Capítulo 40

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Dirigidos por Vladimir y en consejo con Jim, el cuerpo de Shin se preparó para un entierro digno aquella tarde. Debido a que no era trabajador oficial, se enterraría junto a los demás integrantes de la familia Shirayama en el cementerio del pueblo. Un pequeño grupo, las pocas amistades que hizo mientras ayudaba allí cuando Yuki vivía, les acompañaban y colaboraron para llevar los restos del castaño.

Afuera estaba detenido un carruaje que acababa de llegar y del cual se apeó Kenshi, acompañado de dos hombres y una mujer quienes se mantuvieron dentro. Uno de ellos era Tsubaki.

—Gracias por traerme —dijo, haciendo una reverencia.

—Gracias a usted por visitarnos, Kenshi-sama —dijo Tsubaki, dándole un asentimiento—. Vuelva cuando guste. —Sonrió.

—Lo haré. —Haciéndole un gesto al cochero, este sacudió las riendas y el carruaje marchó.

Justo en el momento en que Kenshi entraba a los terrenos, de ahí iba saliendo la comitiva que cargaba un ataúd. Frunció el ceño. ¿Un muerto saliendo de su casa?

Al ver a Jim primeramente, se acercó.

—¿Qué ha pasado? Me voy por dos días y ya se ha muerto alguien. No sé si sentirme desconcertado o alabado.

—Pues te sugiero estar desconcertado porque es Shin. —Jim le miró—. Shin ha muerto en manos de Angie...

Kenshi sintió frío. Una sonrisa irónica, pero titubeante, apareció.

—No bromees, Jim. Shin está encarcelado. ¿Por qué ella le mataría si ha estado ocultándose de él? ¡Es ilógico!

—District se apareció en medio del terreno. Asumo que le ordenó a Angie matarlo —dijo Vladimir que venía tras los hombres que cargaban el ataúd. Se detuvo cuando vio a Kenshi—. No pudimos llegar a tiempo para salvarle. Klaus está adentro con los bebés, no creo que se aparezca en el entierro.

—¿Quién demonios es District?

—Eso. Un demonio —dijo Jim.

—Los demonios no existen.

—Pues este aparentemente sí. —Jim suspiró. Tenía los ojos rojos, Kenshi nunca antes le había visto así. Continuó el camino tras los hombres que llevaban a Shin. Kenshi permaneció en su lugar, estático e incapaz de creerlo aún.

—Es el...jefe de Angie. Levoch, el bar-tender que conocimos en Monterrey cuando fuimos a buscarla, nos advirtió sobre él. Claro que no esperábamos que el apelativo "demonio" fuera literal —le dijo Vladimir. El ruso miró a Kenshi de arriba a abajo—. Me alegra verte bien. Pensaba que pudo haberte sucedido algo —dijo con un tono plano.

—Tú te ves bien también…, en lo que cabe. —Seguía con la mirada en la comitiva, aunque le dio una pequeña al ruso antes de desviarla nuevamente—. Gracias…, aunque no debiste interponerte esa vez.

Vlad se llevó la mano a la mejilla, ya no le dolía tocarla pero el moretón tardaría unos días en desvanecerse por completo.

—Tenía que. Eres mi esposo.

Kenshi bajó la mirada.

—Lo tenía controlado…, pero…, gracias. —Se rascó la mejilla y comenzó a caminar siguiendo la comitiva.

Vladimir le siguió sin decir nada más. Llegados al cementerio se encontraron con Jim, algunos trabajadores de la casa y otras del pueblo que eran conocidos de Shin, había muchos hombres que iban regularmente al bar de Jim que se habían acostumbrado a ver al castaño ahí. El funeral fue sencillo y rápido, Jim dijo unas palabras de despedida, Kenshi y Vladimir le dijeron unas palabras reconfortantes, también le dieron la posibilidad de quedarse un tiempo en la casa pero el negro declinó. Varios clientes regulares se acercaron para acompañarlo de regreso al bar mientras que la pareja se fue de vuelta a la casa.

