Capítulo 11

.

.

Mientras Ottori era torturado por el General Wilson, Kenshi era arrastrado por uno de los pasillos de la mansión. Los soldados que lo escoltaban lo obligaban a pasar por encima de sus compatriotas muertos, esos que mataron por intentarles impedir el paso a la habitación donde se encontraba el Señor Feudal con su hijo. Revisaron varias puertas hasta que los dos hombres encontraron una de su gusto, ahí arrojaron a Kenshi, haciendo que cayera dolorosamente al suelo.

—Bienvenido, su alteza —dijo con burla uno de los hombres. Tenía el cabello castaño bastante corto—. Nosotros seremos sus anfitriones esta noche. No se preocupe, le daremos un trato especial. —Una sonrisa lasciva curvó sus delgados labios.

Antes de que Kenshi pudiera levantarse del suelo, un segundo hombre, con una barba de candado, se le encimó al japonés impidiéndole moverse.

—Tú, tranquila, princesa. Te vas a divertir.

Kenshi desde el suelo lo mira con odio, y, levantando la mano, le da un puñetazo.

—¡No me toques!

—Maldito niño —blasfemó el de barba sobándose el golpe. Le dio un rodillazo en las costillas—. Tómalo —le dijo a su compañero con rabia. Entre los dos lograron inmovilizar al japonés, el castaño aferrando sus manos mientras el de barba se quitaba el cinturón para amarrarle las muñecas.

Con Kenshi inmovilizado, el americano castaño se permitió tocarle la cara.

—Tranquila, princesa. No querrás que esta hermosa cara se arruine.

—Si te portas bien podríamos llevarte con nosotros a América. —Manos lujuriosas comenzaron a recorrer su pecho. No prestaron atención al ruido de pasos apresurados fuera de la habitación, tan concentrados estaban en atormentar a Kenshi que no escucharon cuando la puerta se abrió

Shin entró en ese instante, acompañado de Jim. Ambos vieron la escena con terror y odio.

—Malditos idiotas, ¡déjenlo en paz! —Lanzándose contra los americanos, Shin tomó al hombre que sostenía las muñecas de Kenshi con la correa para luego golpearlo salvaje y fuertemente en la quijada—. Jim, llévate a Kenshi. Ponlo a salvo.

—De acuerdo. —Separó al pelinegro de inmediato, llevándoselo rápidamente de esa pelea.

Al ver que los dos estaban suficientemente lejos, Shin miró a los soldados.

—Vamos a jugar un juego, ¿Quieren?

—¡El maldito se escapa con nuestra puta!

—En vista de que has decidido interrumpir nuestra diversión, tomarás el lugar del pequeño.

—Mmm. A decir verdad, prefiero mantener mi culo a salvo. —Sonrió malicioso—. Pero yo no tendré compasión con ustedes. —Y comenzó a luchar a puño limpio contra ellos. Los americanos más acostumbrados a valerse de las pistolas no supieron contraatacar con un ataque directo. Noqueó a uno de los hombres, dejándolo en el piso, con una costilla reventada—. ¿También quieres unirte a él en el infierno?

—Ya veremos. —Desafió el de barba, lanzándose a la lucha de puños contra Shin.

El japonés atacó de vuelta, un derechazo que le lanzó al soldado. Estuvieron así durante unos minutos Shin tenía una herida sangrante en la nariz y otro en una esquina de su ceja derecha, aparte que sufría dolores en el costado izquierdo de su cuerpo. Sabía, por verlo, que su contrincante estaba en iguales o peores condiciones. Decidiendo acabar con el asunto, sacó un puñal de un escondite en su pantalón, y sin que el soldado lo esperara, lo clavó en su pecho. El cuerpo se desplomó en el suelo con un ruido sordo. Desde el pasillo Shin escuchó más pasos, pensando que eran más soldados salió para enfrentarlos, por suerte se dio cuenta de que era Klaus o probablemente hubiera tenido el mismo destino del pobre idiota que acababa de asesinar.

—Te perdiste la diversión.

Klaus presentaba un aspecto bastante desaliñado, moño flojo sostenía el largo cabello, la gran parte de su ropa y piel estaban manchadas de tierra y sangre.

—La mayoría de los americanos se han ido o están muertos. Los demás están revisando el perímetro por si queda algún americano rezagado. ¿Dónde está Kenshi? —preguntó bastante preocupado.

—A salvo. —Shin no entró en detalles.

—¿Y Ottori? Nadie ha podido ubicarlo. —Ambos se miraron preocupados. Si mataban a Ottori, entonces habrían cumplido con su cometido. Sacando el puñal del pecho del soldado caído, Klaus y Shin corrieron pasillo arriba guiados por el olfato de Klaus. A la distancia escucharon un disparo, eso los alarmó a puntos astronómicos, por lo que apuraron el paso para llegar a donde escucharon el sonido.

