Capítulo 7
.
.
Fuera, Yuki volvía de una ronda por el pueblo, con el cabello algo alborotado debido a las jugarretas que tuvo con un par de niños. Pronto entraría el invierno, y no quería ni imaginar lo alborotados que estarían cuando comenzara a nevar. Tenía que ir a su habitación para arreglarse el cabello. Gustaba de hacerlo ahí, donde nadie le veía. Aparte de Klaus, era el único que lo tenía así de largo. Y hablando del alemán, se preguntaba en dónde estaría. Su mente, algo enfurruñada al evocar la imagen, le dijo que posiblemente estaría con Kenshi. Prefirió pensar que quizás ya estaba comiendo, o estaría dando una vuelta por los aires. En fin.
—¡Yuki! —Shin salió desde los arbustos, como un animal al acecho. Cómo lo hacía, no lo sabía.
—Shin, ¿dónde te habías metido?
—Ah, estoy viviendo en casa de un amigo. Tiene un bar en el pueblo. Algún día te lo presentaré. ¡Pero me aburro!
—¿Y qué quieres que haga al respecto? —respondió Yuki.
—Bueno, ¿convencer a Ottori que me de algún trabajo aquí? Vamos, eres como su consejero. Podrás hacer algo.
Yuki abrió los ojos con sorpresa.
—¿Quieres que le diga que te de trabajo aquí? ¿Estás loco?
—¿Qué tiene de malo?
Yuki no tenía nada que replicar. La razón era que no lo quería revoloteando cerca, pero eso sonaba algo egoísta a su parecer. A él no le gustaba serlo, así que solo pudo suspirar.
—Bien. Pasemos por mi habitación, quiero arreglarme el cabello.
—Sí, por cierto, ¿qué te pasó? ¿Tuviste una pelea de chicas o…? ¡Ya, ya, ya, ya! —Se alejó unos pasos ante el enojo de Yuki—. Vamos, vamos.
Fulminándolo con la mirada, Yuki avanzó a los nexos con Shin siguiéndolo por detrás. Estaba un poco de mal humor mientras caminaba, y agradeció que tuviera el sentido común de Shin mantener la boca cerrada. Llegaron hasta su puerta, deslizándolo y encontrar a Klaus con una chica extraña, desconocida, dentro. Eso le hizo fruncir el ceño, aunque su mirada se detuvo en la mujer.
—¿Quién eres tú?
—Celos, celos, celos —susurró Angie a Klaus.
—Yuki, había escuchado que estarías haciendo tus rondas por el pueblo. —Se sorprendió Klaus de verlo ahí, por lo general ellos no se veían mucho por sus horarios—. ¿Qué te pasó en el pelo?
Yuki no le contestó, solo les atravesó con la mirada. No le agradaba nada tener a una extraña dentro de su habitación. Entró dentro, rebuscando en su armario la peineta. En el baño encontraría paz también.
Eso le permitió a Shin entrar en el lugar, recorriendo a Angie con la mirada.
—Los ángeles han caído del cielo, y yo tengo el placer de ver uno. —Se inclinó, apoyando una rodilla en el suelo y tomando una mano de Angie para besarle el dorso—. Hola, preciosa, ¿cómo te llamas?
Klaus divisó la mueca de Angie. Prefiriendo poner tierra de por medio, acercó su cuerpo a Yuki y tomó la peineta de su mano procediendo a desatarle el pelo—. Ven. Te ayudo. No lo dejó protestar mucho, se puso a desenredarle el cabello peinando las largas hebras castañas—. Angie es una amiga —le dijo en voz baja—. No es necesario que pongas esa cara.
—No me gustan los desconocidos en mi habitación —masculló Yuki, aunque su ceño se suavizó un poco.
—También es mi habitación —le recordó suavemente, dejando la peineta de lado para amarrar el cabello en una coleta alta.
Mientras, Angie fruncía el ceño. Le desagradaban totalmente los tipos como el castaño; insistentes, fastidiosos, creyendo que con una sonrisa y una galantería podría tener a cualquier mujer a sus pies.
—Caballero, me alagan sus palabras pero, ¿qué importancia tiene un nombre cuando sólo la belleza es la que te deslumbra? —dijo con una falsa encantadora sonrisa.
—Porque ansío conocer a la persona, con gran probabilidad maravillosa, tras esa belleza. —Sonrió Shin. Teniéndola más cerca, Shin pudo notar los ojos amarillos, y sobresaliendo de su cabeza –para su enorme sorpresa– orejas de gato. Increíble—. Me llamo Shin, a tu servicio, encanto.
Angie rodó los ojos.
—Entonces cumple mis deseos y aléjate de mí. —Se levantó del futón, caminando hacia Klaus y Yuki—. Me voy de aquí antes de Casanova empiece a recitar poemas.
—Oh, vamos, ¿al menos un nombre? O tendré que buscar uno de acuerdo a estas adorables orejas de gato —dijo, alzando la mano para rozar una de las suaves orejas.
—Yo estaba aquí primero —replicó Yuki, arrebatándole el listón—. Yo hago eso. Gracias. —Con pericia y rapidez, se hizo el lazo al tiempo que Shin se levantaba y acercaba a Angie. Él se alejó unos dos pasos para tener más espacio de movimiento.
—Que sensible —dijo Angie a Yuki al ver su comportamiento—. ¡Apártate! —le gritó a Shin dándole un manotazo—. No me toques.
—Shin, deja de incordiarla —le gruñó el alemán escuchando la discusión.
—Tú tienes un asunto con… ¡oye! —Yuki le tomó por el brazo y le jaló lejos hacia la puerta. Su cabello volvía a estar en orden.
