Capítulo 31

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Era muy temprano cuando Jim se acercaba a la carpa donde esperaba estuviesen Vladimir y Kenshi. Ocupado la noche anterior, no pudo revisar si su plan hubo funcionado. Sabía bien que Kenshi, a no ser que la situación fuera de cierta forma forzosa, no iba a dar su brazo a torcer por orgullo. Ya muchas noches discutió con él cuando compartían la carpa por el ligero temor del joven a que los militares aparecieran de pronto como aquella noche en la posada.

Ya había pasado por la carpa de Shin, y la de Yuki y Klaus, donde no le sorprendió que fuera Yuki el primero en estar despierto. Ahora más recuperado, el chico volvía a tener las costumbres matutinas como samurái –ahora retirado. Solo los adultos que iban a participar en la movida estaban despiertos y terminando las preparaciones. Jim apenas pudo comer una rebanada de pan por culpa de los nervios.

Llegó a la carpa, no escuchando ningún ruido desde el interior. Y, como sospechó y esperaba, al apartar la puerta de tela sonrió. Fuera de la imagen de Kenshi recostado en el pecho de Vladimir, totalmente dormido, albergaba la esperanza de que algo se hubiese solucionado entre esos dos.

Mientras se acercaba, Kenshi se removió hasta pasar su brazo sobre el cuerpo de Vladimir, continuando dormido. Jim se inclinó para despertar al mayor, y sonrió cuando le vio abrir los ojos.

—Buenos días. Ya es la hora.

El ruso inhaló profundo, estirando sus músculos hasta que un suave crack acomodó sus vértebras al pasar toda la noche en la misma posición.

—¿Qué hora es? —Por la luz que se colaba en la carpa debía ser pasado el amanecer, Vlad por lo general no era de los que se quedaba dormido. De hecho, a veces le costaba conciliar el sueño pero esos días de preocupación y depresión le pasaron factura, probablemente el haber dormido en la misma cama que Kenshi haya influenciado a que parte de su estrés desapareciera lo suficiente para dejarle dormir hasta tarde.

—Bastante temprano. Ya todos están casi listos para partir.

—Bien. —Pasando su mano por la cintura de Kenshi, removió un poco al joven para que despertara—. Kenshi. Hora de levantarse, nos vamos.

Por toda respuesta, solo dio palabras masculladas en japonés que hizo soltar a Jim una risa.

—Nada de cinco minutos. Hoy partimos a Japón, levántate.

—Vamos… en la noche. —Se removió otra vez, ahora para liberar al ruso al voltearse en la cama.

Jim se inclinó para apartar las mantas, que comenzó a doblar.

—Levanta tu culo o no podrás ser ascendido por el Emperador.

Los ojos de Kenshi se abrieron. Si tardaban más allí, el Emperador se enojaría porque dejó abandonado sus obligaciones… entonces nombraría a Wen y él quedaría fuera.

—Ya, ya. —Se levantó, estirándose mientras bostezaba.

—Ese es un buen truco —elogió Vladimir al negro, sonriendo mientras veía a Kenshi prácticamente arrastrándose fuera de la cama.

Kenshi tomó la almohada y se la lanzó al ruso.

—Quiero un baño.

—¿No puedes esperar a estar en el barco? —preguntó Jim, dejando las mantas.

—No. Será rápido. Acompáñame Jim.

—Tengo que ayudar a preparar unas cosas. —Jim hizo un gesto hacia Vladimir—- El doctor puede acom—

—Te lo pedí a ti. —La voz de Kenshi fue cortante. Tomó sus cosas y salió de la carpa.

Jim esperó unos segundos antes de hablar.

—Siguen igual ¿cierto?

—Sólo dormimos en la misma cama, dudo que eso haya hecho alguna diferencia —contestó el ruso un poco desanimado, apartó la mirada de la entrada para buscar algo de ropa y acomodar la maleta que había traído.

—He de admitir que esperaba algo cambiaría. —Suspirando, se volvió para salir mientras añadía—. Se reúnen frente a la central.

—Obviamente has subestimado el odio que me tiene —le dijo sin verlo. Se quitó la camisa dejando al descubierto su torso sin importarle mucho si Jim le veía o no.

—No le odia. —Jim se detuvo frente a la puerta—. Es distinto. Si le odiara, no habría aceptado dormir con usted. Sin mencionar que, cuando dormía con él, Kenshi no amanecía sobre mí como si fuera su tabla de salvación. —Giró un poco la cabeza, una de las comisuras de sus labios alzándose—. Solo hay que ir poco a poco, no se preocupe. —Salió del lugar, cerrando tras de sí.

Vladimir se quedó a mitad de proceso para vestirse, con una nueva camisa azul oscuro a medio abrochar y las manos en los pantalones negros. Ojalá Jim tuviera razón, fue lo que pensó con un nuevo suspiro.

Patético.

—Cállate —gruñó con los dientes apretados terminando de vestirse.

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Yuki llegó con un bostezante Klaus frente a la central, donde una mujer se les acercó con dos vasos de jugo natural de naranja.

—¿Dónde están los demás? —Yuki tomó uno de los vasos.

—Su amigo Jim ha ido a despertar al doctor y el joven Kenshi. Tu hermano Shin está hurgando en la cocina, como siempre. —Rodó los ojos.

—Lamento las molestias que está causando —se disculpó Yuki.

