Capítulo 19
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Era temprano cuando Kenshi despertó. Su cabeza se encontraba reposando en el hombro de Vladimir, con un brazo pasando por su torso y las piernas de ambos enredadas, uno siendo la fuente de calor del otro. Y eso a Kenshi le gustaba. Vladimir era como el doble de él, podía acurrucarse en el ruso, sentirse...seguro. Sus ojos se alzaron para fijarse en el rostro del mayor, el dedo índice moviéndose para delinear el contorno de su mandíbula presintiendo la sombra de una barba –él sabía aprovechar el hecho de que no le creciera vello–, las firmes mejillas, la angulosa nariz –le estaba gustando, cansado de ver tantas rectas o chatas–, y la boca..., esa boca sensual que le hechizaba con un solo de sus besos.
¿Era esto estarse enamorando? Hacia tanto tiempo desde que conoció el sentimiento que ahora no lo recordaba. La mano que estuviera en el rostro de Vladimir descansó sobre su pecho, sobre su corazón, oyendo los calmados latidos, subiendo y bajando por su respiración; en aquel momento con el sopor del sueño, anhelaba en verdad que pasara "algo". Que realmente pudiera amarlo sin tener el sentimiento de traición...
Lanzando un suspiro, se deslizó fuera del futón como pudo y se dirigió a su armario para sacar una muda de ropa. Sin embargo, gran fue su sorpresa al encontrar dentro del cajón de su ropa interior unas prendas de tela muy diferentes a las que solía usar. Sacó una, sosteniéndola por ambos extremos y alzándola hasta tenerla frente a sus ojos. Le quedaba lo suficientemente grande como para que pudiera deslizársele un poco sin llegar a descubrir sus nalgas pero no era eso lo que le importaba...
Esa prenda, calzón como sabia le decían, no era suyo. Y no le tomó mucho saber de quién era. La cuestión era cómo demonios metió su ropa allí porque había muchos calzones más.
Y lo recordó...
—Kuma y Kaoru —gruñó por lo bajo. Aquel día que hurgaban en sus cajones era para guardar las prendas de ropa de Vladimir, no para jugar con sus fundoshi a decora la casa.
Los iba a hacer sushi. E usaría la ropa del ruso para decorar la casa. Se preguntaba cómo se vería los calzones de Vladimir como estandarte.
Estirándose como un gato, Vladimir se dio cuenta de que faltaba algo, más bien alguien. Aún afectado por el sueño, levantó la cara inspeccionando la habitación medio oscura hasta que vio lo que buscaba.
—Buenos días —murmuró Vlad viendo a Kenshi ponerse el fundoshi. Era tan extraña esa ropa interior.
Kenshi volteó a verlo, sorprendiéndose por verlo despierto. No sabía porque suponía que los científicos dormían hasta tarde.
—Ohayōgozaimasu —saludó. Finalmente acabó de arreglarse el fundoshi y se echó el kimono encima sin cerrarlo aún, caminando hasta arrodillarse junto a Vladimir—. Yo creía que irías a dormir más...
—No suelo dormir mucho. —Estiró los brazos hasta que le sonaron los huesos, se enrolló la frazada encima para poder sentarse—. ¿Y tú? ¿Por qué levantando tan temprano?
—También me lo pregunto yo. —Kenshi se puso en pie, atándose el kimono—. Yo sí suelo dormir más allá de lo usual. No obstante, voy a recibir la llegada de un primo. Vendrá a pasar unos días ahora que mi padre murió y el ascenso se aproxima.
—¿Cuando? —Obligándose a ya levantarse del cómodo calor de la cama, se acercó al cajón donde los gemelos habían dejado su ropa. No era toda pero suficiente para no tener que volver a la posada en un tiempo.
Kenshi sonrió con sorna.
—Sí, se llama Wen. —Dejó salir una risita al tiempo que acababa de vestirse—. Deberá llegar mañana. Viene desde China.
Vladimir tardó un poco en entender el chiste, era un juego de palabras. Continuó vistiéndose y una vez más se puso la gruesa chaqueta.
—¿Cuándo es tu ascenso?
—No hay fecha establecida aún. Wen pasará la temporada aquí —respondió Kenshi, deteniéndose frente al espejo que estaba a un lado del altar que se hallaba en la esquina de su habitación para pasar una peineta por sus cabellos. Se le veía emocionado—. A Wen le gusta venir en invierno.
—Oh. Imagino que ya sabes sobre el viaje que quiere hacer Shin —tentó el ruso, mirando por el espejo el reflejo de Kenshi.
—Sí, algo así. —La atención de Kenshi estaba enfocado en un mechón de cabello enredado. Masculló un par de palabras en japonés.
—Estoy pensando en ir con ellos.
