Capítulo 17
.
.
Cuando Kenshi por fin volvió a la casa, los gemelos le esperaban ansiosos. Kuma no dejaba de mirarlo insistentemente y Kaoru estrujaba sus manos.
—Kenshi-sama por fin volvió. —Le recibió Kaoru acercándose a Kenshi cuando bajó del caballo. Kuma tomó las riendas ayudando a Kenshi a meter al animal en la caballeriza.
—Ya no puede darse el lujo de escaparse. Tiene bastante papeleo acumulado. —Ese era Kuma. No era tan demostrativo como su gemelo pero siempre estaba ahí para lo que necesitara.
Kenshi estaba usando una vestimenta que no era de él y le quedaba algo grande. Sintió alivio de no ver ni a Klaus, Yuki, Shin o Vladimir, sobre todo a este último. No quería verlos a ninguno, ni siquiera estaba seguro de lo que haría si llegara a topárselos.
—Quiero un baño, y que se lleve esta ropa a Eita-san. La mía se ensució un poco cuando fui a su casa —dijo, apenas prestando atención a lo que los otros dos decían. Ya sabía que le esperaría trabajo al llegar.
Fue directo a su habitación, para buscar un cambio de ropa –la que llevaba le comenzaba a molestar, y tenía que devolvérselo a su dueño–. También tenía que ir a buscar un par de hierbas de su arsenal. Ya que el ruso no pensaba hacer nada, él se encargaría del asunto. Luego sacaría a los otros tres de Japón y se presentaría con el Emperador anunciando traición por parte de Klaus, así justificaría porque lo exilió. Estaba harto de ellos, todos ellos. No le importaba vivir con una apática mujer que solo le aburriría, tenía suficiente con el prestigio y el poder que le daría.
Los gemelos le siguieron hasta su habitación donde comenzaron a atender a Kenshi. Kaoru le ayudó a desvestirse mientras Kuma preparaba el baño.
—Kenshi-sama. Hay algo que debe saber, es importante. Volsk-san se fue ayer por la tarde y no ha regresado.
—Eso es una buena noticia. Que desaparezca y punto —respondió el más bajo.
—No creo que quieras decir eso. —Entró Kuma a la habitación.
—Se estuvieron llevando muy bien hasta hace poco —lamentó Kaoru.
—Es un imbécil mentiroso —espetó con irritación—. Si se llega a aparecer por aquí, lo sacan. Que los guardias no le dejen pasar ni un centímetro.
—Estás exagerando. Como siempre —regañó Kuma en tono monótono.
—Kenshi-sama. Es importante lo que tengo que decir sobre Volsk-san —insistió Kaoru cuando ya iba a quitarle la última prenda a Kenshi.
—Bueno, ¿y ustedes que se están trayendo? —Se volteó para verlos—. ¿Acaso ya se están poniendo de su lado? —Eso sería el colmo—. Es otro más en la lista, y punto. No quiero saber nada más de ese maldito ruso.
—No hay lados, Kenshi. —Sólo cuando intentaba llegar a Kenshi de una manera íntima es cuando Kaoru dejaba los honoríficos de lado—. Sólo nos preocupamos por ti.
—Si fuera otro más en la lista no estarías haciendo este berrinche —confrontó Kuma—. Te agrada el extranjero. Te gusta.
—Me gusta… —Asintió—. Me gustaría estrellar su cabeza contra el suelo al lanzarlo por un risco. Justo como haré con ustedes dos si siguen con el jodido tema con él. ¿Qué demonios es lo que tienen que decirme de él, maldición?
—Ayer en la tarde salió a ver al emperador —dijo Kuma.
—Pidió una audiencia con él ayer en la tarde —le siguió Kaoru.
Una sonrisa comenzó a aflorar en la cara de Kenshi, incrédulo a lo que acababa de oír.
—¿Qué? —Parpadeó, y luego, se presentó un fruncido y peligroso ceño—. ¡QUE ÉL HIZO QUÉ! —gruñó en voz alta, pasándose las manos por el rostro—. ¡VOY A MATARLO! ¿Cómo demonios se le ocurre ir a ver al vejete? ¡Está loco! —Sus gritos aumentaba cada vez más de tono, caminando de un lado a otro como animal enjaulado—. ¡Va a arruinar todos mis planes por un maldito capricho! ¿Es que acaso no escuchó lo que le dije antes? ¡No, seguramente que no, porque no le convenía! ¿Pero qué maldita obsesión tiene? —Se detuvo, como si se le hubiera ocurrido algo—. No, no, ahora el veneno no será para Yuki sino para él. ¡VOY A ACABAR CON ESE MALDITO DESGRACIADO! Me las va a pagar…, se lo voy a cobrar bien. —Sus mejillas estaban rojas por la ira, las manos temblando a pesar de estar apretadas en un puño.
