II
El día amaneció con nubes en el cielo y un viento fuerte. Ludwig y Feliciano caminaban juntos alrededor del castillo, conversando. Más atrás venía Manuel junto con Gilbert, quienes no paraban de reír por las bromas del mayor. Era el día perfecto, más cuando ayer las emociones de todos se alteraron después que Lovino cayera, inconsciente. Al final no salieron, no con un Feliciano alterado y nervioso, que no paró de llorar cuando fue a ver a su querido hermano horas después, cuando le anunciaron que despertó. Ahora los cuatros paseaban más tranquilos, felices. El viento era fuerte, los arboles cantaban y eso a Feliciano le encantaba.
― Los arboles cantan hermoso…
El rubio le quedó mirando, para afirmar.
― Lo hacen― concordó.
Gilbert codeó a su acompañante, para mirar la escena. Manuel observó a los dos jóvenes y comenzó a reír.
― ¡Ya dale un beso Ludwig, no seas idiota! ― Gilbert gritó.
Ambos estallaron en risas al ver la cara sonrojada del rubio y la sonrisa inocente de Feliciano.
― ¡Feliciano si no lo hace Ludwig, hazlo tu joder! ― Manuel gritó, aun riendo.
― ¡Dejen de ser tan tímidos y cómanse a besos! ― Gilbert no paraba de reír de la cara de su hermano.
Ludwig sonrojado aclaró su garganta.
― ¿Por qué no mejor vamos a otra parte que no sea con estos idiotas? ― preguntó, incomodo.
Feliciano desvió la mirada de su hermano para mirarle y asentir.
― Claro, Luddy.
Manuel y Gilbert rieron aún más al escuchar su apodo. Gilbert comenzó a imitar sonidos de besos, mientras Manuel gritaba emocionado.
― ¡Vosotros no perdéis tiempo, ¿eh?!
Ludwig miró enojado al par, mientras Feliciano cubría su boca, riendo.
― ¡¿Cuántos años tienen, inmaduros?!
Feliciano negó la cabeza tomando la mano del mayor y tirar de él. Ludwig desvió su mirada furioso a Feliciano, y se endulzó de inmediato. El castaño comenzó a caminar hacia los arboles tirando del rubio. Sin decir nada, Ludwig se dejó llevar.
― Oh…
Los amigos se quedaron atrás, contemplando la escena, confundidos. Gilbert miró curioso a un Manuel pensante.
― Mi hermano va ser el activo si Ludwig no deja de ser estúpido.
Gilbert estalló en risas, divertido. Ambos rieron por unos momentos, y luego se tranquilizaron. Manuel suspiró.
― Espero y el futuro les traiga cosas positivas a ellos dos.
El albino asintió, en acuerdo. Ambos siguieron caminando. El viento aún seguía fuerte, haciendo que la túnica del castaño se moviera. Caminaron por el húmedo pasto, a un lado de las azuladas flores y los gigantescos árboles. Miraron al cielo al mismo tiempo al sentir gotas en sus cabezas.
― ¿Entramos?
El mayor lo pensó unos momentos, para luego negar.
― Os tengo que mostrar algo ahora mismo, vamos a la capital.
El castaño asintió tomando las blancas manos del mayor entra las suyas, se miraron unos momentos haciendo caras, riendo. El menor cerró sus ojos avellana, apretando las manos del albino. Una luz violeta comenzó a emerger del castaño y el más alto miró fascinado como los envolvía. Por unos segundos sintió estar volando en la nada, pero como tan rápido apareció se esfumó. Miró a su alrededor algo aturdido, ya no se encontraban en los jardines del castillo, se encontraban junto a la pileta en la capital del reino de Euphor, Cathorion.
La gente caminaba para todos lados, unos apurados, otros solos, otros tranquilos, grupos de jóvenes y viejos aldeanos. El castaño soltó las manos del mayor abriendo sus ojos de golpe, Gilbert aun fascinado le quedo mirando directo a los ojos como de un violeta intenso cambiaba a sus hermosos color avellana.
― Llevo mucho tiempo viajando contigo y aun así me sigue impresionando.
― Que decirte, eres un idiota.
