron llegar a su fin. El Anciano de Jamir regresó a su lugar de origen con asistentes para comenzar a traer las Cloths que sobrepasaron sus cálculos. Sus viajes eran frecuentes pero su estadía breve, por lo que Damasus se dividía entre entrenar a sus alumnos y estar la mayor parte posible con Hakurei. Por otro lado, Sextante debió instalarse definitivamente en las alcobas de huéspedes, porque además de formarse y entrenar, debía suplir la asistencia del muviano.
Aún y con cientos de deberes más encima, cada tarea se realizaba con un entusiasmo poca veces visto en esos lugares. Del mismo modo, las cosas quedaron claras desde el principio.
—Confío en la discreción de cada uno de ustedes, porque jamás les he mentido ni está en mis planes hacerlo. Es por ello que los convoqué aquí— Sage estaba sentado en el sillón de aquella sala de reuniones privada, cargada de tantos recuerdos. A su alrededor, todos los Santos Dorados existentes vestidos de civil y Altar lo observaban, en una noche silenciosa de otoño— . Necesito... no, les pido, un favor.
—Los secretos del Santuario perecerán con nosotros, Maestro.— dijo Ilias. El hombre asintió agradecido.
—Todos tendremos mucho trabajo a partir de ahora. Cada uno de ustedes deberá entrenar discípulos y controlar sus zonas de influencia. El intercambio con otros lugares pronto se hará sentir, y por ello más gente de la que estamos acostumbrados.
—Disculpe... ¿eso tiene algo de malo?— preguntó Zaphiri, haciéndolo sonreír.
—Por supuesto que no. Pero hay que aumentar la discreción, porque habrá ojos y oídos por todos lados. Y no todos tienen la capacidad de saber preservarse. Debemos aprovechar lo bueno de este nuevo bullicio, pero sin salirnos del eje. Es por eso que, si ni Altar ni yo estamos presentes, procuren en auxiliar a Sextante lo más que puedan— los miró —. Sé que Géminis me está mirando con cara de obviedad, pero se los pido a todos. Tiene una posición muy grande y es muy joven; no dudo en su capacidad, pero sí en que necesitará respaldo en caso de que surja algún conflicto que no pueda resolver sola.
—Descuide, estaremos cerca de ella ante cualquier eventualidad. — respondió Lugonis, recibiendo una aceptación general.
—Les agradezco.
—Es un problema.
—¿Qué cosa, Ilias?
Ambos Santos quedaron solos a los pies de la Última Casa, tras despedirse de Zaphiri y Damasus. Lugonis se acomodó el cabello, mientras el otro miraba hacia el frente.
—La atención que le prodiga el Maestro a esa jovencita— lo miró— . No cuestiono que Sextante está donde merece, pero eso podría ser un impedimento de gobernabilidad. Su presencia tiene pendiente al Patriarca desde que está aquí.
—Pues yo no lo vi distraído, sino todo lo contrario. Está más activo que nunca, como en nuestra infancia — sonrió de repente— ¿Estás insinuando que acaso...?
—Es obvio, por eso digo que es un problema.
—Si es cierto, disiento contigo— Leo lo miró de repente —. Amigo mío, somos guerreros de una diosa que pone como prioridad el cuidado hacia el mundo. Nosotros representamos esa cualidad humana que siempre defendió ante los dioses — miró hacia adelante, abriendo los brazos—. Todo esto es un gran acto de amor. Y si lo que dices es verdad, el maestro Sage encontró un motivo en el universo aún más poderoso que su venganza contra Thanatos e Hypnos.
Sonrió aún más, cargado de ternura.
Ahora pelea por un mundo que le permita a su amada tener una vida en paz. No los veo como personas descentradas e ignorantes de las desventajas del caso; sino más bien como seres que entienden el provecho de motivarse aún más— lo miró con algo de picardía— . Además, si me preguntas, hacen una muy bonita combinación.
—00—
La discreción de la pareja no tenía aristas. Nadie sospechaba absolutamente nada, siquiera las doncellas que estaban allí a diario. Hasta Ilias de Leo confesó que de no ser por aquella reunión secreta, no habría notado cambio alguno.
