IX. El Destierro a Delfos

—La señal—

Los ojos cenizos de Thais de Sextante descubrieron un mundo diferente al abrirse a la mañana siguiente. Nada fuera de ella había sucedido; simplemente su interior se había transformado en algo completamente nuevo, como una mariposa al romper la crisálida.

Ahora era una mujer.

—Despertaste. Buenos días.

Él se veía diferente también. No era su cabello desparramado en sus hombros, o que apenas estuviera vestido con el cobertor; sino sus ojos, iluminados y cristalinos en su turquesa, como los de su gemelo cuando hablaba orgulloso de las Cloths que revivían bajo sus manos.

Por un momento, pareció aquel joven que había sufrido por quitar la vida alguna vez.

—... Sage...

—No te preocupes, aún no ha salido el sol. Acostumbro a levantar muy temprano. Puedes dormir un poco más — sonrió algo apenado, acomodando los cabellos ensortijados de la joven con mucho cuidado. Pero esta negó y se sentó levemente, algo dolorida — ¿Estás bien?

—Creo que sí... — Thais sonrió ruborizada, cubriéndose con la sábana. El hombre la miró con infinita ternura y besó uno de los pecosos hombros descubiertos — ¿Siempre te levantas a esta hora?

—Desde que era niño. Me gusta la quietud del amanecer; aunque se adelantó un poco hoy.

—Yo...

—No tienes nada que decir, Thais — besó su frente con delicadeza y rozó sus labios, para buscar los ojos de nuevo — . Vendrán muchas emociones y debes procesarlas con calma. Bueno, debemos. Fue algo... intenso. — se rió avergonzado, haciéndola sonreír también.

—Creí que sería algo diferente y bochornoso, dada mi inexperiencia. — contestó con timidez, pero Sage la miró algo con picardía, encogiéndose de hombros.

—Si me preguntas, al final los muchachos tenían razón: ciertamente aprendes rápido cualquier cosa.

—¡Oi!

Se atrevió a darle un leve golpe en el brazo, para otorgarle la excusa perfecta de arrimarse y contestarle la falsa agresión. Si bien aquella cercanía se extendió un poco más entre las sábanas, el sol terminó de salir y las tareas debían seguir. Con absoluta pulcritud, tomaron por primera vez un breve desayuno juntos y cada uno volvió a sus quehaceres.

Nada pareció salirse de la rutina que se había generado en esos años en el Santuario, salvo por la diferencia de que algunas noches comenzaron a ser compartidas en las alcobas de cada quien. Pequeña indiscreción que los más cercanos no pudieron dejar pasar.

—También podrías dejarla estudiar... o dejarla sola en algún momento del día — Hakurei lo miró de repente sobre el borde de su cuenco, terminando la sopa de un sorbo. A su lado, el Patriarca estaba sentado en las escalinatas con la misma desfachatez; sus ropas ceremoniales abiertas de par en par para estar más cómodo, dejando entrever los pantalones y las botas que tenía debajo.

Terminó de masticar el pan en su boca y procedió a jalarle de la coleta con brutalidad, en tanto se ruborizaba con violencia.

—Debería meterte en el Pozo. Me hablas como si fuera un degenerado.

—¡Jajaja! No dije que fuera algo malo; muy por el contrario. Puedes hacerte el formal con todos estos — señalo hacia adelante, el paisaje que colina abajo era el Santuario — ; pero conmigo no, hermano. Y no te culpo, es encantador lo bien que se ven juntos. No conozco su rostro, pero sé perfectamente cómo te mira y sonríe cada vez que le hablas. Al principio genera cierto... entusiasmo. Pero ya se acostumbrarán. — se rió de repente, haciendo fruncir el ceño a su interlocutor.

—No estoy irrumpiendo nada de sus tareas... A diferencia de lo que tú sí haces con Géminis.

—Disculpa, no voy a impedir que él quiera verme. Y no es que puedas hacer mucho al respecto. Así y todo, es un muchacho bien portado y sabe cuando puede acceder o cuando limitarse a acompañarme— lo miró — . Realmente nos ves como si fuéramos conejos, no puedo creerlo. Me ofendería y estaría en mi derecho, como hermano mayor.

—Soy viejo pero no sordo, Altar, ¡Se portan como conejos! — la sonrisa del otro fue maliciosa de repente.

—¡Vaya, Cáncer! Nos pones mucha atención... ¿tienes curiosidad? Podrí-

—Lárgate a trabajar. YA.

Hakurei se puso de pie de un salto y salió disparado entre risas. Sage suspiró y revoleó los ojos, recogiendo los cuencos y los restos de comida que habían dejado en aquel escondido lugar. Miró hacia atrás la figura vaporosa de Altar que se perdió en la lejanía, y una sonrisa escapó de sus labios de pronto.

Desde que Damasus había puesto sus ojos en Hakurei, las cosas habían cambiado. La llegada de Thais lo hizo más evidente: momentos como esos, almorzando sentados en cualquier lado y hablando entre sí en su idioma natal de cosas absolutamente triviales. Sí, ambos estaban comportándose como aquellos jóvenes entusiastas del pasado, cargados de esperanza en la humanidad; en un mundo que aún les pertenecía, lleno de sus amigos y de un presente genuinamente propio.

El dolor, el paso de épocas y la vejez los hizo aislarse y protegerse de las generaciones que vinieron después... del planeta que vino después. Sin embargo, ese amor que había florecido en ambos gracias a esas dos criaturas no solamente los hizo volver al ahora, sino que les dio la fuerza para apropiarse una vez más del tiempo, lejos de la eterna contemplación hacia el pasado.

Como antes, ahora miraban hacia adelante.

—00—

El paso del tiempo dejó de ser una preocupación, y por eso mismo aceleró su paso. Thais de Sextante ya no recordaba siquiera cómo había empezado todo, ni como se había desencadenado su vida hasta llegar a ese punto.

—Disculpe, joven señora, aquí está su desayuno.

—Oh, muchas gracias. Déjalo en la mesada.

Como todas las mañanas, se contempló en el amplio espejo redondo cerca de su cama, tras una noche de poco sueño y mucha labor. Ahora que ya no necesitaba libros para aprender, el año siguiente en aquellas salas había requerido de asistentes: residentes del Santuario que no habían tenido un futuro promisorio como guerreros ni soldados. Con una vigilancia muy estricta, realizaban los pedidos, mensajes y encargos que alguna vez Sextante tuvo que hacer sola, y ella se encargaba en cambio del manejo de información secreta o sensible. Aquella ayuda la permitía vivir un poco más y cumplir sus funciones como Santo Femenino.

—¿Desea la joven que preparemos el baño ahora?

—Luego de comer, gracias.

Se sentía muy incómoda cuando las doncellas se portaban como siervas con ella. Si bien era la costumbre, le parecía injusto y prefería hacer todo por su cuenta. Había ocasiones en las que no podía escapar al protocolo; pero cuando Sage no estaba rondando para regañarla por aquel tropiezo en modales, prefería peinarse y vestirse sola.

Lo único que había aceptado había sido la asistencia en tareas menores, a sugerencia de Lugonis de Piscis, quien la había visto con mal dormir debido al exceso de trabajo. La moción fue apoyada entusiastamente por Damasus. De ese modo, Thais aprendió a educar y dirigir desde una temprana edad.

"No es fácil pensar en organizar la vida de otros, ya que esperan que seas su guía incondicional." comentó una vez, en una cena con el Patriarca. Este levantó la copa de vino y bebió, celebrando divertido ese descubrimiento.

