Capítulo 14
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Yuki había pensado, sí que había pensado.
Desde que Vladimir se fue el día anterior, apenas hablaba y cuando preguntaban por su silencio, solo decía lo que hacía: pensar. Ya que no podía moverse mucho sin cansarse y tampoco quería que Klaus o Shin le cargaran como inválido, optaba por quedarse callado y pensar. Al hacerlo, pedía a Klaus que se acostara a su lado y así él podría apoyarse un poco en su cuerpo, y se quedaba de esa manera, mirando la pared frente a ellos o el techo. Por su mente pasaba las teorías de Vladimir, sus hipótesis, sus afirmaciones, las expresiones de Klaus, sus respuestas, sus acciones, lo que él mismo sentía, lo que pasó el día del baile en el palacio Imperial y lo que pasaba por su propio cuerpo.
Estaba gestando un bebé.
Para él como seguidor de Buda, representaba una calamidad. Era claro para él que no era natural, y pensamientos horribles como que se sentía fenómeno, más que Klaus, cruzaban su mente. ¿Pero no así se sentía ya desde que descubrió que podría hablar con los muertos? ¿En realidad, pensaba él, esperar un bebé era más terrible que la locura de ver espíritus y hablarles? ¿Era peor la locura que la anormalidad? Ni olvidar que… era una parte de él y de Klaus la que estaba creciendo bajo su piel y carne, un niño o niña que había dado la vida por tener…, en otra circunstancia, claro. No que ahora, por cómo crecía, no la querría… En el pasado vio varias mujeres en estado, con sus enormes pansas y las oía hablar de antojos, dolores, nauseas… y las maravillosas sensaciones de patadas y movimientos del bebé dentro de ellas. Cuánto había anhelado, por curiosidad, saber lo que se sentía. Quizás eso significaba que Shin tenía razón y él mismo poseía algo de mujer…
No, no tenía razón, y le iba a partir por el cogote si lo volvía a decir.
Por lo que ese día, después de que Vladimir se marchara, y acabando de almorzar –Shin había ido por la bandeja, dejándolo otra vez con Klaus–, se giró hacia el alemán.
—Oye…, considero que…es momento de hablar sobre mi estado actual. —Yuki, aun sentado sobre el futón, bajó la mirada a su estomago. Una vida. Una vida crecía en él—. Sobre…el bebé…que tengo…
—Lo siento —murmuró Klaus—. No tenía idea. Al parecer ninguno fue capaz de prever este escenario. ¿Estás molesto conmigo? —Desde hace semanas la culpa de haber forzado a Yuki lo carcomía por dentro, luego, con el susto de la bala no se había dado el tiempo para procesar todo lo que estaba pasando y ahora con la paz que le daba saber que Yuki estaba fuera de peligro no podía evitar pensar y una vez más la culpa volvió.
¿Estaba molesto con Klaus? Los ojos de Yuki le recorrieron; cada facción, cada gesto, su cabello, sus ojos.
—No…, no lo estoy… ¿Cómo podría? Quizás ambos somos víctimas de todo esto…, de lo que te hicieron y provocó…esto… —Yuki negó—. Ya te he perdonado por eso, Klaus…, pero no es de eso lo que quería hablar… Es el bebé…
Hasta ese momento, Klaus no se había dado cuenta. Yuki estaba embarazado y él.
—Voy a ser padre... —murmuró como una gran revelación. Miró a Yuki con angustia—. ¡Vamos a ser padres! ¡Y-yo...no sé nada de bebés!
Yuki mostró una cara de pesar.
—¿Eso significa…que no quieres tenerlo? —Su mirada descendió—. Yo… Siempre me han gustado los niños, he tenido la ilusión de poder tener varios. Criarlos, cuidarlos, protegerlos y amarlos, darle una vida mejor a la que tuve. Aún si este bebé no nace normal, yo…lo amaría…porque está naciendo de mí… y de ti… pero si tú… —Negó—. No quiero forzarte. Si no quieres tenerlo, yo… yo lo haré.
—¡No! No. No. No. No. No... No. —¿Cómo llegaron a ese punto de la conversación? — Yo no... Nunca dije. —Tenía un revoltijo de ideas y parecía que su cerebro y boca no se ponían de acuerdo para expresar una frase completa—. Jamás pensaría en dejarte solo, solo...me siento sorprendido por esto. Tú tuviste tiempo de imaginar una familia, de qué manera criarías a tus hijos... Yo nunca tuve tiempo de hacerme a la idea ¡y ahora de pronto seré padre! —Una carcajada nerviosa se le escapó.
Yuki levantó los brazos, pidiéndole que le abrazara.
—Ven acá...
Klaus concedió su deseo sin ningún tipo de réplica, envolvió a Yuki entre sus brazos con cariño, sintiendo el dulce olor a durazno picarle la nariz. Yuki lo abrazó con la fuerza que tenía, acariciándole la cabellera negra.
—Serás un buen padre, Klaus. Porque sé que serás aquel que no tuviste..., y me tendrás también. Imagínate..., los dos llevando a nuestro niño de la mano, haciéndole cosquillas... Tú le llevas a volar y yo le enseñaría todo lo que sé de artes marciales... —La voz de Yuki sonaba soñadora. Sonreía, y parecía más animado que antes. Suspiró feliz—. Si me gustaría tanto...
—¿Y si fuera una niña? ¿Una niña con tu color de cabello y mis ojos? —preguntó risueño, encantado con la imagen que le pintaba Yuki de un futuro juntos.
