Capítulo 24
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Habían pasado un par de horas en las que ni Klaus ni Kenshi dijeron nada, algún militar les trajo algo de comer pero ninguno se levantó del camastro para acercarse a la bandeja. Después del sollozo que se le escapó, Klaus no volvió a hacer ningún ruido, sólo se escuchaba un irregular respirar de su parte por culpa de la costilla rota.
El sol ya estaba bastante bajo cuando el alemán decidió moverse. Gruñó un poco cuando sus músculos entumecidos protestaron por el movimiento, asegurándose de que no había nadie cerca comenzó a golpear los barrotes con fuerza. El ruido atrajo a los dos guardias que custodiaban la puerta.
—¡Silencio! Maldita bestia... —gruñó uno de ellos, pero cuando Klaus los tuvo al alcance agarró sus uniformes y les estrelló la cabeza contra los barrotes. Ambos hombres cayeron al suelo, el alemán se agachó con cuidado y agarró las llaves que colgaban del cinturón de uno abriendo su celda. Con esfuerzo los metió a ambos, encadenó a cada uno en un grillete y cerró la reja. Para cuando terminó, estaba jadeante, luego se dirigió a la celda de Kenshi.
—Lárgate. —Kenshi se hallaba sentado en el camastro, abrazándose las piernas contra su pecho. No le miraba—. Intenta irte tú, con todos esos militares afuera… Apenas te vean, empezarán a disparar. Es más riesgoso salir a quedarse.
—Kenshi. No te pongas difícil, sólo tenemos una oportunidad y no voy a quedarme aquí. —No iba a soportar una segunda vez que alguien lo volviera a tocar de esa manera.
—Si yo fuera tú, me dejaría. ¿Por qué no lo haces?
—¡Porque no me voy a resignar como tú! —le gruñó el menor, se les acababa el tiempo—. Tampoco voy a dejarte aquí a tu suerte. —Con zancadas furiosas tomó a Kenshi de los brazos. Agarrando una de las llaves pequeñas del llavero, lo liberó y a pesar de las protestas del japonés, se subió a Kenshi a la espalda. Su cuerpo protestó por el peso extra pero se obligó a soportarlo—. Agárrate fuerte.
—A cualquier problema, te haré meramente responsable —le advirtió. Aun así, se aferró como pudo.
Agudizando sus sentidos, Klaus salió del área de celdas, por suerte no había venido nadie. Recordando los pasillos por los que pasaron la primera vez que salieron de ahí, logró llegar al patio central. Por pura suerte nadie los había visto todavía, y gracias a las grandes sombras que comenzaban a formarse Klaus podía esconderse con facilidad,
Llegó detrás de unas cajas donde dejó que las alas y la cola surgieran, sólo tenían una oportunidad...
Una alarma comenzó a sonar alertando a la pareja. Klaus escupió un improperio en alemán.
—Ya se han dado cuenta —murmuró Kenshi—. ¿Y si uno de los dos les distrae? Tú podrías escapar y decirles a los demás.
—¡No te voy a dejar aquí, Kenshi! —le dijo al otro en un susurro desesperado. Se escucharon pasos apresurados a su alrededor; Klaus sintiendo un horrible escalofrío en su espalda cuando su sensible oído captó las armas cargándose—. ¡No te sueltes!
En cuanto dijo eso salió de su refugio, corriendo entre los hombres armados les daba un coletazo o se daba impulso con las alas para abrirse paso.
Tyrone en cuanto escuchó la alarma salió de su oficina, arma de fuego en mano. Como los demás militares, intentaba encontrar a la pareja fugada, gritaba órdenes a diestra y siniestra. Se quedó callado cuando un borrón negro pasó muy cerca dándose cuenta tarde de que era el europeo. Por un segundo se quedó congelado observando a Klaus en todo su esplendor.
Cuando lo vio a punto de alzar el vuelo dio la orden de disparar pero nadie parecía atinarle. El Mayor, frustrado por tanta incompetencia tomó su propia arma y antes de que el alemán pudiera subir lo suficiente para salirse del rango de tiro, Tyrone disparó atravesando el ala derecha de Klaus.
El primer disparo atravesó la membrana mientras una segunda le atinaba a la coyuntura del cárpales del ala derecha, imposibilitándole el movimiento que los mantenía en el aire. Inevitablemente Klaus cayó, trató de abrazar a Kenshi contra su cuerpo, y al golpear el suelo el menor fue el que se llevó casi todo el impacto. En seguida fueron rodeados por una docena de militares, todos apuntándoles con sus armas, listas para disparar.
