Capítulo 29

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Kenshi no salió de su carpa en todo el día. No quería. Jim le llevaba el almuerzo, se quedaba con él haciéndole compañía y después se iba con la bandeja y la mayoría de los platillos vacíos. Hablar con él era inútil, lo sabía. Kenshi no respondía nada, permanecía en silencio absoluto y la mirada perdida. Jim tomó la sabia decisión de dejarle solo, darle el tiempo que, en esos pequeños gestos, exigía.

¿Qué si estaba de acuerdo con lo que hizo? Jim no estaba seguro. No había visto el despliegue de furia que el joven expresó vio en Vladimir, no obstante la imagen que mostró el doctor cuando traspasó la entrada de la carpa le causó un frío desagradable en el cuerpo. Por un momento, lejos de lo que se acostumbró con Klaus, hubo un atisbo de fiereza en el rostro de Volsk con un claro mensaje de «peligro». De absoluto peligro. Podía comprender el pavor de Kenshi, pero podía comprender también las acciones de Vladimir. Fue en defensa de su pareja. Tal vez nada justifica tal despliegue de salvajismo, no obstante Kenshi hubiera salido gravemente herido, o más, si Volsk no hubiese intervenido.

Kenshi lo pensaba, mucho, desde que Vladimir se fue. El cielo le ampare, ¿qué acababa de pasar? Él no… no quería nada de esto. No quería que Vladimir fuera como Klaus en aquel momento de la fiesta. No quería enfrentar para nada una situación así, nunca. Tenía tanto miedo de… de él.

¿En verdad estaba capacitado para poder convivir con el lado dragón de Vladimir? ¿Y si en algún momento le hacía daño? ¿Se sentía capaz de poder lidiar con él? En algún momento se preguntó cómo le haría Yuki cuando se trataba de Klaus. Esa parte animal del alemán causó un gran daño en Yuki, lo sabía, y se preguntaba si Yuki le había perdonado…

Como deseaba tener a los gemelos ahí, a su lado. Se estaba sintiendo tan confundido, y solo con ellos podría sentirse en paz, podría atreverse a dejar caer la máscara. Puede que no escuchara ni hiciera caso a lo que ellos pudieran responder, sin embargo con solo saber que ellos le escucharían a él era más que suficiente. Desde que era pequeño, desde que su vida comenzó a cambiar, ellos entraron a formar una nueva página. Nunca iría a olvidar la primera vez que Kuma y Kaoru alejaron una tristeza que amenazaba con ahogarlo de por vida.

Sucedió hacía unos doce años, Haruto se había marchado en aquel barco hace cinco días. Cinco días en los que Kenshi actuaba como un autómata, respondiendo solo si se dirigían a él y haciendo lo que le ordenaban sin chistar. Su pecho se sentía tan vacío, como si no hubiera ningún órgano trabajando ahí dentro. Por las noches, cuando estaba seguro de que nadie estaba despierto, lloraba. Lloraba hasta quedarse dormido, la mente torturándole con ese último momento en que vio a Haruto subiendo al barco.

Mamá se fue en un barco y nunca más volvió. Él quería pensar que Haruto volvería, que él sí le enviaría una carta. Él extrañaba a mamá, muchísimo, y no quería que Haruto terminara igual. Mamá le dijo que siempre tuviera esperanza hacia un deseo, y eso significaba que tuviera esperanza en el deseo de que Haruto volvería y otra vez le vería. Pasaría… Pasaría, ¿verdad?

Acababa sus deberes, momento en que papá le permitía media hora de descanso antes de ir a entrenar por una hora con el arco, y después media hora de descanso antes de regresar a entrenar en lucha cuerpo a cuerpo. En otras circunstancias, podría dirigirse al lago para reunirse con Haruto, él siempre le esperaba ahí, donde hablarían mucho, se reirían mucho, perseguirían al otro para una lucha sin importancia donde Haruto siempre le ganaría a Kenshi y, por ende, Kenshi tendría que cumplir un reto que Haruto le propondría.

Para cuando se dio cuenta, llegó al estanque de los Koi, arrodillado frente a la orilla y una humedad en sus mejillas producto de las lágrimas. Las manos fueron a su rostro, cubriéndolo para que nadie le viera llorar. Quería que Haruto volviera. Quería que mamá volviera. No quería estar solito.

—Está llorando de nuevo. —Se escuchó el murmullo de una voz tras él.

—Lo hace muy seguido —respondió otra con el mismo tono.

—¿Estará enfermo?

—No sé.

—Deberíamos alegrarlo.

—¿Cómo?

—Tirémoslo al estanque —propuso la primera voz.

—Eso seguro lo anima —rió la segunda voz.

A juzgar por el agudo del tono, eran dos niños, igual que Kenshi pero aún no se atrevían acercarse al hijo del Señor Feudal.

Hipando, Kenshi apartó las manos de su rostro; la punta de la nariz estaba roja al igual que sus ojos y mejillas, que fueron frotadas por las palmas para limpiar el rastro de lágrimas.

—¿Qu-quién está ahí? —preguntó en tanto se volteaba para ver tras él.

—¡Nos descubrió! —Volvió a escuchar, aunque no estaba seguro de donde venía el sonido. No había muchos lugares donde esconderse, estaban en un jardín abierto con muchas plantas y algunas rocas que agregaban un agradable estado de relajación al ambiente.

—Ya no podremos tirarlo al agua.

Frunciendo el ceño, Kenshi se levantó. Su dolor fue poco a poco siendo reemplazado por la curiosidad.

—¿Dónde se esconden? —murmuró bajo, un poco ronco debido al llanto, dando paso a paso mientras buscaba el origen de las voces.

—Deberíamos acercarnos.

—¿Eh? No quiero.

