Capítulo 32
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Kenshi no salió el resto del día desde que partieron del puerto. Yuki se mantuvo ayudando a Jim a curar los pocos heridos que hubo durante la huida, incluyendo a Shin. Luego de eso, Klaus se les unió informando que convenció a Vladimir de tomar algo que lo haría dormir por un rato. Yuki no le preguntó sobre lo que hablaron, considerándolo mejor que estuviera entre ellos. Para la cena, momento en que el ruso apareció, Jim le sirvió un buen plato de comida. En un acuerdo mutuo, Yuki, Shin o Jim evitarían tocar tema respecto a lo que sucedió en el puerto. A Yuki no le agradaba el aura que rodeaba a Vladimir, y estaba enteramente preocupado. Sin mencionar que Kenshi seguía encerrado en su camarote. Jim ya había intentado entrar para llevarle algo de comer pero el joven no respondía. Decidieron que no harían mención de él a Vladimir por ahora.
Klaus intentaba repartir su tiempo entre Vladimir y Yuki, su comportamiento era igual de paranoico que cuando dejaba a su pareja sola, nadie podía culparle por eso, no después de su primer intento de suicidio. El dragón del ruso a veces se manifestaba incordiándolo con pensamientos poco saludables que forzaban a cierto japonés de cabello negro, aparentemente al dragón le importaba muy poco si el acto con Kenshi era consensuado.
El capitán, por muy frívolo que pudiera resultar su comportamiento, no tenía ni un pelo de tonto y se daba cuenta de que algo ocurría, algo en el puerto fue el detonante de la actitud de los polizontes, notando la absoluta falta de contacto del ruso con su supuesto prometido, además de la completa y absoluta falta de interés de dicho prometido pensó que ésta sería una buena oportunidad para intentar algo puesto que desde que vio al ruso en el puerto de Japón le había echado el ojo.
Yuki se acercó a Jim, cuidando que Vladimir no pudiera oírle al preguntarle.
—¿Dónde dormirá Volsk? Queda claro que con Kenshi no será…
—Puede dormir con Shin, en mi cama. A mí no me molesta hacerlo con los demás marineros —le murmuró—. Y ya sabemos que Shin tampoco hará nada por incordiarlo.
—¿Has ido a revisar a Kenshi?
—Sigue encerrado. —Ambos dieron un vistazo a los pasillos que conducen a los camarotes—. La verdad me tiene un poco nervioso.
Yuki torció el gesto.
—Iré a ver si logro algo. Ayuda a Klaus con Vladimir…
El negro asintió. Pasó por la cocina buscando unas tazas de té antes de acercarse a los europeos.
—Tomen un poco de esto. La noche será fría.
—¿Qué caso tiene? —contestó el ruso sin siquiera levantar la mirada—. Por lo menos si mi temperatura baja a los 30° podré dejar de sentirlo—. Klaus gruñó ante la apatía del mayor.
—Deja de decir idioteces y tómate el té. Ya tienes la nariz azul. Ni siquiera estás abrigado apropiadamente —regañó el alemán, pegándose a su costado, intentando transmitirle calor.
Jim tomó la taza y luego las manos del ruso para que lo sostuviera.
—Beba un poco. Iré a buscarle algo más abrigado. —Jim colocó sus manos en las mejillas frías de Vladimir para transmitirle un poco de calor—. Piense que tiene personas que le necesitan. Aquí a su lado hay una. —Jim se irguió, diciéndole a Klaus en japonés donde estaba Yuki antes de ir por una frazada.
El alemán asintió, cuando Jim se fue apoyó su cabeza en el hombro del ruso en un gesto reconfortante. Vladimir no bebió el té pero disfrutó del calor en sus manos y el dulce aroma que le llegaba a la nariz.
—Intenta olvidarte de Kenshi. Él no vale la pena —desdeñó el menor pero la risa amarga del mayor atrajo su atención.
—¿Pensarías igual si fuera yo el que te dijera lo mismo de Yuki?
—Nyet...
—Porque él lo es todo para ti, al igual que Kenshi lo es para mí.
—No quiero que mueras.
Jim regresó a los minutos con Yuki, el castaño pareciendo un poco desanimado. Los dos se aproximaron, y mientras Yuki tomaba puesto al lado de Klaus, Jim le colocaba una manta a Vladimir en los hombros.
—He convencido a Silver de dejarme usar unas remolachas. Así que mañana le haré un rico borsch para el almuerzo. ¿Qué le parece? —le dijo a Vladimir.
—¿Qué es…bosh? —preguntó Yuki, curioso.
—Borsch —corrigió Klaus—. Es una sopa de remolacha hecha con carne y papas. Un plato típico de Rusia, muy popular en la época de frío.
—Que es casi todo el año —medio bromeó Vladimir—. Te agradezco la atención, en verdad extraño el Borsch. —Pasaron unos segundos en silencio, hasta que el ruso volvió a hablar—. Me odia, ¿verdad?
—¿El Borsch? —habló Jim—. Lo dudo. Es una sopa.
Yuki dejó salir una risita.
Vladimir miró realmente feo al negro. De todas las personas él era el que menos esperaba que le saliera con esa clase de bromas, y sinceramente su humor no estaba precisamente para soportarlas, no cuando sentía su corazón partirse lentamente haciendo que la idea de lanzarse al agua desde la baranda se viera realmente tentadora. Con un gruñido se alejó del grupo.
Klaus abrió los ojos grandes, sorprendido por el poco tacto de Jim. Después de la sorpresa inicial, frunció el ceño.
—Estamos intentando que no se suicide, ¿recuerdas?
—Vamos, llegó siendo un hombre estoico e inteligente. —Jim se sentó frente a ellos—. Viniendo desde muy lejos buscando una extraña planta que solo crecía en tierra asiática. Hay que recordarle esa persona que era. El plan que estamos tomando no da resultados. —Alzó la vista al cielo.
—Kenshi no contesta ni abre la puerta —murmuró Yuki—. Incluso le mencioné respecto a Vladimir y solo fue silencio. —El castaño suspiró—. Se me ha ocurrido… que es mejor que él vuelva a Rusia. Quedarse en Japón no le haría bien.
