Capítulo 8

.

.

El almuerzo pasó y pronto se hizo la hora de arreglarse para la fiesta. A Yuki lo empezaron a ayudar mucho antes al tener que usar un kimono, y ya que iba a vestirse de mujer al parecer eso incluía ser tratado como tal. Las jóvenes que fueron a ayudarlo; lo sumergieron en un baño de leche y acicalaron su cabello largo rato, le vistieron y lo maquillaron como a todas las mujeres, párpados delineados, boca roja, polvo blanco para la piel. Si bien Yuki rechazó eso último, al final el kimono fue lo más complicado. Ottori en verdad se esmeró en buscarle algo bonito.

A Klaus también le consintieron. Como al mediodía cuando llegaron las mujeres que le atendieron. No dijeron nada respecto a su aspecto, y aunque se sintió algo cohibido se dejó hacer cuando una de las chicas se acercó a peinarle, eso se sentía muy bien. Al momento de la hora de vestirlo, él mismo tuvo que hacerlo porque las jóvenes no estaban familiarizadas con la ropa europea. Una sugirió peinarle pero él se negó a un típico peinado japonés. Al final acomodó su cabello de manera que dos mechones a cada lado de su cabeza fueron trenzados y recogidos en una cola de caballo alta con el flequillo dejándolo suelto, enmarcando sus facciones. El traje negro de estilo europeo le daba un aire formal pero con un toque juvenil.

Yuki se quedó parado en medio de la habitación, viéndose frente al espejo. Maldición, otra vez siendo una mujer. Comenzaba a odiar aquello. Esperaba que Shin no anduviera por ahí, o no quería ni pensar en lo que pudiera hacer: si buscar a Ottori para caerle a golpes, o echarse a reír en su cara. Quizás sería lo último. No había visto a Klaus en ningún momento desde que llegaron, y eso solo le ponía nervioso.

Kenshi, por otra parte, estaba siendo ayudado en su vestimenta por los gemelos. Rechazó la ayuda de algún otro sirviente, por lo que solo los gemelos y él estaban en su habitación.

—Muchachos, ¿trajeron lo que les ordené? —preguntó, a la final, en tanto terminaban de arreglar los últimos detalles de su traje, acomodándose mejor el haori [1] sobre sus hombros.

Kuma se acercó a uno de los tantos equipajes. De él extrajo una diminuta botellita de cristal, el líquido dentro del mismo incoloro.

—Aquí está —le dijo con una sonrisa autosuficiente—. Tal como ordenó.

—¿Está seguro de esto, Kenshi-sama? —preguntó Kaoru terminando de peinar a Kenshi.

Kenshi asintió, tomando la botella para verla.

—Por supuesto. Bien hecho. —La alzó a contraluz—. Estoy completamente seguro de esto. —Sonrió—. Tómense la noche. —Guardó la botellita dentro de su kimono, aunque levantó una ceja ante ellos—. Pero cuidado con hacer alguna travesura que nos meta en problemas a mi padre y a mí con el Emperador. Ya saben que mi padre no estuvo muy contento con la nueva organización que le hicieron a su ropero.

Kaoru se mordió el labio para no reírse a diferencia de Kuma que sonrió triunfal.

—No negará que los fundoshi en el techo son el último grito de la moda. —Sonrió Kuma sin rastro de remordimiento. Su gemelo no pudo evitar la carcajada que le brotó ante el recuerdo.

Kenshi se acercó hasta apresar la oreja del gemelo y jalarla.

—Pues espero que en mi futura casa, esa moda ya esté pasada, porque entonces haré que colgar gemelos del techo se vuelva la última moda —advirtió, mirando de un hermano a otro—. Si van a hacer algo, que no afecte al Emperador ni los descubran. —Soltó la oreja de Kuma.

Kuma se frotó la oreja halada mientras que Kaoru se acomodó los lentes que se le enchuecaron intentando mantenerse serio.

—Lo intentaremos Kenshi-sama. De verdad.

—Kenshi —llamó Kuma—. ¿De verdad crees que esta es la mejor manera de proceder respecto al extranjero?

El más bajo disminuyó el tono de su voz.

—Si no lo hago, jamás pasará nada por su propia voluntad. Y no tengo paciencia para estar esperando resultados con él. —Su antigua sonrisa volvió—. Despreocúpense. —Se giró una vez más al espejo, mostrando una expresión arrogante—. Todo saldrá bien.

Los gemelos se miraron el uno al otro. Realmente no estaban de acuerdo con la idea pero ellos apoyarían a Kenshi en todo, aún si estaba equivocado. Un golpeteo en la puerta les interrumpió.

—¿Kenshi? ¿Estás listo? —Era la voz de Klaus al otro lado.

Kenshi se dirigió a la puerta, deslizándola y topándose con la figura del alemán frente a él. Silbó suavemente –en su tiempo con él, se dio cuenta que no gustaba de los sonidos agudos– y le hizo pasar, rodeándolo, mirándole de arriba abajo.

—Vaya, vaya. Estás mucho más guapo ahora de lo que estabas en la fiesta americana. ¿Listo para impactar? —Dio una mirada a los gemelos para que se marcharan.

Kaoru hizo una reverencia y Kuma un asentimiento de cabeza como despedida antes de salir del cuarto dejando a ambos jóvenes solos.

—Mi cara es suficiente carta de presentación, ¿No crees? —dijo con un tono divertido, sonriendo dejando entrever los dientes puntiagudos—. ¿Qué le hacen a la gente en este lugar? A diferencia de en Hiroshima, nadie se ha espantado por cómo me veo.

Kenshi sonrió.

—Te tienen respeto. —Se colocó a un lado de él, colocando una mano tras su espalda para incitarlo a salir de la habitación—. Todos. El Emperador está muy ansioso por conocerte. Sabe todo lo que has hecho por nosotros hasta ahora y está agradecido por ello. Te encantará la fiesta. Aquí no tienes que preocuparte por ser envenenado —se burló.

Klaus tuvo que reprimir un escalofrío.

—Ojalá que no pase. Ya tengo bastante con este infernal suero corriéndome por las venas. No quisiera saber que podría pasar si algo más se mezcla. —Pasó su brazo por encima de los hombros del mayor en un gesto amistoso—. Estás muy elegante.

—Claro, como siempre —dijo ufanado, levantando el mentón—. No te preocupes. Yo me encargo de servirte las bebidas. Así me aseguraré de que no sufras altercados con ellas.

—Confiaré en ti por esta noche —le agradeció Klaus, tomándole de la mano mientras caminaron por el pasillo.

