Capítulo 1
Entre Tus Garras
«Hombre del sol, sujétame con tus brazos fuertes, muérdeme con tus dientes de fiera joven, arranca mis tristezas y mis orgullos, arrástralos entre el polvo de tus pies despóticos. ¡Y enséñame de una vez, ya que no lo sé todavía, a vivir o a morir entre tus garras!»
Dulce María Loynaz.
Inicios de Agosto.
Hiroshima, Japón.
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Como detestaba la vigilia. Prefería más entrenar, o incluso cuando le mandaban a alguna guerrilla cercana por alguna tontería. No es que fuera combatiente –por favor, si hasta intentaba calmar una pelea entre un gato y un perro– pero así estaría con más emoción que simplemente ir por el pueblo, asegurándose de que todo estuviera bien. ¿Qué clase de problemas podría haber en el pueblo a estas alturas? Que si el panadero no hizo bien el pan, que si las chicas no quieren cosechar el arroz, que si los impuestos están muy altos, que si la inflación lo único que hace es inflar las enfermedades en los pobres, que si los niños no quieren ir a la escuela… Tonterías que solo le hacen perder el tiempo.
Probablemente lo único bueno de su ronda diurna era las vistas del pueblo. Hiroshima era un condado tranquilo, lleno de vegetación y prados perfectos para la cosecha. Miles de casas habían sido construidas allí, últimamente, con el paso de los años, la paja y madera cambiada por ladrillos, quizás solo en algunas cuantas casas. Siempre había algunas que continuaban con la costumbre y seguían en pie, tal y como sus habitantes. El clima era agradable, un tanto más frío en las noches debido a la entrada del otoño. Pronto tendrían nieve cayendo sobre sus cabezas, razón por la que hombres y mujeres se preparaban cosechando todo lo cultivado entre primavera y verano, tenía pinta de que iba a ser uno muy crudo por los murmullos de los más viejos. Siempre era así, todos los años, y no morían durante el proceso. Tonterías que solo le hacen perder el tiempo, lo dicho.
No obstante, sabía que había un campamento. No estaba en su obligación ir allí, era peligroso. Desde hacía dos años Japón tenía conflictos con los países americanos, que deseaban las tierras para sus propios fines, y sobre todo, el Darality, objeto que guarda dentro de sí los documentos más importantes de Japón. Era un cofre custodiado por su señor, Taiga Ottori, actual señor feudal de Hiroshima. Cada estado de Japón tenía un dirigente, que a su vez era comandado por el Emperador Akihito Fujiwara. Varios condados de Japón habían sido atacados ese año, y parecía que Hiroshima era el siguiente. Para su desgracia, Ottori no le incluyó en la guerrilla que se dividió por los lindes de Hiroshima para evitar la entrada terrestre del ejército americano. Sin embargo, tenía la plena sospecha que uno de los grupos no tuvo suerte. Ya habían pasado varias semanas sin noticias de ellos. Si bien mantenían al pueblo tranquilo, no le extrañaría que pronto se comenzaran a oír pasos de los americanos.
O disparos como los escuchaba ahora.
Pronto él junto a otros compañeros enfilaron sus espadas, otros sus armas –tenían que ser modernos, ¿no? Esos idiotas de cabello rubio y ojos azules ahora mataban sin honor alguno usando sus armas de fuego– para salvaguardar a los pueblerinos que corrían en su sentido contrario, asustados. No sabía qué le esperaba a él, pero por su gente y su honor, daría su vida.
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Desde hace un par de semanas hubo un rumor en los alrededores que hablaba de una bestia que robaba alimentos y ropa. Más de un pueblerino intentó cazarlo, sin embargo al parecer la bestia era bastante hábil para esconderse; Jamás se escuchó de ningún ataque a las aldeas, eso aliviaba a los pueblerinos. Aún así no podían permitir que les siguieran robando en mitad de la noche cuando la luna estaba en su punto máximo.
Algunos hombres pensaban que podrían pillar a la bestia durmiendo durante el día, por eso un grupo de cuatro hombres caminaban por el bosque intentando dar con un rastro. Para su mala suerte encontraron un campamento americano. En seguida comenzó el disturbio. Los americanos ni siquiera demostraron piedad ante hombres desarmados, sólo atacaron.
Capturaron fácilmente a los hombres.
—¡Ja! Nipones debiluchos —se burló uno de los oficiales en un mal japonés por un momento, hablándolo sólo para humillar a los pueblerinos—. Pueblerinos asquerosos. ¿En verdad creen que podrán ganarnos? Somos mucho más grandes que ustedes.
—Hablando en más de un sentido —se burló el otro por la corta estatura de los japoneses.
—¿Quién será el primero en morir? —Apuntó una de sus armas al más anciano de los cuatro. A punto estuvo de tirar del gatillo cuando la tan buscada bestia de escamas negras saltó desde los árboles, atacando a los soldados americanos.
—¡Es la bestia! —gritó uno de los japoneses aterrado. Creían a la bestia poco peligrosa pero en vista de que mató a uno de los oficiales de un sólo movimiento, dudaron de su seguridad.
—¡¿Qué demonios?! —Otro soldado intentó sacar su arma pero la bestia escamosa era mucho más rápida, en segundos acabó con casi todos los soldados, sólo unos pocos lograron huir.
Los guardias japoneses pronto llegaron a la zona, sorprendiéndose por lo que veían. Un ser mitad humano mitad bestia, algunos ni pudieron quitar su vista de las grandes alas como los murciélagos o la cola, incluso lo que parecían escamas que cubrían la piel del individuo. Como los pueblerinos, parecían asustados, solo unos pocos se acercaron para enfrentar a la bestia.