"Eres buena, sin embargo. No he sabido nada malo de tí, considerando que tengo muchos oídos y ojos por aquí y me entero de lo que hablan hasta los pueblerinos" le respondió ". Sabes que soy devoto de tus virtudes en la intimidad, pero no en estas circunstancias." Sage no hablaba como un enamorado, sino como alguien perfectamente conciente de su alrededor. La realidad era que en el Santuario se tenía una muy buena estima de Thais. A pesar de desconfiar de su edad o su juventud, pronto sus subordinados descubrieron que tenía el temple de alguien que ejercía la autoridad de manera noble.

Sextante entendió que, además de todo, ser tutor era una responsabilidad enorme que excedía cualquier idea del deber.

—No se si estoy preparada para liderar gente... — se dijo al reflejo, despejando su rostro del sueño y saliendo de sus recuerdos. Hizo un rodete alto en su pelo cada vez más abundante, del que nació una trenza larga y algo pesada que cayó sobre el hombro.

El murmullo de la actividad fuera de su habitación la espabiló, y fue a la pequeña mesa a tomar rápidamente su comida matutina, ordenando en su cabeza todo lo que tendría que hacer. Luego se colocó la máscara para salir y buscar a las doncellas.

—¡Mi señor, no puede ingresar!

—¡Dije que es urgente!

—¡P—pero... !

Cuando la joven volteó curiosa ante ese griterío, escuchó un taconeo que reconoció enseguida. Giró de su camino a los baños y tomó los bordes del vestido color arena, acercándose a la discusión. Cruzando los intrincados pasillos hacia la salida, los pares de ojos igual de grises e intensos la encontraron en un silencio.

—¡Damasus!

—¡Tú, yo, hablar, ahora!

—¿Qué... ?

La doncella chilló asustada por la actitud del muchacho que lucía como tal, vistiendo con su ropa de civil. A pesar de su pañuelo cerrando el cabello como un torniquete, aretes y pulseras, no tenía nada de femenino en esa ocasión: apenas tenía kohl en sus ojos y los colores que cruzaban sus caderas eran apagados y austeros.

—¡S-señor Santo...!— insistió la sierva, sin saber qué hacer. Se congeló cuando Damasus frunció el ceño y la enfrentó.

—Ni una palabra de esto, a nadie. — le dijo, con una determinación tal que Thais se preguntó si en verdad Géminis era así. Y es que ese hombre tenía tantas facetas que jamás las terminaría de descubrir.

Sin mediar más palabra, tomó la muñeca de Sextante y la arrastró consigo. Cuando ésta logró liberarse le frenó el paso en medio de un pasillo.

—¡¿Qué te ocurre?! No debes tratarla de ese modo, ella sólo...

—Le pediré disculpas después — la cortó, ansioso, mirando hacia todos lados — . Necesito hablar contigo en el lugar más privado que conozcas. Es importante.

—... ¿Acaso apareció tu hermano?— la cara de Damasus se deshizo en una mueca.

—¿Crees que tendría este apuro por algo mío? ¡No, mujer! ¡Es sobre tí! — suspiró, al ver que Thais no parecía continuar camino — . Está bien, empecé mal; me urge decírtelo y necesitaba arrancarte de esta rutina un segundo. No prestas real atención a nadie que no sea Sage.

—¡N-no es cierto!— la pelirroja tartamudeó, y Géminis se permitió una risotada.

—Ah, calla, si no los conoceré a estas alturas... han pasado años de todo esto — con un dedo rodeó el aire y golpeó la mejilla de la máscara— ; además que de nos debemos la familiaridad suficiente. Ahora, ¿podemos ir a algún lugar? No tengo mucho tiempo hasta que Haku se entere.

—¿El maestro Altar no sabe que... ?

Damasus tornó los ojos hacia arriba. La tomó de la muñeca y fueron al estudio en donde ella trabajaba; lo suficientemente alejado de la actividad como para guardar un gran secreto.

—Ya estamos aquí, ¿qué es lo que te sucede? — Sextante se cruzó de brazos, mientras Géminis pispeaba la puerta de madera, cerrándola con cuidado. Volteó hacia el escritorio principal y levantó una de las telas que vestía, sacando un pequeño saco de terciopelo del bolsillo de su pantalón. Ella lo reconoció enseguida.

—¿Qué haces con eso fuera de tu Casa?

—Cuando tu concuñado dice 'asunto importante' significa 'grave'. Y es precisamente por esto que me di cuenta — señaló la bolsa, mirándola una vez más — . Siéntate por favor.

Al ver las cartas del Tarot, la joven supo que iba en serio. Tomó uno de los sillones y se sentó de un lado de la mesa, a la par que Damasus se quedó de pie frente a ella. En medio desplegó todas las cartas en sus arcanos mayores, apuntándola en un abanico desplegado. Luego las volvió a juntar, las mezcló con rapidez y las dispuso en forma de cruz, desde él hacia ella.

La adivinación, con excepción de las lecturas de Star Hill, estaba proscrita desde el principio de los tiempos. Como siempre, Damasus de Géminis había encontrado la forma de combinar ambos mundos, y siempre que lo restringiese a sus dominios internos en el Templo nada podían decirle. Era la primera vez en su vida que sacaba el mazo fuera, a espaldas de todo el mundo.

Era claramente urgente.

—Por favor, dime algo. Estoy muy nerviosa. — le confesó Thais luego de unos minutos. Damasus la miró con menos severidad y asintió, apoyándose con ambas manos sobre la madera, irguiendo la espalda.

—Sabes que está prohibido, pero lo hago de cuando en vez; me da seguridad para ver cómo fluyen las cosas — comenzó, acomodándose el cabello — e ratí caló at ratí caló, 'la sangre calé es sangre calé'; a veces va más allá de mí mismo. Y es muy extraño que se equivoque. Por supuesto, antes de venir lo corrobore mil veces.

Le señaló unas figuras en un suceso de tres.

Esta eres tú — señaló la carta de la Sacerdotisa — una mujer decidida que está ganando poder. Este es Sage y el lazo que los une — marcó al Papa y a los Enamorados, al lado de la Justicia — ; es un lazo consagrado, o al menos bien visto por lo terreno y lo espiritual, con la bendición de nuestra diosa. Siempre salen igual desde el día que me di cuenta en qué andaban — sonrió despacio, pero luego cambió de expresión— . Lo que me preocupó fue esto.

La imagen idílica se rompió al ver a la Muerte; pero aquella no era la más extraña, sino las que le sucedieron.

Recuerda que la Parca son cambios, transformaciones. Y al lado están la luna y el sol; no como símbolos ni metáforas. Son, literalmente, la Luna y el Sol — la miró fijamente a los ojos — Apolo y Artemisa. — la joven está desconcertada.

—... ¿Qué hacen ellos ahí?

—Ese es el problema — marcó la última carta, el Diablo — . Provocan una ruptura en tu destino: la liberación de un camino que estaba previamente marcado, pero que ellos interrumpen en su voluntad divina. Si lo leemos en el sentido común de nuestro presente, algo está enlazándote con Delfos.

—¿Delfos? ¿Dónde están los Oráculos? — Géminis tomó otra silla y se sentó cruzándose de piernas, sin dejar de mirar a los arcanos desplegados.

—Así es; desde allí se dan los lineamientos del Porvenir, generación tras generación. Sage los ha visitado al principio, y luego cada uno de los Dorados debe ir por lo menos una vez en la vida. Les tengo un respeto infinito, así que en sus fechas voy a darles ofrendas de agradecimiento. Más allá de mi predilección personal son los hermanos mayores de Atenea, aunque sus encarnaciones son muy esporádicas en el tiempo — la miró — .Conozco más el Templo que los demás, quiero decir.

