Capítulo 27
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—Hay noticias. —Adam informó, quitándose los auriculares de los oídos y acercándose a los otros—. Han contactado con el capitán Cohen. Le informaron de la situación con los visitantes y está preparado para cualquier plan que tengamos y les permita a ellos abordar y salir de puerto.
Haruto asintió. El día anterior ordenó salir en busca del dichoso capitán al tiempo que iniciaban los planes sobre cómo podrían llevar al puerto de San Diego al grupo para que pudieran irse sin que Tyrone los atrapase de nuevo. No supuso que sería tan complicado, sabía que no podría haber tantos guardias como en la base, pero igual no se confiaba. Tyrone no dejaría ningún lugar libre.
—Bien. Hay que situar dos vigilantes en el puerto. Necesitamos saber el movimiento que se vea allí. Cuántos militares hay rondando…
—¿Investigaremos qué sucede por la base?
—No por ahora —negó a Maxon—. Con el estado de salud de Klaus, no dará un par de días antes de que sea momento de que se marchen. Pero ante cualquier información importante, que lo comuniquen.
Adam dio un asentimiento y regresó ante el telégrafo.
Fuera, escuchando, Shin maldijo por lo bajo, alejándose de la carpa al tiempo que se aseguraba de no haber sido visto. Ahora que Klaus estaba incapacitado, no tenía cómo llegar al lugar donde se supone labora Angie. Habían navegado por casi 2 semanas ¿para nada? No pensaba marcharse con las manos vacías. El único modo de llegar lo más pronto y seguro era volando, con Klaus fuera, solo había una única persona que podría llevarle hasta allí. Dirigiéndose a cierta carpa, entró encontrándola vacía. Volvió a maldecir. ¿Dónde se había metido Vladimir? Ya antes comprobó que no estaba en la enfermería.
Claro. Andaría con el enano. Rascándose la cabeza un poco, caminó hacia el río. Quizás estaban por ahí.
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El bosque que rodeaba el campamento era más frondoso de lo que se podía imaginar. Árboles de diversos grosores se encontraban desperdigados de un lado a otro. Animales silvestres como ardillas, lagartijas, conejos y aves de todo tipo correteaban por los árboles y caminos. Los insectos y arácnidos no se quedaban atrás.
Cuando avanzaron alejándose más del campamento, y estuvieron cerca de un árbol de oscura corteza, en tanto Kenshi se medio apoyó en él, hubo pegado un grito antes de escudarse tras Vladimir.
—¡Ciempiés! —Señaló una cría de ciempiés que subía por la corteza justo a la altura en la que él se apoyó. De inmediato se subió a la espalda de Vladimir, observando aterrado el suelo, como si en cualquier momento un millar de dichos animales resurgiesen de la tierra. Prácticamente sus brazos ahorcaban al ruso, las piernas firmemente aferradas a su cintura.
Vladimir se tambaleó con el nuevo peso sobre su espalda. Cuando Kenshi se quedó quieto, pudo comprender lo que pasaba.
—¿Le tienes miedo? —Señaló al bichejo que ya iba a la altura de los ojos del ruso—. ¿Por qué?
—¡Míralo, es espantoso! Con sus cientos de patas que te recorren el cuerpo asquerosamente… —El cuerpo tembló de pavor, sacudiéndose aquella imagen de su cabeza—. Y tiene unas pinzas que pican como el infierno—. Kenshi le envió una mala mirada al animal desde atrás de Vladimir. No se quiso bajar.
El ruso hizo todo lo posible para no reírse, mordiéndose las mejillas por dentro para evitar soltar una risa pero era inevitable que una sonrisa se le escapara.
—Ya veo —dijo cuando supo que su voz no le fallaría—. Sí, tienes razón. Con su exoesqueleto y el aguijón que inyecta veneno. —Pellizcó el muslo izquierdo de Kenshi, asemejando el piquete de un ciempiés—. Realmente espantoso.
Una mano de Kenshi bajó hasta picar el costado del ruso.
—Te estás riendo, ¡no te rías! —regañó ceñudo—. El día en que te asuste un animal, me voy a partir de la risa. —Se dispuso a bajarse, pero al ver el suelo y pensar en que estuviera otro ciempiés caminando por entre las hojas, le hizo cambiar de opinión. Gimió—. No quiero estar aquí.
—Soy bioquímico. Sería extraño que le tuviera fobia a algún animal. —Comenzó a caminar, afirmando a Kenshi para que no se cayera—. Pero si puedo tenerle desagrado. Los perros por ejemplo.
Kenshi le miró como si le hubiera salido otra cabeza.
—¿Perros? ¿Por qué? Son lindos. —Kenshi daba mirada al frente y hacia abajo, vigilante—. Sobre todo cachorros. Yo estaría teniendo uno si padre hubiera aceptado el Akita que pensaban regalarnos el año anterior. —Había lamentado que el hombre se negara, el animal era una preciosura con apenas tres meses.
—Demasiados dependientes. —Hizo una mueca graciosa, arrugando la nariz y frunciendo los labios—. Necesitan mucha atención, también son muy ruidosos. Son inquietos, siempre andan rompiendo algo. Sobre todo los cachorros.
—Que malo. Los cachorros son así porque son pequeños, son bebés aún. Además, estás siendo exagerado, no son tan dependientes. Los perros descienden de los lobos, y han sabido cuidarse bien por sí mismos —negó—. Tenemos que tener un perro para que aprendas.
Gruñendo algo intangible en ruso, continuó la caminata de regreso, mirando de vez en cuando al suelo para no tropezarse con alguna raíz.
Del camino que tomaban, se escuchó el sonido de una raíz partiéndose que hizo a ambos alzar la mirada al frente. Kenshi se relajó un poco –apenas consciente de que se había tensado, ya andaba paranoico como Klaus– cuando vio a Shin salir tras un árbol.
—¿Qué, no me digas que también eres delicado para pisar el bosque americano? —preguntó luego de pasar la sorpresa de ver a Kenshi montado en la espalda del ruso.
