I
Lovino miraba paciente a su hermano y a su abuelo conversando animadamente, felices. Estaban tranquilos, sentados en el salón principal del catillo esperando, pacientes. Ahora mismo Lovino disfrutaba con su familia, aunque faltará uno.
No estaba preocupado, miró con tranquilidad a Daniel que entraba a la habitación avisando que el carruaje estaba bien. Tranquilos, los tres, salieron del salón. Feliciano y su abuelo hablando animadamente, y Lovino en silencio escuchándoles. Por un momento, su cabeza comenzó a doler un poco, restándole importancia siguió su camino. Al salir del castillo el viento golpeó fuertemente su cara, el aire estaba fresco por la lluvia anterior, Lovino sonrió recordando levemente.
― ¿Dónde está él?
La pregunta hizo que Lovino se sobresaltara mirando a su hermano, su abuelo le contestó tranquilo
― Lo veremos allá, recordéis que hace unos días fue a visitar al pequeño Gilbert y su hermano, Ludwig.
Feliciano, contento comenzó a saltar de felicidad.
― Estoy emocionado de volveros a ver, abuelo. ― Reía y daba vueltas saltando, para luego detenerse y mirar a su hermano. ― ¿Estas emocionado Lovino?
― No mucho.
Feliciano simplemente sonrió para subir al carruaje adelantándoles.
― Espero y esta vez podremos tener una reunión eficiente. ― Su abuelo le miró, sonriente.
― No te preocupes, Lovino, que todo está bien.
Rómulo subió, saludando a Antonio que se encontraba parado a un lado del carruaje, esperando. Lovino le quedo mirando para luego, subirse al carruaje.
― Hola ― le susurró.
Antonio, contento le respondió, para luego cerrar la puerta e ir en camino a su caballo.
― ¡Allá vamos, reino de Euphor!
Su abuelo contento gritó, emocionando más al pequeño de los descendientes.
Durante el camino, disfrutó de los maravillosos paisajes, conversó con su abuelo y su hermano, comió un poco de frutas y bebió del buen vino, y se sonrojó un par de veces cuando Antonio se daba cuenta de que lo observaba a través de la ventana y este, le sonreía. Feliciano miraba feliz a su hermano cuando se sonrojaba, sabía el por qué y no podía estar más contento por ello. Podía ser el menor, pero eso no quitaba lo astuto que podía llegar a ser, por algo era descendiente del rey de Estur.
Cuando llegaron, Lovino dormitaba en su asiento, el dolor de su cabeza había aumentado a tal punto de que durmiera para que bajase el dolor, su abuelo impidió que Feliciano lo despertara, tenía un plan. Ambos bajaron, con mirada cómplice.
― Antonio.
Rómulo llamo al guardián de la familia real, su fiel guardián. Feliciano cubrió su boca con sus manos para evitar reír.
― Mi rey― Antonio apareció frente a ellos con su verdosa y amable mirada, su sonrisa imborrable y su esencia tranquila.
― Quiero que despiertes a mi nieto Lovino, se ha quedado dormido por el viaje.
― Si, mi rey. ― A paso firme camino al carruaje, abriendo la puerta suavemente. ― Mi señor Lovino, despierte.
Suavemente sacudió al mayor de los gemelos, este se quejó provocando que a Antonio se le derritiera el corazón.
― Hemos llegado, mi señor.
Lovino despertó, frotando sus ojos. Al parecer el dolor disminuyo, por el momento. Aliviado se estiró, aún con ojos cerrados, en su asiento.
― ¿Qué? ― preguntó, desorientado.
― Mi señor Lovino, hemos llegado.
Su corazón se detuvo por unos segundos, para luego no detenerse ni un poco, aumentando sus palpitaciones. Se sonrojó de sobre manera al chocar con los ojos verdes de Antonio, que le sonreía.
«Debería estar en contra de la ley ser tan… Antonio»
Lovino no dijo nada y bajó del carruaje seguido por Antonio. Miró todo a su alrededor, sin encontrar a su abuelo o a su hermano. Bufo algo molesto «Estos idiotas lo hicieron a propósito». Aun con el sonrojo en su cara, miró a Antonio.
― Llévame con mi hermano, ahora.
