Capítulo 22
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Kenshi despertó con dolor de cabeza al día siguiente, no queriendo moverse de la cama. No se molestó en querer averiguar la hora, el incesante martilleo que arremetía su cabeza no le dejaba siquiera pensar cuánto era uno más uno. Sea lo que sea había bebido –no tenía idea de qué contenía esos cócteles– no era como el sake. Maldijo a los hawaianos, eran igual a los americanos. Cambió de postura, volteándose hacia el lado dónde dormía Vladimir, parpadeando débilmente. Sentía como si sufriera migraña. Gruñó. Última vez que se emborrachaba con alcohol americano, por lo menos su estomago estaba… normal. No recordaba mucho de la noche anterior, pero agradecía que solo tuviera que lidiar con su cabeza.
Fuertes brazos rodearon a Kenshi en cuanto sintió el movimiento al otro lado de la cama. Aún medio dormido, Vladimir alargó la mano hasta alcanzar una ampolleta pequeña poniéndola frente al rostro de Kenshi.
—Bébela —ordenó con la voz medio pastosa por el sueño.
Parpadeando, la visión del japonés se fijó en la pequeña botella frente a él. De manera algo torpe, logró romper el tapón con las pocas fuerzas y bebió de un sorbo el contenido. Volvió a tenderle la botella, encogiéndose en los brazos del otro.
—Sabe horrible —masculló muy bajo.
—Así se supone que sabe la medicina. —La luz que se filtraba por la escotilla disminuyó considerablemente por una gran sombra que cubría mayormente a la pareja en la cama—. Vuelve a dormir. Tardará unos minutos en hacer efecto.
Habiendo cerrado los ojos, Kenshi los abrió para ver tras él y frunció el ceño.
—Oh, ¿es el alcohol o esa cosa que me hiciste beber? —Se cubrió los ojos con una mano—. Te veo como fenómeno… ¿Es una droga?
—Es sólo un analgésico para tu dolor de cabeza. —Vladimir tuvo que incorporarse para cuando el japonés insistía en seguir hablando en vez de dormir. Cuando lo hizo, Kenshi pudo ver los rasgos draconianos del ruso, sobre todo los intensos ojos amarillos contrastando con fuerza con las escamas azul brillante.
Kenshi le miró fijamente, parpadeando como búho en pleno día, hasta frotarse los ojos.
—No, es un alucinógeno. Cuando deje de ver alucinaciones, ya verás.
El ruso suspiró. Le hubiera encantado tener esa conversación cuando Kenshi no se estuviera recuperando de una resaca.
—No estás alucinando, soy yo. —Tomando una de las manos de Kenshi, la llevó hasta su rostro para que sintiera las suaves escamas de su cara.
Los dedos del menor se movieron por sobre sus mejillas, ojos abriéndose cada vez más al palpar que en verdad eran reales.
—Por las bolas de Buda… —susurró en japonés, anonadado—. ¿Qué rayos te pasó? Eres…como Klaus…
—Soy un híbrido. —Asintió el mayor, dejando que Kenshi recorriera todo lo que quisiera—. Sorprendente ¿no? —Sonrió muy orgulloso de sí mismo, como Klaus mostrando una hilera de dientes puntiagudos.
Pero Kenshi tenía otra clase de sorpresa en su rostro.
—¿Por qué? Estabas mejor siendo tú.
Un gruñido involuntario brotó de la garganta de Vladimir; una oleada de furia, que no tenía idea de dónde venía, por las palabras tan honestas de Kenshi. Respirando hondo para ignorar esa punzada en su cabeza, se concentró en responderle a Kenshi.
—Es parte de mi trato con el emperador. La razón por la que permite nuestro matrimonio.
Kenshi observó a detalle cada rasgo, desde las escamas del rostro, los ojos, las alas plegadas tras la espalda hasta bajar a las manos. Ahora tenía sentido el porqué de la nada comenzó a usar ropa más abrigada, Klaus era igual.
—Ya veo. —Asintió lentamente—. ¿Y tendrás que ser así… siempre?
—No siempre. —Volvió a sonreír ufano, en verdad estaba orgulloso de su invento. Al principio retrajo las alas y la cola como Kenshi había visto hacer al alemán, pero junto con ellas, las escamas de la cara y los brazos también desaparecieron, los ojos volvieron a ser de un profundo azul y los rasgos se volvieron más humanos. Vladimir tenía su aspecto de siempre.
El japonés negó.
—No eso…, bueno, eso también pero me refería… a tenerlo.
Tardando un poco en entender a lo que Kenshi se refería, Vlad asintió.
—Es algo irreversible.
—Comprendo. —Su mirada se perdió un poco en la nada antes de suspirar y frotarse la frente, volteándose en la cama para tener el techo frente a él—. ¿Seguimos en puerto?
—Sí. No partiremos hasta mañana. Te agradecería que no volvieras a hacer la enorme estupidez de escaparte para beber hasta estar tan borracho como una cuba en territorio enemigo —regañó suavemente a pesar de que anoche en verdad se sentía furibundo.
