Capítulo 4

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Para cuando llegaron a la oficina de Ottori ya era bastante tarde.

Yuki tocó una vez la puerta corrediza antes de deslizarla, pero no encontró a Ottori solo, Kenshi estaba con él, ambos teniendo una partida de ajedrez y compartiendo té. Se aclaró la garganta, incomodo por interrumpir.

—Disculpe, Ottori-sama…

Kenshi levantó su vista del juego, mirando molesto a Yuki. Parecía que era por su interrupción, aunque para dentro de él se debía a su mera presencia. Aflojó un poco la expresión al ver a Klaus detrás de él, sonriéndole solo al alemán.

Ottori levantó la vista de su juego igualmente sonriendo cuando vio a Yuki.

—Yuki... ¿Ya pensaste en lo que te propuse?

Klaus hizo un asentimiento hacia Kenshi como cortesía, se mantuvo junto a Yuki todo el tiempo. Este último asintió, cuadrándose recto como el samurái que debía ser.

—Lo hice. Y he decidido que aceptaré la misión, señor. —Hizo una inclinación—. Haré todo lo que esté a mi alcance y daré lo mejor de mí para que sea un éxito.

—Espléndido. —Ottori sonaba bastante complacido—. Me muero por ver el día en que debas prepararte para tu misión. —Klaus apenas se acordó de contenerse para no gruñirle a Ottori por usar ese tono tan enfermizamente meloso—. Te recomiendo practicar tu inglés, deberán estar muy atentos a todo lo que se diga en esa fiesta.

Yuki asintió, no queriendo ni prestar atención al tono de Ottori o a lo que tenía que usar al momento de la misión.

—Yo puedo encargarme de ayudar a Klaus en su vestimenta —habló Kenshi, aunque no sonaba casi como una sugerencia, sino un aviso—. Estoy muy al corriente de la moda americana. —Su sonrisa se ensanchó un poco más al mirar al nombrado—. Será bastante interesante, ¿no crees, Klaus? Así puedo ponerte al tanto de algunas cosas allí. —Sus cejas se alzaron un poco—. Te será muy útil para el papel que vas a representar.

—Estaré bien. No soy ajeno a la cultura americana ni sus últimas tendencias —agradeció el alemán.

—Kenshi puede facilitarles un traje a ti y a Yuki, te lo encargo hijo —le dijo Ottori a su vástago mientras movía una pieza de ajedrez—. Respecto a los detalles, reúnanse con Kyouya-san para ultimar detalles en la brevedad de lo posible.

Los ojos de Yuki se abrieron como platos, mirando de Ottori a Kenshi. Este le devolvió la mirada al castaño, una sonrisa que él sabía no auguraba nada bueno apareciendo en sus labios.

—Por supuesto, padre. Déjamelo a mí.

—Bien. Pueden retirarse. —Con un gesto de la mano los despidió a ambos, Yuki hizo una reverencia y cuando salió del cuarto Klaus le siguió.

La sonrisa maliciosa de Kenshi se fue desvaneciendo en cuanto la puerta se cerró. Detestaba que el enclenque estuviera pegado al otro, y aún más en esa misión.

—¿Por qué mandas a Yuki y no a una mujer o algún otro soldado? —preguntó a su padre, analizando su siguiente jugada en el tablero.

—¿Una mujer? —El tono de burla era claro—. Queremos información sobre estrategia militar, no cotilleos de quién tiene mejor traje. —Ottori tomó una taza de té verde que se había servido hace rato, ya estaba tibia pero de todos modos sabía bien—. Nadie más quiere trabajar con el alemán y Yuki es bastante competente para la tarea. Se lleva bien con él.

—Demasiado bien, diría yo —masculló entre dientes—. Ya he oído rumores de que cuando están juntos, no se despegan el uno del otro. —Hizo un movimiento—. Para el supuesto chisme de que Yuki sea más puro que una rosa, yo no lo creo tanto ahora —dijo con un tono de burla.

—Tonterías, el niño ni siquiera ha tenido su primer beso. Está tan concentrado en su entrenamiento que no le presta atención a ninguna mujer. —Ottori de hecho sonaba bastante complacido—. Además, los generales insistieron en que Klaus debía ir acompañado, aún no es de confiar.

—Papá, ¿de veras crees que un enclenque como Yuki ignoraría una calentura? —bufó. Ni yo lo hago. No puedes afirmar que él va por mujeres con la cara de fémina que se trae. Eso ya es otra razón por la que pensar que no haya estado con nadie. —Y aunque no le hacía gran gracia el pensamiento, dijo—: Cuánto te apostaría a que Klaus ya ha probado qué tan bueno es en la intimidad. ¡Si hasta comparten cuarto!

—Kenshi no seas vulgar —reprendió su padre con el ceño fruncido—. Si no le atraen mujeres mejor para mí. Otros soldados comparten cuarto, Kenshi. —Ottori rodó los ojos—. No seas dramático. —Movió otra pieza de su juego poniendo en jaque al rey blanco de Kenshi—. Jaque.

—No me refiero al que compartan cuarto en sí, sino que son ellos dos los que comparten cuarto. —Lo pensó un momento antes de apartar a su rey—. Si tantas —alargó la A en un tono sarcástico— son las ganas que le traes a Yuki, ¿por qué has tardado? Seguro ni siquiera te has fijado que algo hay entre el enclenque y Klaus.

—A diferencia de "otros" —Miró fijamente a Kenshi acusándolo de su comportamiento antes de volver a mirar sus piezas— yo sé controlar mis impulsos. —Movió y se comió la reina de Kenshi.

—Me gusta tomar las cosas antes de que me lo quiten. —No le importó confesar, frunciendo el ceño ante la jugada de su padre—. Y si no te mueves, padre, alguien te lo va a quitar. —Tienes suerte de que yo también estaré moviendo mis piezas, pensó. Movió su caballo, dándole la oportunidad de amenazar el rey del mayor—. Jaque.

—¡Oh! —Hizo una cómica mueca alzando los brazos al aire—. Muy impresionante, sí. Pronto podré tener al joven Yuki en mi cama mientras... —Movió una última pieza y antes de que Kenshi lo notara, Ottori dirigió su reina en un ataque directo al rey blanco, con el alfil cerrándole el paso y la torre impidiendo escapar. Estaba rodeado—. Jaque mate... Necesitas practicar más, hijo.

—Tú haces trampa. Te aprovechas de mí para hacerlo. —Alzó una ceja, la diversión brillando en sus ojos—. ¿Qué le ves al enclenque? Tantos otros mejores dignos para ti, y le escoges a él.

—Tantos buenos para ti y escoges a cualquiera —le regresó sus palabras a Kenshi—. Me gustan los de facciones delicadas. Ne provoca corromperlo.