Tyrone se acercó, los ojos verdes brillando intimidantes, Klaus se encogió ante el dolor, tratando de cubrir a Kenshi con su cuerpo en todo momento. Gruñó a Tyrone enseñando los puntiagudos dientes, como un animal acorralado.
—¿Creíste que podrías escapar ¿no es así? —Ignorando los gruñidos de Klaus, le tomó del cabello obligándolo a que lo mirara—. No van a salir de aquí, ¿me oyes? —Dio un nuevo tirón—. Yo me encargaré de eso —le prometió, palabras susurradas cruelmente en su oído que espantaron a Klaus—. Encadénenlos —ordenó a sus hombres—. Asegúrense de que no puedan escapar.
Los militares en seguida cumplieron las órdenes de mayor, Klaus intentó resistirse pero un eficaz golpe con la culata en la parte de atrás de su cabeza lo dejó inconsciente y fácil de manejar.
Kenshi levantó las manos cuando vio a los guardias ir a por él también. Sin embargo, antes de que siquiera pudieran tocarlo, ya había dado dos rápidas patadas en las entrepiernas de ambos militares, haciéndoles encogerse por el dolor. Evitó por un pelo los golpes de un militar detrás de él, inclinándose al frente, permitiéndole eso lograr arrebatarles el arma a los dos de antes. Sabía que seguía a su alcance, tenía dos oportunidades y solo podía tomar una. No dudó en apuntar y rápidamente disparar.
—Eso es por él.
El hombre barbudo que antes estuvo a punto de violar a Klaus cayó al suelo desangrándose y gritando de dolor cuando la bala impactó en sus joyas, el pantalón tiñéndose de un grotesco rojo. A causa de eso varios hombres se lanzaron contra Kenshi, sometiéndolo, recibió un par de golpes en el estómago y la cara.
Cuando por fin fueron controlados los extranjeros, un grupo de encargó de llevarlos de vuelta a las celdas y el otro en atender a los heridos, sobre todo al hombretón que se iba quedando frío en el suelo por la pérdida de sangre y sus bolas.
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—Bien, ya estamos aquí y no veo a nadie. —Shin iluminó el bosque con una linterna por unos segundos antes de que Jim se lo arrebatara y lo apagara.
—No seas tan inconsciente, Shin.
—Ellos dijeron al anochecer y no hay nadie.
El sol del atardecer daba sus últimos brillos de luz para darle paso a la luna ese día. El grupo entero, saliendo de la posada, se dirigieron hacia los lindes del bosque que rodeaba parte de la ciudad de San Diego. A esas horas daba un aspecto siniestro, sobre todo ahora que casi nadie a parte de ellos transitaba por la cercanía.
—¿No deberíamos entrar? —sugirió Shin otra vez.
Vladimir estaba atento a cualquier sonido u olor extraño que pudiera aparecer, ahora más atento que nunca escudriñaba la oscuridad a su alrededor.
Los ojos azules brillaron en amarillo por un segundo cuando captó el ligero sonido de una rama rompiéndose.
—¡¿Quién anda ahí?! —gritó a la oscuridad, fijando la vista por donde escuchó el sonido.
Todos también tomaron una posición más alerta, dirigiendo la atención al punto en el que Vladimir vigilaba. El sonido esta vez fue más fuerte y de entre la oscuridad, bajo el leve rayo de luz que cedía el sol, se logró visualizar la alta figura de un hombre de hombros anchos. A Yuki le dio la sensación de estar frente a un oso parado en dos patas. Era un hombre muy robusto.
—¿Quién es usted? —preguntó Jim.
—¿Han venido solos? —Lla voz del tipo igualmente fue gruesa, observando más allá de ellos, vigilante. Les miró—. Llámenme Maxon.
—¿Fue usted quien nos envió la carta? —Yuki intentó visualizarlo mejor. No parecía japonés, tenía firmes rasgos americanos; los ojos de un azul muy claro y el cabello, supuso, castaño.
Maxon asintió.
Vladimir dio un paso al frente enfrentándose al americano. Era de su misma altura pero por la musculatura de su cuerpo hacía parecer al ruso más pequeño en comparación.
—Dijiste que nos ayudarías a rescatarlos. ¿Qué pretendes? —preguntó de frente. Para el ruso eso era lo único que importaba y no estaría tranquilo hasta volver a tener a Kenshi y a Klaus a salvo.
Maxon negó.