El mayor de todos dio unas órdenes, inmediatamente se acercaron pero la criatura estableció distancia entre ellos; lo rodearon, atrapándolo. Uno de los samuráis más jóvenes, sigilosamente aproximándose a la criatura, golpeó con la vaina de su espada la parte baja de su cabeza, provocando que cayera desmayado al suelo.
—¿Qué fue lo que sucedió? —preguntó el hombre a los pueblerinos.
—Queríamos encontrarlo, pero llegamos a este campamento y él apareció de la nada.
—¿Qué cosa es? —Varios lo rodearon, solo los más osados tocando las alas y la cola.
—Es un monstruo. Hay que matarlo.
—Es una abominación. Y se roba nuestra comida y ropa.
—Cállense todos —declaró el guardia de antes—. Lo llevaremos ante Ottori-sama. Yuki, Kyoto, ustedes dos, lo vigilaran.
Ambos jóvenes asintieron.
—¿Vieron cuántos soldados americanos huyeron? —preguntó.
Algunos dudaron.
—Unos 6…, quizás 9…
El guardia hizo una mueca. No le agradaba que los americanos supieran de esta bestia, quizás podría ser negativo para ellos. Tenía que informárselo también a Ottori. Unos tres hombres se encargaron de llevarse a la bestia, mientras que el resto cargó con los cuerpos caídos de los americanos. No encontraron nada en su campamento salvo municiones y armas. A pesar de todo, el encuentro con la bestia resultó con algo fructuoso para ellos: saquear un campamento americano.
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—¿Crees que despierte?
—No sé.
—¿Deberíamos despertarlo?
—No sé.
—… Increíble, ah.
—No me interesa. —Recibió por respuesta el bufido de su compañero.
De nuevo, no le imponían algo interesante que hacer. Primero, vigilar el pueblo. Ahora, vigilar un fenómeno. Genial. Lo siguiente seria vigilar a los demás mientras están en el baño. Hermoso.
El sonido de las ocho campanas provenientes del campanario del pueblo avisó a los guardias de que eran las ocho de la noche. Fue en ese momento que su rehén se removió. Estaba atado a una silla, piernas y manos, las alas fueron obligadas a plegarse para poder atarlas con una cuerda a la espalda de la bestia. El hombre de brillantes escamas negras gruñó descontento por el taladrante agudo de las campanas.
—Tanto ruido —gruñó en otro idioma no entendible para los japoneses.
El primer guardia sacó su espada, apuntando a la bestia; el otro solo quedó observándolo inflexible.
—Cálmate, Kyoto.
—¿Así como estás tú y darle oportunidad a atacarnos?
—Está amarrado. No tiene forma de huir…
—Aún así…
Mirándolo detenidamente, la bestia era impactante pero no se veía peligrosa. De hecho parecía bastante maltratado a juzgar por su ropa descocida y los rastros de tierra. Se notaba que estuvo rondando mucho los bosques, no sería raro que robara comida y ropa.
—¿Dónde estoy? —preguntó para sí mismo. Al darse cuenta de sus ataduras se removió inquieto tratando de soltarse, pero estaba tan cansado... No tuvo fuerza para liberarse, los amarres estaban muy bien hechos.
—¿Qué está diciendo? —Se inclinó Kyoto sobre el otro.
—No sé.
—Demonios, hablar contigo es hablar con mi trasero: sale pura mierda.
Yuki le dio un puñetazo.
—No sé para qué me pusieron contigo. Eres insoportable. —Yuki se acercó a la bestia, sacando su espada y colocando el filo bajo su rostro, tocando su cuello, haciendo que le mirara—. Bestia, ¿logras entenderme?
Sólo un gruñido salió de su garganta, su cola –que por suerte no la ataron– hondeando tras él. Los ojos amarillos miraron alrededor, ubicándose, quizás buscando una vía de escape.
—Quizás no sea humano.
Yuki ignoró a su compañero, usando el otro idioma que tuvo que aprender por las fuerzas si quería formar parte de la guardia de Ottori: inglés.
—Bestia, ¿logras entenderme?
Escamas negras miró fijamente al samurái, al parecer captó su atención.
—Lo hago. —La voz salió rasposa y algo ronca.
Yuki asintió. Al menos no era realmente una bestia al total.
—¿Quién eres?
—¿Me estás interrogando? —Alzó una ceja.
Yuki presionó más la punta de la espada contra su garganta.
—¿Quién eres? —La pregunta salió hecha entre dientes.
Rodó los ojos.
—Un extranjero. ¿Por qué me ataron? No hice nada malo.
Yuki no hizo caso ante lo último.
—¿Entonces debemos llamarte extranjero… o…? —Le echó una mirada— ¿fenómeno? Los extranjeros comunes no son como tú.
Eso sacó otro gruñido de escamas negras.
—Sólo porque no has pasado por Rusia, enano. ¡Libérame!
—Eh, eh, eh. —Yuki detuvo, firme, sin alterarse como Kyoto tras de él—. Calmado, bestia. ¿Vienes de Rusia? —Quizás eso explicaría su acento tan marcado y el extraño lenguaje de antes.
—Vengo de Rusia —confirmó el otro. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo cuando una brisa nocturna se coló en la habitación—. ¿Al menos puedes darme una manta? Mi temperatura baja mucho a esta hora.
Aunque Yuki bajó la espada, una de sus cejas se alzó. Se giró hacia Kyoto, dándole unas palabras en japonés. Parecieron discutir por unos minutos antes de que el otro marchara. Yuki prácticamente ignoró al extraño durante los tres minutos siguientes en que tardó Kyoto en traer una manta. Tomándola, Yuki la extendió y se acercó a la bestia.
