Feliciano miró a sus dos hermanos que se encontraban frente a él. Manuel miraba algún punto muerto en la pared y Lovino al parecer encontró algo interesante en sus propias manos. Se giró levemente para ver a Antonio en la puerta de la habitación observando al mayor de los gemelos.

― Pronto será el cumpleaños de Manuel― comentó rompiendo el silencio.

El nombrado miró a su hermano haciendo una mueca y Lovino ocultó su sonrisa.

― No me interesa celebrarlo y lo saben.

Feliciano negó la cabeza divertido mientras su lienzo se desplazaba por el cuadro.

― De todas formas el abuelo lo celebrará y no puedes hacer nada al respecto ―Lovino se acomodó en su asiento para luego añadir―. Te conozco y sé que es imposible que no asistas a la fiesta que hará, ni siquiera intentes decirme que no, porque todos sabemos que es así.

¿Cuántas veces Manuel intentó ignorar el ruido de la fiesta y escapar de esa celebración? Le era imposible, su familia lo esperaba para celebrar con él y el castaño no se sentía con el derecho de rechazarlo, no después de todo lo que hacían por él.

― Sin comentarios― se limitó a decir desviando su mirada a la ventana.

Antonio reía por lo bajo ante la conversación de los hermanos, Lovino chocó sus miradas y le sonrió, Antonio le miró dulcemente susurrando unas palabras que provocaron un sonrojo en el mayor de los gemelos. Feliciano fingió no haber visto nada comenzando a contar lo mucho que le gustaría salir al centro de la capital los tres juntos.

Ludwig observó detalladamente a su hermano mayor, las ojeras bajos sus ojos rojos, la piel más pálida de lo normal y su cabello desordenado. Miró sus labios resecos y de un todo morado, sus ojos sin expresión alguna que miraban atentamente la pared del cuarto, desconectado. Ludwig meditó por unos segundos y giró su cabeza chocando con la mirada de Kiku.

― ¿Qué debería hacer? ― susurró.

Kiku aclaró su garganta suavemente

― ¿Sucede algo malo Gilbert-san?

El nombrado pestañeó rápidamente desviando su mirada hacia el de pelo negro.

― No Kiku, todo está bien.

― Mientes

― Yo no miento Ludwig, está todo bien.

― Te conozco hermano y sé que algo te sucede, dímelo ahora.

Gilbert le sostuvo la mirada, cansado.

― Solo... ―susurró―. Me preocupa Manuel

Ludwig cerró el libro en sus manos dejándolo en la mesita a un lado de él y se acomodó en el asiento prestando toda la atención a su hermano mayor.

― Simplemente ayer estuvo mal otra vez― desvió su mirada a Kiku, susurrando―. ¿Hay algo que pueda hacer para que no recuerde más esas cosas?

― Lo más viable seria borrarle la memoria, pero yo sospecho que no quiere hacerlo, ¿o sí? ― Kiku respondió.

― Podría pensarlo…―susurró tomando su barbilla en una pose pensativa.

― Aquí nadie va a borrarle la memoria a nadie, Manuel debe vivir con su pasado para determinar quién será en un futuro― Ludwig miró a ambos y añadió; ― Tiene que afrontarlo.

― Lo sé perfectamente hermano, simplemente me duele verlo así― Gilbert se tiró hacia atrás gruñendo―. ¿Por qué tuvo que pasar esa mierda?

Ludwig suspiró.

― Simplemente pasó, nadie sospecharía que algo así sucedería.

― Lo mejor que podemos hacer es apoyarlo en todo ― susurró con vos dulce Kiku―. Sobre todo usted Gilbert-san, su amigo más cercano.

Gilbert asintió con los ojos cerrados.

¿Por qué algo así le sucedía a alguien como Manuel?

Con solo doce años tuvo que aprender a tomar riendas y prepararse para ser el próximo rey y criar a sus hermanos menores, después de la muerte de sus padres.

A lo largo de los años tuvo que aprender a defenderse más cada vez que los atentados contra su vida eran mayores y los guardias se triplicaron. El castaño buscó ayuda en Gilbert que felizmente le enseñó todo lo que sabía y haciendo así su relación más estrecha.