—No aquí. Tienen que seguirme. —Ninguno del grupo se movió—. Es por seguridad. Nosotros también queremos rescatarlos, estábamos al pendiente de ustedes e íbamos a llevarlos a un lugar más seguro que esa posada. Pero los militares se nos adelantaron, al menos referentes al joven Ottori. Ahora tanto él como el otro chico están corriendo peligro. —Volvió a echar una ojeada hacia alrededor, fuera del bosque—. No es seguro permanecer aquí. Por favor, síganme.
Vladimir pudo percibir la sinceridad en las palabras del extraño, mirando a los demás por sobre el hombro comenzó a caminar siguiendo al americano.
Los demás hicieron lo mismo.
Maxon les guió por el bosque, a buena parte del camino después sacando una linterna, nivelándola un poco para iluminar lo suficiente. No habló, solo para indicarles que estaban por llegar y que se mantuvieran juntos. Jim ayudó a Yuki a caminar por los irregulares caminos del bosque, el sonido de animales salvajes resonando a lo lejos. Llegaron a una zona de abundante vegetación y árboles, donde la mayoría pensó que estaban caminando en círculos. Al fondo había una extensa pared hecha por ramas enredaderas en la que no se podía calcular donde comenzaba y terminaba. Maxon caminó hacia ella, volteándose para señalarles que siguieran. Apartó lo que era una cortina de enredaderas, revelando un túnel.
Él dio un vistazo alrededor.
—Por acá. —Les permitió el paso primero.
Desde varios metros antes Vladimir pudo percibir el olor a humo, y personas... Un sitio habitable en la espesura del bosque, por eso no dudó en avanzar cuando Maxon le dijo que se internara en el túnel, el resto del grupo siguiéndole de cerca.
Caminaron un metro dentro del túnel hasta salir en un claro amplio. Jim y Yuki fueron los que ahogaron un grito de sorpresa. Era como estar en un enorme campamento. Había carpas de todos tamaños, cuatro siendo los más grandes y de tamaño rectangular, iluminadas en su interior. Personas iban y salían de las carpas, otras venían del bosque a un lado cargando leña. Postes hechos con altos troncos estaban colocados estratégicamente por todo el lugar, con lámparas de gas, iluminando el lugar, nunca cerca del túnel, había un buen trecho entre el primer poste y la entrada del túnel así como las paredes alrededor. Mujeres, niños, hombres y ancianos, las lámparas dejando ver rasgos entre americanos y asiáticos. Todos convivían pacíficamente.
—¡Hey! ¿Quiénes son ustedes?
Custodiando el túnel, dos guardias les apuntaron con sus rifles. Yuki podía jurar que uno de ellos era asiático.
Maxon salió del túnel tras ellos.
—Calma, muchachos. Son los extranjeros. —Eso pareció calmarlos.
—¿Les siguió alguien? —preguntó uno. Maxon negó.
—Todo libre. —Luego, se giró a los demás—. Bienvenidos a la Zona Insurgente. Somos un grupo en contra de la guerra.
—¿Rebeldes? —La cabeza de Shin no dejaba de girar de un lado a otro. Alcanzaba a ver también un lago al final de todo aquello.
—Pueden decirlo también. —Asintió.
—¿Eres el líder de todo esto? —Esta vez, fue Yuki quien habló.
—El segundo al mando. —Maxon avanzó—. Vengan, les presentaré a Haruto.
Vladimir mantenía una postura rígida, hombros tensos, puños apretados, ceño fruncido y un gruñido a punto de brotarle desde la garganta. Odiaba todos esos formalismos, sólo retrasaban todo. ¡Estaban perdiendo tiempo!
Maxon les guió hacia una de las carpas, la segunda, traspasando la puerta de tela. Había una enorme mesa, larga y rectangular, con planos señalados y figuras. También baúles, una pizarra al final, y una vitrina. En una esquina apartada, estaba un escritorio. Encima, un telégrafo, y frente al mismo, sentado, un joven con los audífonos sobre la cabeza, anotando algo. Varios hombres moraban reunidos alrededor del final de la larga mesa, inclinados sobre un ancho plano que tenía dibujado un edificio, mostrando todas las secciones de su interior. Eran dos japoneses y tres americanos. Los cinco, excepto el joven al telégrafo, levantaron la vista.
—Ah, han llegado —dijo uno.
Maxon camino por un lateral de la mesa hasta detenerse.
—Sí, hemos llegado. —La voz de Maxon destilaba sarcasmo. Se volvió—. Caballeros, déjenme presentarles a Haruto Uchida, el líder de nuestro grupo.