—Oh, le pondría todos los pequeños kimonos que viera... Y haría lo que me gusta hacer con los niños: contarles cuentos. Recuerdo que mi padre, en los pocos años que estuvo conmigo, me contaba historias para dormir... Me gustaba oírlas, y ahora me imagino haciendo eso, no importa si es un niño una niña... Haría tantas cosas... —Miró a Klaus, separándole un poco. Su mano acaricio su rostro, la palma ahuecada contra la mejilla—. Una familia..., los tres...
Klaus no pudo resistirlo, le dio un largo beso a Yuki, suave, con cariño, sin la necesidad de profundizar el toque. Cuando se separaron el menor tenía una sonrisa de oreja a oreja, apoyando la frente contra la de Yuki.
—Seremos una pequeña familia. —Besó su frente—. Prometo protegerte, a ti y a nuestro hijo...
Yuki sonrió, correspondiéndole el gesto.
—Y confiemos en que Shin le malcriará tanto como nosotros mismos. Creo que…, cuando lo vaya asimilando, se pondrá muy contento de ser tío. —Por primera vez, desde que su salud había decaído, Yuki se veía feliz y ansioso—. Y Jim… ¿crees que le guste ser su padrino? Yo…, todo lo que ha hecho hasta ahora…, no sé. Sería lindo si lo fuera…, ¿qué dices tú?
—Se lo ha ganado. —Estuvo de acuerdo el alemán—. Tendremos que tener cuidado, con lo malcriado que se pondrá seguro que será un pequeño terror —rió Klaus, divertido—. Suena como un grandioso futuro.
Yuki, ahora, fue quien se abrazó a él, hundiendo el rostro en su cuello.
—Un muy grandioso futuro. No importa como sea, le amaremos… —Entonces, cerró los ojos y al tiempo que suspiraba, dijo—: Te quiero, Klaus…
—También te quiero. —Acomodándose en la cama, dejó a Yuki reposar entre sus brazos, la debilidad de su cuerpo provocando que se quedara dormido en segundos. Klaus se quedó despierto acariciándole el cabello y velando su sueño, y para cuando el mayor volvió a despertar, continuaron hablando en susurros sobre la agradable vida que se imaginaban.
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La noche llegó mucho más lenta de lo que le hubiera gustado. Aun cuando se enfrascó toda la tarde en hacer investigaciones en su habitación y maldecir un millón de veces la falta de equipos, el ocaso pareció ir lento a propósito. No fue sino hasta dos horas después de que se ocultara el sol que Vladimir emprendió su camino a la casa feudal pensando que ese era tiempo suficiente para que Kenshi terminara su trabajo y se arreglara para su noche juntos.
No tuvo que decir nada a los guardias, ellos ya le conocían; cuando llegó a la casona uno de los sirvientes de Kenshi –el que usaba lentes– lo estaba esperando en la entrada para guiarlo. Sin ninguna palabra el joven japonés lo guió por los largos pasillos. Si bien para cualquiera ese era un laberinto sin fin, Vladimir ya estaba acostumbrado a ese patrón, frutos de años de trabajo dentro de un recinto de interminables paredes blancas y muertas metálicas.
Kenshi estaba acostado con el futón en medio del cuarto, leyendo un libro cuando la puerta la escuchó abrir. Volteó a ver quién era, mostrando desconcierto en tanto vio al ruso aparecer con Kaoru.
—¿Qué haces aquí? —Y se acordó—. ¡Ah! —Riéndose, se puso en pie—. Claro, ya me olvidaba de ti. —Se le acercó, tomándolo del brazo e internándolo en su habitación—. Como eres tan importante. —Sarcasmo teñía su voz.
La habitación era grande, con dos paredes adornadas de cuadros con letras japonesas, había un pequeño altar en una esquina de la que provenía un suave olor a vainilla y era lo que impregnaba el cuarto del mismo olor, un futón más grande que el mismo que tenía Yuki, un armario llegando al techo de la que al lado estaba una estantería repleta de libros e artilugios –había una colección de distintas hierbas con etiquetas debajo protegidas dentro de una caja de vidrios, del tipo donde se hacían colecciones de animales disecados– e incluso una sala pequeña, cerca de otra puerta y una ventana, se hallaba allí.
Kaoru sacó del almario un yukata ligero para Vladimir, dejándolo colgado de un gancho por si el ruso quería ponérselo. Le deseó buenas noches a Kenshi y se retiró dejando a la pareja sola. Vladimir observó toda la habitación. Era tan diferente de las habitaciones europeas, sobre todo esos colchones en el suelo.
—¿Es tu habitación o la de tu padre?
La sonrisa de Kenshi titubeó, su expresión como si se contuviera de hacer una mueca de molestia.
—Obviamente es mi habitación. —Caminó hasta tumbarse en el futón, estirando las piernas e inclinándose hacia atrás, apoyado en sus manos tras su espalda, observando todo el lugar y luego al ruso—. Estoy bastante cómodo aquí como para mudarme.
—Es bueno saberlo. —Asintió distraído. Cuando sus ojos llegaron a Kenshi, se entretuvo bastante delineando su figura; largas piernas que podía imaginas sedosas al tacto, delicadas manos que nunca conocieron el trabajo forzado pero sus pectorales y vientre marcados delataban la actividad física del deporte que vio practicando al chico, el cabello medio largo suelto tocando suavemente su piel y resaltando el negro azabache con la blancura de su rostro...
Kenshi se mordió el labio para no reírse como quería. Resultaba muy divertido verle la cara embobada del otro…, vérselas a todos,en realidad.
—¿Vas a quedarte allí parado como un bobo toda la noche, Volsk? Sé que luzco apetecible, pero tampoco es para tanto. —Señaló sus pies—. Te saldrán raíces.