Para cuando entraron en el salón donde se llevaría a cabo la fiesta, estaban unos cuantos hombres importantes repartidos aquí y allá charlando, todos con sus trajes típicos japoneses de costosa tela. La gran mayoría miró de reojo a Klaus cuando lo vio aparecer junto a Kenshi, el rumor de un extranjero extravagante viviendo en Hiroshima se había corrido como pólvora las primeras semanas. Ahora sólo lo miraban con curiosidad, algunos con una muy mal disimulada que Klaus parecía saber ignorar perfectamente.

El salón decorado ricamente con hermosas telas trasparentes que caían del techo junto con lámparas de papel rojas y blancas, jarrones con arreglos florales exquisitos. Al no ser época de cerezos, usaban desde nenúfares hasta tallos de bambú y "Aves del Paraíso". El piso de pulida manera recubierto por una alfombra de terciopelo rojo permitiéndoles a los invitados caminar con los zapatos puestos, al fondo del salón en un enorme muro colgaba la bandera imperial.

Afirmando la mano de Klaus, Kenshi le miró.

—Ven, vamos a que conozcas a algunas personas. —Y le guió hacia los demás invitados.

.

.

.

En los pisos superiores, Yuki volvía a mirarse al espejo por decima vez. No había salido de su habitación, no después del susto con Ottori. Paseó por todo el lugar, asomándose por la ventana y así visualizar el atardecer que daba paso a la noche, las estrellas pudiendo verse en el firmamento poco a poco. La música oriental de las flautas y suaves tambores llegándole desde abajo.

No pudo seguirse escondiendo cuando el fuerte toque de la puerta le alertó. Sin esperar una respuesta, Ottori en la habitación.

—Yuki, ¿Ya te arreglaste? Nos esperan abajo. —Iba a decir algo más pero se cortó cuando miró a Yuki.

Yuki llevaba un kimono en un rosado pálido de tela floral bastante delicado y femenino, con el obiage en morado. Su cabello estaba recogido en un moño alto, puesto un kanzashi de mariposas a juego a ambos laterales del cabello, el izquierdo terminando en un listón que rozaba su cara. Yuki comenzaba a odiar profundamente el rosado. Y odiaba ser travestido a mujer por su rostro. Lucía femenino y tierno, y ya que no portaba maquillaje en su rostro más allá del delineado y los labios, se notaba muy claramente el sonrojo en sus mejillas. Sus manos estaban cruzadas delante de él.

Suspiró.

—S-sí, Ottori-sama. Estoy…listo.

Ottori estaba que alucinaba con la apariencia de Yuki. Agradecía profundamente que el yukata fuera lo suficiente holgado para que no se notaran ciertas zonas del cuerpo poniéndose firmes.

—E-estás... —Carraspeó para aclararse la garganta—. Estás hermoso, Yuki. Sublime. —Estiró la mano, rozando el listón de motivo floral tipo campanilla—. Ni siquiera la esposa del emperador es tan hermosa.

—N-no diga eso…, señor. —Bajó la mirada, antes de subirla en un arranque de valentía—. Señor, ¿por qué debo usar esto…? Es…de damas…

Ottori sonrió, una sonrisa predadora.

—Es un pequeño capricho, nada más. —Se acercó un poco más al castaño, invadiendo su espacio personal lo suficiente para hacerle sentir incómodo—. ¿Cumplirás el pequeño capricho de este pobre hombre?

—Ah, eh…, sí…, sí…, Ottori-san… —Yuki, que a cada palabra intentaba retroceder, no notó cómo su talón pisaba el ruedo de su vestido, haciéndole perder el equilibrio y por ende en camino a caer al suelo. No obstante, Ottori fue más rápido y lo sostuvo contra su cuerpo. Yuki perdió la respiración en cuanto se sintió imposiblemente pegado al cuerpo del mayor. Maldición, maldición—. L-lo siento…

Taiga en ese momento quería mandar al diablo la fiesta y poseer ahí mismo a semejante dulzura, abrirle las blancas piernas y...

Respiró hondo, sus partes bajas pulsando con fuerza. Se controló. Le había costado mucho tener al muchachito ahí como para arruinar la noche.

—No te preocupes. —Dio una caricia suave a su mejilla antes de separarse—. Vamos. Nos esperan abajo.

Yuki prefirió asentir y no hablar. Su corazón palpitaba muy, muy rápido y sabía que su rostro pudiera tener el polvo de maquillaje por la gran palidez que debía de estar poseyendo en esos momentos. Fue detrás de Ottori cuando salieron de la habitación, buscando calmar los desembocados latidos en su pecho.

Para cuando ellos entraron al salón este estaba mucho más lleno, incluso había geishas caminando por todo el salón acompañando a hombres de alto mando. Klaus fue fácil de ubicar al ser el más alto, era impresionante lo grandes que podían ser los europeos en comparación a los japoneses. Otra persona que resaltaba en el salón era una geisha, diferente a las demás por llevar un llamativo kimono de seda rojo y obi blanco con cintas doradas para sostenerle, dejando una gran porción de piel a la vista en el área del escote a la altura de la clavícula.

Pero Yuki solo tenía ojos para Klaus, y el cómo Kenshi sostenía su mano cada cuanto podía. Estaba deslumbrante en aquel traje, y ahora sus latidos fueron de emoción, orgullo. Para su sorpresa, vio al Emperador acercarse a ellos, seguido por dos mujeres –supuso la Emperatriz y la princesa Aiko– a quienes Kenshi, Klaus y otros dos hombres con quienes hablaban saludaron.

—El Emperador ya está aquí —murmuró Yuki, nervioso. Nunca antes estuvo frente a él.

—Excelente —murmuró Ottori comenzando a caminar hacia el grupo. Cuando estuvo delante de la familia imperial, hizo la misma reverencia que todos, excepto Klaus. Como siempre, él nunca se inclinaba, apenas y bajaba la cabeza—. Fujiwara-denka —saludó Ottori respetuosamente.

El hombre dio un asentimiento como saludo y una larga mirada a las nuevas caras.

—Señores. —Detrás de él, su hija y su esposa mantenían la cabeza baja en respeto a los demás hombres.

Klaus perdió rápido interés en el hombre de ropajes extravagantes para fijar la mirada en Yuki. Apenas olió el dulzón olor a durazno supo que él estaba en la sala, se sorprendió por su ropa. Los sirvientes se habían esmerado en arreglarlo, tal como en la fiesta americana podía pasar por una mujer.

Yuki miró de vuelta a Klaus, moviendo los labios para decir un mudo «Hola.», no obstante, Kenshi trajo de vuelta la atención de ambos cuando jaló un poco a Klaus hacia él.

—Su Majestad, permítame presentarle a Klaus. Aunque entiende el japonés, es más cómodo para él comunicarse en inglés. —Kenshi miró al alemán—. Klaus, él es Su Majestad el Emperador, Fujiwara Akihito.

—Señor —saludó Klaus, inclinando un poco la cabeza. No estiró su mano como normalmente hubiera saludado, había aprendido que en Japón el modo de saludo era la reverencia y definitivamente él no se iba a inclinar—. Es un placer conocerle.

