Capítulo 20
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Después de que los polizontes se acomodaran adecuadamente en sus respectivos camarotes, llegó la hora del almuerzo, nada muy elegante ni ortodoxo, después de todo estaban rodeados de enormes hombres sudorosos y varios tatuajes en todo el cuerpo, la mayoría con un marcado olor a mar y sol producto de tantos años surcando los mares.
Para Klaus no pasó desapercibida la descarada mirada que le dedicaba la mayoría. Sus rodillas temblaron al reconocer varias miradas indecentes tanto para Yuki como para él, se pegó a su pareja intentando disimular su miedo aparentando que estaba celando a Yuki. Si antes pensó que nadie lo había notado, no podía estar más equivocado. Esos hombres eran muy observadores y más de uno le vio en su hazaña de volar sobre el barco sólo para complacer a su pareja con una hermosa vista del puerto de Hiroshima.
Cuando se sentaron a comer, un grupo de marineros se dedicó a cuestionarles, uno que otro haciendo alguna broma subida de tono. Jim y Shin eran los que más disfrutaban de la atención, mientras que Vladimir socializaba sólo lo necesario para no ser tachado de antisocial, no tanto mientras que Klaus y Yuki se mantenían bastante juntos intentando no dar mucha importancia a las bromas.
Después de eso, el grupo se dispersó, la mayoría volviendo a sus trabajos. Boran invitó al ruso a su oficina pero Smith y Jim les siguiieron tercamente lo cual Vladimir agradeció. Para cuando logró escaparse de las insistentes atenciones del capitán, ya era prácticamente la hora de la cena. Sin comer demasiado, el ruso se retiró del comedor decidiéndose por darle una vuelta al barco, con suerte encontraría algo entretenido que hacer. Grande fue su sorpresa al detectar los olores de Shin y Kenshi juntos. Acercándose sin ser detectado, escuchó la conversación que mantenía la pareja.
Estaban por la zona de babor, pegados a la pared en la sombra. Kenshi y Shin se habían sentado encima de una caja, hombro con hombro, observando el horizonte y los hombres que pasaban a un metro de ellos, ignorándoles.
—Quita esa cara. No es el fin del mundo… —decía Shin—. Es un viaje corto, no unas vacaciones… —Kenshi no contestó. Shin podía ver sus ojos rojos e hinchados, sabedor que era la primera vez que le veía así. Por un momento pensó que nunca podría llorar—. No lo entiendo… —Su voz bajó un poco—, ¿por qué dejas que te obligue? No eres de los que se dejan… —Hablaban de Vladimir, pero ni eso logró que Kenshi pronunciaba palabra. Shin suspiró—. ¿Qué es lo que te da miedo? No me digas que quedaste tan traumado por aquella revuelta de la que Jim y yo te salvamos, ¿o sí? ¿Son los americanos?
Kenshi sollozó levemente.
—No es…solo eso. —Hipó la nariz—. Mi madre murió en un naufragio. Iba a un viaje a China…, el barco nunca llegó… y nunca encontramos su cuerpo. No hay nada en su tumba.
—Oh. —Shin no sabía cómo actuar a eso, pero comenzaba a comprender—. Pero…, este barco es muy resistente. No vamos a hundirnos.
—Y también fue un barco…quien se llevó a otra persona que amaba.
—¿Otra…?
—Él era lo único importante que tenía luego de que mamá muriese… pero subió en aquel barco…, se fue de Japón… y nunca más lo volví a ver ni saber de él. Estoy seguro que también tuvo el mismo final que mamá… —Subió sus piernas a la caja, abrazándolas y hundiendo su rostro en ellas.
Shin sintió lástima por Kenshi, ya entendía que no solo era ir a América sino estar en el mismo barco lo que le aterraba. Pasó un brazo por los hombros del chico, atrayéndolo a él, girándose para abrazarlo mejor y acariciar la espalda.
—No nos va a pasar eso, ¿de acuerdo? Tranquilo… —murmuró. Kenshi temblaba, no precisamente por el frío—. ¿Cómo era? —Por el hecho de que se quedó quieto, supo que obtuvo su atención—. Él. La persona que querías…
Por primera vez desde que subió al barco, Kenshi sonrió.