—Ajá. —Se dio la vuelta para coger un envase encima de la cómoda y volver a colocarse frente al espejo—. Ten cuidado con las armas. —Lo destapó, el suave a flores de las lilas llegándole a pesar de que la crema era verde. Cuando se lo echó al rostro en pequeños toques y lo fue esparciendo, desaparecía y se compactaba con la piel—. ¿Mencioné que a Klaus le gustó esto? Deja la piel muy fresca. —Le miró a través del espejo—. Evita las arrugas prematuras.
—Quiero que me acompañes —le dijo, ignorando su cháchara sobre belleza. Él ya sabía que Klaus era vanidoso, desde pequeño.
—Deberías echarte un poco. De aquí a unos años tendrás la cara como una pasa. —Se devolvió a la cómoda donde dejó la crema y sacó una cinta, con ella sujetándose el cabello. De igual manera ignoraba la petición del ruso.
Proponiéndose no ser ignorado, Vladimir acorraló a Kenshi contra la pared, su pecho contra la espalda fina, sus ojos encontrándose a través del espejo.
—Ven conmigo —repitió con una voz gruesa.
Kenshi entrecerró los ojos.
—¿Quieres que vaya a un viaje suicida? Tú según me quieres, y me pides que vaya a un viaje donde habrá americanos que quieran mi cabeza en bandeja de plata. Me pregunto qué clase de sentimiento es ese —bufó.
—Klaus es tu guardaespaldas, ¿no? Y también estaremos Shin y yo que sabemos manejar armas de fuego. A mi parecer estás bien protegido. —El espacio entre ellos era tan poco que no necesitaban hablar muy alto para escucharse—. También temo que si te dejo aquí, el poco progreso que hemos tenido se desvanecerá.
—Por supuesto que no. —Mostró una pequeña sonrisa que poco a poco fue desapareciendo—. No voy a ir a ese viaje, está fuera de discusión. —Le empujó para zafarse del encierro, apresurándose en establecer espacio entre ambos.
—Entonces no me queda otra opción, Kenshi. Si ni siquiera vas a considerarlo...
—No. Tengo cosas que hacer. —Dio un gesto de despedida con la mano, dándose la vuelta para marcharse. Había que preparar todo para la llegada de Wen.
—Me pregunto qué diría Klaus si supiera que intentaste envenenar a Yuki —le dijo caminando con él a la salida. El japonés se detuvo en la puerta al escucharle—. No creo que se lo tome muy bien.
—Te preocupa que el tiempo que estemos separados arruine lo que sea que tengamos pero tú te encargas de arruinarlo antes. Vete al infierno. —Salió de la habitación, brillo ansioso en sus ojos por la llegada de Wen disminuyendo considerablemente.
—Qué pena —murmuró intencionalmente—. Nos veremos después. Si me disculpas, tengo que hablar con Klaus.
Kenshi le miró ceñudo. Dolido. ¿Cómo se atrevía? Pensaba amarlo, pensaba que no habría nada de malo en darle una oportunidad. Él no deseaba hacer ese viaje, muy en su interior, estaba temeroso ante la idea. Kenshi sentía un nudo en su interior, viendo como Vladimir era capaz de incluso delatarlo con Klaus con tal de que fuera a un viaje del que no tenía la mínima intención de ir. Y él no tenía idea de qué era peor: si la perspectiva de viajar, o enfrentarse a la ira de Klaus… A esos terribles ojos amarillos que le estremecían por entero.
—Te odio, ¿sabes?
El ruso sonrió sabiéndose ganador.
—Partiremos dentro de poco, te ayudaré a poner todo en orden antes de partir.
Kenshi le hizo un gesto con el dedo medio, apresurándose a irse antes de darle tiempo al otro de hacer algo.
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Durante la media mañana Kenshi anduvo de mal humor, rumiando por lo bajo y regañándose varias veces el haber dado el permiso a Shin de que el barco atracara en puerto. Pocas veces, en el día, estuvo en la casa haciendo él mismo los mandados –era la única manera de estar lo suficientemente alejado de Vladimir. Lo odiaba, en verdad que lo odiaba. Si así creía él que podría ganarse algún cariño de él, estaba completa y rotundamente equivocado. No durmió en la casa aquella noche, ni dijo a dónde iría, solo dejó ordenes de lo que debía hacerse a los gemelos, él –aún confiaba en ellos, a pesar de la traición que le hicieron con Vladimir– sabía que ellos podían hacerse cargo de ello.
Para la media mañana siguiente ingresaba a la casa en un carruaje que acarreaba un par de equipajes; Wen había llegado como estaba previsto. El joven que bajó era en apariencia de la misma edad y altura que Kenshi, con rasgos más pronunciados y el cabello corto. No vestía un kimono como Kenshi, sino un hanfu, una túnica de corte estrecho que llegaba a la altura de la rodilla llamada yi, junto con una chang, que falda estrecha que llegaba a los tobillos, en colores rojo y negro, de tela gruesa, con una bufanda alrededor del cuello.