Ambos rieron. Gilbert tomó la mano del menor y caminaron juntos por la calles. Pasaron por el mercado donde la gente vendía sus productos, frutas, carne, de todo. La música animaba el ambiente aún más, gente riendo, bailando y disfrutando del arte musical que un grupo que se encontraba ahí les ofrecía. Gilbert lo arrastró al tumulto de gente que bailaba animadamente.
― ¡Ni se te ocurra!
Demasiado tarde, antes de siquiera asimilarlo Manuel se encontraba bailando junto a Gilbert entre la gente. Fulminó con la mirada al Albino que sonreía inocente. El cambio de parejas llegó, haciendo que Manuel se encontrara bailando con una chica pelirroja con verdosos ojos. La chica le sonrió, coqueta y el moreno simplemente sonrió nervioso. Miró a Gilbert que se encontraba bailando con una mujer robusta, entretenido. Dando vueltas al ritmo de la música las parejas cambiaron otra vez. Manuel casi se muere cuando una chicha con grandes atributos bailaba con el ahora. Miró a la chica a la cara, y esta le sonrió emocionada. Su cabello rubio corto y sus ojos azules la hacían ver hermosa. Manuel le correspondió la sonrisa.
― ¡Me llamo Yekaterina, un gusto!
Por sobre la música, la chica gritó.
― ¡Yo soy Manuel, un gusto Yekaterina!
Siguieron bailando, entretenidos los dos. Hablaron un poco por sobre la música, haciendo que el moreno temiera por su vida cuando la chica le dijo que el hombre que los miraba enojado, alto, rubio, de ojos violetas y temible era su hermano, y la chica con la cual ahora bailaba Gilbert era su hermana también. El cambio de parejas volvió otra vez, se despidió rápidamente de la agradable chica con beso en la mano. Bailó con una chica castaña con ropas maltratadas, que no paraba de reír junto con él. Al otro cambio de parejas el moreno vió una oportunidad y como pudo salió del baile, caminando en donde se encontraba la gente entretenida mirando. Se acercó a un árbol cercano y se derrumbó ahí. Comenzó a ordenar un poco su cabello castaño y sus ropas. Miró como Gilbert ahora bailaba con una pequeña niña y este le hacía caras y poses haciendo a la niña reír.
― Hola Manuel
El nombrado se sobre salto en su lugar, miró a Yekaterina que se encontraba parada a su lado junto con su hermano. Manuel rápidamente se levantó tomando la mano extendida de la chica, besando su dorso.
― Hola Yekaterina
La chica rio al escuchar el gruñido de su hermano menor. Se hizo a un lado para empujarle un poquito.
― Él es mi hermano Iván, Iván él es Manuel.
― Un gusto.
El moreno extendió su mano y el rubio lo tomó, sacudiéndolo en un saludo. El castaño disimulo con una sonrisa el tormentoso dolor que sintió cuando el hombre apretó su mano, al separarse Yekaterina ni cuenta se dio. La chica comenzó a hablar, le dijo que ahora esperaban a su hermana menor también, que estaba emocionada, que le gustaban la fiestas, le gustaban los chicos guapos como el, haciendo que el rubio mayor le mirara con una sonrisa.
― ¡Iván y Yeka, que alegría verlos!
Gilbert apareció por detrás del moreno, sonriendo junto con una chica. Yekaterina extendió su mano, y Gilbert le tomó besándole lentamente. Luego se acercó al rubio y se saludaron, contentos.
― Oh, ella es Natalia nuestra hermana menor.
Manuel beso el dorso de su mano.
― Me llamo Manuel, un gusto.
― Que gusto veros a vosotros chicos. ―Gilbert pasó su brazo por el moreno― ¿Así que conocéis a Manuel?
― Acabamos de conocerle, he bailado con él.
Gilbert rio, sacudiendo el castaño cabello de su amigo.
― Bueno, ¿Qué se siente conocer al descendiente real del reino aliado, Yeka? ― habló―. Según yo sé, antes no lo conocías
Al escucharlos, los tres hermanos se mostraron sorprendidos. Yeka empezó a tartamudear para luego inclinarse junto con sus hermanos, frente a él.
― ¡Somos unos desconsiderados!
Gilbert miró curioso al trio, hasta comprender.
― Así que no lo sabíais…― Gilbert miró a Manuel, este se encogió de hombros, restándole importancia―, Su nombre es Manuel, hijo del rey de Estur descendiente de Anynum.
