Cinco días. Durante cinco días Sirius estuvo en la mansión Potter. Cinco días en los que rio, jugó Quidditch, planeó e hizo bromas, se quedo hasta tarde bajo las sabanas hablando con James, como si lo hubiese hecho toda la vida.
(Jamás había reído tanto.)
Y luego…
Luego…
- ¡No! – James cruzó los brazos, su cuerpo cubriendo al azabache. Charles escuchó el suspiro de Sirius, pero notó que ni siquiera se molesto en moverse, pues debía conocer lo suficiente a su hijo como para saber que este no se lo permitiría. Charles no pudo evitar preguntarse como habían llegado a tener una relación tan cercana, pues estaba seguro de que James jamás había mencionado a Sirius.
Su esposa, Dorea, no había soltado la mano de Regulus desde que Arcturus se había aparecido en la casa. Al niño no parecía molestarle, acercándose a la mujer casi hasta acurrucarse a su lado.
- Lord Black, estoy seguro de que podemos acordar algo…- Empezó Charles, su voz tranquila, completamente opuesto a como se sentía. Arcturus alzó la mano, interrumpiéndolo en un gesto bastante grosero y poco usual en el Black. Charles supuso que se lo podría perdonar, después de todo, la última semana debió haber sido un infierno para el hombre, pues debía lidiar con una mujer que abusaba de sus nietos, pero que, como madre del Heredero de los Black, no podía simplemente hacerla desaparecer. Sin contar los rumores que se crearían con ambos hijos del linaje principal en la casa de los Potter.
- Sirius. – Y solo esa palabra fue suficiente para que Sirius se moviera, esquivando la mano de James, quien intento detener su camino. Con cada paso que daba, a Charles le pareció que aquel brillante joven, cuya risa había resonado por la mansión la ultima semana, desaparecía, siendo remplazado por un aristócrata a quien el Potter mayor no pudo reconocer.
Arcturus puso su pesada mano sobre el hombro del menor, su agarre más firme de lo necesario. Y, sin embargo, el rostro de Sirius se mantuvo completamente blanco. Dorea dio un paso al frente, sus ojos prácticamente echando llamas, mientras que con su brazo empujaba al menor de los Black tras ella. Arcturus le dio una mirada. (Una señal de respeto que no le hubiese hecho ni a las más finas de las damas. Pero Arcturus sabía que por muy Potter que Dorea pretendiera ser, su sangre rugía con la locura de los Black. Y él no estaba dispuesto a desatarla.)
- Espero una carta por semana, Regulus. – Sentenció el Lord, inclinando ligeramente su cabeza en dirección a Dorea. La mujer calmó un poco su posición defensiva, pero sus ojos seguían saltando al mayor de los hermanos.
- ¡No puede llevárselo! – Antes de que Regulus pudiese responder a la orden de su abuelo, James dio un paso al frente, espetando las palabras. Charles puso una de sus manos en el hombro del menor, tanto para restringirlo como para confortarlo. (Charles era un Auror. Charles ya había luchado una guerra. Charles sabía que, a veces, las casualidades no se podían evitar. Pero oh. Como deseaba poder evitar esta.)
Ninguno de los adultos dijo palabra, todos un tanto inseguros de como proseguir. Pero, aunque hubiesen hecho algo, James no se hubiera dado cuenta, pues sus ojos estaban firmemente clavados en el azabache. (Su mejor amigo. Su hermano.) Si esperaba alguna señal, algún indicio de auxilio, fue completamente decepcionado, pues lo único que hizo Sirius fue dar una casi imperceptible negación con la cabeza. El cuerpo de James pareció caer, sus hombros abandonando la pose defensiva, su cabeza gacha. Charles quiso abrazarlo, asegurarle que todo estaría bien, pero él no acostumbraba mentirle a su familia.
Sirius y Arcturus desaparecieron sin ninguna otra palabra intercambiada entre ambas familias.
Ese verano, su cuerpo estuvo libre de heridas. Sus manos dejaron de temblar al no ser sometida a cruciatos diarios. Su rostro mantuvo su pálido color, en vez del rojo con forma de mano al que se había acostumbrado. Estaba en perfecta salud.
Y, aun así….
- Otra vez. – Su abuelo observaba tras la ventana el amplio territorio de la mansión Black, sus manos tras su espalda.
- Lord Rosier tuvo a un squib. Le pidió a la familia Black que lo desapareciera, junto con cualquiera que lo pudiera recordar. Lady Patil…- Y así, en la sala de estar de una de las familias más poderosas en Inglaterra, los demonios y crimines de todas las familias en el mundo mágico fueron recitados por un pequeño de catorce años. Pasados, presentes y futuros, todos los pecados y deudas quedaron permanentemente incrustados en el cerebro del joven.
(Y en el futuro, Sirius susurraría aquellos pecados, la oscuridad rodeándolo, una sonrisa en sus labios.)
Su cuerpo estaba libre de heridas. Ya no se saltaba las comidas. Estaba en perfecta salud.
- ¿Otra porción? – Arcturus alzo una ceja, llevando la cuchara a sus labios. Sirius asintió, su cabeza gacha. El mayor inclino la cabeza, tomando un poco de vino antes de responder. – Gánatelo. –
(En dos semanas, Sirius comería todas las porciones que su cuerpo pudiese soportar. Y su abuelo, con semblante serio, parecía sonreír con los ojos.)
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Su cuerpo estaba libre de heridas. Ya no se saltaba las comidas. Todos los días tenía una cama a la que volver. Estaba en perfecta salud.
Cuando las lecciones políticas acababan, el tiempo de duelo había terminado y los secretos del día habían sido aprendidos, Sirius volvía a su habitación. Cerraba la puerta y, bajo la luz de la luna que se asomaba por su ventana, leía teoría. La absorbía como esponja en el agua. Y, cuando se sintió preparado, permitió que la magia viajara por su cuerpo.
(La primera vez que logro convertirse, durmió toda la noche, sintiéndose, por primera vez en mucho tiempo, libre.)
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Su cuerpo estaba libre de heridas. Ya no se saltaba las comidas. Todos los días tenía una cama a la que volver. Estaba en perfecta salud.
(Quizás, si se lo repetía lo suficiente, empezaría a ser cierto.)
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(Años después, solo, con una copa de vino en mano, miraría por la misma ventana de la mansión Black, y brindaría por el hombre que le enseño a sobrevivir.)
James mantuvo sus ojos clavados en la estación, buscando un cabello azabache perfectamente organizado. Sirius no había respondido ninguna de sus cada vez más frenéticas cartas, las cuales, contando que era su única forma de comunicación con el Black, habían excedido la cincuentava a los cuatro días de separación.
La única razón por la que no tomo su escoba en medio de la noche y voló hasta la mansión de los Black fue la correspondencia semanal que Regulus, quien se había quedado con ellos todo el verano, mantenía con su abuelo.
Giró la varita entre sus manos, su pierna moviéndose en un rápido compas con más tiempo que pasaba sin señal del mayor de los Black.
- ¿A quien buscas? – Remus estaba recostado contra el asiento, el libro que había estado leyendo todavía entre sus manos.
- Es obvio que busca a su Lily Flor. – Se burló Peter desde el suelo, donde se había ubicado junto con todos sus caramelos. Remus río por lo bajo, negando la cabeza mientras devolvía sus ojos a las paginas frente a él.
- ¿Tan ansioso estas de que te maldigan? – Comentó el hombre lobo con gracia. James logró hacer una débil sonrisa, maldiciendo por millonésima vez no haberles contado a sus mejores amigos su relación con Sirius.