Los gemelos esperaron a que a Kenshi se le acabara el aire de tanto gritar. Cuando vieron que por fin se calló y ahora sólo respiraba agitado con la cara tan roja como pulpo hervido, volvieron a acercarse.
—¿Realmente estás seguro de que es un error? —Fue Kuma quien preguntó.
—Según mencionaste, con este hombre tenías la posibilidad de zafarte de tu matrimonio con la princesa Aiko-sama.
Kenshi los miró.
—Me importa un rábano si él sirve de algo en eso o no, mintió, rompió su trato, y ni es capaz de acabar con un mísero samurái enclenque por una bendita investigación. Al infierno con él. —Caminó para marcharse—. Y quiero mi baño. No quiero que ponga un solo pie en mis terrenos.
—Estás llevando esto demasiado lejos, Kenshi —regañó Kuma—. Tus motivos para asesinar al chico son infantiles.
—Siendo el próximo Señor Feudal de Hiroshima, te estás dejando guiar por motivos poco honorables —continuó Kaoru.
—¿Acaso quieres ser como tu padre? ¿Y cuando tengas 50 años ser un viejo amargado insatisfecho de su vida?
—Si vas a matar a alguien, hazlo con justa razón.
Kenshi apenas les miró por sobre su hombro, solo salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Los gemelos se volvieron a mirar entre ellos. En verdad esperaban que Kenshi cambiara de opinión. Él pensaba que sus motivos eran suficiente para asesinar a alguien pero no se daba cuenta de lo que eso significaría después en su vida, y aunque ahora no lo apreciara ellos se preocupaban por el pequeño niño que creció junto a ellos y al que servían con tanta devoción.
.
.
.
Kenshi aún no volvía. Vladimir trataba de no desilusionarse con eso, sabía que Kenshi no se tomaría bien su pequeño engaño pero... Suspiró. No iba a quedarse de brazos cruzados esperando que pasara algo. Apenas terminó de transcribir todas sus notas a hojas más decentes y con letra legible en inglés, pidió a los sirvientes uno de los caballos. Odiaba a esos cuadrúpedos, él prefería los automóviles: rápidos, eficientes y nada testarudos. Podría haber usado un carruaje pero le tomaría el doble de tiempo llegar a Kyoto en carruaje.
Cuando llegó, fue atendido cortésmente –tal como se esperaba de los japoneses–. Por un golpe de suerte, cuando pidió una audiencia con el emperador éste no lo rechazó y ahora estaba frente a él haciendo el protocolo necesario antes de sentarse para discutir.
Fujiwara al recibir la noticia de que Vladimir Volsk vino a verlo se sorprendió, no esperaba semejante visita y ciertamente no lo habría tomado en consideración si no fuera porque ese era el nombre que usó Klaus para encubrirse en la fiesta americana, lo que menos necesitaba era una confrontación con el imperio ruso por un momentáneo robo de identidad.
—Volsk. —El pelinegro le respondió el saludo pero al igual que Klaus, no bajó la cabeza ante él—. Me intriga su visita.
—Agradezco que me haya aceptado con tan poco tiempo de aviso. En verdad es algo urgente. —Como todo protocolo, un sirviente llegó para servir las tazas de té. Vladimir no tocó la suya, él no era dado al té—. Verá, me he enterado de cierta información y quisiera discutirla muy seriamente con usted.
—Volsk. —Se adelantó Fujiwara. Lo mejor era aclarar el asunto para evitar cualquier enfrenta—. Aunque estoy sorprendido de que los rumores hayan corrido tan rápido, en verdad esperaba que entendiera que me vi en la necesidad de permitir tal abuso. Pero puedo asegurarle que no hubo ningún tipo de daño a su imagen pública o su rango militar.
Vladimir tuvo que procesar las palabras del hombre. No sabía a qué se refería hasta que se acordó de que Klaus lo suplantó en alguna fiesta.
—Comprendo y agradezco su preocupación, pero esa no es la razón por la que estoy aquí.
—¿No? ¿Entonces que podría hacer? —preguntó, en verdad intrigado. No imaginaba otro motivo por el cual el ruso estuviera ahí.