Al caminar por los pasillos exteriores vieron a Klaus a la distancia sentado en su lugar predilecto cerca del estanque de los peces Koi con dos bebés en sus brazos. El pelinegro los vio, frunció el ceño levemente a Kenshi para luego bajar la mirada a Michelle que le halaba la ropa. Su completa atención se dirigió a los niños olvidando por completo su enfado con Kenshi.

Kenshi tensó la mandíbula y tomó un desvío, internándose en la casa para seguir con su trabajo. Que regresara a la mansión no significaba que tenía ganas de tratar con el alemán aún. Vladimir le siguió de cerca, durante el camino le hizo un reporte a Kenshi de todo lo que hizo durante su ausencia, algunos papeles necesitaban su firma y aparentemente Vladimir no podía firmar por él así que los gemelos los apilaron en su escritorio.

—Los gemelos y Klaus han sido de gran ayuda para fungir como traductores, sin mencionar que me han guiado en los procedimientos que debo seguir con algunas cosas.

Kenshi gimió bajo al ver los papeles. Masculló algún improperio japonés y se sentó frente al escritorio.

—Kuma y Kaoru saben lo básico, pero sí ayudan bastante. —Se frotó los ojos—. Esto me tomará un tiempo. —Se dijo para sí mismo. Sacó un listón de entre su ropa y la usó para sujetarse el cabello. Revisó entre el montón de papeles, y sacó uno, luego otro luego de rebuscar y así siguió.

Vladimir se tomó la libertad de poner algunos libros y sus cosas de trabajo en el estudio de Kenshi, a falta de un lugar propio ese era el mejor lugar para acomodarse y trabajar, al menos provisionalmente. Mientras Kenshi se dedicaba a sus papeles, él se puso a reescribir en un diario de campo nuevo todo lo referente a Irina, la primera cría de un dragón.

—¿Dónde estuviste? —preguntó al cabo de un rato de estar en silencio.

—¿Estos días? Con Jim. Quizás deba ir más para allá durante las noches —comentó, pensando en voz alta—. Los pueblerinos tienen un sentido del humor bastante agradable.

El ruso levantó la mirada. Su expresión era una combinación entre la incredulidad y el enojo.

—No puedes estar hablando en serio.

—Deberías venir. Tienen mucha curiosidad en conocerte. Así podría irse toda esta…mala vibra —dijo haciendo un gesto vago alrededor.

Alzó una ceja. No sabía si sentirse insultado o de verdad hacer caso a la sutil invitación.

—¿Mala vibra?

—La muerte del enclenque, lo sucedido con Klaus, la muerte del idiota de Shin y ahora tu mirada de querer destrozarme pedazo a pedazo. —Fue enumerando hasta señalarlo al final—. Hay mala vibra aquí.

Insufrible, infantil, desinteresado, insensible...

Respiró hondo. Él ya sabía todo eso de Kenshi, no era nada nuevo. Con la mano se estrujó los ojos, y dejó la pluma fuente de lado.

—Mi japonés no es el mejor, de hecho aún me falta mucho para poder hablarlo con fluidez —dijo regresando al comentario anterior de ir al bar.

—Eso no importa. La verdad yo tampoco les entendí mucho ya que estaban como cubas, pero era divertido verlos. —Dentro de sí, Kenshi emitió un suspiro de alivio de no haber tenido que tocar el tema sobre Klaus. Mejor dejar ese tema en lo más hondo—. Y te será bien. Aprenderás muchas palabras interesantes.

—Supongo —murmuró bajando la mirada al diario, tomando de nuevo la pluma se puso a escribir. Desde su posición, Kenshi podía ver la letra del ruso, tan apretada y en una cursiva apenas entendible, sin mencionar que estaba escribiendo en ruso. Parecían un montón de garabatos continuos rellenando toda la hoja.

Kenshi se concentró en su propio trabajo, sin decir nada. Volvía a clasificar cuales tenían prioridad inmediata –entre todos, los de suma urgencia– y los que no. Dejó pasar un tiempo así hasta que abrió la boca.

—¿Es su hijo? —preguntó—. El niño que tiene Klaus... ¿Es hijo de Shin?

—Sí. Angie se lo dejó a Klaus para que lo cuidara. Klaus me dijo que ese fue el motivo por el que estaba aquí. Evidentemente no esperaba encontrarse con Shin.