Yuki, como todos los demás sirvientes, habían salido a recibir a Wen. Después de todo, resultaba ser hijo de un reconocido ministro en China. Habiéndose recuperado bien como para ir, se colocó con los demás pero no ayudó a bajar el equipaje aunque quisiera. Conocía a Wen por las anteriores veces que vino, era más amable que Kenshi pero igual de travieso cuando quería.
Klaus por pedido de Yuki fue a ayudar con el equipaje, dando un leve asentimiento al recién llegado como reconocimiento y una suave sonrisa a Kenshi, apenas una línea sugerida para que el extranjero no notara los dientes puntiagudos. Pasó al lado de ambos pelinegros cargando una gran maleta que normalmente tendría que ser bajada por dos sirvientes, tomó una más pequeña con su otra mano y con eso se adentró en la casa siguiendo a los demás sirvientes para dejar las pertenencias de Wen en su cuarto.
El recién llegado siguió todo ese tiempo con la mirada a Klaus, las cejas alzadas por la sorpresa.
—Cuando me contaste de él… —Ya sabía quién era. Hablaban en chino—…no creía que hablabas en serio. ¿Son verdaderamente escamas?
Kenshi asintió.
—Lo son.
Wen observó a todos, que se movían o hacían una reverencia en saludo.
—¿Y lo aceptan sin más?
—No le fue sencillo. Algunos simplemente no lo tratan incluso después de estos tres meses.
—Alucinante. —Wen caminó por el sendero que tomó Klaus, en su interior ansioso por querer ver más del alemán—. ¿De verdad fue hecho así por un científico?
—Es ruso, ¿tú qué crees?
—Es que es tan irreal. ¿Cómo es que fuera de aquí no saben de él?
—Oh, deben de saberlo —ironizó Kenshi—. Escaparon algunos americanos durante el ataque en el que murió mi padre, imagino que habrán ido con el cuento a los demás… pero hasta ahora no ha pasado gran cosa. Ha estado todo muy tranquilo…
—Eso es un alivio —asintió Wen. Se adentraron en la casa, Wen conociendo tan bien esos pasillos como si viviera allí—. ¿Habla japonés?
—Al inicio, aparte de su alemán, solo inglés… y supongo que ruso. En su tiempo aquí aprendió japonés, pero sigue siendo chafo en pronunciación. —Kenshi hizo un gesto despectivo—. Háblale en inglés, si quieres. Así no me atormentas los oídos.
Wen le dio un empujón en broma.
—¿Tal como lo hiciste conmigo cuando aprendías chino? Eras una tortura.
—Tu japonés tampoco no es la gran maravilla. Estoy seguro que hasta chafo Klaus sabrá decir un trabalenguas de primaria mejor que tú.
—Eso ya lo veremos. —Sonrió el chino.
Se volvieron a encontrar con Klaus cuando éste salía de la habitación de Wen al terminar de acomodar las maletas. Tenía pensado en terminar de descargar las maletas, ayudar en alguna otra cosa y volver al lado de Yuki. Desde que Yuki pasó la etapa de convalecencia no se separaba de él, ahora más que antes le gustaba mantenerlo vigilado. No quería que nada malo le pasara, y si algo llegaba a pasar por lo menos poder pararlo a tiempo para que el bebé ni él sufrieran daño.
—Eh, Klaus, espera un momento. —Le detuvo Kenshi—. Quiero presentarte a Wen Xià, mi primo. Wen, te presento a Klaus.
El recién llegado hizo una leve inclinación.
—Es un gusto conocerte, Klaus. —Al erguirse, le miró profundamente, curioso y fascinado. Kenshi no mentía, podía ver bien las escamas de su rostro de aspecto tan genuino, el aire faltándole un ese instante cuando los ojos reptilianos le miraron. Era maravilloso.
—Un placer conocerte —contestó en japonés, lo primero que aprendió de Yuki eran los saludos. Luego continuó con el inglés para comodidad de todos—. Actualmente soy el guardaespaldas de Kenshi.
Wen miró a Kenshi.
—¿Sí? No mencionaste eso. —Kenshi se hizo el desatendido. Wen volvió su atención a Klaus—. Seguro debe ser una molestia cuidar de este tornado —ignoró el bufido de Kenshi.
—Es divertido cuando no intenta escaparse por los alrededores, aunque es difícil que le pierda la pista —dijo como una pequeña broma en dirección a Kenshi—. Y los paseos por el pueblo también son agradables. Los niños parecen aceptarme con más facilidad que los adultos.
Wen asintió con solemnidad.
—Los niños no tienen grandes prejuicios como los adultos, su inocencia les permite aceptar a todos sin distinción.
—Y son muy buenos para planear juegos y diabluras —añadió Kenshi.
Wen soltó una risita.
—También lo son. Pero…—Se enfocó en Klaus—…resulta alentador que puedas sentirte cómodo a pesar de todo. Ya habrás considerado esta tierra como un hogar, imagino.