Como todos lo que lo conocían, Fujiwara le dio una larga mirada; las escamas del rostro que se perdían entre el cuello de su camisa, ojos tan amarillos como los de un reptil, incluso más aterradores que los de un dragón de komodo porque lo que debía ser el iris era alargado y estrecho, una oscura rendija.

—Al fin nos conocemos —respondió el hombre como saludo—. Ottori-kun —Refiriéndose a Kenshi— ha hablado maravillas de ti en el almuerzo. ¿Cuáles son tus intenciones en esta tierra, extranjero-san?

—Libertad —respondió llanamente.

Yuki decidió dejar de escuchar cuando Kenshi se dedicó a hacer halagos respecto a Klaus, rodando los ojos. Eso le permitió captar a una figura que se deslizaba por la multitud. ¡Maldición! ¿Qué demonios hacia Shin allí? Se suponía que tenía que estar en las caballerizas, no iba a estar allí de fiesta y…, rayos. Si le veía vestido como estaba, no iba a dejar de burlarse de él. Una ceja se alzó cuando, vigilando sus pasos, le vio tomar una bebida y coger una de las jóvenes geishas al vuelo por la cintura. Justo ahora se daba cuenta de cómo iba vestido, muy elegante para ser de él. Sus ojos reflejaban molestia. ¡El muy idiota le ha robado algún traje a uno de los invitados! Quería darse un zape, pero no deseaba llamar la atención sobre él ni arruinar su maquillaje.

En cuanto estuvieran solos, le caería a golpes.

—Insensato —musitó por lo bajo.

Klaus respondió a todas las preguntas de Fujiwara correctamente y con respecto, ni siquiera titubeó al hablar tal como esperaba Kenshi. El japonés casi que inflaba el pecho con orgullo. Después de un rato de satisfacer la curiosidad del emperador, el tema se desvió hacia la guerra y los pronósticos de ésta, los más jóvenes no fueron requeridos dándoles permiso de disfrutar la fiesta. Disimuladamente Klaus le hizo una seña a Yuki para que caminara con ellos, Aiko se les unió cuando su padre le dijo que acompañara al joven Kenshi.

—Estás increíble —le murmuró Klaus a Yuki.

—Gracias, también tú. Aunque no tienes que…vestir así —indicó, refiriéndose al kimono que llevaba puesto. Notó que Kenshi tuvo que desviarse con la princesa, para su disgusto o eso fue lo que le pareció al ver su rostro—. ¿Te has dado cuenta? Shin se ha hurtado la ropa de alguien… —dijo, para cambiar de tema, una expresión de desaprobación en su cara.

—Si. Yo se la di —dijo con una sonrisita traviesa mirando de reojo al castaño mayor—. En la tarde pasó por mi cuarto. Le di uno de los yukatas que estaban en el armario, como ya yo traía mi propia ropa le di ese a él. Es una suerte que le quedara. —Captó el olor a fresas muy cerca de ellos y sonrió cuando encontró su objetivo—. Ven, vamos a saludar. —Tomó la mano de Yuki tomando un rumbo diferente. Llegaron junto a la llamativa geisha que en ese momento se alejó del hombre en turno que le coqueteaba—. Eres demasiado llamativa.

La joven se volteó sonriendo cuando vio a Klaus.

—A veces el mejor escondite es el que todos pueden ver —bromeó de vuelta, luego miró a Yuki—. Yuki. El rosa te queda fantástico.

Yuki demoró un momento en adivinar quién era. La amiga de Klaus, la que estaba en su cuarto aquella vez. Ese recuerdo le hizo sentir un poco mal.

—Gracias —suspiró. Pero él estaba odiando el rosa—. Em…, quería disculparme… por aquella vez que nos vimos en mi habitación. —Negó—. No me gustan desconocidos en mi habitación.

—Y yo que pensaba que era porque estabas celoso de ver a Klaus con una mujer en un lugar tan íntimo. —Arqueó una ceja con una sonrisa claramente intencionada.

—No lo molestes —le regañó Klaus.

—Oh vamos. Es divertido. Mira la cara que pone. —Señaló a Yuki.

Pero Yuki la miraba como búho.

—En realidad…, nunca se me pasó eso por la cabeza.

—Aw. Klaus. No eres lo suficiente querido. —Se burló ella. Klaus rodó los ojos en respuesta.

—De todas maneras. ¿Cuál es tu misión esta noche? —Miró a los alrededores intentando adivinar quién moriría al final de la noche.

—Seducir a uno de los adinerados y robarle una pequeña fortuna que oculta en su cuarto —dijo sin pelos en la lengua. Klaus se atragantó con su propia saliva—. No pongas esa cara. —Fue ella la que regañó esta vez.

—¿Qué? —Yuki miraba de uno a otro—. Pero, ¿por qué harías eso? —Entonces, la expresión de Yuki se volvió recelosa hacia Angie. ¿Es amiga o enemiga? No, más importante: ¿qué demonios era ella? No veía las orejas a la vista, pero bien podía ver sus ojos tan anormales como los de Klaus—. ¿Cómo es que estás aquí y nadie dice nada de tus ojos, siquiera? —No pudo evitar preguntar.

—Ah. Sigues tan poco comunicativo como recordaba —le dijo Angie a Klaus. Ella podía decirle a Klaus muchas cosas pero si ella no quería, Klaus no iba a decir nada. Él era así—. Pondré mis cartas sobre la mesa. —Extendió sus manos, como enseñando unas cartas invisibles—. Soy lo que tú quieres que sea, cariño. ¿Quieres sacar a alguien del camino? Puedo hacerlo. ¿Información? Te la consigo. ¿Simplemente necesitas desfogarte en una apasionada noche? Cierro los ojos y lo hago. Sólo si tienes el dinero suficiente para pagar —aclaró—. De otro modo no me interesa...

Klaus no dijo nada, pero estaba apretando la mandíbula. A él nunca le agradó ese estilo de vida de Angie, lamentablemente ella tampoco tuvo opción.

—Respecto a otro... Yuki, sé sincero, ¿crees que a estos hombres les interesa mis ojos o siquiera por qué estoy aquí? Ellos sólo ven esto. —Señaló el gran escote del kimono que usaba—. Si muestras la suficiente piel, lo menos que les interesa verte es la cara. Ese es el mundo de las mujeres, si te vas a disfrazar como una debes acostumbrarte a eso.

Yuki abrió la boca para decir algo, pero simplemente no pudo. No supo qué decir, ni para rebatir o siquiera consolar. Solo bajó la mirada, callándose.

—No te lo tomes a pecho, así funciona el mundo. —Le restó importancia la morena. Se miró las manos y se revisó en el reflejo de una bandeja para asegurarse de que el maquillaje blanco le cubriera la piel morena—. Es una lástima que los japoneses no tengan la costumbre de bailar en parejas. Ustedes dos se veían adorables en la fiesta americana de la otra vez.

