Capítulo 28

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Durante todo el tiempo que estuvieron volando Vladimir y Shin sólo pararon una vez a mitad de camino para que el ruso descansara y comieran algo de las provisiones que Jim les dio. Vlad quería llegar lo antes posible a Monterrey y salir igualmente de rápido. Algo en su interior le hacía sentir inquieto por dejar solo a Kenshi y Klaus, le echó la culpa de esa sensación opresora en su pecho al recién descubierto dragón que rondaba dentro de su cabeza.

Apenas descansaron una media hora antes de seguir su camino. Lograron llegar a Monterrey en la tarde, el sol estaba bastante bajo, calcularon que podrían ser las 4:30.

Klaus había mencionado un bar llamado "Nueva Luna" donde probablemente podrían encontrar a Angie, según el alemán, ella solía mencionar ese lugar en sus historias. Con eso en mente ambos extranjeros, con un muy mal habla del español, comenzaron a preguntar por direcciones –cabe destacar que Vladimir estaba muy atento por si captaba algún olor a fresas. Algunas mujeres les miraban con malos ojos cuando preguntaban por dicho bar, Shin y Vlad dedujeron que el bar debía de tener una muy mala fama para que les hicieran esa mueca.

Casi una hora después lograron encontrar un hombre –un ayudante de tienda que estaba limpiando la entrada, de mediana edad que con señas simples les dijo donde podrían encontrar el lugar.

El bar era un edificio de cuatro pisos a las afueras de la zona urbana, no era nuevo pero se veía bastante cuidado. Tenía un aire peligroso y dos cuadras antes Vladimir ya había sentido el olor rancio del licor.

Shin caminó hacia el lugar, alerta a cualquier movimiento sospechoso. Observó por un instante todo el edificio antes de entrar, echando una nueva ojeada al interior. Parecía un bar cualquiera, nada distinto a los tantos que él había entrado. Avanzó hacia la barra, dirigiéndose a uno de los empleados.

—Pst. Hey.

El lugar por dentro le faltaba iluminación. A opinión de Vladimir no había una circulación de aire que limpiara el lugar así que todos los olores estaban concentrados provocando que la nariz le ardiera. La mayoría de los muebles eran de madera oscura, las ventanas tenían pesadas cortinas de terciopelo que impedía cualquier paso de luz al interior, uno que otro cuadro estaba colgado de la pared, todos eran una oda a la orgía, excepto por uno en la pared opuesta a la entrada del local que daba paso a una escaleras que conducían a los pisos superiores. El íncubo de Johann Heinrich, una pintura de 1781 que representaba el poder de un demonio del sexo sobre una joven de vestido blanco tendida sin oponerse a la influencia del diablillo.

Habían unos cuantos hombres en la barra que parecían ser clientes habituales y en el resto del bar estaban dispersas, algunas chicas muy desprovistas de ropa excepto por extravagantes redes en las piernas y corsés a medio abrochar, algunas organizaban un escenario que tenía un tubo de metal en medio de éste. Varias sillas estaban siendo colocadas alrededor del escenario mientras otros empleados limpiaban superficialmente las mesas. La mayoría de las chicas tenían aire de complacedoras al igual que algunos jóvenes.

Un hombre de unos 30 años, con brazos marcados y chaleco con unos cuantos botones sin abrochar atendió la llamada de Shin. El bar-tender enseguida supo que era un extranjero.

—¿Si? —respondió simplemente con una ceja alzada.

El castaño recorría con la mirada a las chicas, intentando ver si alguna de ellas resultaba ser Angie, antes de volver la atención al hombre.

—Em. —Odiaba el español—. ¿Dónde encuentro Angie?

El hombre hizo una mueca. Miró al otro lado de la barra donde otro hombre hablaba con algunas de las chicas.

—Levoch. —El hombre de cabello oscuro recogido en una coleta corta, sensual barba de candado y atrayentes ojos color vino giró su atención a su compañero.

—¿Oui? —Al parecer era francés.

—Ellos preguntar por Angie.

El francés se acercó donde los extranjeros, en un par de susurros despachó a su compañero para que continuara limpiando los vasos. El bar-tender estaba mucho mejor vestido que su compañero, con un chaleco vino tinto y una camisa manga larga blanca con los puños recogidos hasta el codo. No parecía mayor de 40.

—Lo siento, caballeros. Mademoiselle Angie está atendiendo un cliente importante, no estará disponible hasta las 7 de la noche. —Les sonrió a los dos en un aire cómplice hablando en un inglés con marcado acento—. Tenemos a otras chicas muy hermosas disponibles a partir de las 6.