Al no recibir respuesta, tanto Peter como Remus alzaron la mirada, las sonrisas desvaneciéndose de sus rostros.
- ¿James…? – La pregunta de Peter fue interrumpida por el inicio del tren, que se empezaba a alejar de la estación. James sintió como sus adentros se congelaban, su estómago cayendo en algún lugar cercano a sus pies. ¿Dónde estaba Sirius? ¿Se había subido? Su abuelo no lo pudo haber sacado de Hogwarts… ¿Oh sí? ¿Había tenido un encuentro con su madre? Y si…
La puerta del compartimiento se abrió de golpe, llamando la atención de los tres adolescentes. Remus fue el primero en reaccionar.
- Eso es un…- Se sentó recto en el sillón, su boca ligeramente abierta.
- ¿Perro? – Peter acabo la oración, habiéndose levantado para alejarse un poco del canino.
El animal no pareció notar la confusión e incomodidad que se había apoderado del compartimiento, pues entro con la cabeza en alto. De un brinco se subió al sillón donde James estaba y sin dudar puso su cabeza sobre el regazo del Potter. James, instintivamente, lo acaricio, ganándose lo que juro que fue una mirada aprobadora.
- ¿Desde cuando se pueden tener perros como mascotas? – Pregunto Peter, acercándose un poco para pasar su mano por el suave pelaje negro. Tanto James como Remus alzaron los hombros.
- Debería llevarlo a un profesor. – Comento Remus con resignación, preparándose para levantarse. James estaba a punto de asentir, pero el canino levanto la cabeza, golpeándola suavemente contra el mentón del Potter. El joven bajo la mirada, sus ojos clavándose en los grises del animal. En silencio acaricio la cabeza del perro, su ceño fruncido. Esos ojos…
- ¿¡Si….!?- Su exclamación se perdió entre el ladrido del perro, quien le daba una mirada reprochadora. Remus alzo una ceja, sus brazos cruzados.
- ¿Lo conoces? – James asintió, su cerebro buscando una excusa. Estuvo tentado a tirar a Sirius al suelo cuando este le dio una mirada burlona.
- Es…Canuto. Vive en Hogwarts. Se debió haber colado este año al tren. - James estaba seguro de que, si los animales pudieran alzar una ceja, Sirius lo estaría haciendo. Aun así, fue perfectamente capaz de transmitir su mensaje de "¿Canuto? ¿Enserio?" James se contuvo a si mismo de rodar los ojos, optando por darle un suave y discreto jalón a la oreja del canino. Canuto gruño, sacudiendo la cabeza de forma juguetona. James rio, lo que le gano una mirada ofendida por parte del animal, quien se levanto con el hocico en alto, giro su cuerpo y golpeo la cara del Potter con su cola, antes de saltar al otro asiento, donde se lanzo sobre el regazo de Remus.
Tanto Peter como Remus reían con fuerza al ver la expresión de indignación en el rostro de su mejor amigo. El hombre lobo paso con delicadeza su mano por el cuerpo del perro, acariciándolo con gentileza.
- Quedémonoslo. – Exigió Peter, acercándose al asiento para acariciar las patas negras. James cruzo los brazos, recostándose contra el asiento, viendo a Sirius recibir mucho más contacto físico y cariño de lo que alguna vez se permitió en su forma humana. El Black tenía lo ojos cerrados y no parecía consciente de lo que hablaban a su alrededor. En aquella esquina de su mente a la que James no se permitía ir muy seguido, se preguntó qué tan mal tuvo que haber estado el verano.
- No podemos. – Susurro, tan suave que solo él pudo escucharlo. Desearía poder hacerlo, mantener a Sirius en la torre, donde reirían hasta el amanecer, planearían bromas, comerían como solo adolescentes podían y tendrían una amistad inquebrantable. Pero el mundo no era tan simple y esta realidad, aunque cruel, era la única que tenían. Así que, al acabar la noche, Sirius volvería a su sala común, donde todos lo observarían y juzgarían cada acción, donde tendría que mantener la cabeza en alto, los ojos fríos, la boca seria. Donde ya no sería Canuto el perro, amigo de los merodeadores, sino Sirius Orion Black, Heredero de la más antigua y más prestigiosa casa de los Black.
- ¡El chocolate es venenoso para los perros, Peter! – James salió de sus depresivos pensamientos, encontrándose con la cómica imagen de Remus cubriendo la cara de Canuto, a unos centímetros Peter tenía una barra de chocolate, ofreciéndole al canino un pedazo y Sirius, con su hocico parcialmente tapado por el hombre lobo, no parecía extremadamente preocupado por el posible veneno, pues su lengua estaba afuera, lista para recibir el dulce.
James no pudo hacer más que reír.
- Quédate aquí, prometo traer mucha comida. – Peter tomo la pata del canino, sacudiéndola para cerrar su promesa. Canuto asintió, su lengua afuera.
- Y yo me asegurare de que no te envenene. – Comento Remus, pasando su mano por la cabeza del animal. Canuto ladró, su cola sacudiéndose.
Con una sonrisa en sus labios, James vio a sus amigos salir del cuarto, haciéndoles un ademan para que no lo esperaran. Remus, su mirada curiosa, asintió, arrastrando a Peter fuera de la habitación, rumbo al comedor.
Solo cuando estuvo seguro de ser el único en la torre, James giró sobre sus talones, plantando sus ojos en el perro, quien tenía la cabeza gacha.
- Sirius. – Un suspiro, más humano de lo que un animal normal sería capaz de hacer, salió del canino. James espero, forzando la sonrisa que quería salir a mantenerse oculta. El cuerpo del perro empezó a crecer, su pelaje desapareciendo, sus huesos cambiando de lugar, hasta que finalmente fue un joven azabache el que estaba de pie en medio de la habitación.
Sirius alzo la cabeza, su mirada dura y desafiante, todos los muros que había dejado caer en su forma canina reaparecieron con el doble de fuerza. James se contuvo a si mismo de suspirar, caminado hasta que estuvo frente al otro joven. Sus miradas se mantuvieron conectadas, la tensión creciendo entre ellos.
Sin preguntar ni dudar, James rodeo a Sirius con sus brazos, apretándolo con toda la fuerza que su entrenamiento de Quiddicht le permitía. Sirius, confundido y dudoso, alzo sus brazos con lentitud, devolviendo el abrazo cuidadosamente. Pero, al notar que James no tenía ninguna intención de soltarlo, apretó su agarre, enterrando su rostro en hombro del otro.
- Una carta. Ni una maldita carta en todo el verano. – Gruño James, el enojo que había ignorado los tres últimos meses crecía en su pecho, como un volcán a punto de explotar. De haber sido alguien más, Peter, Remus o cualquiera de sus otros amigos alrededor de la escuela, les hubiera dado un coscorrón, los abrazaría por unos segundos y luego reiría por algo.
Pero este era Sirius. Sirius, quien no conoció ningún tipo de contacto físico que no doliera hasta los once años. Sirius, a quien le había tomado casi un año iniciar un abrazo. (Sirius. Quien había llegado a la puerta de su casa, inconsciente, su cuerpo contrayéndose por el dolor, el Cruciatus aun firme en su memoria.)
- Lo siento. – Sirius forzó a las palabras a salir por su boca, su cuerpo tensándose. (Esperando que una maldición lo golpeara, pues un Black nunca se disculpaba. Un Black nunca debía admitir debilidad.) Lo único que recibió a cambio fueron los brazos de James relajándose, aunque no se aparto del abrazo.
Estuvieron ahí minutos, horas, quizás días, Sirius no podría decir, pues toda su concentración estaba centrada en los brazos de su amigo. (Jamás se había sentido tan seguro.)