—Pero, ¿qué tengo que ver yo?

Damasus generó un largo silencio.

—Deberás averiguarlo tú. Ellas me cuentan hasta aquí. Tal vez no quieras saber, realmente — miró hacia un lado — . Lo que estoy suponiendo no augura nada que me agrade.

—Dímelo entonces, Damasus.

El Santo Dorado la contempló como si fuera la última vez en su vida; una mezcla entre cariño, enojo, pena y lástima. Respiró profundamente y exhaló.

—El Santuario jamás fue tu hogar. Ni siquiera el llamado de Sextante; son estadíos de paso, herramientas para prepararte. Y nosotros, todos nosotros... sólo un escalón más para tu destino final.

Thais se tiró de lleno en la silla, desahuciada. Impactada y desahuciada.

—... No quiero creerte, Damasus — susurró, pero luego elevó la voz — ¡No quiero! ¡Ustedes...!

—¡Yo tampoco! Te adoro desde el primer día que te vi; por eso, mi cariño y mi deber me dan la fuerzas de decirte estas palabras tan difíciles, para que las proceses con tiempo. Es una responsabilidad grandísima la que vas a tener — suspiró — . Si eliges ignorarlo o no hablarlo con nadie más, será tu decisión y la respetaré.

Un silencio más se extendió entre ambos, cargado de emociones infinitas. Finalmente Sextante levantó su rostro plateado hacia el hombre.

—¿Qué harías tú?

Géminis le sonrió con ternura.

—Disfrutaría cada hora de cada día hasta que llegue el momento de marchar— sus ojos brillaron con melancolía — . Ya lo hago.

Cuando Thais iba a preguntarle el por qué el gitano se puso de pie, besó su mano con dulzura en modo de despedida y le dio la espalda, retirándose como había llegado.

La pelirroja permaneció en aquel lugar durante tanto tiempo que ni el hambre le avisó las horas que habían pasado. Su dimensión de la realidad se redujo en aquel sillón mirando a la nada. Como una reacción para despertarse a sí misma, se quitó la máscara con el ceño fruncido, arrugando todas sus pecas. Se tomó el tabique con los dedos y repasó sus ojos, notando su cansancio. Tenía un nudo en la garganta. Sentía que debía llorar, pero...

Estaba contenta.

Se sorprendió, ¿Por qué le pasaba algo semejante después de esa noticia? ¿Estaba negada? ¿Había enloquecido? No.

Su corazón latió con la intuición perdida en aquel océano que quiso llevársela en la niñez. Fue la misma sensación: Certeza. Las lágrimas que cayeron entonces fueron porque su camino tuvo una luz definitiva. Damasus, o las deidades que iluminaban su predicción, no estaban mintiendo.

"Ese sí es mi Destino"

Y para cumplirlo, debía dejar todo atrás.

—0—

—El designio—

La rutina intentó seguir su rumbo lo más normal que se pudo. Ante semejantes revelaciones, se sentía el fin de las cosas a la vuelta de cada esquina, con la puesta de cada sol. Pero nada ocurrió con el pasar de las semanas. Después de todo, los interlocutores de aquella profecía sabían que en el fondo no dependía de ninguno de ellos.

Hubo entonces una especie de relajamiento mental, en el cual tanto Géminis cómo Sextante continuaron con sus vidas de la misma manera. No hubo ya miradas temerosas o cómplices, sino misiones y deberes. Hasta podían intercambiar una sonrisa quizás resignada, quizás expectante.

Los viejos gemelos muvianos tampoco sospecharon nada en los comportamientos de cada quien. Inclusive, la gran mayoría en el Santuario no parecía sospechar de absolutamente nada nuevo.

A excepción de las mujeres.

Ellas renunciaban a su femineidad para entregarse a la guerra; pero no a las lecturas que en esa época se consideraban "naturales" entre sí. Por eso, Santos Femeninos, capitanas y las civiles que algunas vez habían compartido entrenamiento con Sextante, comenzaron a sospechar de que algo estaba pasando con la pelirroja.

—No deja de sonreír ni de ser amable a pesar de su cansancio cada vez mayor. Sin embargo, está teniendo una actitud errática, como si sus pensamientos la perdieran más rápido que sus palabras.

—¿La estarán obligando a hacer algo allá arriba?

—No lo sé; espero que no sea nada grave.

Samara levantó su rostro y observó de reojo discreta la conversación entre las dos candidatas, mientras terminaba de barrer el salón. Pronto giró su cabeza cuando su jefa volvió a aparecer con dos bolsas de madera de considerable tamaño, poniéndolas con dificultad en el mostrador.

—Listo, jóvenes. Esto es todo lo que pidió la señora Olivia, espero que alcance para esta semana.

Una de las aludidas acercó su rostro metálico al contenido y asintió. La otra sacó de un pequeño estuche de piel unos cuantos dracmas de plata, dejándolos en la mesa. Ante una leve inclinación ambas tomaron las pesadas bolsas con liviandad y se retiraron, pasando al lado de la otra muchacha que las saludó de igual modo.

—... Quizás no esté preparada para su designio.

Fue lo último que la morocha escuchó antes de que salieran de la tienda. Dejó de barrer y sostuvo la escoba con una mano, cerrándola con tensión hasta perderlas de vista. Los pasos de la señora hacia ella la distrajeron.

—¿Te ponen nerviosas? Tienen una actitud corporal tan feroz que dan un poco de resquemor. No verles el rostro sólo empeora la sensación.

—Estoy acostumbrada, usted sabe que vengo de Constelaciones.

—Pero eso fue hace mucho tiempo Samara, has perdido todo... eso — señaló hacia afuera y la chica torció la boca sin decir nada — . Te veo enfadada, sin embargo. ¿Te molestaba de lo que hablaban?

—De quién — le dijo seria, mirando la puerta — . Hablan de Thais de Sextante, el Santo Femenino que está en las labores del Patriarcado. Y es mi amiga.

—Ah, mi niña— la señora rió y sus mejillas redondas de pusieron rojas al estirarse—. Si es el caso, es todo envidia — hizo un gesto de desdén — . Ninguna mujer puede ver a otra más alto sin encontrarle un defecto. No les des atención.

—Supongo... — respondió resignada, mirando el polvillo frente a la escoba. La dueña de la tienda se acercó a darle unas palmaditas en el hombro para volver al mostrador.

—Tu amiga seguramente está allí porque es capaz. El Señor Patriarca es un hombre muy inteligente, sabe a quién elegir para ayudarlo a gobernar. No te desanimes y vuelve a tus labores.

—Sí, claro.

Sin embargo, hacía mucho que la pelirroja no iba a Rodorio con alguna excusa liviana para visitarla; meses, quizás. Lo que sumaba al agravante que sus otras amigas, Santos Femeninos o Capitanas, tampoco la habían vuelto a ver. Y aquellos rumores no eran los únicos; cada vez más los que venían del Santuario hablaban de ella.

Algo no andaba bien.

—0—

—¿Estás seguro de esto?

—Absolutamente.

El Patriarca parecía absolutamente inexpresivo, con el rictus eterno que le acentuaban las sombras de su casco dorado. El rostro plateado que lo observaba reflexionó un segundo y asintió, aceptando la idea.

Las voces de ambos rebotaron de lleno en el gran salón donde estaba el Trono del Comandante en Jefe. Apenas estaba la guardia imperial del otro lado de la puerta de entrada y en las salidas laterales, custodiando las presencias dentro. Lo demás era una apacible soledad.

El soberano se puso de pie de su asiento, al momento en que la joven se levantó luego de inclinarse ante su presencia, como era la costumbre. Aunque nadie los viera todos los observaban. Era la premisa que mantenían de máxima.