― ¡Lo sentimos mucho, no lo sabíamos! ― La mayor de los hermanos tomó una de sus manos― ¡Por favor, discúlpenos señor Manuel!
― Ya, levantaos― Manuel, incomodo los hizo levantar―, ni que fuera mucho.
― Manuel, para ellos no reconocer a un descendiente real y no tratarle como cual, es lo peor.
― Pues no exageréis
Estuvieron más tiempo con los hermanos, y la mayoría de tiempo se disculpaba cada uno por su falta de respeto. Los hermanos tuvieron que partir, dejándolos solos junto a la multitud que aun disfrutaba del baile. Manuel se enteró que Iván era general del ejército del reino de Ormunm, el reino del frio y hielo, Natalia era soldado al igual que su hermana mayor, guardiana del castillo y mano derecha de la familia real, habían venido por petición del rey por la junta de los reinos que iniciaría mañana y el rey al verlos los mando a divertirse a la ciudad. ¿Qué clase de rey tenían?, aunque el abuelo de Manuel acostumbraba hacer eso.
Emprendieron otra vez su camino, comiendo un tipo de pastel que hizo una abuelita con su nieta. Gilbert divisó la tienda que estaba buscando, de forma brusca tomó la mano de su amigo arrastrándolo hasta allí, recibiendo insultos. Tomó el pomo de la puerta abriéndola, provocando el sonido de la campana arriba de la puerta. Manuel miró curioso todo a su alrededor, no se encontraba nadie en el mostrados de madera a unos metros frente a él, los estantes llenos de libros y pergaminos, todo alumbrado con velas alrededor de la tienda, el piso de madera crujía a cada paso que daba adentrándose al lugar. Gilbert sonrió contento al ver los ojos emocionados del menor. El ambiente era tan tranquilo a comparación de las ruidosas calles de la ciudad que sonaba tan lejano dentro de ese lugar. Con curiosidad Manuel se acercó a unos de los estantes, acariciando delicadamente las tapas de cuero, leyendo en voz baja los títulos escritos con letras doradas. Gilbert se acercó a uno de los estantes al otro extremo del lugar, buscando un libro en específico.
Ambos se sobresaltaron al escuchar a alguien tosiendo detrás de ellos. Al darse vuelta se encontraron con un hombre de ojos y pelo castaño obscuro, con vestimentas de un color azul marino con un pañuelo saliendo del pecho, Gilbert sonrió aún más al verlo.
― Roderich, amigo.
El albino se acercó entusiasmado abrazándole con fuerzas, el nombrado hizo una mueca pero se limitó a pronunciar un seco "Hola". Manuel se acercó colocándose a un lado de su amigo albino.
― Roderich, ¿recordáis a Manuel?
Roderich asintió, inclinándose frente al joven Manuel. Aún confundido Manuel respondió de igual manera.
― ¿Desde cuándo tenéis una librería?
Roderich negó.
― Lo estoy cuidando por un amigo, nada más.
Manuel miró a su alrededor, confundido.
― ¿Cómo nunca antes había visto este lugar?
― Antes era una cafetería o algo así.
Manuel miró a Roderich, este asintió en aprobación. Manuel se acercó nuevamente a los estantes, interesado.
― Estoy aquí por aquel libro que os pedí que guardaras, Señorito.
Roderich se le quedo mirando, para luego asentir y volver por donde vino.
― ¿Viene mucha gente? ― preguntó Manuel curioso ojeando uno de los libros que tomó.
― A veces, la mayoría son hechiceros buscando pergaminos y libros antiguos.
Roderich volvió con un gran libro de tapa marrón. Caminó hasta el albino extendiéndole el libro, Gilbert lo tomó entre sus manos, emocionado.
― Manuel, mirad.
El nombrado dio media vuelta viendo curioso al albino, cerró el libro entre sus manos y lo dejó en su sitio para parir junto su amigo. Al llegar Gilbert le entrego el libro bajo la atenta mirada de Roderich y la confundida de Manuel.
― Es un presente, para tu persona.
Manuel leyó las letras doradas.
"Hinter der Realität der Magie"
Manuel quedo estático. Estaba en sus manos, el libro que buscaba, el libro que le contó a Gilbert hace años. ¿Acaso él estuvo buscándolo por tanto tiempo? Ni siquiera reaccionó al escuchar a los dos mayores llamarle, quería gritar de felicidad, quería golpear a Gilbert y al mismo tiempo no sabía qué hacer. Miró aturdido al albino, que le sonrió inocente.