Finalmente, James se apartó. Sirius dejo que sus brazos cayeran a su lado, inseguro de como proseguir. James, por su lado, camino hacía su baúl sin decir palabra. Lo revolcó durante unos minutos hasta que, con la mitad de su cuerpo enterrado en el baúl, exclamó triunfante. Se levantó de su posición y, con dos objetos en la mano, volvió a donde Sirius todavía no se había movido.
Extendió su mano con uno de los objetos, su mirada seria.
- Para siempre poder comunicarnos. – Sirius tomo el espejo, acariciando el marco dorado con delicadeza. Alzo la mirada, dándole una sonrisa que James devolvió.
(Y si los espejos nunca se mantuvieron lejos del alcance de los jóvenes, bueno, nadie tenía porque saber.)
No era que no lo hubiera notado antes, simplemente lo había…Ignorado. Sirius sería el primero en admitir que no tenía un buen corazón, pues en la guerra eso era una desventaja. Por ello, había ignorado a los nacidos de muggles tanto como le había sido posible. No los odia, ni le disgustaban (¡Estaba peleando una guerra por ellos, joder!) simplemente, en el mundo actual, no tenían ningún valor. No tenían las conexiones que aquellos nacidos en familias mágicas tenían, ni tenían el conocimiento que venía con haber crecido rodeado de maravillas. Así que, quizás, se le podría perdonar no haber notado lo…desinformados que estaban.
Fue por pura casualidad. Una conversación inocente entre dos Gryffindor, ambas de cuarto año.
- Nunca entenderé porque los duendes son tan groseros. - Se quejó una, su ceño fruncido. Su amiga alzo los hombros.
- Son criaturas extrañas. ¿Qué pasó esta vez? – Y Sirius, no le avergüenza admitir, alentó su caminar para escuchar la respuesta, pues los duendes siempre habían sido perfectamente respetuosos. Gruñones, sí. Pero educados.
- Me arrodille para darle la mano. ¡Te juro que casi me muerde! – Sirius agradeció las largas horas de lecciones sobre porte y postura que tuvo que soportar en su niñez, pues de lo contrario estaba seguro de que hubiese trastabillado. En cambio, detuvo su andar, usando toda su fuerza mental para no mirar boquiabierto a ambas jóvenes, quienes no tardaron en desaparecer tras una esquina.
Todos los magos nacidos en el mundo mágico conocían la etiqueta básica para lidiar con todas las criaturas. Sabían que a un centauro nunca se le acariciaba, no se volaba frente a un gigante, no se hablaba con una sirena fuera del agua, y jamás se debía hacer una acción que pareciera burlarse de los duendes por su tamaño. Claro, no todos lo respetaban. Sirius conocía a más de un mago que se esmeraba por romper todas las normas de decencia básica posibles cuando trataban con criaturas a quienes consideraban "inferiores", pero incluso el más arrogante de los pura sangre trataba con respeto a los duendes, pues nadie quería enojar a los seres que cuidaban su dinero.
Fue un pequeño incidente. Algo que cualquier otro hubiese dejado pasar. Pero Sirius no había llegado hasta donde estaba por ignorar su curiosidad. Así que, durante la siguiente semana, se dedico a investigar.
(Y esos pequeños detalles a los que se había vuelto indiferente, parecieron florecer. Vio como la ignorancia iba de ambos lados. Como aquellos que crecieron entre la magia parecían esperar que todos conocieran sus costumbres, dichos y juegos. Como rápidamente se ofendían ante un indicio de lo contrario. Como los nacidos de muggles alzaban sus cabezas en orgullo forzado, proclamándolos "ignorantes" y "anticuados" a todo el que no conocieran la civilización no mágica. Como cada interacción fallida agrandaba la brecha entre ambos.) (Como aquellos que habían crecido entre muggles y magos trataban de ser un puente, tratando de explicar similitudes y diferencias. Como tanto los puras sangres como los nacidos de muggle los ignoraban.) (Como, en algunas amistades, se escuchaban. Como ambos lados se esforzaban por aprender, porque, a veces, la amistad era más importante que la cultura.)
- ¿Quiero saber? – Remus estaba en su cama, un libro en su regazo, recostado contra el espaldar. Peter, quien había estado intentado tomar una siesta, abrió uno de sus ojos, observando la escena.
James había entrado al dormitorio, una mirada entre irritada y cálida en sus ojos. No más de dos segundos después, Canuto lo siguió, cerrando la puerta con su cola, en su hocico un pergamino enrollado. Peter, al ver al perro, se levanto animado. Camino hasta el animal, arrodillándose para saludarlo, mientras que distraído escuchaba la conversación sobre su cabeza.
- Canuto quiso visitar. – James alzo los hombros, pasando una mano por su oscuro cabello. Remus suspiro, cerrando el libro y mirando a James como si este fuese un niño.
- Si, puedo ver eso. ¿Por qué tiene un pergamino? – Nuevamente, James se encogió de hombros, provocando que una sonrisa apareciera en la comisura de los labios de Remus.
El canino, por su lado, pareció haber recibido todo el afecto al que estaba dispuesto. Se separo de Peter y corrió a la cama del hombre lobo, donde deposito el pergamino sobre la rodilla del joven antes de acomodarse en el colchón. Remus, una de sus cejas alzadas, abrió el rollo, una mueca en su rostro al tocar la baba que lo rodeaba, sin embargo, esta despareció en cuanto vio el contenido.
James, quien se había acercado en algún momento, acariciaba la cabeza del perro mientras esperaba ver el interior del papel. Canuto pareció bufar irritado, sus orejas gachas, pero no hizo ningún movimiento para alejarse.
- Es…Un mapa. – Reveló Remus, su voz sorprendida. James bajo la mirada, curioso, pero el canino lo ignoro. – Le faltan algunas partes del castillo. – Continuo. Eso pareció llamar la atención del animal, pues alzo la cabeza, su cola agitándose.
El hombre lobo, al ver la reacción, sonrió, extendiendo el pergamino por la cama. Peter se acerco por el otro lado, inclinado su cuerpo ligeramente.
- Aquí hay un pasadizo secreto. La contraseña es potio. – El dedo del castaño paso por una aparente escalera inocente, pasando entre muros hasta llegar a unos metros del salón de pociones.
Durante toda la noche, crearon mapas, extendiendo el original, agregando pequeños detalles que solo ellos sabían.
(Al final, pequeños pedazos de mapa cubrieron por completo el suelo del dormitorio.)
(Y si a la mañana siguiente los tres Gryffindor apenas se podían mover, con grandes ojeras y rostros pálidos, ninguno notaría la horrible mirada que James le dedicaría a Sirius, quien se veía tan perfecto como siempre.)
(Y si Sirius ocultó una sonrisa entre su copa de desayuno… Bueno. Solo él lo sabría.)
(Años después, luego de una larga noche, James mataría con la mirada a su esposa y a su mejor amigo, quienes se verían perfectamente compuestos.)
(- ¡Enséñame el hechizo! –
- Nope. )
Los niños, muggles o magos, aprendían desde pequeños a temerle a la oscuridad. A taparse con sus cobijas, apretando sus rodillas con fuerza contra su pecho y, cuando los monstruos de la noche se volvían demasiado aterradores, aprendían a correr hacía sus padres, escalando con sus pequeños brazos la cama que parecía infinitamente alta. A medida que crecen, olvidan el confort de sus padres y se conforman con cerrar los ojos, donde un mundo de ensueño mil veces más brillante los esperar. Pero siempre, sea infante o anciano, se sentirán ligeramente incomodos en medio de una profunda obscuridad.