—Fue un descuido. —Se giró hasta darle la espalda y taparse hasta los hombros—. No pasará otra vez —bostezó—. Casi no recuerdo nada de anoche.
Vladimir le dio una nalgada a Kenshi antes de volver a la cómoda posición de antes, abrazando a Kenshi contra su cuerpo.
—Duérmete.
—Auch. —Le dio un empujón sin casi nada de fuerza, todo su ser no tardando mucho en obedecer su orden. Era un alivio que las punzadas en su cabeza hayan remitido.
La próxima vez que Vladimir despertó, estaba sólo en la cama. Parecía que era pasado el mediodía por la posición del sol y a juzgar por el frío al otro lado del lecho, Kenshi se levantó hace rato. Gruñendo y despotricando contra Kenshi, los Ottori y toda la ascendencia japonesa, se hizo un cambio rápido de ropa antes de salir a buscar al enano escurridizo.
Lo primero que hizo fue ir a la cocina, el comedor, pasó incluso por la sala de máquinas sabiendo lo maniático que era Kenshi con el funcionamiento del barco y su fobia a naufragar. Después de un rato pasó a los camarotes abriendo una a una las puertas hasta que Jim abrió la suya al escuchar el escándalo de Vladimir. Al divisar el negro se acercó en seguida, para ese punto ya estaba desesperado y alterado porque no encontraba al japonés.
—¿Dónde está Kenshi?
Jim estaba desnudo de la cintura hacia arriba, revelando un oscuro torso bien esculpido y el cabello en trenzas suelto por la espalda, este moviéndose cuando su cabeza hizo un movimiento en negación.
—No está aquí, doctor. —Mantenía la puerta semi abierta, solo lo suficiente para dejarlo ver a él—. ¿No habrá bajado a puerto?
Algo dentro de Vladimir le gritó que entrara al camarote, que Jim escondía algo. El impulso era demasiado y él quería encontrar a Kenshi. Ignorando las protestas del negro, Vladimir de todos modos entró a la habitación arrepintiéndose en seguida cuando se encontró con la traumática panorámica del segundo al mando, Smith, de piernas abiertas en la cama de Jim, completamente desnudo y con el fuerte olor a sexo impregnado en toda la habitación. Un hilillo de semen resbalaba del ano del marinero manchando las sábanas.
Jim suspiró, pasando un brazo por la espalda de Vladimir para darle la vuelta y sacarlo de la habitación.
—Le dije que no entrara. —Esta vez, cerró la puerta detrás de sí, Jim recostándose de ella y mirando al ruso.
—Lo siento. —Logró decir después de sus neuronas volvieron a funcionar—. Pensé que Kenshi se estaría escondiendo aquí.
—Creí que podría saber cuándo miento. Klaus me ha demostrado que no se le puede mentir. —Le palmeó un hombro—. Relájese, ¿bien? Ni que fuera la primera vez que viera a un hombre en esa circunstancia.
—Fue algo impulsivo... —se excusó. Se sentía bastante torpe por hacer caso a una corazonada que escuchar a su razón, luego recordó la posición en la que encontró al marinero. Arrugó la nariz en desagrado—. Es la primera vez.
Jim se carcajeó por un momento.
—Siempre hay una primera vez para todo. —Guiñándole un ojo, se giró para volver al cuarto—. Ya le dije. Probablemente el chico está en el puerto. No se preocupe tanto.
Una primera vez que le dejaría traumado de por vida.
—Seguiré buscando —anunció a Jim antes de alejarse de la zona de camarotes lo más rápido que pudo. Lo peor de todo es que no volvería a ver a Smith de la misma manera nunca.
Kenshi había ido a puerto con Shin y Yuki a comprar un poco de fruta para el viaje. Zarparon al día siguiente, Klaus y Vladimir continuaban con las prácticas nocturnas, por comodidad a que nadie los viera esperaban hasta que sólo quedaba el vigía en turno que normalmente estaba muy cansado para prestarles atención. La brisa marina era helada en las noches teniendo que cubrirse muy bien del frío, el peso extra de los abrigos dificultaba un poco volar.
Una de esas noches Baron descubrió a los dos europeos, la cantidad de rarezas que descubría con esos dos no tenía límites, era atemorizante y al mismo tiempo embriagador ver a esos dos desaparecer entre las nubes para luego dejarse caer en picada, casi a punto de tocar la superficie del mar para luego elevarse. Sentía un hormigueo en el vientre cada vez que los veía. Con cada noche Baron se prendaba más y más de Vladimir.
Dos semanas más transcurrieron hasta que por fin tocaron puerto de nuevo, pidieron a los polizontes se quedaran en su camarote hasta que atracaran en puerto. Por lo general el barco estaba llenos de hombres de todos los lugares y no les prestaban atención pero Vladimir, Klaus, Kenshi y Yuki resaltaban demasiado, desencajando del aspecto común de un marinero. Shin y Jim, aunque diferentes, tenían ese aire de viajeros.
Yuki estaba acostado en la cama de la habitación, aferrando la espada contra su pecho al tiempo que su pie izquierdo se movía constantemente de arriba abajo.