La luz que iluminaba al extranjero también golpeó a Yuki, aclarando mejor su aspecto. No pasaba del 1,65 y tenía un cabello castaño largo hasta casi llegar a la cintura. Lo curioso eran sus ojos, de un marrón con ligeros motes rojizos, sin contar que sus facciones eran tan delicadas como las de una chica. Llevaba un kimono negro y encima un pantalón holgado, la vaina de su espada colgando de su cintura.
Yuki se inclinó lo suficiente para pasar la manta por detrás de la criatura, cubriendo sus alas y hombros.
—¿Tienes suficiente con eso, bestia? —preguntó, luego de asegurarse de que estuviera arropado como para no sentir frío.
Estando tan cerca, el de escamas logró detallar a su carcelero.
—Te debí una disculpa, creía estar tratando con un hombre. Me equivoqué.
Yuki le dio un fuerte coscorrón en la cabeza, sin importarle ser amable. Su ceño estaba fruncido.
—Imbécil. No soy una chica.
—Auch. —La criatura lamentó tener las manos atadas, quería sobarse la cabeza—. Pues déjame decirte que hueles como una chica. Ese olor a durazno no es nada masculino.
—¿Eres idiota? No tengo ningún olor a durazno encima. —Yuki chistó. Eso le pasa por ser amable con un prisionero. Optó por darse la vuelta, marchándose de la celda donde lo habían metido. Para mañana seguro que Ottori-sama pediría que lo llevaran ante él.
El extranjero ronroneó; hablar con el samurái era bastante divertido. Se enojaba fácilmente. Quizás debería dormir un poco... Aún se sentía cansado, todas esas noches en el bosque en un estado de duermevela lo dejaban más agotado.
En la mañana cuando el samurái, junto con otros dos guardias, entró a la celda, se encontraron con el monstruo quien tenía una apariencia más humana.
A la luz del día incluso podía verse guapo. Largo cabello negro, ojos amarillos como los de un reptil, blanca piel salpicada por unas cuantas escamas negras. Las alas y la cola al parecer desaparecieron. Se veía tan joven, como un adolescente muy extravagante.
—Eh, ¿y esa manta?
Yuki cuadró sus hombros, firme ante su superior.
—Señor, se lo he provisto yo. Al parecer, es sensible al frío de la noche más que nosotros. Dudé de si Ottori-sama quisiera tener al prisionero sufriendo de hipotermia antes de que pueda interrogarlo. —Se inclinó hacia adelante, en una reverencia—. Perdóneme si fue un atrevimiento de mi parte otorgárselo.
El hombre pareció pensativo, mirando desde el extranjero a Yuki. Luego hizo un movimiento despectivo.
—No importa. Vamos, Ottori-sama espera.
—Sí.
Ignorando al escamoso, ni siquiera Yuki dirigiéndole palabra o mirada, le desataron de la silla e hicieron que se moviera, todo el tiempo apuntándole con sus espadas.
Resulta que el lugar donde estaban era subterráneo, puesto que subieron por unas escaleras hasta salir al exterior. Todo estaba cercado por un muro de ladrillos, guardias caminando de un lado a otro. Era una enorme propiedad con grandes terrenos y edificios, rodeados por un bosque al lado derecho. Lo que era la casa principal se trataba de una construcción al clásico estilo oriental, en madera oscura, con al parecer un ático. Por el lado izquierdo estaban otras edificaciones, una de ellas abierta y en la que dentro se podía apreciar que era una caballeriza.
Cada guardia que pasaba junto a ellos, frente a ellos, o detrás de ellos, volteaban a ver al extranjero, curiosos, recelosos, temerosos.
Le quitaron las botas al extranjero, ignorando su negativa, aunque Yuki le informó que no podía continuar el camino con ellas dentro de casa. Avanzaron por un primer pasillo que se dividía en tres: uno al frente y dos a los lados. Tomaron el derecho. De allí, siguieron varios pasillos que se interconectaban entre sí, con habitaciones a cada tanto, volviéndose un laberinto capaz de hacer perder a cualquiera, pero quienes le escoltaban sabían bien a dónde debían de ir. Llegaron entonces a una puerta de papel que deslizaron, entrando dentro.
Un hombre mayor, quizás de unos 40 años o más, estaba sentado con una taza de té delante de él en una mesa pequeña. Una mujer le servía alguna especie de bocadillo. El hombre poseía un rostro ovalado, con arrugas en sus ojos y una nariz fina. En su juventud, podría ser alguien guapo. No obstante, el pequeño bigote que traía no le sentaba y la frialdad de sus ojos le quitaba atractivo.
—Ottori-sama. —Todos los guardias, incluido Yuki, le hicieron una reverencia—. Le hemos traído al prisionero de ayer, señor.
—¿Hm? —El líder evaluó al nombrado prisionero. Por dentro sintió un escalofrío al encontrarse ante semejante fenómeno. La bestia lo miraba con el ceño fruncido y ojos amarillos arrogantes, era un claro: "No me inclino ante nadie"—. Bastante impresionante —les reconoció a sus subordinados tomando un sorbo del té verde que le sirvieron—. Y dime, Yuki-kun. ¿Dónde encontraste tan raro espécimen?
—Estaba en uno de los campamentos de los americanos, Ottori-sama. —Yuki colocó una mano en la empuñadura de su espada, una postura segura y calmada, lanzándole una mirada de reojo al extranjero— Según comentarios de los presentes, detuvo a los americanos que les atacaban, aunque desconocemos si igualmente les iba a atacar o solo actuó en defensa.
—Oye, Dragón-san. ¿Eres amigo o enemigo? —le preguntó directamente al pelinegro, pero éste solo alzó una ceja, al parecer no le comprendió. Volvió a mirar a Yuki—. ¿No habla japonés?
Yuki negó.
—No, señor. Aparentemente viene de Rusia, según logré averiguar anoche. Pero entiende si le hablan en inglés.
