Capítulo 10
.
.
Los días pasaron bastante rápidos, y Klaus comenzó a comer desayuno. Desde el incidente con Yuki había dejado esa hora de la comida de lado pero ahora se sentía con la suficiente energía de comer en las mañanas. En menos de un parpadeo fue el cumpleaños de Yuki. Al terminar de cumplir con sus obligaciones, los tres se encaminaron al pueblo para ir al bar del amigo de Shin. Del trío, Shin era el que más hablaba mientras los otros dos se miraban a veces de reojo y comentaban con Shin pero no tenían pláticas directas entre ellos, apenas lo necesario para no ser descorteses.
El bar, a diferencia de otros, no tenía un estilo típico oriental: las puertas eran dobles y se abrían como una puerta occidental en vez de deslizarla. Por dentro estaban las mesas altas y sillas, también una barra de bar con taburetes, lo único que delataba el sitio de tener algo japonés eran las decoraciones con las típicas lámparas de papel rojo y algunos pergaminos con inscripciones en kanjis. La mayoría de los detalles en el bar tenían bastante rojo dándole un aire cálido al lugar.
Shin los guió a una mesa solitaria donde Yuki y Klaus se sentaron, evitando que fuera uno junto al otro, mientras que Shin iba por Jim para presentarlos y traerles algo. Estando allí solo junto a Klaus, Yuki optó por hacer dibujos invisibles en la mesa con sus dedos, sin saber qué decir o hacer exactamente. Era la primera vez en mucho tiempo que estaba junto a él desde el incidente en el palacio imperial.
—Am… ¿y…qué tal estás…?
—Bien. —Intentó decir pero sabía que no era verdad, no tanto—. Creo...Tú... ¿Estás bien? —Era un disfraz de la verdadera pregunta que quería hacer pero no tenía idea de cómo Yuki lo tomaría si le preguntaba si el desgarro de su entrada estaba curada.
El castaño asintió, haciendo un sonido afirmativo también.
—Bien…, al menos un poco—confesó. Aún no le miraba directamente—. Me ha pegado una gripa extraña estos días… pero nada de qué preocuparse…
Aunque dijera eso para Klaus era imposible no preocuparse.
—¿Seguro? —Quiso alargar la mano para comprobar su temperatura pero se quedó quieto; detalló a Yuki: sí se veía un poco cansado pero aparte de eso más bien parecía…—: Radiante. Estás radiante.
Yuki se sonrojó un poco.
—Gra-gracias…, pero sí. Descuida. Solo he estado con mareos y ganas de vomitar…, algún que otro cansancio… Solo eso.
—Debes descansar más, esas misiones te dejan muy agotado. —Klaus ya sabía de las misiones de Yuki, constantemente escuchaba hablar a los japoneses, y ahora con una mayor comprensión del idioma podía saber todo lo que hablaban sin perderse—. ¿Estás usando perfume? —preguntó de pronto cuando a su nariz llego un olor dulzón.
Yuki negó, confundido. Fue allí donde le miró, le miró por primera vez directamente desde que llegaron.
—No…, no lo hago.
—Hueles realmente dulce —dijo sin pensar, por alguna razón eso le hizo sonreír.
Yuki tragó, sin saber qué realmente decir a eso. Su mirada quedó en él, consciente de cómo todo desaparecía al hacerlo. Sus labios se separaron para decir algo, pero sus palabras quedaron ahí, en su boca, puesto que Shin volvió con un hombre bastante alto, de musculoso torso por lo que podía deducir bajo su ropa, frente amplia, nariz grande y aguileña con gruesos labios. Su cabello oscuro estaba peinado en muchas trenzas enmarañadas y la piel muy oscura. No obstante, los ojos castaños eran cálidos, vivarachos, todo él inspiraba confianza. Era apuesto.
—Chicos, les presento a Jim Alhassan. Jim, él es mi hermano Yuki y un amigo, Klaus.
Contrario a lo que esperaron, Jim hizo una reverencia japonés.
—Bienvenidos a mi bar, caballeros. —La voz era suave, poco profunda—. Yuki, tengo entendido que cumples años. Felicidades.
—Gracias.
Cuando Jim pasó a mirar a Klaus, sucedió algo curioso. Sus ojos parecieron brillar en anhelo, una amplia sonrisa apareciendo en su boca. Sus dientes eran muy blancos, contrastando con su piel.
—Hola. Bienvenido. Es… sorprendente ver a…otro extranjero por acá. —Sus ojos se demoraban en las escamas del rostro de Klaus, sus ojos amarillos, toda su singular figura.
Klaus se sintió incómodo por el escrutinio del hombre, se sentía como cuando los científicos en Rusia lo estudiaban por horas como un bicho bajo el lente de un microscopio.
—Hola. Shin me estuvo hablando de ti...
—¿En serio? —Jim miró a Shin—. Espero que cosas buenas…
—Como la primera vez que nos conocimos… —Shin suspiró con pesar—. Nunca olvidaré ese momento…
—¿Cómo fue?