—¿A dónde nos dirigiremos al llegar a puerto? ¿Angie está cerca? —preguntó a Klaus.
—Primero los llevaremos a ti y a Kenshi a una posada, luego iré con Shin para ver si encontramos pistas de su paradero. Jim y Vladimir se quedarán a cuidarlos. —Klaus curioseaba por la escotilla del camarote intentando ver algo del puerto. Nunca había estado en tierra occidental.
—¿Y si no encuentran? Klaus, ¿cómo le harás para ir con Shin? —Yuki desvió sus ojos a sus manos—. Él no llamará tanto la atención…como lo harías tú e ir por la noche es peligroso por el frío…
Claramente el menor no había pensado en ese detalle.
—Supongo que tendré que cambiar lugar con Vladimir —suspiró.
—Pero… ¿él sabrá? Incluso Shin se está guiando por ti. —Yuki se irguió con calma, puesto que si lo hacía muy deprisa, se mareaba—. Creo que debimos haber pensado esto bien. ¿Crees que puedas disfrazarte?
—Ni siquiera yo sé si ella en verdad está aquí. —Pensó en la propuesta de Yuki—. Podría disfrazarme —sopesó Klaus—. Seguro que si entramos a alguna tienda podríamos comprar maquillaje, y he oído de estrellas del cine mudo que usan gafas de sol para cubrir sus ojos.
Yuki asintió.
—Oí a unas personas hablar de eso en las calles de Hawái… ¿crees que podamos verlo algún día?
—Estaremos un tiempo aquí. Seguro podremos escaparnos un rato y entrar a una función. —Se acercó a su pareja, dándole un cariñoso beso—. Sería interesante, ¿no crees?
—Sí, pero… ¿no es peligroso? —Yuki alzó una mano para acariciar las escamas de las mejillas—. Preferiría esperar a que acabe la guerra. Creo que estaría más pendiente en que no nos vea algún guardia o nos delaten que ver lo que tanto alababan los hawaianos.
—Supongo que podemos esperar. —Se arrodilló entre las piernas de Yuki, su mentón descansando sobre uno de sus muslos. Yuki ya presentaba una suave curvatura que le encantaba, siempre que podía le besaba el vientre.
La mano de Yuki subió desde la mejilla de Klaus a su cabello.
—Nunca pensé que pasaría año nuevo en mar… El bebé se está acercando.
—¡Pronto seremos padres! —Sonrió con entusiasmo el menor, alargó el cuello hasta alcanzar los labios de Yuki—. Hay que pensar en nombres.
—Em…, ahora no se me ocurre uno. —Yuki se llevó una mano bajo la barbilla en una actitud pensativa—. ¿Será japonés o alemán?
—No lo sé, aún tenemos bastante tiempo para pensar en eso. —Una sacudida en el barco les indicó que atracaron en el puerto, casi enseguida se escucharon los pasos de los marinos y los gritos del capitán dando órdenes mientras los hombres aferraban el barco al muelle.
—Es hora —anunció Yuki.
Llegar a San Diego después de haber pasado dos agradables días en el calor de un isla, para los dos dragones del grupo, era un cambio climático muy fuerte. La mayoría de los marineros estaban con camisas sueltas y sin chalinas mientras que los europeos continuaron usando las gabardinas abrigadas y bufandas. Klaus se puso los guantes y se subió la bufanda hasta la nariz para que sus escamas no llamaran la atención. Yuki, Kenshi y Shin volvieron al uso de ropas americanas.
Como se arregló, el grupo se hospedó en una posada cercana, pidiendo habitaciones juntas, pero una para cada pareja, solo que la de Shin y Jim estaban separadas de ellos por un cuarto en medio. Baron permanecería en puerto unos días mientras que Shin y los demás se encargarían en organizar la búsqueda. Comenzarían al día siguiente bastante temprano. Por ahora, agradecían que el dueño de la posada estuviera tan acostumbrado a extranjeros que poco caso les hizo. La habitación de Yuki y Klaus tenía una pequeña vista al mar mientras que la de Kenshi y Vladimir a parte de la calle igual a la de Jim y Shin.
Kenshi miraba constantemente por la ventana que daba hacia la calle. Se sentaba en la cama, levantaba y daba vueltas por la habitación y luego se asomaba. Repetía la acción una y otra vez.
Tal como habían sugerido durante la charla en el barco, a Klaus se le compró un poco de maquillaje para la cara –Jim ayudó a escogerlo y ponérselo– junto con unos lentes de sol que fueron un poco difíciles de conseguir por la exclusividad del producto.
El cabello fue un poco más difícil de esconder por tenerlo tan largo, entre Jim y Yuki intentaron hacerle un moño que lo recogiera todo pero no funcionó. Al final el alemán optó por tenerlo recogido en una trenza y esconderla bajo la chaqueta.