—Era amable…, divertido y simpático. Muy valiente…, honesto, no le importaba decir la verdad así fuera algo bueno o malo. También… —Con la manga del yukata, se limpió un poco el rostro— comprensivo. Nunca hacía algo que no me gustara o si no me gustaba algo, él… él no insistía. Éramos mejores amigos…, le agradaba a mamá. Ella me cubría con papá para que pudiera estar con él. Siempre estábamos juntos…, hasta ese momento.
—Suenan como la pareja ideal. —Se burló Shin con suavidad. – ¿Por qué se fue?
La mirada de Kenshi se ensombreció, y su voz dejaba notar la tristeza que le embargó.
—No lo sé…, nunca dijo algo exacto… pero estoy seguro que papá tuvo algo que ver. Luego de que le conociera, papá le odió y me prohibió verlo. —Kenshi cerró los ojos—. Nos encontró…un día besándonos, fue la primera persona para mí…, y al día siguiente él estaba en el puerto para subir al barco que se lo llevó.
Shin no dijo nada por un momento.
—¿A qué edad fue eso?
—Yo tenía unos 9 años. Él se fue con 12 años.
—Wuo. —La sorpresa en Shin era genuina—. Eran bastante jóvenes.
—Yo lo amaba —susurró el pelinegro, sintiendo que podría permanecer en la calidez que era el pecho de Shin en aquel momento, sus ojos aún cerrados.
—Me imagino… —Shin bajó la mirada—. Oye…, estás muriendo de sueño. Vamos a tu habitación.
Kenshi se separó de inmediato al captar su mente el significado de esas palabras.
—No. No quiero dormir hasta estar en tierra. —Se frotó los ojos con la intención de espantar el sueño, poniéndose en pie y tambaleándose un poco—. No quiero. —Apresuró sus pies a marcharse de allí.
—Hey, espera. ¡Kenshi!
Kenshi se tropezó con el torso de Vladimir en su intento de huida. El ruso entendía tantas cosas ahora, ¿por qué Kenshi no le dijo nada de eso antes? Tuvo tantos días para hacerlo... Claro que le había dicho que podría decirle a Klaus sobre el veneno, pero eso era sólo una treta para que Kenshi no se pusiera necio. Realmente no iba a cumplir semejante barbarie, sabía lo volátil que podía ser Klaus con ese tipo de información pero ahora... Enterarse de eso porque tuvo que escucharlo a escondidas, y no porque el japonés se lo dijera a la cara...
Suspiró frustrado...
—Vine a buscarte —le dijo con voz calmada, sin recriminarle nada—. Quería que vinieras conmigo al camarote... Pero escuché lo que hablaron. —Desvió un segundo su mirada a Shin que estaba detrás de Kenshi—. Si hubiera sabido...
—Escuchaste —dijo, como si no comprendiera la palabra. Parpadeó, estrujándose los ojos otra vez—. Siempre de metiche. —Shin alzó las manos antes de marcharse por otro lado. Kenshi frunció un poco el ceño al captar algo que pasaba por alto—. No quiero ir al cuarto. —Quiso rodearlo para seguir su camino, solo que no vio un cable que se hallaba en el piso y tropezó.
Vladimir tuvo un tiempo de reacción suficiente rápido para atrapar a Kenshi, su brazo rodeando su cintura en un acto reflejo. Abrazó a Kenshi contra su cuerpo, se quedaron así un momento, sus corazones latiendo con fuerza por el pequeño susto.
—¿Estás bien?
Manteniéndose quieto por un momento, Kenshi no contestó hasta que pasó un minuto.
—Yo…, sí. —Bajó los párpados—. Siento que todo da…algo de vueltas. —Abrió los ojos y levantó la mirada, tratando de erguirse—. Yo… quiero volver a casa…
Vladimir lo miró por un eterno segundo, ojos azules sumergiéndose en la oscuridad de los negros de Kenshi, sintiendo su desesperación y acongoja. Apretó el agarre contra su cuerpo, su mano derecha acariciando el lacio cabello negro para calmar al joven.
—Lo siento —murmuró el ruso contra su oído—. Si hubiera sabido, no te habría orillado a esto.