—Escapaba de unos hombres a los que no les gustó oír ciertas opiniones y opté por entrar en una ventana para esconderme. Resultó ser la ventana de su cuarto… y él estaba en pelotas… mostrándome su culo. Tiene esa extraña manía.
—Lo que estás es celoso porque lo tengo adorable. —Jim no parecía afectado.
—Claro.
Yuki bufó una risa.
Klaus también rió. Siendo sincero, no se acordaba de esa parte del relato de Shin, pero era gracioso como ambos hombres interactuaban.
—Tienes la oportunidad de darme una buena impresión, me quedé dormido cuando Shin comenzó a contarme cómo se conocieron.
Jim se le acercó, pasando un brazo por sus hombros, su boca muy cerca de su oreja.
—Por supuesto que sí —murmuró bajo. No notó a Yuki fruncir el ceño—. Estaré encantado de eso. —Sonrió, separándose—. Iré por unas bebidas. ¿Algo de comer?
—Sabes lo que me gusta —dijo Shin.
No queriendo ser descortés, Yuki solo dijo.
—Estaré bien con lo de Shin.
A Klaus se le crisparon las escamas, no se esperaba esa cercanía tan repentina. Se quedó muy quieto bajo el brazo de Jim, sonriendo incómodo, de hecho estaba tan nervioso por su cercanía que no supo qué responder. También el fuerte olor a frutas mixtas que emanaba el hombre de color era el causante de su repentina elocuencia.
—Eh...s-sí. Claro. Encantado.
Shin sonrió, Jim le dio unas palmadas en el hombro al tiempo que Yuki rodaba los ojos. Entonces, Jim se separó un poco más. El castaño mayor se sentó en una de las sillas.
—Eh, Jim, ¿dónde está tu nuevo huésped?
—Salió temprano el día de hoy. Dijo que iba a hacer investigaciones en el bosque. No es alguien muy social pero espero que esté bien. —Alzándose de hombros, Jim se dio la vuelta para ir a preparar las bebidas y platillos.
—¿Quién es ese huésped? —cuestionó Yuki.
—Oh, la persona con la que vine a Japón. Es el doctor ruso que quería patearme el trasero pero no podía, vino a buscar unas hierbas medicinales que solo crecen aquí. —Hizo un gesto despectivo, restándole importancia—. Algún día se los presentaré.
—Hmm. ¿De hace cuánto le conoces a él? —Yuki hizo un gesto al camino donde fue Jim.
—Varios años. —Shin miró a Klaus— Eh, dragón, pareces caerle bastante bien. —Se burló.
Klaus frunció el ceño mirando mal a Shin.
—Jamás mencionaste que fuera tan "amistoso" —le reprochó.
—Debo recordar que te quedaste dormido cuando lo dije. Que por cierto, no sabía que babeabas. —Sonrió divertido.
A Klaus se le subieron los colores al rostro.
—No lo hago —protestó como cualquier niño pequeño lo haría, inmediatamente miró a Yuki en busca de ayuda—. ¿Verdad que no?
Yuki sonrió, una mueca pequeña.
—No lo haces. —Se dirigió a su hermano—. Shin, deja de molestar.
—Bueno, bueno, solo digo…
Infantilmente, Klaus le sacó la lengua a Shin, luego miró a Yuki guiñándole un ojo con aire de complicidad.
—¿Cumples 21? —preguntó al castaño menor.
Yuki negó.
—Aún no. Cumplo 20. Soy dos años mayor que tú —respondió.
—Y yo tres años mayor que tú —Shin señaló a Yuki—, y cinco que tú —luego a Klaus—. Estoy cuidando de dos niños.
—Pero te comportas como uno. —Yuki alzó una ceja—. Se diría que yo tengo que ser responsable por los tres.
Klaus sonrió.
—¿Cuál es la tradición japonesa para la celebración de los cumpleaños? —preguntó curioso. No tenía idea de si hacían pasteles.
—Mi tradición es que Yuki deberá beber 20 copas de sake, una por cada año y—
—No. —Yuki negó, interrumpiendo a Shin—. No quiero arriesgarme a una intoxicación por exceso de alcohol. Sabes cómo he estado estos días. —Suspiró—. No hay gran tradición que celebrar…
—Salvo un buen pastel con grandes velas —aclaró Shin.
—Y sekihan. —Se hizo oír Jim, llegando con una bandeja en la que estaban tres platos cuadrados con arroz mochi revuelto con judías rojas, sopa miso y té.
—Oh. —Yuki se adelantó en su silla, cogiendo los palillos luego de que Jim pusiera la comida en la mesa.
—Buen provecho, chicos. —El negro le guiñó un ojo a Klaus.
—¿No comerás con nosotros? —preguntó Klaus cortés aunque después del guiño que le dio el negro se reprendió por darle pie a sus insinuaciones.
Jim acarició la larga cabellera negra del joven.
—Me encantaría, cariño, pero tengo un bar que atender. Quizás… en otra ocasión compartamos mesa. —Sonrió, dio una última caricia esta vez a su rostro –demorándose cuando tocaba las escamas– antes de darse la vuelta y marcharse.