En la habitación de Ottori, tanto japonés como americano jadeaban, el primero por la gran cantidad de heridas sangrantes en su cuerpo, el segundo por el gran esfuerzo que conllevaba manipular un látigo. Sonrió satisfecho de su labor al ver la piel mancillada y la ropa destrozada de su enemigo.

—Que regocijante es verte así, Ottori. Pero es tiempo de terminar con esto. —Extendiendo una mano hacia sus subordinados, uno de ellos le alcanzó una pistola Luger, era una pistola de fabricación alemana, semi-automática, muy buena, se las habían ingeniado para conseguir unas cuantas de esas. — Todo lo que has hecho hasta ahora no ha servido de nada —habló con Taiga con voz calmada mientras cargaba el arma—. Tu ejército ha caído, nos apoderaremos de las nóminas y tú morirás con tus hombres, colgado como un pedazo de carne sanguinolento. No me imagino un mejor final para el que será el último Señor Feudal de Japón, pues no esperes que tu hijo logre heredar tu puesto. Él pronto morirá por igual.

—Maldito hijo de puta —dijo jadeante, los militares a su alrededor rieron como hienas por su vago intento de aún mantenerse firme ante su inminente muerte—. Podrás matarme pero Japón nunca caerá ante ti.

Harold, en cambio, sonrió satisfecho, porque sabía que eran las últimas palabras de un hombre a punto de morir.

—Di lo que desees, Ottori, mi objetivo está logrado y a ti ya no te queda nada de tiempo. —Apuntó el arma a su pecho, justo sobre su corazón. El disparo hizo que Taiga gritara de dolor, en sus últimos segundos de consciencia maldijo a Harold Wilson una y mil veces deseándole una muerte peor que la suya—. Adiós, Señor Ottori.

Guardando el arma en su funda, Harold ordenó la retirada. El General había ordenado a uno de los soldados que se quedara afuera de la puerta para vigilar, los tres americanos se sorprendieron al escuchar un desgarrador gritó agónico. Los dos subordinados de Wilson que quedaban prepararon sus armas. Los tres dieron un brinco en su sitio cuando el cuerpo sin vida de su camarada atravesó la puerta de papel dejando un gran hoyo, enseguida entraron lo que les pareció una bestia escamosa y un japonés.

Los soldados temblaron en su sitio ante la vista de semejante bestia cubierta de sangre de su compañero bloqueando la puerta, Harold tuvo la entereza de no mostrar tan obviamente su miedo. En cambio, los enfrentó apuntando con su arma a Klaus quien era la mayor amenaza, los otros dos soldados envalentonados por el valor de su superior apuntaron a los intrusos.

—Han llegado tarde —dijo con gran satisfacción el General—. Por lo que ven, Ottori ya está muerto y Japón caerá muy pronto, sólo es cuestión de tiempo… El juego terminó y yo gané.

Una furia ciega dominó a Klaus al ver el cuerpo sin vida de Taiga colgado en medio de la estancia. Abalanzándose hacia Harold, la sed de sangre estaba tomando el control de sus acciones, sin pensarlo clavó los afilados dientes en la yugular del militar destrozando su uniforme y la carne de su pecho con las afiladas garras. Harold hizo un horrible sonido de ahogamiento, con la sangre escapando de su cuerpo con demasiada rapidez, dejando una mortal palidez. El cuerpo se convulsionó un par de veces hasta que dejó de moverse para el fascinado horror de Klaus.

Shin, si bien se encargó de los militares presentes, no podía evitar distraerse momentáneamente por el ataque de Klaus. Esos días que estuvo cuidándole y la escena que se le presentaba ante él en ese instante, marcaba una enorme diferencia en la imagen mental que tenía del alemán. En otras circunstancias, si le hubiera conocido en esta fase, habría sentido pánico. La fiereza de sus actos le sobrecogía.

Permitió que algunos de los militares huyeran, que huyeran espantados. De los caídos, tomó sus municiones y armas, podrían necesitarlos más adelante. Respiró hondo antes de girarse a Klaus.

—Klaus…, tenemos que irnos de aquí. —Miró de Harold a Taiga—. Hay que informar a los otros y ayudarlos. La batalla aún sigue afuera.

Pasaron varios segundos antes que Klaus pudiera reaccionar correctamente, como si volviera a estar dentro de sus cabales. Se alejó unos pasos del militar muerto, impresionado y un poquito aterrado de haber matado a otra persona con tanto salvajismo.

—Hay... Hay que encontrar a Kenshi. —Se suponía que era el guardaespaldas de Kenshi pero no lo había visto desde que empezó el ataque.

Shin asintió.

—Jim se lo llevó para protegerlo, pero no deben estar muy lejos. —Dio un titubeante paso a Klaus, tomándole suave del brazo en un gesto a que le siguiera. En cuanto lo hizo, dirigió el camino por los confusos pasillos.

Pasaron por cuerpos caídos, algunos de militares americanos y otros de los guardias de Ottori. Tuvieron que guiarse un poco por el olfato de Klaus, finalmente hallando a Kenshi con Jim en una de las habitaciones más alejadas de la casa. Fue este último quien habló.

