Capítulo 42
.
.
Para la mañana del día siguiente, Kenshi se despertó solo en la gran cama con todos los cobertores alrededor de él. Vagamente recordó que muy temprano en la mañana Vladimir se levantó y se vistió, le dio un beso de despedida antes de decirle que siguiera durmiendo y salir de la habitación. Mirando el reloj de la cómoda notó que casi era medio día, Olga tocó suavemente la puerta antes de entrar, le informó que dentro de poco el almuerzo sería servido. Mientras Kenshi se daba un baño, Olga organizó la habitación y le dejó una muda de ropa. En el camino al comedor se encontró con Kaoru quien le informó que los bebés tomaban una pequeña siesta después del biberón. Ya en el comedor, fue Kuma al que encontró acomodando la mesa junto a Lena.
Estaban acomodados tres puestos en la mesa.
—Tres —dijo pensativo—. ¿Klaus ha salido ya? —preguntó al gemelo.
—Aún no —respondió Kuma—. Pero escuché que subirá para el almuerzo. Sasha-san y Vladimir han estado con él desde temprano, dejó encargada a Olga-san. —Kuma normalmente no era tan formal a la hora de hablar, de hecho a Vladimir no se dirigía con honoríficos pero a él ya lo conocía desde hace meses así que había cierta confianza; con los trabajadores de la casa Volsk era otra cosa.
—Ya veo. ¿Dónde está Finnian?
—Fue a buscar algo para decorar la mesa, aunque con tanta nieve afuera no sé qué vaya a traer.
Como sabiendo que lo nombraban, Finny entró cargando un inusual arreglo de ramas, palitos de canela y cintas.
—Señorito Kenshi —saludó Finnian, dejando el arreglo en el centro de la mesa—. Buenos días —dijo con una gran sonrisa.
—Buenos días. Lindo arreglo. —Sonrió, haciendo un gesto a la mesa.
—¡Gracias! —Finny sonrió aun más si era posible—. ¿Durmió bien anoche? ¿Quiere que le traiga café con leche?
—Café solo, gracias. Y sí, dormí bastante bien anoche. —Le sacudió los cabellos rubios.
Con un sonrojo de felicidad, el rubio fue a la cocina. Lena se acercó a Kenshi para decirle que podía tomar asiento, iban a traer las fuentes con el almuerzo. Cuando estaban trayendo la comida, Vladimir entró al comedor con las mangas remangadas y sin corbata.
—Buenos días —saludó con un beso al pelinegro—. ¿Te levantaste hace poco? —preguntó al sentarse en la cabecera de la mesa.
Kenshi asintió.
—No esperaba que fuera tan tarde cuando lo hice. Me dijeron que Klaus almorzaría con nosotros. ¿Le darás de alta pronto?
—Ya está dado de alta. Lo dejé con Sasha para que se vistiera. —Agradeció cuando Finny y Lena llegaron con dos tazas humeantes de café negro, cuando la mujer le dejó la taza acercó la azucarera Vlad le echó cinco cucharaditas a su café.
—Creí que se lo darías después —dijo, apartando la mirada.
—Está mucho mejor. Si necesita reposo puede descansar en su cama. —Cuando trajeron todas las fuentes, Sasha entró al comedor y detrás de él un joven alto de cabello negro, piel clara y bonitos ojos verde pardo.
Kenshi se quedó mirando al recién llegado con claro interés, aunque también incredulidad.
—¿Klaus? Vaya. —Bajó la taza de café que tenía en la mano—. Te ves más atractivo sin todas esas escamas. —Suspiró con dramatismo—. Lástima que estoy casado.
—Sí, una pena —murmuró Vladimir tras su taza de café.
—Creo que ya había olvidado cómo era mi apariencia originalmente. —El menor se sentó en la mesa y Lena le alcanzó una taza de café—. Gracias.
El alemán llevaba puesto la ropa que le empacó Sasha en la maleta, un pantalón gris plomo con una camisa blanca y un chaleco vino tinto.
—Irina va a parecerse mucho a ti, viéndote ahora —comentó Kenshi, sin dejar de verlo.
Klaus le sonrió a Kenshi. Se veía tan diferente ahora que sus dientes no eran puntiagudos.
—Espero que los niños no te hayan causado tantos problemas.
El japonés rodó los ojos.
—Prefiero no contarte los calvarios que ese par me hicieron pasar mientras hay comida de por medio.
Soltó una suave risa.
—Michelle es todo un torbellino.
Cuando todo estuvo dispuesto, Olga, Tyana y Lena comenzaron a servir el Bosch en los platos hondos como primer plato.