Dejando escapar un gimoteo, Kenshi hundió el rostro en su pecho, sus brazos rodeándole, cansinamente apoyando su cuerpo en el otro. No dijo nada, no hizo más allá de solo abrazarse a él. Los ojos volvieron a cerrarse, resultándole de alguna manera relajante estar así, ya no era asfixiante.
Vladimir continuó con las caricias dejando que Kenshi se desahogara, apoyó su espalda contra el muro de metal en el que antes estuvieron recostados ambos japoneses. Vladimir continuaba susurrando palabras amables, nada que alterara a Kenshi pero él mismo comenzaba a preocuparse. El aire salado de la noche estaba helado y ninguno de los dos tenía suficientes prendas cálidas, añadiendo el hecho de que Vladimir continuaba teniendo problemas para conservar el calor. Una corriente helada le hizo estremecer apretando más a Kenshi contra su cuerpo, tratando de ignorar el frío que se colaba entre ellos.
Kenshi abrió los ojos, ladeando un poco el rostro, ante el apretón.
—Tiemblas… Antes casi no temblabas… —murmuró bajo. Trató de separarse—. Deberías ir al cuarto.
El ruso negó, escondiendo el rostro entre el cuello del menor. Era increíble lo fría que podía sentirse una nariz contra una piel cálida.
—Nyet. Quiero quedarme aquí, no voy a dejarte solo.
Ahora fue turno de Kenshi estremecerse por esa acción, fue como un cubo de hielo haciendo contacto con su piel.
—Vladimir… —No recordaba haberlo llamado por su nombre antes, sintió raro hacerlo—, te estás congelando… Camina… —Y añadió—: iré contigo.
Vladimir sonrió para sus adentros, tomando la mano de Kenshi sutilmente, después en un agarre más seguro cuando el japonés no se apartó. Se sintió feliz de que Kenshi lo llamara por su nombre, hasta ahora sólo había sido "Volsk", "ruso" u "oye". Se oía tan bien escuchar su nombre con ese acento asiático, muy diferente del ruso al que estaba acostumbrado.
Kenshi caminó con él al camarote que según le asignaron, la mayor parte del camino apoyándose en él sin saber si era por cansancio, para mantener el calor entre ambos o simplemente porque quería sentirlo pegado a su cuerpo. Se internaron dentro del barco donde apenas hacía algo de calor, y caminaron al camarote. El japonés apenas reparó en la sencilla cómoda de madera, el ligero equipaje de los dos en una esquina y la cama lo suficientemente grande para los dos. Ladeó la cabeza, viendo el lecho. Estaba varios centímetros más arriba del suelo, apoyada en cuatro patas anchas. Alzó los hombros, restándole importancia. Por lo menos, era cálido allí dentro.
Sin quitarse la ropa ni la chaqueta, el ruso se deslizó bajo la colcha que para su horror era más delgada que la de los futones. Kenshi se deslizó después y ambos se apretujaron el uno contra el otro, la cabeza de Kenshi apoyada en el brazo del ruso a modo de almohada mientras el oji-azul deslizaba el otro brazo por el estómago de Kenshi en una caricia perezosa.
Luchando contra el sueño, Kenshi buscaba mantener los ojos abiertos. No quería dormir. ¿Y si el barco de pronto le pasaba algo y se hundía? No obstante, ese roce, la extrema cercanía de Vladimir, aunando a su tibieza y su olor representaba una droga que le dormía cada vez más. Subió una mano para reposarla un poco bajo su rostro, y solo diciéndose que cerraría los ojos por cinco minutos, no esperó ni supo el momento en que quedó dormido profundamente.
El ruso se quedó contemplando el rostro dormido del pelinegro por un rato, observando líneas de preocupación aún a través de la bruma del sueño. Abrazando a Kenshi también cerró los ojos, un bajo ronroneo se le escapó por la calidez del momento. De esa manera concluyó su primer día de viaje.