Kenshi le masculló unas palabrotas en japonés.
—¿Pasa algo? —le gruñó a Shin el ruso por interrumpir su tiempo con Kenshi. Aunque cambiaría su actitud si realmente se trataba de algo importante si no, Shin podría devolverse por donde había venido.
—Escuché que le dijeron a Haruto que ya han contactado a Baron Cohen, que esté alerta para irnos cuando Klaus se esté recuperado…, están haciendo un plan.
Kenshi frunció el ceño, confundido. Ignoró el vuelco que dio su corazón al pensar que en pocos días volvería a alejarse de Haruto de nuevo.
—¿Y? ¿Qué tiene eso de malo?
Shin se cruzó de brazos.
—No vinimos aquí de paseo. Aún no hemos dado con Angie, ni hemos ido al lugar a donde nos dirigíamos cuando atraparon a Klaus.
—Obviamente eso quedó cancelado cuando tu viajecito provocó que raptaran y dañaran a Klaus y Kenshi. —El ceño de Vladimir se hizo más profundo.
—Ya están aquí, se pueden quedar en el campamento mientras tú y yo vamos hacia allá. ¡Oh, por favor, no me vas a venir a decir que hicimos todo ese viaje para nada!
—¿Que yo que? ¡Claro que no! No me voy a ir del campamento con Klaus aún en estado delicado y menos dejaré a Kenshi solo. El muy idiota tiene un imán para los problemas.
—¿Discúlpame? —Kenshi le miró ofendido. Chistando, se removió hasta bajarse de su espalda, molesto—. Gracias por nada. Puedo irme solo desde aquí. Idiota —masculló lo último en japonés, y dignamente, se volteó para alejarse de él y devolverse al campamento. Cuando pasó junto a Shin, aprovechó de pisarle el pie. Hizo oídos sordos a las quejas del par.
—Argh. Condenado enano. —Shin cogió un poco, intentando sobarse el pie adolorido.
Vladimir se quedó mirando el camino que tomó Kenshi sabiendo que ya de ahí no se podría perder ni le pasaría nada.
—Te lo tienes bien merecido —le dijo a Shin cruzándose de brazos.
—Es culpa tuya —replicó. Volvió a bajar el pie, ya no le dolía tanto—. ¿Qué es ir, hacer el viaje rápido y volver? Klaus está recuperándose, y Kenshi cuenta con Haruto y sus hombres para que le vigilen. Por Dios, ni que fuéramos a tardar meses en hacer el viaje.
—Es arriesgado. Sin mencionar que suicida. Klaus ya te ha advertido varias veces que no debes acercarte a ella —le regañó como si fuera un niño pequeño encaprichado—. Desde el principio fue una mala idea y aún así nos convenciste a todos de venir.
—Y él insiste en solo decir "es arriesgado, es arriesgado" ¡y no dice qué demonios es lo arriesgado! —Abrió los brazos en un gesto exasperado—. Busco respuestas, sé qué algo malo ronda cerca de ella, no pienso solo dejarla y ya.
—¿Cómo piensas ayudar a alguien que no quiere ayuda? —Arqueó una de sus cejas arrogante—. Aún si la encontraras, ¿qué podrías hacer tú? Ella no vendrá contigo y tampoco puedes obligarla.
—Ese es mi problema. Yo no te digo cómo debes hacer para que el enano no te deje por el otro. Por ahora necesito encontrarla primero. Un paso a la vez.
Vlad frunció los labios, contrariado. pensó por un momento en las posibilidades, las probabilidades de que encontraran a la chica y además lograran descubrir que era lo que pasaba eran mínimas. Igualmente sería una pérdida el viaje pero al menos le callaría la boca a Shin.
Suspiró derrotado.
—A mal tiempo darle prisa —murmuró para sí—. Este bien. Dile a Klaus que te trace alguna ruta. Partiremos lo antes posible.
—¡Sí! —Shin alzó el puño, en un gesto victorioso—. Mañana mismo. —Se volvió para regresar al campamento ignorando sus quejas.
Al regresar, Shin se desvió a la enfermería. A lo lejos, antes y más allá, Kenshi caminando con Haruto hacia un conjunto de carpas en las que no había ninguna que les perteneciera. Las tiendas de campaña que habían sido colocadas para los seis, tres a cada pareja, estaban al otro lado del campamento.
Jim salía de las cocinas cuando vio a Shin y Vladimir salir del bosque, por lo que se acercó al ruso.
—¿Shin ha hablado con usted de algo? —preguntó. Quizás el castaño había ido a contarle que aún planeaba ir tras Angie.
Mirando a Jim con el ceño fruncido, resopló desacomodándose algunos mechones de pelo que le caían del flequillo normalmente peinado pulcramente hacia atrás.
—¿Tú qué crees? No hay manera de sacarle esa idea de la cabeza.
El africano negó.
—No tiene remedio. —Optando cambiar de tema, cuestionó—. ¿Cuándo cree que pueda Klaus salir de la enfermería?
Vladimir agradeció el cambio de tema, arreglándose el flequillo su ceño disminuyó lo suficiente para abandonar la mueca hostil de su rostro.
—Si sigue así, en dos días más podrá salir de la enfermería e interactuar con el campamento. Su costilla se está soldando correctamente y la herida de bala también, pero pasará un tiempo antes de que pueda volver a volar.
Jim asintió.
—Eso es algo bueno. Hablé con él no hace mucho. Tengo la idea de hacerle un pequeño corte a los mechones de su cabello, luego de que salga. Me tomó por…sorpresa verlo así… Sigo sin creer que le hayan hecho esa canallada.
—Es peor de lo que crees, Jim, mucho peor. ¿No has notado su comportamiento? —Cruzó los brazos, apoyándose en el tronco de un árbol—. No se deja tocar por nadie, incluso se pone tenso cuando hay personas alrededor que no conoce. Por eso no le he dicho nada a Yuki de que deje a Klaus descansar, le hace más bien tenerlo cerca.