—No hay problema. Esperaremos a Angie —denegó Shin, agradecido de poder hablar en otro lenguaje que no fuera su pobre español.

—¿Su nombre, monsieur?

—Shintaro Shirayama a su servicio. Dígame Shin —respondió, haciendo una pequeña inclinación de cabeza.

Vladimir vio el momento exacto en el que la comprensión llegó a los ojos vino del francés.

—Monsieur Shin. Me temo que no puedo programarle ninguna cita.

—¿Qué? —Shin parpadeó un momento, antes de fruncir el ceño—. ¿Cómo que no?

—¿Por qué no puede verla, señor...? —intervino Vladimir.

—Levoch, dulzura. —Le guiñó un ojo al ruso. Se rió cuando vio a Vladimir fruncir el ceño—. Angie no quiere verte.

—¿Y ahora qué le hice? Mire, no pienso irme sin hablar con ella —indicó, golpeando con un dedo la mesa de la barra, enfatizando sus palabras.

—Es por tu bien, hombrecito. —Le palmeó el hombro como si fuera un niño pequeño—. Mejor regresa por donde viniste.

—Bien. Lo intentamos. Andando. —Vladimir estaba satisfecho con esa respuesta.

—¿Qué clase de trabajos hace ella aquí exactamente? —preguntó Shin en cambio, ignorando las palabras tanto de Vladimir como de Levoch. Se sentó en uno de los bancos, dejando claro que no pensaba marcharse—. ¿Podría servirme un trago? Espero que acepten dólares, no traigo pesos mexicanos.

—Aceptamos de todo. —Vladimir, resignado, se sentó al lado de Shin a pesar de que él no le pidió nada. Levoch le acercó un vaso de vodka al igual que a Shin—. ¿Cuál crees que es su trabajo? —le preguntó casi con burla.

—Aparte de robarle a los hombres, incluyendo la vida. —Dio una mirada hacia las chicas, ojeando de dónde salían. Tenían que ir a un camerino, supuso. Y donde hay camerinos, muy probablemente estaría Angie—- ¿Quién es el jefe?

—Shin —regañó el ruso a su compañero.

—¿Qué harás si no te lo digo? ¿Subirás y buscarás en todas las puertas hasta dar con él y matarlo, haciendo tu papel de caballero en brillante armadura, le dirás a la pequeña gatita que es libre y vivirán felices para siempre?

Entrecerrando los ojos, Vladimir captó la verdad detrás de la burla.

—¿Otros hombres lo han hecho?

—Muchos otros antes que este. —Señaló a Shin—. Todos han muerto, la mayoría a manos de ella.

—No soy tan predecible —se quejó Shin—. Y no ha respondido la pregunta. —Tomó el vaso y le dio un sorbo.

Vladimir bufó ante eso.

—District. Es todo un demonio. —Ninguno de los dos se dio cuenta de que lo decía en serio.

—¿Qué puede decirnos sobre él? —insistió Shin, clavando sus ojos en los de Levoch. Tampoco ignoró el hecho de que tenía un color de ojos tan inusual como los de Angie. Algo le decía que este hombre no era un humano normal—. ¿Sabe cómo fue que ella terminó con él?

—Es un hombre temible. Con muchos contactos en todas partes del mundo. Si necesitas sacar a un enemigo de tu camino, robar un tesoro, asesinar a un potencial terrorista, trasladar cosas importantes o simplemente conseguir información, definitivamente es tu hombre, siempre y cuando sean capaces de pagar el precio —aclaró.

—Usa a Angie para cumplir esos trabajos —preguntó Vladimir. Levoch asintió.

—Sólo los más importantes. —Se sirvió una copa de whiskey para sí mismo—. Él encontró a Angie muy joven, la dejó a mi cuidado. —Movió su vaso, su barbilla siendo sostenida con su mano apoyada sobre la barra, sus ojos adquirieron un brillo nostálgico—. Es la hija que nunca tuve.

—¿Por qué ella simplemente no se alejó de él? —interrogó Shin—. Viendo el tipo de trabajo que la hace cumplir, lo lógico sería haberse marchado.

—Porque no puede —dijo Levoch simplemente, por fin bebiendo un poco del líquido ámbar que quemaba su garganta—. Tiene un contrato.

—¿Qué tipo de contrato? —Shin entrecerró los ojos—. ¿Se puede romper?

—Una vez que muera, será libre —dijo con un tono triste. Bajó la mirada mientras se terminaba lo que quedaba del alcohol en su vaso—. No hay nada que puedas hacer, chico.