Al bajar los escalones, Thais se encontró ya con los ojos de Sage y no los del Patriarca. Tras una breve sonrisa, extendió su mano y la muchacha la tomó.

—No demoremos, debemos regresar antes del atardecer.

—Cómo usted diga.

Hubo una sutil presión de los dedos ajenos, y la joven entendió el afecto que le transmitía con ese pequeño gesto. De la misma manera casi imperceptible, sintió un pequeño tironeo para acercarse más al pecho ajeno.

—Sostén el aire un minuto en los pulmones.— le susurró por lo bajo.

—¿Qu-?

Un subidón de presión la calló de golpe, seguido de vértigo y adrenalina. Cuando retomó dominio sobre sí misma un viento helado sopló sus cabellos. Se soltó de la mano impresionada, y allí pudo ver que ya no estaban en el salón.

¡Oi! ¡¿Qué pasó?!

—Lo siento, lo siento. Si te decía que iba a hacer tu mente no iba a querer — Sage le dijo con un tono de disculpa, quitándose el casco. Su cabello largo se meció también por el viento a esa altura, al igual que las telas de su ropaje — . El efecto de la teletransportación no lo digiere cualquiera — sonrió con algo de culpabilidad — ¿Estás bien?

—Yo... ¡eso fue trampa! — se quejó, pero al verlo reír con algo de travesura su tensión desapareció — Ya, deja de burlarte, ¿dónde estamos?

—Star Hill.

Thais notó que estaban en un lugar desconectado del mundo. A su alrededor había abismos tapados por nubes que quedaban por debajo. A su frente, escaleras antiguas como el tiempo que conducían hacia arriba, donde se hallaba una construcción que terminaba en forma de observatorio astronómico. El sitio tenía un par de niveles y cuartos, pero todos apuntaban hacia las estrellas.

—Star Hill... — repitió, anonadada. Se quitó la máscara, pues allí no había nadie más — . Y pensar que creía que este lugar era una leyenda; o que inclusive se encontraba en alguna dimensión de los dioses — miró a Sage — ¿No es una ilusión, cierto?

—Damasus te tiene mal acostumbrada a confundir la realidad — continuó con el tono íntimo que sostenía con ella — . Este es lugar es real. Estamos en la Tierra, pero lejos. — tras escucharlo, ella buscó sus ojos.

—¿Sigue estando bien que yo esté aquí? Es decir, es un lugar sacro sólo para los Patriarcas...

—Cierto — contestó Sage — . Estaría cometiendo una falta, de no ser porque la diosa me dio la señal de que debías venir.

Sextante lo observó intrigada.

—Ya lo sabías.

—Hace un tiempo, sí; pero quería que estuvieras preparada para el uso de la instrumentación que verás ahí arriba. Por eso especifiqué un poco más tus estudios. No es fácil llegar sabiendo todo lo que has aprendido sobre este lugar.

Thais volteó hacia el horizonte con el sol radiante sobre su cabello, pensativa. Y sus pensamientos le hicieron volver a temer algo que había evitado pensar desde que lo supo.

—Entonces, estoy aquí por un propósito al que fui llamada— dijo con prudencia — ¿Acaso... ?

—Lo desconozco. Solamente obedecí lo que me fue comandado; te confieso que también me da curiosidad.

—En otras palabras, me trajiste aquí para saber de qué se trata. — le dijo, mirándolo con atención. Sage se encogió de hombros.

—Ya sabes lo que dicen: "no culpes al mensajero".

No, claro que no podía culparlo. Pero todos los resquemores ocultos se convirtieron en un nudo en su pecho. Damasus vino a su mente con un gesto acusador, como si la estuviera viendo en ese momento; hasta podía sospechar que no era un producto de su mente. Pero...

Querida, te pusiste pálida de golpe, ¿estás mareada?

—No... no.

—Vamos, entremos.

Subieron tomados del brazo las breves escaleras, para adentrarse al primer salón; un refugio para descansar, con camastros y utensilios para comer en desuso. Más allá que eso, no había nada que ver excepto estantes perdidos en la pared. Al salir del recinto entraron a un segundo, similar, y un tercero, que funcionaban a modo de depósito de objetos y mapas cartográficos obsoletos.

—Debe haber mucha documentación sensible aquí.

—Está escondida del mundo y de los dioses, puedes imaginarte — Sage comentó mirando hacia adelante, sosteniéndola delicadamente, como paseando por algún lugar —. Si después tenemos tiempo podemos volver. Confío en tu silencio para estos secretos, pero conozco de sobra tu curiosidad.

Thais se encogió de hombros con un mohín infantil, haciéndolo sonreír.

Finalmente llegaron a la cámara más grande de todas, precidedia por una puerta enorme de madera y piedra. Hallaron un telescopio de tamaño colosal rodeado de mesas, sillas y estantes con libros que habían perdido la edad. Al lado parecía haber una habitación para descansar, pues aquellas estadías eran bastante largas.

El aura de majestad era tan envolvente que dejaba sin palabras. Una pequeña neblina de polvo y el aroma a hojas viejas daban cierta calidez y regocijo, envolviéndose en un silencio poco común.

—Es maravilloso.

—Lo es. Aquí hay una paz que no existe en ningún lado.

Avanzaron por la habitación, pisando una vieja alfombra que daba lugar a sillones cubiertos por diversos objetos. En sí el lugar tenía la forma de un estudio enorme, con varios escritorios tapados de mapas estelares, pinceles, tinteros de diferentes tonos y cálculos escritos en pizarras improvisadas en la pared (y hasta en la misma pared). Algoritmos, trazos matemáticos y medidas de constelaciones. Todo lo que había estudiado en los libros del Santuario estaba representado ahí; siglos de conocimiento, del puño y letra de cada Patriarca, generación tras generación.

Había un orden en aquel aparente caos, sin embargo; los estantes más lejanos tenían una serie infinita de anotadores y pergaminos de diferentes épocas.

—Todo lo que está tirado por aquí es mi desorden — dijo el muviano mientras veía a la muchacha pasear, tocando y mirando con atención lo que pasaba — . Cada Patriarca guarda el conocimiento del anterior, previo a estudiarlo. Cuando asumí el mando tuve que aprender todo lo que había dejado a medias el maestro Itia para mejorarlo.

—Algo soberbio de tu parte... — le contestó, mirándolo con desafío. El hombre sonrió con sorna.

—No puedo evitarlo cuando estamos solos — remarcó lo último con un dejo de malicia que la hizo ruborizar con violencia — . Nuestra intimidad me hace sentir un hombre mejor que los demás.

—Calla ya, Sage — Thais le contestó —. Eres un adulador.

—Soy honesto. También soy conciente que por más tentadoras que sean las ideas que tengo en mi cabeza al observarte ahora mismo, no debemos distraernos.

Caminó delante de ella, organizando algunos papeles y haciendo lugar. Se sentó donde estaba aquel gigantesco telescopio, ajustando, aceitando y limpiando engranajes y lentes por algunos minutos, hasta que se convenció que estaba calibrado correctamente. Sobre una mesa dejó tinta fresca y papeles nuevos sobre un cuaderno.

—No creo estar preparada para este nivel de lectura — dijo mirando de nuevo a su alrededor y viéndolo trabajar, algo nerviosa— . Siento que me faltan años para entender.

—Te ayudaré, descuida — dijo sacando su ojo del visor — . Ven, siéntate y míralo por tí misma. Tienes cálculos que hacer.

Sextante asintió algo insegura, pero aceptó. No era sólo por su falta de formación, sino porque no quería que nada le confirmara lo que Géminis le había dicho. Ya que si era un mensaje de la diosa, si ella debía ir hasta allí a hacerlo por sí misma... era porque el Destino que le deparaba era demasiado pesado.