Cuando Gilbert fue de visita y Manuel se encontraba con un brazo roto y hematomas por todas partes.

Nadie comprendía el comportamiento del mayor de los tres hermanos, era rebelde con muchas personas pero obediente con su abuelo, esquivaba a todas las personas posibles durante las reuniones, trataba de no llamar la atención, trataba de hacer todo correcto, y su carácter arisco con las personas no era más que un cascaron que protegía a un dulce y vulnerable Manuel, casi nadie conocía a ese Manuel que le encantaba leer y escribir los versos más preciosos que alguien podría leer, su adicción con el té, los paseos por el bosque y esa extraña habilidad de desaparecer cuando quería.

Gilbert conocía al, ante sus ojos, pequeño Manuel. Aquel chico que contenía todo los llantos para parecer fuerte, aunque eso hiciera que cayera en un abismo solitario y triste, en un estado deprimido. El albino hizo una promesa y pretendía cumplirla.

"Nunca te alejes de mi lado y ni yo me alejare del tuyo"

Promesa ambos hicieron una noche estrellada en el bosque, abrasados bajo las suaves y calientes mantas que protegían sus cuerpos desnudos del frio.

Ludwig miró como la sonrisa de Gilbert crecía cada vez más, una sonrisa traviesa que ocultaba algo importante detrás de ella. Miró a Kiku que simplemente se dedicó a seguir leyendo el libro entre sus manos pretendiendo ignorar la sonrisa cómplice que crecía en la cara de Gilbert. El rubio suspiró, conocía esa sonrisa y para su salud mental prefería no preguntarle, no quería más traumas con su hermano mayor.

No gracias.

Después de un minuto sumergido en sus pensamientos Gilbert comenzó una plática con su hermano menor, Kiku desvió su mirada del libro a los dos hermanos del reino anfitrión viendo como el brillo en los ojos del mayor volvían de forma lenta y pasible.

Ludwig era alto, uno de los más altos dentro de los descendientes y reyes vivos, tenía una contextura gruesa gracias a los arduos entrenamientos de los cuales aprendió gracias a su hermano mayor. Su carácter era bastante fuerte, muchos le tenían respeto al temible Ludwig, incluso su hermano mayor temía de él algunas veces. Su personalidad decidida y valiente lo llevó muchas veces a ser reconocido por su capacidad, también tiene un gran aprecio por su gente a la cual daría su vida para proteger. Es estrictamente ordenado, limpio y educado.

Ludwig es unos centímetros mayor que su hermano, Gilbert, por la cual muchas personas creen que Gilbert está celoso. En parte si y no, por ser el mayor debe serlo también en estatura, pero está orgulloso de los logros que su hermano menor a llegado a obtener a su corta edad de veintiún años. Gilbert tiene el cabello platinado y sus ojos rojos siempre fueron un enigma para muchas personas, "descendencia, solo eso" siempre la misma respuesta por parte de ambos hermanos, pero no estaba más lejos de la realidad. También tiene una contextura menos desarrollada que su hermano menor, pero no deja de tener su cuerpo en buena forma después de sus años entrenando. Muchos lo consideran como un inútil inmaduro que no sirve para ser rey, que todos los logros que han tenido esa generación ha sido gracias al hermano menor, pero estaban más que equivocados. Gilbert era un gran estratega, solo que todo lo hace en secreto junto con su hermano. Muchas de las cosas que Ludwig sabe, es gracias a su hermano que a través de la experiencias en batallas fue aprendiendo. Los planes para atacar y defender eran echa en su mayoría por Gilbert, por la cual su hermano lo admiraba en secreto.

Gilbert era ruidoso y atrevido a diferencia de Ludwig que era más silencioso e introvertido, pero eso no quitaba las cosas que tenían en común, como la limpieza y el orden, la justicia y el amor por lo dulce y los perros.

Ambos eran diferentes e iguales a la vez, uno era más serio que el otro, pero eso no quitaba que Gilbert podía llegar a dar miedo cuando se lo proponía y adoptaba ese semblante frio y serio, y Ludwig podría llegar a ser el alma de la fiesta junto con sus amigos, cuando está borracho.