Antonio sonrió, mirando delicadamente al mayor de los gemelos.
― De inmediato, mi señor. ― Antes de emprender camino, miró a su señor, sonriendo tierno. ― Señor Lovino.
― ¿Qué? ― pregunto, borde.
― Tiene el cabello desordenado.
Lovino le quedo mirando. Para luego suspirar y cerrar sus ojos, molesto.
― Arréglamelo.
Lovino maldijo en todos los idiomas que manejaba, a Daniel que se encontraba divertido mirando la escena.
Para cuando Lovino y Antonio llegaron con Feliciano, que curiosamente estaba en el jardín y no en el salón de descanso como le habían informado, Lovino se encontraba todo rojo evitando la mirada de Antonio.
― Antonio, ve con mi abuelo, ahora. ― Lovino miró a su hermano menor, que le miraba con inocencia, fingida para él.
― Me retiro. ― Antonio camino hacia la entrada del jardín, para salir.
Cuando Antonio ya no se encontraba en el jardín, Lovino lo apuntó, molesto.
― Lo hiciste a propósito.
― ¿Qué cosa, hermano? ― Feliciano lo quedó mirando, inocente.
― No quiero que vuelvas a hacer algo como eso. ― Lovino tomo asiento a su lado ante la mirada tierna de su hermano.― Se lo que intentas, hermano. Pero no quiero que lo hagas.
Feliciano, suspiro para acercarse a él y abrazarlo.
― No tiene anda de malo.
― Claro que sí. Es el guardián real, hermano, no podemos tener esos tipos de relaciones tan… cercanas.
― ¿Te hace sentir bien, no es así? ― Feliciano escondió su cara en las ropas de su hermano mayor, tiernamente. ― Si se quieren, no importa, al abuelo no le importa, mucho menos a mí.
― ¿Sabes a quien sí?, la gente del pueblo, Feliciano. Soy general del ejército, no me puedo dar esos lujos. ― Sus ojos comenzaron a nublarse, para luego levantarse ante la mirada triste de su hermano. ― Pero no voy a negar que lo quiero, Feli, solo… Nuestro destino no es estar juntos.
Lovino se retiró del lugar, cabizbajo con lágrimas en las mejillas.
― Heracles no piensa lo mismo― susurro, llorando.
Lovino caminó rápidamente dentro del castillo en el que se encontraban. « No llores, imbecil», siguió su camino ignorando al sirviente que lo miraba curioso. Pero el mundo lo odiaba, lo confirmo cuando miró a Antonio hablando con Daniel en el otro extremo del pasillo. Comenzó a buscar desesperado, una forma de evitarlos, pero al no encontrar, caminó directo hacia ellos.
― Señor Lovino, el rey lo llama. ― Daniel miró al mayor de los gemelos asentir cabizbajo, pasando de largo.
― Disculpa, Antonio, debo ir a verlo. ― Daniel se excusó, para emprender camino.
― Espero no ser yo el culpable de sus lágrimas… ― Antonio lo miró apenado y desesperado, preguntó― ¿Hice algo malo?
― No, Antonio no hiciste nada malo, no te preocupes, estará bien. ― Regreso donde él y golpeó su espalda, para luego comenzar a alejarse. ― Lo único que hicieron es enamorarse. ― susurro, triste.
Había cosas que Daniel podía soportar, había presenciado cosas horribles antes de convertirse en un sirviente real. Pero aun así, no podía soportar ver a alguien llorando, mucho menos a alguien como Lovino. Con cuidado se acercó a él, después de cerrar la puerta del salón en el que habían entrado, sonriendo tiernamente.
― No tiene nada de malo llorar, mi señor Lovino. ― Se paró frente a él, a una distancia prudente.
― Es estúpido, y me hace ver débil. ― Lovino limpió bruscamente sus lágrimas. ― Maldición.
― Si me permite decir, mi señor, el amor es algo hermoso que debe apreciarse al máximo.
Lovino negó con la cabeza, levantándose del suelo. Con los ojos y nariz roja, habló.
― El amor es estúpido, las únicas personas que quiero son a mis hermanos y mi abuelo.
― ¿Y sus padres? ― preguntó, triste.