—De todos modos ya nos descubrió. —En vez de escucharse el crujir de la hierba, Kenshi pudo notar movimiento arriba del árbol que daba una agradable sombra al estanque. Un feo crujido y un grito, y de pronto un niño colgando cabeza abajo estaba frente a Kenshi sostenido precariamente por otro niño idéntico al primero por el tobillo para evitar el feo golpe.

Kenshi dio un salto hacia atrás, asustado. Los reconoció entonces. Eran unos gemelos que trabajaban en las cocinas... a veces se metían en problemas y papá se enfadaba con ellos, pero nunca agarraban escarmiento. Kenshi algunas veces hacia las mismas travesuras que ellos, cuando Haruto aún estaba, y siempre iba a contarle cómo le fue.

No recordaba sus nombres.

—Ustedes... ¿qué hacen aquí? Y... y ahí arriba. —Apenas hizo un pequeño gesto, un poco tímido ante la presencia de ellos. No tenía mucha confianza en los dos niños como para hablarles—. Podía ser peligroso.

—Escapamos del castigo de Matsuda-san —reconoció el gemelo cabeza abajo—. ¡No vayas a soltarme! —le gritó a su hermano sintiendo como a causa de la mano sudada del otro comenzaba a resbalarse.

—Pesas un montón —se quejó el otro—. ¡Hijo de Ottori! —le gritó a Kenshi—. ¡Sostén a mi hermano!

—Yo no... me llamo así... —Con pasos rápidos fue hacia el gemelo, sosteniéndolo por la cintura. El peso extra le desequilibró pero logró recuperarse y poco a poco dejó que pisara el suelo—. ¿Estás bien ahora? —preguntó.

—Mucho mejor. —Entrecerró los ojos para detallar a Kenshi y luego giró su cabeza a su hermano—. ¡Estoy bien! Puedes bajar.

—La próxima vez fíjate por donde pisas. —Se quejó el otro niño descendiendo con mucha más agilidad que su hermano al suelo—. Todo el tiempo te tropiezas.

—¿Eres un poco torpe? —cuestionó Kenshi al primer niño—. ¿Por qué se escondieron en un árbol? Hay muchos lugares a donde ir.

—Mi vista no es muy buena, por eso tropiezo —confesó frunciendo la boca.

—Es el último lugar donde buscarían —dijo orgulloso de sí mismo el otro niño—. Ya van dos veces que nos escondemos en el árbol y nunca nos encuentran.

Un poco confundido, Kenshi miró de uno a otro. Era la primera vez que los tenía frente a él, y si bien lucían como la réplica exacta del otro, su interior era diferente.

—¿No tendrían que estar haciendo sus deberes? —A papá no le gustaban los holgazanes—. ¿Cuáles son sus nombres?

—¡Hacemos nuestros deberes! —protestó enérgicamente uno de ellos.

—Yo soy Kaoru, mi hermano es Kuma —presentó el gemelo que parecía el más sereno de los dos.

—Yo soy Kenshi. —Hizo una leve inclinación en saludo—. ¿Por qué escapaban de Matsuda-san?

—Quería pegarnos con una cuchara de madera —contó con entusiasmo el recién presentado Kuma—. Nos descubrió jugando con el arroz pero logramos escapar a tiempo, incluso nos lanzó una de sus getas.

Kenshi se llevó una mano a la boca, cubriendo una risa inesperada al imaginarse la situación.

—Eso suena peligroso. ¿Cómo es que siempre se meten en problemas? —Y era algo usual. El día que no escuche que le regañaron, realmente habría pasado algo grave. Era como si la palabra «problema» estuviera anclada a esos dos.

Se miraron entre ellos y se encogieron de hombros.

—Sólo pasa —respondieron al mismo tiempo.

—Debemos esperar a que se le pase el enojo a Matsuda —dijo Kuma.

—¿Quieres venir a jugar con nosotros? —ofreció Kaoru.

—¿Y-yo? —Eso puso nervioso a Kenshi. La mayoría de los niños no querían jugar con él cuando sabían quién era. Haruto fue el único diferente.

«Sigues siendo tú. Y es contigo con quien quiero jugar».

—¿Ustedes... quieren jugar conmigo?

—Bueno, sí. Te lo estamos pidiendo a ti. ¿No? —Kuma se cruzó de brazos.

—No te vamos a obligar a nada. Si no quieres, está bien —lo consoló Kaoru suponiendo que quizás Kenshi estaba un poco contrariado porque ellos trabajaban en la cocina.

—¡No! Yo... yo quiero —asintió, varias veces—. Quiero jugar con ustedes... Yo no... —Su mirada fue hacia el lago, donde había estado y prácticamente pasaba todo su tiempo libre sin saber qué hacer— no quiero estar solo.

—Bien, entonces ven con nosotros —Antes de que Kenshi pudiera preguntar a dónde iban, los gemelos lo tomaron de las manos: Kuma agarró su derecha y Kaoru la izquierda, entre los dos llevaron al niño más pequeño entre el bosque de bambú.

Entonces, día tras día, cuando acababa sus deberes, buscaba a los gemelos. Kuma y Kaoru se volvieron indispensables para él, le distraían del pensamiento de Haruto. Cada vez que no recibía una misiva de Haruto, iba con ellos. Mil y un travesuras cometieron a lo largo de esos doce años juntos, y más allá de eso, ambos gemelos fueron un bálsamo para él. No solo Kenshi les cubría a ellos en sus travesuras, sino al mismo Kenshi. Al llegar a su adolescencia, ellos fueron los primeros en saber con quién se había acostado, con quién salía, a dónde iba. Se atrevía a confesarles sus temores, sus caprichos, y… solo en contadas ocasiones, los anhelos.

Confiaba su vida en Kuma y Kaoru, ellos podrían confiar la suya en él.