Shin y Klaus realizaron búsquedas por áreas cercanas que se fueron extendiendo a todo San Diego durante tres días, intentando dar con el paradero de Angie. Mientras, Yuki y Kenshi quedaron al cuidado de Jim y Vladimir. Los dos japoneses quedaban en la misma habitación la mayoría del día, Yuki intentando sacarle conversación a Kenshi aunque éste estaba más pendiente de ver por la ventana; Yuki aún no sentía tanta confianza con Vladimir más de lo justo como doctor. Jim se encargaba de ir por la comida o dar una vuelta alrededor en vigilancia hasta que volvían Shin y Klaus sin ningún avance.
Tal como Klaus se lo esperaba, Angie ya se había ido de ese lugar, aunque no se lo dijo abiertamente a Shin. El japonés se veía bastante frustrado y decepcionado, entonces propuso de intentar saber a dónde fue.
Lo primero que hicieron fue consultar a las personas, describieron a Angie y preguntaron si la vieron; algunos decían que sí, otro que no, algunos decían que la habían visto pero se fue hace mucho tiempo y unos pocos decían que jamás habían conocido a nadie con su descripción –cosa extraña puesto que una mujer de piel morena era fácil de identificar. Luego se les ocurrió ir al lugar donde Angie envió la carta. Buscando entre los registros comprobaron que en verdad ella estuvo ahí.
El encargado –un hombre mayor de pelo cano y grandes lentes–, les dijo que aunque no sabía a dónde se dirigía, la joven se veía bastante taciturna y cansada. Ante esa nueva información, Shin decidió que era mejor tomar un nuevo enfoque. Por lo que en la tarde a cuando volvieron y estaban todos reunidos en una habitación, se dirigió a Klaus.
—Vamos al lugar dónde trabaja. ¿Sabes dónde es?
—Tengo una vaga idea de dónde es —respondió inseguro Klaus—. Shin... Te estás arriesgando demasiado...
—¿Escuchaste lo que el vejete dijo? Fatigada y abatida. —Nombró con los dedos—. Algo malo le está pasando, y tú ni te preocupas.
—Shin, ella no necesita que lo hagan. No le gusta, recuerda lo poco que la conociste —dijo Yuki—. Aún cuando nos preocupemos, ella preferirá que no nos incumbamos.
—Porque nunca ha tenido a alguien que haga algo por cobarde. —Shin miró al alemán—. Vamos. ¿Dónde es?
—Monterrey.
—¿Monterrey? —preguntó Vlad incrédulo—. ¿México? —Klaus asintió—. ¡Estás loco! No vamos a cruzar una frontera porque haya la remota posibilidad de que la chiquilla impertinente esté ahí. Ya es bastante arriesgado estar aquí.
—Ya estamos aquí, ¿qué es ir unos kilómetros más? —insistió Shin—. Podemos averiguar su paradero en su trabajo.
Kenshi no decía nada, manteniéndose junto a la ventana sentado en una silla aunque no dejaba de mover la pierna inquieto. Jim se mantenía callado en una esquina, mientras que Yuki solo miraba de Shin, a Klaus y Vladimir.
—¿Qué tanto se tardaría en ir allí? —preguntó Yuki.
—¡Es una frontera! —repitió Vladimir—. Hay una base militar no muy lejos y tú pretendes que pasemos por ahí.
—¿Cómo sabes? —preguntó Klaus.
—Tengo información sobre las ubicaciones de las bases. Desde que Klaus se hizo pasar por mí, me han estado enviando reportes. —El nombrado se hizo el desentendido.
—Podríamos volar —sugirió el más joven del grupo de pronto, sin detenerse a pensar. Casi en seguida se arrepintió de lo que dijo.
—¡Esa es una muy buena idea, dragón! —Shin le señaló eufórico—. ¡Vamos, nadie nos vería allí arriba! Y seguro llegaríamos más rápido.
Klaus no tenía cómo protestar eso pero su cara de circunspecto era otra cosa.
—Klaus no va a cruzar una frontera por tu insensatez. Hay aviones-caza patrullando —replicó Vladimir. Klaus se negó a darle el crédito a Vladimir por el instinto paternal que de pronto le brotó, ni siquiera dentro de su propia mente.
Shin miró a Vladimir.
—Entonces ven con nosotros. Jim puede cuidar muy bien de estos dos. —Señaló a Kenshi y Yuki—. Ya que has recibido los registros de las bases y sabes sobre los aviones, podrás guiarnos por las zonas en las que podremos cruzar. Al llegar a la frontera, sería Klaus quien nos guiara al trabajo de Angie.
Klaus y Vladimir prácticamente hicieron el mismo gesto negando con la cabeza y cubriéndose los ojos.
—¿Alguien podría pegarle? —pidió el ruso. Estaba seguro de que si lo hacía él apenas quedara algo vivo de Shin.
—¡Es una buena idea! Vamos, no tenemos nada que perder.
—¿Quizás la vida? —inquirió Yuki.
—Eso si somos lo suficientemente estúpidos para no tener cuidado. Ni que fuéramos a ir con un letrero sobre nuestras cabezas.
—Klaus y Vladimir tienen razón, Shin. —Jim avanzó un paso—. Ya hemos llegado aquí, ella no está e ir demasiado lejos es arriesgarnos demasiado. Incluso dejándome cuidando de Yuki y Kenshi, el riesgo se iría a ustedes tres. Ellos están armados.