Regulus, por su parte…
Él recordaba cómo, algunas veces, la penumbra que lo envolvía era la única protección que se le ofrecía. Recordaba como la primera luz que veía usualmente provenía de una varita con maliciosas intenciones.
Recordaba, también, como sólo cuando el silencio resonaba en la casa y las paredes se perdían entre la negrura del fin del día, gentiles brazos lo atraían hacía un joven y aterrado pecho. Como ninguna palabra era intercambiada y aquellas manos lo sostenían hasta que sus respiraciones se sincronizaban, hasta que solo eso existía. Dos hermanos en medio de la obscuridad, sosteniéndose uno al otro para no caerse a pedazos.
Y cuando, durante los siete años de su educación, Regulus se levantaría de golpe al primer indicio de la luz que entraba por la alta torre como un viejo amigo, sonreiría hacía las preguntas de sus compañeros, llamándolo "hábito".
(La simple verdad, sin embargo, era que Regulus había aprendido a ser un niño de la noche.)
(¿Y no era eso irónico para un león?)
Lily Evans era una persona orgullosa. Estaba orgullosa de su linaje, aunque un tercio de su escuela lo repudiara. Estaba orgullosa de su Casa, donde todos rugían con la ferocidad que se les otorgaba. Y estaba orgullosa de sus amigos, uno quien era un Slytherin.
Severus Snape era, sin lugar a duda, su mejor amigo. El único que siempre había estado ahí para ella. Ambos tenían sus defectos y virtudes y, a pesar de todo, se habían mantenido juntos.
Aun así…
- ¡Sólo porque su familia tiene dinero se cree el rey de la escuela! – Exclamo el Slytherin, lanzando sus manos al cielo. Desde que se habían encontrado esa mañana, Severus no había hecho más que quejarse de Black. Lily no podía culparlo, pues, aunque el menor de los hermanos era tolerable, el mayor era…diferente. Jamás había sido grosero, a discrepancia de la mayoría de los Slytherin, pero el problema era precisamente ese. Nunca era nada. Permanecía completamente blanco todo el día. Lily estaba segura de que nunca lo había visto hacer una expresión y eso, más que los insultos, la aterrorizaba. ¿Cómo podía alguien tan joven carecer completamente de sentimientos?
(Aquellos que habían sido sujetos a la ira del Black, cerrarían los ojos, deseando la ignorancia que Lily disfrutaba.)
Aun así, todos tenían limites y toda una tarde de quejas sobre la misma persona era, al parecer, el suyo. Abrió la boca, preparándose para interrumpirlo, cuando una parte de la información llamo su atención.
- No es como si quisiera estar en su estúpido club. – Lily se detuvo, su ceño fruncido en una expresión confundida. Severus, al ver que su amiga ya no lo seguía, paró su andar, girando ligeramente la cabeza para mirar a la peli roja, una de sus cejas alzadas.
- ¿Qué club? – Desde que Lily lo había conocido, Severus siempre había sido muy bueno ocultando sus sentimientos, pero ella siempre lo había podido leer. Esa vez, sin embargo…Una estatua pareció haber remplazado a su amigo, pues su expresión se había vuelto completamente de piedra.
(Severus Snape no le era leal a muchas personas. En lo alto de la lista estaba, sin lugar a dudas, Lily Evans. Era la persona que llevaba su corazón y siempre intentaría hacerla feliz. Pero…)
(Recordó como entre los fríos muros del calabozo había creado su primer hogar. Como, aunque no lo dijeran, los Slytherin eran una familia, a su propia manera. Como, con un ademan de mano, Sirius se había asegurada de que siempre estuviese acompañado cuando las bromas se habían vuelto demasiado peligrosas. Como, al estar rodeado por sus compañeros de casa, por primera vez, se había sentido seguro.)
Negó la cabeza, regalándole una pequeña sonrisa antes de seguir su camino, dejando atrás a la leona. (Severus podía quejarse toda la tarde. Las serpientes no era la casa de los leales. Pero Slytherin siempre sería primero.)
(Sirius se había asegurado de eso.)
- Es ridículamente inteligente. – Comento Remus, viendo como Canuto y Peter jugaban en el patio. James alzo los hombros.
- Es un perro mágico. – Respondió, comiendo uno de los muchos dulces que acababa de comprar en la primera visita a Hosgmade del año.
- Hmm. – Respondió el lobo, su tono escéptico.
Sirius cerró la puerta con fuerza, recostándose sobre ella. Mantenía la cabeza gacha, su respiración agitada. El periódico del día, que detallaba las desapariciones de la semana, estaba arrugado en su puño.
(- ¡Muchísimas gracias por la invitación Lord Black! – Alison McWater, nacida de muggles, recién graduada de Hogwarts, Ravenclaw, con iniciativa y deseos de cambiar muchas de las cosas en el mundo mágico, le sonrió con alegría al anciano hombre. Sirius, sentada en una silla en una esquina de la habitación, mantuvo sus ojos en el libro en sus manos.
- Siéntese. – El disgusto del mayor fue expertamente escondido y la mujer, inocente, siguió sus indicaciones.
Hablaron toda la tarde, en donde Sirius pudo ver como los ojos de su abuelo se volvían progresivamente cada vez más fríos.
- …Y por eso sería mejor acabar con el Wizengamot. Las personas deberían tener derecho a elegir a sus representantes. – Finalmente Alicia alzo la mirada de sus papeles, sus ojos esperanzados y curiosos.
- Eso es interesante, señorita McWater. Si sería tan amable de esperar por unos minutos, debo hacer una llamada. – Arcturus inclino ligeramente la cabeza antes de salir del estudio.
La mujer, nerviosa e inquieta, no espero mucho para empezar una conversación.
- Eres…Sirius, ¿no? ¿El heredero? ¿Qué opinas de mis proposiciones? – Sirius levantó la mirada, encontrándose con una joven soñadora, su sonrisa alegre, sus ojos esperanzados.
"Vas a hacer que te maten." Fue lo que quiso decir. "Te estas metiendo con cosas que no entiendes." Le quiso rogar. "Vete mientras puedas." Le quiso advertir.
En cambio, sonrió, dejando que el libro cayera sobre su regazo.
- Es interesante, señorita McWater. - )
Entre la lista de desaparecidos, el nombre de Alicia McWater pasaba casi inadvertido. Después de todo, no era inusual que una nacida de muggle desapareciera en esos tiempos de guerra.
Pero Sirius sabía. Sabía que, esta vez, Voldemort no había sido el culpable.
Dejo que una sola lagrima rodara por su mejilla, en su interior mandando un silencioso agradecimiento a la joven, quien Sirius había mandado como cerdo al matadero.
(Slytherin es el lado oscuro. Los moralmente ambiguos. Los que corren a la meta final para obtener lo que desean, apartando del camino todo lo innecesario.)
(Los Slytherin son aquellos que se encierran a si mismos en los rincones mas oscuros de su mente, donde se pueden acurrucar, los sollozos destrozando sus jóvenes almas, porque a veces…A veces era demasiado peso para hombros tan jóvenes. Y, aun así, se vuelven a levantar, borrando todo rastro de lagrimas en su rostro, su cabeza levantada en alto, porque no se pueden detener ahora. No se pueden arrepentir. Y, sobre todo, no pueden mostrar ningún signo de debilidad.)
Dejo que el pedazo de papel cayera de su mano, moviendo su varita en un rápido hechizo, provocando que el periódico ardiera en llamas.
(No pediría perdón.)
(No se lo merecía.)