—No soy uno de tus enamorados, ten eso en cuenta. —Se acercó lentamente al futón—. Lo que hay entre nosotros es mucho más delicado, me estás dando tu cuerpo a cambio de algo que deseas. —Caminó hasta que se situó encima de Kenshi, sus pies a cada lado de su cuerpo—. Por otro lado, me gusta deleitarme con la fruta prohibida antes de siquiera morderla.
El menor bufó.
—Eso último suena tan religioso para venir de un científico. —Se acostó plenamente, pero subió una rodilla, la tela del yukata deslizándose hasta dejar ver una de las blancas y tonificadas piernas—. Quien lo diría.
Vlad arrugó el gesto ante eso. Algunos hábitos eran difíciles de matar. Sin expresar nada más, se encimó sobre Kenshi apoderándose de sus labios, rudo, apasionante. No le daba tregua. Manos inquietas recorrieron el torso del joven desacomodando la ropa.
Y a Kenshi no le importaba eso, le prendía. Sus manos quietas a ambos lados del cuerpo de Vladimir comenzaron a desfajar la camisa, presurosas, subiendo la tela y posando sus manos ligeramente frías en la tibia piel. Acarició el torso firme y musculoso, con ligera capa de vello. Eso se sentía tan bien contra sus palmas, el cosquilleo acariciándole. Las manos se deslizaron hacia su espalda, apretándolo más a él. No de besarlo, seguir su ritmo, chocar sus dientes o rozar su lengua con la otra, siéndole arrancado un jadeo.
Ansioso, Vladimir deslizó los ligueros del pantalón de sus hombros para que Kenshi pudiera sacarle la camisa con facilidad, sin dejar de besarlo, sus bocas haciendo ruidos de succión por la intensidad del desenfrenado beso. Se separaron al faltarles el aire pero Vladimir no se detuvo ahí, repasando los pectorales del menor se encontró con las turgencias de las tetillas de Kenshi las cuales acarició y apretó, bajó el rostro y apresó uno de los botones rosas entre sus labios, mordiendo y lamiendo el área hasta dejar los pezones ensalivados.
Kenshi enterró los dedos en los cabellos negros, desordenándolos, al tiempo que liberaba sus piernas y las anclaba a la cadera del ruso, provocando así que sus erecciones se frotaran, no obstante…
—¿He dicho ya…? —Comenzó en un jadeo—. ¿…que gusto de dormir desnudo? —Al haber alzado las piernas, subió la tela del yukata, su pene frotándose contra la tela del pantalón de Vladimir—. Cielos, traes tanta ropa encima que me das calor.
—Niño travieso —ronroneó el mayor contra el cuello de Kenshi, dando una larga lamida para luego atrapar el lóbulo entre sus dientes.
Con la mano izquierda se desabrochó el pantalón y sacó su erección para que sus miembros se tocaran directamente mientras el ruso continuaba desvistiendo a Kenshi, al final decidió que sólo desacomodaría la ropa dejando expuestas las piernas y el torso. Siendo sincero, la vista de un yukata desarreglado era deliciosa.
—Comienzo a comprender la belleza de estas batas —murmuró para sí, impidiéndole a Kenshi contestar correctamente cuando tomó ambas erecciones juntas comenzando a frotarlas.
El japonés rió, una corta risa que se combinó con sus gemidos. Cerró los ojos, dejándose llevar un momento por la plácida sensación de ese miembro rozando contra él, el toque de esa mano. Tomó de la nuca a Vladimir, atrayéndolo a un nuevo y necesitado beso. Con la mano libre toqueteó su pecho, deteniéndose en uno de los pezones a los que pellizcó. Los labios se alejaron de los rusos, besando la mandíbula, la mejilla izquierda, dejando un reguero de besos desde allí hasta el cuello, lugar donde mordió, chupó, hasta dejar una marca.
—Kawaiidesu… —susurró jadeante, admirando su obra.
Tocándose el punto donde sentía aún la piel caliente, Vladimir presionó el moretón que sabía se pondría más oscuro.
—Con que esas tenemos —dijo divertido, inclinándose para atrapar la piel cerca de la tetilla donde dejó un moretón igual al suyo—. Encantador. Muy encantador. —Sintiendo la humedad de sus miembros escurrir de sus manos, decidió que era hora de continuar—. Suficiente preámbulo. —Sacando un frasco de su bolsillo trasero, se coló entre las piernas de Kenshi donde vertió un poco del líquido viscoso semi-transparente. Estaba un poco frío por lo que Kenshi dio un respingo.
Los dedos de Kenshi se apretaron entorno a las cobijas del futón, mordiéndose el labio. No lo diría a nadie, y se mentiría a sí mismo si no tenía una extraña combinación de grandes ansias y nervios, expectante en todos sentidos. Sabía bien lo que vendría…, aunque él… ¿Tenía qué…? Era parte del trato. Tenía qué.
—¿Has estado con otros antes? —cuestionó, en voz baja, ladeando la cabeza—. Tenía entendido que eras un ermitaño oculto de la sociedad…
—Me gusta mi privacidad pero sigo siendo un hombre y como tal, tengo necesidades como el resto. —Tanteó la entrada de Kenshi suavemente, luego metió de la misma forma el dedo medio con medida facilidad—. No es la primera vez que preparo a un hombre pero si es la primera que me acuesto con uno —le confesó al joven mientras movía el dedo en su interior dilatando la entrada.
Cerrando los ojos por un momento, Kenshi tensó su cuerpo a propósito, apretando el dedo dentro de él. Se mordía el labio.