Deseaba con ahínco tenerlos ahí a su lado. Estaba tan malditamente confundido respecto a todo; a Vladimir, a Haruto, a cada cosa que le rodeaba en ese momento. Con solo decirle que todo estaría bien, podría sentirse en paz.

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Vladimir había desaparecido desde que Kenshi lo echó de la tienda. Había estado vagando por el bosque, intentando convencerse de que él no era un monstruo, una meta difícil tomando en cuenta que la voz en su cabeza continuaba acribillándolo con crueles palabras, recordándole cómo había casi matado a ese hombre con sus propias manos; una vaga voz de cordura se acordó de que él ya había matado antes, bajo las órdenes de los militares. ¿Cuántos hombres no habían muerto en sus manos dentro de los laboratorios?

El dragón se burló diciéndole que eso sólo lo hacía un peor hombre. ¿Cómo podría alguien como él siquiera pensar que Kenshi lo escogería? ¡Era absurdo! Ridículo...

No hubo manera de callar al dragón y tampoco podía huir de él, estaba desesperado. Quería dejar de escucharlo, terminar con la tortura. Sólo había una manera de acabar con eso...

Pasó la hora del almuerzo y parte de la tarde, Klaus comenzó a preocuparse de verdad cuando Vladimir no apareció en ninguna de esas horas, incluso Yuki le había comentado su pequeña charla con Kenshi. No auguraba nada bueno. Dejando a Yuki cómodo y seguro en la tienda que compartían, el alemán se propuso encontrar a Vladimir, quizás se estuviera preocupando por nada. Jamás había visto perder el control al ruso, Klaus prácticamente podía jurar que Vladimir hacía honor a su país siendo tan frío y controlado como la misma Rusia, pero algo en su interior le daba un mal presentimiento.

Después de dar un par de vueltas por ahí y preguntar si habían visto al ruso, Klaus encontró a una de las enfermeras, ella le dijo que Vladimir se había metido en el área donde guardaban los medicamentos y las había echado a ellas. El mal presentimiento de Klaus aumentó.

Corrió lo más rápido que pudo hasta llegar a la enfermería, jadeando entró.

—¡Vladimir! —Sin detenerse, llegó hasta la parte de atrás que era donde las mujeres guardaban los medicamentos. Ahí encontró a Vladimir a punto de inyectarse algo.

—¿Qué haces? —exclamó medio gritó en alemán sin siquiera darse cuenta. Se lanzó contra Vladimir intentando arrebatarle la jeringa.

—¡Suéltame! Voy a terminar con esto. —El ruso forcejeó con Klaus, sus cuerpos se golpearon contra la estantería en la que estuvo trabajando Vlad, tirando varios de los medicamentos al suelo.

—Como si te fuera a dejar. —El ruso era claramente más fuerte pero Klaus lo notaba distraído, también notó los ojos enrojecidos al igual que la nariz.

—¡Tú no vas a detenerme! Voy a quitarme a este maldito escamoso de la cabeza, no voy a seguirlo escuchado y si para eso tengo que separar el genoma de mi sistema ¡lo haré! —Por un momento Klaus se quedó paralizado. Él no tenía idea de a qué se refería Vladimir con «un escamoso en su cabeza» pero tenía algo bastante claro: Volsk pretendía inyectarse esa cosa en el cuerpo para eliminar el genoma D de su sistema.

—¡Estás loco! Tú mismo dijiste que el proceso es irreversible. —Aun así Vladimir continuó intentando inyectarse—. ¡Podrías morir! —Klaus luchó hasta que logró tumbar a Vladimir y arrebatarle la inyectadora—. No puedes morir... —dijo con la voz en un hilo, Vladimir no intentó luchar esta vez, se quedó en el suelo mirando a la nada.

—Ya no importa.

—¿Que no...? No puedes hablar en serio. ¿Qué hay de Kenshi?

—Me odia. Cree que soy un monstruo y tiene razón.

—Claro que no —intentó discutir Klaus pero Vladimir le dirigió una mirada que le hizo sentir como un niño de 9 años otra vez.

—¡Claro que sí! ¡Mira lo que he hecho! Lo que te hice a ti, eras tan sólo un niño... Lo siento. —La voz del ruso se quebró—. Lo siento tanto. —Sus ojos volviendo a nublarse con las gordas lágrimas que amenazaban con desbordarse de sus ojos.

Klaus, en cambio, estaba atónito. Alguna vez fantaseó con ver a Vladimir reducido a eso, a que le rogara perdón, pero la imagen era grotesca, Klaus no quería eso; Vladimir no era un hombre que se dejara vencer y ahora ahí, bajo él... Había intentado suicidarse.

Jim se enteró que Klaus buscaba a Vladimir, la preocupación embargándole por igual. También comenzó una búsqueda por todo el lugar, y cuando se le ocurrió pasar por la enfermería, las mismas jóvenes le dijeron lo mismo que a Klaus. Acercándose, oyó leves retazos de una pelea. Suponiendo que quizás Klaus y Vladimir volvían a discutir, apresuró el paso. Gran fue su sorpresa al encontrar al ruso en el suelo con Klaus, junto a un pequeño desastre de medicamentos y demás. Pero lo que más le impactó, fue el aspecto de Vladimir.

—Por todos los… ¿pero qué ha pasado? —Jim se acercó a Vladimir, pasando un brazo por sus hombros—. Doctor, ¿está bien?

Klaus logró salir de su estado de shock cuando escuchó la voz de Jim. En seguida intentó ayudarle a levantar a Vladimir. Deliberadamente tiró la jeringa al piso, un líquido rojizo se derramó en el suelo junto a los vidrios rotos. Al pelilargo le pareció curioso que el suero que intentaba inyectarse Vladimir fuera de color rojo cuando el genoma D por el contrario era azul.