—Además ¿quién dijo que voy a separarme de Kenshi?
—Yo no quiero dejar a Yuki aquí —refutó Klaus después del ruso—. Tampoco puedo separarme de Yuki por mucho tiempo. —Pensó en el traspaso de nutrientes, sus mejillas coloreándose en un adorable rosa—. Podría volver a recaer...
—¡Yo ni siquiera sé dónde queda Monterrey, alguien debe acompañarme!
—En primer lugar, ya te hemos acompañado hasta aquí. —Jim habló—. Ha sido mucho.
—¡Angie no se encuentra en San Diego!
Un gruñido se escuchó, Kenshi levantándose bruscamente de la silla.
—¡Todos ustedes van a volverme loco con sus malditas discusiones! —Avanzó a paso veloz hacia la puerta—. ¡Si él quiere ir, déjenlo cumplir su último deseo! —masculló una palabrota en japonés antes de abrir la puerta y cerrarla de un portazo detrás de sí. La puerta de la habitación continua se escuchó de la misma forma.
Después de que Kenshi salió, todos miraron mal a Shin. Klaus soltó un largo suspiro resignado dejando caer su cabeza en el hombro de Yuki.
—No creo que nos tome más de dos días...
—Dos días. Seguro. —Shin asintió, poco efecto haciéndole las miradas de los otros—. Pasado mañana partimos.
Yuki levantó un brazo para pasarlo por los hombros de Klaus y así acariciarle la cabeza. No dijo nada. Frunciendo el ceño, el alemán escondió el rostro en el cuello de Yuki, susurrándole algo al oído que provocó el sonrojo del mayor.
—No entiendo tu insistencia en esto —terminó por decir Vladimir.
—Si estuvieras en mi lugar, seguro harías lo mismo. No lo trajiste para que hiciera turismo aun a costa del riesgo —dijo, señalando hacia la puerta.
Lo peor de todo es que no podía contradecirle eso. Con un gruñido descontento, Vladimir caminó hacia la puerta.
—Nos vamos mañana. Mientras más rápido la encontremos, más rápido nos iremos. —Con eso salió del cuarto para buscar a Kenshi.
Después de la reunión de anoche, Klaus ni Yuki salieron de la habitación, apenas Klaus salió un momento para buscar comida y volver a encerrarse en la recamara. Vlad y Kenshi no hablaron mucho esa noche, tan solo durmieron uno al lado del otro, sus cuerpos en contacto.
Cuando el amanecer comenzó a filtrarse por la ventana, el trío de europeos y japonés se estaban alistando para partir. Vladimir se acercó un momento a la cama, removiendo suavemente a Kenshi para que despertara.
Kenshi se apartó de aquella molesta mano, estirando la pierna al ponerse boca abajo.
—Cinco minutos, Kuma… —murmuró semi-dormido, metiendo una mano bajo la almohada.
—Kenshi —murmuró el ruso cerca del oído del menor, girando su rostro para darle un beso aún estando medio dormido.
—¿Mmh? —Kenshi apartó el rostro para frotarse los ojos, en vano espantando su sueño—. ¿Qué haces despierto tan…temprano? —Un bostezo le interrumpió. Era una lucha intentar mantener sus ojos abiertos.
—Voy con Shin y Klaus. Sólo quería decirte que cuando vuelva, nos iremos de aquí.
—Mmh. —Estirando los brazos, pidió que le abrazara. En tanto logró percibir que sus brazos le rodeaban, susurró—. Vuelve en una pieza. —Acarició flojamente su espalda antes de decir, ya más dormido que nada—. Te quiero…
—También te amo, mi pequeño. —Se inclinó para darle otro beso antes de sentir como el menor volvía a caer en un profundo sueño.
Se encontró fuera del edificio con sus dos compañeros de viaje más Jim y Yuki, quien estaba refugiado entre los brazos de Klaus, la pareja murmurándose palabras cariñosas como si fuera a separarse por meses.
—Argh, por favor, exageran. —Shin estaba zapateando el piso con impaciencia.
Yuki no le hizo caso, seguía aferrado a Klaus.
—¿En verdad será por dos días? Tengan cuidado. A la menor señal, huyan, no importa qué.
—Dos días —prometió el alemán, estrechando a Yuki con fuerza, casi como si quisiera fundirse con él—. Descansa mucho, no debes angustiarte.
—También toma bastante líquidos, y si te dan nauseas, come alguna galleta baja en grasas —recomendó Vladimir ajustando su bufanda azul al cuello.
Yuki asintió como pudo ante el abrazo de Klaus.
—No se preocupen. —Esta vez, habló Jim quien se acercó a ellos para despedirlos—. Estaré alerta y pendiente de ellos. Tengan mucho cuidado.
Klaus titubeó pero al final asintió. Con un último beso a Yuki, se separó del castaño. Ambos europeos se alinearon uno al lado del otro dejando que los rasgos draconianos les cubrieran, las inmensas alas surgiendo de su espalda –las de Vladimir más grandes e intimidantes que las de Klaus, junto a las fuertes y estilizadas colas.