—Descuida. —Restó importancia ella—. No es el único en el campamento que hace eso.

Klaus se estaba rascando un ojo para despejarse el sueño cuando captó cierto olor a maderas. Girando la cabeza se encontró con Vladimir, arreglado y vestido y muy despierto. Odiaba que el ruso pudiera estar tan fresco como una lechuga a esas horas, no es que Klaus fuera particularmente dormilón pero definitivamente esa hora tan cerca del amanecer no era aceptable.

—Buenos días —murmuró el ruso al reunirse con el grupo. Klaus le contestó con un gruñido inentendible, aunque Vlad pareció captarle cuando sus labios se curvaron en una media sonrisa.

—Buenos días —saludó Yuki.

—Buenos días, doctor. —Asintió la mujer, el chongo de cabello oscuro moviéndose a la par—. ¿Ha dormido bien? ¿Desea que le sirva un poco de jugo fresco?

—No será necesario. —Tomó el vaso que Klaus había tomado antes—. Con este será suficiente.

—¡Hey! —replicó Klaus como si fuera un niño.

—Tranquilo, compartimos este. —Yuki sonrió, un brazo rodeando la cintura de Klaus mientras levantaba un poco su vaso.

La mujer dejó salir una risita.

—Veo que amaneció de buenas, doctor. Me alegro. Bueno, tengo que asegurarme de que tu hermano no se gaste el desayuno —avisó a Yuki, retirándose.

Klaus, sonriendo, tomó un sorbo del jugo para darle de beber a Yuki a través de un beso. Escucharon un resoplido proveniente del ruso.

—Por favor, busquen una carpa, aún están a tiempo —gruñó bebiéndose lo que le quedaba del vaso de Klaus.

—Alegre no empieza ni a describirte. —Se burló el menor ante las palabras de la señora—. Vamos, no seas tan gruñón, demasiado temprano para eso.

—Buenos días. —Haruto salió de la carpa, seguido por otros más—. Que bueno verlos despiertos. ¿Dónde están los otros?

—Ya estamos aquí. —Jim avisó, llegando junto a Kenshi quien se arremangaba la camisa. El menor traía sujeto su cabello, despejando su rostro.

—Solo falta Shin. Está en la cocina —informó Yuki.

Haruto asintió.

—Bien, hay que buscarlo. Como acordamos el otro día, van a separarse en parejas, e irán con cada grupo. Tomaremos distintas vías que llevaran al mismo punto: la zona de cargamento del barco.

—Y entraremos como polizontes —terminó Kenshi, cruzándose de brazos.

—Al menos por tres de ustedes. —Haruto miró de Kenshi, a Vladimir y terminó en Klaus—. No me agradan los militares que se vieron rondando por el puerto, y no quiero arriesgarme a que los reconozcan. Y tú llamas bastante la atención. —Dirigiéndose a Klaus.

Ambos europeos se miraron de reojo, sabiendo a qué se debía esa inusual actividad militar. Klaus particularmente apretó un poco los labios por la observación de Haruto.

—Puedo maquillarme —intentó sugerir.

—Las mujeres podrían tener algo que te cubriera las escamas del rostro, al menos hasta que subamos al barco —dijo Vlad concordando con la idea.

Haruto lo pensó por un momento.

—Leo, pregúntale a Emma si tiene algún maquillaje que pueda servir para cubrirlo un poco. —Se giró hacia uno de sus hombres, quien hizo un asentimiento y se marchó hacia las carpas—. Vamos a asignarle los grupos.

—Pido contigo. —Kenshi avisó, señalándole.

Haruto sonrió conciliador.

—Lamento desilusionarte, pero Klaus y Yuki estarán en mi grupo. Los militares andan tras Klaus principalmente, y sé que él no dejará a Yuki en otro grupo. —Su expresión fue seria ahora—. Irás en el grupo de Maxon, quien consideró que Vladimir y tú fueran con él. Jim y Shin irán con William.

Kenshi se cruzó de brazos, pareciendo enfurruñado.

El alemán automáticamente pasó un brazo protector sobre los hombros de Yuki. Vladimir en cambio miró de reojo a Kenshi, por dentro se sentía feliz de que los grupos fueran seleccionados de esa manera, no es que no confiara en Maxon, pero prefería ser él quien estuviera cerca de Kenshi para protegerlo.

Buscaron a Shin, y al tiempo que acababan de terminar de preparar cada último detalle, usaban el maquillaje para cubrir las escamas de Klaus. Se daban prisa para hacerlo a tiempo, ya que según las pesquisas que habían hecho, más militares llegarían después. Entonces, minutos más tarde y cuando todo estaba listo, emprendieron camino. Salieron al bosque, hasta llegar a mitad de camino.

—Bien, aquí nos separamos. Todos a sus grupos. —Haruto se colocó una gorra, asegurándose de que pudiera cubrir parte de sus ojos, lo mismo haciendo otros más.

Yuki se acercó a Klaus, tomándole de la mano al tiempo que ambos se unían a Haruto y otros cuatro hombres más. Shin y Jim se unieron a William –un hombre menos alto que Maxon pero igual de robusto y con cabello en un rubio sucio–, en tanto Kenshi se colocaba junto al hombretón y Vladimir le imitaba.