― Están muertos, Daniel, no vale la pena siquiera pensar en ello.
Lovino caminó hacia la puerta y al abrirla un poco, miró sobre su hombro.
― Si alguien pregunta, fue mi alergia, Daniel. ― abrió completamente la puerta para salir.
― Todos sabemos que es más que eso, mi señor― Daniel susurro al verlo caminar lejos de la habitación.
EL mayor de los gemelos, se dio una vueltas para que sus ojos y nariz rojos no fueran tan evidentes al entrar al salón. Pero un dolor de cabeza comenzó después de unos minutos, ignorándolo siguió su camino. Luego de unos minutos, y ya repuesto sus ánimos Lovino entro al salón rápidamente. Todos voltearon a verle, para luego uno gritar.
― ¡Hola, Lovino! ― Gilbert se hizo camino hasta llegar donde el chico.
― Hola, Gilbert. ― Lovino lo miró inexpresivo, comenzó a golpearle cuando el albino lo abrazó y lo elevó.
― ¡No te he visto desde hace mucho! ― Gilbert apretó a Lovino fuerte entre sus brazos.
― ¡Nos vimos hace dos meses, no es mucho, Joder!
― Gilbert bájalo, te va dar una descarga eléctrica si no lo haces. ― Ludwig caminó hacia los dos, reprochando a su hermano.
― No lo cre…― Gilbert soltó bruscamente al mayor de los gemelos.
― Para que le dices…― Lovino sacudió su mano haciendo desaparecer los pequeños rayos eléctricos que se habían formado.
― Casi me mata…― susurro Gilbert, haciendo un puchero.
― Agradece que te dije, Gilbert, para la próxima no seas tan bruto con él. ― Ludwig estrechó manos con Lovino saludándolo. ― Bienvenido, Lovino.
― Hola, patatas. ― Saludó Lovino.
― No me llames Patatas, Mostacho.
Lovino borró su sonrisa ante la cara divertida del menor de los hermanos reales del reino de Euphor. Frunció su seño al escuchar la risa de burla de su hermano mayor.
― No juegues con los descendientes germánicos, Lovino. ― Manuel llegó, vistiendo su muy característica túnica y su mirada divertida.
― Hola a ti también, hermano. ― Lovino pasó a su lado sacudiendo la cabellera de Manuel. ― Imbécil.
― No seas frio, Hermanito. ― Manuel miró divertido a Lovino, compartiendo miradas cómplices con el mayor de los Euphor.
― Mira quien lo dice, señor de hielo. ―comentó el mayor
― Deja de ser idiota Gilbert, y vamos. ― Manuel bufó.
― Imposible ―comentó Ludwig― vive siendo un idiota.
― ¿Qué clase de hermano eres tú? ―preguntó Gilbert divertido― ¿y tú, no eres mi amigo?
― ¿Amigo? ― preguntó el moreno― ¿acaso tienes amigos, yo soy uno?.
Manuel, divertido, escapo del golpe de Gilbert, comenzando una persecución por el salón. Ludwig simplemente se acercó donde se encontraban los gemelos.
― Sigues siendo un idiota― le susurró Lovino al llegar.
― Gracias, tu igual. ― respondió.
― Te odio― Le susurró el mayor de los gemelos, aunque ambos sabían que era mentira.
Una gran, y vil mentira.
― Bien― comentó Alfred, animado― estábamos pensando en ir a algún lugar hoy, ¿Qué piensas Lovino?
― Que no me importa― comentó, bufando.
― Perfecto― Alfred golpeo sus palmas para reír― de igual forma vendrás, Lovino.
― Ni lo pienses― amenazó con su dedo.
― Nadie te preguntó― Máximo lo agarró del brazo― ¡Vamos de rumba!
La cabeza de Lovino comenzó a doler el doble, provocando que se quejara.
― No me siento muy bien ahora, Máximo. ― Lovino forcejeó con el moreno durante un tiempo.
― Déjalo, Max. ― Alfred suspiró, para luego sonreír. ― Si te sientes mejor, mañana saldremos contigo, de todas formas iremos a la costa.
― No me llames Max, gordo. ― Máximo golpeo a Alfred en la cabeza.