No debía simularse mucho con toda la labor por delante. Apenas había algunos márgenes de ciertas noches o amaneceres en los cuales ambos podían cruzarse, hablar un poco, y seguir con el día. La interacción más intensa que habían podido tener fue en la sala de lectura de la biblioteca, allí donde Thais estudiaba incansablemente. A veces Sage llegaba y, sin desconcentrarla, se sentaba a su lado para besarle punta de sus rizados cabellos en signo de íntimo cariño. Ella sólo sonreía sin mirarlo y él continuaba su día satisfecho con la respuesta a su cortejo.
Esa suave interacción cotidiana cambió drásticamente cuando Sextante tuvo su cuarta misión en el Exterior, a casi un año de convertirse en Santo Femenino. Siempre había sido parte del cuerpo investigador pero ahora entraría en campo, junto con Megara de Perseo y su amiga Linile de Vulpécula, para rastrear a un posible aliado de las fuerzas de Hades. El dato había sido confirmado tantas veces que todos se sabían el plan de memoria.
No hubo tropiezos ni fallas. Llegaron al este de Turquia, se mezclaron con la población, obtuvieron nuevos datos de los lugareños, y finalmente hallaron al culpable en una iglesia cristiana: un falso líder que obraba de sacerdote y ofrecía el sacrificio de niños a cambio de un pacto por inmortalidad. Además de sus macabros crímenes, era un hoyo más que se abría para que los Espectros de Hades comenzaran a infectar el mundo antes de tiempo. Algunas ambiciones humanas contribuían a aquel caos. O lo deseaban.
La orden era clara: borrar la causa del mal y salvar vidas inocentes. Lo que jamás habían previsto las mujeres es que no solamente debían matar a aquel falso profeta, sino a todos los que seguían su culto; madres que entregaban a sus hijos, hermanas a sus hermanos, abuelas a sus nietos.
"Esto es peor de lo que pensaba, medio pueblo está bajo los efectos de esta inmundicia; sus mentes están corrompidas por el Espectro que pactó con este imbécil" susurro Megara en una de las noches en un escondite, furiosa e impotente ". No bastará con cortarle la cabeza a la serpiente. No hay hechizo que romper; están convencidos de esta atrocidad."
"Es verdad, no se puede hablar con ellos. Están entregados a la causa, fanatizados." acotó Linile, negando con la cabeza.
"¿Qué es lo que debemos hacer? ¿Hablar con algún Dorado para pedir ayuda?" Sextante la miraba, intrigada.
"Si hacemos eso, esta peste se extenderá y será más difícil de controlar. Perderemos valiosas semanas" se calló un momento ". Debemos sacar a todos los niños de este poblado lo más rápido que se pueda con la gente que aún está cuerda. El resto... "
El resto se convirtió es una masacre.
Sólo en sus pesadillas Thais de Sextante volvería a ver tanta sangre y desesperación como aquella noche sin luna, en la que aprovecharon para atacar el contaminado recinto. El líder del culto invocó a todas las fuerzas oscuras que lo protegían y casi una centena de pueblerinos las atacaron, buscando reducirlas. Y allí donde los cosmo deberían haber espantado al humano normal con sentido común, sólo enfureció a esas mentes, quienes reconocieron en ellas la amenaza hacia el Amo al que servía su guía.
Todas las enseñanzas sobre el "enemigo", Hades y sus sirvientes quedaron sepultadas bajo el regadero de cadáveres a sus pies. Esas personas no eran seres malvados, sino almas corrompidas que no tendrían más salvación ni cura que aquella; pues la diosa aún no estaba en la Tierra, y habría sido la única capaz de limpiar tal impureza.
"Dioses... ¡¿Por qué?!"
La pelirroja se vio rodeada de civiles ultimados por sus manos llena de sangre. Atinó a arrancarse la máscara, gritando a los cielos la injusticia de aquella justicia.
Cuando regresaron al Santuario, sus caras representaban la derrota. Sucias por el viaje, sus compañeras las recibieron asustadas, pero Perseo calmó a las Capitanas y a los guardias que enseguida llegaron por el escándalo.