—En unos minutos Ottori irá a almorzar. Tenemos que hablar con él antes de eso. Camina. —No miró atrás, ignorando las quejas de Shin, quien apenas tuvo un momento de lanzarle un beso a Angie antes de desaparecer tras la puerta.
—Estás en problemas —le dijo Angie a Klaus con una mueca divertida. No entendía cuál era el problema de la geisha de Yuki pero claramente estaba irritado.
—Tú me metes en problemas —le reprochó el más alto pero Angie sólo sonrió.
—¿Te trae recuerdos? —Alzó ambas cejas, pícara. Cuando Klaus estaba más pequeño y Angie lo iba a visitar a Alemania, ella se encargaba de entretener al niño, jugar con él, más de una vez metiéndolo en problemas.
—Claro. Como la vez que cambiamos el azúcar por la sal. Me dejaron sin cenar por un par de días. También recuerdo una vez me hiciste subir al techo, casi me mato.
—Primero, los días que estuviste castigado te llevé comida a escondidas, y segundo, sigues vivo, ¿no? —Ambos compartieron una mirada cómplice—. ¿Nunca volviste a saber nada de tu familia?
—Angie... —suspiró el menor, recargando la cadera en uno de los muebles de madera—. Ellos no son mi familia, nunca lo fueron.
—Lo sé. —Ella bajó las orejas.
—No es como si anhelara su amor. —Klaus descubrió a Angie viéndolo con una ceja alzada—. Está bien, sí lo anhelaba pero tenía seis años, no puedes culparme por eso.
—No. Pero puedo culpar a Wolfhart por ser un despojo de padre. —La morena frunció el ceño mirando por la ventana—. Capitán Georg Wolfhart. Creo que es la única persona que en verdad sería feliz de matar con mis propias manos.
—No vale la pena que te ensucies las manos con mi padre.
—Klaus —dijo en un tono condescendiente—. Están más que manchadas. ¿Qué es una raya más para un tigre? —preguntó retóricamente en un juego de palabras.
Pronto el descanso de Klaus terminó, y con eso la visita de Angie. Acordaron que la próxima vez que se verían sería en el baile en honor de la princesa Aiko. Según le había dicho la morena, ahí debía deshacerse de alguien. Cuando estaba saliendo por la ventana alguien tocó la puerta de la habitación respetuosamente.
—¿Klaus-san?
Klaus abrió a medias la puerta, no dejando que la silueta de Angie se divisara. Se encontró con uno de los gemelos ayudantes de Kenshi.
—Hola, eh..., ¿Kuma? —Nunca se acordaba de quién era el que usaba los lentes.
—Soy Kaoru —dijo con un tono contenido. Klaus se disculpó, seguro el gemelo estaba cansado de que los confundieran—. Kenshi-sama pide su presencia en sus aposentos.
—Ah, bueno. Ya iba para allá, ya acabó mi descanso...
—No. El sastre llegó y requiere de su presencia para que le midan el traje que usará en la fiesta.
—Claro. En un segundo voy. —Con un asentimiento el gemelo se fue por el pasillo. Klaus encontró su mirada con la de Angie.
—Hasta pronto, escamoso. —Se despidió la morena con una sonrisa, saliendo del cuarto.
Ahora Klaus tenía que inhalar hondo para tener mucha paciencia con un hombre que estaría toqueteándolo para tomarle las medidas.
.
.
.
Kenshi dejó a Norio –su sastre oficial. Y, no lo negaba, un ex. Algunas veces lo visitaba a su tienda donde tardaba horas– con Klaus mientras iba a la cocina para ordenar algo. Era algo usual. Masami había sido su nana y sabía qué hacerle cuando él iba a pedir una merienda. No le importaba dejar a su padre almorzar solo. Ya, de todas maneras, lo había hecho antes. Aunque, lo que no esperaba era que los gemelos pidieran hablar con él en privado. Eso era inusual…, la mayoría del tiempo, claro.
Los dirigió a un cuarto alejado del suyo, donde se aseguró de que no había nadie ni allí ni rondando, antes de enfrentarse a los gemelos. Él ya sabía quién era cuál, creció con ellos aunque pocas veces formaron parte de sus juegos infantiles. Qué más da.
—A ver, que tengo prisa. ¿Qué es lo que quieren decirme?
—Había alguien en el cuarto del alemán —habló Kuma. Su hermano le había dicho todo lo que escuchó antes de ir con Kenshi, Kaoru tenía sus prioridades.
—Una mujer —aclaró el gemelo de lentes.
Los ojos de Kenshi se estrecharon.
—¿Qué mujer?
—Al parecer es una conocida de Klaus-kun —informó Kaoru—. No sabemos quién es o de donde viene.
—Solo sabemos que su nombre es Angie —completó Kuma.
—Los oímos hablando —No importaba que sólo Kaoru los escuchara, ellos siempre hablaban en plural, como si fueran una misma persona en dos cuerpos distintos.
—¿Angie? —Kenshi frunció la nariz en disgusto. No era un nombre japonés, sino extranjero. Eso demostraba que había alguien más de afuera. Lo peor: el nombre le sonaba a americano—. ¿De qué hablaban?
—Sobre la familia de Klaus.
—Parece que son amigos de la infancia —interrumpió Kaoru—. Dieron a entender que Klaus-kun no tiene buen trato con sus parientes.
—También escuchamos el nombre del padre del alemán. —Una manera de diferenciar a los gemelos era por su forma de hablar; mientras que Kaoru usaba los honoríficos y trataba de ser respetuoso, Kuma era más directo, no le importaba llamar por sus nombres a las personas y rara vez usaba los honoríficos correspondientes.