Kenshi se carcajeó.

—No es como si me los fuera a quedar, padre. A mi parecer, no hay nadie que valga la pena aquí. —Se echó hacia atrás, sus manos apoyadas en la madera tras su espalda—. Pero me agrada esa visión tuya.

—Sólo me gustaría que fueras menos escandaloso al respecto. Ten las aventuras que quieras, de todos modos te tienes que casar con la princesa Aiko. —Comenzó a recoger todo.

Kenshi hizo una mueca.

—Ella es peor que las demás. Muy frígida. —Fingió estremecerse—. Si es así fuera de la cama, no imagino cómo será dentro.

—Es por conveniencia, no por placer o amor. —Se levantó de la mesa con el tablero en la mano—. Avísame cuando tengas listos los trajes.

—Al menos deberé disfrutarlo, ¿no? —Se defendió—. Sí, sí. Créeme, me lo agradecerás completamente cuando los veas. —Dejó salir una pequeña risa.

—Cuento contigo —le dijo como despedida saliendo del cuarto.

Mientras en el cuarto de Yuki y Klaus, ambos estaban uno frente al otro ni sabiendo exactamente cómo proceder, más temprano fue algo natural pero ahora...

Yuki apartó la mirada, respirando hondo.

—Es… Lo que pasó en el templo… creo que es mejor discutirlo antes. Jamás hemos estado con nadie…, y sea lo que sea esto… es mejor aclararlo. No quiero ir a ciegas.

—¿No te gusto? —Klaus parecía tenso esperando la respuesta.

El castaño le miró.

—Es… No es eso. No es cómo te veas el problema, sería hipócrita de mi parte… Es todo nuestro alrededor y lo que somos. —Su rostro se tiñó de rosado por el sonrojo—. Yo… siempre creí que estaría con una chica, no me veía de otra forma… pero… cuando te veo… o cuando oigo tu voz… me nace el impulso de ir a dónde estás…

Klaus se sintió más tranquilo al no obtener un rotundo "No". Con más confianza se acercó a Yuki, sus rodillas tocándose.

—Somos dos personas que se gustan la una a la otra, no veo nada malo con eso.

—Cuando lo dices así, lo haces ver fácil. Pero muchos hablarán, muchos no lo verán bien, sobre todo porque no están de acuerdo contigo aquí.

—Yuki... —El alemán entrelazó los dedos de su mano derecha con los de la izquierda del castaño—. Aún si en verdad fueras una chica nunca lo aceptarían por el simple hecho de ser yo. La pregunta aquí es...Qué quieres hacer tú?

Yuki le apretó duramente la mano.

—Deja de insinuar que parezco una chica —advirtió, entrecerrando los ojos con molestia.

Sin apretar el agarre, Klaus le haló hasta que sus labios se juntaron en un beso corto.

—No lo dije por eso. Fueras hombre, mujer o pez, no verán con buenos ojos que sea tu pareja.

Yuki permaneció callado unos minutos.

—Podemos… podemos intentarlo. Sin prometer nada, solo… intentarlo.

El joven sonrió atrapando su otra mano, pegó su frente a la de Yuki, sus rostro tan juntos que respiraban el aire del otro.

—¿Y si te prometiera la felicidad?

Sin poder evitarlo, Yuki dejó entrever una pequeña sonrisa tímida.

—Bueno…, puedo aceptar eso. Pero no es un compromiso. Lo intentaremos, experimentaremos… y si en algún punto no funciona…, lo dejamos ahí.

—Confío bastante en mi encanto —presumió a modo de broma.

No dejando que Yuki volviera a contestarle, Klaus terminó por unir sus labios. El beso comenzó lento, como el de horas antes pero mientras más tiempo pasaba, más se iban acalorando los dos; Klaus no recordaba haber tenido la temperatura así de alta en mucho tiempo. Hubo un momento en que Yuki abrió la boca para agarrar aire y Klaus se aprovechó de eso para meter la lengua. Ambos gimieron ante el nuevo contacto.

Si algo era bizarro allí, era el momento en que su lengua tocó la bifurcada de Klaus. Justo ahora, Yuki tenía problemas para encontrar una palabra que describiera la sensación. Empero, en ese momento, solo excitante hacía eco en su mente. Osó pegar sus cuerpo como antes, sus brazos pasando tras el cuello de Klaus, los dedos enredándose en la larga cabellera negra. Tuvo por un instante separarse para tomar aire, de nuevo sus labios regresando a encontrarse con los otros.

Batallando por el control del beso los jóvenes terminaron encima del futón con Klaus encima, sus lenguas se enredaban y sus dientes chocaban haciendo el beso torpe y excitante al mismo tiempo, si fuera por ellos se hubieran quedado así toda la noche, explorando la boca del otro hasta conocer cada rincón de ella, su sabor, todo pero no es como si tuvieran un tanque de oxígeno integrado.

—Yuki... —La voz enronquecida de Klaus junto al cabello desordenado y las mejillas rojas era una visión por demás insinuante.

Yuki también jadeaba en busca de aire, en las mismas condiciones del otro, algunos mechones de cabello castaño que habían escapado de su lazo. Pasó su lengua sobre sus labios hinchados, sus manos subiendo hasta acariciar el rostro de Klaus como quiso hacerlo antes; ahora tenía la excusa. Sus pulgares rozaron las escamas de las mejillas, el derecho bajando hasta pasarse por el labio inferior del alemán. De ahí, ambas manos se deslizaron desde la mandíbula al cuello, sus ojos siguiendo el recorrido, su mente grabándose el tacto, hasta detenerse en el pecho por sobre la ropa y alzar la vista.

Sore…wa utsukushīdesu (1) —susurró.

—"Sore wa..." —repitió Klaus hasta que entendió—. ¿Qué quieres decir con "es precioso"?

Yuki sonrió; una sonrisa pequeña.

—La pregunta que hiciste antes… Me preguntaba si…me gustaba Klaus… Esa era mi respuesta.

Klaus sonrió, se inclinó hasta besar la frente de Yuki.

—A mí también me gusta Yuki. Eres mi "fräulein".

Yuki frunció el ceño.

—¿Qué es fräulein? —Sabía que había dicho mal la palabra, no tenía ese fuerte acento en la R como Klaus.

El pelinegro sonrió enigmático.

—No es necesario que lo sepas. —Le guiñó un ojo—. Vamos a dormir. —Dio un besito en su cuello antes de estirarse para apagar la luz y luego volver al lado del castaño en el futón.

Yuki hizo un mohín de molestia en la oscuridad. Sea lo que sea, tenía que averiguar qué era.

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Yuki sufrió. Sufrió mucho.

