III

― ¡Eres de lo peor, Unyan!

La mujer tiró las cosas de su esposo al suelo, furiosa. No podía siquiera pensar con claridad, cegada completamente.

― ¡Te soporté todas tus cosas, tu obsesión por la magia, que le siguierais viendo, de todo!... ― quedó estática, para luego girar su cabeza viendo al hombre a unos metros frente a ella―. Esto ya es demasiado, has cruzado la línea.

― Aera, escuchadme― Unyan acomodó sus ropas, de forma tranquila―. Yo nunca te amé, no te amo y no lo haré nunca como te gustaría que lo hiciera

Aera suspiró, enfurecida.

― ¿Por qué, ah? ― La chica se acercó amenazante―. ¿Por qué no lo hacéis si soy vuestra esposa?

― Exacto, eres mi esposa, no mi amada.

Aera le miró, dolida. La mujer amaba muchas cosas de su esposo, pero el ser directo y frio no le gustaban ahora mismo. Ella lo sabía, desde un principio, pero siempre tuvo la pequeña esperanza de que su esposo cambiase de opinión y comenzara a amarle. Pero aun así no lo logró, ahora los más de diez años casados cayeron encima de ella.

― Si fuera él, ¿me amarías?

Las lágrimas de su esposa hicieron a Unyan reaccionar y dejar atrás su ceño fruncido y serio, era un estúpido, un imbécil de primera. Delicadamente apartó el negro cabello de su cara, y limpió con sus pulgares las lágrimas que recorrían sus mejillas.

― Estoy enamorado, Aera, eso es algo que no puedo cambiar.― besó tiernamente su frente― Pero eso no significa que no te quiera, después de todo antes de ser mi esposa eres mi amiga.

Manuel despertó con los golpeteos en la puerta, y en respuesta gruñó. Escuchó la puerta crujir y a alguien caminando hasta sus pies.

― Señor Manuel, debéis levantaros, asearos y cambiaros de ropa, hoy llegan los demás invitados.

Manuel gruñó más fuerte.

― ¿Qué tengo que ver yo en esto? ― preguntó con voz ronca. ― No soy el descendiente de este reino, no estamos en Estur

― Por petición del rey, su abuelo, vosotros sus nietos seréis despertados a la misma hora para que estéis presentes a la llegada de los demás.

― Esta bien, Daniel, ahora voy

Se quitó las mantas de encima y miró cansado al sirviente frente a él. Luego miró a su lado el sitio vacío sintiendo una extraña sensación, sin decir palabra Manuel se encaminó al cuarto de lavabo seguido por Daniel que cerró la puerta dejándolo a solas, al estar solo miró su reflejo en el espejo chocando con la imagen más desastrosa que podía dar. Su cabello disparado por todos lados, sus ojos algo hinchados y la nariz levemente roja. Manuel aun con sueño se lavó la cara como pudo para luego comenzar asearse y posteriormente colocarse ropa, una camisa color negra de seda, sus pantalones también negros y sus botas negras altas hasta la rodilla. Miró a Daniel que pacientemente lo esperaba aún en la puerta y sin decir nada Manuel se colocó la nueva túnica que este le extendía.

― Vuestra vieja túnica estará hoy en la tarde, limpia, seca y planchada.

Manuel asintió, arreglando sus ropas para salir de la habitación y caminando por el corredor escuchó los gritos de Lovino.

― ¡Es muy temprano, joder!

― Debéis levantaros, señor Lovino.

― ¡Vete a tomar por culo!

Manuel negó su cabeza divertido, bajó las escaleras a saltos, silbando una canción cualquiera. Atravesó por los corredores del castillo adornados con cuadros y flores en su alrededor, candelabros de cobre y plata con adornos de cristales colgaban arriba de él, el enorme castillo era una belleza ante los ojos de cualquiera, más por el predominante color azul que dominaba en los adornos. Siguió caminando hasta llegar a su destino; la cocina. Al entrar fue recibido por el rico olor del desayuno, las cocineras se inclinaron al verlo pasar a lados de ellas y Manuel caminó hasta una en específico.