—Oh. Extrañaba esto —dijo Vladimir cuando se llevó la primera cucharada a la boca.
—¿Qué es? —preguntó Kenshi, hundiendo la cuchara en el plato.
—Es Bosch. Sopa de remolacha con carne y otros vegetales —respondió Bard saliendo de la cocina con un cigarrillo en la boca.
—Bard, ya te he hablado sobre fumar dentro de la casa —regañó Vladimir.
—Tranquilícese, señor Volsk, no está encendido —respondió el americano con un aire despreocupado.
—Mmh. Interesante combinación —dijo el japonés luego de probar bocado—. Aunque no soy muy fan de la remolacha. A Jim le gustaría. Parece tenerle gusto a la comida europea.
—Es un plato típico de Rusia —dijo Vladimir, contento de poder comer platos de su amada Rusia.
—Kenshi. Te agradezco que hayas cuidado a mis bebés —dijo Klaus entre bocados—. Hoy ya puedo volver a cuidarlos.
—De nada —respondió solemne el japonés, continuando con su comida. Ni muerto iría a decir que había disfrutado cuidar un par de renacuajos.
La comida continuó tranquilamente, Bard preparó strogonoff para el plato fuerte y ensalada de papa y zanahoria. Estaban tomando el postre cuando Vladimir habló.
—Kenshi, ya que Klaus puede hacerse cargo de sus hijos, ¿empezamos con el tratamiento esta tarde?
Kenshi tragó grueso esta vez, sintiéndose algo nervioso.
—Am. Sí, sí..., está bien.
—Kenshi, no tienes que preocuparte de nada. —Sonrió Klaus al japonés—. Sólo te va a doler un montón —rió el alemán hasta que sintió una patada bajo la mesa—. ¡Auch! ¡Vladimir!
—No seas infantil y deja en paz a Kenshi. Ya está bastante preocupado para que vengas tú a hacerle esos chistes.
—¿Y si esperamos un poco más? No tengo prisa, y tú tampoco, ¿verdad que no? —preguntó el japonés al ruso.
—¿Ves lo que hiciste? —Le gruñó el ruso a Klaus—. Kenshi, dentro de unos días tendremos que volver a Japón y el tratamiento de la inyección del genoma en el sistema dura al menos una semana.
El japonés compuso una expresión abatida. No dijo nada, pero asintió. Se supone que él había dado su visto bueno a eso. Tomando la mano de Kenshi entre las suyas, Vladimir le dio un beso en los dedos.
—Tranquilo. Todo saldrá bien. —Levantándose de la mesa, le dio un beso en la frente—. Sasha, acompáñame. Hay que contactar a algunos compañeros y escribir a la milicia.
—Sí, señor. —Siguió a Vladimir fuera del comedor dejando a Klaus y Kenshi solos.
—Kenshi, fue una broma. Estarás bien. —Trató de calmar el alemán.
—Una de mal gusto. —Bebió un poco de agua—. De por sí me costó mucho aceptar esta locura para que vengas tú con tus tonterías...
—Sólo me queda bromear con eso. —Levantándose de la mesa, caminó hasta Kenshi, pasando sus manos por los hombros del pelinegro—. ¿Qué tal si damos un paseo con los bebés por el jardín?
—¿No hace mucho frío para ellos?
—Michelle tiene la temperatura bastantes alta, no hay que preocuparse por él, y a Irina le pongo la ropa abrigada que compró Sasha. ¿Vienes?
—Mmh. De acuerdo. —Se levantó, aceptando la propuesta.
Ambos subieron al cuarto de los bebés, donde Kaoru les acababa de llevar el biberón. Los dos bebés miraron curiosos la nueva apariencia de Klaus, siendo Irina la primera en chillar de emoción hacia él. Luego de alimentarlos y vestirlos, los dos adultos salieron con los bebés para el pequeño paseo.
.
.
.
Si la casa le pareció acogedora, el sótano representaba la parte fría y tétrica. O quizá lo era debido a lo que iban a hacerle.
Y blanco. Mucho blanco. Desde el piso hasta las paredes, aunque solo en cierta sección, puesto que varios metros después había pura oscuridad. Aunque no haría falta preguntar qué habría allí, conociendo a Vladimir, no sería nada cuerdo. La primera puerta, de madera oscura y por la placa con el nombre del ruso, Kenshi supuso que era la oficina. Había otra, ya de metal, que tenía toda la pinta de ser el laboratorio. Si de algo estaba seguro, es que no sería lugares a los que frecuentaría; Cada loco con su tema. Aún así no dejaba de preguntarse qué habría en aquella oscuridad. ¿Estaría creando algún Frankenstein?