—Uh..., así que...optaste romper la rutina por mi... Que halago. —En su interior no podía evitar negar que se sintiera cómodo. Ni tampoco iba a confesar que era también la primera vez que era la "primera vez" para él, con un hombre, así. Iba a ser interesante.
—No aprietes —le advirtió, agregando otro poco del lubricante. Eso ayudó a insertar otro dedo. Vlad sonrió al tener a Kenshi todo tembloroso y mojado—. Eres un desastre aquí abajo... —Miró a los ojos al chico—. Soy bastante grande. ¿Debería poner otro dedo?
Kenshi le observó como si fuera obvio.
—No andaré como un pato a la mañana siguiente por culpa tuya, cariño —dijo, su voz irónica—. Si soy un desastre por allá..., no estás dando el ejemplo de perfección. —Movió su trasero hacia la mano de Vladimir.
Vladimir no pudo evitar reír ante la desfachatez del otro. Nunca tendré un momento aburrido con él, fue lo que se le pasó por la cabeza antes de insertar un tercer dedo. Moviéndolo dentro, intentó ensanchar la entrada sin hacerle daño.
Ahora Kenshi entendía porque a las personas con las que estaba antes pedía que se mantuviera más tiempo haciendo eso, o al menos algunos pocos. La incomodidad de antes estaba remitiendo, y en su lugar se combinaba con el placer. No se esperó el momento en que un gemido se le escapó de entre los labios al Vladimir tocar algo en su interior, todo su ser estremeciéndose ante aquella repentina y altamente agradable sensación.
—No, espera… —Su mano bajó hasta apresar la muñeca del ruso, manteniéndolo allí—. Hazlo…, hazlo otra vez…
—¿Sabes lo que es esto? —Continuó acariciando ese punto, provocando espasmos de placer en Kenshi—. Es tu próstata, y puedo hacer que te corras sólo con ella. —Más temblores recorrieron a Kenshi, logrando que se volviera una masa temblorosa de gemidos y suspiros entrecortados. Apartó la mano que sostenía su muñeca, entrelazando sus dedos con los del contrario—. Si sigo tocando aquí... —Presionó con fuerza y el japonés no pudo evitar que se le escapara un sonoro gemido. Vladimir se le quedó viendo. Excitado, sacó sus dedos del interior de Kenshi, sonrió lascivamente mientras alzaba una de sus piernas sosteniéndola con su antebrazo—. Te sale natural... Te está afectado, Kenshi... —Se inclinó para besarlo, un hilo de saliva resbalando por su quijada. La punta de su erección rozando contra la húmeda entrada—. Esta es la parte donde empujo hasta adentro y dices que duele. —Lentamente empezó a adentrarse en ese pequeño lugar, forzándolo a abrirse. Aún con toda la preparación Kenshi no se imaginó el tamaño del miembro que iba a entrar—. Me pregunto, ¿qué harías si lo hago con todas mis fuerzas?
—Pro…probablemente… —Frunció el ceño en una mueca incomoda—. Te golpearía… —Apretó la mano de Vladimir, y obligó a su cuerpo a relajar cada parte de él, evitando tensarse, al hacerlo la incomodidad llegaba a un punto que rayaba en un pequeño agudo dolor—. Así que…, despacio…, lento. Lento…
Aunque Vlad en realidad no hizo mucho caso. Cuando llegó a la mitad se quedó quieto, observando los ojos fuertemente cerrados del joven, su pelo revuelto, la frente perlada de sudor y las mejillas encendidas.
—Aún queda la otra mitad —murmuró divertido.
Kenshi respiró hondo, separando los parpados y fijando sus ojos en los azules. Maldito, se notaba que estaba disfrutando su molestia.
—Entonces…, hazlo ya. —Bajó su voz, intencional y seductor, sus mejillas alzándose en una pequeña sonrisa—. Métemela toda…
—Provocador —le acusó pero cumplió su pedido, empujando hasta que sus bolas tocaron las nalgas de Kenshi. Se quedó un minuto quieto, dejando que se acostumbrara a la intromisión, acarició las blancas piernas, inclinándose para dejar algunos besos marcados aquí y allá, sobre todo alrededor de los pezones.
Kenshi se mordió el labio, esta vez para contener la exclamación que iba a escaparse de su boca. Demonios, dolía, no solo incomodaba, le punzaba. Sus cortas uñas se enterraban en el dorso de la mano que sujetaba de Vladimir mientras que la otra estaba hecha puño tomando la sabana del futón bajo él, los dedos de sus pies crispados. No lloraba, no iba a ser tan débil para eso. Cogió aire entrecortadamente, y lo dejó salir. Sí admitía que temía moverse, esa intrusión se sintió como el infierno.
—Maldición, eres un... —masculló en japonés, dejando la frase incompleta, su mente incapaz de buscar un apelativo completamente ajustable a la magnitud del ruso. Su mano soltó la sabana, subiendo hasta enterrarse entre los mechones negros del cabello de Vladimir. Respiró, dejó salir el aire y habló, acordándose hacerlo en inglés—. Muévete… Lento —advirtió.
Cumpliendo la petición, Vladimir se movió lento; primero haciendo círculos con la cadera provocando que su miembro se moviera dentro de Kenshi, después sacó su pene lentamente hasta que sólo la punta rozó la enrojecida entrada, volviéndose a meter con la misma tortuosa lentitud. Se inclinó para besar los hinchados labios, oh, como adoraba esos labios, mordían y besaban correspondiendo la misma intensidad con los que se los daba. Ese interior tan estrecho, absolutamente delicioso cuando lo apretaba mientras se enterraba hasta lo más hondo de su ser.