― Buenos días, Florencia

La vieja señora de cabello blanco y arrugas por todas partes se sobresaltó, para luego reír.

― Buenos días, mi señor

― Tengo hambre― exclamó rascando su cabeza.

― Lo supuse

La señora tomó unos de los platos que se encontraban ahí que tenía un trozo grande de torta, Manuel observó contento y emocionado el plato, la mujer evitó que Manuel lo tomara negando con la cabeza. Tomó al chico del brazo y lo dirigió a una mesa en el centro de la cocina, ahí colocó su plato y sentó al más joven. Manuel vio como la mujer le golpeó la mano cuando intentó servirse vino.

― Aun es muy temprano, niño

Manuel rió y la mujer le sirvió jugo en unos de los vasos para extenderle este mismo. Manuel aceptó gustoso. La puerta se abrió de forma ruidosa, entrando un joven alto por esta misma.

― ¡Florencia, tengo hambre!

La vieja señora comenzó a reír, para luego tomar una patata que se encontraba por ahí y tirarla dándole en la blanca cabeza.

― ¡No hagas desorden en mi cocina, Gilbo!

Gilbert acarició su cabeza, asintiendo con un puchero. La mujer le ordenó sentarse junto a Manuel mientras ella iba por otro pedazo de la misma torta.

― Buen día, Manuel

― Buen día, Gilbert

El más alto abrazó al menor, contento. Si algo caracterizaba al de pelo blanco era por su interminable energía, mucho más en las mañanas donde despertaba aún más entusiasmado. Gilbert miró la mirada pensativa y perdida de su amigo.

― ¿Soñaste algo raro otra vez?

Manuel asintió.

― Es el mismo de siempre

Gilbert inclinó la cabeza.

― ¿Entonces por qué piensas tanto en ello?

Manuel lo meditó, para luego preguntar.

― ¿Quién es Unyan?

La pregunta impresionó al más grande que algo nervioso respondió.

― No tengo la menor idea

¿Cómo es que Manuel recuerda ese nombre?

Lovino entró a la cocina furioso seguido por Alfred y Gilbert le agradeció a los cielos por ello. Alfred saludó efusivamente a los dos amigos sentados, Lovino los saludó de forma brusca, Alfred miró divertido la escena, un Manuel confundido y un Gilbert algo nervioso.

Manuel miraba confundido la reacción de su amigo, Gilbert. Había algo que este le ocultaba, pero ¿Por qué se lo ocultaba? Ahora Lovino comía junto a los tres. Lovino miró confundido a Alfred y este se encogió de hombros. Alfred comenzó a hablar animadamente con Gilbert, mientras este le agradecía mentalmente por sacarlo de ese pequeño aprieto. Lovino comenzó a conversar también y minutos después, Manuel.

Al terminar los tres Gilbert se levantó rápidamente.

― Debo ir a hablar con mi hermano, hasta luego chicos

De forma rápida el de ojos rojos salió de la cocina, confundiendo a los tres. Alfred también se levantó, apresurado.

― ¡Debo ir a ver a Máximo! ―rápidamente sacudió las migajas de pan sobre sus ropas marrones―. Hasta luego chicos.

Manuel y Lovino miraron como el rubio salía disparado del lugar. El de ojos pardo miró a Lovino, este simplemente se levantó.

― Ven

Manuel se levantó sacudiendo su capa negra con encajes dorados, también arregló un poco esta y miró a su hermano. Lovino sacudió sus ropas de seda y cuero, tratando de sacar todas las migajas que el rubio de ojos azules había esparcido por el lugar. Ambos salieron de la habitación bajo la atenta mirada de Florencia, que divertida negó la cabeza viendo el desorden que habían provocado. Alfred nunca aprendería a comer de forma correcta aunque fuera un príncipe, era un hecho.