—Volver a Rusia... Se encerraría en su laboratorio, horas y horas de trabajo forzado ignorando la verdadera situación. —Soltó un largo suspiro—. Vladimir normalmente es muy fuerte, estoico como dices, pero Sasha, su mayordomo, dice que tiene tendencias depresivas. Yo nunca llegué a ver esas tendencias hasta ahora... Pero como están las cosas, supongo que lo mejor es regresar a Rusia.
—Podemos… —Yuki dudó un poco— ir con él… Sería lindo ir a Rusia.
—El invierno en Rusia es hermoso, calles de piedra cubiertas por una capa de blanco —interrumpió Vladimir. Aparentemente los estuvo escuchando hablar.
Yuki se sonrojó, sorprendido al verlo.
—Su-suena encantador. Sobre todo, imaginarme a nuestro hijo jugar con la nieve —añadió, volteándose a ver a Klaus.
—¿Hijo? —Jim bajó la mirada hacia la panza del castaño—. ¿Aún no saben qué será, verdad?
Yuki negó.
—No…
—Creo que es mejor así, que sea una sorpresa —dijo Klaus feliz con esa idea.
—En realidad cuando lleguemos a Rusia podríamos pasar por el laboratorio y... —Vladimir se calló la boca por la horrible mirada que le dio Klaus ante la mención de "Laboratorio"—. Sólo era una sugerencia.
—Estaría bien. —Yuki calmó a Klaus colocando una mano en su hombro—. Señor, ¿podría decirme cómo es su casa? —le dijo a Vladimir—. Imagino que es muy grande.
—Tengo dos casas, una en Arkhangelsk y otra en Moscú. La de Moscú la compré por mí mismo, la otra es herencia familiar. Pocas veces voy a esa casa.
—Me gusta más la de Arkhangelsk. Tiene un enorme jardín con un pequeño lago, la casa está totalmente rodeada de bosque y el pueblo está a unos pocos minutos, como la casa feudal en Japón —intervino Klaus, recordando su infancia en ese lugar.
—Eso suena lindo. —Yuki sonaba soñador—. Me gustan los jardines con lagos. ¿Su laboratorio está en la de Moscú o la que heredó? ¿Tiene familia en ellas?
—Ambos, nunca se sabe cuándo se puede necesitar de un laboratorio. Respecto a lo otro, no. Hace años que no vivo con mi familia pero tengo a Sasha. Es como un padre para mí.
Klaus no dijo nada respecto al tema, después de todo él no sabía nada de la familia de Vladimir. Nunca hablaba de ellos, nunca lo visitaban, lo más cercano que Klaus conocía como familia para Vladimir era ese viejo mayordomo que ayudó al ruso a criarlo a él.
Pasaron un rato charlando, especialmente Yuki haciéndole preguntas a Vladimir sobre la vida en Rusia. Jim notó que eso al menos le distraía al hombre de la situación que vivía. Luego, Yuki desvió el tema hacia el embarazo y el nacimiento del bebé, queriendo saber más del mismo. Ya faltaba poco, y las ansias de tener al bebé eran superiores a los temores que debería de tener por el proceso.
Horas después, el sueño comenzó a hacer mella en cada uno, Yuki siendo el primero en retirarse. Jim se dirigió al ruso.
—Vaya al camarote que comparto con Shin. Puede dormir en mi cama.
Vladimir se contuvo de hacer cualquier comentario, después de todo el negro le estaba cediendo a su cama, sólo que no podía evitarlo; se le iba a pegar el empalagoso olor a frutillas.
—Hay bastante espacio en mi camarote por si necesitas pasar la noche en algún otro lado—La voz del capitán intervino en la conversación mientras su silueta emergía de entre las sombras. Los europeos ni siquiera notaron su presencia acercándose, el hombre olía a mar camuflándose perfectamente con su entorno.
Jim miró al capitán de arriba abajo. No dijo nada, pero no era una idea que le agradase demasiado. Se giró para ver a Vladimir.
—No creo que sea lo más apropiado...
—Yo digo que es completamente apropiado puesto que no tienes donde pasar la noche —ignoró completamente el hecho de que Jim hace un momento le ofreció su cama.
—A Kenshi no le gustaría...
—A Kenshi no le interesa donde pases la noche mientras no sea en el mismo camarote que el suyo —dijo en tono cortante el marinero. Eso fue un golpe bajo que saboteó todo el razonamiento del ruso, recordándole su ánimo depresivo—. Puedo asegurarte que mi cama es mucho más reconfortante.
—Sobre todo si es el suyo y está usted allí, ¿no? —Jim cruzó sus brazos, poniéndose en pie. Su expresión era de reprobación.
—Por supuesto. —Dio un par de pasos acercándose a Vladimir. El ruso, al percibir el movimiento del marinero se tensó pero no retrocedió a su paso—. ¿Qué dices, ruso?
—...Hoy no.
Ah. Pero no era un no rotundo, eso hizo sonreír al capitán.
—Comprendo. Mi puerta estará abierta para ti. —Con un guiño de ojo, se alejó del grupo.
Jim observó al capitán marcharse con el ceño fruncido.
—Doctor, no voy a hacer referencia a nada que tenga que ver con Kenshi, sin embargo, no debería acercarse al capitán. Se está aprovechando de usted en una táctica sumamente baja. Son despreciables las personas que se aprovechan cuando los demás están vulnerables. —Jim no se cortó a la hora de decir lo que piensa—. Piénselo, y muy bien. Porque el lobo puede estar disfrazado de cordero.
—Sé perfectamente lo que está haciendo —gruñó el mayor aunque su tono no era amenazante para nada, sólo decaído—. Pero él me está ofreciendo la posibilidad de olvidar, y justo ahora es lo que quiero hacer.
—¿Cree que un clavo saca otro clavo? —Jim negó—. No siempre funciona. Especialmente el que tiene usted. Algo sucederá, no podemos llevar las cosas al extremo. —Entonces, suspiró y se frotó la cara con ambas manos—. Usted no parece ser de ese tipo de personas. Si lo va a hacer, al menos piénselo bien para que no se arrepienta después. Sé que las cosas cambiarán para bien. —Le dio un par de palmadas en el hombro—. Si tiene inconvenientes con la cama, dígamelo sin problemas. Se la dejaré libre. No es bueno que pase la noche en vela.
—Trataré de dormir —intentó asegurarle—. Al menos sé que tu olor empalagoso me noqueará un par de horas —intentó bromear evitando volver al tema de antes. En serio no quería pensar en nada.