—Si sucede algo, nosotros nos encargaremos. Ustedes solo preocúpense de abordar el barco no importa qué. —Revisó su reloj—. Hora de irnos. —Cuando levantó la vista, sus ojos se toparon con los de Kenshi. Duró un par de segundos, solo mirándolo, antes de dar la vuelta al tiempo que hacía una seña para que le siguieran.

Los demás se movilizaron; William con su grupo. Maxon se giró para guiar la senda que tomarían, junto a los otros hombres, sin embargo, Kenshi se mantuvo en su lugar, observando el rumbo que tomaba Haruto al lado de los otros.

Si sucede algo, nosotros nos encargaremos. Preocúpense por abordar el barco. Esas palabras resonaban en su mente, la realidad de que ese sería el último día que estaría cerca de él, el último día que lo vería hasta el momento en que Haruto decidiera ir a Japón golpeándolo. Era… como aquella vez en el puerto de Hiroshima. Tenía un nudo en la garganta.

Vladimir captó la angustia que sentía Kenshi, la calma antes de la tormenta tampoco era buena, hacía el ambiente pesado, crispándole los nervios a todos. El ruso se acercó a Kenshi poniéndole una mano en el hombro en señal de apoyo.

—Todo va a salir bien —intentó tranquilizarle—. No es como si no lo volvieras a ver —le dijo con una sonrisa. Kenshi no le respondió pero el ruso tampoco le presionó para que respondiera, en cambio le empujó suavemente para iniciar su caminata tras Maxon.

En el puerto todo era tranquilo, tal como decía el reporte había unos cuantos militares patrullando la zona, aunque parecía más bien algo de rutina pero eso era exactamente lo que lo hacía sospechoso.

—Calma, actúen normales. —Maxon se colocó frente a Kenshi, su gran contextura cubriéndole—. Leo, échale un ojo al perímetro.

El joven junto a Maxon miró casualmente alrededor, sonriéndole de paso a una joven moza que pasó con una cesta de pescado.

—El grupo de William ya está aquí. Avanzan por la pescadería.

—Haruto y los otros deben estar por la zona de embarque —respondió el hombretón—. Su camino fue el más corto. Sigan atentos.

—Señor… —Leo señaló hacia la pescadería, donde un par de militares se dirigían.

Kenshi los notó; tenía el corazón en la garganta y las manos temblaban ligeramente. Haruto dijo que habría militares, pero incluso aunque hubiese uno solo bastaba para llenarle de temor.

—Continúen. William y los otros se encargarán —respondió Maxon.

—Cálmate —le susurró Vladimir a Kenshi—. Ya falta poco.

A pesar del aire despreocupado o flojo de algunos militares, aparentemente aburridos de su ronda, ninguno les quitaba la mirada a las nuevas personas que caminaban por el lugar. Tenían ubicados a todos, y cualquier nueva persona era notada fácilmente, en especial si iban en grupos de cuatro y cinco personas.

El grupo de Haruto, Klaus y Yuki ya casi llegaba al muelle, sólo faltaba un poco más. Iban pasando al lado de un par de militares jóvenes cuando Klaus les escuchó hablando.

—Objetivo localizado. Avisen al Mayor Wilson, permiso para fuego a discreción. Todos a sus posiciones, repito, todos a sus posiciones.

Klaus no necesitó escuchar más.

—¡ES UNA EMBOSCADA! —gritó a todo pulmón logrando que incluso los grupos que estaban lejos de ellos reaccionaran. Después de eso explotó el caos.

—Hora de moverse. —Casi al mismo tiempo, todos los hombres de cada grupo sacaron sus armas y apuntaron a cada militar que veían. Haruto se dirigió rápidamente a Yuki y Klaus—. Sigan el plan. Aborden el barco, ya.

Klaus cargó a Yuki siguiendo la orden, su prioridad era ponerlo a salvo. Los tripulantes del Kimera se sobresaltaron con el sonido de balas y gritos, había está preparando todo para la partida pero ahora todos se movían frenéticos para poder zarpar lo antes posible. A Klaus no le llevó mucho poner a Yuki a salvo sobre la cubierta del barco, el capitán Baron junto a Smith ya los esperaban arriba, la mitad de los hombres preparaban el barco mientras la otra mitad trataba de mantener a raya a los militares.

El alemán se dio cuenta de que aún faltaba el resto del grupo. A lo lejos distinguió a Kenshi y Jim, con horror se dio cuenta de que los militares les superaban en número incluso había militares disfrazados de civil. La trampa estaba completamente planeada, probablemente sólo estaban esperando a que la presa cayera en la red sin que pudiera escapar.

Escuchó gritos agónicos y disparos que le retumbaban los oídos. No iban a lograrlo.

—Cuida de Yuki —le dijo al capitán, el hombre asintió ordenándole a Smith que se llevara a Yuki bajo cubierta mientras Klaus sacó las alas y la cola. No era momento para sutilezas. Volando fuera del barco llegó hasta donde Jim se encontraba, un militar vestido de civil estaba a punto de clavarle un puñal por la espalda al negro, y gracias a la rápida intervención del alemán eso no sucedió—. ¿Estás bien?

—Lo estoy, gracias. —Jim se giró buscando a Shin, respirando al verlo salir de entre la pescadería y lanzar un cuchillo que se clavó en uno de los militares.

—Están por todas partes —masculló.

—Tenemos que alcanzar el barco e irnos pronto.