Bellatrix acaricio su varita, pensando en las muchas formas en las que podría usarla contra esos asquerosos sangre sucia. Tuvo que contener una risa de alegría, pues su amo estaba hablando.
("Los Black nunca se arrodillan." Le había dicho su madre, el día antes de mandarla a Hogwarts. Bellatrix había sacado el pecho con orgullo.)
La reunión continuó durante un par de horas, donde algunos de los idiotas que no merecían respirar el mismo aire que su amo fueron las victimas de unos deliciosos Cruciatus. Bellatrix solo deseaba haber sido ella la que lanzaba el hechizo, pero jamás se interpondría entre su amo y quien sea que lo irritara. Era una verdadera obra de arte ver la ira de su amo dirigida a alguien más.
- Bella. – La azabache alzó la cabeza, entusiasmada por cualquier palabra que saliera de aquella boca. – Quédate. – Bellatrix asintió, ignorando las pocas miradas de piedad que algunos se atrevieron a darle, pues ellos no comprendían el completo honor que esto era.
- Tu familia. Ninguno ha venido a jurarme lealtad. ¿Por qué? – Los fríos y calculadores ojos del hombre se posaron sobre ella. Bellatrix se arrodillo, agarrando con fuerza su vestido para evitar que su emoción se mostrara.
("La familia siempre va primero, Bella. Los Black están por delante de cualquier otra cosa." Le había enseñado su padre el día que su hermana menor había nacido.)
- Pronto los traeré. – Juró. No tenía que alzar la cabeza para saber lo disgustado que estaba su amo, pues lo pudo sentir en la intensidad del cruciatus que golpeo su cuerpo.
("Tú locura te va a destruir." Le había advertido Sirius, el ultimo día en el que Bellatrix estuvo en Hogwarts como estudiante.)
Peter se acurruco contra el muro, su rostro enterrado entre sus piernas. Respiraba con dificultad y el pánico invadía su cuerpo. No podía. No podía hacerlo. Quería a sus amigos, eran los mejores amigos que alguna vez tuvo, pero esto ya era demasiado lejos, ¿No?
Era una locura. Peter había logrado transformarse hacía apenas dos días. ¿Y si perdía el control y se volvía humano en medio de la noche? ¿Eso podía pasar? Dios, iba a morir.
Podía conseguirse otros amigos, buscar a otras personas. Pero incluso pensarlo hacía que un fuerte dolor apareciera en su pecho. No podía. No podía hacer nada. Era un cobarde.
Un suave sonido provoco que alzara la cabeza. Canuto estaba sentado frente a él, su cabeza ligeramente tildada. Si Peter no supiera que era imposible, juraría que el animal parecía preocupado.
- Hola. – Susurro sin mover un musculo de su posición. El perro se acerco hasta que su cabeza se pudo recostar con facilidad en las piernas recogidas de Peter.
El Gryffindor sintió como una débil sonrisa crecía en sus labios, su mano pasando por el suave pelaje.
- Remus es un hombre lobo. – Confeso tras unos minutos de silencio. El perro no se movió, lo que Peter tomo como incentivo para seguir. – James cree que si nos volvemos animagos el lobo no nos atacara. – Peter siguió sus caricias, su mirada pasando al techo. – Llevamos un año y medio practicando…Y hoy será nuestra primera noche. –
De pronto no pudo evitar que todo el miedo que había acumulado la ultima semana se transformara en lágrimas, que caían sin piedad por sus mejillas.
- No quiero morir, Canuto. – Murmuro. El animal finalmente se movió, observando a Peter por unos segundos antes de lamer su mejilla. Peter lo aparto con una risa débil, limpiándose la piel con la punta de su camisa.
- Sabes que no me gusta cuando haces eso. – Trató de reprenderlo, pero cualquier autoridad que pudo haber tenido se esfumo con la sonrisa en su rostro. Canuto ladró, lanzándose contra el mago y lamiendo todo lo que su lengua alcanzaba. Peter gruño entre risa, moviendo su cabeza para evitar las babas del animal.
Dejo que la magia corriera por su cuerpo, sintiendo como se volvía cada vez más pequeño, hasta que una rata reemplazo el lugar donde antes había un joven. El animal uso su pequeña estatura para huir del canino, quien entre ladridos juguetones lo persiguió toda la tarde.
(Esa noche, cuatro animales corrieron por el bosque, lanzando sus cabezas al cielo con cada aullido del lobo.)
(Jugaron, saltaron, durmieron.) (Vivieron)
("Manada" Susurro el lobo en la cabeza de Remus, cuando al otro día este se despertó sobre un ciervo, un perro acurrucado a su lado y una rata sobre su pecho.)
- ¿A dónde vas? – Preguntó James en un susurro, sus ojos en el cielo estrellado. Ambos jóvenes estaban recostados contra el marco de la ventana, sus piernas apenas tocándose.
- A la mansión. – Respondió. James apretó los puños, moviendo sus ojos al azabache junto al él.
Sirius mantenía la mirada en los grandes territorios de Hogwarts. Nada en su lenguaje corporal mostraba desagrado ante la idea.
- Puedes venir a mi casa. – Propuso, un poco de desesperación en su voz. Sirius no respondió, no era necesario, ambos sabían.
(Pero James recordaba la ultima vez que habían estado separados. Recordaba los cientos de pociones que pasaron por los labios del azabache. Recordaba su expresión de dolor cada vez que se movía.)
- Solo en navidad. Solo dos días. – Agarró la mano de su amigo. Sirius lo permitió, apretando su agarre por unos segundos como disculpa.
(James podía imaginárselo. El enorme árbol de navidad en medio de la sala, sus padres sentados juntos en el sillón, Regulus en el suelo frente a ellos, su cabeza recostada sobre las piernas de Dorea. James y Sirius estarían frente al árbol, carcajadas saliendo de sus bocas, hombro contra hombro, rodilla con rodilla. Las luces navideñas alumbrando a su familia.)
- Siempre tendré el espejo conmigo. – Prometió Sirius en un murmuro. James asintió.
(Y así como cuando no supo si su hermano se recuperaría de la golpiza mágica que le había dado Walburga, James no soltó la mano cálida en toda la noche.)
(- Feliz Navidad. – Murmuro James en medio de la noche a un espejo oscuro.)
(Sirius, horas después, pego el espejo contra su pecho, acurrucándose bajo las sabanas, las lágrimas perdiéndose entre su almohada.)
En la navidad antes de que Sirius viajara a Hogwarts por primera vez, él y su hermano habían continuado con la tradición que habían empezado en su niñez.
Después del banquete y las celebraciones elegantes, se reunían en la habitación de Sirius, ambos con pequeñas cajitas en sus bolsillos. Eran regalos secretos que intercambiaban cada año, creados por sus propias manos. Sirius, como el mayor, era siempre el primero.
Regulus, nueve años de edad, alegre e ilusionado, abrió la caja. Dentro había una manilla, con algunos hilos sueltos y una estructura débil. Fue su regalo favorito.
Sirius, por su lado, recibió un simple collar. Una cuerda negra, con un circulo colgando de él, una equis dentro de la figura.
- Cada palo de la equis somos nosotros. – Había murmurado Regulus, pasando su pequeña mano por la madera. – Van en dirección contraria. – Una sonrisa, tímida y alegra había surgido por primera vez en la noche. – Pero siempre estamos conectados por el circulo ¿Ves? - Sirius, con los ojos aguados y la garganta seca, no pudo hacer más que asentir, despeinando el cabello del menor.
