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• dieciocho •
Para Eren, su vida hasta ahora, no son más que las recompensas que le debía el destino. Bien merecidas por cierto.
En primer lugar, por la muerte de su madre tras largos años luchando contra una enfermedad incurable. Y en segundo lugar, por la muerte de su padre algunos años después en un accidente automovilístico. Y por los años difíciles que siguieron después de eso, por las noches en vela y el sentimiento de impotencia y soledad. Por la tristeza, por la mortificación, por sentirse incompleto e incapaz de encajar alguna vez en alguna parte.
Para Eren, Levi lo es todo, de muchas distintas maneras. Fue su fuerza sin siquiera saberlo, fue su esperanza sin siquiera planearlo; en Levi, Eren siempre pudo ver todo aquello que el necesitaba desesperadamente ser. Alguien fuerte y capaz, alguien que no se dejaba agobiar por la adversidad incluso si también llegaba a sentirse impotente. Alguien que lucha por sus ideales procurando no lastimar a los demás, a pesar de que resulta inevitable. Alguien sensible y roto. Incompleto.
Y que de alguna forma habían terminado por encajar entre ellos. Porque era como si desde siempre, en sus manos, uno llevara el botiquín de primeros auxilios que aliviaría las heridas del otro. Como si sus piezas rotas hubiesen sido rotas para ser capaces de encajar entre ellas, y poder así llegar a la felicidad que ahora tienen.
Para Eren, todo lo que tiene ahora, todo el futuro que aún le espera (qué está seguro que será grandioso), no es más de lo que él merece. Porque a través de las dudas y miedos que pueda o llegó a sentir, está toda la felicidad que él necesita. Que ellos necesitan.