Maxon señaló al japonés que había hablado antes. Haruto poseía un rostro anguloso y nariz firme, con ojos negros y un corto cabello castaño. No medía más que 1,72 y a pesar de la ropa, se podía apreciar un cuerpo muy tonificado. Para ser un líder, a Yuki le pareció que tenía rasgos muy inofensivos, parecía el tipo de personas que no rompería un plato.
—Bienvenidos. —Su voz, contrario a Maxon, era muy apacible.
—¿Tú eres el líder? —Shin cruzó los brazos—. No lo pareces.
—Esa es la idea. —Haruto sonrió. Jim suspiró: tenía una sonrisa bastante hermosa.
Vladimir continuaba con el ceño fruncido, mirando por encima los planos y escuchando parte de la conversación que mantenía el joven en el telégrafo a través de la clave Morse podía constatar que no eran una farsa, pero por su mente rondaba una sola cosa.
—¿Entonces? ¿Cuál es tu plan?
Haruto suspiró, los demás cruzándose de brazos.
—Había un plan de rescate para hoy que tuvo que ser alterado.
Yuki avanzó un paso.
—¿Por qué, pasó algo? ¿Les hicieron algo?
Haruto observó al joven al telégrafo, notando que aún no se alejaba de la silla por lo que devolvió su atención al grupo.
—Intentaron escapar. Algunos de mis infiltrados en la base comunicaron hace un momento que hubo un intento de fuga hoy por la tarde. Según avisaron, fue el extranjero quien logró sacarlos a ambos de las celdas en las que lo tenían.
—Klaus —nombró Yuki. Haruto asintió.
—Sonaron las alarmas y fueron a por ellos. En pleno…vuelo… —Haruto hizo una pequeña pausa, como si aún sintiera raro decirlo—. Tyrone les derribó. Uno de ellos salió herido. —Fijó la vista en el mapa de la mesa, señalando una sección que se dividía en varios segmentos—. Estas son las celdas, ellos ocupan estas dos. Estamos averiguando que aún sigan allí y no los hayan separado o llevado a otro lugar.
—¿Tienes un reporte de cuál es la gravedad de la herida? También quiero saber si... —Dejó la pregunta al aire cuando prestó atención al mensaje que el joven estaba recibiendo, en dos zancadas llegó a él intentando escuchar con más claridad—. ¡Ese mensaje no puede estar bien!
El joven dio un salto en su asiento cuando Vladimir se le acercó, dividiéndose entre prestar atención al ruso o al mensaje. Sus ojos grises se movieron suplicantes a Haruto. Éste se aproximó.
—¿Logró oír el mensaje? —Debía tener un oído inaudito, ni él mismo estando cerca podía escucharlo—. Adam, ¿qué estás recibiendo?
—Cabo 2 indicó que es posible que mañana zarpen a Japón. No está oficialmente confirmado. Y… —Calló escuchando a través de sus auriculares— por intentar escapar, les han encadenado. Está confirmado: siguen en las celdas de siempre, señor.
—Bueno, lamentablemente tendrán que perder ese posible viaje. —Haruto se giró a sus hombres—. Josh, avisa a los otros. Lanzaremos el ataque al amanecer.
—Es demasiado tiempo —rebatió Vladimir—. Sé que Klaus no es nada dócil, y si dices que ha intentado escapar y está herido podría ser grave. Para la mañana Klaus ya tendrá una septicemia y Kenshi estará loco de preocupación. ¡Tengo que ir con ellos!
Uno de los americanos que estaban allí habló. La luz arrancaba mechones rojos en su cabello cobrizo, los ojos marrones claros.
—¿Una septicemia? Le han disparado en el ala, ¿no? —Adam, el joven del telégrafo, asintió.
—Es lo que reportaron, sí.
—Es el tiempo que disponemos. —Maxon negó—. No podemos movilizarnos tan rápido, llamaríamos la atención. No es como si pudiéramos ir tan pronto como exiges. Estamos en contra de los militares, nos cazan también.
Haruto asintió.
—Por lamentable que suene, es la realidad. A mí por igual me gustaría ir ahí y sacarlos de inmediato, pero las circunstancias no lo permiten. —Avanzó hacia la mesa—. Aún con las bombas, no será suficiente, solo nos dará unos minutos.
—¿Bombas? —Los ojos de Shin se agrandaron—. ¿Planeas volar el lugar?