—También sirve un sartenazo —bromeó igual—. Descanse —se despidió.
Se quedó un rato más ahí, sólo cuando el viento se volvió demasiado helado para poder soportarlo fue que se decidió a bajar al camarote de Jim. Shin ya estaba ahí dormido desde hace quien sabe cuánto tiempo, quitándose los zapatos se acostó dentro de la colcha más la manta que Jim le subió antes- Tal como predijo, el fuerte olor a frutilla hizo mella en sus sentidos, dejándolo inconsciente.
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—Ya están tardando mucho. —Emma le comentaba a Evolet, su cabello oscuro recogido en un moño simple.
Habían transcurrido dos horas desde que Haruto y los demás marcharon con los extranjeros, dos horas en las que en el campamento se sentía la tensión, la angustia. La situación sería rápida para no levantar sospecha, para que los hombres emprendieran su rutina de cada día como siempre sin que los militares lo notaran. Luego de dejar a los extranjeros, los grupos se dividirían tal y como fueron para dirigirse a sus trabajos. Maxon con Leo y Ben se encaminarían al centro de la ciudad, donde Leo trabajaba en una enfermería y Maxon con Ben en una ferretería. Leo conseguía las medicinas que abastecían el dispensario del campamento; Maxon y Ben hacían lo mismo respecto a cualquier herramienta que necesitaban. William y Marcus habían creado una carnicería y pescadería, eran los que podrían pasar desapercibidos pues usualmente iban al puerto a ver qué mercancía nueva era traída para ellos. Austin trabajaba para una venta de armas, él fue de vigía con el grupo, proporcionaba casi el 80 % de las armas. Patrick iba en el grupo de Haruto, ambos trabajaban en una hacienda de cosecha de verduras que era distribuida por la mayor parte del estado, Sam Laurens era el dueño y un opositor total a los militares, apoyando de forma secreta a los rebeldes.
Ninguno había llegado. Iban a mandar a Patrick de informante para relajar al campamento. Evolet estaba a punto de ir al puerto bajo la excusa de comprar pescado para la cena, acompañada de Mike.
—No podemos irnos, tenemos que esperar a que Patrick llegue. —Mike se cruzó de brazos.
—¿Cómo es posible que tarden tanto? —se quejó ella—. Haruto fue claro. El barco estaría próximo a alzar velas para irse cuando ellos deberían de abordar, así no daría oportunidad a los militares. —Su expresión empalideció—. ¿Y si los atraparon? ¿Y si los del barco les traicionaron y les tendieron una trampa?
Mike no dijo nada. Él no conocía a la tripulación del barco, no conocía al capitán. Tyrone y sus militares podrían haberles sobornado para que les ayudaran a atrapar a los extranjeros, el Mayor estaba delirante por poner sus manos en el chico bestia.
—No podemos poner en riesgo a los demás.
—Entonces ven conmigo. ¡Maldición, Mike, ellos podrían estar en peligro!
—¡Seré yo quien esté en peligro si algo te pasa! —exclamó él de regreso—. ¿Tienes idea de lo que me haría Maxon?
—Podríamos asomarnos tú y yo nada más. ¿No estás preocupado por ellos?
—Por supuesto que sí…
—¿Entonces?
—No puedo desobedecer órdenes de Haruto… y tú tampoco deberías.
Cansada de seguir insistiendo, Evolet se marchó a su carpa en busca de su peluca. Tomaría su disfraz y se iría al puerto, con o sin Mike. La angustia se asentaba cada vez más fuerte en su pecho, se volvería loca si no hacía algo de inmediato. Buscó también debajo de la colcha el arma que Maxon le dio, y se lo colocó en la cinturilla de su pantalón a su espalda, ocultándola con su camiseta. Esperaba no tener que usarla. Otra vez.
Completamente lista, cogió su bolsa y marchó hacia el bosque en dirección al sendero que guiaba al pueblo. Pasó por los guardias sin dirigirles palabra alguna, una férrea expresión en su rostro indicándoles que no iba a permitir que la detuvieran. No tenía familia excepto Maxon y Haruto, ambos rescatándola de ser la mascota de los militares cuando tenía diecisiete. Ahora nueve años después, había recuperado su fuerza, su confianza, encontró a alguien que la consideraba un humano valioso, un igual. Maxon podría ser tosco, algunas veces intransigente, pero era compasivo y la amaba.
El crac de una rama partiéndose la atrajo de nuevo al presente. Rápidamente ocultándose tras un árbol, buscó su arma y con todo el silencio que pudo la preparó, esperando. Cerró los ojos un instante, tratando de captar cualquier ligero sonido. Al hacerlo, al percibirlo más cerca, salió de su escondite y enfrentó al desconocido, su alma en alto preparada para dispararle a…
—¿Max…? Maxon… —Su arma titubeó un momento, observando el aspecto de su pareja.
Sangre. Había sangre en su camisa, en la manga de su brazo derecho y manos. Miró tras él, la mayoría regresó menos Patrick…, Marcus y…
Ben y Austin cargaban un cuerpo entre ellos, Evolet caminando para ver de quién se trataba cuando…
—¡Oh, Dios mío, no! —chilló, siendo detenida por Maxon, su boca cubierta por su mano para acallar su llanto, los ojos empañados al reconocer el pálido, cadavérico, cuerpo de Haruto. Su pecho no se movía, su cuerpo comenzaba a quedar rígido por la muerte, pero ella solo podía llorar, tratando de zafar los brazos de Maxon de ella.
—Ssht. —Maxon la arrastró devuelta al campamento, al igual que los otros dos hicieron lo mismo con el cuerpo de Haruto, Leo y William llevaban por igual el cuerpo inerte de Marcus más atrás. No pudieron hacer lo mismo con el de Patrick.
Para Evolet, lo siguiente fue un borrón de acontecimientos que apenas su cerebro pudo registrar. Todos los hombres presentes se acercaron, unas pocas mujeres, los ancianos, el resto protegían a los niños de lo que ocurría. Por ahora. En amplias mantas fueron colocados los dos cuerpos de los caídos, llorados con agonía, con el doloroso pensamiento de sus esperanzas cada vez más lejanas. Haruto era su líder, su guía, su aliento y su fe, el hombre que levantó el campamento desde sus inicios, que unió a todos y cada uno con su determinación y sentido de justicia.