Klaus lo pensó por un momento. Hogar. Hace mucho que esa palabra dejó de tener significado para él. ¿Sentía Japón como un hogar? No, él no sentía el mismo amor que Yuki por el país, ni por el suyo de origen ni de Rusia, pero ahí había encontrado gente que lo aceptaba, que le amaba. El primero de ellos fue Yuki que, contra toda lógica, le extendió su amistad y después su amor.
—El hogar está donde se encuentra el corazón. —Logró responder a la pregunta de Wen.
Wen le sonrió, como si estuviera satisfecho con su respuesta.
—Y siempre sigue tu corazón, y tu instinto. Es tu mejor guía.
Se escuchó el bufido de Kenshi.
—Ya empezaron con el sentimentalismo.
—Eso demuestra lo bueno que eres para arruinar momentos.
—Antes de que hagan que me dé una úlcera, claro. —Se defendió—. Mejor muévete, no quiero que empiecen a derrochar filosofía y sensiblería.
Klaus asintió. Iba a ir por el equipaje de Wen pero se dio cuenta de que el último chico con una maleta mediana acababa de atravesar la puerta. En vista de que ya no podía hacer nada más y tenía un poco de tiempo antes de volver con Yuki, se decidió por otra cosa.
—Iré a volar un rato —le avisó a Kenshi—. Si me necesitas sólo grita, literalmente. —Se despidió de ambos pelinegros para tomar el camino a un pasillo exterior.
—¿Volar? —Wen miró desde el camino que cogió Klaus a Kenshi—. ¿También vuela?
Kenshi suspiró.
—Ven, tengo mucho que explicarte. —Le tomó del brazo para arrastrarlo a la habitación.
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Durante los días que faltaban antes del viaje, Kenshi pidió a su primo el favor de que se encargara de sus deberes. Cuando Wen le preguntó no le dio muchas especificaciones sólo que debía hacer un viaje. Vladimir había hecho lo mismo con Fujiwara, en cambio la explicación que dio fue que llevaría a Kenshi a Rusia para concretar un par de trámites antes de la ceremonia oficial. Desde el día en que chantajeó a Kenshi para que fuera con ellos, el menor lo había evitado. Por esta vez Vlad le permitió el dormir en cuartos separados pero se dio cuenta de un detalle: no importa que tan enojado estuviera Kenshi, él seguía usando la alianza de oro.
Wen en cambio pasaba sus ratos libres viendo a Klaus volar, aprovechaba los momentos en que el menor descendía a tierra para charlar un rato con él. En cuanto terminaban de charlar Klaus volvía al lado de Yuki, ya para ese tiempo tenía una suave curva sobresaliendo de su vientre. Eso le encantaba a Klaus, ver a su tesoro redondearse por el crecimiento de su próximo hijo o hija, ¡que dicha!
El barco llegó, como fue previsto, al tercer día, permaneciendo uno para cargar las bodegas del navío para el nuevo largo viaje hacia América. En la siguiente mañana, cuando se estaba preparando el carruaje que llevaría a los viajeros y su equipaje a puerto, sucedió algo: Kenshi no estaba a la vista. Wen, que salió a despedir a los viajeros, no supo contestar dónde estaba el chico.
—¿No habrá ido a puerto ya? —preguntó Yuki, asomándose por la ventanilla del carruaje.
Shin gruñó.
—No sé para qué demonios va él también, pero si no aparece, zarpamos. Me costó convencer al capitán de hacer este viaje y no voy a perderlo por él.
Vladimir gruñó en descontento por la ausencia del menor pero no dijo nada. Klaus se despidió de Wen amistosamente antes de montarse en el carruaje.
Klaus nunca estuvo en un puerto. Miró con curiosidad los alrededores, algunos de ellos extranjeros pero en su mayoría lugareños pescadores, fuertes hombres con camisas remangadas a pesar del frío, bronceados por el sol. En el sexto muelle un barco de velas rojas esperaba el arribo de los polizontes.
Kenshi se hallaba allí, hablando con un joven quizás unos pares de años mayor, apartados y bastante juntos.
—Puf, de nuevo coqueteando —bufó Shin, siendo el primero en bajar del carruaje. Jim, quien también iba por petición de Shin, descendió después de él.
—Por lo menos está aquí.
Yuki también bajó del carruaje ayudado por Klaus.
El alemán se apegó a Yuki cuando presintió la presencia hostil de Vladimir descendiendo al otro lado del transporte. El ruso taladraba a Kenshi con la mirada. Se estaba dividiendo entre arrastrarlo lejos del otro hombre mientras lo empotrada contra una pared para dejarle claro a quién pertenecía después de matar al insensato que le estaba coqueteando, o esperar el momento adecuado para aclararle el mismo motivo sutilmente, en una cama de la cual no lo dejaría salir el resto del viaje.
Un hombre de músculos tornados, piel bronceada, cabello rubio despeinado por el viento y vivaces ojos tan azules como los del cielo se presentó ante ellos. Parecía un hombre lleno de vida a pesar de las ya marcadas líneas de expresión en los ojos.