—¿Qué pasó? ¿Cómo está Ottori?

Shin miró a Klaus antes de devolver su atención al moreno, por un instante desviándose a Kenshi.

—Muerto. Ya lo estaba cuando llegamos.

—Pero logré matar al agresor de tu padre —intervino Klaus, dirigiéndose a Kenshi, pensando que eso le haría sentir un poco mejor.

—Eso no le devolverá la vida —respondió monótonamente el japonés. Era difícil discernir qué sentimiento expresaba. No parecía triste, pero tampoco feliz o enojado. Quizás lo único que se podía ver en sus ojos era temor, reaccionando al menor ruido que provenía de afuera.

—Esto es una masacre… —Jim se veía preocupado—. Los documentos… ¿Lograron llevarse algo?

Shin comprendió que se refería al Darality.

—No. Bueno, no sé dónde lo tenía Ottori, pero—

—Eso no está en la casa —interrumpió Kenshi—. Padre tampoco sería idiota para revelar su escondite aun si le torturaran.

Klaus se limpió la sangre de las manos antes de acercarse a Kenshi.

—¿Estás bien? —Sabía que era una pregunta estúpida tomando en cuenta todo lo que estaba pasando pero en verdad se preocupaba por Kenshi.

Sin poder controlarse, Kenshi retrocedió un paso.

—Sí… Sí, lo estoy. —Giró el rostro para desviar su mirada de Klaus.

Jim intervino.

—Puede que esté un poco… aturdido.

—Unos militares estaban atacándolo cuando llegamos. Tuvo suerte. —Si las miradas mataran, Shin estaría a muchos metros bajo la tierra por la mirada que le dio Kenshi.

Alarmado y preocupado, Klaus escondió sus rasgos y se inclinó a la altura de Kenshi para evitar que se asustara al hablarle.

—Perdóname. Mi deber es cuidarte y aun así no estuve a tu lado cuando estalló el ataque. Como tu guardaespaldas debí cuidarte mejor, a ti y a tu padre...

—Déjalo así. —Hizo un gesto para que se alejara—. Jim está conmigo. Encárguense de los demás. —Kenshi saltó en su lugar al oír el sonido de un arma preparada, fijándose que venía de Shin.

—Klaus, ¿en dónde dejaste a Yuki?

—En su cuarto, me prometió que se quedaría ahí. Cuando escuché los primeros disparos fui a su cuarto y le dije que no saliera por nada del mundo.

Shin bufó una maldición en japonés.

—Tenemos que ir a revisarlo. Aún no terminas de conocer a Yuki. —Le dio el arma a Jim, mientras él preparaba una segunda que tenía—. Estén alertas. Cuando la batalla fuera termine, ordenaré a alguien a que venga a informarles. —Miró a Klaus—. Vamos. Ahora.

—Volveré pronto —le dijo a Kenshi antes de seguir a Shin, alerta y con un mal presentimiento subiéndole por la garganta.

.

.

.

Yuki estaba ansioso.

Aún sonaban los disparos. Aún seguía la guerra. Aún no sabía nada de nada y aún seguía dentro como una mujer. Una mujer. Maldición, era un samurái. Se mató entrenando, fue molido a golpes; sudó, lloró y sangró para enfrentarse a esta situación si lo ameritaba. Por una gripe no iba a quedarse atrás. Decidido, se puso en pie y preparó a los rápidos, tomando su espada, desenvainándola y optando también por un arma de fuego que guardaba para casos extremos. Pocas veces la usaba, casi nunca mejor dicho, pero solo si la necesitaba. Salió de su habitación, cruzando rápido el pasillo para así exponerse al exterior. Odio verlo. Todo era un desastre con humo, hombres marchando de un lado a otro, el sonido de disparos siendo más fuerte y gritos de lucha por doquier. Era más de lo que imaginó que sería.

Frente a él luchaban sus compañeros, los americanos no estaban tan acostumbrados a la lucha cuerpo a cuerpo, algunos pocos que ya no tenían municiones se enfrentaban a los nipones con cuchillos y machetes, otros más rudos y de gran tamaño usaban cuchillos de combate con puños de acero integrados a su mango para infringir más daño a su contrincante, un arma blanca sumamente peligrosa que llegar a romper el cráneo de una forma rápida y sencilla.

Yuki se adelantó para unirse a la lucha, clavando su espada en los cuerpos sin compasión alguna, enviándolos directo hacia la muerte. Agradecía enormemente que su cuerpo cooperara, puesto que incluso cuando antes se sentía mal, ahora no era lo suficiente como para rendir poco en batalla. Cuidaba de no recibir daño alguno, no quería jugar con su suerte ni menos soportar los regaños de Klaus al haber roto su promesa. Había acabado con uno, y junto con otro compañero enfrentaban ambos a tres, batallando en sincronía. Shouta pronto se le unió también, así que estaban igualados. El chico fue herido de un momento a otro, dejándolo fuera de lucha, lo que hizo a Yuki tomar su lugar, rescatando su arma del suelo. A lo lejos vio a Itsuki, uno de los novatos a los que entrenaba, tener problemas con dos soldados americanos. Maldición. Clavando la espada de Shouta en el pecho de uno de los americanos con los que peleaba, sacó el arma de fuego y apuntó a otro que peleaba con Itsuki, logrando darle en un hombro. El joven, que debía tener la edad de Klaus, miró en su dirección dando un asentimiento y encargándose del restante. Yuki hizo lo mismo, enfocándose en su propia batalla.