—Ha intentado suicidarse —le dijo a Jim. Vladimir se dejó conducir dócilmente hasta una de las camillas donde lo recostaron.

Jim miró a Klaus y luego a Vladimir, anonadado. No dijo mucho, salvo mascullar alguna palabra en un raro idioma. Buscó una manta, dándosela a Klaus para que arropara al ruso mientras que él se puso a limpiar un poco el lugar.

—¿Por qué? No parece el tipo de persona que hace eso… —comentó.

—No lo es —le aseguró el joven. De entre el desastre encontró una pastilla que sabía era para inducir el sueño, Klaus se la acercó al ruso quien no opuso mucha resistencia para tomarla. Murmuraba en ruso, algunas veces lamentaciones, diciendo «Lo siento» a Klaus hasta que la pastilla hizo efecto y lo hizo dormir—. Yo nunca lo había visto así —le confesó a Jim—. Es la primera vez.

Apenas Jim terminó de arreglar un poco el desastre –ya no había trozos de cristal en el suelo–, se acercó a Klaus y colocó una mano en su hombro.

—Es un milagro que no haya pasado algo grave. —Dio un ligero apretón, respiró hondo—. No sé ni que decir. Excepto que… me parece que hay que vigilarlo. Esto va más allá de su control, de su límite, si es capaz de siquiera pensar en que acabar consigo mismo es una salida. —Calló por un instante—. ¿Debe Kenshi enterarse de esto?

Una mueca de furia se le escapó a Klaus, casi la misma que usaba cuando veía a Vladimir en aquel tiempo.

—Por supuesto que sí. Es su culpa.

Jim ladeó la cabeza, su expresión tranquila.

—¿Por qué piensas eso?

—Intentó suicidarse porque Kenshi lo llamó "monstruo". —Teniendo en cuenta su particular acento con la r la palabra sonó un poco extraña cuando Klaus la pronunció—. Eso fue lo que dijo Vladimir.

Jim permaneció en silencio un momento antes de hacer un gesto negativo con la cabeza.

—Piénsalo un poco, Klaus. Él no tiene la culpa por reaccionar así. En ningún momento Kenshi vio algún despliegue de furia, ni siquiera de ti. Su reacción fue tan natural como la de cualquier otra persona que los viera. —Alineó un par de medicamentos mientras hablaba—. Creo que si Yuki y yo tuviéramos otra personalidad, también hubiéramos actuado igual. Además, casi nunca pasabas tiempo con Kenshi y él no tiene gran idea de esto… —Hizo un vago gesto a las alas y cola—. Me parece que no sabe cómo…actuar… con este otro lado.

Klaus no estaba tan de acuerdo con las palabras de Jim pero tampoco se molestó en contradecirlo.

—Dejaremos a Vladimir descansar y recuperarse. Mantendré un ojo sobre él de ahora en adelante. —La situación era tan surrealista que Klaus podría haberse reído de ella. Él, cuidando de Vladimir, quien lo hubiera dicho.

El mayor palmeó la espalda de Klaus, acompañándole a salir de la enfermería.

—Vamos, Yuki debe estar preocupado también. Puedo venir más tarde a echarle un ojo a Vladimir.

—¿Crees que sea buena idea dejarlo solo? —Dirigió una mirada preocupa a la camilla que ocupaba el ruso.

—Justo ahora está dormido. Ni una bomba lo despertaría. Además, no es como si nos fuéramos por días. —Le sacudió levemente los cabellos—. Y ya dije que vendré más tarde.

Se mordió el labio inferior indeciso, aún así asintió dejándose guiar por Jim.

—Él mencionó algo sobre un "escamoso" en su cabeza. ¿Tienes idea de a que se refiere?

Jim le miró raro un momento.

—Pues, no. Eso suena raro. ¿Tú que piensas?

—Es extraño. Al decir escamoso pienso en nosotros mismos pero... No tengo idea a que se refiere.

—Bueno, siempre podemos preguntarle cuando despierte y esté capacitado para decir algo al respecto —comentó Jim.

Klaus asintió.

—Espero que este ánimo lúgubre se le pase pronto.

—Y así será, no te preocupes. —Jim dio un par de palmadas en su hombro—. Voy a asegurarme de tenerle lista una buena taza de chocolate caliente. Sé que eso le animará un poco.

Asintió de nuevo.

—Volveré con Yuki. No me gusta dejarle solo mucho tiempo.

—Ve entonces. Sé que estaba junto al río con los niños.

—Gracias. —Lo dijo en más de un sentido. Con una sonrisa desanimada se fue en la dirección que el negro le señaló. En ese momento se arrepentía mucho de haberle deseado a Vladimir un estado en el que ahora se encontraba. Sintió una punzada en su cabeza luego de ese pensamiento pero pudo ignorarlo perfectamente cuando divisó a Yuki no muy lejos.

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Eh, Haruto… ¿has visto a aquella niña?

¿Niña? ¿Qué niña?

La del pueblo, la que siempre te mira —comentó Kenshi, el rostro serio—. Creo… que le gustas.

Haruto dejo de lanzar piedras, volteando a mirarle. Estaban en el lago, durante el rato libre de Kenshi antes de su hora de caligrafía. El verano acababa de iniciar, y ese momento del día era perfecto para sumergirse en la refrescante agua del lago, cosa que habían hecho ambos niños. Kenshi, por su educación, no se había desvestido como Haruto que solo quedó con el fundoshi. Había sido un momento único para él, su corazón palpitando fuerte, cuando Haruto le había cargado en sus brazos, zambulléndose en el agua a pesar de los gritos del menor.

No entiendo. ¿Qué niña?

Aquella de cabello esponjoso —dijo, ahora irritado—. Creo que se llama Tomoko.