Era inevitable sonreír ante esa idea. Pero sobre todo, era mejor pensar en disparates que le distrajeran de los nervios que sentía. Por ello seguía al ruso con las manos dentro de los bolsillos, así ocultaría el leve temblor que les sacudía.
—¿Está casa siempre ha tenido este sótano? —preguntó, aunque no debió haberlo hecho, al oír el leve eco de su voz en el lugar. Odiaba los espacios cerrados.
Vladimir, que revisaba unos papeles mientras caminaba sin mirar el camino, respondió distraídamente.
—Sí. Aunque no era muy grande, tuve que ampliarlo para hacerlo cómodo. —Para horror de Kenshi se estaban acercando a la zona oscura al final del pasillo. A un metro de la oscuridad Vladimir encendió un interruptor en el lado izquierdo del pasillo revelando una puerta de metal blindado, con una gran línea negra y amarilla además de la palabra "CAUTION" en grandes letras rojas.
Kenshi ahogó pequeño grito.
¿Vamos a entrar ahí?, quiso preguntar pero las palabras no le salían.
—¿Era aquí donde tenias a Klaus antes?
—Klaus vivió conmigo desde los 9 años, tenía su propia recámara aquí y en la mansión de la ciudad. Nunca tuvo la necesidad de venir acá abajo —explicó mientras se acercaba a la puerta donde había una manija con una rueda de combinación como los de las cajas fuertes.
Al otro lado de la puerta, por suerte, las luces estaban encendidas pero una vez más sólo hasta unos metros, luego había más oscuridad. Afortunadamente el ruso no parecía querer entrar a esa zona y en cambio dirigió a Kenshi a una de las primeras puertas. Al abrirla se encontró con una habitación como de hospital: una cama a un lado de la habitación, varias máquinas de monitoreo y un perchero de metal junto a una mesa de noche, al otro lado de la habitación una puerta que conducía a un baño sencillo y varios estantes de madera pintados de blanco. Algunas puertas tenían vidrio y se podían ver algunos implementos de medicina.
Kenshi suspiró de alivio, al menos todo parecía normal allí.
—Ya veo. Entonces luego lo trajiste aquí, le volviste dragón y escapó, ¿no? —Hizo un gesto hacia afuera— Yo también haría lo mismo si fuera él. No sé cómo no sientes claustrofobia aquí abajo.
—No es tan diferente de mi lugar de trabajo —comentó encogiéndose de hombros. Se acercó a uno de los estantes de dónde sacó una bata de hospital azul claro— Quítate todo y ponte esto, encenderé la calefacción. —Le dio la bata para acercarse al radiador en una de las paredes— No. Klaus vivió conmigo durante un par de años, lo crié y lo cuidé. Cuando cumplió los 12 años me lo llevé al laboratorio donde trabajo, está en las afueras de Moscú. Ahí fue donde comenzamos con los exámenes y el tratamiento. Imagino que se debió sentir traicionado cuando el hombre que le crió durante tres años de pronto lo usara como conejillo de indias sin importar el dolor o el sufrimiento de ese experimento.
—Si te pones en sus zapatos, le entenderías —dijo, procediendo a quitarse cada pieza de ropa—. Después de todo, le habrá parecido que nunca lo viste como una posible familia sino como algo para alcanzar tus ambiciones.
—Lo sé —dijo sin mirarlo, soltando un largo suspiro. Ahora podía comprender a Klaus, después de las largas charlas que habían tenido, no podía culparlo de su odio. Era completamente justificado—. Esa era la idea. Era un negocio entre su padre y yo pero comencé a tomarle cariño. En un principio pretendía esperar a que cumpliera los dieciséis... Si te soy sincero, sentí pánico.
—¿De qué no te perdonara por usarlo de conejillo de indias? —preguntó mientras acababa de sacarse el fundoshi. ¿En verdad debía andar desnudo allá abajo? Dejó la ropa pulcramente ordenada a un lado.
—Esa culpa vino después, mucho después. —Por fin se atrevió a erguirse. El radiador estaba encendido y la habitación comenzaba a tener una agradable temperatura cálida—. No. Sentí pánico por el cariño que estaba desarrollando por Klaus en ese entonces. Como sabrás, mi familia no es muy afectuosa y tales sentimientos me eran prácticamente desconocidos. Así que opté por huir de ellos e ignorarlos adelantando los planes... Tiempo después, cuando encontré a Klaus en Japón, me di cuenta del real daño y me sentí culpable por haber matado a ese pequeño e hiperactivo niño que era Klaus.
Kenshi asintió en comprensión, y se acercó a él, abrazándolo desde atrás.