—Rusia —meditó para sí mismo—. Dragón-san —intentó de nuevo, esta vez en inglés aunque su manera de pronunciar las palabras era extraño. Eso sí pareció captar la atención del pelilargo—. Entiendo que vienes de las frías tierras del norte. Dime, ¿eres amigo o enemigo?
—Ninguno —respondió secamente el otro.
—¿Ninguno? ¿Qué clase de respuesta es esa? —El pelinegro no respondió. Lo dicho, arrogante—. ¿Qué edad tienes?
Tardó un poco en responder pero no vio peligro en decir su edad.
—18.
—Vaya, vaya. Eres bastante joven. ¿Tienes nombre, Dragón-kun? —Cambió la manera de llamarlo al saber que tenía menos de 20. Por lo general, el "san" era denominado para referirse con respeto a alguien mayor a los 30 años.
—Klaus.
—¿Klaus? Eso no suena ruso. ¿De donde eres muchacho?
—Jamás mencioné que fuera ruso. —No respondió nada más aparte de eso, ignorando por completo la pregunta sobre su origen.
Yuki frunció el ceño. Aquel día, había cambiado los colores de su vestimenta, de negro a un rojo para la parte inferior y blanco arriba, acompañado de una ligera armadura por encima, solo en hombros, brazos y pecho.
—Creo que tomando en cuenta tu situación actual, no es momento para hacerte el interesante. Respóndele a Ottori-sama lo que te preguntó.
—¿Por qué debería? Podría derrotarlos a todos ustedes en un segundo y salir volando por la ventana. No me volverían a ver.
—¿Por qué no lo haces? —preguntó Ottori.
—Tengo hambre —respondió simplemente—. No tengo fuerza para volar.
—¿Volar? ¿Puedes volar? —Ottori se oyó bastante sorprendido.
Yuki no dijo nada, salvo rodar los ojos. Uno de los guardias intervino, hablando en japonés.
—Señor, ¿qué se supone que haremos con él?
—Al parecer no está interesado en la guerra —habló a sus subordinados. Klaus en seguida perdió el interés en la conversación al no poder entenderla—. Mírenlo, es un muerto de hambre, andrajoso, prácticamente un mendigo que roba comida para sobrevivir... Pero tiene un gran nivel de ataque. Imaginen si tenemos alguien así entre nuestras filas, sería un peso en nuestro lado de la balanza.
Yuki habló.
—¿Formará parte de nuestra milicia, señor? —Yuki volteó a verlo, echándole una mirada evaluativa. A pesar de sus particularidades, le era difícil saber si podía con las costumbres que tenían—. Intentará escapar a la menor oportunidad, señor. Como dijo, no parece interesado en esta batalla…
—Además, señor… —añadió el superior de Yuki, Kishimoto— con la apariencia que tiene, no solo atemorizará a los americanos, sino a nuestros propios soldados.
—Podemos proveerle comida, alojamiento, educación... Después de todo, es algo pequeño que ofrecer a alguien que no tiene nada comparado con lo que nosotros obtendríamos a cambio. —Apoyando el codo en la rodilla y sobre este, descansando el peso de su cabeza sonrió a sus subordinados—. Respecto a nuestros hombres, deberán acostumbrarse. Un pequeño sacrificio para ganar la batalla. Si no coopera, siempre podemos deshacernos de él.
Yuki suspiró.
—De acuerdo, Ottori-sama.
—¿Quién va a encargarse de él, señor? —preguntó Kishimoto.
—Me alegra que preguntes. Yuki-kun —llamó el hombre, mirando con una sonrisa al castaño—, te lo encargo.
La mandíbula de Yuki no pegó el piso porque lo tenía unido a su rostro, pero quedó abierta por el estupor que le embargó.
—¿Yo haré de niñera? ¿De él? —Yuki señaló a Klaus—. Señor, debe haber alguien más que pueda hacer esto. Soy un samurái, señor, no una nana.
—Cuida de tu hermanito menor. —Jugó con el samurái—. No quiero escuchar más protestas —ordenó, luego se giró directamente a Klaus—. Klaus-kun, me gustaría proponerte algo.
—No estoy interesado —respondió en seguida el europeo.
—Vamos, no seas quisquilloso, ni siquiera ha escuchado lo que quiero decirte. —Adoptó una pose recta, aún sentado con las piernas cruzadas en el mullido cojín.
—Yo solo quiero mi libertad.
—Podrás tenerla —prometió ciegamente Ottori—. Te propongo alojamiento, comida, quizás una familia, a cambio te pediría tus servicios. —Vio como el europeo frunció el ceño—. Veo tu inconformidad. ¿Qué quisieras a cambio?
—Estoy huyendo —explicó el joven—. No quiero ser encontrado, no quiero ser encerrado. Si puede cumplir con eso, no me interesa lo demás.
—Tenemos un trato, joven Klaus. —Sonrió Ottori sintiéndose ganador—. Yuki-kun estará a cargo de ti, él te proveerá de todo lo que necesites. Yuki-kun —llamó su líder—. Te encargo a Dragón-kun.
Yuki miró a Klaus, con desagrado por tener que cuidar de él. Lo dicho: nada de acción ni batallas. Tantos años de esfuerzo para que le degraden a niñera. Suspirando, ejerció una reverencia a Ottori.
—Sí, señor. No se preocupe.
—Yuki. —Por un momento, Ottori dejó los honoríficos de lado—. Te vez más lindo cuando sonríes, recuérdalo —le sonrió amable a su subordinado. Hizo un gesto con la mano para que todos se retiraran, dejándolo beber té en paz.
Yuki se sonrojó violentamente, su rostro ganándose un matiz rosa, solo asintió y fue el primero en salir de la habitación seguido por los otros guardias que permanecieron en silencio, estos escoltando a Klaus. Llegaron a las afueras de la casa, donde Yuki vistió sus getas. Pronto los otros soldados le siguieron, soltando a Klaus pero recelosos de que fuera a escapar. Yuki suspiró largamente antes de girarse al extranjero.