—Ah, capitán —saludó Shin—. Chicos, este es el capitán Boran Cohen. —Se volvió a los demás—. Capitán, estos son los amigos con los que haré el viaje.
Jim se acercó.
—Un placer conocerlo, capitán.
Yuki sólo hizo una leve inclinación.
El marinero que estaba con Kenshi levantó una mano para acariciarle la mejilla con el rostro pero Kenshi le tomó la mano antes casi entrelazando los dedos y sonrió. Negó con suavidad, con unas palabras cambiando la expresión de consternación del marinero haciéndole reír. Fue entonces que notó la presencia de los demás y le soltó. El marinero hizo un gesto hacia el barco, con un asentimiento ambos se separaron después de unas palabras. Pero en vez de unirse a los demás, Kenshi vio el saludo de otros marineros locales y optó por acercarse. Quedaba claro que no deseaba unirse a los demás.
—¡Creí que no llegarían nunca! —saludó el capitán con una fuerte palmada a Shin en la espalda que casi le tumbó al suelo. Frunció el ceño al ver la cantidad de gente—. Muchacho, no mencionaste que traías tanta gente. Somos comerciantes, no viajeros de placer. —Mientras hablaba, otro hombre se acercó al grupo, más corpulento que el capitán y un notorio tatuaje en el brazo derecho.
Repasó los ojos oscuros por el grupo deteniéndose en Yuki.
—Capitán, es de mal augurio tener mujeres a bordo.
—¡No soy una chica! —le gritó al marinero, sacando su espada del que no quiso dejar a pesar de las réplicas de Klaus y Shin.
Shin se colocó al lado del marinero.
—Te aconsejo evitar ese tipo de comentarios. Es un poco sensible.
Klaus apretó al castaño de la cintura para que no hiciera nada tonto.
—Oh, vaya. Cuídate, chico. Alguien podría querer un pedazo de ese pequeño... —comenzó bromeando Baron, pero el gruñido amenazante de Klaus le cortó y fue Yuki el que tuvo que detener al pelinegro de hacer algo estúpido. Con una carcajada, el rubio cambió de tema—. Este es mi primer oficial, Smith. Es muy supersticioso... —El nombrado rodó los ojos y volvió por su camino al barco.
Vladimir continuaba fulminando a Kenshi con la mirada. Estaba a punto de tomar la decisión de matar al idiota que lo manoseaba y lidiar con las consecuencias después cuando un musculoso brazo se posó sobre sus hombros, llamando su atención.
—¡Por los siete mares! No me habías dicho que semejante prospecto iba a estar en el viaje.
—Me parece que prospecto no es, Baron, ya que estoy enterado que es comprometido. Con aquel de allá. —Shin señaló a Kenshi, rodeado ya por tres marineros –uno joven y dos mayores– locales, visiblemente contento de ser su centro de atención mientras charlaban—. Aunque no es el más recatado de los prometidos.
Jim suspiró al tiempo que Yuki tomó la palabra, más dirigiéndose a Klaus.
—Recuérdame por qué él viene también. Nunca lo llegué a entender. ¿No tiene obligaciones con el condado?
—Porque Vladimir es un obsesivo compulsivo y no dejará a Kenshi a sus anchas. —Por esta vez Klaus le dio la razón Vladimir. Él era mucho más impulsivo que Vladimir. Si Kenshi fuera su pareja y estuviera coqueteando tan descaradamente, seguro ninguno estaría vivo para ese momento. Se horrorizaba de su propio pensar pero se creía capaz de eso.
Baron echó una mirada al pequeño japonés, arqueando una ceja.
—A mi me parece que no le importa en lo más mínimo. —Viendo que Vladimir estaba a punto de explotar, el marinero tomó a Vlad en un agarre más familiar y comenzó a guiarlo al barco—. Ven conmigo, rusky, te lo mostraré todo. ¡Gente, vamos a cubierta! —Guió al grupo al barco.
La embarcación de velas rojas, metal, con una chimenea y una bodega enorme les recibió, el capitán sonreía orgulloso.
—¡Bienvenidos al Kimera!
Un sonido de asombro provino de Yuki, quien giraba la cabeza, estirando el cuello, curioso de todo lo que pudiera ver. De proa a popa, los mástiles, la zona de vigía, incluso preguntándose qué contenía cada barril que subían a bordo. Habían cajas además que bajaban por una trampilla; Jim apenas se fijaba en el barco y sin descaro alguno prefería deslizar su mirada por cada marinero que cargaba las provisiones al navío; Shin era más indiferente a uno y otro, enfocado en que se apresurasen a zarpar. Kenshi seguía en puerto hablando con los marineros.
—Es bastante grande —habló Yuki—. ¿Cómo le hace para mantener el barco? ¿Trabajan en algo específico?
—Esclavos. —Baron se rió al ver la cara que puso Yuki y a la tensa de Klaus, Vladimir no pareció tener una reacción de horror y eso le impresionó—. Tengan cuidado, alguien podría jugarles una mala broma. Somos mercaderes aunque también nos encargamos de llevar algunas cosas no tan legales. Como el opio1.