—Ahora...tienen mucho tiempo para hablar y pasar tiempo juntos... Quizá el Klaus que conociste no está perdido del todo.
—No lo está —concordó con Kenshi, acariciando los brazos que lo rodeaban—. Hay que agradecerle de eso a Yuki. Rescató mucho de ese antiguo Klaus. —Entrelazando sus dedos con los del menor, se los llevó a los labios besando los dedos. Luego le encaró y le dio un corto beso—. Ven. Ya tengo todo preparado —le dijo mientras lo guiaba a la cama.
Kenshi, quien estaba desnudo aún, tomó la bata y cuando fue a colocársela la miró raro.
—¿Cómo es esto?
Vladimir se mordió el labio para no reírse de Kenshi. Lo ayudó a ponerse la bata, con la abertura hacia la parte de atrás y con unas cintas que anudaban la prenda en la espalda.
—Primero, quiero hacerte una pequeña simulación de cómo el suero interactuará con tu sangre. —Buscó un bisturí en uno de los estantes, volvió con Kenshi e hizo un pequeño corte en su dedo. La gota de sangre que resbaló fue puesta en un vidrio, lo dejó de lado por el momento para ponerle a Kenshi una curita, luego llevó la muestra a un mesa de trabajo empotrada a la pared donde estaban puestos otros implementos médicos, entre ellos un microscopio.
A la gota de sangre le agregó un líquido azul y puso el cristal bajo el lente del microscopio.
—Ven. Acércate —le dijo a Kenshi calibrando el aparato.
Kenshi se acercó, y ante una seña del ruso, se inclinó para ver por el lente.
—Wuao —murmuró al cabo de un momento. No era aficionado a la biología, era una rama muy práctica y él prefería la oratoria. Empero, ver crecer el número de células, el metabolismo acelerando, y acabar en una rápida mutación de las mismas fue algo increíble de ver.
Se apartó, pensativo.
—Ver ese espectáculo no quita el retortijón en mi estomago. Tu elixir va a causar una fiesta celular dentro de mí durante unos días...
—Dicho en palabras simples, si. —Sonrió el mayor—. El suero, al interactuar con tu sangre, iniciará una reacción en cadena en todo tu cuerpo parecida a la que viste en el microscopio, por eso el proceso debe ser supervisado en todo momento. Debido a la aceleración del metabolismo y la mutación de las células, experimentarás altas fiebres, debilidad muscular, dolores de cabeza, entre otros. Debo advertirte que la primera etapa será un poco dolorosa ya que los huesos de tu cuerpo se reacomodarán de una manera acelerada para dar espacio a la cola y las alas —dijo como un discurso que se sabía de memoria—. Sin mencionar que te sentirás desorientado cuando tus sentidos se sensibilicen. No te preocupes si durante el proceso te sientes un poco ciego, tus ojos se estarán adaptando al cambio. Cuando este termine, podrás tener una visión 20/20 y ver en la oscuridad.
Kenshi le miró un largo rato y luego le dio un puñetazo en el brazo.
—¡Auch! —Vladimir se masajeó el brazo. Luego miró a Kenshi con el ceño fruncido—. ¿Eso por qué fue?
—"El proceso debe ser supervisado en todo momento" —repitió sus palabras—. ¿Y a ti quién te supervisó mientras te hacías esto allá en Japón? Definitivamente solo un loco como tú se arriesgaría así...
Vlad se quedó un momento con la boca abierta antes de que se le ocurriera algo que decir.
—Jim iba a llevarme comida. Estaba pendiente de que la fiebre no empeorara —se justificó desviando la mirada.
—Claro, es lo único que podría hacer. Idiota. —Se cruzó de brazos—. Bien. ¿Cómo inicia esto?
—Acuéstate en la cama —le indicó mientras iba a uno de los estante para preparar la jeringa con el suero.
Kenshi avanzó a la camilla. Si no fuera por la situación, creería que iba a dormir. Pero estaba en Rusia, nevaba e iba a volverse dragón por petición de su loco marido.
Eso último sonaba increíble.
Se subió y acostó.
—Así que... Alas, cola, escamas, ojos y lengua de reptil, uñas que necesitan una manicura, dientes puntiagudos..., una doble consciencia... Ah, aparte de sentidos subdesarrollados. ¿Alguna otra cosa, que deba enterarme, irá en el paquete?