—Lo he notado levemente. —Se pasó una mano por la nuca, sobándola un poco—. Pero, ¿por qué Kenshi actúa distinto? Tenía entendido que querían a Klaus por quién "pensaban" que era. —Hizo comillas con los dedos—. No esperaba que fueran a maltratarlo al grado de cambiarle la actitud… aunque, claro, no sé qué demonios pasa por la mente de esos malnacidos.
—El hombre está trastornado. —Apretó los puños. Aún recordaba esos intensos ojos verdes que parecían atravesarle, la mirada desquiciada—. Para él, el fin justifica los medios. Klaus fue un medio para chantajear a Kenshi.
—Comprendo —asintió. Volteó a mirar hacia la enfermería, recordando algo que pasaba por alto—. Oh, ¿dijo que estaría bien en dos días? —Su expresión ceñuda reflejaba preocupación—. Yuki ya tiene varios días sin recibir nutrientes.
—Estoy consciente del tiempo que han pasado sin contacto íntimo. En el estado de Klaus aún es difícil... —Con la mano izquierda se tocó el mentón, una ligera arruga entre sus cejas denotando su concentración—. En vista de las circunstancias, esos dos deberán ser un poco más creativos, si entiendes a lo que me refiero.
Jim sonrió encantado, comprendiéndole bastante bien.
—Quizás hasta podría recomendarles cómo deben hacerlo en el estado actual de Klaus. Hasta el momento, mis dotes creativas no han recibido quejas. —Dejó salir una pequeña risa.
Por un momento el ruso pareció ponerse verde al recordar la manera en que los dotes creativos de Jim dejaron a Smith antes de fulminar al negro con la mirada.
—Por favor, no compartas tus "dotes" conmigo.
—Ah, doctor, lo bien que le haría escuchar unos cuantos —suspiró Jim—. Siempre es bueno oír nuevos consejos. —Dio un par de palmadas en su hombro antes de girarse en redondo para regresar a las cocinas.
Un desagradable escalofrío recorrió la espalda de Vladimir. Sacudiéndose a sí mismo, tomó camino a la enfermería a ver en qué podía ayudar.
Allí, se escuchó la conversación entre Shin, Yuki y Klaus, los dos primeros enfrascados en una leve discusión.
—¡…dejarla tranquila! —Era la voz de Yuki, mascullando en japonés—. Dudo mucho que Angie pidiera tu ayuda en algún momento.
—¿Acaso sabes en lo que pueda estar metida? No, ¿verdad? ¿En serio pensarás quedarte de brazos cruzados mientras ella se enfrenta sola a lo que sea que haga?
—Aun cuando sienta el deseo de ayudarla, no puedo hacerlo porque es la voluntad de ella. Tienes que respetarlo.
—Entonces, si su voluntad es morir, debo quedarme viéndolo como si fuera una ópera. —La voz de Shin destilaba sarcasmo.
—Pero no tiene caso, Shin —interrumpió Klaus, mucho más calmado que Yuki—. Es algo mucho más grande de lo que podrías manejar, es algo con lo que ella ha lidiado por años. Muchos hombres han pensado como tú al conocerla y todos han muerto. —Recordaba unas cuantas historias que la misma Angie le contó al respecto. El que más recordaba era un hombre llamado Robert. Angie mató a su esposa e hija, el hombre fue a darle caza pero cuando la vio no pudo matarla; terminó enamorado de su tristeza, de sus ojos fríos y sus problemas. Esa fue su perdición así como sería la de Shin.
—Yo venceré. Seré contrario a todos los perdedores —dijo seguro de sí Shin.
Yuki bufó.
—Ojalá Angie te dé una buena matada a ver si de esa forma se te quita lo idiota.
Shin le guiñó un ojo.
—Cuando lo haga, estará libre.
Klaus rodó los ojos, arrebujándose en la cabecera de la cama donde estaba recostado, dos almohadas acomodadas en su espalda y una tercera donde descansaba su ala. Se veía mucho mejor, menos hinchada y comenzaba a cicatrizar.
—Haz lo que quieras. Ya te he advertido bastante.
—Solo necesito que nos traces la ruta para que Vladimir y yo podamos llegar.
—¿Aceptó llevarte a esa locura?
—No le deje opción.
—Seguro te deja botado apenas tenga la oportunidad —le dijo al mayor—. Te seré sincero: no tengo idea de donde está.
Shin le miró perplejo. Yuki aprovechó de recostarse junto a Klaus, apegándose a su cuerpo.
—¡Cómo que no sabes! —exclamó Shin—. Pero debes saber llegar, ¿no? ¿De qué manera Vladimir y yo llegaremos ahí?
—Recuerdo que ella mencionaba mucho un bar en Monterrey. —Pasó un brazo sobre los hombros de Yuki, abrazándole protectoramente—. Mi idea era llegar a Monterrey y seguir su olor...
—Y tardarnos más. —Las manos de Shin fueron a su cabellera, sacudiéndose los mechones castaños—. No puedo creerlo. —Sin añadir más, salió del lugar.
—Me temo que eso no fue de su agrado. —Suspirando, Yuki se acomodó mejor—. Esperemos. Ya va a volver… —Alzó la mirada al alemán—. ¿En verdad no sabes?
Negó con la cabeza entrelazando sus dedos con los de Yuki.
—Tenía como ocho años cuando ella comenzó a hablarme de su vida. No recuerdo mucho.
Yuki se estiró para poder dejar un beso en su cuello.
—Imagino lo tierno que debías ser a esa edad. —Sonrió—. Sea como sea, de alguna manera Shin querrá llegar, y dudo que quiera marcharse de allí… A Volsk no le hará mucha gracia saber ese plan…
Un suave rubor le cubrió las mejillas, resaltando las escamas de su cara.
—Vladimir estaba consciente de eso. —Se quedó mirando el techo de la enfermería por un momento—. Ella huele a fresas...