—Parte de ello, son distractores. Aquí, aquí y acá. —Señaló tres zonas contrarias al lugar de las celdas—. Desafortunados por los que estén allí, pero más son las vidas que acabaron que las que acabaremos.
—¿Cómo entraran? —preguntó Jim.
—Ya hemos entrado. —Maxon sonrió.
—Entrar es fácil. El problema viene al salir —respondió Haruto—. Por eso son los explosivos.
Vlad no se retractó, mirando de mala manera al americano castaño que habló primero.
—Dudo mucho que esos bárbaros se molesten en hacer cualquier tipo de curación a Klaus y sé de primera mano lo "higiénicas" que suelen ser las celdas de los prisioneros.
El ruso miró atentamente el plano que estuvo señalando Haruto; destrucción y distracción, era un plan aceptable, más no eficiente.
—Si no tienen cuidado podrían perder más hombres.
—No estarán cerca de las detonaciones, todos se concentraran al frente. —Haruto indicó la entrada—. Y esto de aquí, es la estación. Tendremos que deshacernos también de los automóviles.
—¿Por qué no los explotan? —preguntó Yuki.
—Combina explosivos y gasolina —habló antes Adam.
—Y está próxima a la salida que usaremos. Es muy arriesgado —añadió Haruto—. Con los automóviles fuera, no podrán seguirnos.
—¿Cuántos infiltrados tienen allí? —Quiso saber Shin.
—Podríamos decir… un 30 % de los militares dentro. No es mucho, pero con los que nos acompañaran, ayudará bastante. Y sabemos también que hay otros dudando del comando de Tyrone desde que empezó a soltar ese aire obsesivo que tiene hacia su amigo, Klaus ¿no?
—Está trastornado —expresó el pelirrojo de antes.
El ruso gruñó involuntariamente ante esa nueva información. Por alguna razón se sentía amenazado ante la perspectiva de que Klaus fuera lastimado por ese hombre. No recordaba haber tenido un sentimiento tan paternal, ni siquiera cuando Klaus era un niño.
—Voy con ustedes.
—No creo que…
Comenzó Maxon, pero Haruto le detuvo con un gesto suave.
—…deba quedarse —terminó—. Cuando vean una cara conocida para ellos, al menos en lo que se refiera al chico Klaus, ayudará a que sea más colaborativo.
—Yo también quiero ir.
Jim puso una mano en el hombro de Yuki, deteniéndole.
—Es peligroso en tu estado, Yuki. Es mejor que Shin, tú y yo permanezcamos aquí.
Haruto asintió a sus palabras.
—Es un consejo sabio. Vayan a descansar, hay carpas preparadas para ustedes. —Se giró al otro japonés que había estado en silencio—. Raiden les llevará.
Yuki iba a insistir pero optó por cesar, asintiendo abatido. El japonés de cabello corto y negro, al igual que sus ojos, salió de la carpa con el trío detrás.
Haruto se dirigió a Vladimir.
—Vamos a explicarte el plan completo.
Acercándose a la mesa de planeación, Vladimir miró de arriba abajo a Haruto. Había algo que no le agradaba del todo pero mientras le permitiera rescatar a Kenshi y Klaus iba a dejar eso de lado. Por el momento.
—¿Tienen enfermería aquí? -—Haruto asintió medio señalando un camino fuera de la carpa. Vlad estuvo satisfecho con eso y comenzaron a hablar sobre el plan.
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Algo que gustaba era de cabalgar. Wen y él siempre daban paseos a caballo cada vez que el chino iba a visitarlo. De vez en cuando pasaban frente al cementerio a dejarle flores frescas a su madre, y más allá, a la de su padre. Hoy día resultaba extraño andar por los pasillos y no oír la voz de papá, esa firme y muy ronca voz que le exasperaba muchas veces. Nunca fue de llevarse bien con su padre. Ni siquiera antes de la muerte de mamá.
—Me sentí indiferente al enterrarlo —comentó a Wen—. Me atreví incluso a desear que fueran las manos de mamá las que se posaran en mi hombro cuando ella murió que las de él.
—Él fue un líder y Señor Feudal, pero nunca supo ser un padre. —Oyó la voz de Wen.
—Yo no quiero ser como él en ese aspecto. —Kenshi negó—. Yo quiero…, yo quisiera… que mi futuro hijo tenga una mamá…y un papá que sí lo quieran.
Sintió la mano de Wen a su espalda.
—Y lo tendrá. Tu futura esposa y tú serán buenos padres.
Kenshi le miró.