Shin no dijo nada por un momento, ni siquiera volvió a tocar su vaso de vodka una segunda vez. Las palabras de Levoch hacían eco por su mente.

—¿Ninguno de los otros logró llegar a District? —Y como si se le hubiera ocurrido de pronto, también preguntó—. Dígame algo… No es humano ¿verdad?

—Todos fueron descubiertos por District, igual que tú. —A Vladimir se le erizó la piel ante esa información—. District tiene un especial interés por Angie, no deja que otro hombre que él no apruebe la toque. La mayoría ha muerto a manos de Angie por órdenes de District. —Tomó los tres vasos que usaron, colocándolos detrás de la barra—. Lo mejor que puedes hacer es alejarte y seguir viviendo.

A Shin no le pasó desapercibido las palabras que usó. No estaba tratando con un hombre común. No dijo más; dejó lo que consideró suficiente por las bebidas, levantándose y caminó rumbo a la salida.

Vladimir miró asombrado como Shin se fue sin decir nada más, en verdad fue un golpe duro para el japonés.

—Le dije todo eso por su bien —comentó Levoch a Vladimir.

—¿Le mentiste?

Non. Todo fue cierto. Angie no lo quiere ver muerto... Es mejor de esta manera. —Vladimir asintió. Extendiendo su mano, Levoch se la aceptó como una despedida—. Espero no volver a verles.

—Cuida a la chica. Klaus también está preocupado por ella. —Levoch sonrió, había escuchado del niño alemán.

—Siempre velaré por ella —aseguró al ruso. Con un último apretón de manos se despidieron.

En cuanto el ruso cruzó la puerta, Levoch se dirigió al primer piso, entró a una de las últimas habitaciones que tenía vista a la calle de enfrente, y ahí encontró a Angie recostada en la ventana viendo como el par extranjero se alejaba del bar.

—Ya se fueron —anunció Levoch.

—¿Te aseguraste de que no volviera? —Levoch no respondió enseguida.

—Él realmente te ama...

—Muchos otros me han amado, todos han terminado muertos. —Con esfuerzo se levantó del alfeizar. Odiaba profundamente el estar embarazada, lo único bueno era que no tenía que trabajar a menudo en el bar, no todos los clientes estaban a gusto con complacedoras embarazadas. Por lo general las que quedaban en estado por accidente eran echadas hasta que terminaran la gestación o abortaran, a veces no volvían. Angie no tenía esa suerte.

—Oh, petite. —Ayudando a la pelinegra a llegar a la cama, lamentó la prisión en la que se convirtió la vida de ella. Levoch se encariño con ella hace tantos años que ahora todo lo que le pasaba le dolía.

—Sólo faltan unos meses, unos meses más y todo terminará... —Recostada y arropada bajo el cobertor, Levoch le acarició el cabello hasta quedarse dormida.

—Oh, petite...

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Tyrone estaba molesto, no, más que molesto, ¡furioso! Esos estúpidos rebeldes se llevaron a Volsk...no, Klaus... ¡El que sea! Se los arrebataron a ambos. Iban a pagar por eso.

Uno de sus subordinados entró con cuidado a la oficina del mayor Wilson, desde el ataque de los rebeldes estaba desquiciado, arremetía contra sus propios soldados a la menor provocación. Su oficina era una zona de guerra: papeles regados por todo el lugar, algunas sillas volcadas, la sangre, ahora seca, de Klaus que cayó en la alfombra cuando lo golpearon seguía ahí, Tyrone se había negado a que la limpiaran.

El hombre llegó hasta Tyrone comunicándole que habían logrado enterarse de que los rebeldes estaban planeando la salida de los extranjeros.

—¡No! ¡No pueden irse! —gritó el pelinegro, estuvo a punto de arrojar un cuadro cuando se dio cuenta de lo que esa información significaba—. ¡Reúne a los generales!

Asustado por el grito, el militar salió en seguida mientras que Tyrone se quedó planeando su siguiente movimiento. Iba a recuperar a ambos europeos a como dé lugar.

Al día siguiente se logró reunir a todos los generales, Tyrone llegó junto a su segundo al mando a la sala, algunos de los generales no estaban felices con lo imprevisto de la reunión.

—¿Qué es esta locura, Tyrone?

—Señor, tenemos que contraatacar. Ya vieron lo que hicieron en el último ataque, es preciso que los aniquilemos ahora que no nos esperan.

—Joven —interrumpió un general entrado en años—, todo esto suena muy...apresurado.

—General, con todo el respeto, ahora es el mejor momento para atacar. Estarán tan ocupados trasladando al heredero feudal que podremos tomarlos por sorpresa.