—¿Crees que logren dar con ella? —Yuki tuvo que cerrar un momento los ojos cuando de pronto su vista se desenfocó en un leve mareo. Por lo menos seguía teniendo el rostro en un ángulo que Klaus no podía verle, no deseaba darle grandes preocupaciones. Tomó una bocanada de aire.
—Es bastante escurridiza, muy precavida. —Sonrió para sí mismo—. Nadie se dio cuenta cuando ella entraba a la casa feudal. Venía a verme en las mañanas.
Sin abrir los ojos, Yuki se arrebujó en Klaus, de pronto algo cansado. Aún así, sonrió.
—Apuesto a que ella se enterará y no dejará que la encuentren… ¿cómo fue que la conociste?
Pasó su brazo por la cintura de Yuki, acercándolo más a su cuerpo con sus piernas enredadas y una de las manos entrelazadas.
—Aún vivía con mi padre, tenía seis años. Yo estaba merodeando los límites de los terrenos cuando ella apareció saltando el muro. Al parecer estaba huyendo de algo. Al principio pensé que era un invento de mi imaginación, por las orejas y la cola —aclaró—. Pero cuando ella me cubrió la boca para que no gritara, supe que era real.
—¿Te asustaste? —Yuki alejó un poco la cabeza para poder verlo—. ¿Qué pasó después? —Entonces, Yuki pensó algo que le hizo fruñir el ceño—. ¿Qué edad tiene ella realmente? No parece tan mayor a nosotros…
Klaus tuvo que aguantarse una carcajada de burla pero se permitió sonreír divertido.
—Yuki, qué modales —le regañó en broma—. Eso nunca se le pregunta a una mujer. —Le dio un beso en la frente mientras se reía bajito—. Es mucho mayor de lo que crees, no sé por cuanto, pero ella suele decirme que nunca podría adivinar cuántos años tiene. —Intentó ponerse de lado pero fue mala idea cuando su ala punzó por el movimiento. Gruñó en descontento porque su ala aún estuviera tan delicada—. Respecto a lo otro... Tuve miedo sólo al principio, después me ganó la curiosidad. Ella se quedó hablando conmigo un buen rato mientras esperaba que pasara el peligro.
—Quédate quieto. —Yuki apretó levemente la mano de Klaus que sujetaba la suya. No dijo nada respecto a lo primero—. ¿Y luego? ¿Siguió visitándote después de eso o no la viste hasta esa vez en Japón?
—Ella continuó viniendo un par de veces más. Creo que le di lástima —pensó para sí mismo en voz alta—. Me hacía compañía durante las tardes y me contaba muchas historias que al principio pensé eran cuentos inventados. Cuando tuve ocho me di cuenta que todo lo que me decía era verdad. A los nueve fui vendido a Vladimir y no volví a verla hasta que nos encontramos en Japón.
Yuki estuvo en silencio un rato.
—¿La extrañaste?
—Bastante. No puedo negar que en casa de Vladimir recibía mucha más atención de la que me dio mi propia familia, pero aún así, a veces, cuando Vladimir se encerraba en su laboratorio y yo me quedaba sólo, pensaba en que quería que ella volviera. Fue mi primera amiga.
Otra vez, Yuki se mantuvo en silencio, pensativo. Su voz sonó un poco más baja cuando habló de nuevo.
—Está metida en un problema grande, ¿verdad? ¿Crees que algún día, fuera de lo que Shin quiera hacer, ella logre tener una vida normal?
Klaus pasó bastante tiempo sopesando la posibilidad, con tristeza se dio cuenta de la realidad. Negó suavemente con la cabeza.
—Ella desde hace muchos años no vive. No le interesa la vida, por eso se lanza al peligro sin pensarlo dos veces. Ella no sabría lidiar con una vida cotidiana... Sólo quisiera que fuera libre.
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Pasaron dos días en los que Vladimir continuó con los cuidados intensivos de Klaus. Para ese momento, su costilla estaba lo suficiente sana para no sentir cada una de sus respiraciones como una tortura. Lo mejor era que al fin podía retraer las alas y la cola, la herida de bala aún tenía mucho que sanar pero no era necesario que estuviera expuesta, lo cual era un alivio pues estaba cansado de las miradas que le deban las enfermeras y algunos hombres que llegaban a entrar en la enfermería.
Ese día, a la hora del almuerzo, Yuki llegó con la idea de que sería bueno comer con todos los demás en el "comedor".
—Es al aire libre, en el centro del campamento. —Se detuvo al lado de la cama, en pie—. Creo que te hará bien algo de aire fresco y conocer a los demás. ¿Qué dices?
Klaus dudó por un momento. La idea de estar al aire libre sonaba muy tentadora, comenzaba a darle claustrofobia esa carpa, le traía malos recuerdos, pero la idea de conocer a los demás...
—No lo sé, Yuki. No creo que sea buena idea. Los demás podrían...
—Ya te han visto —interrumpió con suavidad el castaño—. Antes de que nos separáramos, pensaban traernos aquí. Están más preocupados por la guerra que por el cómo te veas. Además… —Su tono fue un poco de desánimo— ¿en verdad quieres estar todo el tiempo aquí adentro?
Un escalofrío le recorrió la espalda.
—Por supuesto que no.
—Entonces… —Yuki le tomó la mano— ¡vamos! —Y comenzó a arrastrarlo fuera—. Podemos ir al lago después. Tiene una vista muy preciosa.
—Manipulador —acusó Klaus, dejándose llevar por el mayor fuera de la enfermería. Sus sensibles ojos punzaron un momento cuando el sol le dio de frente. Había pasado muchos días dentro de la carpa.
Se sorprendió de ver toda la estructura del campamento, lo agradable que era a la vista las varias carpas repartidas por el terreno junto al hermoso verde de los árboles que estaban pronto a la primavera.
—Wow.