Yuki tenía problemas en controlar el ceño que quería aparecer en su cara. Respiró hondo y procedió a comer sin decir palabra.
—Oye, cambiemos de plato. —Shin tenía una expresión de diversión absoluta, disfrutando la atención de Jim para Klaus—. Solo por si se le ocurrió haber puesto algo —bromeó.
Klaus pareció aterrado ante la posibilidad y cambió su plato con el de Shin sin ninguna protesta, había estado lo suficiente consciente el día después de la fiesta para escuchar a Angie decirle que alguien le había dado un afrodisiaco. En verdad no quería pasar por la experiencia nuevamente. Comieron un rato en silencio, de vez en cuando Jim acercándoseles y Shin contando sus historias a pedido de Klaus que en verdad se divertía escuchándolo. Intentó con todas sus fuerzas de no mirar a Yuki con anhelo pero era imposible que sus ojos no se desviaran hacia el pequeño samurái, en verdad lo estaba extrañando mucho.
Luego de que Jim recogiera los platos y volviera a rellenar las bebidas con algo más fresco, Shin se marchó para ir con él a las cocinas dejando a Yuki y Klaus nuevamente solos.
—Yo no he podido hablar con Shin antes pero, ¿sabes si Angie le dijo quién era el espía que vendía información a los americanos? —preguntó Yuki de pronto. En realidad, más bien para llenar el espacio y acabar con la tensión que sentía en el aire entre ellos.
—No. No tengo idea. Ella se fue muy rápido ese día y Shin no me ha dicho nada. —Jugaba con su vaso pasando el dedo por el borde de éste—. ¿Cómo van tus misiones?
Yuki suspiró.
—Bueno, debido a cómo me he sentido estos días, algunos de mis compañeros me suplantan en las partes duras ya que no pueden devolverme a casa pero vamos bien… Hasta ahora no ha habido ninguna fuga de municiones ni ninguna infiltración enemiga.
—Me preocupa que estés en esos lugares —le dijo el menor sin pensar—. No quiero que nada malo te pase.
La mirada de Yuki subió desde la mesa, deteniéndose en el rostro de Klaus.
—Estaré bien. Estoy entrenado para todo. —Se removió en su asiento, desviando sus ojos—. Casi todo.
—Perdóname —dijo en japonés—. Yo nunca... Eres demasiado especial para mí. No quería herirte.
Yuki no dijo nada, no le miró, no expresó cambio alguno, se mantuvo indiferente por un instante. Solo un instante, puesto que al minuto siguiente respiró hondo, reteniendo el aire y dejándolo salir.
—Bueno…, creo… —Se pasó la mano por la nuca, entonces observó a Klaus. Cada detalle, cada escama, cada forma de su cara y el brillo de sus ojos— que no… tiene sentido guardar rencor. Te perdono…, sé que no eras tú…, pero espero que no pienses que todo volverá como antes. Será a su tiempo.
Klaus no sonrió pero se veía bastante aliviado, incluso dejó escapar el aire que no sabía que estaba reteniendo.
—No quiero hacer nada que no quieras, no te forzaré en ningún sentido... No quiero que algo así vuelva a pasar.
El castaño asintió, estiró luego una mano.
—Estamos bien…
El pelinegro estrechó la mano ofrecida dedicándole a Yuki una suave sonrisa.
—Lo estamos.
Después de eso, el aire se volvió más respirable para la pareja, comenzaron a charlar, temas variados como antes. Klaus confiaba en que con tiempo ellos volverían a ser cercanos pero justo ahora ese ambiente tan agradable era suficiente.
En el otro lado del bar, en la parte de la barra cercana a la puerta, Shin y Jim observaban desde ahí a Klaus y Yuki. Habían estado observando sus acciones, sus expresiones y finalmente, cuando se dieron la mano. Shin suspiró.
—Creo que solucionaron sus problemas.
—No te creas. —Jim buscaba dos vasos para servir sake a un par de clientes que llegaron hacía un instante—. Es probable que se hayan perdonado, en lo que es la parte grave ya están listos.
—Esa es la parte que esperaba se solucionara con esto. Estoy harto de hacerles de niñero a esos dos.
Jim rodó los ojos.
—Y dices que quieres hijos. No te veo siendo padre.
—Serán míos, esos dos ya están grandes. ¿Aún no está listo el pastel?
El negro le envió una mirada reprobadora.
—No seas impaciente. Además, ese pastel es para tu hermano. No empieces de glotón.
—No es mi culpa que te salgan bien los postres. ¿Lo has hecho de durazno?
—Durazno y chocolate, como dijiste. —Asintió.
—¿Qué tal de los daifuku? —preguntó, ansioso por los dulces.
—Ya se los llevo, déjales hablar unos minutos.
—Pero los quiero yo.
—No —rebatió Jim, inflexible—. Son para tu hermano y el chico alemán.
La conversación de esos dos se interrumpió cuando Jim escuchó que la puerta de atrás del local era abierta. Para su sorpresa, su huésped extranjero estaba de vuelta antes de lo esperado; un hombre alto, de espeso cabello negro peinado hacia atrás, piel blanca y ojos azules se adentró en el bar, su ceño estaba bastante fruncido.