—Ya veo. —Fue lo único que dijo. No tenía más que comentar a ello, los asuntos a Shin y esa mujer no era de su incumbencia.

—¿Cuánto tiempo tardará en llegar tu sustituto?

—Dentro de unos tres días. Tiempo suficiente para que pueda librarme de todo esto... —dijo haciendo un gesto a los papeles. Eso también le permitiría estar allí todo el tiempo, lo cual es mejor aún.

—Sabes. Hace tres días que no tiempo de calidad a solas —dijo como quien no quiere la cosa—. Podríamos aprovechar el tiempo perdido y después te ayudo con el papeleo aburrido.

—¿Aprovecharlo en qué? —preguntó apenas alzando la vista.

Rodando los ojos, Vladimir cerró el diario para mirar directamente al japonés.

—Sexo, Kenshi —dijo como si fuera obvio, y en realidad lo era—. Te estoy proponiendo sexo.

—Ah, eso —terminó un documento y fue a otro—. Ya. Lo siento, estaba distraído. Sí, podríamos hacerlo.

Completamente desinteresado, insensible...

El dragón gruñó dentro de Vladimir. El ruso tuvo que frenar el primer impulso de la bestia que era tirar el escritorio para follarse largo y tendido a Kenshi en medio de todo el desorden y sobretodo encima de los mentados papeles.

—Podríamos —repitió el mayor, recogiendo sus cosas. Ya no le apetecía para nada. Quiso decir algo más pero no vio razón para eso, salió del estudio dejando a Kenshi con su trabajo. Estúpidas puertas japonesas, ni siquiera podía cerrar con un portazo—. Tres días —se dijo a sí mismo. Tres días y podría volver a Rusia. Necesitaba sentirse en casa.

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Con un suspiro, el ruso recogió su diario de campo y salió del estudio de Kenshi. Estos últimos días estaba demasiado tenso, sobre todo cuando Klaus estaba alrededor y aunque podía comprenderlo un poco, él sabía que el alemán no le haría daño, pero Kenshi no le creía. Quizás un poco de espacio le ayudaría a relajarse.

Caminando por los corredores exteriores de la casa, Vladimir notó a la distancia a Klaus acostado cerca del estanque de los peces Koi con sus bebés. Michelle estaba cómodamente acostado sobre el estómago del pelinegro con sus piernas y bracitos colgando a los costados de su cuerpo, apaciblemente dormido mientras que el alemán sostenía a Irina en el aire, la niña movía con torpeza las diminutas alas rosadas como si quisiera volar, pero los apéndices no eran lo suficiente fuertes para sostenerla y ella tampoco tenía la destreza necesaria para mantener el aleteo.

Se acercó al trío. Vladimir se sentó al lado de Klaus en el suelo, apoyo el cuaderno en sus piernas cruzadas para poder hacer un análisis detallado de la anatomía de la niña. Klaus le miró con los ojos entrecerrados.

—Mi hija no será uno de tus sujetos de prueba—le advirtió, dejando a Irina sobre su pecho, abrazándola protectoramente.

—No le haré nada —le tranquilizó—. Dada la evolución del genoma D sería prudente documentar todos los datos posibles. —Un leve gruñido de parte de Klaus le hizo levantar la vista de sus notas—. No voy a exponer mis hallazgos, pero tenemos que aprender a vivir con esto y creo que lo mejor es documentar cada detalle. Podría ser útil en el futuro.

Klaus aún no estaba convencido pero dejó que Vladimir dibujara a su hija y midiera sus apéndices. La cola tenía una longitud de 20 centímetros mientras que las alas tenían 40 centímetros de una punta a otra, las diminutas escamas rosadas eran suaves y lisas al tacto, como las de una serpiente. Si se miraba detenidamente se podía apreciar la forma de rombo a diferencia de las suyas azules sobresalientes y puntiagudas, es como si sus escamas fueran placoides pero una variación más grande.

—Me preocupa que crezca como yo —murmuró Klaus al rato. Vlad lo miró a los ojos cuando captó su atención—. Los niños a veces pueden ser crueles. Me preocupa que cuando Irina crezca tenga que soportar las burlas por su aspecto.

Pensando en eso, Vladimir tomó la manito de la niña. Irina no tardó en apretar un dedo del ruso.