—¿Lo ves? —Yuki sonrió, entrelazando sus dedos. Pocos eran los habitantes que pasaban frente a ellos, la mayoría fuera del campamento. Los que estaban ahí, apenas reparaban en su presencia. Yuki señaló las carpas más grandes—. Aquella es la cocina, y esa otra es como el centro de comando. Esa otra es donde almacenan las armas, municiones y alimentos. —Frente a la carpa de la cocina, a un metro, estaban varias mesas en fila formando una increíblemente larga, mientras que unos cuantos hombres llevaban lo que eran bancos y los colocaban a cada lado—. Ya están haciendo el comedor. Para la noche siempre hacen fogatas.
El alemán asintió a cada una de las indicaciones, paseando la ambarina mirada por todo el lugar.
—Pareces estar bastante familiarizado con el funcionamiento del lugar.
—Los niños me han estado llevando de un lado a otro. —Sonrió—. A veces me sorprende como incluso sabiendo de la batalla que tienen sus padres, lo comprenden y aún así no dejan de lado su ser infantil. Te asusta y sorprende su madurez a tal edad. —Su mueca titubeó—. Aunque también deseas que acabe para que no continúen viviendo de esa manera… Ahora deben estar en las escuelas… Todos llevan una doble vida aquí… Es algo complicado, muy arriesgado…
—Es lo que todos quisiéramos. Que esta guerra terminase —suspiró el pelinegro. Inhalando el agradable aroma del bosque, también percibió el olor a comida que le abrió el apetito—. Vamos al comedor —le instó a su pareja. Con Yuki a su lado, era capaz de hacer lo que sea, incluso adentrarse en un grupo de desconocidos para almorzar.
Ambos se encaminaron hacia allí. Cuando terminaron de colocar el último banco y comenzaron a sacar los enormes platones con la comida, de las cocinas el olor saliendo más concentrado y apetitoso. El menú de aquel día era sardinas rellenas y fritas, verduras hervidas y algunos otros elementos más. Jim estaba allí ayudando a las damas a llevar la comida, cargando lo más pesado como lo era las bandejas con los pescados. Les saludó con un gesto. De la entrada, las demás personas llegaban, dirigiéndose a las carpas antes de ir al lago, probablemente a lavarse las manos o a los almacenes a dejar algún nuevo cargamento que traían. Los niños siempre entraban a tropel, pero cuando vieron a Klaus, se detuvieron asombrados.
—¡Wuo! ¡Increíble! ¿Son tatuajes? —Un pequeño, de quizás siete años y con un diente faltante, miraba con inocente fascinación las escamas visibles de Klaus.
—¿Lloraste cuando te lo hiciste? —Esta vez, fue una pequeña de coletas rubias.
—No seas tonta, Lucie —regañó otro tercer niño, con el revuelto cabello negro. Era el más alto del grupo—. Los hombres no lloran.
—Pero Billy lloró cuando su madre le regañó —se defendió ella.
—¡No es cierto, yo no lloré! —El tal Billy era el único pequeñín del grupo, de cobrizos cabellos y unos grandes ojos grises. Su ceño estaba fruncido en una adorable mueca enojada.
Yuki sonreía encantado al verlos, imaginándose incluso a su pequeño futuro bebé en compañía de sus amigos. Klaus también sonrió, al parecer su reciente aversión a los desconocidos no incluía a los niños, tal vez porque eran lo suficiente pequeños para no presentar una amenaza.
El pelinegro se agachó con mucho cuidado, aún tomado de la mano de Yuki para poder quedar a la altura de la niña.
—No es tinta. Son reales, puedes tocarlas si quieres —le dijo en un agradable tono bajo, su acento encantando a la pequeña.
La infante alzó la pequeña mano hasta apoyarla en la mejilla de Klaus, las yemas de los deditos sintiendo la textura de las escamas. Sus ojos pardos se abrieron asombrados.
—Oh. ¿Cómo te hiciste eso? ¿Y por qué tus ojos son amarillos?
—¡Yo quiero, yo quiero! —Se sumó Billy, unos centímetros más bajo que la niña—. Yo también quiero.
—Mamá dijo que no molestáramos al chico lagarto —habló un cuarto niño, con rasgos similares al pequeño Billy, quizás su hermano—. Porque estaba enfermo. Por eso estaba en la enfermería.
—Pero ahora no está —se defendió Billy—. Por eso está afuera. ¿O te escapaste?
—¿Te escapaste de la enfermería? —preguntó Lucie.
Yuki ser mordió el labio para evitar reírse.
¿Cómo decirlo para que los niños entendieran?
—Aún no estoy bien —aclaró a los mayores—. Pero me dijeron que ya podía salir de la enfermería mientras me cuidara —les aclaró a todos. Tomó la manito de Billy dejándole tocar las escamas de su nariz—. El hombre ruso me hizo esto. Dolió bastante pero gracias a él ahora puedo volar.
Todos los niños dijeron un "¡Oh!".
—¡Yo también quiero volar! —exclamó Billy, ansioso.
—¡Sí, yo también quiero ser un lagarto! —Se emocionó Lucie. Los demás niños le secundaron.
Yuki hizo una mueca, no sabiendo qué tal le sentaría eso a Klaus o incluso a los padres. Carraspeando, se medio inclinó a los más pequeños, llamando su atención.
—Niños, ¿por qué no van a lavarse las manos? Ya pronto llamaran a comer. Vayan.
Algunos hicieron un sonido lastimero pero obedecieron, marchando a la gran laguna.
El alemán abrió grandes los ojos, mirando con horror a los niños que se alejaban en dirección al lago. Devolvió su mirada a Yuki.
—¿Qué acaso están locos? ¡Les acabo de decir que es muy doloroso!
—Son niños, Klaus. Algunos no comprenden el significado de ciertas las palabras. Creen que no será nada, solo lo que ven. Aun no les es posible imaginar el grado de dolor al que te refieres… —Yuki apretó un poco el agarre de su mano—. No te preocupes por eso. Lo olvidarán paulatinamente…
—En verdad lo espero. —Trató de alejar el vacío que sentía en el estómago de sólo pensar en esos niños sometidos a semejante conversión—. Espero que nuestro bebé tenga más sentido de conservación.