—Bueno… —carraspeó, recordándose de que debía hablarle en inglés—, ya que dijiste que tenías hambre, será mejor que vayamos a que comas algo antes de cambiarte esos harapos que traes… y un baño.
—¿Estarás bien con él, Yuki? —preguntó Kishimoto.
Yuki se dirigió a él en su idioma.
—Sí, descuide, señor.
—Bien. Igual daré la orden de que se le tenga vigilado.
—Sí. Gracias. —Ambos hombres hicieron un gesto de despedida, dejándolo con el extranjero.
—¿Te gusta el viejo? —preguntó Klaus en cuanto los demás les dejaron relativamente solos.
Yuki abrió los ojos horrorizados, su sonrojo volviendo.
—¿Qué? ¡Pero qué dices! ¿Es normal que siempre salgan idioteces de tu boca? ¡Por supuesto que no!
—Soy raro, no estúpido. —Frunció el ceño el menor, se cruzó de brazos—. Vi tu reacción cuando el viejo te habló, sonrojándote como una quinceañera. ¿Qué clase de soldado eres tú?
—No es normal que diga eso. Y no puedo golpearlo como quisiera por ser mi superior. —El ceño del joven se frunció—. Y tampoco tengo porqué darle explicaciones a un mocoso como tú. Así que mueve tu trasero. —Se dio la vuelta, caminando por un lado de la casa, en la dirección que estaban las otras edificaciones a su lado.
—Tienes un carácter muy malo para alguien tan bajo. —Claro, Klaus podía decir fácilmente eso. A sus 18 años ya gozaba un metro setenta y cinco de estatura.
—Y tú eres muy metiche. Toma consejo: cállate si no te entromete.
—¿Por qué pelean contra los americanos? —Ignoró por completo el consejo del samurái.
Yuki dudó si decirle o no. Por un lado, le mantendría al tanto de qué debían evitar en esa guerra, y por el otro, estaba la sensación de que no sabía si debía confiar en él o no. Hm, quizás debía seguir su instinto.
—Hay algo que ellos quieren de nosotros. Si les dejamos obtenerlo, nuestro país se viene abajo. No podemos permitirlo.
—Como el tesoro de un pirata —pensó para sí mismo—. ¿A donde me estás llevando?
Yuki no contestó.
Rodearon la casa hasta ir a un edificio interconectado con la misma pero siendo algo aparte. Allí no necesitaron sacarse los zapatos, puesto que el pasillo que conectaba el lugar con el edifico tenía unos escalones con varios pares de calzado descansando en el suelo. Era una cocina. Varios estantes, mesones, un gran caldero y ollas estaban por ahí, personas moviéndose de un lado a otro. En una esquina, había cestas llenos de verduras y hortalizas, e incluso otro que estaba siendo cerrado contenía fresco pescado. El delicioso olor de la comida estaba en el aire.
—Masami-san —llamó Yuki en cuanto él y Klaus entraron.
La mujer se giró y enseguida todos se quedaron inmóviles, observando a Klaus. Una de las jóvenes ahogó un grito, quedándose quietas y pálidas. Yuki intervino.
—Tranquilas, no es peligroso. Él es Klaus-kun, servirá a Ottori-sama a partir de hoy.
—Oh…dios… ¿él…es el que encontraron ayer? —preguntó la mujer más mayor de todas, a quien Yuki se dirigió en primer lugar.
—Sí. Vine por un plato de comida para él.
La mujer lentamente parpadeó.
—Sí…, sí…, claro… Ahora te lo daré. —Dio órdenes a una de las muchachas que la ayudaban, estas obligándose a salir de la sorpresa que se dieron ante la presencia de Klaus. Algunas temblaban en su puesto.
Klaus ignoró las reacciones de las mujeres, ya estaba resignado a eso, en cambio repasó todo el lugar con la mirada deteniéndose en los pescados. Se pasó la lengua por los labios, tenía un fuerte antojo de pescado crudo... Como odiaba su instinto animal que lo impulsaba a comer un pescado crudo.
—¿Puedo comer un pescado de esos? —preguntó a Yuki, sabiendo que las mujeres no le iban a entender.
Yuki miró hacia donde señalaban.
—Va a tardar un rato en cocinar. Ellas tienen unos platillos listos.
El pelinegro negó.
—Lo quiero crudo.
Yuki le dijo algo a las mujeres, que se miraron entre ellas y luego a Klaus. En unos minutos, Yuki y Klaus fueron acomodados en un mesón donde no estorbarían ahí en la cocina. Le pusieron un plato de arroz en un bol, otro con vegetales, otro con tempuras, un bol con un caldo y fideos, y aparte, un tablero con el pescado crudo que pidió Klaus y, cortado en finos pedazos, salmón.
Yuki le entregó los palillos a Klaus, juntando sus propias manos al decir.
—Itadakimase —antes de proceder a comer una de las tempuras.
El menor miró los palillos con desagrado, como los odiaba. Una vez robó un almuerzo de un pueblerino y en la cajita rectangular encontró los mismos palillos. Había intentado usarlos como vio a algunas personas pero simplemente no se le daba. Con un suspiro, lo intentó de nuevo tratando de imitar los movimientos de Yuki. Mirando tras Yuki, se dio cuenta de que una jovencita le miraba atentamente. Al parecer, ya había superado el miedo y ahora solo le quedaba la curiosidad, la chica valientemente le sonrió y le demostró a lo lejos como se suponía debía tomar los palillos. Vagamente el pelilargo logró mover los palillos adecuadamente y pudo comer sin tener que meterle las manos a la comida.