Entre cada beso y a cada penetración se oía un gemido, un jadeo, algún sonido incoherente, la molestia remitiendo en el japonés. Era una tortura, y una dulce tortura cuando la punta del glande tocó eso, su próstata, provocando luces blancas en su visión al tiempo que corrientes eléctricas le recorría, mucho más placenteras que las emociones sentidas con sus otros amantes. La mano de Kenshi que estaba en la cabellera del ruso bajó hasta que su brazo le rodeó los hombros, y la otra se soltó y se posicionó en su espalda, acariciándola toda, dejando de vez en vez rasguños leves por sus uñas. Su boca se movía sobre la de Vladimir, avariciosa, ansiosa, sin creer que podría cansarse de besarlo…
Murmuró:
—Más rápido. —Necesitaba algo más, ese ritmo le comenzaba a molestar—. Más duro. —Necesitaba esas emociones sentirlas con más fuerza, sentirlas estremecerlo.
Y así Vladimir lo complació. Para ese punto los balbuceos del joven eran prácticamente inentendibles pero no era necesario, Vladimir entendía lo que quería con cada gesto, una sola mirada era suficiente para indicarle si lo estaba llevando al éxtasis o al borde de la locura. Había tanta química entre ellos, sus cuerpos se complementaban y encajaban perfectamente el uno con el otro. Se sentía tan bien, tan alucinante que era como estar hundido en el océano más hermoso, o flotar sobre la nube más alta; ambos cuerpos sintiéndose perder consumir en las llamas del deseo.
—Oh, sí, ¡más…, más! —Clamaba el japonés en medio del placer que le envolvía; su boca besaba de Vladimir sus labios, sus mejillas, el lóbulo de su oreja –gimiendo ante un nuevo toque a ese punto que le enloquecía– deslizándose a su cuello, donde se abstuvo de volver a marcar, con aquel que se le veía le bastaba. Ambas manos recorrían cada centímetro del torso sobre él que podía alcanzar. La presión dentro de él crecía, y crecía a cada segundo, minuto, cada vez que la erección de Vladimir entraba en él y le golpeaba, hasta que estalló, tomándole por sorpresa en un simple grito, haciendo que viera puntos blancos.
Vladimir no aguantó mucho más. Ver a Kenshi arquearse de placer era por sí sola una imagen realmente orgásmica que catapultó su orgasmo tan alto como el del japonés. Se enterró hasta las bolas y se quedó ahí, quieto, disfrutando de la sensación de descargarse dentro de Kenshi, de marcarlo como suyo. Sus orgasmos se alargaron un poco más y de repente todo terminó, Vladimir rodó con Kenshi hasta quedar de costado, su miembro semiduro resbalando de la empapada entrada.
El pecho de Kenshi subía y bajaba en profundas respiraciones, calmando su desbocado corazón y el temblor post-orgásmico que pasaba por su cuerpo. Sus piernas, sabía si pensaba levantarse, serían como gelatina. Sin olvidar la extraña sensación de ser llenado, muy extraña.
—Bien… —jadeó—. Lo admito… —Apenas dio un leve empujón al otro, sin fuerzas—. Te doy el crédito…, eres bueno… —Giró a verlo—. En la cama…, pero debo ver si en otra cosa lo eres… Así que más te vale cumplir tu parte, y pronto…
Vladimir rió bajo con los ojos placenteramente entrecerrados, el sonido de su risa gutural y ronca. Entre cada jadeo dio un suave beso a los labios entreabiertos del menor.
—Paciencia. Todo será a su tiempo. Mientras seguiremos disfrutando las noches.
—Debes saber que no soy alguien muy paciente, cariño. No quiero tomar el puesto feudal y seguir soportándolo. —Recuperando algo de fuerza en sus brazos, Kenshi deslizó una mano desde el vientre, pasando por el torso, el pecho, la clavícula, lentamente por el cuello, rozando la mandíbula de Vladimir, hasta que su índice acariciaba su mejilla—. O tendré que buscar en otra parte…
El ruso medio encimó sobre Kenshi para robarle un profundo beso, de esos que te quitan el aliento y te dejan los labios cosquilleando por más.
—Dudo que encuentres a alguien que te haga sentir así de bien. Tú déjalo en mis manos. —Besó su frente.
Haciendo un puchero medio inconforme, Kenshi no dijo más nada. Acostado, con su cuerpo exhausto y ese calor extra junto a él, fue como una droga que le adormilaba. Colocando la mano que había acariciado el rostro de Vladimir bajo su cara en un ligero apoyo, sus ojos fueron cerrándose hasta caer dormido, sus piernas enredadas con las de Vladimir. Se acurrucó a su lado, buscando más de su tibieza.
Vladimir se quedó admirando un rato más la delicada figura entre sus brazos. Era un observador nato. Escrutaba con penetrantes ojos azules todo lo que le causaba curiosidad hasta descubrir el último de sus secretos, y justo ahora su más reciente obsesión era ese pequeño japonés que le hacía delirar. Nunca se había fijado en la belleza. No le parecía importante pero justo ahora, detallando las largas pestañas negras, el cabello despeinado cayendo en cascada y los sonrojados labios entreabiertos, le pareció la imagen más hermosa de todas. Deseó poder contemplarla todas las noches. Fue cerrando los ojos hasta caer en un profundo sueño, uno donde un niño idéntico a él caminaba de la mano con Kenshi a su lado.
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Pasaron varias semanas desde la última vez que Klaus supo algo de Angie. Shin se ponía nervioso al no saber nada de la morena; ni su paradero, ni una carta, nada. El alemán le aseguraba que probablemente estaría haciendo algún trabajo especial pero cuando Shin preguntó qué tipo de trabajo, el pelinegro desvió la mirada y murmuró algunas palabras inentendibles desviando la conversación.