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Esa noche Smith subió a cubierta con el capitán Baron Cohen que disfrutaba de la frescura del clima, la mayoría de las veces el rubio hacía la primera ronda nocturna hasta que algún subordinado venía a relevarle. Adoraba el sonido de las olas rompiendo contra el casco del barco, el viento silbando, el olor a agua salada y los kilómetros y kilómetros de extenso mar perdiéndose en la oscuridad de la noche. Imaginaba que no todos podían apreciar esa belleza, claro ejemplo de eso era el ruso. Baron sonrió ante tal ocurrencia. Con sólo mirarlo se daba cuenta que era un hombre de tierra, no tenía ningún interés en la vida marina, también el alemán, aunque se podría decir que él pertenecía a los cielos. Alguna vez escuchó historias de hombres que podían volar, mitos y cuentos de borrachos tildaban algunos pero ver de verdad que era posible...
—Te vas a resfriar si sigues saliendo así —regañó Smith que venía con una manta en sus brazos para el capitán, el mismo pelinegro usaba ropa más abrigadora para esa hora—. Debes tener la nariz congelada.
Pasando la manta por sobre los hombros del capitán, Smith se recostó en el barandal al lado de Baron.
—Creí que a esta hora le estarías echando el diente a cierto polizonte de color —bromeó el rubio mientras que el pelinegro bufó.
—Silver me lo ganó esta noche. —Eso hizo que la risa del capitán fuera más estruendosa.
—Debes ser más avispado, amigo mío...
—¿Qué hay de ti? Fuiste bastante descarado esta mañana con el rusky —acusó.
—Tiempo al tiempo —respondió el capitán con voz serena, dejando que su mirada se perdiera en el horizonte—. El chico japonés es atractivo, lo reconozco, pero esos dos son una bomba de tiempo, y cuando su relación esté acabada, será mi oportunidad.
—Porque acercarte justo ahora es un suicidio —expresó Smith—. El rusky tiene esa mirada de "¡Mantente a raya o te castro los huevos!".
—¡Ja! Sí. Esa es otra buena razón. —Se acercaron un poco el uno al otro cuando sintieron una brisa helada—. Es una buena razón para mantener las manos quietas. ¿Qué me dices del niño? —preguntó refiriéndose a Klaus. Siendo normalmente puesto entre los más altos, entre tanto marinero fornido y de pecho peludo, Klaus se veía diminuto con su figura de cintura estrecha y hombros anchos, su aspecto tan fuera de lo común tentaba a los tripulantes del Kimera.
—¿Estás loco? Ese parece que si te le acercas mucho, te muerde. ¿Le has visto los dientes? —recordó los dientes puntiagudos—. Prefiero conservar mis partes intactas, muchas gracias.
—Parece todo un cazador —se burló el rubio—. Además, es muy devoto de ese chico japonés. Dudo mucho que alguien más logre llamar su atención.
—Los hombres estarán decepcionados.
—Vaya que sí. Se les ve buen culo a los dos. —Ambos fantasearon un rato más, bromeando e imaginando antes de que Smith reportara que volvería a su camarote mientras que el capitán se quedaría para vigilar hasta el siguiente relevo.
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Al día siguiente, fue tarde cuando Kenshi despertó. O por lo menos, ya todo el mundo estaba despierto al momento en que él lo hizo. Sin embargo, un pequeño rayo de sol lograba entrar a través de la ventana redonda de su camarote, descubriendo que seguía recostado del pecho de Vladimir luego de abrir los ojos. No se movió, estaba inmóvil en la cama, la respiración pausada. El barco seguía moviéndose, respiró tranquilo. No se habían hundido. Eso representó una calma para él, permitiéndole prestar atención a lo demás. Como al cuerpo de Vladimir totalmente pegado a él, su brazo rodeándole, una de sus piernas enredadas con la del ruso y el continuo eco de sus latidos llegando a su oído. Volviendo a cerrar los ojos, se apretó a él.
Varios pensamientos cruzaron su mente. Esa fue la primera noche en muchos días que dormían juntos, hacía mucho que no sentía sus besos, que no sentía su toque, que sus cuerpos desnudos entraban en contacto el uno al otro. Una punzada de añoranza apareció en su pecho, abrió los ojos y levantó la vista.
—…hola.
—Buenos días —respondió en su marcado acento con la voz enronquecida. Se había despertado hace horas pero no tuvo el valor para levantarse dejando a Kenshi sólo en la cama, no después de lo que descubrió la noche anterior. Alcanzando un libro, se quedó leyendo hasta que Kenshi despertó, le dio un beso en la frente como saludo—. ¿Dormiste bien?