Kiku miró a los hermanos que ahora hablaban entretenidos de algún tema en particular y desvió su mirada a la puerta cuando un golpeteo se escuchó de ella. Kiku se levantó y se dirigió escuchando detrás de él las fuertes risas del albino y la que trataba contener Ludwig. Tomó el pomo de la puerta y la abrió lentamente, encontrándose con dos pares de ojos que lo miraban atentamente.

― Feliciano-kun, Lovino-kun. ― se inclinó levemente después de saludar con su eterna tranquilidad que al hablar transmitía.

Feliciano le entregó a su hermano mayor lo que traía en sus manos para luego acercarse al joven chico de cabellos negros frente a él.

― ¡Kiku!

El nombrado no tuvo más opción que corresponder el abrazo del pequeño Feliciano, el pequeño gemelo miró detrás de su amigo al rubio y su hermano, que lo miraban y entró luego de dejar un beso en la frente del pelinegro. Lovino por su parte simplemente se inclinó frente al pelinegro que correspondió rápidamente haciéndose a un lado dejándole pasar. El gemelo mayor entró y Kiku desvió su mirada al hermano mayor de ambos que se encontraba ahí hablando con un soldado de armadura blanca y a Antonio que se encontraba frente a la puerta en guardia mirando disimuladamente a Manuel y aquel soldado. Kiku cerró la puerta fingiendo que no vio nada encontrándose con un Lovino insultando a Gilbert para que lo suelte de su eterno abrazo de bienvenida.

― ¡Les tengo un regalo! ― Feliciano tomó delicadamente lo que su hermano había soltado por culpa del albino, lo puso en la mesita para luego retirar la tela blanca que lo cubría. Un cuadro, un cuadro de los hermanos frente a él. El cuadro mostraba a un Ludwig serio con su armadura al igual que su hermano mayor, Gilbert. Era tan real que sorprendió a todos en la habitación, a excepción de Lovino que veía todos los días cuadros realistas por su hogar hechas por su hermano y algunas veces por el también. Kiku sonrió acercándose lentamente apreciando el cuadro detalladamente, Gilbert aún mantenía su mirada sorprendida mientras que una sonrisa crecía en su cara.

Ludwig miró a Feliciano, para luego mirar el cuadro, todos los detalles que un cuadro perfecto tenía, la sobra, la luz y los colores, todo era perfecto. Las expresiones en sus caras, el brillo de la armadura y la espada que sostenía Gilbert, el fondo de la sala del trono y la corona que descansaba en el trono real. Y el, Ludwig, con su armadura y su casco en su brazo derecho.

Gilbert se levantó rápidamente dirigiéndose al menor de los gemelos atrapándolo en sus brazos y dándoles besos por su cabello, Feliciano comenzó a reír risueño borrando en un instante los nervios que tenía. Ludwig chocó su mirada con el castaño, azul con avellana, una mezcla que cualquier artista podría utilizar. Una danza de lienzos con sus colores en el blanco cuadro que esperaba a ser pintado.

Avellana, el color más precioso que Ludwig podría encontrar en su vida.

Azules, el color que Feliciano guardaba dentro de su memoria para siempre y cual añoraba en sus paseos.

Ambos colores, estaban destinados a estar juntos, y eso el artista que pintaba su amor lo tenía claro, mientras recalcaba esos potentes colores de los demás que transmitían un amor puro y precioso.

El amor que ambos sentían.

Manuel rodó los ojos.

― Dale Manuel

Suspiró.

― No

Martín chasqueo su lengua, disgustado.

― Vamos Manu

Manuel frenó su andar, cerrando sus ojos furiosos. ¿Cómo ese rubio antinatural había logrado que Manuel lo acompañara?, Manuel se quería golpear por idiota, una vez que Manuel aceptaba alguna petición del de ojos grises verdosos, Martin no paraba hasta tener más.

― Ya te dije que no te contaré, agradece siquiera que dejo que me acompañes hacia el gordo de Alfred, porque si no fuera por mi casi acabada paciencia contigo, estarías en otra parte con la marca de mi pie en tu trasero.