—Pero…, no es una mujer con quien quiero estar… Es… —El sonido de un golpe, como un tambor a lo lejos, le interrumpió. Wen estaba impasible—. ¿Oíste eso? —Y otra vez. Wen no tenía más expresión que esa sonrisa conciliadora. Otra vez resonó—. ¿De dónde viene? —Kenshi giró, mirando a su alrededor.
Justo ahora no sabía cuándo había vuelto a Japón. La última vez recordaba estar en…
Despertó en un jadeo. La luz de los pasillos fuera de la celda seguían encendidas, supuso que no había salido el sol completamente, seguía oscuro afuera. Lo escuchó. El inconfundible sonido de una detonación. Volteó la mirada, topándose con la figura adormecida de Klaus. Cada vez le veía más pálido. No había recibido atención médica, ni siquiera para las heridas de bala de sus alas. Una detonación, más fuerte y que logró hacer retumbar las paredes, le sacó de sus pensamientos.
El sonido de una pelea fuera llamó su atención, irguiéndose de la cama, el ruido de las cadenas ancladas a los grilletes que rodeaban sus manos resonando en su celda. Esta vez, fue la alarma y el repetido eco de los disparos lo que llegaba a sus oídos. Algo estaba pasando.
Klaus se sentía tan débil que había pasado la mayoría en un duermevela constante, sus extremidades se estaban entumeciendo por la mala posición –lo habían encadenado contra la pared a diferencia de a Kenshi– y respirar era cada vez más trabajoso. Era un milagro que la costilla rota no le hubiera rasgado la caja torácica. También el frío comenzaba a calar en él, si tuviera que adivinar podría decir que su calor corporal era de 35°C y bajando. Si seguían así...
No terminó de despertar hasta que se escuchó la tercera detonación. El fuerte estruendo taladró sus oídos agravando su dolor de cabeza, apenas pudo moverse para ver a Kenshi erguido en el camastro.
El ambiente olía a pólvora, fuego y sangre, casi podía sentir las náuseas que todos esos olores juntos le provocaba.
—¿Qué ocurre? —Logró preguntar a Kenshi con la voz ronca y pastosa.
—No lo sé. —Kenshi se levantó y acercó a las rejas que lo separaban—. Pero algo pasa…, suena a como si estuviéramos bajo ataque. —Sus ojos se enfocaron en él—. ¿Estás bien?
Klaus no hizo caso a lo último. Si se ponía a enumerar todas las cosas que le aquejaban, no terminaría nunca y no quería preocupar a Kenshi.
—Tenemos que salir... —Intentó moverse, lo cual fue la peor idea del mundo: los golpes dolían más que antes y su ala herida, la cual no había retraído por no saber cuáles serían las consecuencias de introducir una bala que ya tenía encajada en la piel en su cuerpo, dolió horrores cuando intentó moverse.
—Quédate quieto —regañó Kenshi—. No podemos salir, estamos encadenados, y tú estás herido…
La puerta que conduce a las celdas se abrió, Kenshi retrocediendo hasta acercarse a su cama. Cuatro hombres bajaron, vestidos con trajes negros. Uno de ellos disparó a la cerradura de Klaus con un arma que Kenshi nunca vio antes, apenas haciendo el simple ruido al chocar con la cerradura y dejar la puerta abierta. Hizo lo mismo con su celda.
—Robert les dio las copias de las llaves. De prisa —dijo uno. Dos entraron dentro de la celda de Klaus, uno de ellos portando una llave y dirigiéndose a los grilletes que le encadenaban.
—¿Qué es esto, quienes son ustedes? —Kenshi miraba de un par a otro, retrocediendo.
Klaus, herido y todo, se encogió en su sitio; mostró los dientes puntiagudos en un intento de amenaza e ignoró la punzada de su ala por el repentino movimiento. ¡No iba a dejar que lo tocaran de nuevo!
El menor se quedó quieto cuando sintió un olor a maderas, ¡un característico olor a maderas!
—¿Qué demonios hacen? ¡¿Qué acaso quieren que les muerda la mano?! —La inconfundible voz del ruso se hizo escuchar en la estancia, relajando visiblemente al alemán. Desde la puerta de la celda Vlad miró a Klaus, tranquilizadores ojos azules mirando en su dirección—. No tengas miedo —comenzó a decirle en alemán—. No van a hacerte daño —Klaus continuó gruñendo bajo pero permitió que los hombres enmascarados se acercaran para quitarle los grilletes. Mientras que Vladimir se acercó con otro juego a la celda de Kenshi.