Su principal revolucionario.
Los cuerpos fueron enterrados en lo profundo del bosque al atardecer. Muchos tardaron en irse, solo los más allegados permaneciendo incluso hasta que la luna salió, apenas iluminando el claro a través de las ramas de los árboles.
—Fue una emboscada —comentó Maxon, con voz ronca, a Evolet, Mike, Adam y Sam Laurens, quien se apareció por la tarde luego de ser notificado. Ben, Leo, Austin y Williams permanecían en silencio—. El lugar estalló en militares, muchos vestidos como civil… El chico bestia se desapareció, Volsk pensaba ir a buscarlo cuando una bala iba en trayectoria directa a él… Haruto se interpuso.
Evolet cerró los ojos, respirando hondo un instante, y luego separó los párpados para volver a fijar su mirada en las tumbas. Habían improvisado las lápidas con un pedazo de madera y pintura.
Marcus Reed. Agosto, 1889 – Febrero, 1917.
Haruto Uchida. Noviembre, 1892 – Febrero, 1917.
—Imbécil —masculló ella en voz baja.
—Siempre lo ha sido. —Maxon apoyó una mano en el hombro de su pareja.
—Desde joven, Haruto nunca se ha detenido a pensar en lo que le ocurriría con tal de salvar a una persona. —La rasposa voz de Sam Laurens se hizo oír. Su cabello blanco estaba sujeta en una cola baja, un poco encorvado y sostenía una pipa en su mano apoyada en su bastón—. Ese siempre ha sido su defecto más terrible.
Evolet cerró la mano en puño, una intensa ira creciendo en su interior.
—Debió dejar que le disparasen. ¡No debió arriesgarse! ¡No debió arriesgarse! —Se dejó caer, sus puños golpeando la tierra, nuevas lágrimas deslizándose por sus mejillas—. ¡¿Me oyes?! ¡Eres un pedazo de mierda! ¡Nosotros te necesitamos! ¡Se supone que íbamos a ganar esta guerra, todos juntos! ¿Acaso no pensaste en nosotros cuando te lanzaste a salvar a ese desgraciado?
—Evolet… —Maxon se inclinó para sostenerla.
—¡No, me va a escuchar! —Removió su cuerpo para alejar las manos del mayor—. Él se esforzó en formar este campamento, en liberarnos a todos, ¡todos fuimos prisioneros de los militares por no estar de acuerdo con sus ideas! La mayoría de nosotros ni siquiera puede ir libremente a comprar un maldito pan porque nos reconocerían. ¡Haruto prometió que nos liberaría de eso, pero está muerto ahora!
—¡Hizo lo que tenía que hacer, maldita seas, mujer! —estalló Ben, dejando caer su cigarro y lo aplastó con su pie—. Eres una jodida hipócrita. ¡Haruto recibió un disparo por ti que casi lo mató entonces para salvar tu maldito trasero hace nueve años! ¡Casi moría asfixiado al salvar a Anna y su bebé de aquel incendio que estuvo a punto de rostizarlos vivos! Nos ha salvado a todos incontables veces… —Avanzó un paso, la cogió por el brazo y la levantó bruscamente—. Él no es Dios, demonios. Todos aquí lo escuchamos esa vez: él mismo sabía que llegaría un momento en que no sobreviviría.
—Ya es suficiente. —Maxon lo separó, cortante, aunque Ben la había soltado unos momentos antes.
—Ese hombre no era uno de nosotros —sentenció ella, incapaz de callarse—. ¡No tenía por qué salvarlo!
—Puede ser. Pero no lo hizo por ser él…
—Lo hizo por el chico feudal —completó Maxon las palabras de Ben.
Una brisa azotó el lugar, enfriando las febriles pieles, removiendo las ramas y las hojas del suelo. El temblor en el cuerpo de Evolet era tenue, pero no dijo nada. No podía.
Ella lo sabía. Había estado ahí la primera vez que le dijeron a Haruto que se trataba de Kenshi Ottori el japonés que había desembarcado el navío que llegó al puerto. Durante esos nueves años, nunca vio a Haruto perder la compostura. Nunca lo vio desplazando los planes que tenían a un segundo lugar, tan rápidamente, para rescatar a alguien. Nunca lo había visto mortalmente angustiado. ¿Y cuando Kenshi fue apresado? La noticia le tomó tan fuera de sí que había volcado los planos lejos de la mesa de estrategia.
Por primera vez tuvo ante sí a un Haruto que transparentaba todos, y cada uno de sus emociones.
El llanto amargo, silencioso, de Evolet fue amortiguado por el pecho de Maxon cuando éste la atrajo hacia sí, sus brazos apretándola contra su cuerpo.
—Tú más que nadie… —susurró— sabe lo importante que era ese chico para Haruto, y todo lo que le representa. Incluso más de lo que somos nosotros. —Levantó la mirada de la cabeza de ella, para fijarla en la lápida de madera con el nombre de Haruto—. No vamos a dejar que su sacrificio fuera en vano. —Miró a los demás—. Ni todo lo que ha hecho…
Sam Laurens asintió.
—Nunca nos lo perdonaría.
Un poco reticente, Ben asintió. Luego Leo, Williams, Mike y Austin.
—Seguiremos luchando. Seguiremos dando batalla. Por la memoria de él y de todos nuestros amigos caídos —continuó Maxon.
—Así sea —exclamó Williams, levantando el puño. Los otros hombres lo imitaron.
Evolet dio una última mirada a la tumba, y murmuró.
—Así sea.
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Durante los primeros días de trayecto los ánimos en el Kimera se vieron un poco tensos, Kenshi se negaba a salir del camarote y Klaus intentaba no dejar a Vladimir mucho tiempo solo. Claro que a veces era inevitable porque tenía que ponerle mucha atención a Yuki, sobre todo ahora que su embarazo estaba tan avanzado, eran esos momentos en que el ruso se quedaba solo que el capitán Baron aprovechaba para estar con el ruso, no volvió a hacerle ninguna proposición directa, intentaba llamar su atención con charlas agradables, a veces le preguntaba sobre algunas cosas científicas y Vladimir se perdía explicándole al marinero la teoría de la relatividad de Einstein o de la teoría evolutiva de Darwin, y Baron lo escuchaba pacientemente. Otras veces el capitán se perdía contándole al ruso algunas de sus aventuras en el mar, a veces lograba sacarle alguna sonrisa al ruso.