—Ya no necesitamos al chico —dijo un hombre fornido de extravagante bigote.

—¿Qué?

—Ya no necesitamos a Ottori —repitió—. Justo ahora debemos y vamos a concentrar fuerzas contra las tropas otomanas. No es necesario gastar esfuerzo y recursos en Japón, menos en el chico Ottori.

—¡No lo entienden! —Tyrone en serio estaba tratando de controlar su temperamento. Si no fuera por estos vejetes—. Es necesario acabar con la amenaza, aplastar su espíritu y destruir sus esperanzas para que no vuelvan...

—¿Esto tiene algo que ver con el joven europeo que capturaste junto a Ottori? —preguntó un cuarto general.

—¿Cómo se enteraron de eso? —Tyrone miró hacia su segundo buscando una explicación pero el hombre tercamente se negó a devolverle la mirada.

—Nada pasa sin que nosotros nos enteremos, Mayor. —Levantándose de la mesa, comenzó a recoger sus papeles, la mayoría imitó el gesto—. En vista de que sus motivos son puramente egoístas y faltos de convicción, nos vemos en la necesidad de advertirle, Mayor, que si intenta actuar por su cuenta nos veremos en la necesidad de sancionarle. Buen día.

Lo generales abandonaron la sala de juntas, quedando solo Tyrone y su segundo.

—¿Señor?

—Prepara todo para el ataque —ordenó el oji-verde.

—Pero, señor, los generales...

—No me importa lo que hayan dicho esos viejos decrépitos. —Tomó del cuello de la camisa al otro hombre, su rostro amenazadoramente cerca, los ojos verdes destilando locura—. Vamos a hacer ese ataque y espero que hagas todo para que ellos no se enteren.

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Ya era de madrugada cuando Levoch subió al primer piso a buscar a Angie para que los dos volvieran al piso en el que vivían. Grande fue su sorpresa al encontrarla preparándose para salir.

—¿Piensas viajar? —Ella le dirigió una mirada de "¿Tu qué crees?"—. ¿Tendrá algo que ver con la visita de dos extranjeros?

—Ya viste a Shin, el hombre es odiosamente insistente. Estoy segura de que esto no será lo último que escuche de él, voy a cortar esto de raíz.

—No pensarás matarlo, ¿O sí? —Él alzó una ceja, interrogante. Realmente no le preocupaba la vida de un hombre u otro, pero le preocupaba las repercusiones que esa muerte tuviera en la vida de su nena.

Angie tardó en responder.

—No. Hablaré con Klaus, encontraré su escondite y los obligaré a dejar el continente. —Decidida, tomó una larga chaqueta negra poco femenina que le ocultaba el abultamiento del embarazo. Para tener casi 6 meses de embarazo, a la pelinegra casi no se le notaba pero tenía una curvatura delatora debido a su antes vientre plano.

—Estás en un estado delicado. —Levoch ni siquiera le hizo caso a la mirada fulminante que ella le dirigió.

—Haré un esfuerzo mínimo.

El francés sabía que no había nada más que decir, Angie iba a hacer lo que quisiera y no podría detenerla.

—Te cubriré con el jefe. —Extendió sus brazos hacia la pelinegra, casi al instante Angie se abrazó a su torso.

—Gracias.

Con eso la pelinegra se fue, aprovechando la oscuridad de la madrugada para salir de "Nueva Luna".

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Dos días. Pasaron dos días desde que Vladimir y Shin se marcharon. No hubo gran cambio en la rutina del campamento, salvo que Kenshi permanecía la mayor parte del tiempo con Jim o dicho sea de paso, los niños. Apenas había vuelto a hablar con Haruto, salvo para pequeños comentarios. A veces se proponía acercarse y hablarle nuevamente del tema, ¡se habían vuelto a encontrar! ¿En verdad pensaba pasar el tiempo, el poco tiempo, que tenían actuando como meros conocidos? No obstante, él de cobarde no se adelantaba, o en otro caso, Haruto tenía obligaciones que debía atender. En fin, una u otra cosa siempre servía de distracción o impedimento.

Esa mañana, optó por ir a darse un baño al río. Jim y él habían tenido varios, el africano sirviéndole de acompañante. Aquel día fue distinto, puesto que Kenshi prefirió ir solo. Quería estar solo, pensar un momento.

Se desvistió el calzado y luego el pantalón. En esos días se había acostumbrado un poco a la ropa americana pero eso no significaba que le gustase. Después, se apartó la camisa, quedando solo con la ropa interior.