Yuki miró a Klaus, se sonrojó.

—¿Qué ha pasado allí después de que nos fuéramos? No han… preguntado por él, ¿o sí? —preguntó Yuki a la chica.

Ella meneó la cabeza, negando, todos los adornos de su cabello siguiendo el movimiento.

—Nada importante, pero uno de los oficiales quedó impresionado con tu currículum, Klaus. ¿O debería decir Volsk? El hombre ha estado tratando de buscar información de Volsk, está obsesionado.

—¿Quién?

—Un pelo negro de ojos verdes... —Intentó recordar el nombre—. ¿Wallace? ¿Willburne? ¡Ah! Wilson. El Mayor Wilson.

—¿Tyrone Wilson? —Yuki miró a Klaus—. ¿Deberíamos preocuparnos?

—Hace días que se fue de regreso a su amada América y conseguir información personal de Volsk es casi imposible. Ese hombre no tiene vida social. —Klaus miró con un claro "Te lo dije"—. Así que mientras te quedes de éste lado del charco, estarás bien.

—Problema resuelto —finiquitó Klaus.

—Bueno…, supon…

—¡Hey! ¿Qué tal la fiesta? —Shin apareció por el lado de Klaus, interrumpiendo a Yuki. No obstante, los ojos del castaño se abrieron y casi empujó a Klaus para poder estar frente a Yuki—. ¡Ves! Y tú que te quejas de que te llamo niña, ¡si estás vestido como una!

Lo siguiente fue que Yuki, enfurruñado, alzó un pie y lo dejó caer sobre el de Shin, quien tuvo que morderse la lengua para no gritar. Gruñó.

—Eso dolió, maldición… —Cojeó para apartarse, y al hacerlo, se fijó en Angie—. Oh-la-la —imitó un acento francés. Yuki sabía que Shin estuvo por el sur de Francia en una ocasión—. Nos volvemos a ver, querido ángel. Ni el maquillaje es capaz de cubrir tu belleza, sino aumentarla. —Se inclinó ante ella—. Me es una sorpresa verte aquí.

—Es aún más sorprendente que tu estés aquí con semejante facha de andrajoso que te traes —le espetó ella, todo su buen humor yéndose al fondo del abismo.

—Hieres mi corazón, encanto.

—Tal como está herido tu pie, y lo estará el otro si sigues molestando —dijo Yuki.

—¿Por qué todos están en mi contra? Solo vine a divertirme como ustedes. Vamos, no saben lo tedioso que es estar rodeado de paja y caballos. Aquí, estoy rodeado de sake y lindas mujeres. —Al decir aquello, volteó a ver a Angie, sonriendo. Luego apartó la mirada—. Y, ¿lo notaron? ¡Nadie se ha dado cuenta! Se puede averiguar cosas buenas aquí.

Yuki se tensó ante eso. Le tomó del brazo.

—¿Estás haciendo de espía? —Recordó de pronto a aquel japonés traidor y desconocido que vendía información a los americanos. Si resultaba ser Shin, le dolería demasiado y no tendría cara para mostrarse ante Ottori y sus demás compañeros.

—¿Qué? —Shin chistó—. Claro que no, ¿por quién me tomas? —Bufó—. Acabo de llegar a Japón soportando el viaje con un hombre tedioso que solo tenía claras ganas de patearme el trasero sin poder hacerlo por ser yo el único que le haría de guía en todo el lugar, ¿y me dices espía? Por favor. Aprecio mi vida —Miró a Angie—, pero me arriesgaría por ti, mi ángel.

—No lo necesito. —Ella trató de no ser tan hostil con el idiota castaño, sólo porque no quería que hiciera un escándalo—. Él no es el espía —dijo a los demás.

—¿Averiguaste quién es? —Angie asintió.

Yuki se fijó en Angie, expectante. Shin no dijo nada, por primera vez desde que se apareció permaneciendo callado.

—¿Sabes? Tienes que decirnos. —Angie arqueó las cejas, divertida.

—No es verdad. ¿Quieren saberlo? Paguen por eso. No hago trabajos gratis, tú lo sabes. —Ella se cruzó de brazos—. También funciona el Quid pro quo [2]. —Dio como segunda opción.

Yuki parecía confundido.

—¿Qué es eso?

—Está pidiendo algo a cambio de otra cosa de igual valor —respondió Shin—. Deberías salir más, hermanito. Si quieres, acabando la guerra podemos ir a Roma. Te encantará. —Le guiñó un ojo.

Rodando los ojos, Yuki se fijó en Angie.

—¿Qué pides a cambio?

—Información. —Su tono fue un claro "obvio"—. Díganme todo lo que sepan del panzón insufrible que está por allá, y puede que si dicen algo de relevancia les diga. —Señaló a un hombre que, a juzgar por su nariz rojiza y la manera en que apretaba la cintura de una joven geisha, parecía un poco achispado.

—Yo puedo ayudar en eso. —Shin se adelantó, tomándola por los hombros—. Prometo comportarme —avisó—. Vamos, te encantará. —La instó a caminar lejos del otro dúo. Sorprendentemente, Yuki no se preocupó ni molestó. Él sabía que, cuando quisiera, Shin sí sabía comportarse como debería.

—Espero que lo haga bien.

Angie no resistió que Shin la guiara, ahora estaban hablando de negocios y eso lo hacía todo diferente. Yuki y Klaus se quedaron hablando un poco antes de que Taiga y Kenshi volvieran para recoger a su respectiva pareja. Ambos se dieron una mirada de entendimiento y se los llevaron por caminos separados con charlas que no eran importantes, acaparando su atención para que no se dieran cuenta de que los estaban separando.

La fiesta continuaba.

.

.

.

Yuki siguió a Ottori por todo el salón durante la fiesta. Soportó los halagos, las miradas que le erizaban la piel, las atenciones y el constante caminar, sin olvidar las charlas. Bueno, debía admitirlo: algunas resultaban interesantes. La festejada, la princesa Aiko, era acaparada por miles de jóvenes y mujeres, algunos hombres que pasaban a saludarla. Aún no habían anunciado el compromiso con Kenshi, más era algo de conocimiento público por el cercano trato entre Ottori y el Emperador. Sin embargo, claro está, el prometido no se mostraba tan interesado como el resto respecto a la novia, más bien se enfrascaba en hacer un gran trabajo siendo enteramente social con el resto de invitados arrastrando a Klaus de la misma forma en que Taiga le arrastraba a él mismo. Taiga Ottori, se dio cuenta, podía ser muy abrumador si se lo proponía. Ojalá que la fiesta acabe pronto.