—Hasta ahora hemos registrado aumento de la fuerza física, mayor resistencia. —Volvió al lado de Kenshi. La jeringa ya estaba lista sin la aguja y dentro de un platillo de metal junto a otros implementos como algodón, una aguja de mariposa, adhesivo y una manguerita—. Recientemente descubrí algo interesante. Examinando la saliva de Klaus descubrí que es igual a la de un dragón de Komodo. —Al ver la duda en los ojos de Kenshi, aclaró—. La saliva del dragón de Komodo está llena de bacterias. Tantas, que una mordida del animal puede causar la muerte, debido a la cantidad de bacterias en su saliva la víctima muere de una septicemia. —Tomó una liga elástica del platillo de metal atándolo al antebrazo de Kenshi, golpeó con sus dedos la delgada piel donde sabía estaba la vena—. El mismo patrón ocurre con el dragón pero sólo cuando es el dragón el que controla el cuerpo. Me he dado tiempo de hacer un análisis profundo mientras Klaus estaba convaleciente y he descubierto que hay una cavidad, más bien como una bolsa donde se aloja el veneno y éste conecta con los colmillos, así que al morder a alguien inyectas el veneno directamente en la herida. Fascinante, ¿no? —dijo con una sonrisa. Con algodón y alcohol comenzó a limpiar el área donde inyectaría. Conectando la aguja mariposa con la manguera y la jeringa, atravesó la delgada piel con la aguja, asegurando la aguja con el adhesivo quitó la liga y comenzó a inyectar lentamente el suero color azul—. Arderá un poco, no te alarmes.
Kenshi respiró hondo, calmándose. Prefirió concentrarse en la información que dio el ruso a lo que estaba por sentir.
—Pero..., cuando Klaus tenía la apariencia con las escamas y lo demás, ¿no habría posibilidad de haber envenenado al enclenque?
—Si eso hubiera sucedido, no hubiera durado ni media hora por la cantidad de toxinas —respondió con sus ojos fijos en el brazo del menor. Podía ver cómo la vena se hinchaba por culpa del suero—. Como te dije, mientras tú tengas el control de tu cuerpo, las bacterias se quedan en el saco que mencioné, pero si es el dragón quien tiene el control empezará a salivar y el veneno se mezclará con la saliva haciendo hasta un beso algo mortal.
—Un beso mortal. Eso suena poético ¿no crees? —La otra mano se hallaba cerrada en un puño, como si de esa manera pudiera contener el fuego que sentía recorrer desde su otro brazo—. ¿Alguna otra cosa, Sherlock? No quiero sorpresas. Oye, ¿puedo elegir el color de escamas?
—No es posible —negó Vlad con una suave sonrisa—. La melanina es la que se encargará del pigmento de tus escamas al igual que se encarga del pigmento de tu pelo, piel y ojos. Es algo intrínseco en tu ADN.—La jeringa no iba ni siquiera por la mitad pero la inyección debía ser lenta, de otra manera el ardor y la hinchazón de las venas sería extremadamente doloroso—. ¿Sorpresas? —Sopesó la información en su mente—. Hay algo pero hasta el momento es sólo teórico y no hay manera de comprobarlo. El proyecto del genoma D fue creado para crear algo parecido a súper soldados, hombres capaces de tener ventajas en el campo de batalla que ningún otro país tendría, fuerza aumentada, sentidos agudos, resistencia y... longevidad.
Kenshi parpadeó con sorpresa.
—¿En serio? Pero, ¿cómo sería posible eso? Ni siquiera hay un animal en la tierra que viviera más que el ser humano.
—Las tortugas —aclaró—. Las tortugas marinas tienen un promedio de vida de 150 a 200 años a diferencia de las terrestres que viven entre 40 y 70 años dependiendo de la especie —explicó con ese tono profesional que Kenshi le conoció al principio—. El genoma es una combinación de diferentes ADN de reptiles combinados de manera que, al interactuar con el ADN, estos se complementen obligando al humano a mutar en una versión mejorada de sí mismo. Por eso entre la teoría del genoma D, tengo la esperanza de que el promedio de vida del dragón aumente hasta los 300 años.
—¡300! —Kenshi iba a sentarse pero le hicieron volverse a acostar—. ¿Seré un viejo arrugado de 300 años? Yo ya estaba feliz con mi promedio de 70. ¿Sabes lo extraño que va a ser ver morir a mis trabajadores y yo seguir vivito y coleando? —Ahogó una exclamación al pensar en algo—. Y... Kuma y Kaoru... —La visión de los gemelos viejos, muriendo por los años, mientras a él aún le quedaba vida, le causó un dolorcito en el pecho.
Vladimir frunció el ceño pensando en sus propios trabajadores, sobre todo en Sasha, ese hombre que lo cuidó desde pequeño. Le tenía más cariño a él que a su propia madre. Sasha ya era un hombre viejo, Vladimir ni siquiera llegaría a los 70 cuando Sasha ya no estuviera a su lado, sería un golpe duro.