Un silbido le llegó.

—¿Eh? —Kenshi volteó la cabeza, viendo a uno de los hombres de Haruto apoyado en una de los árboles.

Tenía un aspecto agraciado, lo admitía, salvo por su chata nariz. Su cuerpo estaba en forma, como debía estarlo el de cualquier militar. Era americano, así que sus ojos eran azules, el cabello en un castaño claro, casi rubio. Obviamente, la piel estaba un poco tostada por los trabajos al sol. Tenía más altura que él.

—¿Qué quieres? —Kenshi no dejó caer la camisa. No le importaba que otros le vieran desnudo, sin embargo, había algo en ese hombre que le daba mala espina.

—Nada, solo observo. —Sonrió, recorriendo con la mirada a Kenshi de arriba abajo.

El japonés sintió un desagradable escalofrío.

—Me incomodas. Lárgate —le espetó.

Avanzando, el hombre chistó varias veces.

—Oh, joven señor feudal, me ofende usted a mí. Porque, ¿sabe? —Acabó por estar a un palmo de Kenshi, quien intentó retroceder. Sus talones tocaban la orilla del río—. No está en Japón para dar órdenes.

—Soy un protegido de tu jefe —insistió Kenshi—. Estoy seguro que a Haruto no le agradará saber cómo me has tratado.

—Uh, ju, ju. Por favor, no le diga —clamó con falso tono de miedo—. Lo que piense o deje de pensar Haruto me vale un cacahuate. En cambio… —Osó colocar las manos en la cintura de Kenshi, rozando la tela de su ropa interior—, ¿por qué no nos divertimos un…?

No esperó recibir el golpe en su nariz que Kenshi le propinó con la parte baja de la palma. Los traspiés que dio le permitieron a Kenshi vestir rápidamente, por lo menos, la camisa.

—¡Infeliz! —gruñó el americano, viéndose la sangre que goteaba producto del golpe. No perdió tiempo y se lanzó sobre Kenshi.

El menor –porque estaba claro para Kenshi que el otro le superaba un poco en edad– se movió rápido, esquivándolo, y girando sobre sí para darle una patada que nuevamente hizo trastabillar al otro. Enojado, el otro contraatacó; de alguna manera, Kenshi sospechó que se debía a Haruto y los demás asiáticos rebeldes, el estilo de pelea que el americano le mostraba a Kenshi en sus ataques indicaban retazos del estilo que aprendió en Japón. Combinado con el americano, su peso y altura, Kenshi tenía que pensar en una forma de vencer a este contrincante.

En un descuido cuando miraba a su alrededor en busca de algún objeto, Kenshi no pudo evitar un golpe que le propinó el otro, rompiéndole el labio.

—Mierda. —Con el dorso de la mano, se limpió un poco de la sangre que le resbalaba.

—Vamos —invitó el otro.

Sin dudarlo, regresó al ataque. No iba a rendirse; por su orgullo, que ni se rompía estando él en ropa interior y camisa solamente.

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Aún cuando Vladimir estaba ansioso de volver tuvo que reconocer a regañadientes que hacer otro largo vuelo, junto con el peso extra de Shin, era demasiado para su cuerpo. Se quedaron a dormir en una posada barata, cenaron algo en un bar y Vladimir en seguida se retiró a dormir. Shin aún continuaba sin hablar, Volsk no le presionó. Como el día anterior salieron realmente temprano, mucho antes del amanecer, no podían dejar que nadie les viera.

Esta vez se demoraron menos y sólo se detuvieron media hora para desayunar. Lograron llegar al campamento a las 9 de la mañana. Por lo que se podía ver entre los árboles, no había mucha gente rondando el campamento, probablemente estuvieran en el pueblo.

Faltaba poco para llegar al claro del que despegaron la primera vez, Vladimir ya iba descendiendo cuando sintió olor a sangre.

Kenshi, fue lo primero que se le vino a la cabeza. Soltando a Shin con nada de delicadeza, cambió de dirección siguiendo el olor de la sangre.

En el río, la pelea se había vuelto más violenta; los movimientos de Kenshi ya eran más defensivos, supuso que su muñeca izquierda estaría fracturada. Se agachó para evitar un golpe contundente, apoyándose en la otra mano para deslizar una pierna y hacer caer a su contrincante. A la mierda el orgullo, tenía que huir. Aprovechando ese momento, dio la vuelta para emprender una carrera al refugio del campamento. No obstante, el otro fue más rápido y logró atajarle, haciéndole caer.