—¿Dónde están los otros? —interrogó el castaño.

Alzando la cabeza Klaus logró divisar el destello de las escamas de Vladimir a unos cuantos metros. Al parecer también se dio cuenta de lo efectivo que era el genoma en estas circunstancias.
—Allá está —señaló Klaus, el grito de un militar lo alertó. Con destreza le dio un coletazo en la cara, las escamas raspando la carne, el golpe desestabilizó lo suficiente al militar para que Klaus le diera un puñetazo en la nariz que se la quebró y lo dejó fuera de combate.

Dos hombres del grupo de Haruto se les acercaron.

—Hay que llevarlos al barco. Los cubriremos. Si no nos damos prisa, esto será una masacre. —dijo uno.

Jim y Shin asintieron. El negro se giró a Klaus.

—Ayuda a Vladimir y ten cuidado.

—¡Rápido! —apuró el otro, que daba miradas vigilantes alrededor.

Asintiendo, Klaus retomó el vuelo, y cuando estaba a unos metros de Vladimir fue derribado. Por suerte esta vez ninguna bala atravesó sus alas ni ninguna otra parte de su cuerpo, con horror se dio cuenta de que un peso encima de él era lo que le impedía moverse. Intentó quitarse al militar de encima revolviéndose, su cabeza impactando contra el piso logró que se quedara quieto el suficiente tiempo para ser arrastrado a un callejón donde el ardor de la pelea se escuchaba lejano.

Se sentía mareado, algo líquido le caía en los ojos, entreabriéndolos se dio cuenta de que era rojo; estaba sangrando. No fue sino hasta que sintió el olor a magnesio que realmente entró en pánico.

—Bien hecho, cabo. —Frente a él estaba Tyrone, sonriendo, desquiciados ojos verdes devorándole por completo. Intentó escapar, su cola y alas moviéndose de un lado al otro intentando soltarse, otro par de manos le agarró y sintió como le pisaban la cola para que no pudiera usarla. Tres contra uno, y estaba a merced de Tyrone—. Al fin serás mío. —Prácticamente ronroneó el mayor, con deleite comenzó a pasear sus manos por todo el torso de Klaus.

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—Hay demasiados. —Leo se ocultó tras unos sacos de trigo que habían desembarcado, recargando nuevamente su arma.

—No vas a negar que es emocionante. —Maxon volvió a asomarse, disparando un par de veces.

—Eres adicto al peligro. Casarte con Evolet es la prueba contundente.

Maxon dio un vistazo a su izquierda, notando un par de barriles que podría servir de barrera.

—Tiempo de movernos. —Avisó a los otros, virándose hacia Kenshi pálido como una hoja de papel y Vladimir, señalando los barriles. Desde ese punto, la distancia que habría para llegar al barco era poca—. Si nos acercamos al barco, tendrán oportunidad de subir.

Kenshi negó repetidas veces, totalmente alterado.

—No, no, no, no, ¡nos van a matar!

—Si nos dan el tiempo suficiente podría volar hasta el barco. —Vladimir se encargaba de cubrir a Kenshi lo mejor que podía, también ayudaba al grupo hondeando su cola, logrando que varias espinas se les clavaran a los militares, algunas impactaban en lugares vitales matándolos al instante.

—Sería peligroso. Estarían al blanco de todos si volaran —notó Leo.

—¡Oigan! —Kenshi señaló a la izquierda donde se asomó un militar apuntando hacia ellos.

Antes de que alguno pudiera moverse, una bala impactó en la cabeza del hombre, derribándolo. A ellos se acercaron Haruto y otro hombre más, quien traía un torniquete en el brazo izquierdo.

—Maldición. —Haruto ayudó al hombre a sentarse junto a Kenshi.

Este jadeó, tomando el costado de la sangrienta camisa del castaño.

—Haruto… —No completó la frase, asustado del simple pensamiento.

—No es mía. Estoy bien. —Tranquilizó, apartándose un poco para cargar su arma—. No nos quedan muchas municiones, y han acabado con Patrick.

—¿Qué? —Maxon se detuvo un momento para verlo.

Haruto asintió. No se entretuvo con ese tema.

—Los Shirayama y Jim están en el barco. —Haruto miró alrededor—. Jim dijo que Klaus iba a venir hacia acá. ¿Dónde diablos está?

—¿No está en el barco? —gruñó Vladimir, su voz dejaba entrever un tono preocupado. Intentó alzar la cabeza para ver si divisaba algo, alguien como Klaus no podía pasar exactamente desapercibido a la claridad del día—. Tenemos que encontrarlo, quien sabe lo que le harán si lo atrapan. —Estaba preocupado sí, pero también tenía a un Kenshi aterrado, prácticamente temblando contra los barriles. Si lograban montar a Kenshi en el barco, Klaus y él podrían volver volando, era arriesgado pero era lo que había—. Asegúrense de llevar a Kenshi al barco. —Las escamas y los apéndices volvieron a retraerse; si iba a hacer algo tan temerario, lo mejor era no ser un llamativo blanco con escamas azules que brillaban cuando le pegaba el sol—. En cuanto aborde, zarpen. Klaus y yo les alcanzaremos después.