― Sabia que lo queríais, así que estuvimos juntos, Roderich y yo, buscándolo. Cuando el señorito aceptó cuidar este lugar, se hizo más fácil.
― Os conté de este libro hace años.
Gilbert rió.
― Debo agradecerte por mantenerme entretenido buscando por años.
Manuel le entregó el libro a Roderich, confundido lo acepó. Manuel se plantó frente el albino y le golpeó en la cabeza.
― Eres un idiota.
Roderich sonrió satisfecho al ver como el menor abrazaba al mayor sin parar de agradecerle. Roderich los invitó, después de unos minutos hablando, a tomar té, el menor aceptó gustoso al igual que Gilbert. Ahora conversaban animadamente entre los tres, Gilbert hacia bromas, Roderich lo golpeaba por los malos chistes y Manuel se burlaba de ello. La noche cayó de forma rápida, cuando Manuel se dio cuenta casi grita, codeó al albino para que mirara el reloj colgando en la pared.
― ¡Y una mierda, son las una de la madrugada!
Roderich escupió su té, incrédulo volteó a ver el reloj del salón. Rápidamente Manuel y Gilbert se levantaron.
― Mi abuelo me va a matar― susurró Manuel.
― Y a mí me matara tu abuelo, tu hermano y mi hermano.
Roderich simplemente soltó una risa.
― ¿No sois descendientes de reinos? ― Ambos asintieron― ¿entonces?
― Aún somos eso, descendientes, y tenemos reglas. ― Gilbert miró como Manuel tomó rápidamente el libro guardándolo debajo de su oscura túnica― y nuestro toque de queda fue hace una hora.
Roderich asintió.
― Volveremos a visitarte, Roderich.
― Por favor, no lo hagáis.
Los tres rieron.
― ¡Adiós!
Manuel tomó las manos blancas del mayor, cerró sus ojos. Roderich observó cómo ambos eran envueltos por la luz violeta emergente de Manuel. Al verlos desaparecer dentro de esa misma luz, suspiró. Para luego pegar su frente al recordar lo que su amigo le había dicho, incrédulo.
El reloj está atrasado por casi dos horas.
― Ojala sobrevivan a esta― comentó recogiendo las tacitas de té y las migajas del pastel que comieron juntos.
Cuando ambos volvieron, aparecieron afueras del castillo. Todo estaba obscuro a excepción de las antorchas que alumbraba en castillo por fuera. Ambos corrieron hasta la entrada apurados, siendo recibidos por los guardias, quienes los observaban con mirada cómplice. Al entras se dirigieron al salón, pasaron por un largo pasillo y un par de puertas. Al llegar Manuel comenzó a respirar exhausto, la magia a veces lo consumía demasiado, y estar nervioso lo le ayudaba.
― No sé quién me matara primero, si Lovino o mi abuelo― susurro Manuel mirando al albino. ― No creo que se haya recuperado tan rápido Lovino, ¿o sí?
― O alguien más
Ambos se sobresaltaron al escuchar la profunda voz de Ludwig, se dieron la vuelta lentamente encontrándose al rubio junto con Antonio en la entrada de la habitación.
― No puedo creer que llegarais a las dos con menos diez
Ambos se quedaron aún más fríos, miraron disimuladamente al reloj colgado en aquel salón.
― No fue nuestra intención, Ludwig. Nos conoces, ¿no? No solemos hacer esto.
― Es culpa del estúpido de Roderich.
Ludwig simplemente negó.
― Por favor la próxima avisadme si saldrán para por lo menos no mentirle a dos reyes poderosos, gracias.
― ¿Nos estaban buscando?
El rubio asintió.
― Tuve que decirles que vosotros salisteis de paseo y que quizás volverían mañana
Manuel simplemente suspiró.
― Nunca más, lo prometo. ― susurró Manuel
― Eso esperamos, mi señor. Estábamos preocupados. ― Antonio se veía bastante aliviado. Claro que sí, estuvo toda la tarde en busca del mayor de los descendientes de Estur por petición de su rey, al no encontrarlo se asustó, algo pudo pasarle, ni siquiera quería imaginarse que algo se sucediera a su señor.
Gilbert simplemente golpeteó la espalda de Manuel.