Liberando la cerradura se adentró en la celda, y sin ninguna barrera entre ellos, Vlad apresó a Kenshi entre sus brazos.
Kenshi quedó quieto, sintiendo esos brazos rodearle. Había visto su rostro y no fue ahora que realmente le sentía, sus cuerpos en contacto, que se dejó derrumbar, apoyándose en Vladimir, sus manos aferrando sus costados. Un gemido lastimero escapó de su boca.
—Vlad…, estás aquí…
—Por supuesto que estoy aquí. —Apretó a Kenshi un poco más fuerte, inhalando su aroma—. Estaba tan preocupado. —Le dio un beso cerca de la oreja antes de separarse para sacarle los grilletes.
Uno de los hombres se aproximó a Klaus, volteándose y dándole la espalda. Era mucho más grande y alto que el alemán, por lo que se agachó.
—Será mejor que subas, saldremos más rápido de esta manera, tomando en cuenta tu estado.
Klaus no se movió. No quería tocar a otro hombre, no quería ser tocado y subirse a la espalda de este extraño...
—¡Klaus! —Al otro lado de la celda, el alemán divisó a Vladimir, mirándolo con el ceño fruncido, sus ojos brillaron en amarillo un momento. Klaus se sintió doblegado de pronto, como si tuviera la imperiosa necesidad de obedecerle—. No te pongas difícil —reprendió sin alterar su tono de voz—. Si cooperas, podremos salir antes de aquí.
Klaus le gruñó en respuesta a Vlad en un intento de rebeldía pero de todos modos hizo lo que le dijo. Pasando sus manos temblorosas por el cuello del hombre musculoso, un sonido ahogado se le escapó cuando su tórax impactó contra la espalda contraria: al ruso no le pasó desapercibido eso.
—Oh, oh. Alguien no está bastante bien —comentó el otro hombre en la celda—. Ten cuidado con él, Maxon.
Maxon sostuvo mejor a Klaus, cuidando no incomodarle.
—Toma mi arma. —Hizo un gesto a su cinturón—. Irás por delante. Derríbalos bien, Hugh.
El tipo cogió la pistola y asintió. En la otra celda, Kenshi se frotó las muñecas en tanto dejó de sentir la presión de los grilletes en ella.
—Es hora de irnos ya —avisó una voz tras Vladimir, y cuando este se apartó para dejarle pasar, Kenshi apreció que el tercer hombre que le acompañaba no traía la máscara puesta, aunque estaba a contra luz.
Avanzó hacia la salida, saliendo a la iluminación, con Kenshi y Vladimir tras él.
—¿Quiénes son…? —Kenshi se detuvo, parándose en seco, sus ojos abriéndose como platos. Ese hombre había volteado a verle. Claramente pudo percibir como su corazón dejó de latir por un segundo. Debía tener unos 25 años, estaba seguro, por lo que sus facciones eran más maduras pero no indicaba que había cambiado. Seguía siendo la misma cara que nunca se borraría de su memoria—. ¿Ha…Haruto…?
Este asintió.
—Ha pasado tiempo, Kenshi.
—Pe…pero tú… —No terminó de hablar, sus pies moviendo su cuerpo, y antes de que siquiera lo notara, ya se le había abalanzado en un abrazo, murmurando palabras ahogadas en japonés.
Vladimir tuvo que luchar contra su deseo de golpear a Haruto hasta partirle la nariz. Quizás no lo estaba haciendo muy bien, parte de su furia se reflejaba en sus ojos. Cuando el castaño se inclinó para susurrar en el oído de Kenshi, no pudo soportarlo. Puso su mano en el hombro del menor llamando su atención, una mirada dura dirigida a Haruto.
—Tenemos que irnos —le recordó con glacial tono profesional. Antes de que Kenshi pudiera protestar, lo cargó entre sus brazos apartándolo de Haruto lo antes posible.
Haruto les miró a ambos alejarse, quedándose atrás para cubrir la retaguardia. Kenshi, por otro lado, se debatía entre los brazos del ruso.
—¡Vladimir, bájame! Puedo caminar. —Su ceño fruncido indicaba lo molesto que estaba por haber sido interrumpido y apartado de Haruto. Intentó verlo tras el hombro de Vladimir, corroborando que en verdad estaba ahí. Se topó con sus ojos, tan oscuros como los suyos propios; había vuelto a colocarse la máscara.
—Has estado casi dos días sin comer y bajo mucho estrés, tal vez no estés tan mal como Klaus pero no voy a arriesgarme. —Aunque en parte era verdad, la razón detrás de su comportamiento eran los celos enfermizos que estaba sintiendo contra el líder de la resistencia y las constantes miradas que Kenshi intentaba darle por sobre su hombro.