Aquel collar no se había separado de su cuello desde el momento en que Regulus se lo había amarrado. En su hogar siempre lo mantenía bajo sus prendas, ocultándolo de ojos curiosos. En la escuela no se esforzaba por esconderlo, pues solo Regulus entendía su significado. (Era una de las pocas cosas que era suya. No de los Black, no de Slytherin, no de su madre o su padre, suyo. Le recordaba que más allá del príncipe que todos veían, había una persona. Le recordaba que Sirius existía.)
Un día, el símbolo había aparecido en uno de los muros del salón donde se reunían, pintado a mano por uno de los muchos artistas que ahora poblaban el grupo. Pequeños dibujos en varios cuadernos lo siguieron hasta que de alguna forma todos los integrantes parecían tener un accesorio con la figura. Y Sirius, sin saber muy bien como había ocurrido, se encontró dándole una pulsera, con la figura en medio, a la siguiente nueva persona.
Pronto, se volvería un requisito para entrar al salón donde se reunían.
(En Hogwarts, aquel símbolo pasaría a ser tan parte del castillo como las casas que los separaban. En el futuro, una Hufflepuff media sangre lo tendría tatuado en su hombro. Un Ravenclaw Pura Sangre lo tendría siempre colgando del pendiente en su oreja. Una Gryffindor hija de muggles lo tendría amarrado alrededor de su cuello, el circulo contra su pecho. Un Slytherin con su madre muerta y su padre en Azkaban lo dibujaría una y otra vez sobre el brazo donde su padre tenía un tatuaje que lo había condenado.)
(Y afuera, donde todo se enredaba entre política y prejuicios, significaba…Significaba lealtad, donde siempre encontrarían un lugar seguro. Significaba coraje, donde siempre tendrían a alguien luchando por ellos. Significaba ambición, donde se unirían como viejos amigos para destruir a todo lo que se interpusiera. Significaba sabiduría, donde siempre encontrarían el conocimiento que buscaban. Significaba eres uno de nosotros.)
(Y Sirius, resignado, observaría en silencio como lo suyo se volvía de todos. Como aquel collar que lo había mantenido humano se volvía el símbolo del grupo que había creado.)
(Quizás solo se estaba engañando. Quizás realmente solo era un Black, un Sltyherin, de su madre, de su padre.)
(Acepto que solo "Sirius" nunca había existido.)
Albus Dumbledore se recostó sobre su asiento, sus ojos brillando, mientras observaba a todos los profesores de su escuela discutir a los estudiantes. Se metió uno de los curiosos dulces nuevos que había comprado en su ultima visita al mundo muggle, tildando su cabeza contra el curiosos sabor.
- ¿Albus? – Su mirada se clavo en Minerva, una sonrisa suave en sus labios. La animago se contuvo a si misma de rodar los ojos, pues sabía perfectamente que, aunque parecía que no ponía atención, el director recordaría todo lo dicho en la reunión.
- Gracias a todos. ¡Sigan con el buen trabajo! Horace, ¿te podrías quedar un momento? – Los profesores se levantaron, dando murmuro de despedidas antes de salir del despacho.
Slughorn revolvió el azúcar en su taza, no pudiendo evitar desear que fuera algo más fuerte.
- ¿Cómo esta Sirius Black? Debe estar devastado por la enfermedad de su madre. – Albus suspiro, una expresión de compasión y tristeza en su rostro. Horace carraspeo, tomando un poco de su té antes de proseguir.
- Se encuentra bien. No muy diferente a años anteriores. En serio Albus, creo que hubiera sido un magnifico Perfecto. Todavía no entiendo porque te opusiste a ello. – Se quejo el profesor de pociones, quien nunca se saltaba una oportunidad para complacer a las familias más poderosas.
- Oh sí. Hubiera sido magnifico. Pero el pobre muchacho ya tiene tantas responsabilidades, siendo el heredero de una familia, más el grupo de estudio que creó. Y su pobre madre tan enferma que no puede salir de su casa. No no Horace, hubiese sido cruel ponerlo bajo más presión. – Albus sonrió con pesar, reclinándose en su asiento y cruzando sus dedos en su regazo.
Slughorn se contuvo de comentar, pues el perfecto que había elegido al final también era un heredero y era parte del grupo del mayor de los Black, además de que su padre había fallecido las pasadas vacaciones. En su lugar, hizo un sonido de concuerdo, tomando de su taza.
Albus estaba completamente consciente de lo que pasaba por la cabeza de su viejo amigo, pero se negó a elaborar. Ya lo había visto antes. Un joven carismático, inteligente, con gran habilidad para la magia, recolectando todo tipo de personas, excepto los nacidos de muggle.
Lo lamentaba por el muchacho, pues él no había decidido nacer en una familia tan oscura, pero se negaba a crear al próximo Lord Voldermort. No cometería ese error otra vez.
Su hermano por otro lado…Si. Regulus aún se podía salvar. Albus se aseguraría de ello.
Sirius paso la hoja del libro, escuchando los murmullos de los estudiantes en el salón. Algunos se reunían en mesa apartadas, sus cabezas unidas, un nuevo misterio entre sus manos. Otros disfrutaban de las pinturas y caballetes junto a la ventana, animando sus obras en cuanto terminaban. Los más atléticos reían junto al fuego, planeando el próximo partido. Ninguno había anticipado pasar ahí la tarde, pero, inconscientemente, el salón donde se reunían se había vuelto un lugar extremadamente concurrido, donde las personas dejaban sus batas en la puerta, y dejaban de ser Gryffindor, Slytherin, Ravenclaw o Hufflepuff, y se volvían jóvenes extraordinariamente talentosos, reuniéndose con amigos igual de brillantes.
Escuchó a alguien sentarse a su lado, provocando que alzara la cabeza por unos segundos antes de volver al texto. Por muy desinteresado que pareciera, su corazón latía a mil por hora, sus manos apretando el agarre en su libro. Podía sentir a su animal revolcándose en su pecho, deseando jugar con su amigo. Sirius mantuvo los ojos en las letras.
- Hoy es luna llena. – Comento Remus Lupin, su mirada gacha, su boca fruncida. Sirius asintió. – ¿Vas a ir con nosotros? – Por unos segundos, Sirius creyó haber escuchado mal (rogo haber escuchado mal), pero al alzar los ojos, se encontró con los de Lupin, quien lo miraba con seriedad.
Sintió como, por unos segundos, su cuerpo fue incapaz de respirar. Como su corazón se detuvo, sus manos se congelaron y la sangre por sus venas se volvió hielo. (Nononononononono. Remus no podía saber. No podía. Todo se arruinaría.) Recobro la compostura en el tiempo que alguien tarda en pestañar, cerrando el libro con un golpe seco.
- No se dé que hablas, Lupin. – Contesto, su boca seca. Remus alzo una ceja, sus brazos cruzados. Sus miradas chocaron, ninguno hablando durante varios minutos.
- Hueles igual. – Sirius se permitió cerrar los ojos, maldiciendo su estupidez. Por supuesto que iba a oler igual, ¿Por qué no había pensado en eso cuando decidió que salir a correr con un lobo cada luna llena era una maravillosa idea?
- Ya veo. No se preocupe, no volveré. – Se levanto, sus piernas sintiéndose como gelatina, y aun así empezó a caminar, su corazón como piedra.
- No, Sirius, espera. – Remus lo había alcanzado afuera del salón, su mano rodeando su muñeca. Sirius la aparto bruscamente. Ignoro el dolor que paso por la expresión de Remus ante su rechazo.
- Espero que este claro que su secreto esta a salvo conmigo, en cuento el mío este a salvo con usted. – Le dio una última mirada fría al hombre lobo antes de seguir su camino.
Sintió los ojos de Remus hasta que cruzo la esquina.