Verse con aquel kimono blanco, donde la tela poseía delicados detalles de hojas en un pálido verde en antebrazos, y a media falda, con un cinturón bajo los falsos senos que le colocaron y el ridículo –a su parecer– peinado, sin mencionar el maquillaje. Odiaba la suave capa de polvo blanco, el kohl negro y los labios rojos. No podía creer que el mundo se había puesto en su contra, haciendo que el día de la fiesta llegase tan pronto. Según supo, el carruaje estaba siendo preparado. Irían desde Shōbara a Fukushiyama, en el condado de Kyoto donde estaban unas de las principales bases luego de que americanos se apoderaran del lugar, tendrían un viaje de poco más de tres horas en carruaje, por lo que tendrían que marchar temprano para llegar a tiempo. Los gemelos Kuma y Kaoru –ambos cómplices de Kenshi– eran dos jóvenes de 21 años, de ojos y cabello negro, mucho más altos que Kenshi y él mismo. Al menos, para diferenciarlos –porque eran la exacta replica del otro– Kaoru, quien era ciego como topo, usaba lentes. Eso, no obstante, no bajaba su índice de maldad.

Por otra parte, contrario e ignorando a lo dicho, Kenshi se habría propuesto ayudar a Klaus con su traje. Buscaba cualquier excusa para rozar sus manos con él; que si la camisa, la perchera, la corbata, la chaqueta. Se lo había llevado a otra habitación, como se hizo con Yuki. No había ningún otro sirviente cerca.

En el cuarto Klaus se sentía incómodo de que Kenshi le estuviera manoseando tanto, le ponía nervioso eso.

—Sabes. Puedo vestirme por mi cuenta...

—Un caballero de la alta aristocracia siempre tiene un ayudante. —Sonrió—. ¿Qué mejor forma de irte metiendo en tu papel? —dijo divertido. Luego su expresión disminuyó irremediablemente—. Escucha con atención. Estarán algunos de los militares más importantes allí. No tengo todos los nombres, pero el anfitrión se llama John Richmore, General de Brigada. Mason Avner es el General de División, y el Mayor Tyrone Wilson. No olvides sus nombres y rangos, son los más importantes y conocidos por casi todos, los demás son extras. Deben cuidarse de esos en especial, no les paren a los demás. Tengo entendido que son los únicos de mayor rango en la fiesta. Los demás son tenientes y capitanes —informó mientras acaba de vestirle, y luego iba por una peineta para su cabello.

Klaus se le adelantó a Kenshi, haciéndose una cola de sirena en el cabello. El flequillo que por lo general le enmarcaba el rostro fue sujetado en la trenza, despejando los firmes pómulos, algunos mechones se le escapaban del peinado dándole un aire sensual y exótico. El resto de la trenza quedó oculta bajo el chaleco ya que los hombres americanos no tenían la costumbre de dejarse el cabello largo.

—¿Y quién pretenden que sea yo entre tanto militar de alto rango? —Se acercó a un espejo que habían traído a la habitación para acomodarse los últimos detalles. Klaus estaba resultando ser bastante vanidoso con su aspecto.

—Un joven lord. —Kenshi se colocó delante de él, fingiendo acomodar su corbata, teniendo que levantar un poco el rostro para alcanzarlo. Al menos era solo unos 6cm más alto—. Habrán lores allí, tienes el porte de uno —añadió, tomándole el mentón para que lo levantará un poco en una postura firme; otro pretexto para tocarle—. Solo finge ser rico y poderoso y estarás en su club.

El alemán rodó los ojos tragándose su comentario ácido sobre lo que pensaba exactamente de los lores.

—¿Entonces tú eres mi fiel sirviente? —dijo Klaus en un tono altivo, una imitación muy buena de un lord de rancio abolengo. Demasiado buena.

Kenshi sonrió.

—Lo era hace 5 segundos. Ya estás listo. —Rápidamente, cruzó su brazo con el de Klaus—. Ahora que eres un lord, ¿por qué no escoltas a este joven a las afueras? El carruaje debe estar esperando.

Ofreciendo su brazo, ambos salieron del pasillo. Kenshi continuó hablando mientras el extranjero le respondía con frases cortas, monosílabos o gruñidos. Cuando llegaron al exterior Yuki aún no estaba ahí por lo que se quedaron en la puerta esperando al castaño. Los minutos pasaban y Yuki no aparecía. Klaus comenzaba a impacientarse y la charla de Kenshi ya le estaba molestando en vez de entretenerle; el joven tenía unos tópicos que no le interesaban mucho a Klaus. Cuando se decidió por entrar a buscar a Yuki, los gemelos Kuma y Kaoru venían por el pasillo, detrás de ellos una ilusión.

Una persona en el hermoso kimono blanco avanzaba tras los gemelos, con una expresión temerosa en su rostro. El pálido maquillaje ocultaba un poco la piel algo bronceada por el sol, sin ser demasiado exagerado, otorgándole una finura exquisita. El vestido estaba moldeado para dar ilusión de un cuerpo femenino, resaltando pequeñas curvas en el pecho y la cintura. El cabello castaño fue peinado en un moño alto, creando un pequeño copete para añadir volumen, una peineta como adorno colocado en el peinado. Parecía una muñequita invernal de cera.

Se detuvieron frente a los otros dos. Yuki evitaba mirar a alguien a la cara, su mirada siempre hacia abajo. Y por tener la miraba baja Yuki se perdió por completo la que le daba Klaus, prácticamente no tenía ojos para nada más que no fuera el ensueño blanco en que se convirtió Yuki. Lentamente se acercó al castaño, notando que incluso los gemelos se habían tomado la molestia de colorear las pestañas del mayor de negro haciéndolas parecer tan largas como las de Klaus.

Pasando su dedo índice por la mejilla del japonés hasta situarla bajo su barbilla para alzarle el rostro y que lo mirara a los ojos, ahora más que nunca a Klaus se le antojó besar los rojos labios pintados.

—Precioso.

Tras ellos, Kenshi controlaba su enojo. El plan no era exactamente ese. Pero tenía que ser paciente, aún faltaba un poco más. Notó que tras de ellos venía su padre para despedirlos. Yuki, por otra parte, se sonrojó violentamente, aunque el maquillaje ocultaba un poco ese hecho. No sabía si era por vergüenza o enojo, no obstante, sonrió, tímido, su única forma de agradecerle porque le costaba encontrar su voz aún.

—Padre —habló Kenshi cuando Ottori estaba cerca—. ¿Qué te parece mi trabajo? ¿No está encantadora nuestra dama? —indicó, con intención, Kenshi hacia Yuki, quien se daba lentamente la vuelta para enfrentar al hombre. Hizo una reverencia.

Taiga tuvo una expresión similar a la de Klaus, más hambrienta y con la mirada brillosa. Rodeó a Yuki como si evaluara el trabajo de Kenshi.