Manuel suspiró sonoramente al ver al moreno frente a él. Luego del desayuno y el extraño comportamiento de su amigo Gilbert, Manuel junto con sus dos hermanos menores pasaron la mañana hablando. En un principio fue algo complicado encontrar al menor, hasta que lo encontraron en los jardines con Ludwig, sonrojados. El rubio y el castaño estuvieron toda la mañana conversando, según Feliciano había dicho. Lovino miraba de vez en cuando a Antonio que había estado con ellos por un tiempo. Y por su lado Manuel se propuso ignorar el comportamiento de su amigo, aunque le costara.

Ahora quería hacer cualquier cosa menos estar frente a él.

― Hola, Manuel

Correspondió el saludo del chico, inclinándose levemente.

― Hola, Julio

Ambos se miraban de forma amenazante. Cualquiera que los conociera sabía que Julio, hermano del rey de Olon y Manuel nieto del rey de Estur, tenían una rivalidad que empezó desde pequeños. Casi sin explicar, Julio estaba de alguna forma resentido con su reino vecino de donde Manuel es.

― Bienvenido sea, su alteza.

Manuel soltó una pequeña carcajada al ver a su amigo entrar a la habitación. Miguel se encontraba ahí, en el umbral de la entrada del salón, con sus ropas de seda, colores dorados que jugaban a par con su morena piel y sus ojos negros y dientes blancos dejados ver a la vista en una radiante sonrisa, ese era su amigo-rival que tanto respeto ahora Manuel le tenía. El nuevo rey de Olon miró a Manuel al otro lado de la habitación, este tenía su cara inexpresiva, a excepción de sus ojos, Miguel podía jurar ver orgullo en esos ojos.

Se hizo camino bajo la mirada de muchos en el lugar, llegó frente a Manuel. Este mostró una pequeña sonrisa que ocultó al inclinarse levemente.

― Bienvenido, su alteza

Miguel sonrió.

― Gracias, príncipe Manuel

El nombrado levantó su cabeza, encontrándose con los negros ojos del rey. Julio al ver la escena empujó de forma brusca a Manuel. El de ojos avellana evitó caerse, giró en sí mismo mirando al pequeño hermano del rey de Olon.

― Julio

Su hermano le llamó la atención, Julio simplemente sonrió inocente.

― Yo no he hecho nada, hermano

Manuel no dijo nada, solo sonrió. Acomodó su capa negra bajo la desafiante mirada del de ojos negros, Julio. Manuel se inclinó levemente, para luego mirar al rey.

― Si me disculpa, iré a saludar a otros invitados

Antonio miró con una sonrisa a su hermano, João le sonrió al chocar sus miradas. Antonio sonrió al ver al rey que su hermano acompañaba, Guputa Mohameddo Hassan. El rey de Urona, Guputa, se encontraba en silencio junto con su guardia a la espera de que la reunión empezara. Vestía su túnica blanca y su muy característico Keffiyeh. Siempre callado y misterioso, Guputa saludó discretamente al hermano de su guardia, con un leve movimiento de mano, Antonio como siempre correspondió con una radiante sonrisa.

Yao recorrió con la mirada el salón en el que se encontraba, el piso de madera, las paredes de piedra y los adornos que tanto le gustaba observar, el escudo se encontraba en el centro, colgado de la pared y la cruz de hierro se veía impotente como siempre. Observó los candelabros de pared alrededor de la habitación, y como estos alumbraban la habitación. También observó por la ventana la en la cual se encontraba, en silencio. Observó como afuera había comenzado a llover de forma torrencial, miró como los árboles se mecían por el viento que los golpeaba, y las gotas de agua chocar contra en gran ventanal. Dirigió su mirada al rey de Urona, quien miraba con desespero por todas partes.

Ser el rey del mundo de fuego no es algo bueno ahora mismo. Pensó

Por el umbral de la puerta entró un muy tranquilo Francis, acompañado por sus dos guardias y su hijo. Matthew se sonrojó al sentir las miradas sobre su persona. Su cabello rubio y sus ojos violetas lo hacían ver como un ángel con sus ropas de seda blanca y esa aura tranquila que transmitía el pequeño, hizo suspirar a muchos en la habitación. Sin duda, los del reino Ethor eran ángeles, el reino de la Luz.