Escuchó las protestas en seguida de decir ese apresurado plan pero no les hizo caso, salió del refugio que eran los barriles. Tenía que encontrar a Klaus. Varios militares se metieron en su camino, Vladimir los despachaba lo más rápido que podía, quitándole las pistolas a uno, logró abrirse paso entre la batalla. Otro de los hombres que derribó aún continuaba con vida, y forzándose a cumplir con su deber se levantó lo suficiente para apuntar al ruso por la espalda.

Todo sucedió en cámara lenta: la bala fue disparada, una trayectoria directa al corazón de Vladimir; para cuando el ruso se dio cuenta, era demasiado tarde...

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En el callejón, Tyrone, ignorando cualquier pensamiento racional, no se había contenido de manosear a Klaus todo lo que quiso. No tomando en cuenta completamente el hecho de que estaba en medio de una batalla, probablemente hasta el escenario le pareciera enfermizamente excitante.

—Vamos, no hagas como que no te gusta. Prácticamente puedo verlo en tus ojos, lo deseas...

Klaus estaba asqueado y paralizado, le tenía miedo a ese hombre, el pánico junto con las manos de los otros dos hombres le tenía inmovilizado. No quería eso, lo odiaba, le repugnaba hasta el punto de querer vomitar pero no podía mover su cuerpo. Se sentía atrapado.

Tyrone ya había logrado quitarle la camisa, desgarrándola con una navaja sin mucho cuidado, dejando varios surcos rojizos por todo su pecho. No fue sino hasta que el pelinegro intentó quitarle los pantalones que realmente reaccionó.

—¡NO! —En un movimiento desesperado, pateó al Mayor en la entrepierna logrando quitárselo de encima, los otros dos cabos trataron de volver a someterlo pero Klaus se debatió con renovada fuerza logrando liberar uno de sus brazos el cual usó para partirle la quijada al hombre que sujetaba su izquierda. El cabo que tenía a la derecha no tuvo mayor suerte, con la misma cola que le había pisado antes la enrolló en su cuello, apretando como una boa hasta que el hombre dejó de respirar.

Su atención fue captada por el movimiento que hizo Tyrone, ojos amarillos ardiendo en cólera, parte de su razón dejó de funcionar en ese momento. Quería ver sangre, la sangre de ese asqueroso hombre, no iba a estar satisfecho hasta ver esos horrendos ojos verdes explotar de sus cuencas.

—¿Qué? ¿Te entró la valentía de pronto? —Se burló el militar, para nada amedrentado por las muertes de sus subordinados. Klaus apretó los puños—. Adelante, inténtalo, niño. Pero sabes que si pierdes, te violaré aquí mismo.

Klaus no le dio más tiempo para seguir destilando veneno. Atacó a Tyrone en un total despliegue de fuerza bruta que el Mayor correspondió de igual manera. Ciertamente el americano era bueno en combates cuerpo a cuerpo pues era capaz de resistir el ataque de Klaus, pero el alemán claramente tenía la ventaja gracias al genoma. Sintió satisfacción cuando escuchó varios huesos crujir y se sintió aún mejor cuando Tyrone ya no podía responder a sus ataques correctamente, estaba perdiendo terreno. Un último coletazo de Klaus logró derribarle su cabeza, impactando contra el suelo con fuerza.

Amoratado, golpeado, sangrando, su respiración apenas estable y el maldito aún era capaz de sonreír, pero Klaus iba a borrarle esa sonrisa de la cara, de una manera u otra.

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—¡Vladimir!

Kenshi no fue el único que se había puesto en pie al visualizar el tiro que se dirigía al ruso, y sin embargo, tampoco pudo evitar de alguna manera lo siguiente que pasó; nunca podría considerar que era rápido, siempre quedaba de último, por lo que en ningún momento pensó que Haruto tendría la rapidez de atravesar a los militares y lanzarse sobre el ruso, evitando que fuera el blanco de aquella bala.

—¡NO! —Poco importándole lo que ocurría a su entorno, Kenshi salió fuera de la seguridad de la barrera que hacían los barriles, corriendo en dirección a los otros dos hombres.

Haruto no se levantaba.

—¡Chico, espera! —Leo intentó detenerlo sin éxito.

—Mierda. —Maxon masculló por lo bajo—. Cúbrenos —avisó a Leo, yendo tras Kenshi.

Vladimir acabó con otro hombre antes de precipitarse al lado de Haruto. Si cabía la posibilidad de salvarse, al ver el cuerpo de Haruto y el hueco que hizo la bala en su caja torácica, supo que no lo lograría.

—Haruto...

El castaño gimió, un dolor ardiente extendiéndose por todo su cuerpo. Uno más intenso del que imaginó.

—Para ser… general de brigada… no piensas antes de actuar —le dijo en tono burlón, una temblorosa sonrisa buscando dibujarse en su rostro.

A su otro lado se tumbó Kenshi, quedando momentáneamente congelado al ver su herida.

—No… —Obligó a su cerebro a reaccionar. No notó a Maxon tras él, manteniendo alejado a los militares de ellos—. T-tenemos que sacarte de aquí. Hay que llevarte al campamento.

—No. —Haruto, como pudo, levantó una mano para tomar su brazo y detenerlo—. No hay… tiempo… Tienen que irse…

—¡No me voy a ir y dejarte así, estás herido, maldición! —Los ojos del joven comenzaron a empañarse—. Podemos salvarte. ¡Vas a salvarte! ¿Verdad? —Alzó la vista hasta toparse con Vladimir—. Eres doctor… Puedes salvarlo, ¡hazlo!