—Me he enterado del compromiso de Kenshi Ottori con su hija. —Fujiwara alzó las cejas. Eso no se lo esperaba—. Esperaba que pudiera escuchar mi propuesta de compromiso.
—¿Compromiso? ¿Mi hija...contigo? —El emperador se quedó callado meditando.
Ya había hecho un trato bastante bueno con Taiga Ottori al casar a sus hijos. En unos años, cuando muriera, Kenshi podría ser el siguiente emperador y el hijo que concibiera la unión de él con su hija seguiría la línea de sucesión. Pero ahora con este hombre aquí, un General de Brigada de la milicia rusa imperial, científico reconocido por sus osados experimentos y el éxito en la mayoría de los casos... Si su hija se casaba con semejante partido, la ayuda económica a Japón y el apoyo de un gran país avanzado en armamento militar sería una gran ventaja contra sus enemigos.
Vlad no insistió, dejando que el hombre procesara sus ideas antes de interrumpirlo.
—Señor Fujiwara, me temo que se ha confundido. No estoy aquí para desposar a la princesa Aiko, sino para desposar a Kenshi Ottori.
La reacción del emperador no se dio a esperar. Se le escapó una sonora carcajada, ¡era absurdo! Un hombre queriendo desposar a otro. Vladimir se esperaba esa reacción, estaba consciente de que su petición rayaba en lo ridículo pero no se iba a amedrentar por eso.
Cuando Fujiwara por fin se calmó, miró a Vladimir detenidamente. Luego se enderezó pareciendo volver a su centro.
—Lamento eso, es que su petición es tan...
—Lo sé, pero estoy siendo serio al respecto.
—Volsk, entenderá que este...capricho no le llevará a ninguna parte ¿no? Aún si lo permitiera, Ottori-kun –e imagino que usted–, necesita un heredero para suceder el puesto de Señor Feudal. Ambos son hombres por lo tanto no pueden procrear y su matrimonio fracasará, En cambio un matrimonio con Aiko sería mucho más fructífero en muchos sentidos, empezando por el primero: es una mujer.
—Entiendo sus palabras, emperador, pero mis delirios no son parte de esta conversación. —Girando su atención a su inseparable maletín, sacó un fajo de papeles los cuales dejó al alcance de Fujiwara.
—¿Qué es esto? —Tomó los papeles, comenzando a hojearlos, sus cejas se fueron alzando por la incredulidad—. Debe estar bromeando. —En los papeles se encontraba todo el fruto de su investigación desde el genoma D con todos los datos de Klaus hasta el embarazo de Yuki en progreso junto con sus últimos exámenes, que por suerte todos daban positivo y buenos resultados.
—Yo nunca bromeo. Tomo la ciencia muy en serio —dijo el ruso con voz solemne—. Este es el progreso. —Fujiwara se quedó largo rato leyendo toda la investigación.
La reunión se alargó bastante debido a las preguntas que le hacía el emperador a Vladimir y el ruso se tomaba el tiempo de explicarle todo, incluso tuvieron que traer los platos para la cena.
Para cuando terminaron, Fujiwara sopesaba con bastante seriedad la propuesta del ruso.
—¿Ottori-kun está de acuerdo con esto?
—Lo está. El otro día le propuse matrimonio y dijo que sí. —No era necesario que el emperador se enterara de que Kenshi estaba enojado por él.
—¿Y aún teniendo un compromiso con mi hija aceptó su propuesta? —El hombre frunció el ceño.
—Debo admitir que eso fue culpa mía. —Era mejor echarse la culpa en ese momento para que Fujiwara no pensara mal de Kenshi—. Quedé prendado del joven...
Fujiwara no prestó mucha atención, estaba ocupado pensando en los pros y contras de esa unión. La principal de ellas: una alianza con Rusia...
—Volsk, me temo que tendré que sopesar su respuesta. Quédese ésta noche y mañana en la mañana hablaremos sobre una respuesta.
Vladimir asintió. Que no le diera de plano un rotundo no era buena señal y estaba bastante confiado de su propuesta. Era ventajosa, y justo como Kenshi quería, tendría mucho poder. Esa noche se hospedó en la mansión del emperador, ya en la mañana le darían su respuesta y Kenshi sería suyo, tal y como estaba planeado.
.
.
.
—¿Y qué me dices de un paseo por la orilla del mar? Mi familia tiene una casa cerca de aquí, en la playa —preguntó en voz baja.
—¿No hace algo de frio esta temporada? —Devolvió la pregunta en el mismo tono.