—¿A dónde vas, cobarde? —preguntó el americano, colocándose sobre Kenshi. Había recibido un golpe en el ojo, aparte el de la nariz.

Un crujido de ramas se escuchó encima de ellos, y en un parpadeo una mancha azul estuvo sobre el americano. Ambos se quedaron quietos al ver la figura de Vladimir. El ruso detallaba la situación con creciente enojo; al recorrer el cuerpo de Kenshi, sus heridas, el olor a sangre y cerezos mezclado junto con retazos del olor a arce del americano, fue suficiente para que sus ojos cambiaran a amarillo

Tocaste mi tesoro —siseó en una peligrosa voz el dragón, cualquier rastro del acento ruso se esfumó.

El americano se levantó, llevándose a Kenshi con él, colocando el brazo contra su cuello. Por su expresión, quedaba claro que estaba espantado con la expresión de Vladimir.

—¡Atrás!

Gimiendo por el dolor en su muñeca, Kenshi frunció el ceño ante la ligera sensación de ahogo también producido por el apretón del brazo contra su cuello.

—Maldito… —Dio un pisotón al otro, luego un golpe en el costado con el codo, seguido por otro en la entrepierna en tanto logró un pequeño espacio entre ambos. Ante el triple golpe, se separó lo suficiente del otro, tropezando con sus pies y cayendo al suelo.

—¡Desgraciado…! —El americano se encogía debido al dolor.

El dragón, al ver que Kenshi estaba a salvo, se aproximó a grandes zancadas. A pesar de los golpes de Kenshi, el americano logró recuperarse lo suficiente rápido para evadir otro golpe del dragón, el de escamas no dudaba en usar sus afiladas garras dejando profundos arañazos en el cuerpo del rubio.

El de ojos azules le propinó un fuerte golpe al dragón en la cien provocando que sangrara, el golpe desestabilizó su percepción teniendo que dar una vuelta para volver a mantener el equilibrio. Cuando estuvo erguido de nuevo, se dio cuenta de que el americano estaba gritando porque tenía algo clavado en el hombro, fijándose bien se dio cuenta de que eran las espinas de su cola. El dragón sonrió mostrando todos los dientes puntiagudos, simplemente aterrador. Probando su nuevo descubrimiento, el dragón hondeó la cola con fuerza, de esta se desprendieron otras dos púas, una se clavó en el muslo derecho del americano y la otra en la tierra.

El grito que dio el americano fue tal que atrajo la atención de los pocos que estaban en el campamento, incluyendo Haruto que se acercó, la mayoría armados aunque no escucharan disparos. Quedaron de piedra al ver a Vladimir atacando a un americano del grupo y Kenshi tirado en la tierra, visiblemente golpeado y desprovisto de sus pantalones, observando entre impactado y horrorizado a los otros dos.

En un parpadeo, reaccionó.

—¡Vladimir, ya basta! —exclamó.

Los otros pretendían ir a separarlos de no ser por Jim que se les puso en medio.

—¡Esperen! Podría ser peligroso.

—Pero lo va a matar —exclamó uno de los japoneses.

Klaus también llegó al claro, dejó a Yuki con los niños al escuchar gritos. A medida que se acercó el olor a sangre se intensificó, jadeó sorprendido al ver el estado de Kenshi, después vio a Vladimir junto al americano golpeándolo con saña. Ya en ese momento sabía que el americano no sobreviviría.

¡Nadie puede tocar mi tesoro! ¡Kenshi es mío! Mi tesoro. —El dragón continuó golpeando al rubio hasta hacerlo sangrar gravemente, varias gotas salpicaban en la cara, brazos y camisa del ruso, había logrado romperle el labio al desgraciado, con gozo escuchó crujir una costilla.

—¡Detente, ya es suficiente! —le gritó Kenshi, intentando ponerse en pie. El americano ya no intentaba detener los golpes o devolverlos, no dejaba de sangrar y parecía haber perdido la consciencia.

Viendo que no funcionaba, horrorizado aún más ante su expresión, Kenshi prefirió alejarse, apartando de un empujón a los demás. Haruto se debatía entre seguir a Kenshi o separar al ruso del otro; Jim le ayudó en su indecisión, yendo tras el japonés.

—Tenemos que separarlos. Tú, Klaus, ayúdanos con él —indicó con un gesto a Vladimir.

—No. Quédense aquí. Yo me hago cargo —instruyó Klaus. Él sabía que el deseo de sangre del dragón era grande, y mientras el americano siguiera con vida podría lastimar al que sea por tratar de cumplirlo.