¡Ah! —Haruto pareció acordarse, y luego se echó a reír—. ¿Por qué preguntas? —Y luego añadió, provocándole en cuanto notó su expresión molesta—. ¿Celoso?

Kenshi se sonrojo visiblemente.

¿Celoso? —bufó—. ¿Por qué habría de estarlo? Eres libre de estar con quien quieras.

Pero estoy contigo. —Ladeó la cabeza, viéndole fijamente—. Y no con ella. —Se alzó de hombros, volviendo a tirar piedras—. No tienes de qué estar celoso. Ella nunca llegaría a la altura de lo importante que eres para mí.

Kenshi se había puesto más que rojo; nuevamente, su corazón palpitando con fuerza al oírle. Sintió sus manos sudar frío y las orejas arder intensas. Más aún al darse cuenta de que Haruto lanzó la última piedra y se acercó a él, mucho más que antes, por lo que Kenshi solo atinó a cerrar los ojos, sintiendo como Haruto unía los labios de ambos.

« ¡Este sería… mi primer beso!» pensó Kenshi, emocionado y nervioso a la vez. No sabía qué hacer, ni en donde poner las manos o si mover los labios, nada. Nunca nadie le había dicho que se debe hacer en un primer beso, solo que era algo que nunca se repetía.

Es un sentimiento hermoso, Kenshi —dijo su madre, cuando él era solo un niño de seis, casi siete años—. Puedes notar como un grupo de hermosas mariposas revolotean dentro de ti, tus pulmones parecen no procesar el aire, y tu corazón late con fuerza y rapidez. No sabes que pensar, ni cómo mover tu cuerpo. Solo piensas en que esa persona especial está dándote el mayor regalo que puedas recibir.

No obstante… la felicidad nunca era para siempre.

Cuando se separaron, notaron un jadeo tras de ellos que causó se voltearan. Un asombrado y horrorizado Taiga estaba viéndolos con desprecio, con desagrado. El hombre había repudiado a Haruto, Kenshi nunca habiendo escuchado tales palabras como las que su padre le dirigió al muchacho. Después, asestó una cachetada en él, provocando que Haruto fuera en su defensa, donde la consecuencia fue muchísimo peor de lo que alguno de los dos esperó. Taiga castigó a Haruto, y le echó a patadas de sus terrenos. Kenshi nunca supo si el castigo que recibió el joven fue igual o peor al que sufrió él momentos después. Y no solo eso, e enteró que su padre habría ordenado a que Haruto fuese exiliado de Japón por cometer un acto imperdonable. Kenshi no entendía cuál era ese acto, había visto a otros chicos besarse como ellos lo habían hecho. Kenshi sabía que otros chicos se querían como ellos. No obstante, Ottori recibió el permiso del Emperador Fujiwara para exiliar a Haruto…

Aquel día…, lejos del flagrante sol que iluminaba Hiroshima, el día fue gris para Kenshi.

Estarás sano y salvo, Kenshi. – Fueron una de las últimas palabras que pudo escuchar de Haruto antes de su partida.

Estarás sano y salvo…

—Sano y salvo…

Kenshi…

—Sano y…

—¡Kenshi!

La exclamación le tomó por sorpresa, despertándolo de golpe. Por instinto, tomó un brazo del cuerpo que sabía estaba sobre él, y aplicando fuerza, causó con un movimiento que dicha persona cayera boca abajo sobre su cama, de inmediato estableciéndose sobre él para mantenerlo inmóvil.

—¡Maldición! —oyó el gruñido.

Sacudiendo la cabeza, Kenshi se desperezó. ¿En qué momento se durmió? Seguro fue por algunos minutos, media hora tal vez. Al bajar la cabeza, fijó su atención en la persona bajo él.

—¿Ha… Haruto? —Bajándose de inmediato, Kenshi liberó al hombre—. ¿Qué haces…? ¿Cómo se te ocurre despertarme así? Podría haberte hecho daño.

—Claro que sí… —Un nuevo gruñido, un movimiento y Haruto se sentó en el borde de la camilla—. Joder, ¿siempre despiertas así? —Dio una ligera sacudida al brazo, buscando relajar el musculo que fue bruscamente doblado.

Frotándose el rostro, Kenshi espantó cualquier rastro de sueño por la siesta.

—Perdona. Fue un impulso. —Frunció el ceño en dirección a él—. Y no puedes culparme por eso. Te recuerdo que yo dormía cuando esos malditos nos emboscaron en el hotel.

Sabiendo que era verdad, tenía razón, Haruto suspiró.

—Está bien, lo lamento. Lo merecía… —Levantándose, la expresión de Haruto cambió. Esta vez, Kenshi lo percibió, estaba frente al líder de la resistencia—. Pero vine a verte por otra cosa. Seguro puedes dilucidar qué es.

Kenshi se tensó. Sí, sabía qué.

—Me encuentro perfectamente. —Apartó la mirada—. Gracias por tu preocupación.

—Es más que eso. Frank pudo haberte hecho algo más que solo golpearte. En parte me siento responsable pues se supone que era un hombre de mi confianza, un hombre que yo sabía podría protegerte…

—Pues vaya forma de protegerme, eh —masculló con un claro sarcasmo tiñendo su tono, pero no iba a disculparse por ello.

—Lo sé, y lo lamento. Solo no me gustaría que eso causara conflicto entre los demás y tú.

—No me interesa lo que piensen los demás o hagan —dijo en tanto se volteaba para ir por un poco de agua que Jim dejó en una jarra junto a un vaso.

No vio cómo la mandíbula de Haruto se tensó, o cómo apretaba sus puños, o la respiración profunda que dio.

—Muy bien. Entonces hablemos de Volsk.