—Como te dije, es sólo teoría. No es algo que pueda comprobar a menos que tenga una máquina del tiempo. Lamentablemente no soy físico ni mecánico.
Kenshi tenía una expresión de desconcierto. Pensándolo bien, de haber sabido ese detalle a esa posibilidad, quizá no habría aceptado implantarse el genoma. Pero echarse para atrás justo ahora era imposible. Eso no le quitaría de la mente la visión de los gemelos; se volvieron los hermanos que habría querido tener.
—¿Qué hay de Irina? O de los bebés en general.
—El genoma ya es parte de ella de manera natural. Sus sentidos son mucho más agudos que los de un bebé común sin mencionar que su lado motriz se desarrolla bastante rápido. Klaus me ha dicho que ya está intentando gatear y solo tiene un par de semanas, es bastante atenta a los sonidos más pequeños.
El japonés asintió a eso. Se removió un poco, aunque le alteró un poco el ardor.
—Lo es. Siempre estaba fijándose en lo que hacía cuando la cuidaba. Michelle solo se fijaba en lo que podía tocar.
Vladimir soltó una risilla.
—Los gatos suelen ser muy curiosos. —Terminó de inyectar todo el suero y al fin pudo retirar la aguja. Dejó todo en el platillo de metal, llenó un algodón con más alcohol y se lo puso a Kenshi en el brazo para detener cualquier sangrado—. Bien, ahora sólo queda esperar. El suero hará efecto lentamente, te sentirás mareado, con dolor de cabeza. De aquí a unas horas tendrás bastante fiebre.
—¿Qué hubieras hecho...si yo no fuera compatible con tu elixir? —Giró levemente la cabeza—. ¿Tenías alguna opción B?
—Estar a tu lado las 24 horas del día, los 7 días a la semana, arrinconándote en todos los lugares posibles para una desenfrenada sesión de sexo —dijo con toda la desfachatez del mundo y una sonrisa orgullosa.
Kenshi alzó una ceja, mirándolo incrédulo.
—¿De verdad tu opción B era actuar como un depravado insatisfecho sexual? Y pensar que planeo tener un hijo contigo —suspiró dramático.
—Si con eso evito que mueras durante la cesárea, entonces seré un depravado insatisfecho sexual —dijo con una sonrisa divertida en los labios aunque sus palabras eran en serio—. Por suerte éste no es el caso. Lo viste tú mismo en la simulación de tu sangre con el genoma.
Bufando, Kenshi movió un poco el brazo hasta tomarle la mano.
—Estás verdaderamente loco. Creo que soy afortunado entonces; me salvé de tener que usar almohadas para poder sentarme.
—El afortunado soy yo por tenerte a ti —dijo inclinándose sobre la cama para darle un beso a Kenshi. Había un interruptor cerca de la cama de Kenshi, Vlad estiró la mano y bajó la luz a media intensidad. En un rato el asiático se lo agradecería—. Me quedaré contigo durante todo el proceso. —Le dio otro beso en la frente mientras acariciaba el pelo negro.
—No esperaba lo contrario. No te iba a permitir dejarme aquí abajo solo. Es tétrico. —Se estremeció—. Oye, ahora que recuerdo... Finnian estuvo contándome un par de cosas hace unos días...
—¿Qué cosas? —Alzó una ceja, realmente curioso.
—Bueno..., ¿te molestarías si diría que comenzó porque estuvimos en el ático? Que por cierto, necesita una buena limpieza. —Sonrió inocente—. Te veías muy adorable de bebé.
Parpadeó una, dos veces...
—¿Estuviste en el ático? ¿Qué hacías ahí?... Olvida eso. ¿Por qué demonios hurgaste en mis fotos?
Kenshi mostró una expresión desconcertada.
—Tenía curiosidad. Fue como una búsqueda del tesoro. Además que estaba aburrido ese día.
—Espero no te pongas a hacer búsqueda del tesoro en el laboratorio cuando estés aburrido. —Se alejó un momento para buscar una manta gruesa, la dejó a los pies de la cama de Kenshi—. Entonces, ¿qué encontraste?
—Pues..., fotografías, adornos, un lindo osito de peluche. ¡Ah, y tus ropitas de niño! —Sonrió divertido—. Y, también tus diarios de campo. Finnian me tradujo uno de cuando tenías 7 años.
—7 años —meditó un momento—. Gusanos de tierra. —Sonrió ante el recuerdo—. Ese día me castigaron. Me llené los bolsillos de gusanos, una de las sirvientas se llevó un buen susto cuando metió las manos en los bolsillos para lavarlos.