Esa odiosa certeza de que estaba haciendo lo correcto la sacaba de sus casillas cada vez.

—¿Puedo preguntarte algo, Sage? — Antes de comenzar a observar la bóveda celeste, Thais se irguió desde el asiento del telescopio; en tanto el muviano se sentaba a su lado en un sillón, con anotadores en mano.

—Lo que desees, querida mía. — respondió, revisando sus propias libretas.

—Sé que es personal, pero... ¿Cómo habla la diosa contigo para que puedas interpretarla desde el firmamento?— ante esa curiosidad, la miró y sonrió.

—Conocí a Hope. Es decir, a su encarnación anterior; convivimos juntos en la misma era — respondió con algo de melancolía — . Ella me dijo que, ante su inminente partida, atendiera a lo que viera en el plano onírico; allí me daría su guía. Y cumplió — suspiró — . Me ha ayudado mucho y he aprendido a entenderla.

—... ¿Y te habló de mí?

—Es más abstracto. Habla de sus hijos como estrellas guardianas. Me habló de Sextante, de cómo vendrías y que tu camino estaría sembrado de incertidumbres, pero que al final siempre saldrías victoriosa para comenzar a ascender. No había nombres ni formas, solamente debía velar por tí. Fue después que conocí tu rostro.— Thais aceptó, conectando cosas entre un parpadeo y el siguiente.

—¿Crees que ha sido ella la que permitió todo lo que nos ocurrió?

—Me gusta pensar eso. De otro modo no habría sido posible. Es decir, es parte de tu sendero; y de manera vanidosa, estoy feliz de que haya sido el elegido para tí— se sonrojó levemente, provocando una sonrisa ajena— . Aunque te confieso que me costó asimilarlo, pensé que estaba entendiéndolo mal. De igual modo, comprendí que debía traerte aquí. No tenía sentido según las leyes, pero... ¿quién soy yo para cuestionarla?

Era cierto... ¿Quiénes eran ellos para cuestionarla?

¿Quién era ella para cuestionarla?

Vaya... nunca hablé de los mensajes de Hope, siquiera con Hakurei.

—Siguiendo tu razonamiento, debías decírmelo aquí en Star Hill — Thais sonrió de nuevo — . Descuida, no te haré hablar más de esto. Gracias.

Su ojo gris se apoyó en el visor de la lente, y su mente se trasladó al espacio exterior. Era una vista fuera de cualquier tipo de imaginación. Por un momento logró abstraerse, mirando todas las coloridas sendas de galaxias visibles de todo tamaño y color; formando constelaciones de cerca, y posibilidades infinitas de lejos.

—Es fascinante — comentó Sage luego de un respetuoso silencio, satisfecho por las expresiones en el rostro pecoso — . Recuerda en lo que debes concentrarte.

—Sí, claro.

Casi a tientas, tomó la pluma y la tinta y comenzó a esbozar datos a toda velocidad; coordenadas, puntos vigías y algoritmos en forma de espiral, que chocaban unos con otros. Los dedos pecosos comenzaron a mancharse de tinta, entre hoja y hoja. Concentrada, mantenía un ojo en el cielo y otro en la tierra, anotando todo lo que podía leer.

Estaba como poseída, su cabeza susurrando información como una cascada a la que no podía perder pisada, sin importar el calambre entre sus dedos. Perdió la noción del tiempo, mas a su lado estaba su atenta compañía que la vigilaba en silencio.

Al terminar tuvo que refregarse la cuenca del ojo, pues se le había dormido la piel.

—Hay ocasiones en las que me has sorprendido, y en otras, asustado. Hoy es lo segundo — dijo el Patriarca, enternecido — . La velocidad en la que haces los cálculos sin mirar son cosas que no veía desde mi superior. — la muchacha observó como había casi tres decenas de hojas llenas de escrituras y números, sin haberse percatado de cuándo lo había hecho.

—N-no es para tanto... todo debe estar mal.

—Algunos detalles, pero los corregí mientras trabajabas; no iba a interrumpirte — miró los papeles — . Pasemos esto en el mapa estelar.

Tomar los datos era sólo el principio de una larga jornada, y ahora entendía por qué. Había que hacer varias lecturas, muchísimas cuentas, y comprobar por varias fuentes hasta que el resultado tuviera coherencia suficiente como para ser interpretado hacía algún sentido. En general, muchas veces había que repasar todo una y otra vez hasta hallar ubicaciones exactas. Por eso costaba tanto encontrar a las reencarnaciones del Ejército propio y de los enemigos: Escondidos en miles de enigmas numéricos, eran lejanos a la capacidad de raciocinio humana. Ergo, había sido excepcional que el actual Patriarca encontrase tantos en tan poco tiempo.

La pelirroja se sentó en una cómoda, mirando a Sage como tomaba los resultados preliminares y los comparaba en un mapa complejísimo y antiguo que cubrían media pared. Con instrumentos varios y reliquias que Thais jamás había visto, tomaba la medición a ojo; marcaba un punto y volvía anotar. Luego, trazaba y corregía milímetros para volver a trazar con hilos dorados. El mapa comenzó a tener sentido para la muchacha, y reconoció la bóveda celeste; a otras constelaciones, a ella misma y a todos los que estaban en su época.

Sage se dirigió entonces a un extenso archivero, buscando fichas que resultaron ser una la carta astral y una carta natal. Sextante se dio cuenta de que eran el seguimiento que el hombre había tomado de su estrella, haciéndola sonreír. Comparó la rueda que mantenía la lectura y midió la ubicación de las Casas a una velocidad que apenas pudo ver. Finalmente, notó como cada Casa tenía su patrono, que simbolizaba al dios griego correspondiente. Ella sabía que así se detectaba a los elegidos de ambos bandos cuando las guerras se aproximaban. A su lógica, las 88 constelaciones debían estar en el seno de Virgo, donde era representada Atenea.

—No puede ser.

La voz de Sage la sacó de su feliz ensimismamiento para notar su cara de preocupación. Repasó, murmurando los cálculos. Expuso un mapa sobre otro y los alineó. La misma coherencia. Lo intentó de nuevo. Y de nuevo.

—... ¿Qué ocurre?

—Yo... — quiso mirarla a los ojos, pero no se atrevió. Sextante se puso de pie, alarmada por su corazonada.

—¿Necesitas ayuda?

—No — le dijo cortante, dándole la espalda — . Puedo hacer esto. Y no pude haberme equivocado de este modo.

—No entiendo, ¿en qu- ?

Sage la paralizó. Hacía mucho que no le daba esa mirada de severidad; mas pronto su enojo fue con él mismo, y sus ojos reflejaron una tristeza infinita. Suspiró, y al superponer un mapa sobre otro, le mostró cómo se transparentaban los patronos de aquella Sextante.

—Atenea no es quien te vela. Tienes algo de ella, pero, en verdad...

Señaló, y los signos marcaron sus cardinales sobre la Casas que regían Apolo y Artemisa.

No perteneces aquí, Thais — terminó de decir, desahuciado y bajando los brazos, dejando todos los papeles en la mesa — . No eres del Santuario. Sólo debías tener a Sextante para acceder al poder divino de...

—... ¿De?

—La Cloth fue sólo un medio. Tu hogar verdadero es Delfos, donde residen los Oráculos.

Damasus... ¡Maldito una y mil veces, Géminis!

—No... ¡no! ¡Este es mi hogar! — se sonrojó de rabia y congoja, apretando sus puños con fuerza —¡Yo soy Sextante! ¡Y tú eres...!