Por un eterno segundo Vladimir no fue capaz de mirar a Kenshi, no podía, sus ojos fijos en los de Haruto. No había hecho más que causar problemas en el campamento y aún así, Haruto se interpuso; le salvó la vida.

—¿Por qué lo hiciste? —Su voz sonando casi estrangulada.

—Porque…no podía dejar que murieras. Al llegar aquí… —Un gemido le interrumpió, su rostro arrugándose en una mueca de dolor— siempre supe que moriría en batalla… No me quejo. Es un honor…morir por una causa noble. Pero hasta hace poco mi único miedo… era hacerlo sabiendo que Kenshi quedaría solo… —Su cabeza volteó hacia el japonés. Le sonrió a pesar de las lágrimas que surcaban por su rostro—. Ahora sé…que si muero… te tendrá a ti…

—¡No, no, no! —Kenshi le tomó por los brazos, desesperado. Eso no podía estar pasando, era una pesadilla, una pesadilla de la que quería despertar ya—. ¡Tú no puedes morir, prometiste que irías a Japón a visitarme! ¡Lo prometiste! ¡No puedes romper tu promesa!

—Lo lamento…

—¡No, no te dejaré! —Kenshi se inclinó, aferrándose a su cuerpo, poco importándole si su ropa se empapaba con la sangre del castaño—. No puedes abandonarme de nuevo. Te necesito, por favor…, por favor…, Haruto… —Hubo unas palabras que murmuró en japonés, logrando que Haruto cerrara por un instante sus ojos.

—Siempre estaré contigo —susurró. Con los ojos entrecerrados, miró a Vladimir—. Te lo encargo… —Su voz fue desvaneciéndose, y el leve movimiento de su pecho se detuvo finalmente.

Vladimir se quedó quieto, observando como Haruto exhalaba su último aliento. La muerte no le era indiferente, en una profesión como la suya vidas iban y venían en sus manos pero a pesar de todo, la muerte del japonés le caló muy hondo como si fuera la primera vez que presenciara algo como eso. El sonido de la batalla volvió a tener sentido a su alrededor, recordándole que debían salir de ahí. Kenshi seguía aferrado a Haruto pero, por mucho que le doliera, debían irse.

—Kenshi. —Puso una mano sobre su hombro, suavemente intentando separarlo del cuerpo de Haruto—. Tenemos que irnos. Estamos en medio del fuego cruzado. Los demás se encargarán de Haruto.

El joven había comenzado a llorar amargamente al dejar de sentir el pulso de Haruto; se había ido, se había ido lejos a un lugar donde no podría alcanzarle. No quiso soltarle, él tenía que volver, él no podía dejarle, ¡le hizo una promesa!

—¡No! ¡No voy a dejarlo, lárgate! —Se apartó de aquella mano que quería alejarle de Haruto—. ¡Déjanos en paz!

—¡Tengo que ponerte a salvo! ¡Podríamos morir si nos quedamos aquí más tiempo! —Vlad comenzaba a desesperarse. Tenía que sacar a Kenshi de ahí y el maldito mocoso no se movía. Esta vez le tomó la muñeca con más firmeza intentando que se levantara.

—¡No me toques! —Se zafó del agarre en un tirón, gritando con todo el dolor, con todos los sentimientos que sentía en ese momento—. ¡Todo esto es culpa tuya! ¡Haruto seguiría vivo si no fuera por ti! Ojalá fuera él quien siguiera vivo y no tú.

El ruso se quedó estático, completamente fuera de sí, incapaz de reaccionar. Kenshi le odiaba, no, más que eso, lo quería muerto. Se lo había gritado, sus ojos destilando tristeza y furia...

Patético. Débil.

Otra vez la voz del dragón. ¡No, no, no, no! Había logrado acallarla pero ahora parecía que volvía con más intensidad.

—¡Vladimir!

Escuchó su nombre pero estaba seguro de que no era la voz del dragón... ¿Entonces?

—¡Vladimir! ¡Maldición, reacciona! —Los ojos del ruso parecieron enfocarse por un momento en la persona que tenía en frente, un muy maltratado Klaus, con sangre cayéndole por el rostro, camisa desgarrada y la suela del zapato manchada de sangre—. ¡Tenemos que irnos! Maxon logró llevarse a Kenshi, faltamos nosotros. —Pero Vlad negó con la cabeza, por primera vez en su vida viéndose inseguro, diminuto, al borde del colapso. Klaus temió que éste fuera un retroceso del poco progreso que habían tenido desde su intento de suicidio, incluso había escuchado el grito de Kenshi mientras se acercaba corriendo al par. Pero ahora no podía pensar en eso. Tenía que actuar, ahora.

De alguna manera Klaus logró llevarlos a ambos hasta el Kimera, Vladimir no tenía idea de cómo lo logró pero cuando sus pensamientos parecieron salir un poco del shock ya se estaban alejando del puerto a toda velocidad.

Yuki salió del interior del barco en cuanto sintió al mismo moverse, y al visualizar a Klaus, se le acercó tan pronto como pudo.