Fue al cuarto día en que Kenshi por fin decidió salir de su encierro. Jim se lo topó cuando iba a la cocina, y allí lo retuvo un rato mientras le servía un poco de comida. El chico se veía pálido, también delgado.
Fuera, Yuki conversaba con Shin y Klaus respecto a la idea de ir a Rusia para acompañar a Vladimir. Al castaño no le importaba mucho la idea, desde que marcharon del puerto pocas veces se le veía, al parecer bajaba a ayudar a los demás en la sala de máquinas.
—¿Creen que intentará matarse si le dejan solo en Rusia? —ironizó.
—Pues, Klaus dijo que es probable que se encierre en su laboratorio…
Shin bufó.
—Ahora entiendo porque se fijó en Kenshi. Son tal para cual.
—Es una relación autodestructiva en potencia. Hay que hacer que Vladimir se olvide de Kenshi. Con suerte pensará en algún nuevo proyecto y eso lo mantendrá con la mente ocupada —decía Klaus tomando un caldo caliente de pescado que el cocinero Silver le dio cuando pasó por la cocina para llevarle su antojo a Yuki.
—El capitán es ese proyecto que se le autoimpuso. —Shin se estiró, apoyándose luego en un barril cercano.
—A Jim no le agrada eso, según me dijo.
—Es un tarado que cree que el enano cambiará. —Shin bufó.
Yuki parecía dubitativo.
—¿Qué creen que pase cuando lleguemos a Japón? Él… Ellos…estaban comprometidos.
—Espero que Vladimir rompa el contrato, vuelva a Rusia y Kenshi vuelva a su aburrida y solitaria vida de Señor Feudal con una esposa que va a odiar el resto de su vida —desdeñó el alemán, sacándose un espina de pescado de la boca.
—Eso…suena tan horrible… —Yuki sintió sus ojos aguarse, imaginándose esa vida.
—Bien hecho, Klaus. Luego dices que soy yo. —Shin le mostró la lengua.
Dejando de lado el creciente resentimiento que sentía por Kenshi, Klaus se enfocó en consolar a Yuki intentando decirle que realmente no quería decir eso. Era mentira pero sólo le interesaba hacer que Yuki no llorara.
El castaño logró calmarse cuando vio a Kenshi aparecer junto a Jim, quien prácticamente le arrastraba. Para el negro, el chico había recuperado algo de color gracias a la comida que ingirió. Algo.
—Vaya, al fin sales de ese encierro —le burló Shin. Kenshi no respondió, viéndose taciturno.
Limpiándose las mejillas, Yuki caminó un paso.
—¿Có-cómo se encuentra?
—Bien. —Miró a otro lado.
Klaus gruñó levemente, sus ojos anormalmente amarillos clavados en la figura de Kenshi. Después de bufar, desvió la mirada y cruzó brazos y piernas en una actitud hermética.
Hubo un ligero tenso silencio. A Kenshi le parecía demasiado interesante el suelo de la cubierta, Shin y Jim se veían algo incómodos y Yuki le fulminó un poco la mirada a Klaus, carraspeando.
—Em… Hace un bonito clima, ¿verdad? —comentó Yuki.
Jim se inclinó para susurrarle a Shin.
—¿Dónde está?
—Creo que dentro. Anda con el capitán desde temprano —le respondió en la misma forma.
Como si los hubieran invocado, Baron y Vladimir salían a la cubierta en ese momento, el capitán al parecer contaba una apasionante historia que contenía muchas expresiones gestuales. Vladimir tenía una leve sonrisa en su cara aunque la alegría no llegaba a sus ojos. Baron vio a la distancia al grupo saludándolos, cuando Vladimir volteó se topó con la menuda figura de Kenshi. En ese momento perdió toda su expresión de alegría.
Kenshi no alzó la mirada, viéndose perdido en sus pensamientos. Los demás notaron a los otros dos, Jim y Shin girándose hacia ellos.
—Oh, ahí están... —habló el negro.
Shin miró de la pareja a Kenshi, lo pensó un momento y habló.
—Eh, Kenshi, Klaus, Yuki y yo iremos con Vladimir a Rusia cuando regresemos a Japón. No te importa, ¿verdad? —Shin le dio un codazo a Klaus, pero Kenshi no reaccionó para nada.
Ceñudo, Yuki se acercó y le dio un coscorrón a Shin.
—¡Déjalo en paz! —le masculló en voz baja.
—Ni muerto —murmuró Klaus. Por suerte Yuki estaba más ocupado regañando a su hermano.
Baron notó la mirada anhelante del ruso, y frunció el ceño, celoso. Pasó la mano por la cintura del ruso e inclinándose le susurró algo que le hizo sonrojar, Vladimir no era un hombre que se avergonzara fácilmente pero el capitán lo agarró desprevenido. Encantado con esa nueva expresión, el capitán arrastró al ruso hacia la cabina de navegación donde estaba su oficina privada. Jim había estado viendo las acciones del capitán, y viendo que se lo estaban llevando, decidió actuar. Tomó la mano de Kenshi, llevándoselo arrastrado también. El chico se dejaba llevar sin quejarse u oponer resistencia.
—¡Doctor! —llamó antes de que desaparecieran completamente en el interior del barco—. Doctor. Necesito un favor suyo. ¿Podría hacerle un chequeo a Kenshi? Lo veo algo mal. Y ya que es el único doctor en el barco.
Vladimir se quedó sin habla un momento, la verdad es que justo ahora era lo suficiente cobarde como para denegar la petición con tal de no enfrentarse a la mirada de odio de Kenshi, suficiente fue haberla visto en el puerto, pero por otro lado estaba su ética como médico... Maldito juramento hipocrático.
Con un suspiro derrotado, se disculpó con el capitán. El hombre de poblada barba negra miró mal a Jim porque sabía que esa sólo era una excusa para evitar su tiempo a solas con el europeo.
—Mi camarote sigue abierto para ti.
Vladimir asintió débilmente, comenzando a caminar con Jim y Kenshi al camarote donde los marineros habían guardado la mayoría de las cosas de Vladimir. De hecho, cuando el ruso necesitaba alguna ropa era Jim el que se la buscaba.