—Doctor… —llamó Jim, sorprendido. Pocos de sus clientes y huéspedes usaban esa puerta, no obstante, debió de haberlo esperado teniendo en cuenta cómo era este en particular—. ¿Sucedió algo?
—Tienes cara de que no te dieron el premio nobel, ruso. —Se burló Shin para hacerse notar, alzando su copa de sake en saludo.
El hombre le miró feo a Shin.
—Te juro que si no fueras la única persona que pude hacerme de escolta entre Japón y Rusia, hace rato te hubiera mandado a la gran... —Se interrumpió a sí mismo respirando hondo—. Nada salió como yo esperaba. Se me olvidaron un par de instrumentos que necesito y cuando llegué al claro donde supuestamente crece la planta, había un animal salvaje, no pude acercarme. —Se pasó la mano por la cara, estrujándose la nariz frustrado—. Como odio a esas bestias peludas.
En vez de asustarse, Shin solo dejó salir una risita.
—Pues, ¿qué animal era? Para estas temporadas pocos son los animales andando por ahí, todos van a hibernar.
Jim miró mal a Shin.
—Deja de molestarlo, Shin. —Se giró al recién llegado—. ¿Quiere que le prepare algo, o volverá a intentarlo y salir ahora, doctor? —preguntó, moviéndose un poco para pasarle un nuevo trago a otro cliente que estaba en la barra.
—Un jabalí —le respondió a Shin— Debe haber pensado que estaba invadiendo su territorio —suspiró apoyándose en el marco de la puerta mirando a Jim limpiar unos vasos con un trapo. Pensó en si debía volver, la verdad es que no tenía ganas, el frío era la última de sus preocupaciones. Para alguien que vivió en Rusia el viento frío de Japón era una brisa cálida comparada a las corrientes de aire de su amado país. Estaba el hecho de que tendría que quedarse a la intemperie, encontrarse con quién sabe cuánto animal salvaje... ¿En qué momento se le ocurrió que hacer una expedición de campo era una buena idea? ¡Él odiaba las excursiones de campo! —No. Esperaré a mañana, saldré temprano.
—Entonces preferirá irse a descansar por ahora, ¿no? —preguntó Jim—. ¿Quiere…?
—Eh, ¿por qué no te unes a la celebración del cumpleaños de mi hermano? —interrumpió Shin.
El ruso en verdad pareció pensárselo pero después negó.
—No tengo la suficiente paciencia para aguantarte a ti por el resto de la noche.
—Ah, que aburrido. Por eso dicen que los rusos son estirados —dijo despectivo el castaño.
Jim pidió clemencia al cielo.
—Descuide, doctor. ¿Por qué no sube a su habitación y descansa? En un momento le subiré la cena —le indicó solícito el negro.
—Deja de juntarte con este despojo de ser humano, Jim —le aconsejó el pelinegro—. Podría contagiarte la estupidez. —Sonrió al negro antes de despedirse con un movimiento de su mano, caminó escaleras arriba sin detenerse a hablar o saludar a algún otro cliente.
Jim asintió.
—Tiene razón, mucha razón. —Jim se dirigió a Shin—. Ve con tu hermano y el otro chico, ya les llevo los dulces. Anda, anda.
—Claro, hazle caso al científico loco que va a buscar plantitas como nena. —Se fue antes de que el otro pudiera haberle oído, caminando con prontitud. Zigzagueando entre los clientes, alcanzó la mesa donde estaban Yuki y Klaus—. Hey, Jim traerá dulces dentro de poco.
Yuki tenía una pequeña sonrisa en su cara cuando Shin llegó.
—Le estaba diciendo a Klaus que pronto pasará su primera navidad aquí en Japón. Deberíamos organizarle algo especial.
—¿Aparte de los regalos?
—No le hagas caso a Yuki. No es necesario. —No quería molestar a nadie.
—Claro que sí. Es una fecha especial.
Shin bebió un poco de su sake.
—Yuki es amante de la navidad. Recuerdo que siempre andaba ansioso cuando faltaban unos pocos meses. —Shin miró a su hermano—. No conozco a ninguna otra persona que esté más emocionada por la navidad que por su propio cumpleaños.
—Todos en casa nos reuníamos para celebrarla. —Se defendió Yuki.
—Si es especial para Yuki, está bien pero no es necesario que hagan nada extra por mí. —Miró a ambos hermanos—. Además, por lo que tengo entendido esta será su primera navidad juntos en mucho tiempo. No quisiera molestarles.
Shin hizo un gesto hacia Klaus mirando a Yuki y murmurando algo en japonés que podría entenderse como: «Las escamas afectaron su cerebro», aunque Yuki solo suspiró.
—Igual haremos algo. Es una tradición.
—Podemos invitar a Angie —sugirió Shin. Se giró a Klaus—. ¿Sabes dónde encontrarla, dragón?
—No creo que ella celebre este tipo de cosas y menos ahora que volvió a América del Sur. —Se acordó de que no debía incentivar la curiosidad de Shin—. ¡Te había dicho que te olvidaras de ella!