Kenshi, por otro lado, disfrutaba enormemente de la fiesta. Sabía que atraía la atención de los demás por el mero hecho de estar acompañado por Klaus, y más gustoso no podía estar. Amaba ser el centro de atención, que todos le escuchasen y no dejaba de ir de un lado a otro, de charlar con uno y con otro. No solo con los demás jóvenes de su edad, sino incluso con hombres mayores, los mandatarios de otras regiones que habían ido al palacio al baile de la princesa.

Para pasado un rato, se giró a Klaus.

—Empieza a hacer sed. ¿Quieres que busque algo de beber? —preguntó al menor.

Klaus tuvo que darle la razón. Desde que comenzó la fiesta no había bebido nada.

—Pero lo único que tienen es sake —se quejó en voz baja.

—Descuida. Espera aquí, conseguiré algo de ¿jugo? ¿O prefieres un té frío?

—El té helado suena bien. ¿Quieres que te acompañe? —Se ofreció Klaus.

—No, tranquilo. —Negó con suavidad—. Si quieres, mantente en una esquina para que tomes algo de aire mientras tanto. —Sonrió en una expresión de disculpa—. Debo haberte atosigado con tanta persona revoloteando alrededor.

Con un asentimiento y una sonrisa, él se alejó de los invitados, hasta una gran ventana abierta por donde el aire frío mecía las vaporosas telas.

Kenshi se giró, pasando entre los invitados, dando cabezadas ligeras en saludos a cada persona con la que se topaba hasta salir del salón y caminar a los pasillos que conocía dirigía a las cocinas. No tardaron en darle dos vasos marrones con sencillos diseños llenos de té frío. Disponiéndose a volver, se detuvo en una esquina donde apoyó uno de los vasos en una mesa pequeña en la que estaba un jarrón alto. Extrajo la botellita que le dieron los gemelos y vertió un par de gotas en el té. Entonces pensó…

¿Valía un par de gotas? No se le pasó por la cabeza preguntarle a los gemelos cuánto tenía que agregar.

—Mmh. Mal hecho —se regañó a sí mismo. Alzándose de hombros, vertió una segunda dosis—. Ups —musitó con una sonrisa traviesa. No creía que 6 gotas fuera demasiado. Guardó nuevamente la botella, meneó suavemente el té, agradeciendo el hielo que mezclaba el líquido y se devolvió al salón. Deslizándose por la estancia, traspasó el umbral hasta alcanzar minutos después a Klaus—. Ten. —Se hizo escuchar, estirando el vaso.

Gracias —respondió en japonés con una sonrisa. Bebió un sorbo primero, se pasó la lengua por los labios al sentir el dulce de la bebida. Para el tercer sorbo sentía más sed que alivio, por alguna razón el cuello de su camisa lo estaba matando y su temperatura más baja de lo normal se estaba elevando rápidamente hasta ser insoportable.

Y a pesar de que Kenshi miraba a otro lado, hacia la fiesta, estaba totalmente atento a los sorbos, reacciones y movimientos de Klaus. En su interior, sonreía.

.

.

.

Yuki suspiró. No supo porqué, pero estaba cansado luego de dos horas allí. ¿Fueron dos horas? ¿O era menos? ¿Eran más? Ya había perdido la cuenta de los minutos. Tendría que asomarse por la ventana que da al patio y por ende a un reloj de sol donde podría adivinar la hora actual; más que cansado, también muy aburrido. Ni un baile como tal se llevaba a cabo, todos charlaban, paseaban o bebían, no era usual una danza como en la fiesta americana. Ni sabía por qué llamaban baile a esto.

Miró la espalda de Ottori. Deseaba marcharse, ¡mucho!, pero no tenía la valentía de irrumpir la charla y tampoco si Ottori quería que le dejara allí. Era obvio, estas cosas solo le pasaban a él.

Ottori sabía lo mucho que se aburría Yuki, pero esa era la idea; si estaba lo suficiente aburrido Yuki aceptaría irse con él apenas de lo dijera.

Había visto divertido como el castaño se asomaba a la ventana para ver el reloj de sol. Para la quinta vez en menos de una hora pensó que era suficiente. Como una polilla a la luz, Ottori se acercó a Yuki por detrás, deslizando su mano por el obi.

—¿Quieres volver al cuarto?

El castaño, girando su cuerpo para verlo, inclinó la cabeza un poco.

—Lo siento, Ottori-sama, pero sí. —Yuki bajó la mirada—. La verdad no soy dado con este tipo de fiestas pero… no quiero causar problemas entre usted y el Emperador si se marcha. No quiero que represente una falta de respeto hacia Su Majestad.

—En absoluto. —Sonrió el mayor—. Por hoy ha sido suficiente. Ven, iremos a la recámara y beberemos un poco de sake sólo nosotros dos. —Sin realmente tomar su respuesta en cuenta, comenzó a caminar al pasillo que los llevaría a las habitaciones.

—Ah, yo, mmh... —Yuki lanzó un vistazo alrededor, intentando buscar un rostro conocido pero la insistencia de Ottori no le dio tregua. Tuvo que seguirlo.

En otro lado del salón, Kenshi terminó de beber su té, dejándoselo a un sirviente que pasaba con una bandeja, colocando también el de Klaus cuando este acabó por beberlo. Su rostro adoptó una expresión preocupada al verlo.

—¿Te sientes bien, Klaus?

Para ese momento, el sonrojo en la cara del alemán lograba que las escamas negras se notaran aún más.

—Hace calor... —Logró murmurar, sentía la boca seca. ¿Hace un minuto no tomó un vaso entero de té? ¿Por qué demonios tenía tanta sed? El corazón le latía con fuerza, su respiración se sentía caliente, y había demasiada luz para su gusto... Si se hubiera visto en un espejo, se hubiera dado cuenta de sus pupilas dilatadas—. No me siento bien...

—Oh, demonios, eso no está nada bien. —Kenshi levantó una mano para constatar su temperatura. Hizo un sonido raro—. Mmh. Será mejor que vayamos a tu habitación, ¿te parece? Despreocúpate de la fiesta.

En primer lugar, no es como si le importara, no hizo ninguna resistencia incluso cuando Kenshi se pegó a su cuerpo para ayudarle a caminar, cosa que se le estaba dificultando. A mitad de pasillo, se mareó, Kenshi tenía un olor muy fuerte esa noche. ¿Se había echado perfume? No recordaba que tuviera un olor tan fuerte hace una hora, el olor a cerezos era tan dulce que le daban arcadas, todos los olores en general le estaban dando nauseas, penetrando sus fosas nasales sin ninguna misericordia, podría haber olido amoniaco y en ese momento no lo hubiera diferenciado del agua salada. Casi tropezó con una de las alfombras, es una suerte que Kenshi le sostuviera.