—Hemos tenido éxito, pero los planes no salieron como debían.
—¿Fue el culto de Turquía verdad? ¿Salvaron a los niños? ¿Qué pasó con sus padres?— preguntaban los curiosos, pisándose la ansiedad.
—Déjennos hacer el reporte y descansar.
Sin más palabras que esas, Linile y Megara tuvieron que llevar del brazo a Thais, que estaba desahuciada. Debajo de la máscara, el gris opacado por el terror carecía absolutamente de todo brillo.
—No te preocupes, te llevaremos con el maestro Damasus. — le dijo Linile, quién parecía más acostumbrada a situaciones como esas.
—Fue la decisión que tomé y me hago absolutamente responsable — dijo enseguida Perseo, caminando hacia las Doce Casas —. Lo dejaré todo por escrito para que le llegue a Altar. Ustedes han cumplido su parte.
—... ¿Cumplir? ¿Matar gente como perros es cumplir?— musitó la pelirroja, callando a las otras dos.
— Es la parte cruel de ser soldado, Sextante— le cortó Megara más seriamente —. A veces tenemos que hacer estas cosas. En la guerra este es el único camino; y hoy hicimos algo para evitar que llegue a más inocentes.
—Hay más gente en el Hades gracias a nosotras... ¿qué parte del deber es ésta?— las miró enojada a las dos.
—La realidad— Linile contestó, categórica —. Esto es ser parte de un Ejército.
Géminis acudió al llamado y acogió a Sextante en cuanto pudo. No dijo una sola palabra al ver el estado de la muchacha. No estaba herida, pero sí profundamente shockeada. Mandó a las doncellas a que la asearan, le dieran algo de comer y la dejaran descansar, casi como si fuera una niña. Un día y una noche pasó encerrada en su cuarto, luchando contra su cansancio; mirando fijamente la Cloth de Sextante, que también resonaba en la tristeza de su dueña.
No supo nada de lo que sucedió afuera hasta que un gentil toque de la puerta la volvió al mundo.
—... ¿Thais?
Sage entró con prudencia, vestido con su manto sacerdotal negro, sus adornos y su casco en mano, que dejó en la cómoda apenas cerró la puerta. Ella estaba de espaldas, mirando el ventanal que daba a los Campos Elíseos de la Citadela de Atenea, un poco más arriba en las laderas. El viento movía apenas la melena rizada y parte de sus atuendos de civil.
Vio de reojo la Cloth en un rincón y la máscara algo gastada sobre ella, y suspiró. El sol comenzaba a ponerse y los colores combinaban con la joven.
Leí el informe de Megara— comenzó, con prudencia —. Lograron desarmar una célula muy importante de ese culto. La erradicaron por completo, estoy asombrado.
—Junto con la mitad del pueblo.— cortó la joven.
—Salvaron a casi 200 niños...
—¿¡A qué precio, Sage!?— Sextante volteó a verlo con el ceño fruncido, absolutamente enfadada. Al ver la expresión del hombre, entre preocupado y triste, calmó su temple.
—A un precio altísimo, lo sé.— respondió, con paciencia infinita. Dio unos pasos más y se colocó a su lado, mirando hacia el paisaje.
—Yo... lo siento — la joven se tomó el rostro —. Pensé que estaba preparada para batir al enemigo, pero esto...
—Nadie está preparado para ultimar una vida; aún así, lo hacemos para proteger a otros.
El Patriarca llevó las manos tras la espalda y exhaló aire. Apenas la muchacha delineó como se sonrojaba levemente.
Cuando tenía tu edad, antes de la Guerra Santa que me tocó atravesar con Hakurei, los soldados de Hades ya estaban en la tierra diezmando pueblos enteros, llenando todo con maldiciones para hacer brotar a más de los suyos. Los muertos se levantaban de sus tumbas ante una "segunda oportunidad". Aún no éramos los suficientes para hacer una barrera eficiente, así que la diosa encarnada en esa época nos mandaba en grupos de cacería, como nos llamaban— Thais lo miró de pronto.