—No creo que ella tenga ese problema. Si recuerdas, cuando Irina nació su piel estaba completamente libre de escamas, la cola y las alas tampoco eran visibles. Fue después de unos cuantos días que sus rasgos draconianos emergieron. Mi teoría es que ella puede retraer sus rasgos a voluntad.

—Pero... —Miró a su niña detenidamente—. Si puede hacerlo a voluntad, ¿por qué no lo ha hecho?

—No creo que sepa cómo hacerlo —respondió Vlad—. Los niños imitan las cosas que ven. Si ella no tiene un ejemplo al cual seguir, no puede aprender a esconder las escamas.

—Es... —Vladimir tenía razón pero al ver su propia piel escamosa, incapaz de poder cambiar, dejó caer la cabeza derrotado en la hierba—. ¿Podrías enseñarle? —preguntó con un tono prácticamente resignado. Mordiéndose el interior de las mejillas, el ruso se aventuró a proponer algo.

—Podrías enseñarle tú mismo. —El alemán lo taladró con esos peligrosos ojos amarillos.

—Sabes que no puedo —gruñó.

—Pero podrías —respondió sin inmutarse. Klaus arqueó una ceja pidiendo una explicación—. Huiste del laboratorio antes de que pudiéramos completar las pruebas, estás a la mitad de un proceso biológico. La dosis que te falta es la que completa este proceso y te da la capacidad de retraer las escamas a voluntad.

—No voy a permitir que vuelvas a pincharme con esas endemoniadas agujas y me encierres en alguna celda para continuar con tu preciado experimento.

—Klaus, no seas necio —regañó—. No estoy caminando a ciegas. ¡El experimento del Genoma Dragón es un éxito rotundo! —Se señaló a sí mismo y a Irina—. Estamos hablando de que vuelvas a ser normal... —Consideró eso último—. Lo más normal que un mitad humano puede ser. —El pelinegro estaba mirándolo con el ceño fruncido pero no le estaba gritando, sus ojos demostraban duda, eso era un progreso. Estaba considerando su oferta.

—Me va a doler —murmuró bajito. Recordaba el dolor y la agonía, sus huesos reacomodándose dolorosamente, su piel ardiente cuando las escamas comenzaron a formarse... Un estremecimiento le recorrió entero. Michelle, medio adormilado, pareció captar parte de la tensión de Klaus, se arrastró un poco hacia arriba junto a Irina, un suave ronroneo brotó de su pecho intentando tranquilizar a su papá.

—No, no —aseguró Vladimir—. Estarás un poco débil y desorientado pero te prometo que ya no sentirás dolor. Estaré a tu lado durante todo el proceso.

—¿Me lo prometes? —El ruso asintió.

—Prometido. —Mordiéndose los labios, Klaus aceptó, aún con dudas pero nada perdía con intentarlo.

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El viaje a Rusia se realizó unos pocos días después, luego de la llegada del suplente de Kenshi, pronto el equipaje de los viajeros estuvieron listos para dirigirse a puerto y subir a bordo del barco que cruzaría el mar hacia China. No obstante, se mantenía la tensión entre todos; Kenshi solo salía para comer algo o por insistencia de los gemelos. Algunas veces se quedaba para ver el horizonte hasta que sentía frío y luego volvía a meterse dentro. La siguiente vez que salió fue cuando avisaron que habían llegado y debían desembarcar, respiró hondo y salió.

Sasha los estaba esperando en el puerto de China con un carro para el viaje que todavía tenían que hacer por tierra. Sasha, Klaus con los bebés y Kaoru se acomodaron adelante mientras que Kuma, Vladimir y Kenshi se sentaron atrás. El trayecto fue interesante por los paisajes de la ciudad de China y sus alrededores, fue cuando salieron de la ciudad que fue un poco más aburrido. Se detuvieron un par de veces para descansar, en ese tiempo Klaus aprovechaba para cambiarles el pañal a los bebés y alimentarlos; Sasha le ayudó. Así siguieron su camino hasta por fin cruzar la frontera con Rusia. Les tomó un buen rato poder llegar a Moscú donde se detuvieron una horas para comer algo y hacer un poco de turismo. A pesar de que Vladimir tenía una casa en la ciudad, tuvieron que recorrer otras cinco horas a partir de Moscú para llegar a Arkhangelsk donde Vladimir tenía una casa de campo en las afueras del pueblo, un lugar pintoresco y al igual que el resto de Rusia, bastante fría. Casas firmemente construidas con caminos de piedra, todavía había mucha gente en el pueblo que prefería mantenerse con la antigua usanza de los carruajes y los caballos, plazas agradables con fuentes. Dejaron todo eso atrás para seguir un largo camino de tierra que los llevó hasta una gran verja de hierro con una V labrada.