Pero Shin ignoró eso último, parpadeando con sorpresa.
—¿Volvió a América? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Volverá? ¿A qué parte fue exactamente?
—Shh —le chitó, llevándose un dedo a los labios en señal de silencio—. No voy a decirte nada.
—Qué infantil eres —bufó Shin, apartando la mirada.
Jim llegó con los daifuku, un pequeño mochi con un relleno dulce llamado anko, que era un tipo de pasta endulzada de judías azuki. Yuki fue el primero en comerse uno, sorprendiéndose por el relleno de una fresa también. Le gustó.
—En un momento traeré el pastel. – anunció Jim.
—Al fin. —Shin estiró la mano para coger uno de los dulces—. Ah, Klaus, ¿podrías acompañar a Yuki a la casa al terminar? Debo quedarme con Jim un rato…
—Eh... Supongo. —Tomó uno de los dulces que trajo el dueño del bar, hizo un sonido de gusto cuando mordió el daifuku—. Si a él no le molesta —murmuró con la boca medio llena.
—No…, no…, no lo hace —dijo Yuki, algo nervioso. Sus ojos se desviaban a Shin constantemente. No sabía si lo hacía a propósito para dejarlo a solas con Klaus o si era en realidad necesario.
—Bien, porque tú tienes trabajo mañana. —Señaló a Yuki—. De verdad que lo tienes pesado con esas misiones.
—Estoy bien con ellas. —Yuki dio otro mordisco a su dulce, acabándolo.
Klaus no estaba realmente convencido de eso pero no le dijo nada a Yuki.
—¿Qué tanto hacías allá atrás con Jim? Se quedaron mucho rato hablando. —Cambió el tema tomando otro de los dulces.
—Hablando cosas de adultos —dijo—. Y con el doctor. Le dije que se uniera a nosotros pero no quiso.
—¿El que es amigo tuyo? —cuestionó Yuki.
—Sí. Llegó hace un rato pero se fue a descansar. Ya tuvo su dosis de locura.
Klaus rodó los ojos ante la mención del supuesto amigo de Shin, recordaba que le había dicho que era un ruso, esperaba no volverse a cruzar con ningún ruso lo que le quedara de vida. Continuaron hablando y bromeando, Shin a veces intentando sacarle información a Klaus sobre Angie pero ahora el alemán estaba alerta y él no iba a traicionar la confianza de Angie.
Después vino Jim con la torta; luego de cantarle cumpleaños a Yuki se quedó un rato a comer torta, aprovechaba cada pequeña oportunidad para tocar a Klaus o coquetearle, el menor había optado por la estrategia de no hacerle mucho caso, de hecho se tomaba a broma sus coqueteos y así fue mucho más fácil sobrellevarlo.
Cuando terminaron el pastel y Jim le envolvió lo que quedaba a Yuki, él y Klaus volvieron a la casa Feudal, a diferencia de las últimas veces iban en un cómodo silencio. Gracias a que Klaus llevaba su ropa, un suéter de lana y un chaleco del mismo material podían soportar el frío de la noche.
Los dos se dirigieron a los nexos en el mismo silencio en que iban. Yuki prefirió no decir nada, no tenía nada que comentar y estaba bastante cómodo de esa manera. A la final, se detuvo cuando llegaron a la entrada de sus respectivas habitaciones, una frente a la otra.
—Pues…, bueno…, gracias por lo de hoy… —murmuró en voz baja para no despertar al resto.
Klaus miró a Yuki, quería besarlo y abrazarlo pero imaginaba que era muy pronto para eso por lo que extendió su mano hasta posarla en el hombro más delgado.
—Feliz cumpleaños —le deseó con una cálida sonrisa, dio un par de palmadas y se alejó dándole la oportunidad a Yuki de entrar a su cuarto.
Yuki dejó entrever una sonrisa, murmurando un pequeño «Gracias» antes de abrir la puerta de su habitación y entrar. Por un momento creyó que Klaus le besaría, no sabría qué hubiera hecho si eso hubiese sucedido. ¿Estaba decepcionado o aliviado? Cabeceando, se dio la vuelta para prepararse y dormir. Tenía deberes que hacer al día siguiente.
.
.
.
El mes de octubre pasó. La leve sequía que azotó el lugar dio paso a la nieve que poco a poco acaecía la zona. De forma lenta, los montículos blancos cayeron al suelo, formando una muy ligera capa que apenas se mantenía firme. Paulatinamente, se volvería densa e insistente. No obstante, eso no impedía al frío hacer de las suyas, por lo que Klaus tuvo que obligarse a vestir ropas más gruesas y calientes incluso bajo los días de sol, algo que en aquellos momentos Shin y ahora Jim le proveían. Kenshi había vuelto a las andanzas de antes para con Klaus, arrastrándolo a todas partes pero pocas veces intentaba algo con él. Desde que se enteró de la pequeña reunión en la que también estaba Yuki, optó por buscar todas las formas de mantener la presencia de Klaus cerca de él y pidió a su padre dar indicaciones al general Kyouya de doblegar las misiones de Yuki, obligándolo a permanecer incluso noches enteras fuera de la casa feudal. Ejerciendo la orden, hubo días en los que Yuki no regresaba a dormir.