—Wuo, calma, dragón. —Kenshi tuvo que hacer uso de un poco más de fuerza para sostener su cuerpo—. Pareces como si en vez de té, hubieras bebido sake. Creo que el limón de este lugar te ha afectado mal. Recuérdame a la próxima traerte agua mejor —murmuró, guiándolo a la habitación. Bajó la voz—. Ya casi llegamos.

Una pulsión le atravesó la cabeza, fuerte, haciéndole gemir de dolor, como si algo se removiera dentro de su cabeza y le desordenara las ideas, provocándole migraña.

Mío...

Klaus gruñó, de nuevo ese eco. No lo había vuelto a escuchar desde que comenzó a dormir con Yuki pero ahora volvía, y con más fuerza.

¡Mío!

Casi podía escuchar ese grito en sus tímpanos. Intentó volver a caminar pero entonces otro olor le llegó, éste lo pudo distinguir de entre todos los demás.

Durazno...

—Yuki —musitó Klaus, mirando a todos lados intentando ubicar de donde venía el olor. Yuki estaba en la fiesta, ¿no? ¿Entonces por qué se sentía tan fuerte en esa dirección?

Kenshi se contuvo de dejar fluir un gruñido de irritación. ¿Por qué demonios se metía el enclenque aquí? Siguió empujando a Klaus a la habitación, maldición, faltaba poco.

—No te preocupes por él. Está con mi padre. Vamos, haremos que te sientas mejor, tienes mal semblante…

Mío está en peligro.

Eso soltó una alarma en Klaus. Normalmente no haría caso a la voz pero Kenshi dijo que Yuki estaba con su padre, y Klaus sabía que Ottori podía ser muy honorable cuando se trataba de guerras pero eso no le quitaba lo pervertido y el alemán más que nadie sabía cuánto quería el hombre meterse entre las piernas de Yuki.

¡MÍO!

Gritó la voz en su cabeza, contagiándole de la misma rabia que ésta profesaba. ¡Nadie iba a tocar a Yuki! ¡Maldición! Yuki era suyo, las marcas de sus besos lo decían, los labios que besaba cada noche arrancando suspiros de placer y su propio nombre lo gritaban. Por segunda vez en su vida no cuestionó los deseos de esa voz. Ahora en sus sentidos sólo existía un olor, el de Yuki, nada más importaba, estaba perdiendo la percepción de lo que lo rodeaba.

Al verle marcharse, el ceño de Kenshi se frunció en molestia. Le tomó del brazo, reteniéndolo. No iba a permitir que nadie le dejara plantado.

—¡Espera! Klaus, ¿qué demonios te...?

Pero cuando el cuerpo de Klaus giró encarándose con Kenshi, el mayor tuvo que jadear; si antes el alemán se veía intimidante justo ahora era inevitable sentir real terror. Klaus mostraba un aspecto fiero, hambriento, dos emociones fuertemente ligadas al instinto animal. Sus pupilas continuaban dilatadas pero en esta ocasión tenían un brillo peligroso. Dando un paso hacia atrás, una de la ventanas abiertas provocó que la luz de la luna le diera de lleno en el rostro, haciendo resplandecer sus ojos, ojos amarillos y peligrosos como los de un cocodrilo en la noche a punto de devorar a su presa.

Kenshi le soltó enseguida, retrocediendo. No podía apartar su mirada de Klaus, y no porque se sintiese atraído, no, era la mirada de quien no puede apartar la vista cuando se sabe que va a morir.

.

.

.

En la habitación, Yuki estaba nervioso. No había bebido del sake, y cuando Ottori le indicó que se sentase en la cama, lo hizo, pero a una buena distancia del otro hombre. El ambiente lo sentía tenso, para nada a gusto, solo quería que el hombre se fuera para poder quitarse su disfraz y descansar un poco.

—Em, Ottori-sama, disculpe pero… la verdad estoy algo cansado. —Estiró la vasija pequeña donde el líquido embriagante se hallaba—. No soy de beber.

—¿Sabes lo que necesitas? —Era impresionante como Ottori podía ignorar las palabras de Yuki y todo, concentrándose en las que le interesaban—. Un masaje. Un relajante masaje. —Dando un último sorbo a su bebida, se deslizó por el colchón hasta estar detrás de Yuki, posó sus grandes manos en sus hombros aún cubiertos por la tela del kimono comenzando a hacer presión para el masaje—. Estás muy tenso, Yuki —le susurró cerca del oído—. Permíteme relajarte. —Ni tardo ni perezoso internó las manos dentro del kimono por una abertura que tenía la tela entre las mangas para que circulara el aire, por ahí pudo alcanzar los pezones de Yuki.

Pero en vez de relajarse, Yuki estaba cada vez más incómodo. No quería las manos de Ottori tocándole una parte de su cuerpo, no deseaba el roce de sus manos en su pecho. Comenzó a removerse.

—Ottori-sama…, en verdad no… Lo siento, pero yo no… —Tomó las manos del hombre por sus muñecas—. No es correcto, señor. —E intentó sacarlas de entre sus ropas.

—¿Y quién dice que tiene que ser correcto? —murmuró petulante, pasando la lengua a todo lo largo de su cuello—. Mira. Te está gustando. —Para horror de Yuki, él era humano y como tal su cuerpo correspondía a las atenciones de Ottori aunque su mente no lo quisiera, por entre la tela del kimono sobresalía un bultito y los pezones entre las manos de Ottori se ponían duros al igual que su propio pene.

—No. —Yuki se alejó, cubriéndose como si sufriera de una ventisca que le daba escalofríos—. Por favor, Ottori-sama, aléjese. De verdad no quiero esto. Yo…yo quiero a alguien más, lo siento. —Dio el intento de ponerse en pie para así interponer espacio entre el mayor y él mismo.

Una mano en su tobillo le hizo caer en el colchón de espaldas con Ottori encima, manteniéndolo quieto.

—Yuki —dijo en tono condescendiente—. No seas iluso, claro que lo deseas. Es sólo que aún no lo sabes. —Se inclinó sobre el menor deshaciendo su peinado, cubriendo el cuerpo del menor con el suyo, haciendo que sus miembros se sintieran el uno al otro, el de Taiga mucho más despierto que el de Yuki—. En cambio tu cuerpo si sabe lo que quiere —le dijo cruel, inclinándose para besarle.

—¡No! —Y en un impulso, Yuki levantó su mano y golpeó en puño el rostro de Ottori. Nunca antes le había levantado la mano a su señor.

—¡Mocoso insolente! —le gritó Ottori, sintiendo el ardor de su mejilla y un sabor metálico dentro de su boca al morderse el labio por el golpe de Yuki—. ¿Quién demonios te crees para rechazarme? —Le dio una bofetada que le enrojeció en seguida la piel, ya no estaba el amable señor Ottori que con tanto mimo lo había tratado antes—. ¡Si no fuera por mí no serías nada! —Comenzó a tironear del kimono, desacomodándolo, maldijo a las mujeres en su mente por haber apretado tanto el obi que sostenía el resto de la tela.