Con el codo apoyado en el reposa-brazos de la puerta del coche, Kenshi observaba todo con una expresión perdida. Era una buena manera para ocultar lo abrumado que se sentía con cada paisaje que había visto. Y al traspasar aquella verja, suspiró suavemente. Lo primero que veía era blanco, y ya le hacía extrañar el verano de Japón. Luego estaba aquella casa, con la misma arquitectura y de cúpulas puntiagudas que había visto antes. Consideraba una lástima que no hubiera alguna arboleda más cerca, el amplio terreno que lograba apreciar alrededor de la construcción principal no daba el sitio suficiente para...

Suponía que la casa, tomando en cuenta que poseía dos pisos, tendría algún lugar interesante que investigar.

—Bienvenido a casa, señorito Klaus —dijo Sasha a Klaus cuando bajaron del auto. Klaus mirada todo con una semi sonrisa.

—No ha cambiado nada —murmuró el alemán, apretando a Irina entre sus brazos para que no sintiera el frío ambiente. Uno de los gemelos cargaba a Michelle.

—¿Qué te parece? —preguntó Vladimir a Kenshi cuando lo ayudó a bajarse.

—Es...impactante —dijo después de un minuto—. Creo que podré acostumbrarme. Sería justo, ¿no?

—Lo sería. En otra oportunidad podrás conocer la casa de Moscú. —Le prometió ofreciendo su brazo a Kenshi para caminar por la nieve—. Espero que podamos venir un par de veces al año.

Kuma junto a Sasha estaban bajando las maletas del auto cuando un huracán rubio hizo acto de presencia y se colgó del cuello de Vladimir.

—¡El amo Volsk ha vuelto! ¡El amo Volsk volvió! Cuánta alegría me da ver de nuevo al amo Volsk. —Un hiperactivo rubio, de ojos azul claro, sonreía y saltaba en su sitio celebrando la llegada del grupo. El alboroto atrajo la atención de los otros sirvientes de la casa.

—Finnian, compórtate —gruñó el ruso para terminar con el alboroto.

El chico con un adorable rostro estaba vestido como si fuera verano, con unos pantalones pescadores con estampado de tartán en naranja y amarillo, una camisa manga tres cuartos con un tulipán naranja bordado, no parecía mayor que Klaus. Finnian dio una vuelta sobre sí mismo y se fijó en Klaus.

—Es... —Miró a Vladimir en busca de confirmación—. ¡Es el niño Klaus! —Corrió para abrazarlo con una enorme sonrisa—. ¡Y tiene bebés!

—¿Quién es el tornado? —murmuró Kenshi en voz baja luego de jalar la manga de Vladimir.

—Finnian —contestó divertido—. Se encarga de mantener los jardines. Es un poco... torpe —terminó por decir cuando el rubio quiso cargar cuatro maletas a la vez pero terminó tropezando—. Por eso prefiero que trabaje fuera de la casa. Para que no rompa nada.

Otros sirvientes se acercaron para ayudar, tres mujeres y un hombre en total.

—Oh. —fue todo lo que dijo. Luego de un instante le volvió a jalar la manga—. ¿Siempre es así?

—Todo el tiempo. Todo el día. Todos los días —dijo con voz resignada pero con una sonrisa en la cara.

Cuando todos estuvieron adentro con las maletas al pie de la escalera y los abrigos colgados, la servidumbre se alineó para ser presentada.