Jim no soltó la mano de Kenshi, aunque agradecía que el chico no pusiera resistencia. Por otra parte, tenía un sentimiento de triunfo al ver la mirada que le envió el capitán. No iba a darle el gusto al marinero si él podía evitarlo. Entraron al cuarto, Jim haciendo que Kenshi se sentara en la cama. Llevando su inseparable maletín de cuero marrón, Vladimir se sentó frente a Kenshi en un taburete, respiró hondo antes de adaptar un aire profesional. Con un estetoscopio escuchó el latir de su corazón, su respiración y el funcionamiento de su estómago.
Tenía ojeras marcadas al igual que él, y parecía haber perdido un par de kilos.
—¿Tienes mareos o dolor de cabeza?
Jim se mantuvo cerca de la puerta, viendo la interacción de ambos. El menor, por otro lado, fue levantado la cabeza lentamente hasta fijar su mirada en Vladimir. Pero fue una perdida, como si no lo reconociera. Se frotó los ojos y negó.
—Yo… La cabeza. Sí, dolor de cabeza —asintió, apartando la vista.
—¿Comiste adecuadamente? —Tomó su muñeca comenzando a medirle el pulso.
—No. —Esta vez, fue Jim quien habló. Carraspeó para continuar—. Se ha mantenido encerrado estos días y no fue hasta hoy que salió y lo llevé a la cocina para que comiera algo…
—¿Podrías traerle algo dulce? Quizás algo con chocolate. Las endorfinas le ayudarán y el azúcar podría aumentar su peso. No queremos que le de anemia. —Dejó de contar encontrando el pulso normal al igual que su temperatura—. Aparte de su depresión, no tiene nada malo.
—Voy enseguida. —Jim salió antes de que pudieran detenerlo, dejando a Kenshi y Vladimir solos.
El silencio entre ellos era denso e incómodo, al menos Vladimir así lo sentía.
—Kenshi... ¿Realmente me culpas por la muerte de Haruto?
Hubo silencio por unos segundos más.
—No. En ese momento no me di cuenta… lo que él quería decir en realidad. —Miraba la punta de sus zapatos en los últimos minutos—. Cuando Haruto se disculpó no se refería al hecho de que rompía su promesa, sino… que nunca la hizo. —Tomó aire en el momento que su voz iba a romperse—. Él nunca tenía planes de volver a Japón, por ningún motivo, ni siquiera yo. Porque sabía que yo estaría lo suficientemente enamorado de ti como para no importarme si él iría o no; a él no le preocupaba morir antes, en ese momento o después porque… ya en ese instante sentía que su vida estaba hecha. —Calló por un instante—. Estaba tan concentrado en mí y el tenerlo cerca que no lo noté… —Abrió sus manos, mirándose las palmas. Veía la sangre de Haruto en ella como si no se las hubiera lavado. Las volvió a cerrar—. Por eso yo…solo quiero decir que siento muchísimo lo que dije en el puerto… Hablé sin pensar.
—¿Por qué no me dijiste nada de esto antes? Sabías cuánto estuve sufriendo y aun así callaste, todos estos días, cada uno de ellos torturándome con tu silencio. —Muy en el fondo comenzaba a surgir un pequeño resentimiento que no sabía que estaba ahí. Podía comprender que en el calor de la batalla se dijeran cosas que realmente no se sentían o el dolor fuera tanto que Kenshi no pudo exteriorizar adecuadamente sus sentimientos, pero, ¡maldita sea! ¡Habían pasado cuatro días!—. ¿Me odias? —La pregunta sonó casi con miedo, como si no se hubiera detenido a pensar antes de hablar. Realmente no quería saber la respuesta.
—No —dijo al rato—. Creía que lo hacía… Por ti fui a ese lugar, por ti estoy aquí… pero… —Su vista comenzó a nublarse, debido a las nuevas lágrimas que se arremolinaban en sus ojos— si no hubiera sido así, jamás hubiera sabido la verdad; que seguía vivo, que pudo seguir su vida y hacer algo por los demás como no pudo hacerlo en Japón… Si no hubiera ido…, no le habría visto en sus últimos momentos…
»Nos ama, saltó a una conclusión precipitada el dragón pero Vladimir tenía un punto de vista más pesimista. »Solo ha dicho que no me odia.
—Fui afortunado de conocer a un hombre como Haruto.
Kenshi sonrió, aunque fue una mueca triste.
—Los que estuvieron cerca de él lo fueron. —Kenshi se dejó caer en la cama, sin importarle dejarse los zapatos, acomodándose hasta darle la espalda.
Alguna vez escuchó un dicho bastante popular entre los enamorados, hombres y mujeres fieles creyentes del amor: "Mejor haber amado y perdido que nunca haber amado", si descubría al idiota que dijo eso por primera vez iba a partirle la cara y hacer experimentos dolorosos con él. Claramente no sabía lo que decía.
—Mi receta para ti es que intentes dormir y comer. Si sigues así tendré que conectarte a un suero.
—Bien —repitió la palabra en inglés al decirla por instinto en japonés—. Llegando a Japón… hablaré con el Emperador para cancelar el compromiso. El anillo lo dejé allá. Temía perderlo.
Esas palabras fueron un golpe directo a su estómago, era la única explicación a que de pronto sintiera mareos. No, peor que eso, era una puñalada directa al corazón. Fue un alivio que Kenshi no le estuviera viendo cómo se derrumbaba lentamente. Vladimir dejó el anillo e incluso el maletín, tenía que salir de ahí. En la puerta se encontró con Jim pero no le dio la oportunidad de hablar, en cambio pasó a su lado dando un portazo. Caminó presuroso por el pasillo con la mirada gacha, tenía que alejarse lo antes posible de ahí.
Nadie pudo encontrar a Vladimir después de salir como tromba del camarote de Kenshi, ya el rumor de que Kenshi rompió el compromiso corría como pólvora por todo el barco. Klaus por un momento se sintió feliz pero cuando Vladimir no apareció en la hora siguiente comenzó a preocuparse, preguntaba a todos en el barco si lo habían visto pero nada, incluso algunos marineros lo ayudaron a buscar.
Sólo había un lugar en el que nadie había buscado. Sacando las alas Klaus sobrevoló el barco, sentado en la parte más alta, un lugar poco visible y al que sólo se podría llegar con ayuda de un andamio estaba Vladimir, sentado y con las piernas encogidas en el borde, sus ojos azules perdidos en el horizonte. Klaus abrió la boca para decir algo pero Vladimir le silenció en seguida.