Yuki no comió mucho, no por el hecho de no tener hambre, sino porque era comida para Klaus. Además de que no era su momento de comer. Tan solo disfrutó de un par de bocados antes de dejar los palillos y agradecer la comida. Le era extraño estar sentado junto al chico, sobre todo sabiendo que había estado encarcelado. Volteó su mirada hacia Klaus… y quiso reírse. El tipo no sabía sostener un pedazo del pescado, comenzaba a tener lástima.
—No así. Lo haces mal.
—Bueno, discúlpame, nunca antes he comido con estos. —El salmón que estaba sosteniendo se le cayó al plato. Klaus tuvo que respirar hondo, dejó los palillos de lado para tomar el salmón con la mano y llevárselo a la boca. Si le dieran un tenedor sería mucho más fácil.
—Que bestia —murmuró en japonés. Yuki tomó los palillos que antes sostenía Klaus y le hizo tomarlos. Cambió su idioma para que el otro comprendiera—. Aquí, vamos. Tengo que enseñarte, o comerás todo con tus manos y eso se ve espantoso. —Se cambió de lugar para estar a la derecha de Klaus, llevándose sus propios palillos también—. Mira, la clave es usar el dedo medio entre los dos palillos. Sujetas uno así, entre el dedo medio y el índice, lo sujetas con tu pulgar, luego el otro lo colocas sobre tu anular, así. Usarás tu dedo medio para ajustar la anchura del bocado, todo suave. —Yuki guió primero los dedos de Klaus con los suyos, posicionándolos como fue indicando. Luego tomó los suyos, haciendo lo mismo e iniciando un suave movimiento en ejemplo, antes de coger un pedazo—. ¿Ves? Mi dedo índice sigue un poco entre el medio de los palillos para que no se aplaste, y los otros tres ejercen la presión. —Y ya que él mismo tenía un pedazo, lo guió a la boca de Klaus—. Abre, extranjero.
Tomando el bocado que se le ofreció, escuchó murmuraciones en la cocina. Echando una ojeada alrededor, notó a las mujeres más jóvenes mirándolo atentamente, o quizás solo al hecho de que Yuki le diera comida.
—Gracias —le dijo antes de intentar comer por sí mismo. Tuvo unos cuantos fallos pero logró comer la mayoría sin que se le cayera al plato. El arroz fue un reto más difícil, se le desmoronaba y no lo podía coger con los palillos. Prefirió dejarlo de lado y terminar la sopa y el resto del pescado.
—Estuvo rico —le dijo a Yuki, indicándole que dijera eso a la mujeres.
—Gracias por la comida, Masami-san. —Yuki hizo una leve reverencia—. A Klaus-kun y a mí nos gustó mucho.
—De nada, Yuki. —Ella sonrió, aunque su sonrisa fue titubeante hacia Klaus. Aún le costaba acostumbrarse a su aspecto. – Me alegro que le gustara.
—Iré a enseñarle su habitación. Con su permiso.
Ejerció otra reverencia pequeña para despedirse, indicándole al menor a dónde irían ahora. Klaus dio un leve asentimiento como reconocimiento a la mujer y a la chica que intentó ayudarlo en primer lugar. Cuando salieron de la cocina, Yuki lo siguió guiando.
—Oye, me gustaría un baño. Mi cabello comienza a enredarse.
—Iremos a buscarte un cambio de ropa antes.
Al principio costó encontrarle una prenda que pudiera servirle, ya que no había muchos hombres de la altura de Klaus. Por suerte encontraron un par de prendas de un guardia ya mayor, un poco más de la edad de Ottori, que accedió a prestarle algunas ropas a Klaus hasta que le consiguieran unas propias. De ahí, fueron a los baños, una construcción aparte totalmente que contaba con dos grandes tinas, unas repisas pequeñas donde estaba una pastilla de jabón y jabón liquido también. Yuki cogió con una cubeta un poco de agua del ofuro, y luego usó otra para hacer lo mismo luego de cerrar la puerta.
—Recuerda esto: el ofuro solo es para relajarte, pero no puedes entrar ahí sin antes haberte lavado.
El menor asintió.
—Como un baño de burbujas. —Comparó. En seguida se quitó la camisa sucia y descocida, la había cogido de un tendedero de un familia a las afueras del pueblo; El largo cabello se le levantó cuando se sacaba la camisa por la cabeza, en su espalda una enorme cicatriz que cubría todo el torso, ennegrecida, se veía bastante mal, la piel negra bajaba por su columna hasta perderse en la cintura del pantalón.
Iba a sacarse el pantalón cuando se acordó que Yuki aún estaba ahí.
—Me gustaría algo de privacidad.
El chico se sonrojó un poco al darse cuenta de que se había quedado viendo la marca totalmente ido, la punta de sus dedos picando por tocarlo y su lengua ansiando moverse para preguntar sobre ello. Titubeó, pero asintió.
—Cla-claro. Estaré afuera… Avísame cualquier cosa… —Caminó hacia la salida, dejándole una vasija para que se vertiera el agua y las toallas limpias junto a la ropa.
Una hora y media después, Klaus salió mucho más fresco, relajado y de buen humor, el largo cabello negro ahora le caía lacio en cascada por la espalda, su rostro limpio de tierra era mucho más hermoso y ahora se podían notar sus largas pestañas. Estaba vestido con unos pantalones holgados típicos para los japoneses y una camisa que Klaus pensaba era más bien una bata, le habían dejado unas sandalias de madera pero Klaus las ignoró y continuó usando las botas militares que le quitó a un americano incauto.
Yuki estaba afuera usando su katana, moviéndola de un lado a otros hasta que presintió la salida de Klaus. Le echó una mirada de abajo hacia arriba, evaluándolo, aunque hizo una mueca ante las botas. No dijo nada. Asintió conforme después de todo.