(Esa noche, el lobo aulló, llamando al miembro faltante de su manada, con un siervo a su lado y una rata entre sus patas.)
(Y Sirius, con los labios apretados y la mirada triste, observo desde una ventana, esperando hasta que tres adolescentes aparecieran del bosque antes de volver a su sala común.)
- Tienes la sucia sangre de Muggles corriendo por tus venas. ¿Con que derecho vienes a decirme que estoy mal? – Se burlo Stephen Burke, Slytherin de cuarto año, su rostro mostrando disgusto. El pequeño Hufflepuff, media sangre, a quien iba dirigido el insulto se encogió ligeramente en si mismo, sus ojos abiertos como platos. (Se suponía que ahí estaban seguros. Se suponía que aquí nadie los atacaría.)
El silencio rodeo la habitación, la tensión tan alta que casi se podía cortar con un cuchillo. Sirius se levanto de su asiento, dejando su libro en la mesa mas cercana. Stephen, quien pareció recordar donde se encontraba, empalideció, pero no se retractó.
-"Atabraquium"- El hechizo no fue más que un suave murmuro, la varita apenas asomándose por la manga del Black. Stephen se congelo, su cuerpo atrapado en la postura prepotente que había mantenido. Sirius se acerco con elegancia, sus ojos grises fijos en su víctima.
- No me importa de qué familia son. – Empezó, acariciando la mejilla de Burke, una sonrisa casi gentil en su rostro. – No me importa de que casa son. – Sus manos pasaron al cuello del menor, casi pareciendo que lo ahorcaba. – No me importa sus opiniones políticas, morales, culturales. – Desato con cuidado el collar de Stephen, donde el símbolo del grupo colgaba. Lo guardo en su bolsillo antes de devolver su mirada al Slytherin. – Aquí dentro nada de eso importa. Están aquí porque pueden ser extraordinarios. Porque las personas aquí los van a forzar a ser mejor. – La sonrisa desapareció de su rostro, alzando su varita y apuntándola al pecho de Stephen.
Frank Longbottom, quien había detenido su discusión sobre la defensa contra las artes oscuras en cuanto el insulto había resonado en la habitación, dio un paso al frente. Había aceptado ser parte del grupo y solía diferir a Sirius dentro de el, pero también era un perfecto y no permitiría que alguien saliese lastimado, no importa cuanto lo mereciera.
Sirius, quien por el rabillo del ojo vio el movimiento, inclino la cabeza. Conecto por unos segundos sus ojos con los de Longbottom, alzando una ceja ante la severa mirada del mayor. Fue suficiente para que Frank dudara.
- "Mobilicorpus" – El cuerpo del Slytherin se levantó unos centímetros del suelo. Sirius movió su varita hacía la puerta, el cuerpo congelado siguiendo el movimiento. Lo llevo hasta el pasillo, donde lo deposito con gracia.
- Aquellos que no sepan valorar a cada una de las personas aquí adentro, no tienen derecho a este lugar. – Y sin darle una sola mirada más, giro sobre sus talones, cerrando la puerta tras de sí.
Solo porque su corazón era más fuerte que su mente, no significaba que la pequeña duda que había tenido el sombrero entre Revanclaw y Gryffindor en lo referente a Lily Evans hubiese sido sin razón.
Así que Lily, con solo una pizca de información, se dedicó a investigar.
Suaves susurros entre estudiantes, cabezas gachas y miradas furtivas. Murmuraban sobre el grupo, sus integrantes, sus habilidades, su símbolo. La mayoría siendo especulaciones, pues nadie estaba seguro de lo que pasaba tras las puertas de madera. Algunos, incluso, habían tomado el hábito de llamarlos "el circulo" aunque nadie estaba muy seguro de donde había aparecido el apodo.
Había muchos rumores. Cientos de cosas en las que Lily pudo profundizar. Y, sin embargo, lo que llamo su atención como abeja a miel, fueron los…tipos de magos que hablaban. Todos y cada uno de ellos tenia, al menos, un padre con sangre mágica. Ninguno hijo de muggles parecía consciente de lo que pasaba bajo sus narices, y ninguno de sus compañeros parecía tener afán de compartir.
¿Y Lily? ...Lily pudo sentir como la ira crecía en su pecho, su sangre ardiendo. ¿Cómo se atrevían a traer su propaganda racista a la escuela que ella amaba? Sabía que, al graduarse, tendría que lidiar con todo, pero hasta ahora el ambiente en Hogwarts había sido agradable, la mayoría de los estudiantes siendo bastante inclusivos. Pero ahora incluso sus compañeros de casa, quienes usualmente eran los que más repudiaban el sistema de discriminación por sangre, susurraban entre ellos.
Y Lily sabía perfectamente contra quien descargar su rabia. (Pues si había una cosa que todos los rumores parecían concordar, era que Sirius Black era la cabeza tras el grupo.)
Marcho por los pasillos, su mente en un solo destino. Le mostraría a Black donde podía meter su xenofobia.
- Joven Black. – Dumbledore le sonrió, mirándolo como un abuelo observaría a su desobediente nieto. Sirius, con la espalda recta y los ojos fríos, respondió con un seco "director." Lily, quien estaba sentada en la silla adyacente, sonrió con satisfacción. Se haría justicia.
- Veras Sirius, la señorita Evans ha traído a mi atención algo preocupante. Este…grupo de estudio…- Dumbledore suspiro con tristeza, mirando a Sirius con decepción.
Sirius no sabía si reír o rodar los ojos. "Traído a mi atención", como si el anciano no tuviera su atención en el grupo desde su creación. Se pregunto cómo diablos Evans se había involucrado en la desesperada campaña del director de tener todo en su control. (Sintió pena por la peliroja. Si tan solo sus padres tuvieran una pizca de magia. Hubiera brillado en el grupo.)
- La escuela se enorgullece en tener estudiantes de diferentes antecedentes y hacemos nuestro mejor esfuerzo para tratarlos a todos por igual. En especial en estos tiempos tan oscuros. – Dumbledore inclino ligeramente la cabeza, dándole una mirada llena de significado a Sirius.
Las ganas de reír estaban ganando. No creía que preguntarle al director cuando fue la última vez que "trato por igual" a un niño de familia oscura contra uno de descendencia muggle, o incluso a un estudiante por fuera de Gryffindor, fuera una buena idea, pero estuvo increíblemente tentado. En cambio, mantuvo la calma, conservando el rostro desinteresado que había portado desde que había entrado a la oficina.
- No puedo permitir que exista un club que excluya a un grupo particular de estudiantes. – Dumbledore se recostó contra el asiento, sus hombros caídos y su expresión triste.
Lily se removió incomoda. Quería justicia y que trataran a todos por igual, pero no estaba muy segura de que deshacer el grupo fuera la mejor forma de hacerlo. Sabía que muchos habían encontrado un hogar entre aquellos misteriosos muros y no quería quitarles eso. (Solo quería…Quería igualdad. Quería que dejaran de juzgarla por quienes eran sus padres. Se suponía que este era el mundo al que pertenecía, ¿no?) Pero mantuvo su silencio, pues Dumbledore seguramente tenía una buena razón.
- Según las reglas…- Sirius inclino su cuerpo ligeramente para adelante. – La cabeza de un club, ya sea el equipo de quidditch o un grupo de estudio, tiene derecho a decidir quien entra y quien sale. – Dumbledore no dijo palabra, observando al joven con una mirada indescifrable. – Los maestros solo interfieren cuando se han roto las reglas de la escuela. ¿Hemos roto alguna regla? – Cuestiono, sus ojos brillando. Dumbledore lo considero durante unos minutos antes de responder.