Kenshi se mantuvo callado. No iba a negarlo, había dejado la bandeja de la cena de anoche intacta en una esquina, tal y como hizo con las demás.
Salieron de las prisiones, caminando a paso veloz por los corredores del edificio. A través de las ventanas, se podía apreciar la lucha que se llevaba a cabo fuera. Dentro, se toparon con cuerpos caídos, algunos era imposible saber si continuaban con vida. Instintivamente Kenshi se apretó al cuerpo de Vladimir, ocultando el rostro en su cuello. Hugh, al frente, se asomó por una esquina cuando llegaron al final. Avanzó, seguido por Maxon cargando a Klaus, Vladimir a Kenshi y Haruto de último, continuamente mirando hacia atrás.
—Mueve el paso, Hugh —advirtió Maxon—. Los demás no les distraerán por mucho, y este chico necesita un médico —terminó, refiriéndose a Klaus.
Estaban a pocos metros de la puerta de servicio cuando Klaus se tensó, encajando un poco las uñas en la piel de Maxon. Gruñó amenazador en una dirección específica y se encogió contra el cuerpo del hombre que le cargaba.
Vladimir se fijó en esa postura amenazante, escudriñando el aire reconoció algo ligeramente ácido.
—Magnesio...
Al segundo siguiente ambos dragones escucharon el cargar de un arma.
—¡Todos al suelo! —advirtió Klaus. Gimió de dolor cuando Maxon acató su orden. Vladimir imitó la postura de los demás, protegiendo a Kenshi con su cuerpo.
—¿Se van tan pronto? —Una risa burlona rompió el aire. El Mayor Wilson, respaldado por otros dos militares, apuntaban hacia los rebeldes. Tyrone tenía fija la vista en Klaus que estaba siendo resguardado por el hombre de grandes músculos.
—Su hospitalidad es un asco, Mayor —espetó Hugh, alzando sus dos armas hacia ellos.
—¡Señor…! —Otro militar se les acercó apuntándoles, posicionándose al lado derecho de Tyrone junto al tipo a su lado.
Hugh disparó ambas armas al mismo tiempo, dándoles certeramente a la cabeza a los dos hombres que flaqueaban los lados de Tyrone sin darles tiempo a reaccionar, cayendo desplomados. Inmediatamente, el otro militar se volteó, apuntando directo a la sien del Mayor.
—Baje el arma, tírela al suelo —advirtió.
—Infiltrado —desdeñó el oji-verde. Chistando, dejó caer el arma al suelo, alzó ambas manos para que viera que estaba desarmado.
Desvió su atención del militar traidor para fijarla en Klaus, y pasando sus ojos por el resto de hombres se topó con la vista del oji-azul protegiendo al pequeño señor feudal. Extranjero, tenía un aire europeo... ¿Podría ser…?
—Vladimir Volsk —dijo en un tono extraño, rozando entre la admiración y el anhelo. Vladimir no respondió.
Aun apuntando a Tyrone, el militar de antes hizo un gesto a los demás. Sin apartar la mira de sus armas de Wilson, Hugh avanzó dando paso a Maxon cargando a Klaus y los demás. Esta vez fue Haruto quien marchó al frente dejando a Hugh cubriendo la retaguardia.
—Uf, eso estuvo cerca— masculló Maxon.
—Vamos, vamos —apuró Haruto, casi trotando por el pasillo—. Pronto vendrán más.
Tyrone no dejó de ver en ningún momento a los europeos, la mirada verde fija en ellos hasta que les perdió de vista. Cuando lograron escapar, el mayor Wilson tomó desprevenido al militar traidor quitándole el arma, le apuntó con ella y disparó directo a su cabeza, tal como hizo a sus subordinados momentos antes.
Se quedó mirando un momento el cuerpo caído del rebelde, después la salida que usó el grupo. No ordenó seguirles, debía reorganizar a la tropa y evaluar los daños... Pero al menos sabía que tenía al alcance a sus dos obsesiones. Sonrió ante ese pensamiento.
N.E.: Siempre diré que un review, comentario dando sus opiniones e impresiones del capítulo o los capítulos, o la historia en sí, nos causa gran alegría a nosotras las autoras. Muchas gracias a las jóvenes que nos comentan, y espero que los lectores fantasmas se animen a hacerlo también.
Otro capítulo para ustedes y así no sufran tanto.