― Que sí. ― Lovino arregló sus ropas, para luego mirar a su hermano.
― Me quedare contigo, hermano. ― Feliciano se acercó a él, colocando su mano en su frente. ― Tienes fiebre.
Lovino negó con la cabeza.
―No es nada, solo descansaré, debe ser el cansancio por el viaje y todo, ve con ellos.
Feliciano negó lentamente, no quería dejarlo solo, quería estar con él y asegurarse que se encontraba bien. Tenía miedo. Manuel, curioso, se acercó al mayor de los gemelos colocando su palma en su frente, para luego hacer una mueca.
― Tienes mucha fiebre, tienes que descansar.
― Si, sí…―Lovino rodo los ojos, pero el cansancio se apodero de él. Su cabeza dolía, desorientado frunció el ceño, sentía su cabeza a punto de explotar y su estómago darle vueltas. Un fuerte pitido se apodero de él, tanto que no escucho los gritos de su hermano al verlo caer en el frio suelo.
Vio de forma borrosa como Manuel le hablaba a alguien que no distinguía entre todos los presente atento a él. Quería dormir y no despertar, no había dormido muy bien, y al parecer no había sido buena idea salir la noche anterior en plena lluvia junto con el bastardo.
«Como te odio por hacer estupideces por ti, Antonio»
Feliciano se desesperó aún más cuando su hermano comenzó a cerrar sus ojos lentamente. Llamó a Manuel, llorando. Este se acercó rápidamente y maldijo al ver a Lovino.
― Atrás, dejen que respire, por el amor de Idonia.
Por órdenes de Manuel, Ludwig tomo a Lovino para recostarlo en uno de los largos asientos de cuero del salón. Manuel rápidamente comenzó a chequearlo, para luego suspirar.
― Solo esta inconsciente, dramáticos.
Alfred suspiro, trato de calmarse y sonreír. Gilbert sonrió y Ludwig se tranquilizó, aunque aún se encontraba nervioso. El rubio acaricio delicadamente la cabeza del menor, Feliciano, que se continuaba llorando en su lugar.
La puerta se abrió dando paso a Rómulo junto con Germania y Antonio. Quedaron confundidos al verlos a todos alrededor de un bulto recostado por el largo asiento, y a Manuel arrodillado frente a él.
― ¿Qué sucede aquí? ― Todos se sobresaltaron al escuchar la firma voz del rey de Euphor, exigiendo una explicación.
― Antonio, llévate a Lovino a su habitación, ahora. ― Manuel se levantó dejando ver que el bulto era el nombrado, Lovino. ― Máximo, acompáñalos.
Antonio no se lo pensó dos veces y se encaminó hasta el inconsciente Lovino. Salió rápidamente seguido por Máximo y Daniel, que acababa de llegar. Al ya no encontrase los cuatro de la habitación, Feliciano temblando se acercó donde su abuelo.
― Me asuste― susurro, escondiendo su cara en los brazos de su querido abuelo. ― creí que…
No termino de hablar, llorando. Rómulo lo retuvo en sus brazos en un gran abrazo fuerte y cariñoso lleno de amor.
― ¿Qué sucedió?
Manuel sacudió su túnica mirando a su amigo, Gilbert. El albino aclaro su garganta.
― Cayo inconsciente, al parecer tenía fiebre.
― Oh.
Rómulo sonrió para luego deshacer el abraso de su nieto para limpiar sus lágrimas y le susurro, tiernamente. ― Ve con Ludwig, te necesita.
Feliciano corrió a los brazos de Ludwig, quien sorprendido acepto torpemente su abrazo, sonrojado. Alfred suspiro aliviado, Gilbert miró a Manuel que miraba indiferente la escena de su hermano y su amigo, aunque dentro de él se moría de ternura y el Albino lo sabía.
―La juventud. ― Rómulo miró de forma cariñosa a su nieto y al hijo de su amigo. ― se parecen a nosotros cuando jóvenes, ¿no crees, querido?
― Cállate, eso ya fue. ¿No deberías siquiera preocuparte por tu nieto?
― No, él es fuerte. Y créeme es como un grano en el culo, no te desases de él, aunque lo intentes
― Como su abuelo.