—Lo tendrá, al menos en parte. Será un pequeño, de igual forma. Pero al menos nos tendrá a los dos con él o ella.
—Vaya. Qué bueno que has salido al fin. —Un hombre, japonés y castaño cabello, se les acercó. Sonreía cordial a Klaus y Yuki.
—Klaus, él es Haruto Uchida, el líder de este lugar. Fue quien planeó el rescate —presentó Yuki.
Haruto extendió una mano hacia Klaus.
—Me alegra saber que estás lo suficientemente bien para unírtenos, Klaus. Bienvenido.
Klaus lo miró por un momento, reconociendo el olor a naranja que desprendía el japonés.
—Gracias. —Tomó la mano que le ofrecía Haruto, devolviéndole el saludo—. Recuerdo vagamente tu presencia en el rescate, más que todo tu olor... También te agradezco haber puesto a Yuki a salvo. —La mano con que sostenía a Yuki pasó a su cintura, acercándole en un gesto cariñoso y protector
Haruto restó importancia con un leve gesto.
—Les estaban acompañando. No podíamos ponerles a salvo a Kenshi y a ti, y a ellos no. Pero ahora que veo estás mejor, confío en que pronto puedan volver a Japón. Aun si están bajo nuestra protección, no están seguros. —Miró de uno a otro—. Esperábamos tu recuperación para llevar a cabo un plan que les permita volver al puerto y embarcar en el barco en que llegaron. Ya hemos contactado con el capitán…
Yuki hizo una mueca.
—Me temo que…, bueno, no estoy seguro pero todavía no podemos marcharnos. Shin anda con la loca idea de querer ir a Monterrey…
Haruto parpadeó como búho, incrédulo.
—¿Monterrey, México? Debe ser una broma, ¿verdad?
—Lamentablemente, no. —Klaus denegó decepcionado—. No hay nada para disuadirlo de lo contrario. Por eso fue que nos separamos en primer lugar. —Refiriéndole a Vladimir, Shin y él.
Haruto masculló una palabra por lo bajo que si bien Yuki no le entendió, Klaus pudo haber oído un maldita sea.
—¿Cómo se le ocurre querer ir allá, atravesando medio país en medio de una guerra?
Yuki se mostró apenado.
—Ni yo que soy su hermano lo sé.
Haruto suspiró frotándose el puente de la nariz. Miró a Yuki.
—Tu hermano está loco, ¿sabes?
—No tiene que decírmelo.
Haruto meneó la cabeza.
—Sentémonos a comer. —Ya habían algunos comensales en las mesas, charlando entre sí—. Por ahora no voy a preocuparme por ello, es malo para la digestión. —Con un gesto, les invitó—. Espero te sientas cómodo, Klaus.
Entonces la ansiedad volvió.
—Eh... Sí, gracias. —Apretó el agarre en la cintura de Yuki. Como siempre su estatura hacía parecer que estaba sobreprotegiendo a Yuki cuando en realidad lo que hacía era buscar apoyo en su pareja.
Encontraron a Vladimir unos cuantos puestos más allá con Kenshi sentado a su lado.
—Ven, vamos con ellos. —Yuki le hizo caminar hasta ocupar el puesto frente a los otros dos.
—¿Qué les decía Haruto? —preguntó Kenshi de entrada. No había perdido vista de las expresiones del hombre.
—Pasó a saludar a Klaus y darle la bienvenida. También le dijimos lo que quiere hacer Shin.
Kenshi volteó hacia Haruto, quien hablaba con Mason. Eso explicaba mucho, como a él, tampoco le debió gustar eso… No sabía si alegrarse o no sobre el hecho de que iban a quedarse más tiempo.
Vladimir hizo un gesto de fastidio ante la mención del japonés.
—Si causa muchos problemas, lo dejaré caer en medio de la nada —le informó a Yuki.
—Si se golpea esa dura cabezota contra una roca, podrías acomodar sus ideas —se burló Klaus sintiéndose seguro al estar entre gente conocida. Miró a Kenshi, no había visto al pequeño japonés desde que estuvieron encerrados—. Hola. ¿Cómo estás?
Kenshi dejó de mirar a Haruto para fijarse en Klaus. Alzó una ceja.
—Bien. Mejor que tú, seguro.
Yuki rodó los ojos. Jim apareció para sentarse al otro lado de Klaus, sonriéndoles. Ya las mesas estaban servidas, esperaban a que estuvieran todos para poder comenzar.
—Klaus, me alegra verte fuera de la enfermería.
—Me alegra estar afuera —respondió a Jim después de sonreírle a Kenshi—. Comenzaba a darme claustrofobia ahí dentro —confesó. Volteó a mirar a Kenshi esta vez murmurando un insonoro "Gracias".
Kenshi mostró un leve sonrojo pero no dijo nada. Maxon se puso en pie, dando el permiso de poder comenzar a comer, luego de dar una bienvenida a Klaus a la mesa a la que los habitantes acompañaron con unos aplausos. Shin estaba a dos mesas de ellos charlando con otros hombres.
—Ahora que estás afuera, puedo darte el corte de mechones que te prometí —comentó Jim, sirviéndose una de las sardinas rellenas del platón del centro.
—Oh. Eso en verdad me gustaría. —Sonrió Klaus. Algunas personas que miraban en su dirección disimuladamente se sorprendieron al notar los dientes puntiagudos—. Mira esto. —Se quejó, soltándose la cola que sostenía los mechones negros, demostrando el corte desigual y las puntas partidas—. Está horrible.
—Klaus, hazme el favor de amarrarte esos cabellos. Me dan vértigo. – —Kenshi inició su comida con un bocado de sardina acompañado de un trozo de zanahoria hervida.
—Lo dice la diva de Japón —ironizó Yuki, en defensa de Klaus. En seguida se arrepintió de sus palabras—. Yo…, lo siento…
Kenshi entrecerró sus ojos.