― Vete a dormir, Manu.
Manuel frunció el ceño, pero no dijo nada. Si Gilbert lo mandaba así es porque hablaría con su hermano. Caminó hasta la puerta, despidiéndose de los hermanos en un susurro y al salir fue seguido por Antonio.
― Lo que hiciste es peligroso, lo sabes.
Gilbert asintió.
― No te preocupes Ludwig, sabes que nada dejaría que le pasara.
― Lo se hermano, solo…― suspiró― no quiero estar así de preocupado, ¿y si algo te pasa a ti o él?
Gilbert negó.
― No te preocupéis― se acercó a su pequeño hermano. ― Nada nos pasara, te lo prometo.
Ludwig asintió.
― La próxima no te encubriré.
― Eso dijisteis la vez anterior
Ambos dejaron la habitación, caminando hombro con hombro, en silencio. Juntos caminaron por los largos pasillos, las antorcha que cargaba el menor de los dos alumbraba todo a su paso, subieron los escalones para luego ambos encaminare hasta sus respectivas habitaciones, una frente a la otra. Gilbert tomó el pomo de su puerta, antes de abrirla completamente se dio la vuelta al mismo tiempo que su hermano.
― Buenas noches, Luddy. ― susurró.
Ludwig sonrió.
― Buenas noches, Gilb
Por otro lado Manuel escuchaba como Antonio le contaba lo preocupado que estuvieron sus dos hermanos, aunque el gemelo mayor lo negara. Abrió la puerta aguantando la risa para evitar el ruido, entraron ambos en la habitación. Manuel quedó estático al ver a su hermano menor ahí.
― Feliciano
El nombrado se levantó de la cama caminando rápidamente abrazando al mayor, Antonio sonrió de forma tierna al ver la escena.
― Creí que te pasó algo―susurró―. No vuelvas a hacer eso
― ¡Ah, si, si, lo prometo ahora para!
Manuel cubría su cabeza de los golpes de su hermano, pero aun así su sonrisa no desapareció. Luego de intercambiar palabras con su hermano, Antonio se retiró de la habitación dejándolo a los dos solos.
― ¿Puedo…?―habló―. ¿Puedo dormir contigo?
Manuel se dio vuelta mirando a su hermano que se encontraba en la cama con la mirada gacha, este vestía sus ropas de dormir al igual que el mayor que hace poco se había cambiado. Tomó el candelabro dirigiéndose a la cama.
― Vamos, acomódate rápido
Feliciano miró a su hermano sorprendido, de verdad que no esperaba que aceptara, Manuel era bastante más frio que Lovino, mucho más de lo que la gente pensaba. Lovino si dejaba a su hermano menor dormir con él, aunque se quejara de sus abrazos siempre terminaba de corresponderlos. Pero Manuel era otro caso.
Feliciano y Lovino sabían que Manuel los amaba con su vida, pero aun así el contacto físico no le agradaba demasiado. No era porque lo odiara, si se deja abrasar por Gilbert por ejemplo, si no que no podía soportar tenerlo en sus brazos.
Con una sonrisa y sin decir palabra Feliciano se abrasó al cuerpo de su hermano luego que este apagara el candelabro dejándolo a un lado. Manuel besó su frente.
― Buenas noches― le susurró.
― Buenas noches, Manu
El nombrado sonrió apretando entre sus brazos al pequeño Feliciano cuando lo escuchó roncar levemente, avisando que cayó en un profundo sueño. Acercó su mano lentamente al cuello del menor acariciando levemente aquella cicatriz.
La razón por la cual Manuel no soportaba abrasar a sus hermanos era por la cicatrices que los mismos portaban, Manuel se sentía completamente responsable al ver aquella cicatriz en sus hermanos.
― Lo siento―le susurró―. Lo siento tanto.
Besó reiteradamente la frente y coronilla de su hermano sintiendo las lágrimas escapar lentamente. Cubrió su boca con su mano deteniendo las acaricias que le brindaba a su hermano.
Hipó levemente y cerró sus ojos que no paraban el mar de lágrimas.
Su pecho dolía como los mil demonios, su garganta se cerró agudizando su dolor y sus ojos ardieron, pero el castaño no hizo nada más que presionar sus labios contra la cabeza de su hermano.
― Soy un demonio
Y el peor demonio que podía existir.