—Basta niña, calla. — Sage cerró los ojos y giró su rostro, apoyándose en una de las mesas. Su cuerpo le pesaba toneladas, sintiéndose más decrépito que nunca. La mujer se mordió los labios mientras las lágrimas caían en silencio, mojando cada peca de sus mejillas.

—No me callarás.— dio zancadas hacia él y, sin pensarlo, tomó el rostro ajeno entre sus manos, buscando sus ojos. No le importó que la viera llorar, vulnerable, a punto de quebrarse pero con el ceño fruncido, sosteniéndose con la cordura que le quedaba.

Allí, tan cerca, el Patriarca comprendió que su pequeña flor había sospechado algo de aquella suerte. Sus ojos estaban tristes, sí, pero no anonadados ante semejante noticia. Cuando lo comprendió todo le tomó las manos, besándolas con cariño.

—Mi bella Thais... ocultaste esta certeza por tanto tiempo — susurró, apenas separados con un suspiro — ¿Por qué no me lo dijiste?

—No quise escuchar a mi mente, no quise ver a mis sueños cada vez más patentes — murmuró en un hilo de voz mientras las lágrimas seguían cayendo. Omitió que todo eso había comenzado con Damasus, pero debía protegerlo — . Todo lo que me has dicho, el que yo esté aquí... no quería que pasara. Sigo sin querer aceptarlo, porque se me parte el alma al escuchar tu corazón quebrarse frente a esta dicotomía en la que nos ponen. Me tienta maldecir mi suerte, pero sé que es lo correcto. Y no es justo.

—No es justo —la apoyó, con un tono desganado. Acarició su rostro como la primera vez, contemplándola — . Y para mi desgracia, no me equivoco en Star Hill.

—Jamás te equivocas, Sage.

—Por el contrario, he errado mucho querida mía. Podría dar cuenta cualquier pecado o castigo que deba recibir por el pasado de mi larga vida— frunció el ceño, convencido de sus palabras— . Pero nunca me arrepentiré de ti.

Aquel beso triste fue el inicio de una larga despedida, que continuó de regreso al Santuario.

—0—

—La despedida—

Allí donde habían sucedido días soleados en medio de batallas y misiones, comenzó a surgir una penumbra invisible que colocó un lastre en la espalda de los habitantes de Atenas. De modo inconciente, todos sintieron la pesadez de las noticias que terminarían con los que serían recordados como los años felices del Santuario.

—¡Lugonis!

Zaphiri corrió hacia él apenas lo vio rondando Escorpio. El Santo de la Última Casa venía pensativo, vestido con sus ropas civiles.

—Acabo de verlo, está recuperándose con los médicos de Rodorio — le contestó ante la preocupación que pudo leer en sus ojos — . En unos días estará caminando de nuevo, no te preocupes.

—¡No puedo creer que hayan podido herir al señor Ilias!

—Bueno, es humano. Aunque se considere parte de la Naturaleza, la carne es la carne — se encogió de hombros, acomodándose el cabello con los guantes negros que que envolvían sus manos — . Aunque, si me preguntas, fue una sobreexigencia. Eran demasiados enemigos; a veces su orgullo le juega en contra. Pero es fuerte, se pondrá bien pronto.

—¿Será que puedo visitarlo?

—Si has terminado tus labores, sí, se pondrá contento de verte. — sonrió apenas. El muchacho asintió y siguió camino, escaleras abajo.

Lugonis escuchó un trueno lejano entre las montañas, y levantó la vista al cielo. Era una tormenta muy grande, pues habían pasado varias jornadas desde que el sol no se veía. Para colmo, en esas alturas se sentía más el viento gélido.

'Una bóveda triste que despide una época de oro'

Recordó las palabras de Géminis, y pensó enseguida en él. Regresaría en aquellos días al Recinto luego de un mes siguiendo la pista definitiva de su gemelo; lo cual, según había entendido, no iba a terminar en nada bueno. Ya no había esperanzas de recuperar una familia, sino de terminar de destrozarla.

Tenía esa misma sensación expandida entre todos ellos. No se atrevía a preguntar; el Patriarca estaba hermético y su hermano se hallaba en Jamir, terminando de adoctrinar a sus pupilos. Todos staban callados y distantes. El Santuario parecía sumirse en un silencio que anticipaba un duelo de lo inevitable, algo peor que una muerte.

"¿Acaso de estos cielos hablaron tus cartas, Damasus?"

Ya podría preguntarle. O al menos eso esperaba.

Continuó su camino ascendente, perdiéndose en la bruma.

—0—

—¿Delfos?

—Así es; pronto partiré a la tierra de los Oráculos para continuar con mi misión, según la palabra de los dioses.

La voz sonaba con más firmeza en aquella silenciosa y vieja sala. Como una pintura en chiaroscuro, las siluetas se dibujaban por contraste en las mismas sombras, gracias a los candelabros de aceite que quitaban parcialmente la penumbra.

—Pero, ¿por qué?— una joven levantó la mano, desconcertada a través del metal — ¿Acaso es una tarea a largo plazo, o...?

—Es todo lo que les voy a decir, aprendices. Debo obedecer, como todos. No dejo de ser un soldado, un Santo Femenino. El que haya estado aquí no me hace ninguna excepción; siquiera el Patriarca puede evadir esta orden — se detuvo un momento, para cobrar coraje en cada palabra sin quebrarse — . Y los reuní en nuestra sala de trabajo para agradecerles personalmente toda la confianza que han depositado en mí.

Thais agradeció más que nunca tener su rostro escondido tras su máscara. La congoja era demasiada; pero al menos podía templar su voz. Sus ayudantes, casi rozando la decena, estaban sentados a su alrededor, sorprendidos y disgustados por la partida de quien consideraban una buena superior.

—Su presencia hará mucha falta en el Santuario. — dijo uno de repente, cortando el silencio.

— Ya nada será igual.— suspiró otra. A su lado, una compañera trataba de contener las lágrimas. Sextante asintió, y pensó unos momentos.

—Les agradezco sus palabras. Han aprendido bien y serán excelentes administradores. Auxilien a los Capitanes y Capitanas del Recinto, y dejen todo ordenado para que el Patriarca no pierda tiempo en buscar nada. Si la desgracia de la Guerra les alcanza antes de volverlos a ver, luchen hasta el final. Sé que lo harán bien.

Las demostraciones de afecto estaban mal vistas entre jerarquías; pero eso no logró evitar que todos se pusieran de pie y se inclinaran ante ella como si fuera el propio Comandante en Jefe.

—Gracias por su sabiduría, Thais de Sextante. Jamás la olvidaremos.

Era lo que correspondía.

Los vio partir de la sala, tras muchas jornadas de trabajo; un tiempo en que no se detuvieron nunca. Los dejó ir, erguida y orgullosa, hasta que los guardias los escoltaron camino abajo. Apenas se cerró la puerta, se desplomó en su silla y se quitó la máscara secando sus lágrimas.

Aquello dolía más que todos los castigos que había recibido nunca.

"Tengo que ir a Rodorio y a la Ciudad de las Constelaciones. Escribir cartas; sé que lo comprenderán si se las entrega Damasus. Avisarle a los Santos Dorados y... debería preguntarle primero a Sage."

Estaba actuando con albedrío propio, mas era el Patriarca quien debía anunciar la noticia a la Élite. No lo haría hasta el final; tampoco quería que estuviera presente mientras ella pisaba sobre las partes rotas de un corazón que se desmoronaba con el correr de los días.