El agarre de Kenshi en la jarra titubeó, casi a punto de caerse estrepitosamente en la mesa.

—Me parece que no tenemos nada que hablar sobre ese tema.

—¿Entonces consideras correcto el desplante que supe le causaste debido a…?

—¿Y qué querías que hiciera? —interrumpió Kenshi, dejando la jarra en paz sin haber servido nada ni bebido, volteando su cuerpo en dirección a Haruto para enfrentarlo—. ¿Querías que lo alabara? ¿Lo aplaudiera? ¿Por haber matado a ese hombre de esa forma?

—Te doy la razón en que sus métodos son salvajes, fue totalmente bizarro. Mi gente, yo mismo, aún no sabemos que pensar. No fue solo cómo quedó Frank, si no el mismo aspecto de Volsk en ese momento. Pero si algo comprendemos, es que incluso estando nosotros ahí, su única atención iba dirigida a defender a su… a su pareja. —Haruto respiró hondo—. Kenshi, por defender a la persona que amas, cualquiera haría todo lo que estuviera en sus manos.

—Yo no. Jamás haría algo así.

—Está bien, tú no lo harías, ¿pero condenarías a Vladimir por eso? Kenshi, ¡mira tu alrededor! —Haruto abrió sus brazos, en un gesto de abarcar todo su entorno— Estamos en una guerra. Estamos en medio de una lucha constante para que haya paz, para que haya libertad, para que nuestra gente no se sienta amenazada ni viva en constante miedo, una y otra y otra vez. Nosotros hacemos todo lo que podemos. Mira estas manos… —Avanzando hacia donde estaba él, Haruto estiró sus propias manos; manos grandes, llenas de callos y cicatrices muy finas por el trabajo, algunas zonas resecas a causa del sol. Kenshi recordaba que las manos de Haruto también tenían callos pero conservaban su suavidad aún—. Estas manos que estás viendo han causado la muerte de muchos militares, militares corruptos que no lo pensarían dos veces para jalar el gatillo de una pistola en tu dirección, seas hombre, mujer o niño. Han causado la muerte de hombres como Frank, que abusan de la confianza de los demás para traicionarte como Judas con tal de satisfacer sus propios deseos, sus ambiciones.

—Basta.

—He acabado con la vida de hombres por defender a mi gente —masculló, cerrando las manos en puños con fuerza frente al rostro de Kenshi—. Para luchar contra la tiranía, un líder tiene que ser capaz de mancharse las manos para acabar con ella. Una guerra nunca acabaría con diplomacia, nunca acabaría con solo golpes, Kenshi.

—Es suficiente… —Kenshi pretendió apartar el rostro pero Haruto lo prohibió sosteniéndolo con las dos manos.

—¡Si pretendes condenar a Vladimir por matar a Frank como lo hizo, entonces también tienes que condenarme a mí y a la mayoría de los que estamos aquí por acabar con esas escorias que no merecen vivir!

—¡Basta, basta, basta, dije que ya basta! —exclamándole, Kenshi se desasió con brusquedad, apartándolo de un empujón que hizo trastabillar a Haruto—. ¡Ya entendí tu maldito punto! ¡Es suficiente!

Jadeando ambos, las miradas de los dos se mantuvieron en el otro. El ambiente estaba tenso, sin que ninguno quiera dar su brazo a torcer por ahora.

—He acabado con hombres… mucho peor de lo que Vladimir hizo. Él por lo menos dejó a Frank en una sola pieza.

—¿Por qué… me estás diciendo todo esto? ¡Por qué quieres castigarme así! —exigió en un grito.

—¿Castigarte? ¡Maldita sea, Kenshi, estoy evitando que cometas un error por una estupidez! ¡Alejas a ese hombre que solo te salvó la vida, solo te defendió!

—¡No te metas en mi vida! —Le señaló, enojado, harto, decepcionado. Permitiría cualquier cosa, menos eso de él—. Todos a mí alrededor han querido hacerlo. Mi padre, el emperador, Vladimir, ¡y hasta tú! Ordenándome qué debo hacer, diciéndome qué decisión tomar. ¡Me tienen harto!

—¡Entonces aprende a escuchar y a no tomar decisiones erradas! ¡Aprende a pensar primero! —De nuevo, Haruto le alcanzó en dos pasos y lo tomó por los brazos, fuerte y firme, evitando que siquiera se alejara—. Luego de aquí volverás a Japón, donde pondrán en tus manos el liderazgo de toda una prefectura. Toda Hiroshima va a depender de ti, ¿y así quieres tú ser Señor Feudal? ¿Así quieres tú ser un líder? Demuéstrame entonces que tienes lo necesario para serlo.

Le soltó.

Kenshi tropezó con sus propios pies, atinó a sostenerse de la mesa tras él para no caerse. No le miró. No se movió. Haruto tampoco lo hizo. El silencio pareció extenderse por minutos que parecían convertirse en horas, el tiempo y el mutismo aumentando el frío ambiente incómodo que ninguno de los dos individuos dentro de la carpa, tensos, se atrevía a romper. Llegaban los murmullos de afuera, murmullos de que el movimiento fluía sin interrupción, cada persona en sus tareas. Atizando el fuego para la cena, limpiando los caminos de las hojas que caían de los árboles, los niños terminando sus deberes de la escuela, las mujeres preparando la comida y los hombres acabando de organizar el siguiente movimiento contra los militares.