—¡Klaus! —Al llegar a él, jadeando al ver el estado en que estaba—. Oh, por todos los… ¿estás bien? ¿Estás herido? ¿Qué pasó? Jim y Shin tuvieron que llevarse a Kenshi dentro del barco…

—Estaré bien —dijo en una respuesta evasiva, no quería preocupar a Yuki más de lo necesario—. Vladimir es otro tema —suspiró desanimado al ver en la cáscara vacía que se había convertido el ruso.

Volteando su atención al mayor, no le fue difícil notar la oscura aura que le rodeaba. Sumando al estado de Kenshi cuando lo hicieron subir al barco y los constantes llamados hacia Haruto, resultaba obvio que algo malo había pasado en el puerto. Asintiendo, Yuki tomó el brazo de Klaus.

—¿Por qué no vas con él a nuestra recamara para que te cure? Le pediré a Jim que les prepare un té. ¿Sí? Por favor.

Estaba claro que Yuki le estaba insinuando que hablara con Vladimir pero además su expresión dejaba claro que no iba a aceptar un no por respuesta respecto a que le curaran. Siendo sincero, no había muchos motivos para negarse, ahora que todo terminó el dolor de sus músculos y cabeza le pasaba factura.

Dándole un beso se acercó a Vladimir, después de unas pocas palabras en voz baja ambos fueron bajo cubierta al camarote.

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Era de madrugada cuando por fin logró llegar a Monterrey. Sólo tenía al sereno de la noche como compañía. Angie vagó un rato por el pueblo, se sentía tan cansada y hambrienta, odiaba estar embarazada. Antes podía caminar largas distancias sin cansarse mucho y ahora apenas podía mantenerse en pie debido al peso extra de su estómago, sin mencionar las constantes ganas de comer y no hablemos del tipo de comida que le ha provocado los últimos días. Sus pasos le llevaron de vuelta a donde comenzó todo, el bar de Nueva Luna.

Adentrándose en el oscuro lugar se encontró con apenas unas cuantas personas. A esa hora de la noche sólo estaban los borrachos que apenas podían mantenerse erguidos y los servicios especiales, pasó por encima de los hombres que roncaban en el suelo y sin cruzar la mirada con Levoch subió directamente a la oficina de District.

Como decían los pueblerinos: Al mal tiempo darle prisa. Como siempre no se molestó en tocar la puerta, entró a la oficina encontrando a su "amo" sentado en uno de los sillones de la estancia, rodeado de folders amarillos y papeles por firmar. Iba sin la chaqueta blanca del traje, y la corbata igual de roja que sus ojos estaba agradablemente aflojada. Angie cerró la puerta tras de sí quedándose ahí parada.

—Mi niña —ronroneó el demonio, palmeando el puesto a su lado—. Siéntate a mi lado.

—Aquí estoy bien —dijo obstinada. A District no le agradó mucho eso.

—Querida, no es una sugerencia. Es una orden. —Angie se estremeció bajo esa mirada carmesí. A regañadientes fue a sentarse en el sofá aunque lo hizo lo más alejada posible del rubio platino. A District le causó gracia su intento de mantenerse alejada, y tomándola de la cintura obligó a la mujer a acercarse a su costado.

—Así está mejor. Ahora…—Dejó el folder que estaba viendo sobre la mesa de centro—. ¿Hiciste lo que te pedí?

Angie suspiró cansada. No había querido pensar en nada de eso durante el largo viaje desde la base rebelde pero ahora tenía que decirlo. Al mal tiempo darle prisa, se recordó.

—Lo hice —confirmó—. Me aseguré de que el grupo de extranjeros se fueran. Shin no volverá a saber de mí... Nunca.

—Bien hecho, bien hecho. Tan eficiente como siempre —felicitó el demonio, subiendo a la morena a su regazo—. Te mereces un premio. —Una sonrisa lasciva ensanchó sus labios. Angie se estremeció bajo esa sonrisa, nada bueno venía de esa sonrisa. Trató de separarse de él, el agarre del demonio en su cintura era firme impidiéndole moverse.

—¡No necesito tus estúpidos premios! —District acalló cualquier otra protesta besándola.

Cuando intentó meter su lengua en la boca de la felina sintió como ella le mordía hasta sacarle sangre. Alterada, agotada y con los nervios de punta entró en pánico, no quería ser tocada de esa manera. Arañó la cara del demonio, el ardor desde su mejilla izquierda pasando por el tabique de la nariz hasta la ceja derecha lo tomó por sorpresa. Angie aprovechó eso para alejarse del otro, y jadeando se quedó parada en medio de la estancia.

Cuatro profundos surcos cruzaban el rostro del demonio, él ni siquiera se inmutó cuando las heridas comenzaron a cerrarse dejando la piel impoluta como si nada hubiera pasado, sólo las gotas que resbalaban de su rostro y labios delataban el ultraje de la morena.

—Quería ser amable contigo pero ya veo que a ti te gusta rudo. —Atrapó las muñecas de la morena antes de que pudiera escapar; la tiró al suelo alfombrado encimándose sobre ella, y la besó a la fuerza. El pánico creció y Angie desesperadamente intentaba apartar al demonio, pateándolo y mordiendo sus labios pero con eso sólo echaba más leña al fuego encendiendo el deseo de la criatura.

Sentía la lengua de District invadiendo su boca, lo único que podía sentir era miedo y asco, unas lágrimas de impotencia mojaron sus mejillas. El demonio dejó en paz los labios rojos teñidos por la sangre, descendió por su cuello mordiendo y chupando. District se deleitó con el grito que profirió la felina cuando mordió particularmente fuerte su cuello, la sangre brotó y el demonio sonrió satisfecho relamiéndose los labios.