- No. Pero estoy seguro de que entiendes mi inquietud. Después de todo, tú has visto como está división puede causar problemas, ¿no? – La sonrisa del director era gentil, casi parecía pedir perdón por sus descuidadas palabras. Por primera vez en la reunión, Sirius perdió el completo control de sus emociones. La ira era clara en su mirada. (¿Cómo se atrevía a hablar de su familia? ¿De su hermano? ¿De cosas que no entendía?)
Se levantó de golpe de la silla, su mirada tan fría que parecía congelar el aire en la oficina.
- Creo que mi abuelo dejo en claro su opinión sobre estas pequeñas reuniones sin sentido, profesor. ¿Necesita algo, o me puedo retirar? – Sirius no era un fan de usar su estatus ni el nombre de la familia para salirse de situaciones complicadas, pero sabía cuando se enfrentaba a alguien quien ni en el arte de las palabras podría derrotar. No todavía.
Dumbledore negó la cabeza, haciendo un ademan con la mano hacía la puerta. Sirius miró el retrato de su antepasado, inclinado la cabeza en respeto, antes de salir.
Lily no tardo en seguirlo.
- ¿Cuál es tu problema con los nacidos de muggle? – Exclamo en furia, plantándose frente al Black para evitar su andar. Sirius respiro con pesadez. Solo quería unos momentos de paz para recomponerse, ¿era eso tan difícil?
- Dígame una tradición del solsticio de invierno. – Exigió, su voz cansada. Lily, perpleja por la repentina pregunta, frunció el ceño. – De Yule. – Aclaro Sirius, aun así, Lily se mantuvo en silencio. – Dígame una tradición mágica. Algo sobre nuestro pueblo que pruebe que es más que una turista en el mundo mágico. – La expresión de Lily se lleno de enojo, sin embargo, ni una palabra salió de su boca.
- Su sangre no me interesa, pero no quiero a un montón de ignorantes en un grupo de estudio. – Inclino la cabeza, su mirada seria. – Buenas noches. – Y siguió su camino sin mirar atrás.
-"Tempus"- James observo los números flotando frente a él. Nope, No habían cambiado. Sirius estaba tarde.
Paso la mano por su cabello, despeinándolo aun más, un suspiro saliendo de su boca. No se habían reunido en…Casi un mes. Se habían encontrado una semana antes de la ultima luna llena, a la que, por alguna razón, Sirius había faltado. Además, no había respondido sus cada vez más insistentes llamadas por el espejo. James sabía que lo tenía, pues cada vez que conectaba veía un bolsillo en movimiento. Pero Sirius parecía determinado en ignorarlo.
Caminaba de un lado al otro de la habitación, lanzando miradas furtivas a la puerta cerrada.
Otra hora paso.
Se recostó contra el muro, golpeando su cabeza suavemente contra el, y preguntándose si quizás había sido ingenuo pensar que Sirius aparecería, después de todo, lo había estado ignorando.
Cuando estaba considerando levantarse e irse, la puerta se abrió con lentitud. Giro la cabeza, listo para hacer una broma sobre la aparentemente horrible capacidad del Black de leer el tiempo, pero su voz se ahogo en su garganta al ver lo que entraba.
El perro, con las orejas, la cola y la cabeza gacha, caminó hacía el Gryffindor hasta que estuvo lo suficientemente cerca para recostar la cabeza sobre las piernas de James, acurrucando su cuerpo lo más junto posible. Inmediatamente James empezó a consentirlo, pasando su mano por el delicado pelaje.
- ¿Sirius? – Susurro, sintiendo como la preocupación crecía en su pecho. El Slyhterin era casi paranoico con su forma de animago, muy consciente de los problemas que tendría si era descubierto. Por ello, solo se transformaba por dos razones. La luna llena o…O cuando ser humano se volvía demasiado pesado para sus jóvenes hombros.
El perro gimió, enterrando su rostro contra el estomago del humano. Era lo mas cercano a un llanto que Sirius había hecho en años. James apretó los labios hasta que estos se volvieron una firme línea blanca, pasando ambas manos por la cabeza del animal. Resistió las ganas de investigar, de descubrir que afligía a su hermano, pues sabía que eso no era lo que necesitaba en ese momento.
- El mapa esta avanzando muy bien. Necesito que me ayudes con algunos hechizos, quiero que el mapa pueda defenderse si alguien intenta abrirlo sin el código…- Hablo durante toda la noche, sus manos siempre sobre el canino.
- Sirius. Por favor. ¿Podemos hablar? –
- Estoy ocupado, Lupin. –
- ¿Dónde tu abuelo? – Murmuro James, su postura resignada. Sirius asintió.
James miro su escoba, su ceño fruncido. Estaba empezando a odiar las vacaciones.
- Voy a estar bien. – Respondió Sirius, una pequeña sonrisa en su rostro. James le dio una mirada de reproche.
- No puedes saber eso. – Refunfuño, sus brazos cruzados. Sirius rodo los ojos, lanzando su brazo alrededor de los hombros de James, acercando al azabache a su cuerpo.
(James no se permitió mostrar lo absolutamente extasiado que lo ponía esa pequeña acción, pues hacía unos meses Sirius se rehusaba por completo a iniciar contacto físico si no era absolutamente necesario.)
- Te preocupas demasiado. – Se burlo Sirius. James conecto su codo con el estomago del otro en represalia, causando no más que una risa ahogada por parte del Slytheirn.
- ¿No tienes un partido al que ir? - Preguntó Sirius tras unos minutos de silencio, dándole una mirada al uniforme de Quiddicht que portaba su… (¿Amigo? ¿Hermano? Sirius fue criado para aplastar a sus enemigos, no para definir el afecto que sentía por alguien más.) James. Que portaba James.
James vio a lo lejos el campo de Quidditch, donde las sillas ya empezaban a llenarse. Sabía que, como capitán, debería ser el primero en el vestidor, listo para dar ordenes de ultimo momento. Movió los ojos al joven junto él, a quien no vería en al menos dos meses. (Quien todavía no le contaba lo que había pasado las vacaciones pasadas. Quien ya conocía el dolor de un cruciatus. Quien siempre volvía con una sonrisa más apagada.)
- En un rato. – Apoyo la cabeza sobre el cabello del Slytherin, acercándolo más a su cuerpo.
Si. Definitivamente odiaba las vacaciones.
James: ¡Abrazo!
Sirius: 0-0 ¿Que es un abrazo..?
James: 0-0….TE VOY A ENSEÑAR QUE ES EL AMOR DE VERDAD D;
Sirius: ….Ok?
Creo que tengo que decir esto… Esto NO ES JAMESXSIRIUS. Se que hay momentos en los que parece, pero no, es solo amor de familia/ hermanos. La cosa es que Sirius no sabe como expresar amor, no sabe lo que es el cariño, así que James, siendo una persona táctil, sube sus muestras de cariño como x10000000.
Honestamente, se esta volviendo ridículo. Se supone que serian 3 capitulo, cada uno mas o menos de 10,000 palabras, que recorrería toda la vida escolar de Sirius y un poco más. Estamos en el tercer capitulo y acaba de termina quinto /)-° y ya vamos por 28,000 palabras D,:
Creo que van a ser 5 en total...o 6...Ya no se :,(
¡Pregunta! ¿Qué es lo que más les gusta de la historia? ¿La relación entre Sirius y James? ¿El grupo? ¿La política?
No se cuando vuelva a subir, así que espero que lo hayan disfrutado.
Felices Fiestas!
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¡Nos leemos!
¡Ciao Ciao!