Kenshi no dijo nada por un rato. Cuando hacia eso, analizaba todo a tal velocidad que si expresara sus pensamientos en voz alta, cualquier persona se desorientaría. Asintió, como si hubiera llegado a un acuerdo consigo mismo.
—¿Quién es el padre? —cuestionó, cruzándose de brazos y apoyando el peso de su cuerpo en un pie.
—Capitán Georg Wolfhart —respondieron ambos al mismo tiempo.
Por un momento, Kenshi se mostró indiferente. Poco a poco, fue cambiando de expresión a una de sorpresa.
Hacía varios meses, cuando la guerra apenas comenzaba, se había hecho con unos periódicos americanos. Con los que contaba, había menciones sobre las situaciones políticas de otros países. No eran los únicos en guerra, puesto que Alemania también andaba por las mismas con Oriente. Mencionaba algunas victorias de tropas alemanas comandadas por un tal Capitán Georg Wolfhart. En su momento no le interesó tanto, ahora agradecía haberse tomado el tiempo de leer de cabo a rabo todo el diario. Conocía bastante sobre la aristocracia europea, y sabía qué significaba –cuanto prestigio otorgaba– ser hijo de un capitán militar.
—Así que no es solamente un fenómeno extranjero —murmuró, más para sí mismo que para los gemelos. Se fijó entonces en ellos—. ¿Averiguaron algo más?
—Ella no parece ser una mujer ordinaria. Hablaba de querer matar a Georg Wolfhart con sus propias manos por ser un mal padre. No es algo que se escuche de una mujer. —Las mujeres japonesas sólo hablaban de hijos, maridos, cómo cuidar de la casa. Cosas como matar no estaba siquiera dentro de su vocabulario.
—También les escuchamos mencionar que se volverían a ver en la fiesta de cumpleaños de la Princesa Aiko-denka. Ella dijo que había alguien de quien tenía que deshacerse en la fiesta —dijo Kaoru.
—Eso es todo —concluyeron hablando al mismo tiempo.
Kenshi alzó una ceja. Eso, nuevamente, era inusual. ¿Pero quién era esa mujer? Concluyó que no era algo que le importara. Aparte de las extrañas costumbres, no le interesaba. Lo único que rondaba por su cabeza era esa nueva información sobre Klaus y las posibles cosas de las que se podría aprovechar. Alemania era un país fuerte, y temerario. Quizás no como otros, claro, pero le bastaba con eso.
—Bien hecho, muchachos. Pueden tomarse el día si quieren. Pero estén bastante atentos. —Levantó un dedo en advertencia—. Ahora…, tengo que pensar. —Sin decir más, se volteó para salir del cuarto.
Kaoru hizo una reverencia como despedida mientras Kuma sólo miró salir a Kenshi. Cuando estuvieron solos, ambos se miraron el uno al otro.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó Kuma a su hermano.
—Vamos a desordenarle la ropa a Ottori-sama. —Ambos se sonrieron, saliendo del cuarto con algo divertido para hacer.
.
.
.
La tarde anterior Klaus tuvo que hacer uso de toda la paciencia que logró reunir para no golpear al sastre. Más de una vez le gruñó que dejara de manosearlo tanto, y ya para el final de la tarde su temperamento estaba al borde; todavía cuando el sastre le dijo que le faltaban detalles Klaus simplemente se negó a que continuara manoseándolo. Ni siquiera escuchó las exigencias de Kenshi de que se quedara, tenía que salir, un lugar donde nadie lo mirara suspicaz o con desconfianza y sólo había un lugar donde nadie lo alcanzaría.
En un rápido movimiento, de semanas de práctica, desplegó las alas y la cola rápido, en seguida alzando vuelo hacia el vasto cielo otoñal. Ahí arriba podía ser libre, sintiendo el viento helado en su cara, el aire jugando como más le placiera con su cabello. Con los días se había hecho cada vez más audaz en sus vuelos. Posteriormente de acostumbrarse a la fuerza que podían soportar sus alas y descubrir que la cola era la clave de su equilibrio, intentó algo más arriesgado, caídas en picada, giros, piruetas... También descubrió que podía llegar muy alto, un truco que ponía a prueba toda su fuerza porque tenía que subir en línea recta y en contra de los fuertes vientos.
La adrenalina aumentaba, el corazón le latía fuerte dentro del pecho, podía jurar que hasta se sentía jubiloso. De todo por lo que pasó por culpa de ese horrendo suero que le inyectaron, el poder volar era lo único que agradecía, le hacía sentir libre, vivo... Capaz de lograr lo imposible.
Como una vez le escuchó decir a Volsk: «Lo imposible siempre es posible». Claramente tuvo razón, pero ¿a qué precio?
Klaus voló hasta que le dolieron los músculos y el atardecer pintó las nubes de naranja. Al momento de volver al cuarto, Yuki estaba ahí, leyendo, ni él ni Klaus hablaron. El alemán sólo se acurrucó cerca del castaño, lentamente envuelto por el dulce olor a durazno, quedando dormido. Suspiró de alivio, desde que empezó a dormir con Yuki no volvió a tener otra pesadilla.
Yuki, por otra parte, le miró de reojo, volviendo a su lectura.
Horas después del encuentro con la amiga de Klaus, se sintió mal por lo pésimo que la trató. Estuvo un rato discutiendo con el alemán a la menor oportunidad luego de su encuentro con el sastre, rebatiendo que no le gustaba tener desconocidos en la habitación por mucho que lo compartieran, y que además era peligroso tenerla en un lugar donde podrían ser oídos, ya que otros no verían esas reuniones secretas con buenos ojos –menos si vieran a la chica–. Le hizo prometer que para la próxima, buscasen otro lugar que no sea dentro de los parámetros de la casa feudal.