—Creo…, pero no quería dormir. —Bajó un poco la mirada—. ¿Vamos a estar mucho aquí?
—Pretendía entretenerte anoche, pero cuando vi que caíste rendido no quise despertarte. Parecía que lo necesitabas. —Estiró la mano derecha para acariciar el cabello negro del menor que caía como cascada sobre su hombro—. Un tiempo. Pararemos en Hawái para reabastecernos antes de continuar el viaje.
Kenshi tomó su mano antes de que continuara con la caricia, volviendo a verlo.
—¿Y si me quedo en Hawái mientras tanto? Prometo no hacer nada malo…
—Sigue siendo territorio estadounidense, y estarías completamente desprotegido. —Entrelazó sus dedos con los de la mano contraria—. ¿Por qué nunca mencionaste nada sobre esto? —Refiriéndose al terror que le tenía a las embarcaciones.
—No…quería —musitó bajo, jugueteando con los dedos del otro.
—¿Por qué no?
Kenshi tardó en responder, e incluso desvió la mirada a otro lado.
—No confío en ti.
Vladimir suspiró.
—Comprendo. —En verdad lo hacía—. De ahora en adelante no te obligaré a nada. Si no quieres hacer algo, entonces lidiaré con eso. No te voy a forzar.
—¿Es… en serio? —Los ojos de nuevo se fijaron en los azules, queriendo asegurarse que no mentían—. ¿Lo harás?
—Totalmente en serio. —Correspondió la ansiosa mirada.
Kenshi se mordió el labio inferior, deliberando si aceptarlo o no. Posiblemente lo hizo, ya que asintió.
—Bueno, está bien. Pero, no será suficiente… Tienes que esforzarte. —Negó—. Las cosas no se obtienen fácilmente…, y no hagas trampas.
Vlad sonrió, rodando en la cama para que el cuerpo de Kenshi quedara recostado en el colchón mientras que se acomodaba entre sus piernas. Besó el cuello del menor, sintiéndolo agradablemente cálido.
—¿Es trampa si hago esto? —Dejó un par de chupetones mientras subía por la sensible piel, acercando sus labios a los entreabiertos de Kenshi—. ¿O esto?
—Es posible… —La voz de Kenshi fue apenas un susurro—. Pero…, quizás pueda dejarlo pasar por ahora…, pero que no sea costumbre —advirtió. Una de sus manos subió hasta tocar la mejilla del ruso, acariciándolo con el pulgar. Inclinándose al frente, terminó por unir los labios de ambos, suspirando de gusto.
—¿Seguro? —Empujó intencionalmente su cadera, encontrándose con la de Kenshi, repitiendo el movimiento, sus cuerpos frotándose con toda la ropa de por medio y el cubrecama medio cubriéndoles—. Podríamos hacer de esto una costumbre —tentó al menor, besando sus labios, sus manos reptando por su cuerpo acariciando toda la piel disponible—. Hasta mejoraría con el tiempo.
—Eso te convertiría en un tramposo. —Su otra mano, que hasta el momento se detuvo en su cintura, viajó hacia el pecho, sobre los botones del abrigo—. Antes dije que me daba calor verte con tanta ropa, ahora me sofocas. Estás al doble.
—Es un efecto secundario de mi convalecencia —murmuró, entregando besos sobre el blanco cuello, apartando el yukata hasta descubrir los pezones que en seguida lamió y chupó—. Es algo a lo que deberás acostumbrarte.
Kenshi hundió los dedos en la pulcra cabellera negra del ruso. ¿Por qué nunca podía llevarla desordenada?
—Mmh. —Sus ojos se cerraron un momento—. Entonces, si pido que estemos los dos desnudos ahora, ¿no se puede porque te congelarás?
—Hay una buena solución para eso. —Le dio un profundo beso que le robó el aliento a los dos. Con voz ronca se acercó al oído de Kenshi, ordenándole—: Caliéntame con tu cuerpo.