—Cierra la boca, enclenque. —Mostró una postura altanera—. Solo estás celoso.
—No empiecen de nuevo —regañó Jim. Suspiró, dirigiéndose a Klaus—. Esto pasa durante cada almuerzo. No pueden estar juntos —susurró.
El pelinegro de hecho parecía bastante divertido con la situación. No podía enojarse con Kenshi, menos cuando el japonés lo salvó de los abusos de los militares.
—No podemos negarle a Kenshi su naturaleza de diva —bromeó Klaus—. ¿Quién si no me ayudaría a combinar atuendos?
Vladimir ignoraba deliberadamente esa conversación, enfocándose en el pescado que tenía en el plato.
Kenshi hizo una expresión jactanciosa hacia Yuki. Jim bufó.
—Bueno, Yuki…, no vas a negar que Kenshi tiene estilo. Lo siento.
Yuki solo puso los ojos en blanco y se enfocó en su almuerzo. No tenía caso seguir discutiendo.
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Tal como la última vez, Shin y Vladimir concretaron su salida del día siguiente para el amanecer, la tarde anterior estuvieron sacándole toda la información que pudieran a Klaus, no que él supiera demasiado sobre el paradero de Angie pero toda información era bien recibida. Lo más relevante fue el nombre de un bar llamado "Nueva Luna" y el olor particular de la pelinegra: fresas. También se les dejó una advertencia de que debían tener mucho cuidado pues Angie operaba bajo el mando de alguien cruel, Klaus no tenía idea de quien era, y ella no dudaría en hacerles daño si se lo ordenaban.
Para disgusto de Haruto –y de Vladimir– las últimas 200 veces que intentaron hacer entrar en razón a Shin tampoco sirvieron, así que el líder rebelde no tuvo más opción que desearles suerte.
Yuki, como antaño, se levantó temprano para despedir a Shin y Vladimir. Confiaba en que, a pesar del carácter de Vladimir para con Shin, no iría a dejarle morir aún si lo merecía. Jim también estaba despierto, preparándoles una mochila con comida para el camino y cualquier posible medicamento que necesitaran en alguna emergencia. Siempre era mejor estar precavido. Kenshi era el único que no estaba presente, a Yuki le quedaba claro que con gran seguridad estaría todavía durmiendo.
—Tengan mucho cuidado —pidió Yuki—. Sobre todo tú, Shin. —Ya su tono era de advertencia esta vez.
—No empieces con la cantaleta.
—Cállate —le reprendió Vladimir—. Que bien la tienes merecida. —Giró sus ojos hacia Klaus—. ¿Estarás bien?
Medio alerta y medio dormido, Klaus se enfocó en Vladimir.
—No necesito tu supervisión las 24 horas del día. —El ruso levantó una ceja—. Estaré bien. No intentaré volar. —Volsk asintió en aprobación.
—Y yo me encargaré de eso. —Yuki entrelazó su mano con la de Klaus.
Maxon y Haruto se acercaron, el primero entregando un objeto envuelto en tela a Vladimir.
—Lleven esto, por las dudas.
—Puede que no lleguen a necesitarlo, pero no está de más ir preparados —añadió Haruto. Se cruzó de brazos—. ¿Tienen todo listo?
Vlad desenvolvió la pistola, reconociendo el modelo, sencilla y de fácil manejo. Con cuidado se fijó que tuviera el seguro puesto antes de guardarla en su bolsillo. Con un leve gruñido agradeció el arma.
—Todo listo. Estaremos de vuelta en dos días. —Le dio una significativa mirada a Shin—. Si en dos días no cumplimos nuestro objetivo, igual volveremos. —Los ojos azules que taladraban a Shin, claramente expresando que volvería al campamento con o sin el japonés.
Shin abrió la boca para quejarse, pero otro gruñido del ruso le detuvo. Aceptó a regañadientes.
—De acuerdo.
—Estaremos atentos a su llegada. —Asintió Haruto.
—Es mejor que partan ya —sugirió Jim—. Se hace tarde…
El ruso se dio la vuelta para alejarse del grupo cuando una mano en su muñeca lo detuvo, sorprendido se encontró cara a cara con Klaus, grandes ojos amarillos le observaban entre contrariado y preocupado.
—No arriesguen su vida innecesariamente —le dijo al mayor. Aunque no lo dijera, Vladimir supo interpretar esa advertencia, el peligro era mayor del que podían imaginar—. Ten cuidado... —dijo en ruso.
Vladimir se sorprendió. Era la primera vez en cuatro años que Klaus volvía a usar ese idioma, el sonido de sus palabras mucho más fluido que el gutural del alemán.
—Lo tendré —le correspondió, dándole un apretón en la mano.
—Vamos, se hace tarde, ya oíste —apuró Shin.
Antes de que Shin pudiera montarse en la espalda del ruso, un adormilado Kenshi apareció del camino que llevaba a la tienda donde dormían Vladimir y él, con el cabello un poco revuelto, arrastrando los pies. Pasó de largo entre los demás, apenas prestándole atención, incluso Haruto siguiéndole con la mirada fijamente, hasta llegar a Vladimir, chocando con su cuerpo. Los brazos le rodearon.
—¿Te ibas a ir sin despedirte? —Sus ojos seguían cerrados por el sueño, la voz sonando baja—. Eres un dragón malo.
La segunda sorpresa de la mañana. Despacio se removió entre los brazos de Kenshi para poder abrazarle de vuelta.
—No quería despertarte —le respondió, inclinando su cabeza hasta que su nariz se enterró en el desordenado pelo y sus labios dieron suaves besos en la coronilla—. Sé cuanto odias despertar temprano.
Kenshi no hizo gran caso a los gruñidos de Shin ante la interrupción.
—Con todas mis fuerzas…, fuerzas que tuve que usar ahora para escapar de las garras de la cama porque un momento así…lo ameritaba —completó ahogando un bostezo—. ¿Volverás completo?