—Delicioso. —Angie a pesar de todo intentaba seguir luchando.

—Hoy te haré gozar, mi niña. —Angie quiso gritarle que la dejara en paz, que dejara de tocarla, que era asqueroso y lo odiaba no obstante, antes de que cualquiera de esas frases saliera de sus labios el demonio le cubrió la boca. Descubrió su cuello para clavar unos colmillos que antes no estaban ahí, los clavó sin misericordia en la tierna piel de su cuello. El grito que profirió fue amortiguado por la palma del demonio que aún cubría su boca, sentía su garganta arder como si hubiera tragado un carbón ardiente, quiso decirle al demonio que se detuviera, que no le hiciera nada más pero no encontró su voz. Horrorizada, miró al rubio pidiéndole una explicación.

—Aunque me fascine oírte gritar, tus negativas me resultan poco satisfactorias—Inmovilizando las muñecas de la felina a una de las patas de la mesilla de centro, comenzó a destrozar su ropa, descubriendo sus senos, hinchados por el embarazo y el abultado vientre—. Esto va a pasar, quieras o no —replicó cuando Angie intentó patearlo de nuevo—. Te recomiendo que trates de disfrutarlo lo más que puedas.

Pero Angie no podía disfrutarlo, no sabiendo que el dolor se sobrepondría a cualquier placer que District pudiera proporcionarle. El placer del demonio radiaba en que ella sufriera, le gustaba verla retorcerse de dolor y marcar su cuerpo por sus propias manos, varias marcas ya mancillaban su piel morena; moretones, rasguños y mordidas, los pezones estaban enrojecidos y su vientre dolía horrores. Cada embestida era una única agonía que se repetía una y otra vez, ya ni siquiera podía sentir las heridas el escozor de su vagina cuando el rubio entraba sin compasión en su interior, todo lo demás dolía tanto que su cerebro ya no registraba algo tan insignificante, tan sólo rogaba porque su amo tuviera un orgasmo pronto para que la dejara caer en la inconciencia.

No sabía cuánto tiempo llevaban así pero cuando por fin sintió el semen del oscuro ser llenarla, las heridas en su interior escocieron, se quedó muy quieta. No quería moverse para nada, quizás de esa manera desaparecería, le gustaba la idea de poder desaparecer al fin. District no salió de ese cálido interior hasta que su orgasmo se disipó por completo y contempló con morboso placer su obra maestra.

El demonio se inclinó para besar a Angie, la morena no trató de apartarse como antes, a estas alturas ya no importaba. District extrajo la sensación de fierro caliente de su garganta, así que la morena apenas pudo pronunciar un sofocado: Me duele, señalando su vientre.

Levantándose del suelo, District se acomodó la ropa y dejó a Angie tirada. Cuando se sentó en el sofá tronó sus dedos y en pocos minutos se escucharon los pasos apresurados por el pasillo. Levoch entró a la oficina del rubio, quedándose pasmado con el escenario que encontró.

—Levoch, me parece que nuestra nena necesita atención médica. —Tuvo e cinismo de sonreír—. Me sobrepasé un poco. —El bar-tender se tragó todas las palabras mal sonantes que quería gritarle en la cara a su patrón.

—Me encargaré de ella. —Tuvo que apretar la mandíbula para responderle. Se acercó a Angie para tomarla en brazos pero cuando la morena sintió que la volvían a tocar intentó revolverse, débiles "No más" escaparon de sus labios agrietados. Levoch, con el corazón partido, se inclinó para hablarle en susurros—. Tranquila, ma chérie, soy yo. —District le pasó su chaqueta blanca para que cubriera a Angie, con ella el francés tomó a la morena en brazos. Al momento en que estaba a punto de salir District le detuvo.

—Cuando se recupere de su estado catatónico dile que tiene libres dos días para recuperarse y que de ahora en adelante estará en los servicios especiales. —Levoch empalideció ante eso—. Ya sabes como esos pervertidos adoran a las embarazadas.

—¿Servicios especiales? Monseur, no puede estar hablando en serio…

—Levoch, no me hagas repetirlo —cortó el demonio con un gruñido amenazador—. De ahora en adelante ella trabajará en los servicios especiales. Puede tomarlo como su licencia por maternidad. —Hizo un gesto con la mano para que el bar-tender se largara.

El francés salió de la oficina lamentando no poder hacer más por Angie.


N.E.: Hay ciertas escenas aquí que, al escuchar la canción No Entiendo de Belinda, me conmueven.

¡Un capítulo nuevo! Su editora Rossy aquí presente está en los últimos días de semestre, así que tiene más tiempo para venir a traerles preciosos y angustiantes nuevos capítulos. Lectores, oficialmente estamos a solo 14 capítulos de finalizar esta primera entrega. Wuo, cómo pasa el tiempo. Necesitamos un empujón por su parte para seguir con esta update de capítulos.

Les invito a pasarse por las cuentas de las autoras disponibles en el perfil de Entre Tus Garras y disfrutar de las increíbles historias que cada una escribe para el disfrute suyo y nuestro. Sin más, muchas gracias a cada lector que deja su granito de arena y a los fantasmas también.

Felices lecturas.