Manuel no tenía tiempo para perder con ese idiota. ¿Qué había visto ese antinatural rubio con sonrisa perfecta en él?, nunca entendería sus acciones que para él eran idiotas e imprudentes. Ahora mismo tenía que hablar con el idiota de Alfred sobre la reunión, pero ese grandísimo animal de Martín no hacía más que distraerlo.

― Solo quiero saber por qué tienes una cara del orto, eso es todo. ―Martín giró levemente su cabeza esperando alguna respuesta.

― Lo que me pasa no debe ser de su incumbencia, soldado― Martín cerró sus ojos dolido. Manuel simplemente rodeo los ojos suspirando―. Tuve una mala noche, solo es eso ¿Contento?

Martín entre cerró sus ojos mirándolo fijamente, no le creía nada. Se acercó al castaño lentamente y Manuel por reflejo comenzó a retroceder.

"Aléjate, por favor"

Manuel gritaba aquella frase en su mente, deseando que el rubio tuviera alguna habilidad para leer sus pensamientos ya que las palabras no salían. Mirando directamente a sus ojos, Manuel no dijo palabra mientras su cuerpo chocaba contra la pared del corredor. Martín aprovechó y acorraló al príncipe contra su cuerpo admirando aquellos ojos tan extraños y extravagantes que Manuel poseía.

― No te creo

Sus piernas flaquearon levemente al escuchar la roca voz del rubio, Manuel sintió desfallecer. Martín tomó su mentón evitando que el castaño desviara la vista y el de ojos pardos heterocromaticos le mató con la mirada.

― Quiero hacer algo, prométeme que no me mataras― susurró, Manuel inclinó su cabeza a un lado confundido. ― Promételo

― ¿Qué vas a hacer? ― preguntó con una vos suave.

― Esto…

Manuel se sobresaltó al sentir una presión en sus labios, ¿esto estaba pasando?

Martín comenzó a mover levemente sus labios aun mirando directamente a los ojos del castaño, retiró su mano del mentón colocándola en la nuca del menor profundizando aún más el beso. Manuel no sabía qué hacer, muchas dudas e inseguridades le vinieron a la cabeza y por un momento entró en pánico.

"No perderé contra este grandísimo animal"

Manuel sonrió malvado siguiendo el beso haciéndolo más salvaje, mordiendo levemente los labios del mayor. Odiando por un momento ser más pequeño que aquel soldado, Manuel rodeó con sus brazos a Martín atrapándolo y en respuesta Martín apretó la cintura del menor provocando un leve quejido del menor.

"Esto se está saliendo de mis manos"

Ambos se separaron chocando sus frentes y mezclando sus respiraciones alteradas, Manuel aun con los ojos cerrados sonrió con malicia.

"Te tengo"

El castaño lo atrajo hacia el alcanzando su oído.

― Buen jugado― ronroneó.

De alguna forma Manuel pudo desarticular el agarre de Martín que mantenía fuertemente contra su cadera, pero Manuel logró moverse vertiginosamente afuera de su alcance, rápidamente acomodó sus ropas y sacudiendo su cabeza arreglando su cabello.

― Me retiro, soldado

Martín saliendo de su trance rápidamente contestó.

― Tengo que acompañarte, príncipe.

Manuel se dio vuelta encontrándose con un Martín con el cabello desordenado, con los labios entre abiertos y rojos. Y sus ojos con un extraño brillo mirándolo fijamente como si de un cazador se tratase.

― No creo que quieras que alguien se entere de algo despertó en ti― comentó guiñando un ojo―. No me sigas si no quieres morir de vergüenza

Manuel apunto rápidamente una parte de Martín, luego se dio vuelta caminando al final del pasillo y Martín no pudo evitar mirar más debajo de la espalda del castaño.

Bajo su vista encontrándose con un bulto entre sus piernas.

"Mierda, ¿y ahora qué hago?"

Manuel por su parte llevó sus dedos acariciando levemente sus labios sonriendo levemente. Siguió su camino ignorando ese cosquilleo intenso en su estómago.

"No seas idiota" se reprendió a sí mismo.

Siguió caminado indagando en su propia mente y reviviendo reiteradamente lo que hace poco sucedió. Tranquilamente caminó hasta la puerta de la habitación, los guardias afuera de esta le hicieron una reverencia y uno le abrió la puerta rápidamente.