Vlad bufó hacia Shin con desdén.
—Yo no te voy a llevar.
—Pues, no voy a ir caminando, eh. —Shin puso las manos en su cadera, pasando su mirada a Klaus.
El menor rodó los ojos.
—Sube a mi espalda. —Como la primera vez que llevó a Yuki a volar, puso una rodilla en tierra esperando a que Shin se subiera. Al hacerlo, el menor tambaleó un poco por el nuevo peso pero pudo mantenerse erguido—. Si me halas el pelo, te dejo caer —le advirtió al castaño mayor.
—Entonces más te vale no hacer volteretas.
—Shin, promete que si Angie no está ahí, no intentarás más nada. Se devolverán y nos iremos. —Yuki avanzó—. Por favor…, esta es la última oportunidad.
El mayor le miró serio, como dudando en si aceptar o no la promesa, hasta finalmente suspirar y asentir. Solo eso, sin hablar, pero bastó para Yuki.
—Buen viaje —deseó Jim.
—Volveremos pronto —indicó Vladimir.
A pesar del peso extra, Klaus logró despegar con más destreza que Vladimir, el ruso aún tenía mucho que experimentar con sus alas antes de poder volar como lo hacía Klaus. El trío se perdió entre las nubes y el cielo azul rumbo al sureste.
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—¡Espera! —Dejó ir una risa, corriendo tras de él en un intento de darle alcance.
Su madre había dicho que no corriera. A padre le disgustaba que mostrara un estado deplorable, con la ropa sucia y el cabello revuelto. No le agradaba en lo absoluto que jugara, exigía que estuviera en casa preparándose para su futuro, tomando sus lecciones como un señorito de su clase debía ser. Regio, firme y pulcro. Con las manos quietas sobre su regazo, la espalda firme y callado. Debía estar callado, pues un niño de su edad todavía no tenía potestad para expresar su opinión. Padre no quería desobediencia. Padre quería perfección.
Pero con madre no tenía que hacer nada de eso. A ella le gustaba verlo reír, verlo sonreír. Ella le gustaba que él aprendiera de la botánica, algo que madre amaba.
—Cuando llegué aquí desde China —le relataba ella, una vez, mientras recogían hierbas medicinales en un campo cercano a los terrenos de la casa—, estaba atemorizada. No conocía a nadie. Tu padre me invitó a dar un paseo por el campo, y me enamoré de este lugar. Tan pacifico, tan puro y hermoso. —Ella se inclinó para acunar en su mano una flor de diente de león—. Cada vez que siento un sismo en mi interior, vengo aquí para rodearme de toda esta belleza y dejarlo ir. Es un regalo de nuestro creador, Kenshi. Puedes aprender a relajarte en su entorno, a alegrarte con su hermosura y a vivir con sus propiedades.
—¡Voy a ser tan bueno como tú, mami! —exclamó el niño con entusiasmo.
—¡Kenshi! —Escuchó la voz infantil tras ellos.
Al girarse, la figura de su madre se esfumó para que su atención se enfocara en él. El cuerpo delgado por una pequeña desnutrición, el cabello castaño opaco y los ojos oscuros, amables, mirándolo solo a él. El corazón de Kenshi latió más rápido, emprendiendo camino hacia el recién llegado. Quería abrazarlo, fundirse en él. Quería besarlo.
—¡Vladimir!
Kenshi se detuvo al oír lo que salió de su boca. El niño frente a él todavía le sonreía con calidez y cariño. El problema radicó en que su cuerpo se transformaba en un adulto entrado en los treinta, con un cabello más oscuro y ojos claros.
Los ojos de Kenshi se abrieron con lentitud, el corazón le latía igual de rápido que en su sueño, deseando con un profundo desespero… un par de brazos rodeándolo. Al girarse, vio la cama vacía, fría. Vladimir no se veía por ningún lado.
—¿Vlad…? —murmuró, esperando que el hombre apareciera. Se frotó los ojos, y esperó. Nada.
Oh, sí. Marchó muy temprano esa mañana. Recordaba haberse despedido de él. Kenshi de inmediato se abrazó las piernas al pecho, posando el rostro en sus rodillas. Nunca había tenido un sueño así, donde Vladimir ocupaba el cuerpo de…
—Debería dejarte ir… —se dijo, ocultando ahora la cara entre sus brazos, recordándose que esa persona jamás volvería.
Los sentimientos por él habían sido tan fuertes, que no importaba con quien se habría acostado, nada podría suplantarlo. Desde la llegada de Vladimir, esa torre se tambaleaba constantemente, y varios ladrillos empezaron a caer de la construcción. Con un simple toque, un simple beso o una simple palabra, Vladimir afectaba todo su ser incluso más que él. Si tan solo… no le frustrara tanto.
Odiaba que le presionara. Odiaba que le contradijera. Odiaba que arruinase los planes que había hecho. Odiaba que…
Odiaba que alterase todo su mundo.
Unos toques en la puerta atrajeron su atención.