—Te felicito, hijo —le dijo a Kenshi sin quitarle la mirada de encima al castaño—. Ni las geishas del emperador se comparan a tu belleza —halagó a Yuki.

—G-Gracias —agradeció Yuki, obligándose a hablar.

Kenshi rodó los ojos, carraspeando.

—Bueno, creo que es mejor que se vayan ya. Se hace tarde.

Ignorando el convencionalismo de los japoneses, Klaus entrelazó su brazo con el de Yuki para guiarlo a la carroza. El alemán, con el tiempo que llevaba en Japón, había odiado la forma en que trataban a las mujeres. Claro que en su propio país ellas seguían teniendo pocos derechos pero nunca las hacían caminar tras los hombres. Klaus se sentía orgulloso de poder llevar a Yuki a su lado como un igual.

—Buena suerte, jóvenes —se despidió Ottori en cuanto los gemelos acomodaron el kimono de Yuki dentro de la carroza y cerraron la puertezuela.

Yuki le agradeció con una pequeña reverencia como pudo, ya que el vestido en ese momento le incomodaba más que estando de pie. Kenshi hizo un gesto al cochero y este hizo a los caballos marchar. El castaño suspiró cuando pasaron de la entrada principal del terreno feudal.

—Tendremos un camino largo.

—Tres largas horas —suspiró el menor—. Si fuéramos volando sería la mitad del tiempo. —Miró por la ventana. El bosque se extendía por todo el camino recordándole a Klaus que era la primera vez en varias semanas que abandonaba los terrenos del Señor Feudal.

Yuki tragó grueso.

—Tú… ¿tú no te sientes nervioso? —Él alisó la falda de su kimono. Sus manos habían sido empolvadas también—. Es la primera vez…que voy sin mi espada… y aunque llevo escondida un arma pequeña, me siento desnudo sin ella… Estar en un lugar lleno de americanos… vestido así como Geisha. Siento ganas de vomitar.

—No tanto. Confío en que puedo protegerte si algo pasa y salir ilesos los dos. Quiero que permanezcas a mi lado todo el tiempo —le dijo a Yuki dejando de contemplar el paisaje—. Será más fácil protegerte si te tengo cerca.

El castaño alzó la mirada para verlo.

—De acuerdo. —Asintió. Respiró hondo para calmarse, dejando salir el aire lentamente. Al sentirse más relajado, volvió a mirarle—. Por cierto…, te ves muy bien en traje. —Sonrió con cierta nostalgia—. Te queda mejor que la ropa japonesa.

El pelinegro sonrió.

—Ciertamente. En las ropas japonesas me siento raro, entra demasiado aire entre los pliegues. No me agrada. —Tocó la corbata de seda que Kenshi le consiguió—. Esto es algo más familiar para mí. Algún día quisiera verte vestido a ti también con un traje.

—Creo que ahora sería yo quien se sentiría raro. —Yuki apartó la mirada hacia el paisaje—. No tanto como me siento vestido así, esto se siente más humillante, pero… me será difícil acostumbrarme a otras ropas que no sean las que uso regularmente.

—Yo creo que te ves hermoso —aseguró con una sonrisa delineando los finos labios—. Y misión o no, deberás concederme al menos una pieza en la pista de baile.

Había una expresión consternada en el mayor.

—No sé bailar, Klaus. Haríamos el ridículo.

—Yo te guiaré —le prometió.

—Bueno —aceptó no muy seguro—. Pero si te llego a pisar, conste que te lo advertí.

—Deberás darme un beso con compensación, es lo justo. Un beso por un pisotón. —La sonrisa del alemán se ensanchó, los ojos amarillos brillando con picardía.

Yuki sonrió de la misma manera.

—Entonces deberé pisotearte seguido, ¿no?

—No abuses. —Se inclinó hacia Yuki dándole un beso en la frente, se moría por besar los labios pintados pero no quería arruinar el maquillaje de Yuki, ambos rieron.

El resto del viaje lo pasaron planeando sus movimientos y lo que debían y no debían hacer, un rápido plan de escape por si los descubrían, y también acordaron que ninguno de los dos debían aceptar bebidas de los otros invitados, y si se veían obligados, tiraban la bebida en la primera maceta que vieran. Antes de darse cuenta se estaban acercando a donde se llevaría a cabo la fiesta.

—¿Listo?

—Estoy listo. —Asintió.

Como era supuesto, los guardias que daban paso a los terrenos de la casa donde se celebraba la fiesta eran americanos. Estaba claro que la casa no lo era también, pero se trataba de una hermosa mansión que debió de haber pertenecido a algún japonés, expropiada por los extranjeros y puesta a su disposición. Había algunos sirvientes acarreando agua para los baños, los caballos, todos siendo maltratados por los militares. Yuki hervía de rabia e impotencia viendo a sus compatriotas siendo tratados de esa manera tan humillante.

Tanto Yuki como Klaus caminaron hacia la casona, y antes de subir las escalinatas, Yuki tuvo el impulso de quitarse su calzado cuando notó con horror que los demás caminaban con zapatos por la madera del lugar. Debía recordarse de que ellos no respetaban las tradiciones, y no les importaba hacerlo, obligaban a sus acompañantes a hacerlo, no valía si manchaban o rallaban el pulido piso de la casa. Debía recordarse que, en ese caso, ellos obligarían al doble a sus compañeros a volver a tenerlo impecable. Y debía recordar que tenía que ignorar las miradas que le mandaban cuando entraron al salón principal, uno totalmente enorme donde en la antigüedad el jefe de la región se reunía con todos sus soldados; con pilares sosteniendo el techo, personas iban y venían de un lado a otro, estando en una esquina una larga mesa con aperitivos y bebidas que él desconocía, quizás solo algunos pocos platillos eran de Japón.

Klaus no prestó mucha atención a los detalles, había uno en su cabeza que a ninguno se le había ocurrido prestar atención hasta ahora: deberían presentarse con el anfitrión pero él no podía decir su nombre completo. ¡Lo reconocerían! Inconscientemente apretó el agarre de Yuki en su brazo. Debía pensar en un nombre rápido.

—Quédate conmigo —le susurró a Yuki—. Tenemos que ir con el anfitrión, con suerte nos presentará a los hombres que nos interesa.

—De acuerdo. —Yuki agachó un poco la mirada, como estaba empezando a notar que hacían las demás jóvenes que acompañaban a los americanos. Supuso que así debía actuar, imitarlas. Tenía que fijarse cuidadosamente en ellas, sus expresiones y movimientos—. ¿Sabes quién es?

—John Richmore —recordó que le dijo Kenshi.