Casi al otro lado del mundo, Angie, después de terminar un pequeño trabajo en México D.F, se dirigía a Monterrey para reportarse con su amo. Estuvo un par de horas caminando, ignorando a los demás transeúntes a su alrededor, los civiles que la veían pasar se apartaban de su camino por la mueca sobria que traía. Sus conocidos en el bajo mundo también se apartaron pero por temor a sufrir su mal humor, todos sabían que era mejor no meterse con ella por miedo a hacerla enojar y su amo. Nadie se metía con District. Tenías que ser lo suficientemente estúpido para siquiera soñar en desafiarlo.
Llegó a un antro en la parte oscura de la ciudad donde se establecía el mercado negro, apenas estaba atardeciendo sin embargo se notaba que el lugar comenzaba a llenarse. El lugar estaba rodeado de matones, putas y proxenetas, pero es como si a Angie no le afectara nada de eso, se integraba a la oscuridad y se movía a través de ella con sus ojos amarillos resplandeciendo en advertencia a cualquiera que quisiera acercarse.
Tocando la puerta trasera del lugar, una ventanilla se abrió dejando ver los ojos oscuros de un hombre.
—¿Quién está ahí? —preguntó en una voz profunda.
—La mano derecha del diablo —contestó ella. Al escuchar la respuesta, el hombre asintió y abrió la puerta completamente dejando pasar a Angie—. ¿En serio no se le pudo ocurrir otra cosa? —gruñó ella en descontento.
—Ya conoce al amo, señorita Lawilliet. —El hombretón en la puerta se inclinó para poder hablar con la morena sin que ella tuviera que alzar mucho la vista—. Le gustan los juegos de palabras.
—Es un egocéntrico, Rafael, eso es lo que es —desdeñó Angie, haciendo reír al de piel oscura.
—Ciertamente lo es —concordó—. La está esperando —susurró a la joven.
—Por supuesto que sí. —Rodó los ojos Angie palmándole la mejilla al hombre de 1,80m de estatura, grandes músculos y tatuajes en la cara como si fuera un cachorro que creció muy rápido—. Asegúrate de que nadie me haya seguido. Creo que vi a alguien escondiéndose en el callejón.
—Yo me encargo —dijo Rafael, cambiando su sonrisa por una mueca intimidante.
—Ve por él, tigre —sonrió ella adentrándose en el lugar y dejando a Rafael encargado de la puerta.
Pasó por un pasillo oscuro decorado con espejos y cuadros antiguos con escenas grotescas de sexo y orgías. El sitio tenía un toque tenebroso que se acentuaba con la luz amarillenta de las velas que iluminaba el camino. Al final del pasillo, unas pesadas cortinas de terciopelo color bermellón separaban los ambientes. Y al otro lado de las cortinas, el aire era tan pesado que Angie tuvo que tomarse un momento para asentarse. El fuerte olor a whiskey y cigarro era suficiente para marearla y quererle hacer vomitar, cosa que nunca antes había pasado. Tuvo que apresurarse hacia la barra para que le dieran un vaso de agua que se tragó de un sólo tirón.
El hombre detrás de la barra miró detenidamente a la morena con un brillo preocupado en sus ojos.
—Querida, que alegría que hayas vuelto —le dijo con un marcado acento francés. Inclinándose sobre la barra, le tomó el mentón alzándole el rostro para mirarla. Tenía un preocupante tono verdoso—. Aunque este nuevo tono verde en tu piel me preocupa.
—Sólo es un mareo, Levoch —desestimó ella, apartándose del hombre. Le extendió el vaso para que se lo volviera a llenar—. No es nada por lo que debas preocuparte.
El hombre de pocos músculos y ojos amables, con el cabello negro recogido en una coleta baja y ligera barba en el mentón, cumplió su petición no verbal.
—Si tú lo dices. Por cierto, District te espera. Parecía algo importante. —Notó como Angie ponía cara de espanto. A diferencia de con Rafael, no era necesario mentirle a Levoch sobre sus verdaderos sentimientos sobre District. La verdad es que le aterraba el hombre—. Todo saldrá bien. —Trató de consolar él—. Recuerda: no has hecho nada malo.
—Siempre encuentra la manera de joderme la existencia —dijo resignada, encaminándose para salir del salón.
El lugar estaba lleno de tipos horribles, cada uno más peligroso que el otro, y todos con mujeres y hombres hermosos sentados en sus piernas. En un escenario al fondo del salón, un par de mujeres bailaban sensualmente en un tubo, quitándose la ropa y recogiendo dinero de los hombres más cercanos. Algunos hombres conocidos la saludaron cuando pasó por su lado, al menos tres le hicieron indecentes propuestas para el resto de la noche pero ella les rechazó diciendo que el jefe la esperaba. Salió del salón tomando un pasillo lateral que pasaba por el camerino de las bailarinas y la llevaba a las escaleras, a los pisos superiores. El segundo piso estaba lleno de habitaciones para que las complacedoras satisficieran la lujuria de sus clientes. Durante su trayecto por el pasillo, escuchó que algunas habitaciones ya estaban ocupadas, ella misma tenía su propia habitación, al fondo, una de las habitaciones más grandes del lugar y con vista a la calle.
Encontró otras escalera a mitad de pasillo, subió al tercer piso hasta toparse con una puerta blanca en la cual se detuvo un momento y respiró profundo para darse valor. Tomó el pomo de la puerta, entrando sin tocar ante de que algún pensamiento de cobardía la agobiara.