Ottori había aceptado a Shin como una ayuda extra en las caballerizas –Shin no se quejó, se mostró conforme para alivio de Yuki, quien bien sabía lo nada bien que se llevaba con los animales. Obviamente estuvo sorprendido de saber que Yuki tenía hermano y que aún más estaba allí. Shin hizo notar sus habilidades de lucha y que ayudaría como pudiera en la guerra, algo que el viejo aceptó complacido. Luego recordó a Yuki sobre la fiesta, lo que le ganó una seria discusión con Shin después; Shin se puso del lado posesivo, o protector, con Klaus, advirtiéndole lo mucho que le disgustaba la curiosa relación que tenía con Ottori. Habían peleado, largo y tendido, hasta que Yuki ganó la discusión a base de golpizas a Shin cuando se le escapó hacer notar su peculiar femenino aspecto. Shin no volvió a meterse con él.
Por la noche, mientras cenaban Klaus y Yuki, Shin se les acercó. Se mantuvieron hablando de todo y nada a la vez, la mayoría de los tópicos volcados en las aventuras de Shin durante sus viajes. Aunque más que comer, los dos menores pasaron rato riéndose con cada disparate que contaba Shin, sobre todo cuando relataba sus alocadas vivezas en Singapur.
Yuki dejó el libro a un lado, inclinándose un poco sobre Klaus para dejarle un beso en la mejilla.
—¿Ya cansado? Si de los dos, lo que haces es lo más sencillo —bromeó—. ¿Qué has estado haciendo? —Se acostó mejor, poniéndose a su altura para verlo.
—Kenshi es bastante hablador, me cuesta escucharle correctamente sin que me desvíe a pensar en besarte. —Se medio incorporó para darle un beso a Yuki como prueba— También pusieron a prueba mis nervios con el sastre. Mete mucha mano donde no debe. —Eso último lo gruñó, escondiendo el rostro entre el cuello del castaño y su hombro para darle una larga lamida traviesa—. Estuve volando hasta hace un rato, quería estar solo.
—El señorito tiene madera de político. Ellos gustan hablar mucho. —Se estremeció por el roce húmedo de la bifurcada lengua contra su piel—. Tengo compasión de la persona con quien finalmente decida sentar cabeza. —Tomó el rostro de Klaus entre sus manos, alzándolo y así poder tener acceso a sus labios—. Y ese sastre no me agrada. Tendré que pasarme en una vuelta por su cabaña mañana.
—Mmh. —Disfrutó de los besos de Yuki—. ¿Piensas hacer algo contra él? —Sonrió divertido no dejando contestar a Yuki cuando sus lenguas se encontraron en un fogoso beso.
Yuki alargó el beso, gustando del contacto de sus lenguas, el choque de sus dientes, hasta dejarlos a ambos sin aire, jadeantes.
—Quizás… Porque tendrá que mandar un suplente que no…manosee tanto. Ya que él no podrá venir. —Dio un pequeño beso en la punta de su nariz—. Klaus… ¿puedo preguntarte algo?
El alemán escuchaba a medias a Yuki mucho más ocupado lamiendo y mordisqueando su cuello.
—Dime...
—Es…importante… —Sostuvo su rostro para que se esté quieto—. Lo estuve pensando desde hace días. Quizás dos. —Yuki tomó aire, como si fuera difícil para él exponer sus pensamientos—. En la fiesta americana…, dijiste el nombre de un científico… ¿qué pasaría si se enterase que alguien se hizo pasar por él… y viene para acá?
—Es un ermitaño. Se la pasa metido día y noche en su laboratorio. —Klaus puso mala cara, Vaya manera de matar la pasión, fue su pensamiento, dándose cuenta que la sola mención del hombre era suficiente para retorcerle el estómago de pura rabia—. Y en tal caso de que se entere, hay un mínimo de posibilidades de que se sepa que fui yo quien lo suplantó. Los rusos tienen más de un enemigo. —Eso realmente no lo sabía pero conocía la "amabilidad" rusa y podía jurar que no eran exactamente queridos a nivel político.
—¿En serio lo crees? —Yuki se veía preocupado—. Es que…, si alguien se hiciera pasar por mí, yo haría todo por saber quién fue. ¿No es alguien peligroso, por todo lo que hablaron durante la fiesta?
Al pelinegro se le crisparon las escapas. Con una huída estratégica se acostó de plano en el futón, escondiendo la cabeza bajo la colcha.
—Es un bastardo sin corazón.
Yuki se erguió, quedando sentado. Miró a Klaus, o al menos, lo que podía ver de él.
—Oye… —murmuró bajo, y al ver que no salía, optó por acostarse y deslizar la cabeza bajo la misma colcha de Klaus, hasta que su cabeza chocó suavemente con la del alemán—. Lo siento…, solo…estaba preocupado —susurró.
Al darse cuenta de que estaba pagando sus miedos y mal humor con Yuki, respiró hondo. De toda la gente Yuki había sido el más comprensivo y no se merecía eso. Tímidamente se acercó, dejándole un casto beso sobre los rosados labios, como pidiendo perdón.
—No hay de qué preocuparse —murmuró—. Está tan obsesionado con su amada ciencia que apenas se da cuenta de la vida a su alrededor.
Ahora fue turno de Yuki arrebujarse contra Klaus, escondiendo el rostro en su cuello mientras pasaba un brazo por su pecho, abrazándolo. Su mano frotó su brazo, apretándose contra él y proporcionándole su propio calor.
—Siempre he sentido lástima por las personas así. Cuando se enfocan tanto en su trabajo, es porque intentan llenar algo que no lo obtienen en otro lado… ¿nunca tuvo esposa, alguna familia?
Klaus negó lentamente.