—Siempre podemos mantenernos en calor entre los dos —respondió, acariciando su mejilla—. ¿Qué dices? —Le dejó un beso en el cuello.
No le importaba que estuvieran apoyados contra la caballeriza, en la pared lateral, resguardados por la sombra que provocaba al estar la construcción a contra luz del sol de la tarde. Kenshi sabía que los guardias y todo sirviente cercano debían andar indiferente y hacer de oídos sordos y ojos cerrados cuando se trataba de él. Se había dado un baño rápido, luego fue al pueblo y se vino con la compañía de un joven dos centímetros más alto que él de nombre Hatsuharu. Le gustaba que fueran altos. Tenía sus manos en el cuerpo del otro, haciendo caso omiso a su alrededor.
Los cascos de un caballo se escucharon llegar. Vladimir por fin llegó a la casa feudal, fue un largo camino pero al fin estaba de vuelta. Preguntó a Shin –que en ese momento le ayudaba a desmontar–, dónde estaba Kenshi.
Shin carraspeó.
—Yo que tú, no quisiera saberlo. —Se llevó la mano para tapar una tos, no obstante, su dedo gordo señalaba a la parte de atrás de la caballeriza.
Frunciendo el ceño, el ruso siguió la dirección que le indicaba Shin, abrió los ojos sorprendido cuando se encontró con semejante escena.
—¡Apártate, renacuajo! —Le gritó el ruso al intruso que se atrevía a manosear a Kenshi. El joven Hatsuharu saltó del susto por el grito del extranjero. Vladimir no esperó explicación alguna y pateó al chico lejos de Kenshi—. ¡No lo vuelvas a tocar! ¡Oíste, enano! ¡No te acerques a Kenshi, tampoco lo toques, ni siquiera lo mires! ¡No quiero volverte a ver acá!
Hatsuharu no entendía la palabrería de Vladimir pero no se quedó a dialogar, esa patada fue suficiente escarmiento para que saliera huyendo hacia el pueblo. Kenshi también había dado un susto ante eso, más porque no lo esperaba que por haber sido descubierto. Y al fijarse en Vladimir y lo que hacía, su expresión se volvió ceñuda. ¡Pero qué insolencia!
—¿Qué estás haciendo? —espetó, enojado—. ¡No tenías ningún derecho a hacer eso! Ni siquiera de estar aquí. ¡Fuera de aquí! —Señaló la entrada principal.
—¡Cállate! Ven conmigo. —Tomó a Kenshi del brazo, comenzando a arrastrarlo dentro de la casa. Cuando Kenshi quiso resistirse, Vladimir se lo cargó al hombro como bolsa de patatas hasta que llegó a la habitación del chico donde lo arrojó sobre el futón.
Kenshi había pataleado y golpeado, maldiciendo a los demás guardias que no se movían. ¡Por qué demonios no iban y sacaban a patadas a este imbécil! ¡Les iba a hacer papilla después! Ahora, estando en el futón, se arrastró hasta ponerse en pie.
—Ponme la mano encima y lo lamentarás.
—Ya lo hice —le gruñó, los ojos azules resplandeciendo de furia—. ¿Qué demonios hacías revolcándote con un cualquiera?
—Eso no es tu maldito problema. —Se cruzó de brazos. Su mirada bajó a sus pies, maldiciendo por lo bajo otra vez. Se sacó los getas. Rayos.
—Por supuesto que es mi maldito problema. ¡Eres mío! Me debes fidelidad a mí.
Kenshi soltó una risa irónica.
—¿Perdón? Jajá. No lo creo. Ni soy tuyo, ni tenemos nada —indicó con los dedos—. Todo terminó entre nosotros. Así que toma tus cosas y lárgate de Japón.
Del maletín que no había soltado durante el trayecto, Vladimir sacó un rollo de pergamino que tenía el sello imperial.
—Yo no estaría tan seguro de eso.
Un frío helado se deslizó por toda la espalda de Kenshi.
—¿Qué es…?
Se lo extendió a Kenshi para que lo tomara.
—Tal como prometí, tengo el permiso del emperador. Oficialmente estamos comprometidos.
Kenshi no lo tomó, observándolo con desprecio.
—¿En verdad crees que me casaré contigo? Comparándote con la princesa, no eres nada. Ella al menos nunca me mentiría, y cumpliría lo que le pidiera. Piérdete. —Se volvió a uno de los estantes de dónde sacó un cuaderno y emprendió marcha hacia la puerta.