—Hecho. —Y tomando el rostro de Vladimir entre sus manos, le atrajo a un largo beso que pronto fue de necesidad, al tiempo que las manos serpenteaban por el abrigo, sacando los botones de los ojales para así abrirlo y sacarlo por sus brazos, una de sus piernas subiendo hasta anclarse en su cadera, buscando más fricción entre ambos cuerpos.
—¡Mmh! —El ruso no se quedó quieto. Descuidadamente desató el nudo del yukata de Kenshi, permitiendo que su cuerpo quedara sólo con el fundoshi al que Vladimir comenzaba a ver atractivo. A diferencia de la ropa interior occidental, la oriental dejaba más piel a la vista. Desesperados por tener más contacto, el ruso se separó lo suficiente para sacarse por competo el abrigo y la camisa, dejándose los pantalones a medio abrochar y dejando entrever la erección que sobresalía por encima del elástico del interior.
—Eh, el pequeño Vlad está ansioso por ir a casa, ¿no? —Kenshi estiró una mano para bajar la prenda, con la otra tomando el pene al que comenzó a frotar. La mano que quedó libre se paseó por todo el pecho descubierto—. Hace mucho que no pasea por ahí. —Su oscura mirada le recorrió todo, negando después al tiempo que se mordía el labio—. Sigues teniendo tanta ropa encima… Esto, fuera. —Soltando el miembro, ambas manos tomaron la cinturilla del pantalón.
Siguiendo las indicaciones del joven bajo él, Vladimir se enderezó para quitarse los pantalones, el menor deleitándose al mirar al ruso descubriendo su cuerpo para él, su miembro orgullosamente erecto. El miembro de Kenshi se veía oprimido dentro de la tela blanca del fundoshi por lo que Vladimir la hizo a un lado, los dos quedando completamente desnudos frente al otro.
—Mucho mejor. —Kenshi colocó una mano tras su nuca, atrayéndolo a sí mismo para besarlo y pegar ambos cuerpos, los dos suspirando de gusto cuando sus penes se frotaron.
En un movimiento, Kenshi los volteó a ambos, quedando ahora sobre el ruso. Su boca dejó la del otro, bajando por su cuello, dando una pequeña mordida que le dejó marca, sonriendo al recibir un gemido por ello. Desde allí, fue dejando un reguero de besos y caricias por todo el pecho, moviéndose, dando otra mordida en un costado y finalmente teniendo la erección de Vladimir frente a su cara. La volvió a tomar entre sus manos, acariciándola un momento. Besó la cabeza, paulatinamente con su lengua rodeándola toda para luego metérsela en la boca.
—¡Ah! —Se le escapó un sonoro gemido a Vladimir. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien le había hecho una felación, era abrumador y excitante, desbordaba sus sentidos. La lengua de Kenshi recorriendo su piel caliente, abrió las piernas dándole todo el acceso que necesitaba. Pasó sus manos por el cabello del menor, instándole a que fuera un poco más profundo. Una profunda succión a su glande casi logra que se venga por completo en su boca—. Si... Si sigues así...me vendré —advirtió el mayor con la voz ronca y los ojos brillosos de deseo.
Kenshi sacó la brillante erección de su boca para poder hablar.
—¿No es lo que quieres? —preguntó suave, la lengua pasando por lo largo del miembro, bajando para tomar en su boca uno de los testículos.
Vladimir estrujó con su mano derecha la colcha mientras con la izquierda mantenía un firme agarre sobre el cabello negro.
—Dentro. Quiero venirme dentro de ti.
Dejándole en paz, Kenshi se separó con una sonrisa traviesa, encimándosele a gatas sin apartar sus ojos de los azules. Se detuvo cuando sus rodillas tocaban cada lado de la cintura de Vladimir, intencionalmente sus nalgas rozando la erección del ruso. Entonces, hizo una mueca de recordar algo.
—Ah, hace tanto que no hacemos esto. —Tomó una de las manos de Vladimir—. No quiero caminar como pato. —Se metió en la boca tres de sus dedos, con su lengua ensalivándolos. Los sacó—. Así que, ¿qué tal si me preparas adecuadamente para ti?