—Quiero hacer las cosas bien con ellos. —La voz de Kenshi salió en un susurro, pero lo suficientemente alto como para que Haruto lo escuchase—. Me desenvolví en cada reunión, me esforcé en conocerlos a todos. Sé cuáles son sus necesidades y deseos… —Por fin, miró a Haruto, ceñudo—. Así que ¡no te atrevas a insinuar que no seré bueno para ellos! —gritó—. ¡No te atrevas a manifestar que me conoces! ¡No sabes cómo trabajo, no sabes en base a qué tomo mis decisiones! Decidiste hacerle caso a mi padre y alejarte de mí. Ya no soy el jodido niño débil e ingenuo que conociste hace doce años. —Ahora, fue él quien avanzó, y dio un empujón a Haruto—. Tuve que demostrarle día tras día a mi padre que no era el blandengue maricón como me dijo que era. —Otro empujón—. Mis huesos se fracturaron una y otra vez en cada lucha que me obligaba a tomar, me cortaba las manos con las armas varias veces cuando nunca quise aprender a usar una, me golpeaba cada vez que era incapaz de recitarle un texto completo de algún libro que me ordenaba aprender. —Otro empujón, el rostro de Haruto adquiriendo un tono pálido—. Y cuando por fin me daba un momento de paz, solo podía esconderme para llorar, porque no tenía a nadie a quien acudir después. Tú ya no estabas… —Para entonces, los ojos de Kenshi tenían lágrimas retenidas, pero por ningún motivo las dejaría caer—. Si no fuera por Kuma y Kaoru, me habría vuelto loco.

—Yo… —Por un instante, Haruto no supo qué hacer o decir. Esa confesión fue mucho más de lo que esperaba. Siempre supo que Taiga era un tirano, incluso con Kenshi, su propio hijo, en la época de cuando él estaba ahí. La presencia de Himeko, la madre de Kenshi, aplacaba las lecciones del niño, no obstante luego de la muerte inesperada de la misma, Taiga no se permitió medirse, y lecciones que solo un joven mayor haría, Kenshi era obligado a tomar.

—Cuando cumplí los trece años, tuve mi primera borrachera —continuó Kenshi, como si Haruto no hubiera hablado—. Cuando tenía catorce, follé por primera vez con una mujer once años mayor que yo. A papá dejó de importarle lo que hiciera después de que cumplí mis dieciséis, siempre que no le avergonzara. Nunca lo hice. Me acostaba con quien quisiera, bebía lo que quisiera, y hacía lo que se me viniera en gana sin incluirlo a él. Nunca puse en peligro la integridad del apellido de mi familia. —Respiró hondo, parpadeando dos veces para espantar las lágrimas de sus ojos—. Cuando Klaus apareció, todo cambió.

»Quería follarlo, pero el idiota se fijó en Yuki. Durante una fiesta en el palacio del emperador tomé una decisión, ¿y sabes qué hice? Lo drogué. Lo drogué para poder acostarme con él, pero el plan falló. Apareció… esa bestia… Nunca voy a olvidar cuando sus ojos llenos de ira me miraron.

Haruto titubeó.

—Él… ¿Él te…?

—No. Se fue… pero estoy seguro de que le hizo algo muy malo a Yuki después de eso… —Le dio una sonrisa ladeada—. Papá también tenía una fascinación con Yuki. Imaginarás mi sorpresa cuando tanto papá como Yuki aparecieron con muy mal aspecto.

A Haruto casi se le subió la bilis por la garganta. Yuki era casi de la edad de Kenshi, podría ser hijo de Ottori. Que un hombre como él pudiera fijarse en un chico como Yuki, le asqueaba. Había subestimado al tipo y su aberración.

—Luego de eso, no puedes culparme por querer a Vladimir lejos de mí.

Eso era… mucho más de lo que imaginó. Haruto solo atinó a retroceder unos pasos y dejarse caer en la camilla, los codos apoyados en las rodillas y hundiendo el rostro en sus manos. Kenshi permaneció en pie, observándolo, después se volvió para recuperar la jarra y por fin servirse un poco de agua, que bebió de un tiro primero, para servirse un poco que bebió a sorbos pequeños.

El silencio se estableció nuevamente, difícil discernir si más tenso que antes. La revelación de Kenshi había dejado mudo, en shock, a Haruto, su mente por un instante incapaz de procesarlo todo.

—Tienes razón… —farfulló Haruto— no puedo culparte por eso. —Ni Kenshi se giró, ni Haruto le miró mientras seguía hablando—. Puedo entender que tengas miedo de Vladimir, que tengas miedo de salir herido como Yuki. No puedo hablar por Vladimir, no obstante, puedo hablar por los sentimientos que me impulsan a decir que puedo asegurar él no se atrevería a lastimarte.

»Por otro lado, lamento profundamente que debido a mí, hayas sufrido tanto. Jamás fue mi intención que te hayas sentido así, nunca. Yo siempre quise protegerte, y pensé que obedeciendo a Taiga, él iba a estarse por satisfecho, no iba a ser duro contigo. Me equivoqué. Perdóname.

Por sobre su hombro, Kenshi le observó. No respondió.

—También quiero decir que… estoy a la vez decepcionado por ver en lo que te has convertido. —Haruto nunca sabría la fuerte punzada que esas palabras causaron en el corazón de Kenshi—. Porque más allá de ser un libertino, de ser un sinvergüenza, saber que pudiste caer tan bajo como para drogar a Klaus solo con el fin de follártelo… es algo que jamás me esperé.

—¿Vas tú a condenarme ahora por eso?

—No. —Respirando hondo, muy profundo, Haruto se puso en pie, alisando las arrugas que su camisa pudiera tener—. No quiero sonar rudo con esto, Kenshi, pero es algo que quiero que recuerdes: toda acción genera una reacción. Todo trae sus consecuencias. Y quizás tú no pagaste por tus acciones, pero lo hizo un inocente como lo fue Yuki. —Le miró con tristeza al oír el bufido que escapó de los labios de Kenshi—. ¿Sabes qué es lo que más me alivia de todo esto?

—¿Qué?