Martin miró con una radiante sonrisa a Manuel, este simplemente rodó los ojos.

― Hola Manuel― susurró.

― Hola―respondió, para luego ignorarle.

Martin sonrió, su cabello castaño claro y sus ojos grisáceos verdosos observó todo con cautela. Obedeció inmediatamente al escuchar a su rey Francis llamarle. Caminó bajo la mirada de muchos, su blanca armadura y su piel casi blanca como sus reyes lo hacían resaltar. Miró a su primo Sebastián y este rodó los ojos, ambos colocándose detrás del rey y príncipe. Martín y Sebastián, soldados de la familia real de Ethor.

Martin siguió observando expectante de todo, más bien a Manuel, cada movimiento que el hacía, todo. Frunció el ceño al ver al castaño caminar lejos de su familia para hacia otro lado, cuando Martin observó a donde se dirigía quiso ir e impedirlo. Por otro lado Manuel al llegar le tomó el hombro volteándolo y seguidamente inclinándose.

― Buenas días, Arthur

El nombrado miró con una sonrisa al chico, inmediatamente lo levantó en un movimiento delicado.

― Buenas días, señor Manuel.

Scott, que se encontraba ahí también se inclinó frente a Manuel en un saludo. El castaño sonrió algo incómodo, eran las normas de respeto, nada podía hacer.

La armadura negra de los soldados Kirkland era algo que Manuel admiraba, tan negras, relucientes y elegantes se veían ahí en el rubio y el pelirrojo. Manuel miró detrás de ellos para acercarse lentamente, se agachó tomando la extendida mano de la reina de Indir, reino de la oscuridad. Su vestido de color azulado con adornos negros la hacían ver hermosa, piel pálida y cabellos algo rojizo. Era la reina de Indir, sin dudas algunas, Alicia era una mujer hermosa. Manuel miró por sobre su hombro las mirada amenazante de Martin. Restándole importancia, comenzó a hablar con el rubio soldado, que lo miraba con sus verdosos ojos, expectante.

Los presentes en la habitación observaron al rey de Ormunm caminar entre todos. Mikkel Denssen, el rey del mundo de Hielo caminaba junto con sus soldados. Manuel sonrió al ver a Iván, este le miró disimuladamente, dándole una pequeña sonrisa. Al otro lado del rey, Berwald como siempre con su presencia amenazante y su ceño fruncido. Animadamente, Mikkel saludó a todos los reyes, incluso a Guputa que aceptó sin problemas el abraso del mayor.

Ya todos los representantes de los reinos estaban presentes e incluso Burkhard rey anfitrión. Todos los reyes y sus acompañantes se sentaron en la gran mesa redonda, donde bajo el gran escudo de la cruz de hierro se encontraba Burkhard y sus dos hijos, uno a cada lado, y los soldados se encontraban alrededor de ellos, a una distancia prudente.

Gilbert vestía una gabardina de tercio pelo azul oscuro, su pelo blanco peinado hacia atrás y un pañuelo en el pecho con la cruz de hierro colgando. Ludwig por su lado vestía una gabardina de algodón y seda color negra con adornos blanquísimos, y su muy característica cruz de hierro. Burkhard vestía con una gabardina grande color gris y debajo su camisa de seda color crema. Se veían impecables, como debía ser.

Rómulo sonrió al chocar mirada con Burkhard. Vestía con una camisa de terciopelo amarillenta y túnica marrón, al igual que sus nietos que vestían con diferentes tonalidades de marrón. Disimuladamente Lovino miró a Antonio, su armadura plateada y sus ropas lo hacían ver, bajo su punto de vista, hermoso. Se sonrojó al chocar miradas, desviándola rápidamente.