—Como una linda marioneta a la que moverías a tu antojo. Como el niño consentido que eres, claramente te molesta que no me mueva a tu ritmo. —Siguió los pasos de Kenshi con la mirada—. Al parecer el emperador no piensa igual que tú. Claramente ve más ventajas en tu unión conmigo que con su propia hija.
El chico se detuvo para verlo.
—No voy a casarme contigo. Del Emperador me encargo después. Hagas lo que hagas, sea para arruinarme la vida o no, digas lo digas, sea para doblegarme o no, por nada voy a ceder. Sin importarme lo que sientas, yo jamás amaría a un mentiroso traidor como tú —continuó su camino.
Cuando pasó a su lado, Vladimir le tomó del brazo y aunque el menor forcejeó un poco, logró empotrarlo contra la pared con su cuerpo apresándolo, impidiéndole huir.
—Lamento decepcionarte pero no pienso cederte ante nadie. —Se inclinó hasta que sus labios estuvieron a punto de tocarse—. Tendrás que vivir con eso. —Selló sus labios con un brusco beso, enredando sus brazos en la cintura de Kenshi, pegándolo a su cuerpo.
En el instante en que la lengua de Vladimir logró introducirse en su boca, Kenshi cerró sus dientes, mordiéndolo con fuerza, obteniendo que el otro se separara. No iba a dejarse llevar.
—Lamento decepcionarte, pero tampoco pienso ceder —repitió sus palabras—. Tendrás que vivir con eso. —Le empujó, aumentando la separación—. ¡Deja de ser tan malditamente masoquista! ¿Qué tengo que hacer para que entiendas que no quiero nada contigo? ¡Llegas y arruinas todo, volviéndome loco! Estoy a punto de pegarme un tiro por culpa tuya —gruñó de frustración, caminando a un lado al tiempo que se pasaba una mano por la cara. Moverse, tenía que moverse.
El ruso se limpió la sangre que escurrió de su boca. En verdad fue una fuerte mordida.
—Auch —murmuró para sí, manchando la manga de su camisa con la sangre—. En todo caso, ¿por qué quieres a Yuki muerto? Estás molesto porque no cumplí con eso pero si en verdad lo quisieras muerto ya lo estaría mucho antes de que yo llegara. Me parece que no te esfuerzas demasiado. —Se quedó cerca de la puerta, impidiendo que Kenshi saliera de su alcance—. Aun así cumplí con todo lo demás. ¿Cuál es la verdadera causa de tu enojo?
—Él ya estaba muriendo, llegaste tú y lo echaste a perder —respondió, moviéndose de un lado a otro. "Estaba muriendo lento, haciendo sufrir a Klaus y era eso lo que quería, verle sufrir", pero no iba a decirlo. Se fijó que estaba comenzando a caer una ventisca de nieve. De todas las estaciones, odiaba el invierno. Había nieve por todas partes—. Tú también eres parte del problema, involucrando esos malditos sentimientos. Hubiéramos tenido un buen y simple trato si hubieras cumplido al pie de la letra, pero tuviste que "enamorarte". ¿Quién se enamora a los dos días? ¡Es ridículo! Y de mí, por favor, si fuera así, todos los otros 15 hombres con los que estuve también estarían igual, tú haciendo cola tras ellos por mi mano. —Abrió la ventana, que iba desde su cintura hasta mucho más arriba de la cabeza de Vladimir—. Yo no lo necesito, nunca lo necesité. Me estorba. Yuki y tú me estorban. —Y sin que el ruso lo esperase, Kenshi dio un salto fuera de la ventana, escapando por ella de la habitación.
Vladimir se asomó por la ventana, incrédulo. A su parecer, Kenshi tenía serios problemas para hacer frente a las cosas. Se pasó la mano por la cara frustrado, pero Kenshi no se iba a deshacer de él, claro que no. Salió de la biblioteca en busca de los gemelos. Ellos lo iban a ayudar.
Kenshi tardó un rato en volver a su habitación. Tenía que asegurarse el tiempo suficiente para que Vladimir se marchara. Mientras, se enfrascó en hacer el veneno. Sería como el agua, incolora e inodoro, imposible de encontrar en un organismo. Para esos momentos, agradeció mucho las enseñanzas de su madre sobre hierbas medicinales y venenos. Le tomó largas horas hacerlo pero finalmente lo obtuvo. Ahora solo tenía que trazar un plan.
.
.
.
Yuki esperó a la noche, cuando Klaus y él se acostaron a dormir. Durante la tarde le dieron la medicina a Yuki, esa noche quería permanecer abrazado a Klaus, usando su hombro de almohada, brindándole su calor. Se sentía plenamente recuperado, si bien extrañaba hacer las labores que realizaba antes de que todo eso comenzara.