En la habitación estaban los hermanos de Ethor, Mathew y Alfred, también Pedro del mismo reino. Luego de unos minutos llegó Máximiliano uniéndose.

― ¿Cuándo tomaras el trono, Manuel?

La pregunta de Alfred hizo al castaño apretar sus labios en una fina línea recta. No, no sabía cuándo ni quería saberlo.

― La verdad no lo sé, mi abuelo sabrá cuando

― Yo creo que ya es tiempo― Mathew comentó― Vas a cumplir veinticuatro años en una semana

― Si, ni me lo recuerdes― susurró Manuel.

― Te estás haciendo viejo, amigo― Alfred golpeo su espalda reiteradamente riendo.

― ¿A quién le dices viejo? ―dijo Maximiliano―. Tú vas a cumplir veintinueve, gordo.

Mathew comenzó a reír cubriendo su boca y Alfred tapó la boca del moreno.

― Calla, no se me notan― habló.

― ¿Y esas entradas que tienes? Alfredo tiene muchas canas también, mira― Manuel acercó su mano a la cabellera rubia de el de ojos azulados.

― Verdad, estas viejo pendejo― habló Pedro.

Alfred tapó su cabeza negando.

― ¡Mentira, mentira!

Los cuatro rieron fuertemente ante la reacción del rubio. Luego de que el rubio negara reiteradamente el hecho de que estaba haciéndose viejo, siguieron hablando.

Manuel estaba ansioso, iba a cumplir veinticuatro y pronto su abuelo tendría que tomar la decisión de entregar el trono, precisamente a Manuel. Debería estar emocionado, estuvo años preparándose para ello, entrenando y aprendiendo y grabando en su memoria todos los consejos que su abuelo le daba. Pero después de todo, no estaba feliz por completo. Se sentía horriblemente por ello, no quería defraudar a nadie por lo cual aceptaba su destino. Manuel no quería ser rey, no sentía capaz de ello, no sabía que era pero siempre que pensaba en ello su cuerpo temblaba completamente. Quizás fue por la mala experiencia que tuvo con su padre, un buen rey pero un maldito padre. Nunca comprendió el por qué su padre, el hombre que compartía su misma sangre le odiaba tanto, también su madre no hacía nada todas esas veces que el hombre que se hacía llamar padre, lo golpeaba.

Pero todo un día cambio, cuando Manuel tenía doce años, cuando sus padres murieron. Cuando Manuel maduró abruptamente, sin tener una infancia correcta, el castaño se obligó a si mismo de cuidar a su hermanos por sobre todo. Siempre los escondía, cuando llegaba su padre, debajo de la cama o los encerraba en otra habitación para que no salieran. Muy pocas veces su padre intentó maltratar a sus hermanos menores, todas esas veces Manuel lo evitaba o su madre lo hacía.

Si, su madre defendía a sus hermanitos pero no a él, lo dejaba a su suerte, con tan solo pocos años de vida Manuel intentó renunciar a todo, pero no lo hizo, tenía dos criaturas pequeñas e indefensas que defender y no dejaría que los tocara. Pobre ser viviente que siquiera lo intentase, porque a Manuel no le importaría manchar sus manos con sangre una vez más.

― ¡Manuel!

Gritos, golpes y dolor.

Manuel apenas y pudo procesar lo que estaba pasando cuando sintió que lo lanzaban a la esquina de la habitación.

Dolor, gritos y desesperación.

Tomó una bocanada de aire llenando sus pulmones para poder respirar, con dificultad abrió los ojos que ardieron al ver una luz frente a él y pudo divisar que alguien se acercaba hasta él, observó cómo Alfred luchaba con quien lo tenía retenido, Maximiliano protegía con su enorme cuerpo al pequeño Mathew que se encontraba detrás el con lágrimas en los ojos y Pedro paró en seco al ver como tomaban a Manuel de sus ropas levantándolo dejando ver como la sangre caía por su frente.

― ¡Manuel!

Dolor, más dolor y mucho más dolor…

Y oscuridad, es lo que Manuel vio, donde Manuel caía, donde Manuel pertenecía.

― ¡Unyan!

Oscuridad, donde el pertenece, donde esta maldito y donde maldice.