Lamentablemente Yuki nunca previó la canallada que le hicieron. A diferencia de los japoneses, los hombres occidentales no solían pelear con honor, tenían la firme creencia de aprovechar cualquier oportunidad, por eso cuando Yuki se enfocó en su lucha con un americano al que se le habían acabado las municiones, no previó que uno de los soldados enemigos le disparara por la espalda. Por un instante, Yuki no lo sintió. Pudo percibir el leve golpe de algo contra su cuerpo, y poco a poco, un punzante dolor, tan insoportable, que provocó sus rodillas cedieran. Primero fueron estas quienes impactaron con el suelo, luego el resto de su cuerpo en tanto la debilidad le volvió a golpear. No pudo volver a levantarse, pero sí pudo sentir su ropa pegarse a su piel por la humedad. Sabía que la sangre teñía la tela conforme pasaban los segundos.

Con el líder del ataque muerto y el grito de retirada de los americanos, Klaus se sintió libre de ir a buscar a Yuki pero cuál fue su sorpresa al llegar a su cuarto y no encontrarlo ahí. Maldijo por lo bajo, Yuki y su estúpido amor patrio. Salió frenético a buscarlo, no tenía idea de donde podía estar y con tanto olor a pólvora y sangre en el ambiente era difícil detectar el aroma de Yuki.

A su alrededor, sus compañeros ayudaban a los heridos trasladándolos a la zona de enfermería que tenía la casa, a los más graves los llevaban a un pabellón que no pertenecía al terreno feudal pero era usado como hospital improvisado para esos casos. Klaus comenzó a gritar el nombre de Yuki al no poder verle, en su búsqueda desesperada se encontró con Shin.

—¡Has visto a Yuki? —le preguntó al borde de la histeria.

—¿Cómo si lo he visto? ¿Entonces no está en su habitación? —preguntó, la alarma apareciendo en sus ojos castaños de inmediato.

—¡Me mintió! ¡Seguro se fue a jugar al soldado valiente apenas lo dejé solo! —gritó enfurecido. Estaba colérico, preocupado y asustado—. Hay que encontrarle, no puede estar lejos.

—Le voy a jalar de las orejas — gruñó Shin, los dos saliendo de inmediato en su búsqueda.

Ambos fueron por todos los sectores en las que estuvo la lucha, llamando al samurái y preguntando a cada soldado aliado que veían por él sin obtener respuesta alguna. Para pasado unos minutos, estaban que caían en la desesperación, y ya que ninguno optaba por pensar fríamente, eso no les ayudaba mucho a calmarse.

Por fin pudieron encontrar a Yuki cerca del bosque de bambú, tirado en el suelo con una gran mancha de sangre bajo él. El primero en avistarlo fue Klaus, algo dentro de él se rompió, sentía su interior rugir de dolor.

—¡YUKI! —En seguida corrió hacia el castaño, sin importarle ensuciarse aún más se abrazó al cuerpo del menor. Con todo el cuidado que sus temblorosas manos le permitieron lo cargó, grandes lagrimones le empapaban el rostro—. Yuki. Yuki, por favor..., despierta, Yuki. No te mueras... ¡SHIN! —gritó el nombre del castaño con la esperanza de que le ayudara.

Oyendo el llamado, Shin corrió siguiendo los gritos de Klaus, un peso estableciéndose en su estómago, el frío helado recorriendo todo su cuerpo al ver a Yuki, inconsciente, sangrando, en los brazos de Klaus.

—Demonios. —Se apresuró a su lado, palpando en busca de su pulso, encontrándolo algo débil—. Rápido. Llévalo a su habitación. Iré por ayuda, quítale la ropa y con un paño limpio presiona la herida.

Klaus asintió torpemente, terminando de cargar a Yuki lo llevó lo más rápido que pudo a su habitación donde le acostó y le quitó la prenda superior. Retrajo las alas y la cola al estar dentro del cuarto de esa manera era mejor maniobrar con Yuki. Sus manos aún temblaban y sus ojos abnegados de lágrimas tampoco ayudaban a su visión por lo que terminó desgarrando la camisa de Yuki y con esta misma presionó la herida.

Shin, mientras tanto, se montó en uno de los caballos que estaba libre por el lugar debido a la pelea y galopeó hasta el pueblo. Podría ir y buscar uno de los médicos que atendían a los demás heridos, pero no confiaba en ellos lo suficiente para curar a Yuki. Además, sería tratado como otro igual, no le darían la relevancia que necesitaba. No iba a perder a su hermano otra vez. Conocía a una única persona que podría curarlo.