—Debes admitir que te verías adorable. —Impulsándose para quedar sentado en el colchón, Vladimir en verdad estaba agradecido de que lo estuvieran haciendo sobre una cama. Separó las nalgas de Kenshi con una mano mientras la otra se internaba en el pliegue entre las nalgas, primero tanteando la fruncida carne—. Vaya, en verdad está estrecho. —Comenzó a internar la punta de su dedo, distrayendo a Kenshi con besos. Metió otro dedo sin esperar mucho, ensanchando la entrada; se metió un dedo de la otra mano a la boca y también la dirigió a la entrada del menor, el tercer dedo internándose junto a los otros dos.
Kenshi gemía, devolviendo cada beso, una de sus manos metiéndose entre ambos cuerpos para alcanzar su erección y frotarla un poco. Su cuerpo se relajaba, y pronto se sintió listo para lo siguiente. Removiéndose, instó a Vladimir a sacar los dedos de su entrada, queriendo él mismo meter la erección dentro de sí. Acomodándose, la alineó, lentamente sentándose sobre ella, sintiendo como se abría paso dentro de él.
Cuando Kenshi estuvo completamente empalado en su erección, Vladimir pudo volver a tomar algo de aire, no supo en que momento dejó de hacerlo. Esa posición era perfecta porque podía sentirse enterrado hasta lo más hondo dentro del japonés, sus manos apretando sus nalgas con fuerza dejando las marcas de sus uñas. Aspiró el fuerte aroma de Kenshi, embriagándose del dulce olor de los cerezos, se sintió en éxtasis con el simple hecho de sentirse conectado de esa manera con él.
Pasando sus manos a la estrecha cintura del menor, Vlad le ayudó a subir para volver a enterrarse su erección, repitiendo el mismo movimiento una y otra vez sintiendo como el pene de Kenshi se rozaba contra su estómago manchándolo de pre-semen, aunque en ese momento no podía importarle menos. El japonés podía sentirse en el cielo con solo estar así de esa manera, abrigando el miembro de Vladimir dentro de él, pudiendo acariciar como quisiera cada parte de su torso, admirándolo desde esa posición, sintiéndose al mando. Aumentaba la velocidad de sus movimientos, su pene bamboleándose por los mismos y luego los disminuía, siendo lento, calmado, más profundo. Le resultaba gracioso como los movimientos de ambos hacia rechinar la cama, cuando si estuvieran en un futón no sucedería. Había un sonido alterno que su mente, demasiado concentrada en cada sensación de su cuerpo, no llegó a registrar. En ese momento, hasta el pensamiento de que el barco se hundiese le traía sin cuidado.
¡Oh! Glorioso calor que se extendía desde su pene hasta las puntas de su cabello, Kenshi era maravilloso en tantos sentidos y justo ahora en uno se destacaba extraordinariamente. Sólo ese pequeño heredero era capaz de hacer que dejara de pensar, con su calor, su estrechez, su embriagadora voz que soltaba los más excitantes gemidos.
Entonces Vladimir también pudo escuchar el molesto ruido que interrumpía la agradable atmósfera, alguien estaba golpeando la puerta. Sólo se le ocurría una persona que fuera a esa hora, Klaus con sus exageradas preocupaciones por su pareja, venía por él por cada pequeña cosa. Era tan irritante.
—¡Lárgate, Klaus! —le gritó en alemán, continuando sus atenciones sobre Kenshi.
Pero la persona al otro lado ignoró por completo lo que dijo, o en este caso no le entendió. Baron Cohen abrió la puerta del camarote encontrándose con la explicita escena de un Kenshi gritando de puso éxtasis mientras era empalado por un glorioso ruso de mejillas sonrojadas y ardientes ojos azules nublados de lujuria. Kenshi se detuvo, girando la mirada. Parpadeó, tardando un momento en reaccionar. En otra circunstancia, le importaría un pepino si alguien les cachara, como ahora que se trataba de un maldito pirata y que había notado el día anterior que se traía algo por Vladimir. Apoyó las manos en el pecho de Vladimir, manteniendo el pene del ruso dentro de su cuerpo. Chistó, apartando el rostro.
—Metiches —susurró por lo bajo.