—¿Kenshi? ¿Has despertado? —Jim entró en la habitación, cerrando tras de sí—. Ah, veo que sí. Aséate para desayunar.
—Por favor, que no sea nada grasoso. —Rodó los ojos en una mueca de suplicio.
—Por supuesto. He hecho tu favorito. —Jim caminó hasta la ventana, abriéndola para que pasara el aire y la luz—. Ya son las diez de la mañana. He comprado un par de cosas con el dinero que me dejó Shin y algo que he traído, así que he podido hacer algo para Yuki y para ti.
Jim salió y volvió cinco minutos después con una bandeja que dejó en una mesa cercana para Kenshi. El chico, al acabar de asearse, suspiró de alivio al descubrir un buen plato de arroz, con pescado a la parrilla, huevos crudos y ¡oh, cielos, sopa de miso!
—Oh, cuanto extrañaba esto…
—No hay huevas de abadejo, pero es lo más cercano.
Kenshi comenzó a comer con entusiasmo. Faltaban algas, y unos buenos tamagoyaki, ¡oh, verduras con tempuras!
—Así que… Vladimir y tú son pareja. —Comenzó Jim—. No he podido conversar contigo durante todo el viaje.
—Mmh. Sí. Algo así —respondió al acabar de tragar un poco de sopa.
—Vamos, cuéntame más de eso. —Jim se sentó frente a él en la cama—. El doctor es un hombre estoico, ¡y se ha injertado el genoma por ti!
—Nunca le he pedido que haga eso —gruñó el japonés, apartando el plato con el miso—. Él mismo se ha metido en todo esto. Yo no quería que fuera un… un hibrido.
Jim titubeó un poco antes de seguir.
—Pero… Shin estuvo cotilleando que lo hizo para poder estar contigo. Ibas a casarte con la hija del emperador. Un matrimonio arreglado, ¿cierto?
Kenshi suspiró largamente.
—Padre deseaba que ocupara un puesto más alto que como señor feudal. Desde que nació la princesa, él ya había planeado todo. Yo solo… tenía que obedecerle. —El ceño de Kenshi se frunció—. Yo pensaba… usar a Vladimir cuando le conocí, pero entonces él… ¡dijo que se había enamorado! —Apartó la comida, y se levantó—. Teníamos dos días de conocernos, ¡y se había enamorado, de mí! ¿Puedes creerlo? ¡Qué estúpido!
Jim solo sonreía.
—Me parece algo muy romántico. ¿Acaso no sentiste nada tampoco? El doctor es un hombre muy apuesto.
Ahora fue turno de Kenshi de titubear. Sí, era apuesto. Muy atractivo. Más allá de eso, algo tenía Vladimir que le hacía estremecer. No era solo su físico, algo muy dentro de él, una conexión que iba más allá de todo placer carnal les unía…
—Yo… Sí. —Desvió la mirada—. Cuando lo vi…, también sentí algo pero…, por favor, es tan ridículo.
—A mí me parece que no. —Jim se le acercó, posando una mano en su hombro—. Está bien enamorarse. Está bien confiar tu corazón a alguien. Puedo asegurar que, si abres tu corazón al doctor, él sabrá cuidarlo como lo más preciado que tiene…
Hubo un largo silencio en la habitación hasta que Kenshi dejó ir una carcajada.
—¡Qué cursi eres! Santo cielo, creo que es tu influencia quien arruina a Vladimir. —Regresó a la cama para continuar la comida—. No. Escucha…, voy a dejar que la cosa continúe a ver. No quiero terminar tan patético como tú o el enclenque de Yuki, ¿ya viste cómo babea por Klaus o viceversa? ¡Dan pena ajena! —Se estremeció—. Esas cosas del amor son para niñas.
Negando, Jim se levantó.
—Lo que tú digas. Vendré en un rato para buscar los platos —informó antes de salir de la habitación.
Yuki estaba a un lado de la puerta, y siguió a Jim a su propio cuarto.
—Que obstinado es.
—Me parece que está enamorándose del doctor. —Sonriendo, Jim tomó la bandeja con los platos vacíos.
—¿Tú crees? —Yuki se sentó en la única silla vacía en la habitación—. Nunca le he visto con una pareja estable. Siempre andaba de uno en otro. —Compuso una mueca de preocupación—. Sé que Klaus no tiene en buen estima al doctor, y está confiando poco a poco en él, yo también tomando en cuenta todas las cosas que le hizo. Sin embargo, puedo ver que Volsk tiene afecto sincero hacia el señorito Kenshi. No creo que merezca le hagan sufrir.
—Sabes, Yuki…, también me preocupa un poco. —Jim dejó la bandeja un momento en paz—. Cuando cuidaba de él, realmente lo pasó mal. Y… haber pasado por una transición a clara vista dolorosa por alguien… demuestra lo mucho que te importa esa persona. Si algo le doy crédito a Kenshi es lo pronto que el chico le importa al doctor. Temo mucho que ambos sufran por algún motivo…
—Yo también… ¿Pero cómo explicárselos a ambos? Ya oíste a Kenshi, y puedo ver que Volsk es igual de terco.