La oficina, amplia y de buen gusto, estaba perfectamente iluminada a diferencia del resto del edificio. Mantenía las mismas cortinas pesadas de terciopelo para cubrir las ventanas y que ni siquiera entrara la luz de la luna. Las paredes estaban recubiertas de estanterías y libreros, todas llenas de viejos libros, pergaminos y objetos muy antiguos. Varias pinturas estaban apoyadas en las paredes, algunas tan viejas que podrían ser del mismo Botticelli.
En el centro de la oficina estaba un pequeña salita con sofás rojos y, al fondo, un escritorio de caoba. Tras el imponente mueble estaba el demonio mismo. District era un hombre de atractivas facciones, largo cabello blanco, ojos rojos como el infierno. Vestido con un elegante traje blanco y corbata que combinaba con sus ojos, el demonio levantó la vista de unos papeles para fijarlos en la morena. Le dedicó una sonrisa amable que le hizo erizar los vellos de la nuca a la morena.
—Ah. Mi niña —dijo en un falso tono paternal— Qué alegría que hayas vuelto. Te he dicho un millón de veces que toques antes de entrar. —Sus ojos, aunque amables, tenían un brillo calculador y cínico—. ¿Cumpliste con mi pedido?
Angie intentaba mantener su mente fría para que no la dominara el miedo que le daba estar en la misma habitación que ese hombre.
—Por supuesto, District. No soy una principiante —dijo arrogante. La arrogancia era su mejor defensa contra ese hombre, no siempre funcionaba pero era mejor que nada. Se sentó en la pequeña sala aparentando seguridad.
—Te tardaste mucho en volver de la tierra del sol naciente —mencionó sin verla, su vista fija en los papeles en su escritorio.
—Surgieron...imprevistos. —Fue su sencilla respuesta. Desvió la mirada sin poder evitar que un sonrojo la venciera por recordar la noche con Shin.
District, que no dejaba que nada se le escapara, notó el suave tono rojizo de sus mejillas.
—¿Imprevistos? —Esa sola palabra hizo que un desagradable escalofrío recorriera toda su espalda—. ¿Ese imprevisto tiene nombre? —dijo sugerente mientras se levantaba de su silla y caminaba hacia ella con una sonrisa indescifrable en su rostro.
Angie, al ver el movimiento de su autoproclamado dueño, entró en pánico pero obligó a su cuerpo a permanecer en la posición que estaba.
Aparenta arrogancia, aparenta arrogancia, se dijo mentalmente.
—¿Nombre? No sé qué te refieres —desestimó con un gesto de su mano. Toda la indiferencia que intentó aparentar se fue al carajo al sentir unas manos halando su cabello y su cuerpo entrando en contacto con el de él. El miedo que sentía por este demonio era indescriptible.
—No lo sabes. —Le haló con más fuerza el pelo, haciendo que sus ojos se encontraran—. ¡Me estoy refiriendo al inútil con el que tuviste sexo sin mi permiso! —Le dio una sonora cachetada que la envió directo al suelo—. Sabes las reglas: sólo puedes acostarte con quien yo diga. Me perteneces, pequeña, lo sabes.
—¡Yo no quería! —intentó justificarse.
—Aún si no querías —desairó el peli-blanco con los dientes apretados—. Te encanta abrirle las piernas al primero que se te ponga en frente. —Se arrodilló junto a ella para susurrarle con crueldad—. Ahora deberás cargar con el pequeño bastardo que llevas dentro. —Puso su mano derecha sobre el vientre de Angie, haciendo que en sus oídos se escucharan unos acelerados latidos—. ¿Lo escuchas, mi niña? Es la prueba de tu desobediencia.
La morena entró en shock. Oía los latidos que no eran suyos, unos más rápidos y apenas audibles. Ella, en un intento de no seguir escuchando, se cubrió las orejas pero era como si aumentaran el volumen dentro de su cabeza.
—Haz que calle —dijo apenas en un susurro, comenzando a llorar—. ¡HAZ QUE SE CALLE! —gritó, apartando la mano de District de su vientre, logrando que los latidos cesaran—. ¡No lo quiero! ¡Sácalo! AHORA.
—Lástima. —Se encogió de hombros, levantándose para ir a su silla detrás del escritorio—. Déjame explicarte cómo funciona esto: cuando te permito acostarte con alguien, te protejo para que no ocurran éste tipo de incidentes —explicó en un tono indiferente, volviendo a prestar atención a sus papeles.
En un arranque de furia, la morena se levantó del suelo, quitándole los papeles de la mano y haciéndolos volar por toda la oficina.
—¡No me importa! Yo no lo quiero —le exigió en un arrebato de valentía que se le fue en cuanto vio la expresión del demonio.
—No me importa lo que tú quieras —le dijo en un bajo siseo amenazador. Cuando Angie quiso retroceder, el demonio le agarró un brazo, apretándolo tan fuerte que lo más seguro es que le dejara una marca—. Deberás cargar con eso los próximos meses, y cuidado con querer abortar al mocoso. —La soltó bruscamente haciéndole trastabillar—. Ésta noche te quiero en el escenario. Ponte algo bonito, lúcete —ordenó, volviendo a sentarse para seguir con los papeles.
La impotencia la inundó, provocando que temblara.
—Entendido. —Sin fuerza para luchar, se acercó a la puerta. Antes de salir, inhaló profundo para recuperar su temple y plantarse ante todos esos clientes, morbosos y asquerosos clientes, como una belleza inalcanzable. Cerró con un portazo.