Recubriendo su piel con las escamas negras y replegando las alas a su espalda para que no se la lastimaran, caminó hasta Vladimir. Cuando el dragón azul estaba a punto de darle un golpe al americano que probablemente le hubiera dislocado la quijada, Klaus intervino apretando su muñeca.

¡Déjame! Merece morir, él...

—Tocó al tesoro —completó Klaus.

Entonces entenderás que debe morir —siseó el mayor. Klaus lo miró asombrado, ¿este era Vladimir? El Vladimir que él conocía era obsesivo, sabía causar daño pero no con puños. En toda su vida nunca vio a Vladimir despedazar a alguien a punta de puñetazos.

Por experiencia propia sabía que el instinto lo estaba dominando, no se quedaría tranquilo hasta que...

—Estás asustando a Kenshi. —Ahí, eso pareció devolver algo de cordura a los ojos de Vladimir, pero no hizo retroceder el color amarillo.

Shin se hizo paso a través del grupo que observaba toda la interacción entre ambos dragones sin atreverse aún a acercarse. Sus ojos por un instante se abrieron asombrados ante toda la escena delante de él.

—Que un rayo me parta. —Shin se aproximó a ellos—. ¿Qué demonios pasa aquí?

Los demás se cuestionaban si acercarse o no. El pobre Frank, como se llamaba el hombre al que el ruso golpeaba incansablemente, estaba como la mierda e irreconocible.

Matar a esta basura —respondió el dragón con un gruñido.

—Vladimir, ya basta. Es el instinto hablando. ¿Es eso lo que quieres? ¿Que Kenshi te tema? —Parecía que el dragón iba a negarse, parte del azul volvió a sus ojos. Con reticencia dejó que el peso muerto de Frank cayera en la tierra.

Shin, inclinándose sobre el cuerpo, comprobó que apenas seguía vivo. Viendo que Klaus tenía medio controlado al otro, con un gesto de manos los otros se acercaron y comenzaron a arrastrar el cuerpo del caído Frank lejos del ruso. Haruto apenas le dirigió una mirada a Vladimir. Algo le decía que era mejor dejarlo en paz por ahora.

Vladimir gruñó a los hombres que se llevaron a Frank aunque no hizo intento por atacarles. Cuando el americano salió de su vista, comenzó a caminar.

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—Auch. —Kenshi se quejó a penas Jim le comenzó a desinfectar la herida del labio—. Eso arde.

—Aguanta un poco —murmuró—. ¿Tienes alguna otra herida?

—La muñeca me duele.

—¿Fracturada? —preguntó, echándole una mirada.

—No creo. Puedo moverla un poco…

Jim asintió, siguiendo con la curación de su rostro.

—¿Y…solo eso?

Kenshi sabía a lo que se refería Jim. No podía contestarle a eso. Pero la imagen del rostro distorsionado por la ira de Vladimir, los fierosos ojos amarillos, no se quitaba de su mente, causándole estremecimientos. Jim no insistió, continuando con la curación, o lo que podía de ella.

A pesar de las protestas de Klaus, el ruso fue a buscar a Kenshi, un fuerte gruñido amenazador mantuvo al alemán en su sitio cuando intentó impedirle buscar a su tesoro.

Siguiendo el olor a sangre y cerezos, encontró a Kenshi en la carpa que compartían, ahora el ruso parecía sufrir de heterocromía con su ojo derecho amarillo y el izquierdo azul.

—¿Estas bien?

Kenshi de inmediato se puso en pie, pero en vez de acercarse al ruso, se alejó.

—Aléjate de mí —advirtió. Tomó unas tijeras que había usado Jim para cortar unas vendas para su muñeca, empuñándolas contra Vladimir. Sus ojos gritaban miedo y recelo hacia él—. Lárgate de aquí, Vladimir.

—Kenshi... ¿Qué?

Eres mío. No voy a permitir que nadie más te toque.

Ahí estaba de nuevo, el cambio de voz, aunque parecía que esta vez la voluntad de Vladimir estaba dividida en dos.

—¡Aléjate de mí! —exclamó nuevamente el japonés. Jim, que había permanecido en silencio, no sabía qué hacer—. Te lo advierto. No voy a permitir que un monstruo se me acerque. —A pesar del tono firme, la mano de Kenshi que sostenía las tijeras temblaba ligeramente.

Eso detuvo cualquier avance del dragón. Vladimir estaba paralizado, casi en shock.

—No... No soy un monstruo.

—¿Crees que fue humano lo que hiciste allá afuera? ¡No importa el motivo, eso solo lo hacen las bestias! —Volvió a retroceder un paso—. No voy a volver a repetirlo…, Vladimir…, lárgate.