Ni siquiera fue necesario preguntar a alguien quién era el nombrado. Uno de los sirvientes –un japonés vestido incómodamente en un traje tipo paje– les preguntó en un dificultoso inglés qué necesitaban y Klaus, altivo como cualquier caballero americano, le indicó que lo guiara el señor Richmore. El japonés asintió llevándolos a una sala más adentrada.

Ahí al parecer era la fiesta: un salón agradable, el piso de madera fue cubierto con una alfombra roja y colgaron cuadros de artistas europeos en las paredes. Algunos jarrones japoneses continuaban ahí. Como se predijo la mayoría de los militares llevaban un traje, y como detalle a la fiesta americana, un antifaz o un sombrero de copa extravagante. Klaus, claro, no necesitaba de eso, su sola presencia ya era extravagante gracias a sus escamas. Las mujeres en cambio iban como Yuki, ataviadas con kimonos, excesivo maquillaje y peinados muy elaborados. A ojos de Klaus, ninguna le llegaba a Yuki a las suela de la sandalia.

Fueron guiados a un grupo de hombres que charlaban con un vaso de brandy en la mano y un puro entre los labios. Klaus trató de no toser por el intenso olor a tabaco.

—Richmore-sa... Señor Richmore. —Se corrigió el sirviente a tiempo—. Otro invitado.

Yuki alzó un poco la mirada para observar a un hombre alto, unos centímetros más que Klaus, y que para él mismo solo servía a aumentar su miniatura. En su pulcro e intimidante uniforme militar se veían varias condecoraciones, una insignia en su lado izquierdo dejaba ver una estrella plateada por sobre todo lo demás. Su expresión era estoica, el cabello casi de un dorado teñido por canas y la barba a los laterales en un castaño claro. A través de la sencilla mascara verde, sus ojos grises eran dos glaciares que hacían a Yuki sentirse congelado con solo verlos. Tragó grueso.

—Vaya. —Su tono de voz era seca—. No recuerdo haberle visto antes, ¿señor…?

—Volsk. Vladimir Volsk. —Fue el primer nombre que se le vino a Klaus a la cabeza. Extendió su mano al hombre como lo requería el protocolo—. General de Brigada de la armada rusa. —Se presentó ante el hombre, su acento bastante marcado podía pasar sin dificultad como el de los rusos.

Toda la atención de Richmore se concentró en Klaus.

—Vaya, vaya. No esperaba a un alto comando ruso en mi fiesta. —El hombre extendió su mano, tomando la de Klaus en un apretón—. John Richmore, bienvenido. —Alzó una ceja, llevándose su copa a los labios—. Cuenta con gran juventud para obtener un puesto tan alto, general. ¿A qué debo su visita?

Klaus hizo una sonrisa falsa como si en verdad estuviera halagado.

—Escuché sobre su fiesta de algunos colegas. Pensé en pasar a saludar. —Hizo un gesto con la ceja, dándole a entender al militar que había más implicaciones a sus palabras.

John sonrío enigmático. Luego giró su mirada a Yuki, quien se tensó de nervios junto a Klaus.

—Mmh, una exquisita adquisición. Tiene un buen gusto, he de destacar.

La mano de Yuki que reposaba en el brazo de Klaus se apretó ligeramente.

Klaus miró a Yuki, pasó su brazo sobre su cintura acercando sus cuerpos.

—Divina y también es una pequeña fiera. —Sonrió petulante el alemán—. Me encanta cuando doblego su orgullo, los japoneses pueden llegar a ser muy entretenidos.

—Deberá prestármela en alguna ocasión, Volsk, sería un completo entretenimiento. —John recorrió con la mirada la figura de Yuki, de una forma que asqueó totalmente al castaño—. Las que he tomado son malditamente dóciles. Aburridas.

El alemán se contuvo apenas a tiempo de que se le escapara un gruñido, "Sigue el plan" tenía que repetirse cada tanto.

—Quizás en alguna ocasión —prometió Klaus—. Señor Richmore me encantaría seguir charlando sobre las delicias locales pero quisiera conocer a sus demás invitados.

—Por supuesto, acompáñeme. —Obviamente excluía a Yuki. Él sabía que solo representaba un adorno. Tomó un sorbo de su copa mientras daba la vuelta para dirigirse a una esquina del salón.

Yuki, con la cabeza gacha, caminó al lado de Klaus intentando mirar a las demás jóvenes que iban tras su opresor. Caminaban siempre mirando el suelo, retraídas, y a tres ya las vio aceptando a regañadientes la comida y bebida que se les daba, o negándoseles el siquiera eso, quizás poco importándoles si estaban muriendo de hambre, sed, o si disfrutaban su tortura de estar rodeadas de ello y no poder cogerlo; los ojos de ellas, todas ellas, no tenían brillo.

El anfitrión les guió hasta un grupo de caballeros, quizás unos cuatro, que a Yuki les pareció uno más intimidante que otro.

—Disculpen que interrumpa su charla, caballeros. Permítanme presentarles a Vladimir Volsk, general de brigada de la Rusia Imperial —indicó John hacia Klaus—. Volsk, estos caballeros son; Evan Gallaher, teniente primero. —Señaló a un hombre de mascara roja donde se adivinaban unos ojos marrones, cabello negro sumamente corto—. Mason Avner, el General de División —continuó hacia un hombre de pomposo sombrero negro y verde, sin mascara, abundante barba rubia manchada de canas, con ojos azules—. El Capitán Logan Farrow. —Como Gallaher, tenía ojos marrones, pero era el único hombre de avanzada edad allí, ya que su cabello estaba totalmente cano al igual que su bigote. Su expresión era adusta— y el Mayor Tyrone Wilson.

Yuki alternaba sus ojos desde abajo hacia arriba, buscando grabarse cada forma, cada característica y, como podía, nombres y cargos. De ese último, Wilson, se grabó su negro cabello y los increíbles ojos verdes. Los pocos extranjeros que conocía tenían ese color de ojos. Y eran los más terribles. Ni les dio tiempo a ninguno de cruzar ojos con los suyos, menos al tal Wilson.

Klaus le dio la mano a cada uno de ellos junto a un asentimiento de cabeza a modo de reconocimiento.

—Caballeros, es un placer conocerles. —Mentira.

—He escuchado que Rusia es un lugar rudo. —Klaus recordó que el pelinegro que le habló era Wilson—. Los entrenamientos militares deben ser dignos de ver en semejante clima inhóspito.

—Sólo los más fuertes merecen ser llamados soldados. —Klaus logró componer una sonrisa petulante, impregnando un falso orgullo por Rusia.

—Así que...Volsk —dijo el capitán Farrow, dándole una mirada de soslayo a Yuki para continuar su atención en el recién llegado—. He escuchado hablar de usted, me sorprende que se aleje tanto de su amado laboratorio. —Klaus sonrió falsamente.

—Como ve, no siempre puedo permitirme perderme en mis proyectos. También tengo un deber que cumplir como militar —contestó Klaus.