—Ya conoces a Finnian —dijo Vladimir, señalando al rubio que le dedicó una enorme sonrisa a Kenshi—. El cocinero, Bard. —El hombre rubio, con barba descuidada y cansados ojos azules se sacó el cigarro sin prender de la boca para sonreír a Kenshi—. Solía ser parte de la milicia norteamericana hace unos años. —Luego pasó a las mujeres, la tres usaban el mismo vestido de mangas largas y cuello alto con un intenso color morado llegando a ciruela—. Ellas son Tyana, Olga y Lena, son las mucamas. —Las tres mujeres hicieron una reverencia. Olga con el cabello negro y los ojos de hielo no cambió su expresión, Lena de cabello castaño les dio una respetuosa cabezada y Tyana de cabello rubio les dio una acogedora sonrisa.

Kenshi asintió.

—Soy Ottori, Kenshi. —Señaló con un gesto a los gemelos a su lado—. Y ellos son Kaoru y Kuma. Han estado conmigo desde que éramos pequeños. Por favor, cuiden de nosotros.

Los gemelos hicieron la acostumbrada reverencia como saludo, Kaoru no la hizo tan profunda por estar cargando a Michelle.

Después de las presentaciones, todos fueron llevados a sus respectivas habitaciones. Kaoru entregó el niño a Tyana para acompañar a su gemelo al cuarto que les prepararon en la zona para los empleados. Klaus se sorprendió mucho cuando descubrió que le dieron la misma habitación que tenía de cuando era niño. La habitación de Vladimir estaba en el último piso, ahí llevaron las maletas de Vlad y las de Kenshi. Al estar en la estancia, Kenshi se acercó a la ventana para ver la vista que tenían. Más blanco. En ese lugar había blanco por todas partes. Ni el verde de los bosques y la maleza, o el colorido de las flores y las frutas. ¿Cómo podían vivir así?

Es tan...desesperante —murmuró, apartándose de la vista. Quizás si salía y curioseaba alrededor encontraría algo.

Vlad captó la mirada disgustada de Kenshi con el paisaje. Se le acercó por detrás, pasando sus manos sobre sus hombros.

—Aquí nieva muy seguido, incluso en verano hace frío pero en primavera es agradable pasear por los jardines. Finnian se encarga de que los rosales estén frondosos.

—Y quieres venir varias veces al año cuando ni tú mismo puedes conservar el calor. Es una decisión masoquista —dijo, moviéndose para ir a dar una vuelta por el lugar.

El pelinegro cerró los puños. Respirando hondo, intentó calmarse, y antes de que saliera Kenshi del cuarto, cerró la puerta impidiéndole salir.

—Creo que es hora de que hablemos. Claramente algo no está bien.

Kenshi retrocedió, dio la vuelta y se sentó en la cama.

—¿Qué sucede?

—Eso es lo que quisiera que me explicaras. No hemos tenido intimidad en semanas y rechazas cada una de mis propuestas. —Se recostó de la puerta con las manos dentro de los bolsillos—. Tampoco has querido hablarme a pesar de que cada vez te pregunto si algo te preocupa.

—Eres muy lujurioso. —Desvió la mirada—. Estoy bien. Solo... —Se frotó la nuca—, no sé. Solo pienso.

—No se trata de la lujuria... En parte. —Terminó por aceptar. No podía negarlo—. Se trata de que no quieres estar cerca de mí.

—No hace falta que tengamos sexo para estar juntos y lo sabes—suspiró. Levantándose, se le acercó, tomando su muñeca y haciendo que caminara a la cama donde le hizo acostarse y él lo hizo a su lado—. ¿Sabes por qué te dije para volver al bar de Jim esa vez? Porque me gustó estar allí rodeado de aquellos borrachos. Porque ellos no me andan dando estúpidos consejos cuando les cuento mis cosas..., solo...escuchan...y se ríen. —Miraba hacia el techo, sus piernas colgadas a un lado de la cama—. Fue algo...liberador.

—¿Sientes que puedes hablar ellos y no conmigo? —No lo dijo a modo de reproche pero la verdad es que le preocupaba.

—Lo haría si fueras de los borrachos que no recuerdan nada al día siguiente. —Sonrió levemente—. No son cosas que quisiera me echaras en cara a la hora de una discusión. No soy tonto en eso. Además...

—¿Además...?

Kenshi estuvo en silencio, se mantuvo callado.