—Droga —especificó Vladimir.
—Resumiendo todo eso: son traficantes —añadió Shin—. Y antes de que preguntes, él me debía una de cierta vez hace años que le hice un favor. —Shin le dio una palmada a Baron cuando pasó por su lado—. Ven, esa es la ventaja de viajar mucho…
—Y meterte en problemas. —Jim agregó de paso.
—Para cuando necesitas una ayuda, tienes a qué recurrir. —Alejándose del grupo, Shin se mezcló entre los demás marineros que había en cubierta.
—¿No es una vida aburrida estar siempre en el mar? —preguntó otra vez Yuki. Le costaba entender cómo podrían estar tanto tiempo navegando.
—¿Bromeas? Es toda una aventura. —Vladimir no estuvo tan de acuerdo con eso pero imaginaba que si le decía al hombre que prefería estar metido en un laboratorio día y noche observando microorganismos, seguro que lo tachaba de loco—. Nuevas tierras por descubrir, nuevas personas por conocer además, se hace buen dinero si se tiene los contactos correctos. —Se alejó sólo un poco de Vladimir—. ¡Señores! —gritó a la tripulación—. ¡Tienen 30 minutos para cargar todo! ¡El que se quedó, se quedó!
—Kenshi-sama sigue en puerto. —Yuki se giró para mirar por la borda. El joven de nuevo se encontraba con el marinero de antes, mientras los otros tres se marchaban. Esta vez, tomó de la mano al marinero mientras hacía un gesto de cabeza al barco, luego de su brazo. El tipo le guió hacia el puente para subir a bordo—. Oh…, ahí viene.
El marinero le llevó a ellos, deteniéndose frente a los demás. Soltó al marinero, quien saludó a los demás con un asentimiento antes de retirarse y terminar sus tareas.
—Vaya, y yo que pensaba que saldrías huyendo —se burló Jim con calma.
Kenshi se cruzó de brazos.
—La brutalidad salvaje e inhumana ronda por estos lares como para yo querer hacer esa obvia acción —dijo, por un momento mirando a Vladimir antes de apartar la vista.
Vladimir no se contuvo de evaluar la figura de Kenshi, decepcionándose al notar que no tenía puesta la alianza que le dio. El poco control del ruso estaba por evaporarse cuando el capitán volvió a su irritante insistencia de poner su brazo alrededor de sus hombros, desviando su atención.
—¿Qué dicen si hacemos un recorrido?
Sin esperar respuesta, el rubio, más alto que Vladimir, se encaminó por una puerta que llevaba bajo cubierta, Klaus y Yuki fueron los primeros en seguirle. Jim también les siguió, curioso de ver el barco por dentro. Kenshi fue el único que se quedó, marchándose a la proa con una expresión taciturna.
—¿Cuáles son los lugares a los que suelen ir con regularidad? —cuestionó Jim. Yuki iba a hacer esa misma pregunta también.
—Hacemos comercios entre Asia, América del norte y sur. Son las rutas más directas y como dicen: El tiempo es dinero. Claro que si el trabajo es de suficiente valor podríamos llegar al mismo fin de la tierra. —Hace siglos que la idea de una tierra plana fue descartada pero los marineros continuaban con el infantil pensamiento de abismos que hundirían sus barcos.
El rubio les llevó por los largos pasillos, señaló brevemente las bodegas, el área de carga, en el comedor demoraron un poco más al igual que la cocina donde se encontraron a un gran hombre gordo, con un delantal manchado y un resquicio de barba mal cortada.
—Aquí el marinero Silver, el mejor cocinero que hemos tenido en años. Sus comidas no tienen buena pinta pero saben muy bien. —El hombretón se rió en agradecimiento por la presentación y el mal chiste del capitán.
—¿Que dice, Barón? —dijo en tono burlón el cocinero—. Si usted es capaz de hasta comer piedras con sal.
—Esas con calamar a un lado te quedan muy ricas —continuó la broma el otro.
—Prueben esto. —Sirvió un cuenco para todos, una crema color marrón con trocitos de lo que parecía carne flotando. Klaus la olisqueó un poco antes de probarla igual que el resto.
—Tiene un sabor fuerte —murmuró el más joven.
—Vieja receta familiar. —Un pequeño jadeó se escuchó entre los presentes cuando vieron que el plato de Klaus tenía un ojo flotando—. ¿Qué he hecho? ¡Eso es parte de la familia! —dramatizó el hombre, riendo de la cara de susto que puso el alemán antes de comerse el ojo—. Es un chiste, hijo.
Con una mirada enfadada, Klaus dejó el plato a un lado.
Para evitar que los demás muriesen de hambre, como posiblemente sucedería y más teniendo en cuenta que Kenshi estaba con ellos, Jim dio un paso adelante.
—Yo también soy cocinero, y sugeriría trabajar en conjunto con usted, como un pago extra por llevarnos. Además de que siempre es bueno saber una que otra receta nueva. Estoy seguro de que habrá algunas que gusten.