—Completo, sano y salvo —le aseguró. Una de sus manos acarició la tersa mejilla antes de apresar la cintura de Kenshi para alzarlo en vilo, el menor automáticamente pasando los brazos por su cuello para abrazarle. Ahora con Kenshi al alcance de sus labios, logró darle un memorable beso de despedida—. Te amo.
Una de las manos de Haruto se apretó en un puño, un dolor que creía no iría a sentir explotando en su pecho. Tuvo que apartar la vista de la pareja. Entonces percibió una mano posándose en su hombro, perteneciendo a Mason. Le miró, dándole un quedo asentimiento.
Si bien Kenshi no respondió a sus palabras, sí al beso a pesar del sueño en su mente. Suspiró al separarse, solo volviéndose a acercar para uno nuevo en la mejilla seguido por un abrazo con todas las fuerzas que tenía.
Shin bufó.
—Argh. Ya es suficiente… —se quejó. Debido a que estaba tras Vladimir, solo recibió un gesto obsceno que hizo Kenshi con el dedo—. Enano desmoralizado.
—Japonés insufrible —respondió Vladimir con un gruñido. Dio un último beso a Kenshi antes de dejarle en el suelo. Guiñándole un ojo, se separó del menor. Varios pasos alejados del grupo, Vladimir dejó que las escamas azules cubrieran su cuerpo, las alas y la cola también surgieron de su espalda, los rebeldes sorprendiéndose por las garras que sobresalía de la coyuntura del ala.
—¿Él también es un…? —Mason ni pudo completar la frase por su estupor. Haruto no decía nada.
Jim, acercándose a Kenshi, lo tomó por los hombros y así evitar que se desplomara del sueño. Shin se apresuró a montarse en la espalda de Vladimir.
—Espero que hayas perfeccionado ese vuelo, Volsk.
—Yo no contaría con eso, Shirayama —se burló Klaus—. Te recomendaría que te agarraras bien. Sus aterrizajes aún dejan mucho que desear.
Shin miró asustado a Klaus y luego a Vladimir. Prácticamente se aferró al ruso.
—Eh, tampoco lo aplastes, Shin —regañó divertido Jim. Kenshi frunció el ceño y masculló algo en japonés.
—Tengan buen viaje —deseó Yuki.
Con un asentimiento de cabeza, Vladimir batió las alas con fuerza y en poco tiempo se elevó en el cielo. Estuvo bastante agradecido de haber hecho un despegue bastante genial –más por impresionar a Kenshi, que los despegues algo torpes e inseguros que normalmente tenía cuando Klaus intentaba enseñarle a volar. Imaginó que ya se estaba acostumbrando a la sensación de sus alas y el equilibrio de la cola.
Shin se sostuvo mejor. Esperaba que el aterrizaje fuera tan perfecto como el despegue. Por otra parte, Kenshi, medio adormilado, casi apoyó todo su peso en Jim; éste no se quejó. No obstante, siguió todo momento con la mirada a Vladimir, una leve sonrisa en su cara.
—Buen viaje, dragón… Vuelve pronto. —Sintió el brazo de Jim frotarle los hombros. Le había escuchado.
—Y lo hará. Venga, le llevaré a su tienda —instó a Kenshi a caminar.
Haruto tampoco había dejado de mirar a Vladimir y Shin hasta que ambos se alejaron, su figura haciéndose cada vez más diminuta en el cielo. Escuchó el silbido de Mason.
—Con una habilidad como esa, cualquiera querría ser una bestia.
Haruto puso los ojos en blanco.
—Vamos, tenemos cosas que planear. —Ambos se dieron la vuelta para dirigirse, en una pequeña discusión, al centro de comando.
Yuki y Klaus quedaron afuera, mientras que el resto de los presentes se dispersaban comentando la admirable marcha de los dos extranjeros. Algunos volteaban a ver a Klaus de vez en cuando. Yuki apretó ligeramente la mano de Klaus, llamando su atención.
—¿Crees que estarán bien?
—Eso espero. Vladimir es bastante precavido a diferencia de Shin pero su paciencia con él no es algo con lo que yo contaría. —Pasó un brazo por lo hombros de Yuki, confortándolo contra su cuerpo—. En verdad espero que no encuentren a Angie. Aunque siendo sinceros, si ella decide no ser encontrada es porque así será. Por eso es que nunca me he propuesto el encontrarla, eventualmente ella siempre aparece.
Yuki no comentó nada, solo hizo un asentimiento con la cabeza y miró hacia el punto donde Vladimir y Shin desaparecieron en el cielo. Suspirando con los ojos cerrados, ladeó la cabeza hacia Klaus.
—¿Quieres ir a dormir un rato más?
—¿Dormir? —murmuró en un dramático tono decepcionado. Pasó ambos brazos por la cintura de Yuki, acercando sus cuerpos, tan apretados que nada más podría caber entre ellos—. Yo pensaba aprovechar la mañana para algo de ejercicio matutino. —Usó un tono de voz bajo, sensual, provocativo, que erizó el vello de la nuca de Yuki al mismo tiempo que la lengua de Klaus dejaba un recorrido de saliva por su cuello.
El castaño echó un vistazo alrededor, algo aliviado de que casi nadie le estuviera prestando atención a ambos. Su cuerpo dejó de estremecerse, permitiéndole volver a hablar.
—¿Estás seguro…? Apenas hace poco saliste de la enfermería…
—Muy seguro. —Hizo un camino de besos desde la oreja de Yuki hasta sus labios—. Entre Jim y Vladimir me han dado unas buenas sugerencias para que disfrutemos al máximo sin hacernos daño en nuestra delicada salud.
—Bueno…, está bien. Pero regresemos ya a la tienda. No quiero dar un espectáculo al aire libre… —Inversamente a sus palabras, su rostro estaba muy sonrojado.
—Hecho. —Con un último beso, se apresuraron a su propia tienda agarrados de la mano, tan rápido como sus respectivas condiciones les permitían.