Era una situación irreal. Habían podido amar como pocos en esa vida; inclusive en algún momento tuvieron la vergonzosa intención de dejarlo todo para irse juntos y nunca volver. Pero duró poco, ya que en fondo sus corazones eran altruistas, entregados a una sola cosa:

Atenea, el mundo y el deber estaban primero.

—Señora, disculpe.

Un soldado la sacó de sus pensamientos, lo suficientemente rápido como para colocarse la máscara por instinto.

—Dime.

—El señor Patriarca la espera en su estudio.

Seguro ya se habría enterado. No esperaba un regaño ni mucho menos; pero le dolía que supiera todo lo que estaba haciendo justo bajo sus narices. Aceptó y acompañó al guardia que la escoltó hasta la entrada. Tocó la puerta y se retiró a su puesto, dejándola sola.

Al entrar, parecía un día cualquiera antes de Star Hill. Sage estaba hundido entre papeles y libros, trabajando sin descanso. Cuando la joven caminó hacia él quitándose la máscara, envolvió el papel que había firmado y le derritió un sello lacrado, guardándolo en un tubo dorado.

—Enviaré una carta a Delfos para que las regentes sepan lo que ha pasado; aunque realmente creo que ya están esperándote. No lo sé — cerró la tapa con fuerza — . Quiero saber que estamos haciendo lo correcto.

—Es lo correcto — contestó suavemente Thais, sentándose frente de él. Sentía la tensión y el enojo en el cosmo del viejo Cáncer, así que tomó las manos que sostenían el tubo de metal para relajarlas — . Vas a romperlo.

—Es la primer carta que logro escribir con la educación que se merecen; rompí muchas antes — confesó, pasándose una mano por el rostro, cansado — . Estoy muy atribulado como para pensar como corresponde.

—Sé que quieres mantener el protocolo, pero estamos muy afectados — tomó el tubo y lo dejó sobre la mesa — . Déjalo por un rato, ¿si?

Sage finalmente la miró a los ojos y suspiró, acariciándole el rostro.

—Te llamé porque quería dártelo; es lo último que debo hacer como tu superior. Luego Hakurei debe recibir tu Cloth junto a tu dimisión para finalmente partir. Y antes debo comunicarlo a los Santos Dorados.

—Lo sé, lo sé. Pero Hakurei tiene que volver, y Damasus. Seguro que en el camino hallarán la manera de encontrarse. Además, Ilias debe recuperarse...

Sage sonrió, negando divertido.

—Encontramos excusas por doquier.

—Me iré a Delfos, querido mío— dijo Thais, besando la mano que sostenía su rostro —. Marcharé cuando sea el momento. Los dioses que me esperan no pueden enfadarse... y la diosa que me acunó toda la vida no va a prohibirnos ninguna despedida.

—Al final, eres más correcta que yo mismo— sonrió con candidez —. No dejas de hacerme sentir orgulloso.

—No desesperes, ni guardes rencor. Tú mismo me has dicho aquello, para no repetir el error de Itia de Libra. Todo esto tiene un motivo, y nuestro amor existe por algo. Me hizo infinitamente más fuerte de lo que jamás sería siendo sólo Sextante; y a tí te volvió al presente, porque te recordó que este también es tu tiempo. Yo estoy aquí.

Sonrió, aún triste; esperanzada con la idea de que no solamente su lejanía había sido señalada en el tarot del gitano, sino que, además, ese lazo no podría destruirse.

Tenemos demasiados propósitos para continuar. El mío es claro: si quieren que sea un oráculo y no un soldado, lo seré.

—Y serás la mejor— acotó—. Temo pensar que no estarás allí para formar parte de las auxiliares ni de las oráculos menores. Cómo brilla tu estrella, quizás seas más que eso. Y entonces...

—Entonces te ayudaré desde allá— interrumpió con un tono más esperanzador—. Crecí en el Santuario y sé lo que necesita.

El Patriarca tomó el rostro pecoso entre sus dedos grandes, besándola con ternura a través de la mesa.

—Deja de darme motivos para seguir enamorándome y sufrir más, niña.

—Te dejo motivos para que el tiempo corra más velozmente — le sonrió apenas — . Has pasado más de dos vidas gracias a la fe que depositas en quienes amas. Confía en mí.

—Por supuesto que confío en tí. Aunque la misma Muerte nos separe.

—Por lo pronto no aceptaremos bailar con Ella aún, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—0—

Un día, Damasus regresó. Las nubes se habían dispersado del cielo pero bajaron para quedarse en sus ojos, pues llevaban a una determinación que no tenía vuelta atrás.

Leo se recuperó para volver a sus labores y estuvo en condiciones de atender el llamado del Patriarca, al igual que Escorpio. Del mismo modo, Hakurei regresó de Jamir con la noticia de que ya había gente trabajando para él. Como llegaron al mismo tiempo, era claro que Altar y Géminis se habían encontrado en el camino. Mas aquello ya no era simpático de escuchar. Ni siquiera el hecho que desde aquella jornada de Star Hill, Sage no se había despegado de Thais, apenas dejándola ir para despedirse de sus amigas en Rodorio, y escribir las cartas para las ausentes que no llegaría a ver.

Nada era luminoso, ni amoroso. Porque nada era suficiente.

—Te lo dije aquella vez, y lo diré enfrente de todos hoy: cuando bajes la mirada, aquí estaremos esperándote.

El gitano ya no sonreía como antes, ni sus joyas tintineaban bajo el sol. Siquiera danzaba cerca de Ilias para molestarlo o se sonrojaba cuando Hakurei le besaba el cabello al pasar. Algo de él se había quedado en su viaje; y dentro no mucho más se llevaría el resto.

—Se los agradezco.

—Estás más armada de lo que creía para algo así. Eso ya habla por tí.

La pelirroja sonrió y se inclinó levemente, agradecida por el comentario de Zaphiri.

—Todos ustedes han sido excelentes maestros. Son como hermanos mayores, mi familia; aquí fui instruida, protegida y amada. No puedo pedir nada más.

—Cuando hables con aquellos dioses, diles que algún día queremos volver a verte — Lugonis finalmente habló, demasiado acongojado como para decir mucho — . Puede que aquel sea tu camino, pero nosotros somos parte de él.

Los ojos grises de la joven brillaron, conteniendo las lágrimas. Detrás de ella estaba Sage, mirando hacia el vacío como un espectro.

—Dí algo, viejo herrero — Damasus de repente llamó la atención de quien estaba a su lado— . Pasará un buen tiempo hasta entonces.

—Nunca se le he dejado fácil a Atenea, ni a mi Patriarca. Muchos menos a mis compañeros o a mi hermano; siquiera a Hades y a sus dioses gemelos. Estos no serán la excepción — Altar la miró con seriedad— . Estoy todo lo enfadado que puedo estar en esta situación, y hasta podría enfadarme más aún en nombre de Sage. Pero no soy necio. Sé que es esto lo que te toca y no irrumpiré en nada que signifique perjudicarte — se acercó — . Pero quiero que sepas que apenas des una mínima señal yo, que puedo moverme más libremente, iré a verte cuando lo precises. Los Primogénitos no me atemorizan.

Géminis asintió aprobando sus palabras, y le habló a continuación a la joven —También te veré una vez más antes de ir por mi hermano. — Hakurei desvió la mirada.

—¿Lo has hallado? — Sextante se olvidó de la reunión por un momento; ante la cara de todos, supo que era la única que no estaba informada. Sobre todo cuando el moreno miró a Sage y este asintió. Damasus entonces sonrió con lástima.

—¿Recuerdas que años atrás, al ganar tu Cloth, me preguntaste qué pasaría si no descubría algo bueno de mi gemelo? El Patriarca trabajó mucho para hallarlo, pues lo mantenían oculto en las lecturas cósmicas. Pero ahora sé donde está y dónde vive; y que ha recibido su parte maldita, convirtiéndose en un Espectro.