Pronto llegó al bar de Jim, entrando por la puerta trasera y subiendo los escalones hacia el segundo piso. Jim dijo que estaba ahí cuando salió del bar. No tocó la puerta, sino que entró de golpe en la habitación.

—Ruso, mueve tu trasero, recoge tus cosas y acompáñame —masculló al entrar—. Necesito tu ayuda. Es de vida o muerte. —Su voz jadeaba, su cabello estaba revuelto por el galope y había manchas de sangre en sus ropas, moretones en sus manos—. ¡Rápido!

El extranjero iba a replicarle que las guerras de otros países no eran su problema pero al ver la súplica y el miedo grabados en los ojos del castaño... No pudo negarse, era la mirada de sus compañeros cuando un amigo caía en batalla y hacían lo que fuera para mantenerlo con vida. Resoplando, recogió todo lo que creyó necesario en su inseparable maletín negro y siguió a Shin al corcel que los espera. Ambos montaron al animal, y aferrándose a la cintura del japonés, cabalgaron como alma que lleva el diablo.

No habían pasado más de 10 minutos desde que Shin se fue pero a Klaus le parecían horas, largas y tortuosas horas en las que pensaba Yuki podría morir de un momento a otro, se veía tan pálido. Un galope desenfrenado captó su atención y supo que se trataba de Shin.

Shin esperó que el otro bajara para hacerlo él de un salto, apresurándolo a seguirle y relatándole el estado de Yuki mientras se internaba con él en el nexo.

—Tiene una herida de bala en la espalda, más arriba de la clavícula. —Llegó a la puerta, deslizándola sin ceremonia alguna, entrando primero—. Klaus…

—¡Shin, demonios! Tardaste un montón, Yuki está... —Las palabras se quedaron congeladas en su boca al ver al acompañante de Shin.- ¿¡Qué haces tú aquí!? —le gritó colérico al ruso, luego a Shin—. ¿Cómo te atreves a traerlo aquí!?

—A530... —murmuró el recién llegado, impresionado—. De todos los lugares jamás imaginé encontrarte aquí.

—¡Fuera! —Al sentir la amenaza que era el oji-azul, sacó las alas y la cola a modo de amenaza, los dientes expuestos amenazadores, Klaus en verdad estaba alterado.

—¿Cómo, se conocen? —Shin miró de uno a otro, pero al ver a Klaus, Shin se interpuso—. ¡Klaus, maldición, compórtate! Yuki está grave, Vladimir es el único doctor competente en todo este jodido país para salvarle.

—¡No voy a dejar que éste maniático de la ciencia toque a Yuki! ¡Busca a cualquier otro pero él no se va a acercar a mi tesoro! —le gritó a Shin, sus nervios completamente destrozados por el estrés que sufrió en las últimas horas.

—Klaus... Tu amigo tiene razón...

—¡Cállate! ¡No quiero oírte! —le gritó al ruso en alemán. El hombre pareció entenderlo perfectamente.

—¡Todos los demás están enfrascados en curar a los otros heridos! ¿Cuándo se ocuparan de Yuki? ¡Deja de ser un malcriado y deja a Vladimir atender a mi hermano, demonios! —exclamó Shin—. A cada minuto que te sigues comportando irracionalmente, Yuki está muriendo allí. —Señaló el cuerpo del chico, acostado en el futón con la camisa manchada de sangre sobre su herida.

Eso captó la atención de Klaus. Más allá de su odio hacia el ruso y el temor de lo que podría hacerle si lo dejaba tocarlo, estaba la misma salud precaria de Yuki... Una batalla interna librándose en su interior.

—Klaus —llamó la atención Vladimir suavemente, sabiendo que le escucharía. El alemán le volvió a mirar con ojos asesinos—. Prometo no hacerle daño... Palabra de médico.

Tras pesarlo un momento más, el menor retrajo las alas y la cola pero por eso no dejó de mirar con odio al ruso.

—Me quedaré a vigilarte —le gruñó, dejándole pasar.

—Me parece justo. —Pasando al lado de Klaus, sintió como los ojos amarillos no se despegaban de él ni un solo segundo.

Shin alzó los ojos al cielo en agradecimiento, dejando salir una gran exhalación y acercándose a Vladimir.

—Dime qué es lo que necesitas…, aparte de que Klaus deje de mirarte como si en su mente ya te hubiera cortado la cabeza.

—Ese sería un destino muy piadoso considerando cuanto me odia —le dijo a Shin viendo a Klaus de reojo. El alemán se recostó en una esquina cerca de la puerta con las piernas encogidas contra su pecho, sus ojos amarillos resaltando en la penumbra del cuarto. Su posición era defensiva pero al mismo tiempo eficaz por si necesitaba saltarle al ruso a la garganta.

—Dame sábanas limpias, hay que limpiarle la sangre y debo sacar la bala. —Comenzó a sacar el bisturí.

Shin asintió. Se dirigió a Klaus antes de salir.