Los Santos Dorados debíamos seleccionar a los que creíamos convenientes en nuestra búsqueda, y debíamos volver con nuestras espaldas cargadas de muertos. Pensarás que alguien como yo no tuvo problema alguno en cumplir tal encomienda, pero fue la primera vez que quité una vida.
Se observó una mano, abriendo y cerrándola. Estiró entonces sus dedos hasta los pecosos que, lánguidos, se dejaron tomar.
Recuerdo esa noche como si fuera ayer. El muchacho al que debí matar estaba en un estado de locura, amenazando a una mujer embarazada. Intenté lo que pude para apartarlo, pero estaba tan decidido a dañarla que tome ventaja. Cuando lo hice, arranqué su alma y mi cosmo se la tragó, empujándola al agujero del Yomotsu tan rápido que no dimensioné lo que había hecho — sonrió con amargura— . Las lágrimas de agradecimiento de la mujer a mis pies me hicieron entrar en razón. Pero los alaridos de odio del espíritu de ese hombre me persiguieron por mucho tiempo después.
Se detuvo y se miraron a los ojos.
Irónico que el custodio del portal de la Muerte sufra por eso, ¿cierto? El Aries de ese entonces, Gateguard, tenía una especial aprehensión sobre nuestro deber; y llegó a burlarse de mi dolor y mis lágrimas en el momento que cuestioné las órdenes de Itia, el Patriarca de ese entonces. Fue la primera vez también que Hakurei terminó en el calabozo porque no soportó aquella falta, y básicamente se tiró encima de nuestro compañero para molerlo a golpes. Lo dejó bastante malherido— sonrió despacio —; Gateguard no esperaba que pegara tan duro a pesar de ser de una categoría inferior. Se tenían bastante resentimiento. El resultado fue que el Regente obró a favor de Aries, castigando a Hakurei por defenderme; además de darme un sermón sobre mi deber como soldado.
—Es horrible e injusto, Sage.
—Era otra época, querida mía — la miró con ternura —. Te conté esto para que veas que no debes avergonzarte. Nadie nació sabiendo qué hacer. Hasta el más valiente llenó su corazón de angustia la primera vez. Es como los callos en las manos tras de años de entrenar; te endureces, y comprendes que lo haces sólo en defensa de los demás. Eso es lo que nos diferencia de un asesino, Thais— se calló —. Y es mi manera aburrida de decir que no debes encerrarte y culpabilizarte por algo perfectamente esperable en un alma noble. Algunos son más duros que otros; pero como tú, yo flaquee muchas veces siendo un Santo Dorado.
Le tomó ambas manos, besándole los nudillos con sumo afecto.
No importa que tan vieja seas o cuántas guerras atravieses. Siempre puedes acercarte a quien consideres de confianza para hablar. Háblalo, por favor, antes de que el dolor se convierta en rabia. Cuando se solidifica esa oscuridad en tu corazón no hay retorno. Creeme.
Sextante miró las manos tomando las suyas y aceptó. Cuando el Patriarca la soltó para retirarse, ella estiró sus dedos hasta jalar una parte del manto que detuvo el paso ajeno.
—Gracias por decírmelo. Pero... — se ruborizó de golpe —. ¿Existe la posibilidad de que te quedes conmigo hoy? Temo a las pesadillas que me están aguardando, y no quiero dormir sola.
El hombre se olvidó hasta de respirar.
—¿Quieres... ?
—Sé que por lo que lucho vale la pena estar aquí — dijo en un impulso, arrimándose —. Y tenerte cerca me hace sentir conciente de eso. Quédate.
Sage de Cáncer hizo algo más que quedarse. El Santo de la Cuarta Casa, que custodiaba el límite de los territorios de las almas en la muerte, entregó a su amada el acto más lleno de vida que podía concebir un alma humana: Fue la primera vez que hicieron el amor. Envueltos de mil maneras, se profesaron el cariño por todo ese tiempo que se habían conocido.
Y en el lecho que compartieron esa noche, fijaron una marca que duraría eternamente.
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