El general Mason tenía una mirada recelosa.

—También he escuchado hablar de usted, aunque tenía entendido que era alguien de más…edad. No parece poseer más de 20. —Tenía un habano sujetado entre sus dedos—. Gran disfraz, por cierto. Muy original. —Dio una calada al tabaco.

—Parecen bastantes reales —concordó el teniente Gallaher.

—¿Duda de mí, general? —Klaus se atrevió a sonreír ufano.

—Ser precavido nunca está de más, muchacho —gruñó Farrow igual de receloso que Manson.

—A no ser que haya desarrollado una fórmula para evitar el envejecimiento. —Se burló Mason—. La última vez que escuché sobre usted, estaba desarrollando un gen altamente importante.

—¿Deberás? —Richmore dirigió su atención a Klaus—. ¿Cómo así de importante?

—Se decía que buscaba crear súper-hombres, algo casi irreal —añadió el general Mason.

Klaus apretó los puños. Logró evitar fruncir el ceño pero por un momento apretó tanto los dientes que la mandíbula le dolió.

—Vaya. Los rumores en verdad vuelan —respondió en un tono casi alegre—. Ciertamente, un proyecto bastante visionario. Desafortunadamente dos de los sujetos de prueba murieron. He tenido que volcar mi atención en algo más factible. —Casi pareció decepcionado, casi.

—Debería seguir intentándolo Volsk —le alentó Tyrone—. Para eso existen las pruebas. Tome a otros dos sujetos, seguro que en algún momento le atinará a la fórmula. —El mayor Wilson, sanguinario como ninguno, no le importaba sacrificar vidas.

Los demás asintieron.

—Si es tan increíble como se dice, que uno… o cinco mueran, no tiene importancia —añadió Richmore, con una burla cruel en su voz—. Tenemos varios perfectos para sujetos de pruebas —agregó, haciendo referencia a los japoneses que tenían de esclavos.

—En estos momentos, una ayuda como esa nos vendría bien. Nada más sencillo para subyugar con la plaga japonesa. —Gallaher se hizo escuchar.

Mason dio una calada a su cigarro, dejando salir el humo.

—El Emperador es terco, sus siervos salen como hormigas del hormiguero. —Yuki apretó la mano entorno al brazo de Klaus al oír sus palabras—. No faltará mucho para que pronto sean eliminados.

Malditos bastardos, pensó Klaus, fantaseando en desmembrar a cada uno lenta y dolorosamente.

—¿Interesados en un ejército invencible, caballeros? —El alemán sonrió, una mueca desquiciada que mostró los puntiagudos dientes—. Yo se los puedo garantizar.

Tyrone quedó prendado de esa mueca, de lo peligroso que se veía ese hombre, todo él irradiaba un aura de advertencia.

—No sea fanfarrón, Volsk —regañó Farrow. Pero Wilson se le adelantó.

—Estaré de acuerdo con cualquier cosa si con eso consigo exterminar a cada una de las hormigas.

Mason carraspeó.

—Caballeros, antes que nada, creo que sería mejor hacer a un lado a la hermosa joven que acompaña a Volsk. No queremos que sus delicados oídos escuchen algo que pueda salir de una boca traicionera —indicó.

Richmore dejó salir una risita.

—Me parece que debería ser al contrario. Que sepa lo pronto que toda su raza será exterminada, perfecto para su orgullo y espíritu. No lo cree, ¿Volsk?

—Sobre todo las mujeres japonesas, tan fáciles de romper como una muñeca de porcelana. —Gallaher tomó un sorbo de su brandy, lanzando una mirada a Yuki, quien se encogió y bajó la mirada.

Klaus tomó las mejillas de Yuki, alzándole el rostro para que lo mirara. El castaño se encontró con una mueca cruel que nunca antes le había visto al menor.

—¿Qué pasa, lindura? Hace una hora no te callabas. ¿Te da miedo los militares? —Klaus sonrió cruel.

Farrow sonrió gustoso por ver que Volsk comprendía sus ideales mientras que Tyrone estaba maravillado por las palabras crueles del ruso. Esperaba el momento en que la asquerosa chica comenzara a llorar.

—Serás una buena chica y escucharás todo lo que los caballeros digan. Si lloras, te castigaré. —A pesar de que sus palabras eran duras, esperaba que Yuki entendiera que en ese momento podría ser que consiguieran la información que tanto deseaban.

El corazón de Yuki latía rápidamente, y era muy difícil atribuir si era a causa de las palabras de los demás, sus miradas o Klaus. En sus ojos estaba un pequeño brillo de miedo, de lo que se valió para fingir que retenía unas lágrimas que ansiaban escapar, asintiendo como pudo dos veces.

—Sí... —murmuró bajo, tembloroso, en inglés.

Richmore se rió de gusto ante su visible miedo, Mason solo tenía una sonrisa, al igual que Gallaher.

—Ah, nada como la magnífica vista de su terror y la gloriosa sensación de poder y superioridad. —Suspiró Richmore—. Es un gran gusto tenerlo de aliado, Volsk.

—Sobre todo cuando es un hermoso rostro el que muestra esa expresión —dijo Farrow estirando una mano para acariciar la mejilla de Yuki pero el alemán fue más rápido y le tomó la mano al viejo capitán, estrechándosela.

—Para mí también es un gusto, caballeros. —Farrow no tuvo más opción que asentir. A regañadientes no intentó volver a tocar a Yuki.

La fiesta avanzó.

Durante lo que parecieron horas, se discutió algunos movimientos de guerra como el de una tropa que avanzaba hacia Osaka –un condado bastante cercano pero del que no parecían tener gran interés hasta ahora– por el simple hecho de que era una de las fuentes de ingresos de alimentos para las tropas japonesas. Pensaban desproveer de alimentos a las tropas enemigas. «Cuando el poder y los recursos se han agotado, se arruina el propio país» citó Richmore. Por ahora no planeaban atacar directamente, no soltaron más allá de eso salvo ataques pequeños. Estaban concentrados en desproveer de municiones a las tropas. Gallaher, Mason y Richmore volcaron toda la atención al trabajo científico de Volsk y su estadía en Japón.

Yuki mantenía bajo control su temor. Si saquearan las reservas de comida, el pueblo moriría de hambre, llegarían a un punto en que se desesperarían y atacarían en busca de comida, correrían a una masacre. Ellos buscaban atraerlos como ratas a una trampa. Su boca estaba seca, no por sed, sino por el horror que oía. Agradeció el cambio de tema, aunque ahora le preocupaba lo que Klaus pudiera decir. Si decía algo incorrecto –tomando en cuenta que conocían a la persona que fingía ser– les descubrirían. Para alivio de Yuki, el alemán respondía todas las preguntas sin ningún titubeo. O el chico era un excelente actor, o había algo que no le dijo a Yuki. Cuando alguno de los militares le preguntaba algo particularmente difícil, Klaus se dio cuenta de que Wilson desviaba la conversación cuando mencionaba algún desmembramiento en el laboratorio o algo así; el Mayor en verdad tenía problemas.