Yuki esperó que aceptaran. Realmente no quería ojos en su sopa la próxima vez.
Silver recorrió la figura de Jim con mal disimulado interés antes de sonreír, dejando entrever que al cocinero le faltaban al menos dos dientes y uno de los espacios estaba rellenado con un diente de oro.
—Si eso te hace feliz.
Jim dio una suave sonrisa.
—Lo haría.
Yuki suspiró y murmuró bajo en japonés.
—Gracias, Buda. No habrá ojos en la comida.
Klaus gruñó por lo bajo. El recorrido continuó, Jim también dentro del grupo prometiendo a Silver que volvería más tarde para ayudar. Pasaron a la oficina de Baron Cohen donde vieron la ruta a seguir, había una corta parada en Hawaii para abastecerse de suministros para el resto del viaje y de ahí tocarían puerto en San Diego.
—Capitán —llamó Jim, interrumpiéndolo un momento—. Quiero preguntar, ¿dónde vamos a dormir? No sé si Shin mencionó que hay algunos un poco delicados al frío. —Jim dio una mirada de reojo a Klaus.
—También fui informado de parejas entre el grupo. —Miró entre Klaus, Yuki y Volsk, se quedó más tiempo observando la figura de Jim—. Por lo general los hombres comparten camarotes así que, a falta de espacios, tú y Shin deberán quedarse en la habitación de algunos compañeros, por respeto a la intimidad marital. —El rubio se dirigió a la joven pareja—. Les dejaremos un camarote a ustedes dos y al rusky.
Sonrió insinuante hacia Vlad, fijando la vista en el brillo de la alianza de oro.
—Claro que eres libre de acompañarme a mi camarote si tu prometido no cumple con sus responsabilidades.
Jim alzó una ceja, luego miró a Vladimir, su alianza, después al capitán, otra vez a Vladimir y negó, como si tuviera un pensamiento negativo y optaba no expresarlo en voz alta.
—Gracias por su hospitalidad, capitán. —Jim cogió una bocanada de aire—. Con su permiso, iré a reunirme con Silver. Tengo curiosidad de saber qué tiene pensado hacer de almuerzo. —No esperó respuesta cuando tomó el camino que sabía dirigía a las cocinas.
Yuki se giró a Klaus.
—Vamos afuera. Me gustaría despedirme de Japón. —Al notar entonces que esa era la primera vez que marchaba del país, así sea por un corto tiempo, la expresión de Yuki decayó en una abatida. No sabía si eran las hormonas esas que suelen atacar a las mujeres en el embarazo o la repentina añoranza, pero sintió sus ojos aguarse—. Es la primera vez que salgo de Japón…, incluso creo la de Kenshi-sama. Ninguno de los dos era partidario a salir algún momento de aquí…
Klaus apretó a Yuki contra su pecho, dándole un beso en la mejilla antes de guiarle fuera del lugar hacia la cubierta.
Vladimir y Baron se quedaron en la oficina. Vlad suspiró.
—Agradezco su...invitación pero Kenshi...
—Kenshi está afuera coqueteando mayormente con mis hombres. —El ruso frunció el ceño—. Sólo digo que si te sientes solo, ven a verme...
—Lo pensaré... —Dejó al aire la respuesta sin mucho interés antes de también salir.
Shin terminaba de ayudar a los demás marineros a subir el resto de provisiones mientras que Yuki y Klaus caminaban por la cubierta. Kenshi, contrario a las palabras de Baron, estaba en la proa, solo, observando el puerto con la mirada perdida. Al terminar el trabajo, quitaron el puente para iniciar el viaje.
—Siento retortijones en el estómago —dijo Yuki, tocándose el abdomen—. Creo que son nervios…
—No estaremos mucho tiempo fuera. Volveremos antes de que te lo imagines. —Miró a los alrededores, notando que todo el mundo estaba ocupado—. ¿Quieres una mejor vista? —Antes de que Yuki contestara, Klaus lo apretó de la cintura. Las alas y la cola surgiendo, dio un buen impulso y terminaron en lo alto del barco teniendo una fabulosa vista del puerto y parte del pueblo a lo lejos. La pareja se quedó ahí para ver como el barco zarpaba.
Vladimir ubicó a Kenshi en la proa apenas salió a cubierta. Se acercó a donde el pelinegro estaba, observó el aire salado jugar libremente con su cabello a diferencia del suyo que estaba pulcramente peinado contra su cráneo dándole un aire más adusto. El japonés tardó en reaccionar, apoyado en la baranda con la mirada en algún punto del puerto. Sus ojos parpadearon, notando entonces la presencia de alguien junto a él. Se frotó los ojos respirando hondo, enfrentó a la persona a su lado y al ver que era Vladimir, chistó, de nuevo volteándose a un lado.
—Eres tú —murmuró bajo. Su vista descendió al pequeño espacio que había entre Japón y el barco, el mar moviéndose en suaves ondas.