—Nunca tuvo una esposa y, por lo que sé, nunca tuvo una buena relación con sus padres.
—¿Cómo sabes tanto de este hombre? —Era imposible pensar que Klaus pudiera interpretar a ese hombre tan bien y saber tanto de él sin haber tenido algún contacto directo en algún momento de su existencia.
—Es mi tutor legal. Me crió desde los 9 años... —respondió Klaus mirando a un punto más arriba de la cabeza de Yuki.
Yuki estuvo callado, y hasta se podía escuchar los engranes de su cerebro, como si de un momento a otro estuviera funcionado lentamente.
—¡Qué! —Se levantó de improvisto—. ¿Estamos hablando de la misma persona que te hizo…así? —Le miró, y luego apartó la vista—. Yo… sé que dijiste que te habían vendido a ese hombre, pero…no llegué a asumir eso también.
No tuvo la fuerza para mirar a Yuki de vuelta, no quería descubrir lástima en su mirada.
—Quizás el propósito de la venta siempre fue éste. Pero nunca lo supe hasta que me vi encerrado en el laboratorio sin posibilidades de escapar. —Recordó el momento en que pudo ser libre. Sonrió, una carcajada amarga brotando de sus labios—. ¿Te digo algo? No esperaba sobrevivir el día que escapé.
Pero Yuki no le miraba con lástima, sino preocupado. Y aún más ante aquella risa que le estremeció; no le gustaba verlo así. Sea quien fuese aquel hombre, lo odiaba. Por haberle hecho eso a Klaus, a un simple niño. Él que adoraba los niños, imaginar a un pequeño Klaus pasando por algo así, provocó que su corazón se estrujara.
—Al cielo gracias de que fue así. —Se inclinó hasta abrazar a Klaus contra su pecho—. Y de que hayas llegado aquí. No quiero ni imaginar si hubieras ido a otra parte, donde las personas pudieran… —Aporrearte, amenazarte, matarte. No quiso decir esas palabras tan dolorosas—. Aquí, a pesar de todo, estás a salvo. Yo… —negó—, ignora el pasado… No volveremos a hablar de ese hombre.
Wolfhart se mordió la lengua. Por nada del mundo iba a decir que era Yuki quien seguía sacando el tema a colación. En cambio se acurrucó en el pecho de su pareja, escuchando el rítmico latir de su corazón, sintiéndolo como la mejor canción de cuna.
—Buenas noches, dragón. —Bajó los labios para así dejarle un beso en la coronilla. Jaló las mantas para cubrirlos, acariciando después los oscuros y largos cabellos.
.
.
.
Septiembre pasaba increíblemente rápido. Para gusto de Yuki, Ottori se reunió tres veces en los últimos 5 días con sus almirantes y generales donde solo una ocasión requirió de su presencia. Del resto, tuvo sus tareas con los demás de hacer las rondas de vigilia en el pueblo, ayudar a algunos campesinos, acarrear la comida que llegaba dos veces al mes a la despensa de la cocina y entrenar; no solo a sí mismo, tenía por igual la obligación de entrenar a los nuevos que, para su satisfacción, mejoraban rápidamente. Como otras veces, un día volvió a llegar totalmente hecho un desastre –sucio, jadeante y con el cabello alborotado–. Shin y Klaus preguntaron por su aspecto al verlo, los demás ya sabían el porqué: anduvo jugueteando con los niños del pueblo.
Shin no la tuvo fácil. Podría vagar por los terrenos y tontear con las demás mujeres que trabajaban allí –hasta que la cocinera le comenzara a tirar las ollas por la cabeza– pero el peor momento era cuando tenía que entrar a las caballerizas. Odiaba cepillar caballos, odiaba acarrear heno para los caballos, odiaba limpiarles las pezuñas a los caballos y odiaba limpiar excremento de caballo. Claro está, los animales sentían su oscura energía. Trotaban lejos de él haciéndole correr, le jalaban los cabellos, le tiraban a morder, y la tarde del miércoles anduvo con una pequeña joroba cuando, en un arrebato, le dio una nalgada a un caballo provocando que éste le pateara y lanzara fuera de las caballerizas. Ni la más sumisa de las yeguas le amaba.
Curiosamente Klaus tenía el mismo problema que Shin. Casi. Él no hablaba mucho con Shin pero a veces pasaba a saludarle a las caballerizas. Un día se le ocurrió entrar al lugar y apenas lo hizo y los cuadrúpedos sintieron su presencia, se encabritaron, los machos fueron un poco más agresivos y Klaus por puro instinto también atacó. Los caballos y una parte muy primitiva del cerebro de Klaus batallando por defender su territorio. Desde ese incidente Klaus no se volvió a acercar a los caballos.
La mayor parte la pasaba en compañía de Kenshi, más por obligación que por otra cosa. El joven heredero era bastante inquieto, por lo que si no estaba dando un paseo por el pueblo, instaba a Klaus a seguirlo a algún lado alejado de los terrenos seguros. Más de una vez escuchó al jefe de seguridad decirle a sus compañeros que gracias a los dioses el amo Kenshi aceptaba de tan buena gana la vigilancia del extranjero porque de lo contrario era un dolor en el culo ser su escolta. En el momento en que menos se lo esperaban, el crío se les escapaba y tenían que pasar el resto del día buscándolo. Klaus sabía que nunca recibiría una felicitación de los japoneses, siquiera un «buen trabajo» por el simple detalle de que era un extranjero. Al parecer, ser anatómicamente mitad reptil ya no les molestaba tanto, no después de que se dieran cuenta de que no era un peligro para ellos y no iba a traicionarles.