—No digas nada. —Klaus cerró la boca pero al rato volvió a abrirla—. No me voy a lanzar de aquí, tampoco voy a bajar, y por lo que más quieras, déjame solo.
El alemán asintió, dándole unas palmadas en la espalda aleteó para bajar de la superestructura del barco. Entendía que el ruso necesitaba tiempo, pero si al atardecer no bajaba iba a ir por él.
Después del rompimiento del compromiso, las cosas cambiaron, ahora era Vladimir el que evitaba a Kenshi. Baron aprovechándose de eso eclipsaba toda la atención del ruso, quien se dejaba arrastrar sin mucha protesta. Unos días después Vladimir cambió sus cosas al camarote del capitán.
Tampoco es como si Kenshi pasara tiempo fuera. La mayor parte del tiempo permanecía dentro de su camarote acostado o junto a la ventanilla sentado en un banco. Conservaba el anillo. Aquel que podía significar una salida al mismo estilo de vida que llevó su padre. Pero no. No era lo correcto. Ni iría a funcionar. Haruto estaba equivocado, Jim estaba equivocado, hasta el enclenque de Yuki, y los gemelos.
Ellos y el futuro hijo que le daría Aiko sería su única libertad. Su madre decía que la familia lo era todo, y la única familia que tenía eran Kaoru y Kuma. Wen se iría y haría su vida lejos.
Su cabeza giró lentamente a un lado. No había movido el anillo de su lugar, seguía allí; Todo fue un error. Sabía que lo fue desde el principio. Si tan solo no le hubiera propuesto aquel trato, quizás nada habría sucedido y su vida seguiría siendo tranquila. Pero tenía que abrir la boca, tenía que abrirle las puertas de su cuarto y vida, dejarle tocarle y besarle y arruinarlo todo.
Solo quedarían los recuerdos; Era lo mejor.
—Todo por un bien mayor —se dijo, volviendo la vista a la ventanilla.
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Klaus al igual que Jim se sentía receloso de la inevitable proximidad del capitán con Vladimir. Ahora el hombre de espesa barba trataba de pasar todo su tiempo cerca del ruso, las insinuaciones de Baron se hacían más evidentes, podías verlos caminando juntos o el marinero rodeando la cintura o los hombros del ruso, a veces alguna caricia descarada en ese lugar donde la espalda perdía su santo nombre. Por lo general cuando eso sucedía el ruso se crispaba y se alejaba del hombre, Baron se lo tomaba a broma y continuaba como si no hubiera ocurrido nada aunque no volvía a tocar al ruso, al menos por ese día.
Claro que esa rutina no podía durar para siempre, ya era la segunda semana de viaje a bordo del Kimera. Los tripulantes cansados del ambiente tenso que cierta pareja había causado optaron por hacer una noche de agasaje en que el ron y la música abundaba. Incluso los polizontes fueron obligados a relajarse. Shin fue el primero en hacerlo, a lo que luego Jim se unió cuando algunos marineros le ofrecieron una invitación que no pudo negar. Yuki aceptó pasar un rato con ellos aunque negaba todo licor y optaba beber un jugo de frutas que Jim le preparó. A Kenshi nadie pudo sacarlo de su camarote, más que todo porque volvió a asegurar la puerta.
Yuki debía admitirlo, los marineros sabían divertirse. Para pasado un rato, se encontraba divertido por la inusual forma en que ellos se entretenían. Entonces, giró su atención a Klaus.
—¿No te diviertes? —preguntó al ver su rostro.
—Es difícil relajarme cuando tengo semejante espectáculo en frente. —Señaló sutilmente al capitán una vez más invadiendo el espacio personal de Vladimir, el ruso parecía tenso pero tampoco hacía nada por apartar al marinero—. Es bueno saber que Kenshi ya no podrá hacerle daño pero por otro lado ésta no me parece la mejor de las opciones.
—Mmh. —Yuki dudó—. Tampoco creo que parezca una buena idea. Vladimir no se ve tan cómodo como debería. Es como si intentara forzarse a algo que en realidad no quiere ¿pero qué podemos hacer? Es su decisión. —Yuki descansó una mano en el brazo del alemán—. Solo podemos estar ahí para él y apoyarlo. —Entonces, sonrió—. Me alegra mucho…ver cómo se llevan ahora después del inicio que tuvieron. Es algo…muy tierno. Realmente parece que estuvieras cuidando de tu padre.
Klaus gruñó sólo por costumbre.
—Claro que no. Si se me acerca con una aguja, voy a golpearle... —suspiró—. Además, él es lo más cercano que tengo a una familia.
Yuki dejó salir una risita.
—Es parte de la familia. Será el abuelo de nuestro bebé. Estoy seguro de que lo consentirá mucho. —Descansó la cabeza en el hombro de Klaus—. Sí, creo que será un gran abuelo.
—Podría serlo —concedió después de un rato—. Pero igual lo voy a vigilar.
—Que duro eres —dijo con tono de broma. Luego cubrió los ojos de Klaus cuando Jim y Silver aparecieron a unos pasos y comenzaron a bailar de tal forma que más parecía que se frotaban el uno con el otro—. Los niños no pueden ver eso —jugueteó, si bien él también miró a otro lado.
—¡Ya tengo 18! —protestó divertido. Aún con la mano de Yuki en sus ojos, se inclinó hasta besar el cuello del mayor—. Éste niño puede hacerte cosas mucho más indecentes de las que podría estar haciendo Jim ahora.
—En Japón sigues siendo menor de edad —replicó con una sonrisa—. ¿Sabías que los bebés pueden oír aun cuando están en el vientre materno? ¿Qué diría si escuchase eso de su padre?
—Mmh, probablemente algo como "agugú-gaga". —Se rio con ganas cuando Yuki intentó pegarle pero logró apaciguarle besándolo.
Al otro lado de la cubierta alguien más estaba haciendo progresos. Después de una hora de sutiles acercamientos, Boran logró mantener su mano en la cintura del ruso sin que éste se crispara y desde hace rato no dejaba de hablar contra su oído, la espesa barba haciendo cosquillas en el cuello del europeo.