—Oye…, Klaus… —comenzó, armándose de valor—. ¿Puedo pedirte algo…muy grande? —Estaba nervioso, temiendo que el alemán se negara cuando supiera qué era.
—Si quieres dangos a esta hora, tienes que decirle a Shin. —Klaus podía ser muy complaciente y por lo general se desvivía en atender a Yuki, pero cuando el sol caía y el frío se hacía más intenso, era bastante reacio a salir de la habitación a menos que fuera un caso de emergencia.
Un esbozo de sonrisa se apareció en la cara de Yuki, pero hizo un movimiento negativo.
—No…, no es nada de eso… Es… —Inspiró hondo y lo soltó—, ¿puedes…, podemos…acompañar a Shin a América? —Se preparó para lo que fuera a decir.
—Si. Claro...Espera, ¡¿Qué?! —Medio gritó Klaus, girando el cuello tan rápido que Yuki creyó escuchar un ligero crack—. ¿Lo estás apoyando en esta locura?
—Yo… no, no realmente pero no quiero que él vaya solo. Por favor, así me aseguro que no le suceda algo malo. —Bajó la mirada—. Sabes que Shin no va a ceder, no importa qué le digan, pero si al menos tiene a alguien que le guíe y cuide que haga algo estúpido, yo me sentiría más tranquilo y volvería más pronto a Japón.
—Yuki. —Hizo un mohín como si fuera un niño pequeño. Gateó hasta Yuki para poder estar cerca—. Es peligroso. Aún más con la amenaza de los americanos, pero si Shin se convierte en un estorbo, Angie no dudará en matarle.
—Eso no pasará. —Afirmó—. Yo sé que no pasará, por eso es que debemos ir con él, para que no llegue a suceder. —Yuki le tomó del brazo—. Klaus, por favor…
El menor escrutó a Yuki, frunció el ceño. Cuando Yuki pensaba que se iba a negar, el alemán resopló.
—De acuerdo. Pero a la primera señal de peligro, lo dejo a él para salvarte a ti —le advirtió en tono serio.
Yuki iba a abrir la boca para quejarse, aunque su leve gruñido le hizo amedrentarse. Asintió.
—Está bien. —Tomó ahora su mano—. Gracias.
Inclinó la cabeza hasta que estuvo apoyada en el hombro de Yuki, ese era su lugar preferido. Desde ahí podía inhalar el dulce aroma de Yuki y al mismo tiempo descansar, dejar de pensar un rato mientras su pareja le acariciaba el cabello.
—No quiero que nada malo les pase.
.
.
.
Cumpliendo su palabra, Kenshi terminó el veneno y concretó su plan en la madrugada del día siguiente. Durmió unas tres horas, enfocándose luego en sus obligaciones al despertar. Quería tener la completa tarde libre para enfocarse en lo que haría. Para mañana tendría un velorio que organizar. No vio a Vladimir, agradeció al cielo y casi no hizo caso a las quejas de los gemelos respecto a ello. ¿De cuándo acá se pusieron de su lado? Por Buda. A su suerte, terminó todo el papeleo acumulado poco antes del almuerzo –era bastante rápido y eficiente si se lo proponía, y era lo que necesitaba justo ahora, no por Yuki iba a descuidar o arruinar su trabajo enteramente–, caminando luego a la cocina. Ordenó tres tazas de té, sabiendo que para ese momento Klaus estaría con el enclenque. Saliendo con la bandeja hacia la habitación de Yuki, se detuvo un instante para verter tres simples gotas de un líquido en uno de los vasos, memorizando cuál era. No excedió la dosis, esta vez no podía hacerlo, tenía que ser exacta para pasar de accidente, había tomado en cuenta ese detalle del embarazo. Estúpido Vladimir, le había dado la excusa perfecta. Si no contaba las tres gotas, no sería mortal, pero si la excedía, sería tomado como algún otro motivo y sospechaba que Vladimir pudiera saber que se trataba de él. Si llegaba a enterarse, bien podría callarle la boca.
Había sopesado todo. Reanudó su marcha.
Yuki jugaba trabalenguas con Klaus, de esa manera practicarían su japonés. Resultaba muy divertido verlo enredarse la lengua, se desternillaba de risa cuando eso sucedía.
—Ese era sencillo —dijo en cuanto su risa disminuyó.