El capitán, que hasta ayer hablaba hasta por los codos, ahora estaba mudo observando a Kenshi y Vladimir por igual aunque sus ojos se desviaban constantemente hacia el ruso. No fue sino hasta que sus ojos se encontraron con los de Vladimir que el marinero reaccionó; azul contra azul. Baron se estremeció ante la fuerza de esa mirada, atravesándole el alma, expresando toda la furia que sentía por haber sido interrumpidos.
—Lárgate —le dijo en un peligroso barítono que hizo estremecer al capitán por dentro mientras que Vladimir apretaba la cintura de Kenshi contra su cuerpo posesivamente.
Kenshi se inclinó hacia adelante, con deliberada calma, sus manos deslizándose por el pecho de Vladimir. De esa forma, logró alcanzar su cuello, donde dejó un beso. Poco caso le hizo al hecho de que así podía dejar ver parte de sus nalgas, las movió de manera que siguiera cubriendo la erección de Vladimir.
Miró hacia el capitán.
—¿No tiene un barco al cual comandar, capitán? Nos está molestando a mi futuro esposo y a mí.
Sin decir nada, Baron se dio la vuelta, cerrando con un fuerte portazo en su apuro al salir. Vladimir pudo notar una descarada erección entre los pantalones del capitán antes de que saliera del camarote.
Sonrió, dándole un fogoso beso al japonés.
—Malvado —le acusó con una sonrisa.
Kenshi giró su atención hacia Vladimir, haciendo un puchero.
—Pero él tuvo la culpa. No me gusta que me interrumpan cuando estoy ocupado. —Atrapó entre sus dientes el labio inferior de Vladimir con suavidad, jalándolo un poco, besándolo hondamente. Reanudó sus movimientos, ondeando primero la cadera, de forma lenta—. Además, ha resultado divertido. —Sonrió traviesamente.
—Yo te enseñaré lo que es diversión. —Dando un giro de 180° a la situación, Vladimir apresó a Kenshi contra la cama. Enderezándose, separó las piernas de Kenshi sujetándolas contra sus hombros, en ese ángulo comenzó a entrar y salir del pelinegro con fuerza. Profundo y certero golpeaba ese exquisito punto en su interior haciéndole gritar sin control.
Las manos de Kenshi se apretaron en torno a las sabanas, sus dedos de los pies retorciéndose cada vez que aquel punto que era golpeado le hacía ver destellos blancos. Oh, sí, estaba en el cielo. Todo lo pasado, más la satisfacción del rostro desconcertado del capitán y las penetraciones de Vladimir a su interior, fueron suficientes para hacerle perder el control; tomó su propia erección, masturbándose. No duró mucho en correrse, manchando su pecho con su esencia.
Vlad no quería que ese momento terminara, inclinándose sobre Kenshi le beso, un beso lánguido, pausado mientras continuaba embistiendo muy hondo hasta que se corrió en el interior del joven, su cadera chocando contra la otra hasta que su cuerpo colapsó sobre Kenshi, su respiración igual de irregular.
—Wow... —Fue todo lo que logró decir.
Kenshi continuaba calmando su respiración, los parpados cerrados, cogiendo una bocanada de aire un momento.
—Ahora estamos… sucios…, cansados pero muy satisfechos. —Sonrió, abriendo sus ojos—. ¿Crees que nos…vayan a tirar por la borda? —preguntó, ladeando el rostro para verlo.
—La verdad...no me importaría. —Escondió la nariz justo detrás de la oreja del menor, ahí donde el aroma se concentraba con más fuerza—. Justo ahora moriría feliz.
Aun manteniendo la sonrisa, Kenshi atajó la colcha antes de que terminara por resbalar, logrando cubrirlos a ambos. Le costó un poco, y maldijo lo poco abrigada que era.
—Descansemos un rato… —La mano de Kenshi acariciaba perezosamente la amplia espalda del ruso—. No quiero levantarme todavía…
Ayudando a cubrirlos, Vladimir se acomodó en el colchón con la misma posición de la noche anterior, la cabeza de Kenshi descansando en su brazo y sus piernas enredadas.
—Totalmente de acuerdo —bostezó satisfecho el ruso, dándole pequeños besos en el cuello a su pareja.
N.E: Hoy solo les pude traer un capítulo. Esperen por más estos días...