—Oh... lo lamento.

—No te preocupes. Ya he lamentado a Darío lo suficiente — puso los brazos en jarro, suspirando — . Mis esperanzas se esfumaron en mi último viaje. Sólo me queda prepararme y hacer lo que debo. Pero, como dije, te prometo que te veré una vez más antes de eso. Hasta entonces, no te librarás de este gitano tan fácilmente.

Thais no lo soportó más. Rompió la tensión y corrió hacia Géminis, abrazándolo como una niña. Toda aquella fortaleza que quiso mantener cayó como un cascarón viejo.

Damasus la sostuvo fuerte y miró a Hakurei para no llorar, girando el rostro; ante ese pedido de auxilio invisible, Altar se acercó para apoyarlo y tratar de consolar a la muchacha. Zaphiri torció la boca y terció el pequeño círculo, avergonzado por sus propios sentimientos. Luego fue Lugonis desde su eterna distancia; e Ilias quedó con los ojos cerrados, para ver que le susurraba el viento. Sage no se movió, ni hizo nada tampoco. Era el momento de aquellos, sus otrora discípulos.

—Si el Patriarca me lo permite, me gustaría ser el escolta hasta aquel sitio sagrado.

Todos miraron sorprendidos al rubio, inclusive la joven.

—¿Leo? — el anciano lo observó curioso, y este asintió.

—Disculpe el atrevimiento, maestro Sage, pero ninguno de los presentes tiene el temple para presentarse ante las viejas oráculos regentes. Estamos llevando alguien de los nuestros a cumplir su designio, y debemos estar a la altura para ser embajadores del Santuario. En ustedes no habrá calma alguna al verla ingresar al Templo de Apolo.

Se calló, mirándola.

No me malentiendas, Sextante. También siento afecto por tí, pero la Naturaleza me dijo que soy el adecuado para hacerlo.

Damasus iba a abrir la boca en modo de protesta, pero Hakurei le tocó el brazo. Miró a su gemelo quien, pensativo, aceptó.

—Serás el responsable de llevarla a salvo, Ilias de Leo. Este movimiento no pasará desapercibido para quienes nos enfrentan, y a partir de hoy nos seguirán más de cerca. Que un Santo de Atenea esté enlazado con los oráculos puede llegar a definir el inicio de la Guerra Santa.

Thais frunció el ceño, dejando su dolor atrás. Halló en la mirada afilada del Santo Dorado lo que necesitaba para armarse de nuevo: certeza.

—Tendremos buen camino— le contestó Ilias—. Sextante no me necesita para defenderse, pero cierto es que tampoco estaremos tranquilos. Al menos quiero asegurarme de que se cumpla con lo que usted ha anunciado.

—Así será, Leo— dijo Altar, ante el silencio de su hermano —. Regresen a sus puestos. La partida será al amanecer. Tú y yo debemos ir a la Sala de Armaduras, Thais.

—Está bien— los miró una vez más emocionada y se inclinó levemente — . Gracias por todo.

—Que Atenea ilumine tu senda hasta el final, compañera.

Lugonis fue quien habló por todos y cada Dorado se alejó, a excepción de Damasus. Por el contrario, el hombre estaba determinado a tal punto que se cruzó de brazos.

—¿Qué ocurre, Géminis? — el gitano miró al Patriarca ante la pregunta.

—La señora tiene una promesa que cumplir; han pasado años de eso, pero los calé no olvidan.

—¿Promesa?

—Tiene razón — irrumpió la pelirroja, haciéndole un gesto — . Cubriré mi falta.

Cuando Hakurei entendió lo que iba a pasar, tuvo el instinto de voltearse y darle la espalda; pero su hermano se lo impidió con un gesto. El Herrero Celestial no estaba muy seguro, pero no volvió a negarse. Solamente contempló cómo la muchacha tomaba su máscara plateada y descubría su rostro por primera vez frente a hombres que no eran su amado.

La sonrisa de Damasus fue lo más ancha que pudo abarcar su rostro, y coloreó apenas las mejillas oscuras.

—Anticipaba una niña adorable, mas te has hecho toda una mujer; como esas heroínas celtas, salvajes y plagadas de estrellas — se inclinó ante ella — . Muchas gracias por tu belleza, Thais de Sextante. Puedo comenzar a esperar en paz.

—Gracias a ustedes por lo que han hecho por mí todos estos años — miró a Hakurei y este aún estaba algo sonrojado — . Debí otorgar mi confianza antes... y me arrepiento, jamás anticipé esta suerte.

—Es lo que debe ser — contestó Altar, inclinándose también — . Tenemos que irnos, pequeña — Ella aceptó y la tristeza inundó sus ojos, mas Géminis reflejó la alegría de antaño en su semblante.

—Hasta que nos volvamos a ver. — el moreno sopló un beso hacia ella y, con un chispeo de su cosmo dorado, se desmaterializó.

—0—

La dimisión de la Armadura era algo que sólo se realizaba por muerte prematura o deserción... que terminaba también en muerte. Que una Cloth se quedara sin su dueño en vida y en buenos términos, era algo que rozaba lo inaudito.

Aquella pelirroja era algo inaudito por sí mismo.

Los viejos gemelos fueron los únicos testigos de aquella silenciosa y triste entrega en el Salón de Armaduras, que estaban ansiosas por conocer a sus nuevos portadores. En aquel caso particular, sin embargo, Sextante la seguiría el resto de su vida; puesto que aunque no podía llevarla a tierras de otros dioses, cualquier eventualidad o peligro mortal haría que la cloth volase hacia ella para protegerla, hasta los confines de cualquier universo.

Después de todo, también estaba viva; y Altar podía sentir como lloraba por el tan breve tiempo compartido.

—Lo siento, Sextante. Seguiré luchando desde donde me toque para volver a estar juntas. No te olvidaré. — susurró Thais contra la caja, dándole palmaditas. Se la entregó a Hakurei y este, cuan duelo, la colocó con solemnidad en uno de los niveles junto a sus hermanas de bronce.

Tras un fuerte abrazo por parte del Herrero, la pareja quedó en soledad.

—No te irás sola — dijo luego Sage, tras contemplarla — . Siempre estaremos aquí.

—Nunca estuve sola, ni lo estaré nunca — la pelirroja sonrió y tomó la mano ajena con delicadeza — . Como todas estas noches, que el amanecer nos encuentre juntos de nuevo.

—Hasta el fin de los tiempos. — concluyó el Patriarca, acariciándole el rostro con infinito amor.

Los instantes desde aquel fueron breves; y la partida en el alba, silenciosa y discreta. Sage de Cáncer contempló desde el ventanal más grande de su habitación cómo, entre las primeras luces en los ojos del sol, los senderos a Delfos se abrieron para dos seres que cabalgaron hacia el Norte, en busca de caminos más escarpados. Sin más lágrimas, palabras ni despedidas.

Desde aquel día, los ojos cansados de tanto vivir se posarían a diario hacia esa dirección, con una esperanza que solamente sostiene el alma que supo amar. Sin embargo, no había tiempo que perder.

Entre las estrellas, los nuevos Santos Dorados comenzaron a aparecer para que, poco después, la nueva de encarnación de la diosa se vislumbrase en Star Hill bajo la vigilia de un Soberano que guardó su corazón lejos del pecho, y se volcó de lleno para lo que había nacido: La Guerra Santa estaba a punto de iniciar su ciclo. Ahora, los dioses los miraban una vez más.

Y comenzaría una nueva tempestad.

+++++++FIN++++++++