—Saber que tu madre no está entre nosotros para ver en lo que te has convertido. —El vaso que sostenía Kenshi cayó, derramando el resto de agua entre la mesa y el suelo—. Con permiso.

Sin añadir más, Haruto salió de la carpa.

Kenshi no lo detuvo.

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Un rato después entró Klaus a la carpa sin siquiera anunciarse. Miraba a Kenshi erguido en toda su estatura con los brazos en forma de jarra apoyando las manos en su cadera y el ceño fruncido, un destello de furia brillando en los ojos amarillos.

—Imagino que estarás contento.

Kenshi también frunció el ceño al verlo allí, Klaus era el último al que quería ver. Genial.

—¿También tú? Qué, ¿se están formando en fila? —preguntó sarcástico—. Claro que lo estoy. ¿No ves la cara de felicidad que tengo?

Klaus rodó los ojos.

—Veo que no te has enterado. Creí que Jim tal vez habría venido a informarte que Vladimir está a punto del colapso en la enfermería.

—Uy, no me digas. —Con la punta de una navaja comenzó a sacarse tierrita de las uñas, la voz denotando burla—. Tuvo otro ataque de ira. ¿A quién intentó matar esta vez?

—A él mismo. —Fueron las duras palabras del alemán. Sin ningún tipo de anestesia Klaus continuó hablando—. Ha intentado suicidarse hace un rato. Estaba tan consternado por tus palabras que lo encontré a punto de inyectarse algo que lo separaría del genoma. —Con paso firme se acercó a Kenshi, lo suficiente para poder hablar con un tono bajo y siseante que Kenshi escucharía perfectamente—. ¿Entiendes lo que quiero decir? El genoma es un proceso irrevocable, está tan ligado al ADN que intentar separarlo no solo provocaría su muerte, sería una completa agonía hasta que su corazón dejara de latir o sus órganos explotaran. ¿Te das cuenta a lo que lo orillaste con tus palabras?

Tal fue la sorpresa que sin darse cuenta Kenshi se provocó una pequeña cortada en la uña índice izquierda. Buscó una pequeña venda para hacerse un simple curetaje sin gran importancia. En todos esos segundos que se volvieron minutos las palabras de Klaus no dejaban de hacer eco en su mente. ¿Suicidio? ¿Vladimir? Y sabía que Klaus no mentía, él sabía identificar un mentiroso.

Estaba callado. Por primera vez desde que llegara Klaus no tenía palabras.

—Y... ¿qué pretendes que haga? —Le daba la espalda, lentamente volteándose—. ¿Decirle que fue maravilloso verle masacrar a alguien? No importa que más haya sido eso, salvajismo lo resume todo.

—Comparto tu idea pero ciertamente gritarle que era un monstruo no fue lo mejor. —Klaus no se molestó en compadecerse de lo que probablemente Kenshi estuviera sintiendo, de hecho, una parte muy adentro de él estaba disfrutando de ver lo afligido que podría sentirse el japonés.

—¿De cuándo acá lo defiendes si antes, tenía entendido, no lo soportabas? Fue quien te convirtió en una bestia.

—Yo a diferencia de ti me doy cuenta de mis errores. Ver a Vladimir en el estado en que se encuentra no es ni la mitad de gratificante que yo había pensado que sería —confesó a Kenshi, sus brazos pasando a cruzarse sobre su pecho.

—Oh, por favor. —Kenshi caminó hasta el otro extremo de la carpa—. Ahora la culpa la tengo yo.

—Por supuesto. ¿Pero qué se puede esperar de un mimado egocéntrico como tú? Por lo que sé, Vladimir intervino antes de que ese americano terminara de violarte. ¿Apruebo sus métodos? Claro que no, pero siendo sincero, cualquiera hubiera hecho lo mismo en su lugar si la persona que amas estuviera en peligro.

—Lo tenía controlado. Soy el mejor luchador de toda la región. ¿Y amor? —Bufó—. Por favor. El hombre me conoce desde hace un mes y ya clama amarme a los cuatro vientos. No estamos en la era medieval. —Se cruzó de brazos en una pose altanera—. Sé que impacto en las personas pero no es para tanto.

Klaus volvió a rodar los ojos.

—Increíble. —Caminando de regreso a la salida de la carpa, se giró una última vez a Kenshi—. Te diré algo, algún día vas a quedarte muy solo y la culpa será solamente tuya. Sigue fantaseando con un hombre que claramente no corresponde el sentimiento, a ver a donde te lleva eso. —Con un último fruncimiento de cejas, salió de la carpa dejando solo a Kenshi.

La expresión prepotente de Kenshi se derrumbó un minuto después cuando supo que Klaus no volvería, que Klaus se había ido. Los brazos bajaron, al igual que la mirada que se fijó en la herida de su dedo.

Suicidio.

Quiso quitarse la vida. No, quiso quitarse el genoma.

Avanzando, Kenshi ocupó asiento en la camilla, y automáticamente su izquierda se posó en la cicatriz que era el nombre de Vladimir.

Suicidio.

El terrible peso en su pecho no se fue jamás.


N.E.: Tarde, pero seguro. ¡FELIZ AÑO 2018! El primer capítulo del año. Esperaba encontrarme con más lindos comentarios, sin embargo, bueno, no fue así pero igual traje un capítulo nuevo. Recuerden que los comentarios traen más pronto los siguientes capítulos, ayudan a dar aliento y apoyo. Muchas gracias por todo, y espero ver sus opiniones respecto a este episodio. ¡Vamos a buen paso para el final! Muy felices lecturas.

Este capítulo está en honor a Oscar Pérez y su escuadrón de guerreros. Muchachos, Venezuela lucha porque su muerte no sea en vano. Todos los que lean esto, recen por sus almas y por nuestra libertad.

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