—No hagas nada estúpido. —Envió una última mirada al cuerpo inconsciente de Yuki y salió en busca de lo pedido por Vladimir.

El ruso utilizó la tela que Klaus uso para detener la sangre para limpiar un poco el exceso de sangre. El chico iba a necesitar un trasplante de sangre...

—Esto va a ser un problema —murmuró para sin mismo. Sacó una aguja preparando la anestesia local. Escuchó a Klaus gruñir tras él al ver la aguja—. Es anestesia —le explicó—. No le haré nada. Pero necesito que colabores, ven acá y ayúdame a girarlo, podré llegar a la bala si lo giramos. —Pensó que Klaus lo mandaría a freír espárragos pero la preocupación por el castaño era más grande. Receloso, se acercó a Vladimir para girar a Yuki.

Shin regresó pronto, jadeante, demostrando que había estado corriendo. Traía una pila de sabanas, además de pañuelos limpios.

—Jim traerá en un momento un poco de agua tibia. —No iba a comentar que se alegraba el que Klaus no se hubiera lanzado contra el ruso apenas se marchó.

Después de eso no hubo tiempo de hablar, se concentraron en mantener a Yuki estable. Klaus seguía mirando al ruso con enojo y vigilaba cada uno de sus movimientos, su cuerpo siempre en tensión. Entre Shin y Klaus hurtaron unas bolsas de sangre para Yuki, Vladimir las conectó e inició el trasplante. Cuando terminó, Vladimir curó las heridas de Shin, Klaus se alejó del ruso en cuanto le vio las intenciones de acercársele mucho.

Jim había traído un balde con agua para limpiar los pañuelos usados, marchándose luego para no estorbar y justo en ese momento volvió con una bandeja con té.

—¿Cómo está el chico? —preguntó a Vladimir mientras le pasaba una taza de té. Shin ya estaba bebiendo el suyo, agradeciendo que el liquido le calentara por dentro.

Vladimir agradeció la taza.

—Débil. Por suerte la bala no dio en un lugar crítico y pude extraerla. —Dio el primer sorbo—. Sólo queda esperar su recuperación.

Shin dio un suspiro de alivio. Bajó la taza y entonces miró de Klaus a Vladimir. Jim se dirigió al alemán para darle la otra taza restante.

—Bien, ahora, ¿me podrían explicar de dónde se conocen ustedes dos? —preguntó, señalando a los europeos.

—¿Se conocen? —Jim no estaba enterado de ello tampoco ni mucho menos.

—El niño escamoso montó una escena cuando traje a Vladimir aquí —informó Shin.

—Eso es más difícil de explicar... —comenzó Vladimir pero Klaus interrumpió.

—Él fue el que me convirtió en esto —dijo el alemán con un tono acusatorio. Tomó la taza de Jim, olisqueándolos primero, ahora tenía la costumbre de revisar lo que se bebía o comía.

Shin y Jim se miraron sorprendidos y luego entre Klaus y Vladimir. El castaño fue el primero en hablar.

—¿Tú fuiste el científico loco quien lo volvió escamoso? —Shin no podía creerlo—. Te creía mal de la cabeza, pero llegar al punto de lunático era exagerado. ¿Por qué?

—Fue por el bien del progreso —se justificó Vlad pero eso sólo hizo encolerizar más a Klaus.

—¡Al diablo tu progreso! ¡No tenías derecho a hacerme esto! —medio gritó medio susurró, no quería perturbar a Yuki.

—Eras un sujeto perfecto. Mira lo mucho que has progresado...

¡Silencio! No quiero oírte -—le dijo en alemán, se negaba a hablar ruso—. ¡Me criaste, me enseñaste y aún así me traicionaste! —Los ojos se le estaban aguando—. Nunca quise ser esto. —Era demasiado por sus emociones; la guerra, el miedo de perder a Yuki y ahora tener que enfrentar al hombre que había plagado sus sueños de dolor y pesadillas por los últimos tres años.

Jim decidió intervenir, acercándose a Klaus con cuidado.

—Basta. No te expongas más —dijo con voz suave. Sus ojos se enfocaron en Shin y Vladimir—. Shin, ¿por qué no escoltas al doctor fuera? Creo que es lo mejor. Todos necesitamos descansar, ha sido una noche muy larga. —Jim se giró a Klaus—. ¿De acuerdo?

—¿Por qué no vas tú con él? —preguntó Shin, confundido. Irían en la misma dirección.

—Voy a quedarme a ayudar a los demás heridos. Me marcharé más tarde.

Klaus asintió. Volviendo a su sitio al lado de Yuki con las piernas cruzadas, miró fijamente al castaño, velando por él. Los demás entendieron que no se iba a mover de ahí, Jim se acercó y le puso una frazada encima.

Shin y Vlad estaban afuera del cuarto mirando a Klaus cuidando con tanto fervor a Yuki.

—Lo monitorearé un tiempo, hasta que mejore —le dijo a Shin, comenzando a caminar—. Klaus ha cambiado.