Lo cual le supuso problema al chico. No estaba seguro de si era por algún virus que rondaba la zona y se desató ese otoño o qué, pero su nivel de energía comenzó a bajar. Se cansaba muy seguido, lo que le supuso regaños de sus superiores, la comida –antes deliciosa– ahora le inspiraba nauseas, su vista repetidamente se desenfocaba y para sorpresa de sus compañeros, tuvo un desmayo que le causó baja por un día en los lindes de Hiroshima, lejos de la casa feudal. Despertó en la enfermería puesta tras la barricada de protección que los soldados formaron, permaneciendo allí hasta haberse repuesto. No dijo nada a Shin y Klaus. Y por desgracia, no estuvieron en la ignorancia por mucho. Días después le llegó el rumor a Shin, quien luego tuvo que comentárselo a Klaus.
Una tarde después de que Kenshi le dejara libre, Klaus interceptó a Yuki y lo arrastró tomándolo del brazo, caminó con él hasta la habitación de Yuki donde le soltó y le miró con el ceño fruncido.
—¡Vas a dejar de ir a esas misiones!
—Porque lo digas no significa que vaya a hacerlo, Klaus. Ottori así lo ha ordenado, y está en mi deber obedecerle, me guste o no. —Yuki tenía una expresión cansada, con bolsas bajo los ojos apenas notables y estaba algo pálido. Suspiró—. No te preocupes. Kyouya-sama dijo que dentro de poco solicitará mi descanso, pero debo seguir marchando a ellas…
—¡Me importa una mierda lo que quiera Ottori! Él no es el que está al frente y tampoco es tan idiota como para ponerse en peligro cuando sabe que está tan enfermo que tiene que quedarse en la enfermería —acusó directamente a Yuki, tenía los brazos cruzados y los labios fruncidos.
—Solo fue un día. Ya Masami-san me ha estado dando un par de medicinas, me he sentido algo mejor con ellas. —Yuki se pasó las manos por su rostro—. Klaus, entiende, no puedo simplemente pasar de las órdenes. No lo hago adrede; si siento que no puedo, hablaré. No quiero ser una carga para mis compañeros, pero aún puedo hacer algo.
—¡No es cierto! —El menor comenzaba a exasperarse—. Llevas semanas así y ahora con el invierno encima quien sabe si te pondrás peor. ¿Qué pasa si te da una pulmonía? ¡O si te hieren en la frontera y mueres por septicemia! ¿Por qué demonios no entiendes que no quiero verte herido?
—Y herido voy a quedar si me sigues regañando. —Hizo notar Yuki—. No soy un niño, Klaus. Agradezco que estés preocupado por mí, pero poniéndote así no me haces un favor. Mira…, voy a pedir que me regresen temprano a casa, ¿de acuerdo? Y que me dejen pasar de los fines de semana. Es lo máximo que puedo hacer…
El menor desvió la mirada haciendo una mueca adorable de impotencia. En verdad no quería que Yuki volviera pero como decía no había mucho por hacer...
Suspiró.
—Bien —dijo entre dientes.
Yuki estiró la mano hasta que su palma rozó la mejilla de Klaus en una caricia, sonriendo.
—Gracias. Descuida. No pasará nada malo. —Su pulgar se movió, rozando el pómulo, hasta lentamente la mano deslizarse hacia abajo y apartarse. Yuki caminó hacia su puerta, disponiéndose a salir.
Klaus se apoyó en la pared dejándose caer hasta el suelo, dejando sus largas piernas semi-flexionadas. Él ya sabía desde hace mucho tiempo que Yuki tenía un amor por su país que él no comprendía pero no por eso dejaría de preocuparse por el mayor y menos cuando cada vez lo veía más débil, estaba tan pálido y las ojeras de sus ojos eran más grandes que las suyas. Si tan solo pudiera estar al lado de Yuki durante las misiones se sentiría más tranquilo pero siendo el guardaespaldas de Kenshi, no iba a suceder por lo que sólo le quedaba esperar y rogar porque nada malo le pasara a Yuki.
Sin embargo, había alguien quien ya estaba haciendo algo.
Shin sí había logrado averiguar el nombre del espía que vendía información a las tropas enemigas. Nunca pensó que el prestigiado general Akira fuera el traidor. Varias veces, durante los regresos de los generales y sus informes hacia Ottori, Shin interceptaba al general y lo mantenía bajo amenazas. Podría parecer idiota a veces, pero si había algo que le interesaba, se enfocaba en ello, y justo ahora le interesaba proteger la vida de Yuki. Con los años fuera, había aprendido que no importaba dónde naciste, tu hogar podría ser cualquier zona del mundo porque el mundo en sí era tu hogar. No sentía un aprecio tan patriótico como Yuki lo sentía hacia Japón, así que poco le importaba si ganaba o no la guerra. Estaba siendo egoísta, lo sabía, más no le importaba.