—¡Suélteme! —Yuki daba patadas para deshacerse de él, ignorando el golpe de su mejilla, sus manos apartando las del mayor sobre sí mismo. Tenía miedo de volver a golpearle, era un Señor Feudal. Ese simple golpe le condenaría, no importaba qué—. ¡Apártese de mí! —Sin pensarlo, su rodilla izquierda impactó duramente con la entrepierna de Ottori.

El mayor hizo un quejido ahogado, doblándose de dolor sobre Yuki. ¡Maldito fuera! Lo iba a poner de patitas en la calle después de follárselo. Con renovada furia Ottori se abalanzó sobre Yuki, siendo mucho más violento. No había logrado desatar el obi pero el resto de la ropa estaba abierta dejando a la vista los pezones de Yuki y sus suaves piernas, también se podía vislumbrar un poco de la tela de fundoshi. Yuki se retorcía intentando quitarse al hombre de encima, aunque se vio difícil cuando con una mano le apresó las muñecas y con la otra le apretó la medio desinflada erección.

Mordiendo el pezón derecho, un estruendo los interrumpió. Dispuesto a gritarle al cretino que se le ocurriera la maravillosa idea de interrumpirles, alzó la mirada encontrándose con Klaus. Ottori tuvo que reprimir un escalofrío.

—¿Q-Qué haces aquí, Klaus? —le dijo en tono duro después de que logró encontrar su voz. Pero Klaus no le contestó, estaba muy ocupado viendo la escena en que encontró a esos dos, la voz en su cabeza rugió con más fuerza.

—Apártese de Yuki —le gruñó a Ottori.

—Klaus. Te ordenó que te retires... —Pero no hubo una segunda advertencia, Klaus caminó a grandes zancadas hasta Ottori y lo haló del yukata, separándolo de Yuki.

—No vuelva a tocarlo —le dijo en un tono bajo, peligroso, con los ojos reptilianos resplandeciendo de furia y mostrando los puntiagudos dientes en una mueca hostil. Ottori estaba paralizado por el miedo, apenas podía encontrar la fuerza suficiente para llenar de aire sus pulmones.

Temblando, alterado no solo por los abusos de Ottori sino la expresión terrorífica de Klaus, Yuki intentó acercarse a él.

—Kla-Klaus…, basta… —Su mano tiritando se posicionó sobre el brazo del alemán. Nunca le había visto así, y no le gustaba para nada. Su corazón palpitaba a tal velocidad que creía le daría un síncope—. No hagas…

Pero no hubo caso, en ese estado Klaus no iba a escuchar a nadie, sólo a la resonante voz en su cabeza que no se callaba. Tiró a Ottori sin ningún cuidado, el hombre viéndose libre, corrió, si alguien iba a ser asesinado esa noche mejor que fuera Yuki.

En cuanto Ottori se fue, Klaus puso toda su atención en Yuki. Hizo un gesto de asco, el japonés hedía a albahaca que era el olor característico de Taiga. Realmente la albahaca era un olor agradable pero justo ahora a Klaus le parecía nauseabundo. Sin decir nada comenzó lamer y besar los mismos lugares que Ottori recorrió, intentando neutralizarlo con su propio olor, pero simplemente no se sentía tranquilo, toda la habitación estaba llena de ese olor. Tomando una decisión, sacó las alas y la cola, aferrando la cintura de Yuki se acercó a la ventana lanzándose por esta, planeó hasta el primer piso donde estaba su habitación, y ya ahí rodeado de su propio olor –a pasto recién cortado– se dedicó a "desinfectar" a Yuki.

—¡Klaus, por favor! —Yuki logró desasirse de él, y retrocedía. Algo estaba muy mal ahí, el menor no le hacía caso y su intuición gritaba por todos los poros que debía huir de inmediato. Mientras se alejaba de él, dio una mirada alrededor para buscar una manera de escapar. Porque, para su horror, es lo que sentía que debía hacer: escapar de Klaus—. ¡Detente de una vez! —No quería dañarlo, no quería herirlo. No a Klaus.

—No te vas a ir de aquí hasta que te haya quitado todo el olor de ese asqueroso viejo de cada rincón de tu cuerpo. —Tomó los brazos de Yuki, enterrando las afiladas uñas sin darse cuenta. Yuki abrió la boca para protestar pero Klaus le sacudió impidiéndoselo—. ¡Cállate! Te dije que no te acercaras a él, te advertí que no te quedaras a solas con él. —Su voz no era más que un siseo enronquecido—. ¡Aún así ignoraste mi advertencia! —Klaus no se anduvo con rodeos, en seguida desgarró la tela del fundoshi de Yuki. Estaba desesperado, ansioso, un fuego en su interior le nublaba el juicio.

Los brazos del castaño punzaban donde antes estuvieron las garras, estaba seguro de que tendría feas marcas al día siguiente, sin embargo no era de su interés ahora salvo el de detener a Klaus. En verdad nunca antes le había visto así, aquella trastornada fiereza y la voz sonando tan diferente a su suave voz de antaño. Estaba aterrado.

Con todo el dolor que habitaba su cuerpo, dio una patada que nada le valió y, solo para lograr cubrirse, volvió a hacer uso de un puñetazo en el rostro del alemán.

—¡Basta! —gritó Yuki, alejándose, arrastrándose lejos, su cabeza moviéndose en negación. Buscó con todas las formas que el kimono le permitía cubrirse—. No quiero herirte… Klaus…, por favor…, detente…

Klaus no se detuvo. El fuego en su interior iba en aumento amenazando con volverlo loco, haló a Yuki hasta la cama, plasmando sus labios contra los del castaño duramente, maltratándolos a ambos por culpa de sus propios dientes, aunque a su parecer eso era lo de menos.

—No me voy a detener. Te voy a marcar como mío. Nadie volverá a tocarte, sólo yo puedo tenerte —le prometió siendo enfermizamente posesivo. Continuó besándolo, sus manos deteniendo las muñecas de Yuki y su cola subiendo por la pierna de Yuki hasta encontrarse con la hendidura de sus nalgas.

Lágrimas se deslizaban por las mejillas de Yuki, manchando su maquillaje. Se tensó ante el mero toque de aquella extremidad. En tanto la lengua de Klaus se metió dentro de su boca, Yuki cerró los ojos y mordió con fuerza, sintiendo un sabor metálico por ello. Apartó la boca, escupiendo saliva manchada de rojo. Movió sus piernas, se revolvió con brusquedad, todo con tal de apartar la cola y a la bestia sobre sí como pudiera. Deslizó su cadera a un lado, parte de su cuerpo libre de estar debajo de Klaus, y lanzó una patada a una costilla del otro.