—¡Pero claro! Es como si yo te pusiera a decir: "I wish to wish the wish you wish to wish, but if you wish the wish the witch wishes, I won't wish the wish you wish to wish". ¡Sencillo! —ironizó el menor—. Hagámoslo de nuevo.
Yuki rió y volvió a decir el trabalenguas:
—Kono ko ni tokonatsu no kokonatsu kokonotsu, ano ko nimo tokonatsu no kokonatsu kokonotsu.
Pero antes de que Klaus pidiera repetir el dicho, se oyó unos golpes en la puerta y esta se deslizó, Kenshi entrando por ella, sonriendo.
—Hacía tanto que no los veía a alguno de los dos. —Entró—. ¿Qué tal están?
Yuki, por su parte, sorprendido. Nunca esperó la visita de Kenshi, es más, él no era de ir por esos lares desde que tiene memoria. ¿A qué iba todo esto? Y más aún cargando una bandeja con té. ¡Kenshi nunca cargaba una bandeja con té!
—¿Quién eres y que hiciste con Kenshi? —Las palabras salieron tan fluidamente que se avergonzó.
Klaus también pareció sorprendido, no había visto a Kenshi desde que volvieron en carruaje de Kyoto –momento realmente incómodo–. Olisqueó el aire confirmando que realmente era Kenshi.
—Es él —murmuró, levantándose de su puesto para tomar la bandeja que el joven traía en las manos—. Permíteme —le dijo con cortesía, tomando la bandeja en sus manos antes de que Kenshi se quejara. Se adentró en la habitación esperando a que el heredero terminara de entrar en el cuarto.
Oh, no. ¿Qué vaso era? Era su izquierdo, ¿entonces ahora era el derecho de Klaus? Sí, era ese. Maldición, Klaus, ojalá no lo hayas arruinado. Caminó algo receloso, sentándose a cierta distancia de los otros dos.
—Soy yo. —Asintió al enclenque—. Vine a visitar uno de los trabajadores más leales a mi familia, ¿no puedo acaso? —cuestionó. En realidad se sentía tan fuera de lugar en esa habitación. Pero de las cosas a las que se tiene que llegar, suspiró internamente.
—Bueno, no, sí puede…pero no es común. Yo… nunca parecí caerle bien. —¿Qué tenía su boca que soltaba cosas inapropiadas? Yuki quería darse de topes.
—No. —Aunque Kenshi no tenía reparos en negarlo—. En realidad, no, pero no indica que como futuro Señor Feudal actúe indiferente con las personas a mi cargo, ¿o sí?
Aprovechando la distracción de Kenshi, el alemán tomó las tazas y antes de pasarle una a Yuki, la olisqueó, olía dulce y a té verde. Esa se la pasó a Yuki. La segunda olía igual, esa se la pasó a Kenshi mientras él tomaba la tercera después de hacerle el respetivo chequeo.
—No sería lo correcto —respondió Yuki, agradeciendo a Klaus por la taza—. No he podido decírselo antes pero… lamento la muerte de Ottori-sama —dijo al mayor—. A pesar de todo, sé lo que es perder a un padre…
—Te agradecería mucho más si no le mencionaras. —Lo menos que necesitaba ahora era su lástima y que le recordaran al hombre. Tomó un sorbo del té.
—Lo…siento. —Yuki dirigió su mirada a la taza, e hizo lo mismo que Kenshi.
—Me sorprende que todavía no te hayas incorporado con los demás. Te veo muy repuesto. —Notó Kenshi de pasada.
—La herida de bala fue más grave de lo que pensábamos y antes de eso, Yuki estuvo enfermo. —Se adelantó Klaus a responder dando un sorbito de té y luego dejando la taza de lado—. Volsk —El apellido no salió con la misma amargura de hace unas semanas— le ha dicho que debe mantener reposo mientras tanto.
—Hmm. Ya veo —comentó Kenshi.
—No crea que quiera estar así, en verdad me gustaría hacer algo pero no quiero ser un estorbo si aún no me he recuperado del todo.
Ya eres estorbo, pensó Kenshi sin expresarlo en voz alta. Chistó.
—Está bien, no te preocupes. Lo importante es que te estés recuperado.
Yuki en verdad que comenzaba a tener miedo de este Kenshi. Él no era así, ni mucho menos.
—Joven Kenshi, ¿en verdad está bien?
—Por supuesto.
—No, me refiero…, es… —Yuki se rindió—. No importa. – y dio otro sorbo al té.
Kenshi sonrió.
—Sí que eres raro. —Bebe todo el té, hasta la última gota—. Aunque supongo que viene de familia. Shin es igual.