― Comenzaremos la reunión de los siete reinos― Burkhard habló con su voz grave y fuerte, nadie podía desviar la mirada de él, era demasiado potente. ― Primero que nada, daremos bienvenida al nuevo rey de Olon, Miguel

Todos aplaudieron y Miguel sonrió inclinando la cabeza levemente, Julio por su parte sonrió orgulloso, su hermano mayor era rey. Luego de los aplausos comenzaron las pláticas, todo iba perfecto hasta el momento. Manuel miraba a Martin que se encontraba detrás del pequeño Matthew, el de ojos violetas tapo su boca al ver la cara enojada del moreno frente a él. Arthur miró con el ceño fruncido, de forma disimulada, a Martin. Este se dio cuenta y le sacó la lengua. Podía ser el soldado real principal del reino de luz, pero seguía siendo un inmaduro.

Lovino bufó cuando empezaron a discutir, los reyes reguardaron en sus asientos mientras sus representantes peleaban entre sí. Además de los descendiente y los soldados que acompañaban a los reyes, había un representante por reino, estos en su mayoría eran viejos que poco aportaban a la reunión, aparte de discutir entre sí.

Alicia miró detrás suyo a sus soldados, Scott y Arthur rodearon los ojos al escuchar su representante discutía con el del reino de luz. Matthew miró a su padre Francis, este simplemente acaricio su cabellera.

―No te preocupes que pronto se cansarán.

Feliciano miró como el representante de Olon se levantaba furioso de su asiento y discutía ahora con el representante de su reino, Estur. Miró a su abuelo con confusión ante las palabras que los representantes soltaban y Rómulo sonrió tranquilizando a su nieto.

Gilbert cubrió su boca al escuchar las palabras de los demás representantes, miró a su lado y su representante miraba todo de forma inexpresiva y este giró su cabeza chocando miradas con su señor Gilbert. Negó con la cabeza lentamente, el definitivamente no se rebajaría a esos insulto inadecuados e inmaduros.

La mayoría de reyes miraban la escena entretenidos, algunos descendientes aburridos o entretenidos también, algunos soldados con indiferencia, como Berwald, y luego otros algo entretenidos pero que disimulaban, como los hermanos Carriedo.

Manuel cruzó miradas con Gilbert, este escondía su risa muy bien, luego con Ludwig que miraba esto cansado y próximo a explotar, miró a Arthur que fruncía el ceño cuando escuchaba más a su representante «seguro quiere callarlo de un golpe», miró a Iván que solo sonreía, miró al rey Kummel que entretenido escuchaba los insultos y disparates de los representantes, incluso el suyo propios. Martin se mostraba aburrido como su primo, Antonio disimulaba bien sus risas al igual que su hermano, miró a sus dos hermanos, miró a todos. Frunció el ceño al escuchar los disparates más fuertes e intensos, cruzo miradas con Burkhard pidiendo aquella silenciosa petición y este asintió, Ludwig igual le asintió en aprobación y Gilbert se encogió de hombros.

La próxima apuesta no la pierdo.

Se levantó de forma brusca, llamando la atención de algunos descendientes aburridos. Tomó aire y fuertemente golpeó la mesa. Una gran luz violeta salió de su mano e hizo ondas hasta llegar a todos los rincones de la habitación, papeles salieron volando y sus ropas se movieron, incluso Alicia adivinando los planes del chico se cubrió con el cuerpo de su representante que tomó de sus ropas arrastrándolo frente a ella, evitando que se despeinase.

― ¡Cállense de una buena vez! ―Manuel miró a todos los representantes, todos ahora callados―. Compórtense con ética y respeto, señores

― Tú no eres quien de decir modales, Manuel― Julio se levantó de forma brusca encarando al castaño.

Manuel levantó su ceja.

― Tu pueblo es de los peores, no puedes hablar de respeto cuando ustedes nunca tuvieron.

Todos callaron, incómodos. Ese tema otra vez salía a la luz, y no era muy bonito.

― Julio, siéntate― ordenó Miguel.

― Pero herma…

― Cállate y siéntate, Julio― interrumpió―.