Kenshi dejó salir una pequeña risa. Qué se fue apagando mientras recordaba otra cosa.
—También hallé otras cosas...como, según Finnian, un título en teología.
—Oh. Esa cosa. —El buen humor le bajó. Chistó con la lengua—. Debería botarlo. 4 años de mi vida desperdiciados.
Sí, mala idea haberlo dicho pero él había preguntado. Sin embargo, viendo su expresión no quería saciar su curiosidad a una cosa. Decidió distraerlo con alguna otra cosa.
Con un gesto le pidió que estuviera a su lado.
—Cuéntame de Finnian. Él me contó algo de cómo llegó aquí. Pero en las fotografías que vi de él se ve igual... Cuando le pregunté sobre eso dijo algo muy vago... ¿Qué fue lo que le hicieron en el laboratorio en el que estaba?
—En los expedientes que me dieron faltaba información, creo que me timaron. —Trató de decir medio en broma—. Para cuando me di cuenta de sus modificaciones, ya habíamos llegado a Rusia. Un zorro estaba persiguiendo a un conejo, arrancó un árbol con todo y raíz para lanzárselo al zorro. Creo que te habrás dado cuenta de que tiene una inusual fuerza bruta a pesar de su escuálida figura. —Tocó la frente de Kenshi sintiéndola un poco más caliente. La temperatura comenzaba a subir—. Aunque la información en su expediente sea insuficiente, habla sobre juventud. El científico con el que hablé estaba particularmente interesado en eso. Juventud eterna, lo más probable es que la fuerza bruta fuera un error de cálculo.
Kenshi cerró los ojos un momento, frunciendo el ceño. Respiró hondo un instante.
—Ya veo... ¿Sabes quiénes eran sus padres antes de estar con ese hombre?
—Era un esclavo, Kenshi —negó suavemente—. Tiene suerte de recordar su nombre.
—Ya van dos ocasiones que los europeos atientan contra la voluntad de los demás. ¿Es algo típico de ustedes? —Suspiró—. Tengo algunas punzadas...
Ignoró el primer comentario para enfocarse completamente en Kenshi.
—¿Dónde te duele? —preguntó solícito.
—De acá y por acá... —Con la mano contraria a donde le inyectaron el suero señaló la parte derecha y el centro del cráneo—. Como...golpecitos...
Tomando su mano, se inclinó para darle un beso en la frente.
—Lo siento, no puedo darte calmantes. Eso interrumpiría el proceso. —Tomó la cobija de antes y cubrió a Kenshi con ella. Bajó un poco más la luz—. Suficiente charla, trata de dormir.
—Bien... —Asintió, cerrando sus ojos paulatinamente. Habría querido seguir hablando, eso le distraía bastante pero entonces el dolorcito de cabeza le distraía de la conversación. Se acordó de algo y le miró—. O-oye, no me irás a dejar solo acá en esta cueva mientras estoy fuera de combate, ¿o sí? —Levantó el dedo meñique—. Promételo.
Entrelazando su meñique con el de Kenshi, asintió. Le dio un beso en la punta del dedo antes de hablar muy bajito.
—Me quedaré aquí, contigo. ¿Quieres que suba la luz?
Kenshi negó.
—No. Solo que estés conmigo es suficiente. —Entonces se permitió cerrar los ojos, excepto que no soltó el agarre del meñique.
.
.
.
No podía decir cuántas horas transcurrieron desde que entro a aquel sótano y se durmió luego. Solo podía hacer cuenta del agonizante dolor y el frío después. Recordaba haber recobrado la consciencia en algún momento, pero luego ya no podía haber sabido más. Si grito o no, si pudo haber llorado, lo único de lo que estaba plenamente consciente era que buscó a Vladimir en la oscuridad de la inconsciencia, en medio del dolor y el frío. Buscaba su voz, buscaba su toque, buscaba que le diera fuerzas para soportar ese tormento.
Cuando se inyectó el genoma a sí mismo, Vladimir creyó que el dolor de sus músculos rasgándose y sus huesos reacomodarse era terrible pero ver a Kenshi sufrir ese mismo dolor era mil veces peor. Durante todo el proceso Vladimir no se atrevió a apartarse de Kenshi, ni para comer, ni para bañarse. Sasha le ayudaba mucho trayendo la comida y quedándose a vigilar los veinte minutos que se tardaba en duchar. No se atrevía a tardarse más y siempre lo hacía en el baño anexo a la habitación. Monitoreaba todo el tiempo a Kenshi, aunque sabía que todo saldría bien se angustiaba porque no podía hacer nada para que el dolor disminuyera. Gracias al cielo dos días después el dolor disminuyó considerablemente. En la penumbra de la habitación podía ver las grandes alas, todavía le faltaban un poco más por crecer al igual que la cola, trataba de hacer los análisis con mucho cuidado para no hacer sentir peor a Kenshi.