—Bien, ¿qué tal te sientes? —preguntó mientras envainaba la espada.
—Mucho mejor. Ya no aguantaba la mugre, bañarme en los ríos era un poco peligroso, alguien podría verme y meterme en el agua helada en la noche queda descartado —explicó mientras se estrujaba el cabello, quitándose el exceso de agua. Era mucho más sociable después de un buen baño y el estómago lleno.
Yuki asintió. Iniciaron una caminata, detenidos por Kishimoto.
—Yuki, tenemos un problema. —Kishimoto también evaluó con la mirada a Klaus, asintiendo a las prendas y haciendo la misma mueca inconforme por las botas.
—¿Qué sucede? —preguntó el samurái, con una leve expresión preocupada.
—Nada tan grave, pero… se trata del nuevo. —Señaló a Klaus con un pequeño gesto.
Yuki cerró los ojos, respiró hondo y lo dejó salir. Presentía algo malo.
—¿Qué es?
—Los guardias están al tanto de él, pero queda claro según órdenes de Ottori-sama que no dormirá en la celda de anoche.
El joven deseaba darse de topes con un tronco.
—Imagino que no querrán dormir con él. ¿Tendrá un cuarto para él sólo?
—No podemos otorgarle un cuarto para él sólo. Pero sería bueno que fueras su compañero de habitación.
La boca de Yuki volvió a quedarse abierta.
—¿También quieren que duerma con él? —Volvió a señalar a Klaus—. Es una broma, ¿verdad, señor?
Kishimoto cuadró los hombros, regio. Era más alto que Yuki, pero Klaus le ganaba por unos pocos centímetros.
—Por supuesto que no. No podemos dejarle estar a sus anchas, como es claro. Aún si Ottori-sama le haya aceptado, no debemos confiarnos, sea quien sea. —Le echó una mirada recelosa y dura al extranjero—. Es una orden. Hasta que no demuestre su lealtad, o confianza.
—¡Pero, señor…!
—Es una orden —repitió, inflexivo.
Callándose, Yuki tensó la mandíbula. Rebajado a niñera a largo plazo, no podía creerlo, ¡y de un fenómeno extranjero!
Erguido, Yuki hizo una reverencia.
—Sí, señor.
Conforme, Kishimoto asintió, marchándose al darse la vuelta. Yuki no se enderezó hasta que el hombre estuvo a unos pasos de ellos. Dejó salir un largo, muy largo, suspiro, al punto de quedarse sin aire.
—Vamos. Tengo que mostrarte todo el lugar. —Había un ceño de molestia en su cara.
—¿Es necesario? Tenemos el resto de la tarde para explorar. ¿No podemos dormir un rato? —Klaus se frotó uno de los ojos casi a punto de cerrarse. Ahora que estaba limpio y sin hambre, el sueño le estaba reclamando.
Yuki giró a mirarlo.
—Claramente no. No somos parte de la familia imperial para hacer lo que queramos. —Su mirada era de reprimenda—. Tengo que enseñarte todo el lugar, luego lo que vas a hacer y cómo será tu entrenamiento, que comenzará mañana. Mientras más pronto sepas, mejor. Muévete.
Klaus gruñó de nuevo, aunque era más una protesta que una amenaza.
—Eres un tirano, ¿lo sabías? —Resignado, siguió al castaño.
Yuki le mostró los jardines Zen, el dojo, el estanque de peces Koi en los que Klaus tuvo que hacer fuerza de voluntad para no lanzarse al estanque y cazarlos –malditos instintos animales–, el bosque de bambú, algunas otras áreas anexas de entrenamiento para los soldados hasta que finalmente volvieron a la construcción más grande. Klaus no entendía el motivo por el que tenía que caminar sin zapatos dentro de la casa, era absurdo y poco práctico.
—La mayoría de las habitaciones son pertenecientes a visitas, otras son de Ottori-sama y otras de su hijo. —Fue informando Yuki, señalándole las habitaciones—. Ottori-sama tiene un hijo solamente. Pronto lo conocerás. Normalmente no se la pasa mucho en casa.
Le indicó donde era el comedor, la sala de reuniones, cómo se llega al despacho, la salita donde conocieron a Ottori antes, un pequeño espacio para leer, saliendo de la casa luego.
—Nosotros dormiremos en este nexo, donde están las habitaciones de los guardias. —Señaló una construcción, como la cocina, que interconectaba a un pasillo de la casa—. La casa tiene varios pasillos que permiten confundir a un enemigo. Si la casa es atacada y se internan en ella, los pasillos confundirán al enemigo otorgándole al señor feudal, su familia y a nosotros ponerse a salvo.
—Es pequeño, comparado con las edificaciones en Rusia —murmuró distraído mirando los alrededores. Normalmente con el sol en lo alto no se preocupaba por el frío, pero Klaus aún tenía el cabello medio húmedo—. ¿Dónde voy a dormir? —Se apresuró a preguntar, tenía las manos escondidas bajo las axilas. Sentía la punta de los dedos helados—. No quisiera ser insistente pero tengo frío.
Yuki suspiró. Esa parte era la que no le gustaba.
—Ven. —Dieron la vuelta para dirigirse a los nexos—. Kishimoto-san, el hombre que se nos acercó antes, me informó que… tú y yo vamos a compartir habitación. Temporal, me refiero.
A Klaus no pareció importarle ese detalle. En cambio intentó repetir el nombre del superior de Yuki entre dientes.
—No pareces...completo. No, condescen... No, eso no —murmuró varias veces en el idioma que Yuki le escuchó por primera vez en la celda hasta que pareció dar con la palabra que buscaba—. Complacido. No pareces complacido con que yo comparte tu cuarto.