—Mira... —Su boca se movió pero ningún sonido salió hasta un instante después—, tenía inseguridad de estar ahí, en mi propia casa. Era lo que también les contaba a ellos..., a esos borrachos. Sabía que tenía que volver y no quería a la vez. Y no, no tenía que ver contigo..., no directamente. —Kenshi dobló una pierna, apenas apoyando el talón en la cama—. Es Klaus...

—¿Es por cómo reaccionó esa vez? —Se acomodó de manera que podía ver a Kenshi de frente, con las piernas dobladas como un indio—. ¿Temes que te ataque?

—También lo había intentado en el palacio imperial antes de salir tras Yuki..., aunque no fue nada como esta vez. —Seguía mirando el techo, en su mente rememorando aquel instante. Si algo que no olvidaría, serían aquellos terroríficos ojos amarillos—. Justo ahora podría sentirme tranquilo teniéndolo lejos...

—Cuando lo drogaste —dijo, asumiendo que se refería a esa vez que Klaus perdió el control del dragón por primera vez—. No lo estoy justificando, sólo quiero que tengas en cuenta que se siente herido, culpable y solo. Sabes que dentro del comportamiento normal de Klaus, él no te atacaría. Incluso te protegió cuando los americanos los encerraron y tú hiciste lo mismo con él cuando intentaron abusar de Klaus.

—Lo acabas de decir...el comportamiento normal.

—Por lo que me ha dicho, su lado irracional —Hizo comillas con sus dedos para la palabra— está recluido se fondo de su mente. Imagino que está de luto. —Tomó las manos de Kenshi entre las suyas, entrelazando sus dedos, los anillos en sus manos se rozaron—. No debes preocuparte por nada, yo siempre estaré ahí para protegerte.

Kenshi dudó un instante antes de jalar la mano del ruso hasta hacer que termine encima de él. Teniéndolo así, le atrajo más de manera que pudiera abrazarlo. Acostándose encima del menor, Vladimir lo rodeó con sus brazos. Se quedaron así un rato sin decirse nada, de vez en cuando Vladimir besaba el cuello de Kenshi, o su mejilla o sus labios. Las manos de Kenshi rodeaban el cuerpo abrazándolo con fuerza, poco importándole el peso sobre sí; cerró los ojos, respirando hondo y dándose cuenta de lo tanto que había necesitado aquello y lo mucho que extrañó su olor y cercanía.

—¿No hay problema si nos quedamos aquí un rato más? —murmuró—. Está cama es cómoda..., y tú eres un perfecto oso de peluche...

La ronca risa de Vladimir le erizó los vellos de la nuca. Alcanzando una manta azul a los pies de la cama, se los pasó por encima para estar más cómodos y calentitos.

—Sin problemas. Sasha nos avisará cuando sea hora de comer.

—Bien. Porque no quiero moverme de acá. —Movió sus pies para sacarse los zapatos y luego acomodarse para estar más apegado al ruso—. Ni quiero que tú lo hagas.

—Aquí me quedo. —Le aseguró, usando el pecho de Kenshi como almohada—. Me gusta cómo se te ve la ropa occidental.

—Disfruta la vista mientras puedas, extraño la ropa ligera. —Hundió los dedos en los mechones negros, pasándolos por ellos, desarreglando su peinado; la otra acariciaba su mandíbula y mejilla—. Y es más fácil de quitar llegando la ocasión...

—Estoy de acuerdo en eso. Te vez muy sexy cuando te hago el amor con esa bata a medio vestir.

—Y estoy de acuerdo contigo en que me veo sexy con eso —asintió, sonriendo—. La verdad muero por saber qué tan sexy te verías tú con yukata. Sobre todo en verano. Mmh. Sí, creo que te verías sumamente sensual. Tus nalgas lucirían espectaculares en un fundoshi. —Luego se carcajeó.

—Podemos negociar lo de la bata pero definitivamente no voy a usar un trapo blanco enrollado a la cadera como ropa interior. Eso te lo dejo a ti.

Continuaron hablando y acariciándose por un largo rato, compartían alguno que otro beso. De ese modo tan agradable pasaron el resto de la tarde hasta que fueron llamados para la cena.


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