Julio rápidamente le hizo caso sentándose rápidamente, Manuel lo miró con una sonrisa victoriosa.

La reunión continuó con total normalidad, sin discusiones de por medio. Al acabar la reunión los representantes salieron del salón dejando a sus superiores a solas, como de costumbre. Gilbert suspiró pasando su mano por su cabello, giró su cabeza mirando a su hermano Ludwig que mantenía los ojos cerrados.

― Así no logaremos nada de progreso.

Gilbert asintió en aprobación ante el comentario de su hermano.

― ¿Por qué aún permitimos sus presencias en las reuniones?

Lovino se sentó bruscamente en el asiento a un lado del albino.

― Es para evitar problemas con el pueblo y los comerciales. ―Ludwig sonrió cuando Feliciano se sentó a su lado apoyando su cabeza en su hombro―. Siempre ha sido así, desde la guerra.

Manuel llegó respondiendo la pregunta de su hermano y se sentó a un lado de Lovino con una mueca de cansancio.

― Todos ellos son unos idiotas

Todos soltaron unas carcajadas al escuchar al pequeño Feliciano, que con un bostezo se acercó aun más al rubio.

― Sin duda― concordó Gilbert.

Habían decidido tomar un descanso, después de estar más de tres horas hablando y resolviendo pequeños conflictos y arreglando todo. La misión de los reinos era mantener la calma, la paz, que no hubieran guerras, todo podía prevenirse. La iniciativa de las reuniones, una reunión cada dos meses, había sido iniciada después de la gran guerra hace aproximadamente trecientos años, la cual trajo muchas consecuencias que aún perduran hasta el día de hoy.

Todos tomaron un descaso para luego emprender a continuar la reunión. Alrededor de las ocho de la tarde terminó, todos exhaustos comenzaron a salir del salón para dirigirse a sus respectivas habitaciones. Manuel necesitaba hablar con su amigo Gilbert, tenía muchas dudas que el mayor tenía que resolver. Comenzó a buscarlo por el gran salón y al no encontrarlo se hizo camino hasta la salida de esta, al salir lo divisó platicando al fondo del corredor con Matthew y Alfred y a un lado Sebastián y Martin, callados resguardando al querido Mathew. Caminó hasta ellos, bajo la curiosa mirada de Arthur que salía del salón de donde hicieron la reunión.

― Señor Manuel

Sebastián habló rápidamente al verlo caminar hacia ellos, Martin por su parte desvió su mirada de Matthew para sonreírle. Ambos se inclinaron cuando Manuel llegó. Martin le sonrió pícaro y Manuel rodó los ojos.

― Necesito robarme a Gilbert, si me lo permiten Mathew y Alfred

Ambos asintieron rápidamente.

― Por favor no seas duro con él, él te ama.

Manuel rodó los ojos al escuchar a Alfred y la risa de Gilbert. Ignorando la mirada algo molesta de Martín tomó el brazo de su amigo Gilbert arrastrándolo lejos de los cuatros del reino de Ethor.

― ¿Qué sucede? ― Gilbert le miró algo confuso siendo arrastrado―. ¿Manuel?

Sin respuesta del moreno Gilbert comenzó a preocuparse y se dejó llevar hasta que Manuel paró frente a una puerta, ya muy alejados de la gente. Tomó el pomo abriéndola, entró arrastrando aún al albino y cerró la puerta. Con un movimiento de su mano unos de los tantos candelabros de la habitación se encendieron dejando ver mejor el sitio. Se escuchaban aún la torrencial lluvia de afuera, las gotas golpeaban bruscamente la ventana y el viento corría fuertemente, el ruido de los rayos y relámpagos en el cielo no se hicieron esperar después de que la habitación se iluminara con las luces de ellos.

Gilbert miró como Manuel tomaba una bocanada de aire mientras retiraba sus castaños cabellos de su rostro.

― Necesito saber porque…―le miró a los ojos―. ¿Por qué te pusiste nervioso al preguntarte quien es Unyan?