—Soy un samurái, un guerrero. Mi lugar es en el campo de batalla protegiendo mi nación, y en cambio me hacen cuidar de un niño lagarto y además compartir mi cuarto, porque no hay ningún otro que quiera hacerlo —espetó con cierta molestia, aunque ese sentimiento no parecía ir dirigido hacia Klaus. Después de todo, quien le puso en esa situación fue Ottori, haciéndole cuidar de él.
—Reclámale al viejo de ropajes extravagantes —refiriéndose igualmente a Ottori—. Yo no estoy interesado en la guerra. —Mientras caminaba, se agarró el pelo haciéndole un moño improvisado con el mismo cabello; al menos de esa manera dejaría de sentir la espalda húmeda.
—Quizás… —Yuki bajó un momento la mirada, pensativo—, pero es posible que Ottori-sama tenga razón en algo. Te damos cobijo, comida, prendas y protección, que es mejor que morir de hambre y frío a intemperie, solo a cambio de tus habilidades. —Yuki se detuvo—. Aunque me desagrade cuidar de un niño, lo acepto solo porque dicho niño nos puede ayudar a salvar nuestro país; Yo daría lo que fuera por protegerlos, mi vida incluso —terminó, mirándolo fijamente a los ojos, reanudando su camino después.
El pelinegro suspiró, él no entendía el amor patrio, nunca se lo inculcaron y desde pequeño fue un extranjero así que no podía llamar a su país de origen hogar. Él huyó buscando libertad, por ahora la tendría.
—¿Qué edad tienes?
—Para octubre cumpliré mis 20 años —respondió Yuki, viendo a varios metros los nexos.
Klaus miró a Yuki de arriba abajo; su cremosa piel clara, el sedoso cabello castaño recogido en una impecable coleta.
—No pareces tener 20. Tampoco pareces un hombre, supongo que deberé creerte.
Con una gran velocidad, en un parpadear Klaus tenía el filo de la espada de Yuki contra su garganta, el ceño del castaño fruncido.
—Vuelve a insinuar que soy una chica, y no me importa rebanarte un tajo del cuerpo.
Klaus pasó una larga uña por el filo de la espada.
—Si no quieres que te confundan con una, intenta hacer algo con ese olor a durazno. ¿A cuántas chicas podrías atraer con un olor tan dulce?
El agarre de Yuki no se movió, y faltaba una presión más para que lograra extraer un hilillo de sangre en la piel de Klaus.
—Ya te he dicho que no sé a qué olor te refieres. —Entrecerró los ojos—. No cargo ningún olor a durazno encima.
—Es tu olor natural —le explicó como si fuera un niño—. Todo y todos tienen un olor distintivo, el tuyo es el durazno —terminó por apartar la espada de su garganta—. Sigue caminando, quiero llegar al cuarto.
—Pues entérate, lagarto, los humanos normales no percibimos ese olor.
Arribaron el cuarto, que era sencillo sin mucho adorno ni mueble: una sencilla mesa en una esquina, una bambalina de bambú, un armario pequeño y dos futones pulcramente ordenados. En una esquina estaba una pequeña chimenea que Yuki encendió para caldear un poco la habitación. A la entrada habían dejado sus calzados.
—Escoge el futón que quieras. —Yuki señaló los colchones en el suelo, dirigiéndose al armario.
—¿Es una alfombra? —Parecía bastante mullida para ser una alfombra.
Rodando los ojos, el castaño negó. Del armario sacó un cobertor y una toalla.
—No. —Se le acercó, extendiendo ambas cosas—. Es nuestra cama. —Hizo un gesto hacia la toalla—. Tu cabello. Cogerás un resfriado si lo sigues teniendo mojado.
—Será mucho peor que un simple resfriado —murmuró aceptando la toalla—. ¿Cómo puede ser una cama? Apenas es una colcha en el suelo. —Aún cuando protestó, escogió la derecha, sentándose con las piernas cruzadas en el medio de esta. Era más mullida de lo que parecía a simple vista.
—Por si no te has dado cuenta, estás en Japón. —Yuki miró al exterior antes de sacarse el cinturón de la espada y dejarse caer en el futón izquierdo. Suspiro de alivio por su espalda, estirándose hasta hacerse sonar los huesos de la misma—. En cuanto entres en calor, iremos a la cocina por nuestra cena.
—No sé mucho sobre sus costumbres, tomando en cuenta que estuve viviendo en el bosque desde que llegué. —Cuando terminó de secarse muy bien el cabello, tomó la colcha en la que estaba sentado y se envolvió con ella, ronroneando de gusto por la tibieza de la tela.
—Bueno… —Yuki cerró los ojos permitiéndose unos 5 minutos antes de tener que levantarse y seguir—, ahora tendrás todo el tiempo posible para aprender.
Klaus no respondió; gracias a la tibieza que lo envolvía el sueño regresó, estaba quedándose dormido sentado en medio del futón, con la colcha envolviéndolo. Parecía un congorocho (1).
Yuki abrió los ojos, echándole un ojo. Quiso despertarlo, pero…sintió lástima. De alguna manera, el menor le recordaba a cuando él era mucho más joven, hallándose solo en aquel estado antes de que Ottori le diera refugio. Poniéndose en pie, se inclinó hacia Klaus, colocando sus manos en sus hombros e incitándole a acostarse en el futón. Podría comer fuera de su habitación mientras le vigilaba.
Continuará...
1.- Congorocho: en Venezuela, le llamamos así a los escarabajos, cochinillas, mariquitas, cacurrones (en Colombia), caculos (en Puerto Rico). En la historia hacemos referencia a la postura encogida.
Y el primer capítulo fue liberado. ¿Qué les ha parecido? Por favor, comenten sus opiniones y/o críticas. Esperemos que les esté siendo interesante.
¡Nos leemos!
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