Al salir de la oficina se dirigió primero a su cuarto donde tiró y rompió todo hasta sentirse sólo un poquito mejor. Se vistió con un sostén de brillantes transparentes, un liguero y medias de red con largos tacones igualmente llenos de brillos, su conjunto era completado con un antifaz de encaje. Cuando fue la hora, subió al escenario, bailando sensualmente, era el centro de atención. Al ser la hora pico el lugar estaba abarrotado de hombres desesperados por un poco de atención. Trataba desesperadamente de evitar la mirada de la persona que ella consideraba un padre, sentía que si sus miradas se cruzaban se derrumbaría en ese momento y no podría mantener su farsa de vida.
Al terminar su acto, sólo el liguero y los tacones permanecían su lugar. Otras bailarinas subieron al escenario para reemplazarla.
Angie aún tenía que cumplir con unas horas extras así que se sentó en una mesa. Como moscas atraídas a la miel, varios hombres se le acercaron y ella tuvo que atenderles. Algunos se contentaban con admirar su cuerpo prácticamente desnudo mientras que otros más audaces se acercaban para manosear. Tuvo que soportar dos tortuosas horas de borrachos y pervertidos a su alrededor metiéndole mano, acariciando sus senos y su sexo; de tanto en tanto llegaba un valiente que le solicitaba un oral a veces a ellos, otras veces ella era quien lo recibía. Siempre fingía un orgasmo para que el tipo se fuera contento.
Apenas el reloj dio las diez ella se quitó a todos esos hijos de puta de encima. Entregando el dinero obtenido durante el baile y los orales en la barra, escapó hacia las escaleras para encerrarse en su cuarto. No pasó mucho tiempo antes de que Levoch entrara.
El francés no se molestó en tocar la puerta, lo que vio lo dejó pasmado. Angie estaba arrodillada en medio de la habitación destrozada, llorando y apretándose el vientre.
—¡Oh, chéri! —Cerrando la puerta tras él, se apresuró a arrodillarse a su lado para abrazarla como un padre lo haría—. Cuéntame que ha pasado, mon amour.
Angie se dejó abrazar por Levoch. Lloró en su hombro un rato hasta que se sintió lista para hablar.
—Yo...estoy...estoy em... —i siquiera podía decirlo. ¿Se podía ser más patético?—. Estoy embarazada.
—¿Embarazada? ¡Oh, chéri! ¡Es maravilloso! —La estrechó con más fuerza.
Con renovadas fuerzas, Angie se apartó de Levoch.
—¿Maravilloso? ¡Es horrible! ¡Y el maldito de District por algún estúpido capricho no me quiere dejar abortar! —Siguió gritando y rompiendo cosas hasta que ya no encontró que más destrozar.
Levoch, al verla más calmada, le tomó de la mano guiándola a un sofá de la habitación donde se sentó junto a ella, acariciándole los bucles del pelo.
—Tranquila, mon amour, no puedes hacer nada. Tan sólo debes aceptarlo.
—Pero..., Levoch, ¿qué clase de vida puedo ofrecerle a un niño? Ser criado en un burdel de mala muerte. ¿Qué aprenderá? Probablemente comenzará a prostituirse a los 13 y a los 15 comenzará a seguir las órdenes de District para asesinar a personas importantes... —Se quedó callada por un instante—. No quiero ser responsable de eso —murmuró en un tono de voz ahogado. Alguna vez, quiso tener hijos y familia, en aquellos años cuando no estaba tan podrida por dentro. Con el tiempo se dio cuenta de que mientras perteneciera a District, todo se volvía un sueño inalcanzable.
—Tal vez el futuro sea incierto para éste pequeño. —Delicadamente volteó su rostro para que le mirara—. Pero por el momento le daremos un buen desarrollo. Desde ahora nada de alcohol —dijo firme.
—¡¿Qué?!
—También comerás adecuadamente y nada de saltarse las comidas.
—¡Injusticia!
—Nada. Ese bebé nacerá sano. Empezaremos desde hoy. —Fue hasta un armario donde le alcanzó un sencillo vestido blanco con líneas verticales azules el cual le ayudó a ponerse.
—Nunca debí dejar que me compraras este vestido. Es horrendo.
—Tonterías, te queda bien —desatendió él. La vistió y la peinó hasta dejarla como a él le gustaba, como una muñeca.
—¿Qué pretendes haciéndome vestir así?
—Te llevaré a cenar, por supuesto, y mañana te cocinaré un buen desayuno. Tienes que comértelo todo. —El hombre parecía muy emocionado.
—¿No crees que exageras? —Ella de todos modos tomó la mano ofrecida para salir.
—Para nada. Siempre quise ser abuelo. Lo primero que hay que hacer es corregir tu alimentación, para que sea un niño valiente y fuerte, como su madre.
Durante el camino al restaurante, Levoch habló y habló. Estaba tan emocionado con lo del bebé que incluso se puso a decir todos los nombres que le gustarían para el niño o la niña. Angie no tuvo valor para decirle que se detuviera así que se dejó llevar, dejándose envolver por esa pequeña felicidad que irradiaba Levoch.
Nota Editora: Finalmente, tienen aquí un nuevo capítulo. No olviden comentar para que las publicaciones se den más a menudo. Invito a los lectores fantasmas a que se manifiesten.
Solo para los que tengan poco o nulo conocimiento en francés, chéri toma el significado de querida o querido, según la persona. Y, mon amour es un apelativo cariñoso que en español podríamos considerar como "mi amor". El kawaiidesu de Kenshi tiene un significado como "encantador" u "adorable".
Sin más que añadir, por ahora, nos veremos en la siguiente actualización.