Viendo que no iban a sacar más información de la que ya les habían dado, Klaus consideró prudente hacer una retirada estratégica. Alegando que la noche era muy joven y él tenía a cierta japonesa que disciplinar, los hombres encantados con la crueldad de Volsk lo dejaron irse sin mucho escándalo, Richmore incluso le ofreció un cuarto donde todos podrían disfrutar de sus propias mujeres pero Klaus le aseguró que no era necesario.

Yuki caminaba con Klaus a su lado, la mirada hacia abajo y sin decir palabra alguna. Una tras otra cosa pasaba por su cabeza, dificultándole concentrarse en algo en especifico. Las jóvenes, los militares observándolos, los planes, la ropa que llevaba, Klaus. Solo deseaba acabar con aquello pronto.

—Me prometiste un baile. —Le susurró Klaus al oído cuando volvieron a pasar por el salón—. Sólo un baile y nos vamos. ¿Sí?

La expresión apagada de Yuki cambió cuando le miró, sorprendido. A veces se pregunta cómo es que Klaus parecía leerle la mente. Y justo ahora se preguntaba cómo es que olvidó esa promesa. Miró el salón, y asintió.

—De acuerdo.

El alemán le tomó de la mano, guiándolo a la pista cuando vio a otra persona. Una mujer no asiática estaba en el salón, al parecer igual que ellos infiltrada porque aunque estaba vestida como un militar. Para Klaus era obvio el disfraz, sin mencionar el olor a fresa que le llegaba a la nariz. Ningún hombre olía a fresas.

—Hay otra infiltrada —le murmuró a Yuki.

—¿Qué? —Yuki se sorprendió tanto que se desconcentró de sus pasos y pisó el pie derecho de Klaus con el izquierdo suyo—. Oh, perdón.

—Descuida. —Hizo una mueca pero continuó bailando—. Está hablando con unos militares del fondo. Ese el que es muy bajito.

Yuki hizo un espacio considerable entre sus pies y los de Klaus mientras volteaba disimuladamente hacia donde le indicaba, mirando a dos personas hablar. El que le señalaba, calculaba, era más bajo que él incluso.

—¿Ese hombre es un infiltrado? —preguntó.

—Es una mujer. —En un giro que le hizo dar a Yuki, pudo tener un mejor ángulo de su cara y se sorprendió al reconocerla—. ¡La conozco! —Hasta para él su voz se oyó sorprendida, llevó a Yuki fuera de la pista—. Sé que te prometí que nos iríamos pero tengo que hacer esto... Quédate aquí y no aceptes nada de nadie —le dijo como si fuera un niño pequeño antes de perderse en el pasillo por donde vio a la chica irse.

El hombre bajito caminaba por uno de los pasillos cuando fue halado hacía una de las habitaciones. El hombre sacó una navaja a punto de clavársela a su agresor cuando ambos se vieron a la cara.

—¿Klaus?

—¡Eres tú! —Por alguna razón, el alemán se sintió feliz de haberla reconocido. Ella se soltó del alemán con una meca enfada.

—¡Idiota! Qué haces aquí? Deberías estar en Alemania. —Klaus la chitó.

—Se supone que estoy en cubierto. ¿Qué haces tú aquí? —le preguntó él, agudizando el oído por si alguien los estaba escuchando.

—Mi trabajo y te agradecería que no interfirieras. —El pelinegro alzó las manos en son de paz—. Mira, ahora no tengo tiempo para charlar. Me queda poco tiempo para completar el trabajo. Dime dónde te quedas y yo iré a buscarte.

—En los terrenos del Señor Feudal en Hiroshima. —La chica le miró con los ojos abiertos.

—En serio tienes mucho que explicar, y creciste un montón. —Sonrió ella al darse cuenta que tenía que alzar la vista para poder mirar al alemán a los ojos.

—Tú sigues prácticamente igual. —Ambos caminaron fuera del cuarto, de regreso al salón donde dejó a Yuki.

—¿Tienes información sobre las tácticas militares americanas?

—¿Por qué? ¿Interesado? —preguntó ella en un tono pícaro.

—Es la razón por la que estoy aquí. Estuvimos reunidos con algunos militares de cargos altos pero no dijeron nada especialmente grande. ¿Podrías...?

—Veré lo que puedo hacer, no me presiones —le interrumpió ella—. ¿Estuvimos? ¿Tú y quién más?

—Yuki, el joven que me acompañaba. Es un militar encubierto. —La chica tuvo que aguantarse la risa.

—Nunca lo hubiera sospechado, pasa muy bien por una nena.

—Se enfadará si te escucha —reprendió Klaus.

—No es mi culpa que tenga cara de niña. Hablando de eso, creo que alguien más lo encuentra atractivo. —Ella señaló a la pista de baile donde uno de los militares estaba obligando a Yuki a bailar. Klaus vio rojo—. Te veré después. —Se despidió ella, perdiéndose en los pasillos de la casa.

Klaus se acercó a Yuki, odiando por completo al hombre que intentaba manosearle.

.

.

.

¿Dónde demonios está Klaus?

Yuki estaba a punto de golpearle los huevos al viejo que estaba tocando los senos falsos que tenía bajo el vestido, habiéndose cansado de tocarle el rostro y ahora bajaba a sus nalgas. ¡Un viejo verde! Tenía el cabello, de un castaño que la luz arrancaba tonos rojizos, veteado de canas, los ojos azules rodeados de arrugas al igual que sus manos. Su nariz era enorme…, y su boca apestaba a algún licor extraño que provocaba nauseas a Yuki cada vez que le hablaba a susurros.

—Eres preciosa, ¿lo sabías? Cuánto ansío encadenarte a una cama, gozarás bastante, tal como aquella de allá, ¿la ves? —indicó con un gesto a una chica, con kimono azul y amarillo, el maquillaje algo desarreglado. Claramente el viejo la estuvo tocando—. Ven, muévete.

—No… —La mano de Yuki comenzó a moverse para internarse dentro de la manga ancha de su kimono y sacar la daga que tenía escondida…

Klaus llegó a tiempo para que Yuki no se pusiera en evidencia. Apretó el hombro del viejo con más fuerza de la necesaria, haciéndolo encogerse por el dolor.

—¿Me permite? —le preguntó con una sonrisa tensa.

Yuki prontamente apartó su mano, soltándose del viejo y colocándose tras de Klaus, escondiéndose, al tiempo en que Richmore se les acercaba con otros hombres.