Mientras Kenshi hablaba, el color amarillo se fue desvaneciendo de sus ojos dejando completo control de su cuerpo al ruso. Aunque eso no fue un alivio pues la otra voz, la del dragón, continuó torturándolo en su mente.

»Qué delicado salió el tesoro. Un poco de sangre y mira cómo se altera.

Vladimir estaba paralizado escuchando la voz. Él no quiso matar al americano, sintió rabia cuando vio a Kenshi en ese estado tan indefenso pero él no quería...

»Eres débil. Por eso Kenshi te odia... No tienes lo que se necesita para protegerlo.

—¡Lárgate! —Kenshi estaba cada vez más nervioso, aun con la presencia de Jim, temía que el control de Vladimir desapareciera y se repitiera lo mismo de afuera. Sin importar si no fuera a hacerle daño, no quería arriesgarse—. ¡No quiero verte, fuera!

—Kenshi… —intentó intervenir Jim, viendo la cara del ruso.

—¡No, quiero que se vaya! —exclamó, señalando a Vladimir sin bajar las tijeras.

»No lo mereces.

Entre los gritos y las palabras del dragón, Vladimir salió de la carpa. En algún momento, entre los gritos del japonés, sus escamas se desvanecieron, el ruso se veía mucho menos amenazante sin las escamas y aunque era mucho más alto que la mayoría de los hombres de la base, en ese momento se veía –y sentía– diminuto.

Yuki, que regresaba con los niños preocupado, se topó con Vladimir. Su rostro tan apesadumbrado le angustió, aún más sobre su llegada.

—¿Señor Volsk? —Se separó de los niños, acortando distancias entre el ruso y él—. ¿Se encuentra bien?

Vladimir dio un paso atrás.

—No te acerques. Podría lastimarte. —Meneó la cabeza negativamente—. Klaus nunca me lo perdonaría.

—¿Qué? —Yuki parpadeó, confundido—. ¿Por qué dice eso? —Sonrió conciliador—. Es un poco absurdo tomando el tiempo que lleva con nosotros.

Vladimir no logró sostenerle la mirada a esos amables ojos café.

—Sólo... No. —Se alejó de Yuki dejándolo ahí. Caminó con un rumbo cualquiera alejándose del área transitada del campamento.

—Pero… —Yuki quiso detenerle, lo pensó por un momento y se arrepintió. Consideró dejar solo al hombre, sin embargo no sirvió para menguar la preocupación que sentía por él. Comenzó a buscar con la mirada a Klaus. Quizás él podría ayudar a Volsk. Le encontró con Shin, y en vez de alegrarse por la llegada de su hermano, se dirigió a Klaus—. Oye, creo que pasó algo grave. Vladimir se ve… mal.

—Y debería. Casi mata a uno de los hombres de Haruto.

—¿Qué? —Yuki se giró a Shin, quien había hablado—. ¿Por qué?

—Porque intentó forzar a Kenshi. Vladimir lo golpeó hasta casi matarlo y parece que aprendió un nuevo truco con las espinas de la cola. —Klaus hizo señas para dar a entender que Frank tenía espinas clavadas en el hombro y el muslo.

—Oh, cielos…

—Me parece que debe ser un traidor. —Shin se cruzó de brazos. Estaba muy serio—. ¿Por qué alguien del grupo de Haruto atacaría a Kenshi? – negó.

—¿Él está bien? —Yuki quiso girarse para ir hacia la carpa del joven, pero Shin le detuvo.

—Jim está con él. Y sabes cómo es Kenshi.

—Vamos al comedor —propuso Klaus—. Dejemos que las cosas se enfríen y después podremos hablar tranquilamente. Además, quiero oír lo que encontraron en Monterrey —le dijo a Shin.

Shin bufó, pero aceptó. Yuki eliminó la distancia entre Klaus y él, abrazándolo mientras que los tres caminaban hacia el lugar mencionado por el alemán.


N.E.: ¡Feliz navidad! Tarde, pero seguro.

En verdad, en nombre de las autoras, muchas gracias a todos los que nos han estado leyendo, acompañando, hasta este momento y dejado sus lindos mensajes. Por mi parte, yo, su editora Rossy, les estoy agradecida por el apoyo que nos han brindado algunos. Espero que nos sigan brindando su aliento, compañía y los lindos mensajitos que nos dejan.

Por esta vez, lamento que este capítulo no termine bien, pero descuiden. Pronto, prontito, vendrán más.

Otra vez, muy felices navidades, felices fiestas, y que la pasen súper bien.