—Una pareja de tercos es una combinación peligrosa. Ninguno va a querer ceder. —Entonces, sonriendo esta vez, añadió—. Pero, si algo he aprendido con la vida, es que también serán tan tercos que es muy improbable quieran separarse. Esperemos que esos sentimientos broten tan firmes y fuertes como un árbol de roble con el paso del tiempo.
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Desde que volvió a su país, sólo un hombre rondaba sus pensamientos: Vladimir Volsk. Después de tantos meses aún no había podido descubrir mucho más del ruso pero con ayuda de algunos contactos logró enterarse de varias de sus investigaciones, sus procedimientos, la frialdad con la que trabajaba. Era avasallante. Desde el primer momento en que ese hombre expuso sus ideas en la fiesta de disfraces quedó prendado de su modo de pensar...
Lamentablemente no lo había vuelto a ver desde entonces, y la esperanza se perdió por completo cuando tuvo que volver a su país, sin embargo tenía hombres en Japón que le informaban todo lo que podían del ruso, consiguiendo algunas fotografías –las cuales estaban celosamente guardadas en los cajones de su escritorio.
Un par de guardias solicitaron permiso para entrar, haciendo el saludo oficial. Uno de ellos, pelirrojo y pequeños ojos oscuros, habló:
—Mayor Wilson, tenemos noticias importantes de su interés, señor.
—Más les vale —respondió el pelinegro con tono severo, los ojos verdes chispeando amenazantes—. ¡Estoy harto de la incompetencia de todos ustedes! —se reclinó en su silla cruzando una de sus piernas sobre la otra—. ¿Entonces? ¿Qué noticias traen?
El otro soldado, piel morena al igual que su cabello y ojos claros, tomó la palabra.
—Según informantes y varios civiles, se ha visto la presencia de un grupo de extranjeros llegar al puerto y dando vueltas por los alrededores. En dicho grupo se encuentra el científico Vladimir Volsk, señor, además del futuro dirigente de Hiroshima, el heredero Ottori. Uno de los soldados que estaba libre y participó en la redada que se llevó a cabo hace varios meses en Japón logró identificarlos. Van acompañados de otros tres hombres más y una mujer.
Tyrone quedó conmocionado. ¡Volsk en América junto al chico Ottori! Nada podía ser mejor que eso. Ahora ya sabía donde se había metido el escurridizo científico. Se puso furibundo el día que le informaron que le perdieron la pista al ruso cuando zarpó un día en barco y no tenían idea de cuál era su rumbo pero ahora... Estaba ahí, a su alcance.
—¡Reúnan a los altos mandos! —les ordenó a sus dos subordinados—. Tenemos una estrategia que planear.
—Am, Mayor. —El pelirrojo titubeó pero continuó—. Nos hemos enterado que tres de ellos, Volsk incluido, han marchado del lugar donde se hospedan. Solo el chico Ottori, la mujer y un africano se han quedado. No sabemos el rumbo que han tomado exactamente, pero se sospecha que van hacia la frontera.
Tyrone se giró a la pareja con una mezcla entre la furia y la indecisión. Tenía que avisar a los altos mandos pero si esperaba a que los vejetes se reunieran, concretaran un plan y lo aprobaran, perderían la pista de nuevo.
Su elección fue hecha.
—Llamen al equipo especializado, que se dividan en dos grupos. Sigan a Volsk, y el otro grupo emboscará a Ottori. Los quiero a los dos aquí, los demás no me interesan.
—Pero…, señor, si el general se entera que se hizo este movimiento sin su aprobación… — intentó replicar el guardia.
—¡Cállense! —La fuerza del grito provocó que ambos hombres se pusieran rectos—. Ninguno le dirá nada al general. Si me entero que alguno de los dos se lo dijo, lo mando a fusilar, ¿entendieron?
—¡Sí, señor! —Ambos guardias realizaron el saludo antes de darse la vuelta para cumplir las órdenes dadas anteriormente.
Cuando Tyrone se quedó solo, volvió a su escritorio, sacando todas las fotografías que le habían enviado de Volsk. Gracias a sus hombres y su constante vigilancia descubrió que lo que llevaba el día de la fiesta no era maquillaje.
Era en verdad su cara.
Era demasiado claro la pasión que el hombre sentía por su ciencia si era capaz de utilizarse a sí mismo como sujeto de pruebas.
—Falta muy poco —ronroneó el pelinegro, acariciando la foto con enfermiza admiración—. Pronto estarás aquí a mi lado y me ayudarás a ganar esta guerra. —Los ojos verdes brillaron con demencia—. Serás mío.
Nota E: Un capítulo nuevo por dos razones... 1- Fue mi cumpleaños 22 hace poco, 2- Fue cumpleaños del personaje Vladimir Volsk por igual.
Kaorugloomy. Cariño, muchas gracias por tus palabras de apoyo, tan hermosas como siempre. Personalmente, esta editora te dedica el capítulo. Y como madre de Kenshi, tus palabras han acertado por completo a su descripción. Tal como dijo la autora JK Rowling sobre Severus: no es blanco ni negro, sino gris.
Felices lecturas.