—¿Cuánto, o qué daría el Emperador al saber quién fue el traidor? —había comenzado.
Akira sabía que tenía sus pasos vigilados. Podría deshacerse de Shin, pero no sabía si el extranjero también podría saber que era él el espía y revelarlo; a Shin podría tocarlo, pero nunca al alemán, no con el Emperador respaldándolo. Estaba de manos atadas, y lo que más podía hacer era hacer caso a las peticiones de Shin: cuidar de la seguridad de Yuki mientras estaba al frente.
Así llegaron al mes de noviembre, sin que Yuki tuviera mejoría notable aunque tampoco un empeoramiento grave. Se podía decir que sus ojeras remitieron desde que comenzaba a pasar los fines de semana allí –Kenshi seguía abarcando la atención de Klaus para el gusto de este último, y Yuki aún llegaba tarde los días de semana, por lo que pocas eran las veces en las que Klaus podía ver al castaño. La sorpresa de ambos es que en tres ocasiones, Shin acompañó a Kenshi durante las vigilias del alemán. Eso no agradó a Yuki para nada.
—¿Por qué? Es agradable cuando quiere.
—Es muy…libre…
—¿Ah? ¿Qué tiene eso de malo?
—Posiblemente te vea como su siguiente conquista, Shin. —Yuki se cruzó de brazos.
—Hablamos cada vez que va a las caballerizas por su caballo, no veo que ande coqueteando conmigo. Se comporta justo como tú cuando eres insoportable. ¡Auch! —Recibió un zape en la cabeza.
—Tarado.
—¿Ves? Justo así.
.
.
.
El día que tanto temían los japoneses llegó, un ataque sorpresa durante la noche. No tuvieron tiempo para prepararse y los informantes tampoco llegaron a tiempo con la noticia, la infantería de los americanos se adentró lo suficiente en el terreno del Señor Feudal para causar revuelo y pánico entre los habitantes del área. Los soldados japoneses intentaron actuar lo más rápido posible contraatacando volviendo la casa feudal su campo de guerra, Klaus en su estado de duermevela en seguida se dio cuenta del ataque.
Por un lado tenía que ir a proteger a Kenshi pero por el otro no quería dejar solo a Yuki, no cuando el mayor se sentía tan débil. Gruñendo se metió en la habitación de Yuki.
—¡Yuki! —Lo despertó, el castaño lo miró medio adormilado—. Por nada del mundo salgas de aquí, ¿me oyes? No debes salir de aquí no importa lo que escuches. ¿Me lo prometes?
—¿Klaus, qué…? —Yuki escuchó el claro disparo sonando a la lejanía. Su sueño se espantó—. ¡Ataque! —exclamó, apartando las mantas. Todo lo que estaba en su mente era proteger a los demás, estaban en alerta roja. No esperó unas manos tumbándole de nuevo—. ¡Klaus! —Esta vez fue un regaño.
—¡No! ¡Quédate aquí! —Se acomodó encima del cuerpo más pequeño para que no pudiera levantarse—. Yo protegeré a los demás, sólo... quédate...
—¿Cómo demonios me pides eso cuando los demás están en peligro? ¡Maldición, muévete! —Lo tomó por los costados para intentar quitarlo. No esperaba tener tantas fuerzas como lo tiene un niño pequeño; se asustó de la debilidad que azotaba su cuerpo.
—Los protegeré, los protegeré a todos... —Escondió el rostro en el cuello de Yuki, hablando tan bajo que sólo el castaño podía escucharle—. Pero necesito que te quedes aquí, así sabré que estás a salvo y podré pelear... Por favor.
Yuki se quedó quieto, respirando con dificultad. En sus oídos resonaban los disparos, una y otra vez, causándole dolor, ansia, desesperación, miedo…
—Vete —masculló—. Vete. Muévete, ya. Yo… me quedaré…, pero vete ya.
Klaus sonrió, le dio un efusivo beso a Yuki. Para cuando se separaron Klaus tenía la cola y las alas al descubierto, las escamas en su cuerpo abarcando más espacio en su piel. Con una sonrisa se despidió de Yuki saliendo por la ventana, en seguida más de un americano gritó ante la gran bestia negra de escamas que los estaba atacando.
.
.
.
Esa noche, cerca de las 7pm, todo se hallaba en tranquilidad. Kenshi y Ottori cenaban a la luz de las lámparas de gas, ninguno se imaginaba lo que estaba a punto de ocurrir: un grupo numeroso de soldados americanos se infiltraron sigilosamente en los terrenos del Señor Feudal, pasando y neutralizando a todo japonés que se atravesaba en su camino. Pasaron varios segundos valiosos antes de que alguien pudiera dar la alarma, entonces explotó el caos; la sangre corrió con la rapidez de un río manchando el suelo y el número de cadáveres fue aumentando conforme pasaban los minutos, si bien los americanos tenían una clara ventaja gracias a las armas de fuego y el ataque sorpresa, los japoneses estaban preparados y no pasó mucho tiempo para que el campo de batalla se igualara.