—Vaya, vaya. Que encantador. —Cierta voz sonó a un costado de la pareja, la delgada figura de Kenshi emergiendo desde las sombras. Su expresión era indiferente, aunque había un brillo distinto en sus ojos—. Primero, no me dejan descansar con este ruido infernal que hacen y segundo, tengo que ver como usted, capitán, manosea a mi prometido. Como se nota que los lobos de mar no tienen decencia.
El marino se irguió en su metro noventa de estatura, y descarado acercó el cuerpo de Vladimir al suyo.
—Ja, creo que tengo algo de sal en mis oídos. —Teatralmente se metió el dedo a la oreja para limpiárselo—. ¿Oí bien? ¿Prometido? Según recuerdo, tú rompiste el compromiso, no hay tal cosa como "tu prometido".
—Mmh. —Kenshi se cruzó de brazos—. Tampoco tienen inteligencia, me parece. ¿Sabes cómo se lleva a cabo un compromiso? Mediante un documento. Y dicho documento lo redactó el emperador de Japón. No haré mención de todas las cláusulas que posee porque dudo que tu paupérrimo cerebro lo entienda. Por lo tanto, de forma legal aún seguimos comprometidos, sin importar lo que diga. —Se alzó de hombros—. Técnicamente, mi palabra no tiene gran validez. Así que aparta tu nauseabunda existencia de él.
Baron rodó los ojos.
—A volar, enano. El ruso no quiere nada contigo. —Para reafirmar sus palabras el mayor se inclinó a Vladimir, el ruso que estuvo prácticamente mudo durante todo el debate, no tenía idea de cómo reaccionar a una situación así, era confuso y alarmante y... ¡lo estaban besando!
Ante la confusión del momento, el dragón reaccionó por instinto golpeando al capitán en la quijada, un golpe lo suficiente fuerte para alejarlo de su espacio personal y que además hizo caer al marinero. En ese momento la música se detuvo al igual que la algarabía, toda la atención puesta en lo que estaba ocurriendo.
Kenshi por un momento también quedó estático, un sentimiento agrio creciendo dentro de él y deteniéndose bruscamente con aquel golpe. No sabía qué fue eso, ni por qué, solo ver al capitán en el suelo era suficiente respuesta por ahora. Carraspeó.
—Perdón, ¿qué decías? —le preguntó al capitán—. Me parece que contigo tampoco. —Sonrió. Realmente, comenzaba a disfrutar eso—. Ten una linda noche. —Miró una última vez a Vladimir antes de girarse. Otro golpe de suerte: la música infernal también había cesado.
El dragón bufó satisfecho, ya había soportado bastante manoseo y se sentía bien ese golpe. Cuando Vladimir logró tener movilidad de su cuerpo, nuevamente se acercó a Baron preocupado, sintió el crujir de un hueso o dos con ese golpe.
—¡Lo siento! Yo... Fue instintivo, me atrapaste por sorpresa y yo no...
Kenshi se rio mientras se alejaba luego de oírlo. Entonces fue el dragón.
—Gracias, dragón. —Fue lo único que dijo para desaparecer dentro del barco. Para ser un escamoso malhumorado daba un buen gancho. Casi le daba lástima el capitán. Casi.
Jim también se acercó al par para ayudar al capitán, aunque por dentro tenía unas malévolas ganas de sonreír.
—¿Se encuentra bien, capitán?
Smith apartó a Jim para poder ayudar a su superior, al marino comenzaba a inflamársele la mejilla, aun así intentó mantener la compostura para no alarmar al resto.
—Yo estoy bien, ¡sigan divirtiéndose! —exclamó el pelinegro con un intento de sonrisa.
—¡Un aplauso al ruso por tremendo gancho derecho! —celebró Silver a modo de broma y los demás le siguieron, gracias a eso el incidente no se tornó más serio. Smith se llevó a Baron a su camarote, no dejó que Vladimir se le acercara a pesar de que el ruso quería disculparse apropiadamente revisándole la herida como médico que era.
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¿Por qué había hecho eso? ¡Idiota!
Dejándose caer en la cama, Kenshi se frotó el rostro en un intento de sacarse la imagen del maldito capitán besando a Vladimir. No se iba. Nunca se iba, y le hacía arder la sangre. Se supone que todo había terminado, que no debería importarle, que lo dejaría libre para que hiciera lo que le viniera en gana. Pero cuando subió para ver qué demonios era ese horrendo escándalo, cuando vio lo tan cerca que estaba Volsk con el capitán, sus pies parecían tener vida propia, llevándolo directamente hacia ellos y soltó lo primero que se le fue al cerebro. Estaba…
Estaba celoso.
No tenía derecho a estarlo. Fue muy claro con Vladimir. Solo no pudo reprimir esa emoción, ni la regocijante cuando Volsk…, no, el dragón golpeó a Baron. Toda su cabeza daba vueltas. Algunas veces, escapaba de la realidad y creía que estaba viviendo un sueño, que despertaría en el campamento, con Haruto dando órdenes, regañándolo por no solucionar sus problemas con Vladimir. Quería despertar en esa ilusión, quería hacerlo con desespero. Ese primer día navegando, durante la madrugada, con casi toda la tripulación durmiendo, se había asomado por el borde de la popa, decidiendo qué tan rápido se ahogaría. Preguntándose si su madre estaba ahí esperando por él.
Las aguas lo llamaban tan desesperadamente…
Fue un cobarde, pues no tuvo la valentía necesaria para hacerlo. No tuvo la fuerza de impulsarse por el barandal y dejarse caer, dejarse engullir por las aguas. Hubo… una energía tan poderosa que lo retuvo en el barco, como unos brazos alrededor de su cintura que no le permitían moverse. Que solo lo liberaron cuando decidió volver al camarote, encerrándose ahí. Las palabras susurradas a Haruto esa vez se repetían una tras otra en su mente, torturándolo cada minuto, cada hora.
Te amo.
Su madre le había dicho que el amor le haría libre, que el amor le daría vida.
Ese día descubrió que ella le había mentido.
N.E.: Y antes de que se acabe el mes, aquí tienen un nuevo capítulo.
Muchas gracias a la querida Kaoru por sus comentarios que son bien apreciados, e invitamos a nuestros lectores fantasmas a comentar. Una simple palabrita de apoyo nos haría felices a las autoras.
Que pasen una gran semana. ¡Felices lecturas!