Faltaban pocos días para la dichosa fiesta, Klaus y Yuki ya se estaban arrepintiendo de haber aceptado la invitación de los Ottori. Las pruebas de vestuarios unos días antes fueron ciertamente agonizantes y pusieron a prueba los nervios de Klaus –otra vez–. El sastre que le estaba atendiendo estaba siendo más cuidadoso con eso de los manoseos –aunque ese fuera su trabajo– ya que había tenido una mala experiencia con Klaus y su poca paciencia a ser tocado mientras le medían o cuando tocaba que se probara la ropa y debía desnudarse.
Shin, a espaldas de Yuki, habló con Ottori en una oportunidad para ir con ellos como vigía. Claro que tuvo una larga discusión con el viejo debido a que a la primera le dio su negativa, pero Shin se las arregló para convencerlo de dejarle ir con ellos –así sea en la parte trasera del carruaje.
Finalmente el día de la fiesta llegó, pero contrario a lo que pensaron Yuki y Klaus, fueron obligados a estar preparados bastante temprano aquel día. Un ligero cambio de planes, avisó Ottori. Llegarían mucho antes, y se prepararían allí con la ayuda de los sirvientes del gran palacio imperial. Yuki andaba muy nervioso. Pocas, o ninguna, fueron las veces que vio al emperador en persona, y la perspectiva de incluso dormir en una de sus habitaciones en calidad de invitado –por ser acompañante de Ottori– le ponía los pelos de punta. Por pedido de Kenshi, fueron en dos carruajes: Ottori viajaría en uno con Yuki, y él lo haría con Klaus. Su padre accedió. Para alivio de Klaus, Shin viajaría en la parte de atrás del carruaje, vigilando así al viejo. Sabía que al castaño mayor no tenía en buena estima a Ottori.
El viaje fue extremadamente largo y particularmente incómodo para Klaus que ya después de cuatro horas de viaje se sentía claustrofóbico. Klaus sintió absoluto alivio cuando tuvieron que detenerse unos momentos y así los caballos pudieran descansaran, tomaran agua permitiéndoles a ellos estirar las piernas un rato. Kenshi le susurró que aún faltaban dos horas de viaje, una si no había ningún contratiempo.
Shin y Klaus experimentaron sorpresa; el Señor Feudal se comportó cortés y mantuvo sus manos alejadas de Yuki. Ninguno de los tres pudo tener mucha interacción porque los Ottori requerían a cada momento la atención de su pareja elegida.
Cuando recién entraron a la prefectura de Kyoto, el alemán se permitió maravillarse con el paisaje. Aún faltaba unos pocos días para que comenzara la temporada de otoño, aunque Klaus ya estaba resintiendo el lento cambio del clima, no obstante las hojas de los árboles comenzaban a pintar de rojos y naranjas. Los caminos de Kyoto eran un multicolor entre rojo, verde, naranja y amarillo, más el viento que mecía las ramas más altas tumbando algunas hojas, producía que el paisaje fuera simplemente mágico. Klaus no podía decidir qué era más hermoso, si los campos de tulipanes en primavera o el otoño en la tierra del sol naciente.
Otra cosa que le quitó la respiración fue el palacio. Había visto construcciones enormes y majestuosas, entre ellas la iglesia de San Pedro en San Petersburgo, el palacio del Zar de Rusia y tenía que admitir que el patrimonio Volsk eran también bastante impresionante pero la belleza del palacio del emperador en Kyoto solo podía describirse con una palabra. Puro.
Pasando un hermoso puente de piedra estaba la enorme construcción blanca, con el techo en puntas curveadas hacia arriba con tejas grises y al menos cinco pisos, mucho más grande que cualquier otra construcción que tuviera alrededor. Con tanto color otoñal aquí y allá, el palacio resaltaba por su inmaculado color blanco. Cuando los carruajes pasaron los enormes muros pudieron ver el hermoso jardín, lleno de estanques y esculturas, caminos de piedra hacían sonar los cascos de los caballos.
Los Ottori junto a sus acompañantes fueron recibidos cordialmente y con sendas reverencias. Si alguno se mostró sorprendido por el aspecto de Klaus nadie dijo absolutamente nada, ni siquiera lo miraban, su mirada siempre fija en el piso por puro respeto.
Los sirvientes los fueron guiando por innumerables pasillos. Para horror de Yuki, les separaron. Mientras Kenshi tomó el brazo de Klaus para arrastrarlo por un pasillo diferente siguiendo a dos jóvenes, Ottori y él siguieron a otras dos por el pasillo opuesto, que se entrecruzaba con un nuevo corredor y subiendo una escalera, terminaban en otro. Yuki tuvo que fijarse muy, muy bien las direcciones que tomaba o sería como su primera vez en la casa feudal que se perdió por idiota. Apenas reparaba en los jarrones y cuadros, ornamentos con incluso escrituras chinas y pergaminos protegidos tras cristales, las alfombras rojas. Ottori y él fueron dejados en habitaciones distintas pero contiguas.
Cuando entró en la habitación, abrió los ojos. Un gran futón, el triple de ancho que el suyo, estaba contra una pared, y tenía una base que le levantaba unos poquísimos centímetros del suelo. Cortinas de la más fina de las seda bloqueaban la vista al exterior, y al Yuki apartarlas –con los dedos tomándola cuidadosamente– jadeó ante la ilustre vista de los campos y el jardín. Veía llegar más carruajes desde la perspectiva que tenía, y también el pueblo a la lejanía. Siguió mirando, encontrando un baúl donde tenían la ropa de cama y armario a su lado, el acceso a un pequeño baño donde el ofuro estaba vacío, además de un biombo shoji de delicados diseños con las flores de cerezo a juego con el resto del cuarto.