—Soy yo. —Soltó con algo parecido a la amargura. Mirando de reojo a Kenshi, suspiró—. Volverás a Japón, no es necesario que tengas esa mirada como si nunca más fueras a regresar.
—Preferiría no salir, pero es obvio que no eres tú quien está siendo obligado a salir de su hogar. Estoy seguro de que ni siquiera tienes la mínima idea de qué siento o lo que es esto para mí. —Se movió, alejándose de él como si así pudiera respirar, rodeándolo para ir a la popa.
Como tan otras veces, Vladimir atrapó por el brazo, una maniobra que ya se estaba haciendo costumbre entre los dos, para halarlo y apresarlo entre el barandal del barco y su cuerpo quedando muy juntos.
—¿Por qué siempre insistes en creer saber lo que estoy pensando?
—De otra manera habrías dejado que me quedara. Estas arrastrándome a un lugar por el que me arrancaría hasta la piel por no pisar nunca. —Kenshi entrecerró los ojos—. Crees que Klaus, Shin y tú podrán protegernos, pero ni Klaus solo pudo proteger a mi padre. Quieren ir a un lugar infestado de americanos, ¿en verdad piensas que hay posibilidades de salir con vida de ahí? Si aquel veneno no logró matarme, tú lo harás…
—Klaus no está sólo. —Dejó caer con un tono extraño, sus ojos resplandeciendo en amarillo por unos segundos. Fue tan breve que Kenshi podría pensar que sólo fue su imaginación—. Yo te protegeré, no permitiré que nada te pase —prometió como tantas otras veces. Enseñó el anillo en su mano izquierda—. Aunque tú no tomes en serio los anillos, para mí son una promesa y voy a cumplirla.
Kenshi observó el anillo un momento, antes de verlo a él. Tomando aire, su rostro giró a un lado para después mirarlo de nuevo.
—No puedo confiar en ti. Hasta no volver a mi hogar, no voy a hacerlo —declaró, otra vez apartando la vista.
Quiso gritar y obligar a Kenshi a corresponderle. Vladimir no tenía idea de dónde venía tanta ira pero se contuvo.
—Es razonable. —Se inclinó, dejando un beso cerca de la comisura de los labios—. Te veré después. —Se apartó un poco para alejarse de Kenshi.
Entonces sonó un fuerte silbato desde algún lugar del barco anunciando su marcha, las chimeneas del barco humeantes y la agitación breve del mismo antes de que comenzara a moverse. Kenshi se giró en redondo, su mente por un instante tardándose en registrar que en verdad se alejaban del puerto. Se movió. Siguiendo la baranda, caminó a la popa, temblante. Aterrado, mucho. Sus pasos fueron más rápido, esquivando marineros del camino y rodeando otros; Se sentía como un niño al que le alejaban de su madre…, otra vez. Para cuando llegó al final del barco, contenía lágrimas en sus ojos, aferrando fuerte la baranda. No le importaba si era una semana, un día o algunas horas, no quería irse de Japón.
Klaus y Yuki bajaron cuando el barco se hubo encaminado en su trayectoria. Para alivio de Klaus, ningún marinero notó que voló cargando a Yuki, todos más ocupados en hacer que el barco funcionara correctamente aunque si había notado el descarado interés de los marinos en su aspecto.
Se encontraron a Kenshi de frente, limpiándose el rostro con la manga de su yukata. Yuki compuso una expresión preocupada. Quizás al mayor le dolía más la partida de lo que él se imaginó.
—Kenshi-sama, ¿está bien…?
Pero Kenshi solo los miró con desprecio y molestia, pasando por su lado y de paso dando un ligero empujón a Yuki, internándose dentro del barco. Yuki contuvo a Klaus antes de que se le ocurriera hacer algo en su contra.
—Déjalo.
—No puede tratarte así —gruñó molesto—. Tú solo estabas preocupándote por él.
—Quizás no, pero algunas personas reaccionan así por simple defensa. Él de por sí tiene un carácter difícil, que yo sepa perdió a su madre muy joven y su padre nunca fue alguien amoroso. Creo que no sabe lidiar con que alguien se preocupe por él. —Suspiró—. Además…, todo esto… No pienso que fue buena idea traerlo con nosotros. Todo su ser exuda tanta…agonía. Es algo cruel si él no quiere venir.
Klaus se encogió de hombros. Él era un conejillo de indias desde los 13 años y no iba tratando mal a las personas.
—Ya no hay vuelta atrás, deberá acostumbrarse al viaje. —Pasó un brazo por el hombro de Yuki protectoramente—. Volvamos adentro, quiero ver dónde vamos a dormir antes de que sea hora de almorzar.
N.E:
(1) Opio: sustancia que se obtiene desecando el jugo de las cabezas de adormideras verdes; tiene propiedades analgésicas, hipnóticas y narcotizante, su consumo puede provocar dependencia.
Faltaba uno :p