El sonido de disparos y gritos fue lo que alertó a los Ottori, padre e hijo, del ataque, casi en seguida escucharon el rugido característico de Klaus cuando se unió a la batalla. Taiga escuchó orgulloso los gritos de terror y desconcierto ante el dragón, por primera vez desde que regresaron del palacio del emperador se sintió feliz de tener al alemán entre sus filas. La felicidad le duró poco, un pequeño grupo de seis americanos invadió el espacio donde Kenshi y él se encontraban. El que era el líder se plantó frente a ellos.
—Señor Ottori, que gusto me da verlo —dijo de forma maliciosa, sentándose sin invitación y tomando la taza de té de la que tomaba Taiga.
—¡Maldito yankee! —maldijo Ottori, tenso como la cuerda de un arco. ¿Dónde estaban sus soldados? Se suponía que ningún americano debía llegar a ellos—. ¿Cómo entraste aquí, Wilson?
Kenshi se levantó de la mesa, un poco pálido pero manteniendo la compostura.
—Padre, ¿quién es él?
—Harold Wilson… —respondió con los dientes apretados.
—General de las fuerzas armadas de los Estados Unidos de América —completó el hombre con una sonrisa sardónica que puso los pelos de los hombres de punta. Con un gesto, Harold hizo que sus hombres arrastraran un par de cadáveres, los tiraron sin ningún cuidado frente a Taiga. Ottori frunció el ceño, eran sus guardias, cada uno tenía múltiples hoyos en el cuerpo, murieron a punta de balazos.
—¡Maldito seas! —gritó Ottori indignado por la muerte de sus hombres. Harold se reía fuertemente y causaba un desagradable escalofrío en los presentes. Tomó un sorbo del té en su mano y luego de escupirlo en la mesa con una mueca desagradable, tiró la taza al piso con asco—. Que porquería. Ustedes toman mierda. —Muy dignamente sacó un pañuelo de su chaleco y se limpió los labios—. A lo que vinimos. —Mirando a dos de sus hombres, hizo un gesto de burla hacia Kenshi—. Caballeros, llévense a la señorita de aquí, yo me haré cargo de Ottori. —Los dos hombres se acercaron a Kenshi con iguales muecas de burla—. Ah, y trátenla con cuidado, si saben a lo que me refiero. —Ambos asintieron entusiasmados.
Desde su lugar, Kenshi se crispó, alejándose más de los soldados.
—Si me llegan a tocar, juro que les patearé las bolas.
—¡No toquen a mi hijo! —gritó Taiga— Yo soy al que buscan. —Se levantó molesto, otros dos hombres lo agarraron de los brazos obligándolo a permanecer en su lugar—. Déjenlo en paz.
Sí, llévense al maldito viejo, llévenselo y déjenme a mí en paz, dijo Kenshi desde su mente sabiendo que no sería oído. No se preocupaba por su padre, era imposible, jamás pudo sentir una pizca de aprecio por él. Cualquier sentimiento positivo que pudo haber sentido hacia él murió luego de que Taiga…
La voz de Wilson le trajo a la realidad otra vez.
—Ottori, Ottori, Ottori… —dijo Harold con tono condescendiente—. No estás en posición de ordenar nada. —Le dio un golpe en el estómago con la culata del arma que lo hizo doblarse de dolor, si no fuera porque era sostenido por dos hombres se hubiera desplomado en el suelo—. Llévenselo de una puta vez —ordenó a sus hombres sin rastro de humor, los soldados se llevaron entre gritos a Kenshi—. Ahora a lo nuestro. —Tomó el poco cabello que tenía Ottori para obligarlo a verlo, se rio cruelmente en su cara—. Haré que te arrodilles ante mí antes de morir…
Taiga, aunque encogido por el dolor, reunió la suficiente entereza para mirarlo con el más profundo odio.
—Vete al infierno, maldito desgraciado. Nunca me arrodillaré a ti.
—Mi querido señor Ottori, ya estás prácticamente a mis pies.
Con una orden, los tres hombres que se quedaron con él ataron al Señor Feudal y lo colgaron de una viga en el techo, con los brazos alzados sobre su cabeza.
—Que bien se siente verte así, Ottori —dijo Harold con remarcado placer. De su cinturón sacó un látigo que trajo especialmente para la ocasión, lamió la empuñadura antes de asestar el primer golpe. El grito de Ottori desgarró el recinto, sus gritos se mezclaron con el olor a pólvora y sangre en el ambiente mientras que el general Wilson abría la carne de su cara, piernas y pecho mientras se reía tenebrosamente.
Continuará...
Esta editora pide disculpas por la tardanza, pero cuando estén en la facultad de su elección viendo metodología (en las preliminares de su tesis o tesis en sí) y le estén jodiendo los huevos/ovarios (disculpen la expresión, pero literal se siente así) con los primeros capítulos o todos, entenderán por qué pasó tanto tiempo sin actualización.
Que hayan disfrutado esta lectura, y nos veremos otra vez si es que sobrevivo.
Copyright © 2016 protegido en SafeCreative.
HISTORIA 100 % ORIGINAL.
No al plagio. Sé Original. Sé creativo.