Yuki bajó el vaso y suspiró.
—Debo… informarle de algo. Ya que no estaremos por acá… —Yuki dio una mirada de reojo a Klaus antes de seguir—. Tendremos que hacer un viaje pronto.
Eso activó un pequeño tic en Kenshi. ¿Viaje? ¿Cómo que viaje? ¿Con qué permiso? No, mejor dicho, ¿a dónde? Si Vladimir estaba metido en eso…
—¿Ah, sí? ¿A dónde? —preguntó, tomando otro poco del té.
—Shin tiene pensado ir fuera de Japón…, hacia América. Iremos con él.
Kenshi casi se ahogó con su té, tragando y teniendo una pequeña tos, dando un par de golpes a su pecho para asentarse. Carraspeó, un ligero amargo en su garganta.
—¿Cómo dices que dijiste? —Bufó una sonrisa sarcástica. Él no le había intentado sonsacar eso a Shin porque no tuvo tiempo y casi nunca le veía, ahora viene el enclenque y se lo dice. Se rió—. Si antes no te mató la bala, ir allí sería suicidio. —Es tan irónica la situación. Incluso se estaba arrepintiendo de haber malgastado su tiempo en hacer el veneno, Shin ya le estaba cumpliendo su deseo de que Yuki muriera.
—Es por eso que yo también iré —declaró Klaus—. No pienso dejar a Yuki sólo, y menos en terreno hostil. Partiremos cuando Shin lo indique.
—¿Y cuál es la razón para hacer esa idiotez? ¿Ir a turistear América como vinieron ellos a hacer aquí?
Y ahí estaba, Yuki volvía a tener al sarcástico y antipático Kenshi que conocía. Inspiró hondo, armándose de paciencia.
—Shin no nos ha dicho por qué, solo que planea ir. —Con eso, Yuki le indicaba a Klaus que no iba a decir que la razón es por intentar buscar a Angie. No consideraba que Kenshi supiera eso, y de ser así, igual no lo entendería. Hacía años que comprendió que nunca se preocuparía por alguien más que no fuera él mismo—. Como mi hermano, no puedo quedarme aquí sabiendo que él haría eso…
Kenshi iba a decir algo cortante, pero se lo pensó. No, no, no podía decir algo que les hiciera cambiar de opinión.
—Y tienes completa razón, Yuki. —Asintió solemne—. Es tu hermano, tu familia, está bien que te preocupes por él. Es más, despreocúpate de todo por acá. Lo importante es que cuides de tu hermano.
La boca de Yuki podría haber caído al suelo si no la tuviera pegada a la cara. De nuevo, Kenshi le estaba desconcertando. Habría estado seguro de que eso no lo hubiese dicho el Kenshi que conocía. Estaba comenzando a creer que la muerte de Ottori y el ataque le trastornaron más de lo que imaginó.
Al alemán no podían importarle menos las falsas palabras amables de Kenshi. Él ya había visto su verdadera naturaleza y nadie cambiaba en tan poco tiempo, por eso no creyó nada de lo que dijo. No aportó nada a la conversación para no hacerla incómoda, lo menos que quería era perturbar a Yuki en su delicado estado, por eso siempre se esforzaba en entretenerle y que no hiciera esfuerzos. Vladimir había sido muy específico respecto al cuidado de Yuki debido a su condición de hombre embarazado.
Kenshi no alargó mucho la conversación tampoco, Yuki no decía mucho de su interés y menos deseaba hablar algo con Klaus, por lo que en el momento en que Yuki terminó su bebida, él se puso en pie, tomando los vasos. Como él, Klaus dejó casi la mitad, no le prestó tanta atención. Se despidió de los otros dos, marchándose de la habitación. Le veneno haría efecto en media hora.
Yuki se volvió hacia Klaus cuando Kenshi se marchó.
—Eso fue… muy, muy raro.
Klaus entrecerró los ojos, mirando fijamente por donde había salido Kenshi.
—Vamos a decirle a Vladimir que te haga un lavado de estómago. —El pelilargo se levantó a punto de cumplir con lo dicho.
—¿Qué? ¡Oye! – Yuki se apresuró a detenerlo—. ¿Por qué dices eso?
—Kenshi no es exactamente una santa paloma, y que haya venido a verte exclusivamente me hace sospechar. No voy a dejar que nada como lo de Kyoto se repita. —Refiriéndose al afrodisiaco que le administraron a él—. O el envenenamiento que tuviste hace poco.
Continuará...