Yuki estaba parado en medio de la habitación, sin saber qué hacer. Salió de su habitación, caminando los pocos pasos hasta ir a donde vio a Ottori entrar, tocó dos veces y deslizó la puerta.
—¿O-Ottori-sama?
—Yuki. —El hombre sonrió encantado de que el joven samurái estuviera en su cuarto. Estaba con el yukata desatado, mostrando la parte superior de su pecho y el comienzo de los pantalones para profunda incomodidad de Yuki—. ¿Estás cómodo en tu habitación? —preguntó con una sonrisa completamente predadora.
Rápidamente, el joven bajó la mirada, totalmente sonrojado. Quizás debió pensarlo bien antes o esperar en su habitación.
—Eh, em, yo… sí. Es, es muy linda. Pero…, señor, ¿qué…se supone que hago ahora? ¿Pido…algo para usted, señor?
Taiga sonrió aún más por el adorable sonrojo de su subordinado. Kenshi podría quejarse todo lo que quisiera pero no iba a negar que Yuki era una muñeca de porcelana que tenía el enorme deseo de profanar y marcar. Por un momento fantaseó con la vista: nívea y cremosa piel marcada de moretones y mordidas mientras desde su redondeado trasero escurría su semilla.
Conteniéndose de relamerse los labios, puso una mano en el hombro de Yuki, hipócritamente tratándolo como si se tratara de un hijo muy preciado.
—Por hoy relájate. No estás aquí como mi sirviente, sólo como mi pareja... —Había tantos trasfondos detrás de esa frase que era difícil saber exactamente cuál era el apropiado.
Yuki tuvo que apartar la mirada para que sus ojos no se toparan con el pecho desnudo del hombre. Maldición, maldición, maldición. Se hubiera quedado tranquilo en su cuarto.
—No creo…poder hacerlo, señor, pero… lo intentaré. —Asintió—. Gracias.
El mayor pasó su mano del hombro de Yuki hasta su barbilla, subiéndole la mirada para encontrarse con los ojos castaños.
—Si necesitas cualquier cosa, pídesela a los sirvientes. Cualquier cosa que desees la tendrás —le prometió, acariciando deliberadamente su mejilla antes de separarse del joven para continuar desvistiéndose. A diferencia de Yuki y Klaus, los Ottori sí debían asistir al almuerzo con el emperador, era parte del protocolo.
—Co-con su permiso, señor. —Yuki hizo una torpe reverencia y retrocedió, cerrando la puerta detrás de sí. Suspiró largamente, exhaló largamente… y con rapidez volvió a su habitación. No iba a salir de allí.
.
.
.
Desde que llegó, Klaus estuvo tratando captar un pequeño rastro que le indicara que cierta gatita estaba rondando la zona. Normalmente hubiera sido cosa de segundos encontrar su olor característico, la fresa no era algo muy común por esos lados pero era difícil con todo el incienso que estaba repartido por el palacio por lo que el pelinegro tuvo que dejarse guiar, aguantar la respiración en donde sentía el incienso más fuerte hasta llegar a la habitación que estaba contigua a la de Kenshi.
Después de un breve encuentro en que charlaron y Klaus mayormente escuchaba –ignoraba– lo que decía Kenshi, el mayor fue a cambiarse para el almuerzo con la máxima autoridad nipona.
Cuando Kenshi por fin lo dejó solo en el lujoso cuarto de las alas más alejadas de palacio, se preguntó dónde estaría Yuki. Le preocupaba que Ottori estuviera tan cerca de él, le daba un retortijón en el estómago sólo de imaginárselo intentando tocar a Yuki. Rogaba porque Yuki fuera lo suficientemente sensato para mantenerse dentro de su habitación.
A pesar de que la fiesta sería durante la noche, los Ottori se vistieron con yukatas formales. Fueron guiados al comedor: una larga mesa de madera pulida rectangular con cojines mullidos y respaldar recto al nivel del suelo a todo lo largo, y al principio de ésta, en un lugar elevado, el puesto del emperador con una gran silla baja, llena de enormes cojines y telas finas. No había nadie todavía cuando ellos se sentaron donde el indicaron.
Kenshi suspiró.
—Ya quiero que llegue la noche. Todo este protocolo es demasiado aburrido —musitó en voz baja.
—Compórtate, Kenshi. Te recuerdo que vas a estar frente a tu futuro suegro que no es cualquier hombre. —Su padre le miró duramente—. Y se amable con la princesa Aiko-denka.
Él alzó las manos, despreocupado.
—De acuerdo.
Las puertas se abrieron, entrando un hombre un tanto mayor que Ottori, con rostro alargado y ojos fríos, vestido en elegantes ropajes de fina tela. Tras él, iba una joven hermosa pero con rostro estoico. Mientras que el hombre iba de oscuros colores, ella cargaba un kimono en tonos rojos y naranjas, muy otoñales, que resaltaba su pálida piel y las mejillas sonrojadas con maquillaje. Ottori y Kenshi hicieron una profunda reverencia, aunque en la mente de este último abundaban miles de comentarios sobre el ridículo peinado que se cargaba la princesa Aiko. Ella se sentó a un puesto de su padre.
Ambos pelinegros se sentaron sólo cuando el emperador ocupó su puesto en la cabecera de la mesa. Aiko siendo la última en tomar puesto al ser una mujer.
—Ottori-sama —habló el emperador a Taiga—. Bienvenido. Me alegra tenerle aquí.
—Es un honor para mí, emperador Fujiwara-heika —agradeció Ottori con gesto solemne—. Ambos estamos honrados. —Dio un disimulado codazo a Kenshi para que igualmente saludara.
—Comparto la humilde opinión de mi padre, Su Majestad. —Kenshi inclinó la cabeza—. Muchas gracias por recibirnos. Al igual que a usted, Su Alteza —añadió, esta vez dirigiéndose a la princesa.