Shin iba tras de él, la voz de Jim diciéndole algo a Klaus alejándose conforme ellos se acercaban a la entrada de los nexos, a la salida al exterior.

—Bueno, en verdad lo afirmaría si lo conociera según tu punto de vista. Pero en el tiempo que llevo desde que le conozco, hacia un mes, sí he notado cambios: es tan voluble como un adolescente. Aunque está mucho mejor cada vez que Yuki anda cerca. —Suspiró—. Tengo entendido que Yuki fue la única persona en tratarlo como un igual desde que llegó aquí a Japón. Los demás lo veían como un monstruo. Me enteré incluso que corrían rumores de una bestia rondando por los alrededores antes de que él se estableciera aquí por órdenes de Ottori, el dueño ya difunto de este lugar. —Con un gesto abarcó todo el terreno—. Lo mataron hoy.

Vladimir continuó su camino.

—Si no hubiera escapado del laboratorio los experimentos se hubieran llevado a término y quien sabe... Tal vez no tendría ese aspecto. —Le restó importancia—. Pero ahora que lo he encontrado podré reabrir el proyecto —dijo entusiasmado—. Sería una lástima si el proyecto se cerrara para siempre pero ahora con el único sujeto que pasó la prueba vivo ¡podré concluir mis ideales!

Shin bufó.

—Sigue soñando. ¿Acaso no viste como se puso el chico cuando te vio hace un momento? Estaba que te clavaba las garras en la garganta. ¿Cómo piensas "concluir tus ideales" si Klaus no quiere verte ni en pintura?

—No es como si fuera tan idiota para enfrentarle solo. —Se rió el ruso, ya habían llegado al exterior—. Sé de lo que es capaz ese chico. Por ahora no haré nada, me enfocaré en mi investigación de campo, cuidaré de tu hermano y cuando vuelva a Rusia... daré la alerta y Klaus volverá a casa.

Shin se detuvo, mirando a Vladimir como si no le reconociera.

—¿En serio serás capaz de eso, Volsk? ¿No te basta con lo que le has hecho al pobre chico? En cuanto escapó de tus manos, lo perdiste. Ya él ha hecho casa aquí en Japón.

Volsk también se detuvo, volteando para ver a Shin.

—¿Te encariñaste con él? —Sonrió—. Eso suele pasar al principio. Esos grandes ojos de largas pestañas te invitan a protegerlo pero como te darás cuenta, es un recurso muy importante de investigación y no puedo quedarme admirándolo.

—No hablo de eso, es un humano también. No puedes jugar con la vida de los demás, no eres Dios. Lo mejor que puedes hacer es dejarlo en paz y enfocarte en tus juegos de química. Lejos de Klaus. —Siguió caminando, rebasándolo—. No creas que podrás obtenerlo con facilidad.

Esta vez se le escapó una risa irónica.

—¿Piensas detenerme?

Shin le miró por sobre el hombro, sonriendo de la misma forma.

—Así como a ti se te ocurren locuras, a mí también, ruso. Tenlo presente: va a costarte siquiera rozar al chico.

—Suena a una competencia. —Siguió caminando hasta darle alcance a Shin—. Me encantan los retos. —Los ojos azules parecieron resplandecer a la luz de la luna otoñal.

El castaño negó, dándole un par de palmadas en la espalda al otro.

—Amigo, te hace falta una mujer. Alguien debe controlarte. —Le miró—. Conozco unas muy guapas en el pueblo.

Vlad lo pensó por un momento. ¿Cuando fue la última vez que se acostó con alguien? No lo podía recordar.

—Supongo que podría conocer a alguna.

—¡Esa es la actitud! —Siguió hablando sobre las posibles candidatas aptas para él, dejando en claro que hacía mucho más que solo encargarse de caballos en los terrenos feudales.

En la habitación de Yuki, Jim ayudó a Klaus a prepararlo todo para que éste pudiera descansar, trayendo el futón de la habitación del alemán y acomodándolo junto al de Yuki.

—Está claro que no despertará hasta mañana, y va a necesitar que tengas todas las energías contigo. Trata de dormir un poco, un par de horas aunque sea. ¿Está bien? —Estaba parado frente a la puerta, con el bol de agua manchada de la sangre de Yuki y los pañuelos usados mientras Vladimir le curaba.

—No creo que pueda dormir, Jim. —Klaus ahora estaba sentado sobre el futón con el edredón encima y la manta que le dio el negro—. Tengo miedo de que si me duermo, Yuki se vaya de mi lado. También... —titubeó un poco, bajando la mirada—. Maté a un hombre, varios de hecho. Nunca antes había matado.

Jim dejó el bol en el suelo, caminando hasta caer de cuclillas junto al alemán.