Antonio suspiró algo nervioso al ver a Lovino con la cara roja de fiebre. Máximo colocó el paño húmedo y frio en su frente. Acomodo las mantas de forma cómoda para el joven. Tranquilamente se acercó a paso lento junto a Antonio.
― Tranquilízate, Antonio, que solo es una fiebre.
― Gran susto nos dio, ¿no es así, Máximo?
El nombrado le miró con una sonrisa en su rostro. No era estúpido, sabía que era exactamente lo que pensaba Antonio y sus sentimientos. Colocó su mano en su hombro.
― La próxima vez que lo invites a una cita, procura no ser en plena lluvia, Antonio, ni dejarles marcas visibles. ― Miró la cara sorprendida del soldado, para luego reír. ― Te dejare con él, iré a buscar unas hierbas para prepararle la medicina, igual a ti y tu pequeño refriado.
Máximo sacudió la cabellera de Antonio, quien simplemente rio.
― ¿Cómo lo supiste?
― Por algo estudie hechicería medicinal, Antonio― aclaro su garganta, divertido― esa marca en tu cuello y tus estornudos no son casuales.
Antonio simplemente negó, divertido mientras el moreno salía de la habitación cerrando la puerta de roble. Si Lovino se entera de que lo pillaron, lo golpearía en la cabeza. El de ojos verdes miró al castaño recostado en la cama. La habitación se encontraba fría, por estar en épocas de invierno, claro. El suelo de madera y las paredes de piedra no ayudaba mucho en conservar el calor, las ventanas se encontraban abiertas dejando ver el paisaje alrededor del castillo. Todo de colores verdes, la mayoría de árboles sin hojas, y el olor a húmedo impregnado en el aire por la lluvia anterior, hacían sentir de forma extraña al soldado. Antonio no pudo evitar sentirse feliz, recordando una y otra vez la noche anterior, había sido perfecta. Se sentía en cierta parte culpable, ahora tenía más que claro que no volverá a escabullirse en la habitación del mayor de los gemelos para invitarlo a dar un paseo, por lo menos no en invierno. No podía parar de sonreír mirando de forma tierna a su Lovino. Estaba completamente enamorado, estaban enamorados.
Lovino sentía su cabeza explotar cuando abrió los ojos, sentía calor, pero no paraba de temblar bajo las mantas en las que se encontraba. Froto sus ojos, quejándose en voz baja, con voz ronca. Antonio sumido en sus pensamientos, reaccionó al escucharlo y se acercó cauteloso. Lovino le miró a los ojos, para luego soltar una risa, adivinando los pensamientos de Antonio.
― No te sientas culpable, Antonio.
Antonio caminó bajo la mirada de su amado, para arrodillarse a su lago. Lovino saco sus brazos de bajo de las mantas, para acariciarle las majillas.
― Aun así es culpa mía, mi señor.
Antonio tomo sus manos, dándole besos delicados. Acaricio la cabellera castaña de su amado, Antonio se acercó lentamente y le planto un beso en su frente. Lovino sonrió delicadamente.
― Tienes los labios fríos, Antonio.
El nombrado simplemente le quedo mirando, hipnotizado.
― No sabe cuánto le aprecio, mi señor.
Lovino arrugo la nariz, disgustado.
― Solo llámame Lovino―susurró― me gusta que me llames así.
Antonio sonrió, contento.
― No sabe cuánto le aprecio, Lovino.
Lovino se acercó a las frías manos de Antonio, que le acariciaban sus mejillas.
― Bésame― susurró―, es una orden.
Antonio sonrió. Lentamente se acercó a su querido Lovino. A corta distancia, capaz de sentir su respiración como propia, ambos se quedaron mirándose a los ojos. Antonio juntó sus labios con los de Lovino en un suave movimiento. Sentía morir, Lovino le provocaba sentimientos nuevos y hermosos, no quería soltarle, nunca. Por su parte Lovino olvidó su dolor de cabeza, aceptado gustoso los labios del mayor. Ambos se hundieron en un suave beso que expresaba su cariño, su amor. No necesitaban palabras, sus acciones eran claras. Se querían, y lo demostraban.
Ya nada importaba para los dos, solo eran ambos, en una fría habitación en un congelado día de invierno.