—Esperamos que hayan sido de vuestro agrado sus habitaciones. —La voz de ella fue suave pero firme.
Los sirvientes no tardaron nada en preparar todo, los platos en seguida estuvieron servidos, el sake para los adultos y una bebida ligera para los jóvenes, algunos se mantuvieron cerca para continuar sirviendo el sake mientras Ottori y el emperador platicaban sobre política, algunas veces tocando algún tema referido a los americanos y los ataques, Kenshi de vez en cuando intervenía pero Fujiwara no tomaba tan en serio su comentario a diferencia de uno que hiciera Taiga.
Ahogando un gruñido por no ser tomado en cuenta, Kenshi optó por dirigirse a Aiko.
—¿Cómo se encuentra vuestra madre, Su Alteza?
Ella le miró.
—Se ha recuperado muy bien, gracias por preguntar.
—Espero tener el honor de poder saludarla esta noche. —Normalmente, esperaba una de esas sonrisas conciliadoras de las que tantas veces se aburría, pero como era obvio, Aiko no sonrió. A veces se preguntaba si ella tenía otra expresión que no fuera la de parecer que se acabara de despertar.
—Ella estará encantada. —Asintió.
Y otra vez, como siempre, se mantuvieron callados mientras que los otros dos adultos conversaban. Kenshi odiaba aquello. Hasta los aburridos monjes eran más entretenidos que la princesa. Suspiró, prefiriendo comer de su plato y tener conversaciones mentales consigo mismo.
—Ottori —dijo en un tono ambiguo. Taiga sabía que ese tono presagiaba algo malo si no lo sabía manejar—. He escuchado rumores de un...extranjero peligroso bajo tu cuidado. —El emperador alzó una ceja.
—Ah. No es de extrañar que nuestro magnánimo emperador esté enterado de todo lo que ocurre en la amada Japón... —El señor feudal dejó el sake en la mesa—. Klaus-kun es...una ventaja. No hay nada de qué preocuparse de él.
—Es un extranjero —insistió el emperador.
Oyendo que hablaban de Klaus, Kenshi tuvo el impulso de salir en su defensa. Carraspeó.
—Su Majestad, si me permite, su calidad de extranjero nos ha provisto de la oportunidad de saber algunos planes enemigos. Su infiltración en una fiesta americana nos ayudó a saber sobre futuros ataques a las municiones de guerra y alimento, y a Osaka.
Taiga parecía un poco sorprendido de ver que Kenshi en verdad estaba enterado de esa información.
—Sí, exactamente —apoyó a su hijo.
—¿Son los mismos planes de los que me informaste? —Taiga asintió. El emperador no hizo un gesto de aprobación pero parecía menos hostil ante la idea—. Estás siendo demasiado confiado. ¿No temes una traición, Ottori?
—Para nada. El joven Klaus-kun es muy devoto, lo que le falta en conocimiento sobre nuestras costumbres lo tiene en lealtad. Kenshi ha hecho un grandioso trabajo en ganarse su confianza para tener su fuerza a nuestro favor.
Por primera vez en toda la noche, Fujiwara le dio una verdadera mirada a Kenshi, evaluándolo y a juzgar por su gesto relajado, lo estaba aprobando.
Dentro de sí mismo, Kenshi festejaba ufanado. No solo por la mirada del viejo emperador, sino de su propio padre. Eso les demostraba que no tonteaba como todos en Hiroshima pensaban. Él también se informaba, bajo sus propios métodos.
—Nos ha acompañado, Su Majestad, para que así usted también le conozca esta noche —habló Kenshi al Emperador— Aunque debo informar que su aspecto no es precisamente…usual.
—Monstruo de escamas oscuras y ojos amarillos —dijo Fujiwara con tono plano—. Así lo han descrito los hombres.
—No es…un monstruo. Yo diría…más bien como un dragón, Su Majestad. —Siguió Kenshi—. Es enteramente humano, solo su aspecto ha sido alterado. Por lo que me ha dicho, es alemán, y por lo que me he enterado, viene de Rusia. Fue allí donde obtuvo su temerario aspecto. —Kenshi se pensó un momento en revelar la ascendencia de Klaus, pero optó por guardárselo. No consideraba revelarlo aún.
—Espero conocerlo esta noche, Ottori-kun. —Aprobó el emperador solemne, continuando con su bebida.
Posteriormente, Fujiwara tomó en cuenta las opiniones de Kenshi un poco más en serio. En algún momento del postre se pusieron a hablar sobre el compromiso de los jóvenes. Aiko bajó la cabeza resignada, ella no tenía voz ni voto en esa decisión. Kenshi, en teoría, tampoco lo tenía. Su padre así lo expuso. Quizás, suponía, solo podía decidir el lugar de la Luna de Miel. Optó por no intervenir allí si no lo consideraba necesario. Total, para él representaba una suerte que en ningún momento quitaran la posibilidad de un amante más interesante y, con gran probabilidad, ardiente que la joven cabizbaja que tenía frente a él. Alguien como un escamoso que estaba en una de las habitaciones del segundo piso.
Continuará...
*Denka: "Su realeza","Su alteza real", para referirse a príncipes, princesas, etc. Puede usarse por sí solo.
*Heika: "Su majestad", para referirse a soberanos, como al emperador o la emperatriz, el rey o la reina. Puede usarse por sí solo.
Por favor, comenten sus opiniones y/o críticas. Esperemos que les esté siendo interesante.
¡Nos leemos!
Copyright © 2016 protegido en SafeCreative.
HISTORIA 100 % ORIGINAL.
No al plagio. Sé Original. Sé creativo.