—Klaus… —Apartó un mechón de su rostro. Jim había limpiado la sangre de sus manos, y debido a que no dejó que Vladimir le curara, tuvo que hacerlo él—, escucha, Yuki te necesita… y te necesita bien, pero si permaneces despierto, sin dejar a tu cuerpo descansar un poco de todo el estrés, la preocupación y el cansancio… ¿qué estás haciendo entonces? Yuki no irá a ninguna parte, puedes confiar en eso. Y… —Suspiró largamente— todos algunas veces tenemos que matar. Sea por protegernos, por proteger a los que amamos, por ser un deber…, por todo. —Le apretó suavemente el hombro en apoyo—. No te atormentes por eso.

Miró a Jim por un momento, los ojos ámbar dilatados para dejar entrar suficiente luz y poder ver en la oscuridad. Asintió recostándose en el futón lo más cerca que podía de Yuki.

—Gracias por todo.

—Arrópate. —Jim acomodó las cobijas que le cubrían, haciendo un poco lo mismo en Yuki—. El invierno está llegando rápido. Cualquier cosa, puedes encontrarme en la tienda de enfermería que montaron cerca de aquí. Trata de descansar. —Tomó nuevamente el bol al acercarse después de ponerse en pie, y salió de la habitación cerrando tras de sí.

Se quedó observando la silueta de Yuki, el agradable olor a durazno se intensificó durante las últimas semanas. Contempló la pausada respiración y así se quedó dormido sin darse cuenta.

.

.

.

Era mentira que Angie dejó Japón inmediatamente, todavía tenía un par de cosas que hacer, nada tan extraordinario como infiltrarse en otra fiesta o hacer una artimaña particularmente complicada para conseguir un objeto valioso por lo que en menos de dos semanas terminó con todo y zarpó en el primer barco.

Estaba por cumplir las dos semanas de viajes pero ella lo sentía como siglos. Desde que se montó en el barco se sentía mal, vomitaba, le daban mareos constantes, el antes agradable olor del salitre ahora le daba alergia por lo que pasaba casi la mayoría del tiempo con la nariz roja y aguada. Por lo general los mareos le venían después de pasar un buen tiempo dentro del barco pero esta vez fue desde el principio y empeorando, también estaba el detalle de sentía los senos inflados y sensibles provocando que hasta el roce de la ropa fuera insoportable.

También estaba el detalle de que sus horas de sueño eran un desastre al igual que su alimentación pero ahora sentía mucho cansancio y cada tarde luchaba para no quedarse dormida. El pescado que tanto le gustaba ahora lo comía el doble y el triple. ¡Para su completo horror, parecía un barril sin fondo! Pero no podía evitarlo, el pescado sabía muy bien...a diferencia de otros alimentos que no podía ni olerlos de lejos porque tenía que correr a la cubierta del barco para vomitar.

Dio gracias al suelo para cuando a la tercera semana tocó puerto, nunca había extrañado tanto la tierra. Aún le quedaba un buen tramo que viajar. Llegó al puerto de San Diego, América, donde debía encontrarse con un traficante al que le vendería la preciada joya que le robó al japonés panzón y después podría volver a Monterrey, México.

Durante el viaje pasó cerca de una base americana donde ella sabía que el que la comandaba era el Mayor Tyrone Wilson. Se quedó un rato por los alrededores intentando escuchar conversaciones o tratar de descubrir algo más que le sirviera a Klaus, porque esto lo hacía únicamente por Klaus, el destino de los japoneses o los americanos le traían sin ningún cuidado.

No descubrió nada útil sobre algún ataque terrestre o marítimo en contra de Japón pero grande fue su sorpresa al escuchar una conversación de unos soldados descuidados. Refunfuñaban en contra del Mayor Wilson, despreciando su obsesión por el científico ruso que conoció en una fiesta en la tierra del sol naciente, que los tenía hasta la coronilla por su mal humor al no poder encontrar mucho de dicho científico y eso sólo lo hacía más insoportable.

Angie sabía por el propio Klaus que quien realmente estaba buscando Tyrone no era a Volsk precisamente, porque el Mayor se prendó de la imagen que Klaus le proyectó y después de los méritos que el mismo Volsk había conseguido. Pero por la manera en que los soldados hablaban de Tyrone, era como si se hubiera obsesionado de Klaus...

—Tengo que ponerle sobre aviso. —Alejándose de los americanos, escribió una carta donde le decía a Klaus lo que ocurría, que no saliera de Japón así estaría más seguro, también agregó que ella estaba bien –mentira–, que no tenía nada de qué preocuparse –mentira–.

Suspiró al releer la carta. Con amargura pensó que si a los engaños dieran premios, ella ya hubiera ganado unos cuantos. Tachó la última parte dejando sólo la advertencia. Acercándose a un puesto de correo, puso los sellos reglamentarios y el remitente, así la envió, continuando en seguida su camino a Monterrey.


Continuará...

Esta editora pide disculpas por la tardanza. Espero que hayan disfrutado esta lectura, y la introducción oficial de Vladimir Volsk a escena. Nos veremos otra vez si es que sobrevivo a los estudios.

Copyright © 2016 protegido en SafeCreative.

HISTORIA 100 % ORIGINAL.

No al plagio. Sé Original. Sé creativo.