Klaus ya estaba harto, Yuki no estaba cooperando para nada y él estaba al borde de la locura.

—¡Si no va a ser por las buenas será por las malas! —le gruñó; estaba irritado, ansioso, caliente... Insoportablemente caliente. Girando el cuerpo de Yuki contra el colchón, se quitó sus pantalones, los botones y el zipper se rompieron por lo brusco de sus movimientos.

No había que ser un genio para saber lo que iba a pasar a continuación, pero había algo raro. En vez de sentir dureza húmeda y caliente entre sus nalgas, Yuki sintió algo que picaba, como puntas. Los ojos llorosos de Yuki se abrieron como platos. Estaba sucediendo, realmente iba a suceder. Y realmente era con…eso. Desde la primera, y hasta ahora única vez, no había olvidado el extraño segundo miembro que Klaus y él descubrieron esa noche. Creía que… Klaus estaría tan mal que jamás…

Pero no es Klaus. Algo en su interior le decía que la criatura sobre él no era Klaus. Y ese pensamiento le fue reafirmado cuando la espinosa punta estaba totalmente cercana a su ano, abriéndose paso a través del anillo de músculos.

—¡No! ¡No, no! —Se encogió, se apartó, se revolvió totalmente inquieto—. Por favor, por favor… —Volteó el rostro para verlo por sobre sus hombros—, no me lastimes…, Klaus…, te lo suplico…

Algo dentro de Klaus se removió, quizás fueron los ojos llorosos o la súplica con esa voz quebrada pero en el fondo de su consciencia lo que menos quería el alemán era lastimar a Yuki. Luchando contra todo lo que sentía, se deslizó hasta que su cara estuvo a la altura de las nalgas de Yuki y ahí hundió su lengua, al mayor se le escapó un jadeo por la nueva sensación no dolorosa. La bifurcada lengua incursionaba en su camino a través del anillo de músculos, chupando y lamiendo intentando ensancharla o por lo menos lubricarla lo suficiente. Sentía ese pequeño lugar palpitar contra su lengua, escuchó como Yuki suspiró, si era por alivio o placer no lo supo. Después de un largo rato en el que estuvo seguro de que estaba lo suficiente dilatado, volvió a posicionarse, una vez más el miembro con puntas amenazando su interior.

Entrar no fue tan difícil, Yuki se tensó pero eso no impidió el avance de ese miembro en su interior, el verdadero problema vino con la primera embestida. Yuki agarró con fuerza el futón, jadeando sonoramente. Le era abrumante el cómo podía percibir con tal claridad las espinas del extraño miembro rozándole por dentro. Por Buda, el dolor era mucho más que la primera vez. No podía calmarse, no podía relajar su cuerpo. Estaba tenso, estaba nervioso, estaba aterrorizado. Estaba destrozado. Y su cuerpo…, era como una extraña mezcla entre el dolor y el placer, una guerra entre lo increíble que era esa sensación y lo terrible que significaba eso mismo.

—Por favor… —Su voz sonaba rota—, lento… —Su cabello, que caía a cada lado de su rostro, descendió aún más cuando su cara bajó, su torso por igual, la frente pegando contra la colcha—. Duele…

Klaus trató de ir lento, en verdad lo intentó pero era demasiado. El calor que antes amenazaba con volverlo loco ahora lo consumía desde adentro, un fuego que se arremolinaba en la zona de su vientre tan intenso que no pudo evitar embestir con fuerza. El miembro de espinas se deslizaba adentro y afuera de Yuki, sintiendo el lugar resbaloso y caliente mientras que su pene igualmente duro golpeaba las nalgas de Yuki.

A cada embiste, un sonoro gemido que Yuki apenas pudo contener escapaba de entre sus labios. Oh, cuánto agradecía que al menos ese miembro rozara lo que le hacía ver estrellas, porque al menos ayudaba a distraerle del dolor, decepción y miedo, de todo lo ocurrido. A veces, uno que otro sollozo se deslizaba por entre los gemidos. Podría voltear a verlo, podría incluso tocarse para hacerse sentir mucho más mejor, pero era como aceptar que ese acto pasara, maldición. La mera sensación de venirse por lo que estaba ocurriendo ya era suficiente.

Klaus continuó embistiendo, sintiendo gran alivio cuando el estrecho interior de Yuki apretaba su sensible carne, sentía que podía respirar de nuevo. Su mente seguía estando nublada por el placer pero el calor de Yuki, sus gemidos, su olor... Todo le excitaba.

—Yuki...Yuki —murmuraba contra el oído del mayor, sentía que no iba a aguantar mucho más, era demasiado. Embistió con fuerza un par de veces más, enterrándose hasta en fondo en el interior de Yuki; eyaculó, borbotones de semen llenando su interior e incluso su pene gracias al constante rose de las nalgas del castaño también se vino sobre su espalda y nalgas.

Se quedó quieto, incapaz de moverse por el placer que le abrumaba, el pene con púas dentro de Yuki fue perdiendo dureza hasta que resbaló de su interior junto con varias gotas gordas de espeso líquido blanco.

Con cada golpeteo, Yuki tampoco había soportado y simplemente se dejó ir, una sensación nueva al no haberse corrido pero sí haber sido envuelto por el orgasmo. Dejándose caer, no quería saber nada más. Sus temblorosas manos se apretaron en torno a su pecho, encogiéndose de dolor… y desagrado. Él no quería eso…, no lo quería, y tampoco quería tener a Klaus cerca de él. No habló, no le miró, no se giró, solo se dedicó a sollozar en silencio, anhelando que el cansancio y todo lo demás ayudara a envolverlo en el sueño pronto.

Klaus no tuvo fuerza para hacer otra cosa más que dejarse caer al lado de Yuki. Ciertamente fue un orgasmo intenso que drenó toda su energía, ya no sentía el calor ni la opresión, pero había otro tipo de opresión que él estaba estrujando el pecho, quizás mañana cuando despertara y se acordara de lo que hizo se daría cuenta de que era culpa lo que sentía.


Continuará...

[1] Haori: chaqueta que forma parte del kimono y lleva el escudo familiar.

[2] El Quid pro quo es una frase en latín que en español traduce, literalmente, "algo a cambio de algo" o "una cosa por la otra". Puede ser utilizada para referirse a una transacción, al intercambio de una cosa por otra equivalente.

Y hablando del Quid pro quo, dejaremos una sorpresa referente al mismo. Se ha subido una historia corta y sencilla sobre dragones que esperamos disfruten. No obstante, he de decir que la continuación de esta historia tardará en subirse. Dejen algún comentario, y puede que, como editora, me apresure en traerles el 9nvo episodio.

Esperemos que les esté siendo interesante.

¡Nos leemos!

Copyright © 2016 protegido en SafeCreative.

HISTORIA 100 % ORIGINAL.

No al plagio. Sé Original. Sé creativo.