Gilbert observó como los ojos del castaño comenzaban a cambiar de color lentamente, desde el centro el color violeta comenzó a emerger en sus ojos. Manuel lo miró paciente, para luego sacudir su cabeza tratando de evitar el cambio de sus ojos que suponía estaba pasando. Conocía al mayor y su extraña afición por que sucediera eso y ahora mismo tenía esa mirada que siempre ponía cuando le pasaba. Gilbert al mirar la reacción del menor suspiró, pasando sus manos por sus cabellos acomodándolo hacia atrás.

No creo que sea malo contárselo

― Fue rey de Estur, rey durante la guerra de los desolados.

― ¿Por qué te pusiste nervioso? Es simplemente un rey anterior.

Gilbert se encogió de hombros

― Simplemente me sorprendió que supieras el nombre― Manuel levanto una ceja, confundido―. Su nombre fue prohibido después de la guerra y después de su muerte, tanto que nadie lo pronunció por años hasta que todos los que sobrevivieron a la guerra no se los contaron a sus hijos a excepción unos pocos, así el nombre se fue perdiendo.

― ¿Y cómo sabes tú de ello?

― Expedientes, libros y pergaminos que encontré en la biblioteca por aquí en el castillo. No es necesario recalcar que son ilegales.

Manuel asintió, para luego fruncir el ceño.

― ¿Cómo sabía yo el nombre si no debería saberlo?

― Quizás lo oíste por algún lado

Este negó.

― Yo no me olvido de esas cosas.

― Quizás…― suspiró―. Lo oíste de tu padre cuando pequeño.

Manuel cerró sus ojos fuertemente cuando los recuerdos amargos llegaron a él y tratando de calmar el dolor en su pecho que lo sofocaba. Gilbert al ver la reacción del menor se encamino rápidamente frente a él tomándolo por los hombros.

― Creo que sí, creo que lo escuche de mi padre…― tomó una bocanada de aire bajando la mirada―. Ahora recuerdo sus historias de un rey olvidado con esposa e hijos.

Gilbert apretó su agarre.

― No sé cómo se me olvido algo así…― susurró con la cabeza gacha.

― No es tu culpa, después del golpe comenzaste a cerrar tus recuerdos dentro de ti, muchas cosas no las recuerdas y otras sí. ― El albino le tomó del mentón para que levantara la mirada, regalándole una sincera sonrisa.

Manuel cerró los ojos asintiendo suavemente.

― Ven, vamos a tomar un poco de vino y también supongo que tienes hambre― le susurró cariñosamente acariciando sus mejillas.

Gilbert besó la frente del menor y luego se encamino hacia la puerta. Los relámpagos alumbraban la habitación otra vez seguidos por el gran ruido en el cielo llamando la atención del castaño. Luego de mirar el cielo y la fuerte lluvia Manuel acomodó su túnica para caminar detrás del mayor. Cuando salió de la habitación miró a Gilbert con una pequeña sonrisa y luego caminó hasta estar frente a él, pero el dolor en el pecho que lo sofocaba lentamente le dificultó poder seguir caminando y antes de que su cuerpo cayera al frio suelo, el albino lo mantenía entre sus brazos. No dijo nada y tampoco el albino pronunció palabra alguna, rodeó con sus brazos al menor apretándolo contra él y delicadamente plantó un beso en la cabeza para luego apoyar la propia en la coronilla del menor.

― Gracias―susurró el castaño.

― No tienes porque― Gilbert acarició su cabello al sentir como las lágrimas del menor mojaban su pecho. ― Para algo están los amigos

Manuel olvidó todo por un momento, los gritos de su padre, el llanto de sus hermanos, y los golpes. Trató de no recordar nuevamente ese día, aquel día que aún le pesaba, aún se culpaba por todo. Su pecho ardía, le dolía, pero no hace nada al respecto porque Manuel piensa que se lo merece. Porque muy en el fondo él lo sabía, sabía que había sido su culpa.

La culpa de la muerte de sus padres.