—¿Sucede algo, caballeros? —preguntó, mirando desde Klaus, a Yuki y luego al anciano—. Lord Brandon, me parece que se ha vuelto a exceder de copas.

—¡Este maldito me ha atacado! —indicó, señalando con un dedo tembloroso y el cuerpo torcido a Klaus.

El alemán se tragó su coraje volviendo al papel de Volsk.

—Señor Richmore, el caballero está algo agresivo. Debe ser por el par de copas encima. —Klaus se aseguró de darle una mirada cargada de asco al viejo verde.

—Es lo que estoy notando.

—¡No estoy borracho! —indicó Lord Brandon, moviendo rudamente los brazos—. Es una puta, ¿no? ¡Todas las japonesas lo son! ¡Se abren de piernas apenas le dices, seguro que esa no es la excepción! —Con su dedo, señaló a Yuki escondido tras de Klaus.

—Lord Brandon, no permito escenas como esta en mi fiesta. —Richmore hizo un gesto a dos guardias cercanos—. Caballeros, escolten a Lord Brandon a su habitación.

—¡Suéltenme, bastardos! —Buscó zafarse del agarre de los guardias—. ¡Solo mírenla, mírenla, todas quieren que las cojan!

Entre gritos y palabrotas, los guardias optaron por arrastrar al viejo por uno de los pasillos. Richmore suspiró, de manera superficial, antes de girarse a Klaus.

—Lamento que haya tenido que presenciar eso, Volsk. Lord Brandon es uno de nuestros más correctos aliados.

—Algunas cosas debe sacrificarse por el bien de la guerra —dijo Klaus, quitándole importancia—. Si no le molesta, me retiraré por hoy. —Aferró el brazo de Yuki con intenciones de alejarse.

Richmore asintió lentamente.

—Por supuesto. Esperemos encontrarnos pronto, Volsk.

Klaus hizo un educado asentimiento pero en cuanto se giró a Yuki, le murmuró un "Sí, claro". Klaus arrastró a Yuki hasta el carruaje, en cuando se subieron a este y arrancó, Klaus comenzó a revisarle el cuello, las muñecas, el rostro.

—¿No te hizo nada? ¿Estás bien?

Pero Yuki no respondió, en cambio se impulsó hacia él, los brazos pasando por el cuello de Klaus, abrazándose fuerte. Su cuerpo temblaba. Sabía que lo primero que haría al día siguiente apenas se levantara era destrozar un par de muñecos en el dojo.

El alemán por inercia le rodeó la cintura, abrazándolo.

—¿Yuki? ¿Qué pasa? —Acarició el cuello del menor—. ¿Te hizo algo ese viejo horrendo? —Por un momento su enojo se coló entre sus palabras.

Yuki sacudió la cabeza.

—No…, es solo… que creí lo haría… Por un momento vi la escena de yo haciéndole algo y luego todos los demás abalanzándose sobre mí…

El pelinegro apretó más a Yuki, subiéndolo a su regazo, y acariciándole la espalda para tranquilizarlo.

—Tranquilo. Te dije que te cuidaría ¿verdad? Nada malo ocurrió, lo hiciste muy bien.

Yuki descansó su cabeza en el hombro de Klaus, cerrando los ojos por un momento, solo sintiendo su cercanía, su calor y su toque. Dejó pasar unos minutos, cuando su corazón se tranquilizó, antes de separarse.

—Ese nombre… ¿de dónde lo sacaste? ¿Conociste al verdadero…Vla…Vladimir…Volsk? —Le costó decir el apellido.

Klaus tardó en responder, probablemente se debió esperar esa pregunta.

—Es alguien que espero nunca volver a ver.

Yuki le observó por largo rato. Asintió, comprendiendo. Optó cambiar de tema.

—¿Qué hay de aquella intrusa de la fiesta?

—Con suerte podrá conseguirnos mucha más información de la que nosotros obtuvimos. —Se reclinó en el respaldo del asiento acomodando a Yuki mejor sobre su regazo —dijo que se pondría en contacto pronto.

—¿Es de confiar? —preguntó él, receloso—. ¿Realmente la conoces?

—Hace muy bien su trabajo. —No contestó directamente la pregunta pero Klaus sabía que ella cumpliría—. La conozco desde hace años. De hecho no la había visto en mucho tiempo, fue una sorpresa encontrarla aquí.

El castaño dudó un momento, pero confiaba en Klaus. Si él confiaba en aquella extraña, supuso que debía hacerlo. Suspirando, se inclinó hasta descansar la cabeza del hombro del alemán, acurrucándose contra él.

—Bueno…, no hemos logrado saber mucho… No sé si logramos cumplir la misión o no.

—Es lo mejor que hemos podido hacer. Además lo mejor era retirarse porque ya me empezaban a poner incómodo con tanta pregunta personal. Se me estaban acabando las respuestas. —Dejó caer la cabeza en el respaldar del asiento—. ¿Estás tan cansado como yo?

—Mmh. —Yuki había cerrado los ojos, haciendo un sonido afirmativo—. Quiero quitarme todo esto… —Suspiró— y comer algo…, un largo baño… y un buen sueño. Quizás por esto odio las fiestas.

—Yo creo que te ves lindo con esta bata blanca. —Tomó las mangas del kimono sintiendo la suave tela. De pronto recordó algo que quiso hacer desde hace varias horas. Sin decir agua va, se inclinó atrapando los labios de Yuki en un beso. Entre el beso el rojo de los labios de Yuki coloreó los de Klaus, para cuando se separaron ambos tenían una gran mancha roja difuminada en la boca.—. Desde que te vi quise hacer eso.

—¡Klaus! —Yuki pasó las manos por los labios de él, queriendo eliminar los rastros de la pintura—. ¡Nos has manchado a los dos!

—Somos una pintura de Van Goh. —El alemán solo se rió intentando alcanzarle de nuevo—. Ven, hagamos arte.

Para cuando bajaron del carruaje en los terrenos del Señor Feudal, ambos estaban mucho más desarreglados de como se fueron. La pintura ropa les cubría gran parte de la cara, y en caso de Klaus, el cuello y la camisa. Por suerte era lo suficiente tarde para que nadie los viera con semejantes fachas.

Al menos eso era lo que ellos pensaban.


Continuará...

[1] それは美しいです。: Es precioso.

Esta vez subimos un capítulo más rápido. ¿Qué les ha parecido? ¿Quién será esa chica misteriosa que conoció Klaus en la fiesta?

Por favor, comenten sus opiniones y/o críticas. Esperemos que les esté siendo interesante. Apenas acaben las temporadas estudiantiles, existe probabilidad de que las actualizaciones sean más constantes. No se desanimen, y compartan esta historia con sus amigos.

¡Nos leemos!

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