El japonés emergía de una negrura profunda. Al hacerlo, calor quedó atrás. Ahora se sentía casi como estar desnudo en pleno invierno. Kenshi movió los párpados, gimiendo quedo. Quiso moverse, dándose cuenta que el hacerlo solo hacía que sus músculos dolieran.
—Vl-Vladimir...
—Aquí estoy —le dijo suavemente, puso una tercera cobija encima de él.
—Tengo sed. —La palabra salió un poco confusa—. ¿Ya soy como tú...?
—Ya casi.—Le sonrió. Pasó su mano por su cabello en una lenta caricia—. A tus alas le faltan un par de centímetros para tener el tamaño ideal. —Sasha a su lado llegó con un vaso de agua para que Kenshi bebiera— Toma. —Le acercó una pajita a los labios.
Kenshi bebió completamente todo el agua, agradeciendo enormemente la frescura del líquido pasar por su garganta. Fue como beber el aire que da vida.
Soltó la pajilla, dando un respiro.
—¿Cuándo...podré salir de acá? —Tenía curiosidad, y mucha, de verse pero esperaría. Quería ver su reflejo, pero estando en pie y sin sentir que una cuadrilla de caballos había pasado por encima de él.
Vlad dejó de sonreír.
—Todavía te falta la segunda dosis. La buena noticia es que de ahora en adelante ya no sentirás más dolor. Durante los siguientes días tu cuerpo tiene que asentarse a su nueva forma —le dijo intentando ser positivo.
Kenshi asintió con calma.
—Dime algo... No lloré, ¿verdad?
—No, no. Para nada. —Sasha a su lado arqueó una casi inexistente ceja por tamaña mentira—. Eres muy valiente.
Kenshi no le creyó. Gimió de vergüenza.
—Que humillación... Volsk..., si dices una pequeña palabra..., te arrepentirás.
—Diremos que lo soportaste como todo un hombre. —Se inclinó para darle un beso en los labios.
Kenshi se durmió otra vez al cabo de un rato. Cuando despertaba se intentaba acoplar a las nuevas sensaciones, y una de ellas fue el olfato. Antes de recibir la segunda dosis había acribillado al ruso con cientos de preguntas. Para ser él, consideraba increíble mantenerse quieto, puesto que en otras circunstancias ya estaría intentando levantarse. No obstante, a pesar de que el ruso dijera lo contrario, temía hacer algo que le causara algún dolor como lo pasado. Consideraba estar tranquilo hasta que fuera totalmente seguro. La segunda dosis dejó bastante débil a Kenshi. Como le aseguró Vladimir, ya no sintió dolor pero se sintió extremadamente cansado y con frío, mucho frío. El ruso se aseguraba de tenerle suficientes mantas y subir el radiador para ambientar el cuarto. Por el calor, Sasha ya casi ni bajaba, apenas lo suficiente para bajarle ropa y comida.
A punto de cumplirse la semana desde que le dieron el suero, Kenshi pudo ponerse en pie por sí mismo por primera vez en días.
—Wuo —resopló Kenshi, erguido. Evitaba ver cualquier parte de su cuerpo que le permitiera tener consciencia de su actual apariencia—. Estas cosas pesan. ¿Cuánto hay en cada una? ¿Tienes un espejo? —Esto último lo preguntó con más ánimo. Ya no aguantaba la espera.
—Son proporcionales a tu tamaño. En tu caso cada ala mide 1.69m, lo que hace un total de 3.38 metros de longitud. La cola es igualmente proporcional, con ella puedes maniobrar en el aire. —Vladimir, que ya sabía que Kenshi querría verse de cuerpo entero, le pidió a Finny que le trajera un espejo de los grandes. El rubio lo dejó en el pasillo así que Vladimir solo tuvo que rodarlo hasta el cuarto—. Te acostumbrarás. Haremos una par de ejercicios motrices para verificar que todo esté en orden.
—Sí, sí, lo que sea, ahora solo quiero ver...cómo...luzco. —Sus palabras fueron muriendo conforme veía su reflejo en el vidrio. Se acercó hasta tenerlo justo en frente, una mano yendo a su mejilla. Más allá de la expresión agotada, estaba una de absoluto horror—. Esto...esto no... —Las yemas de los dedos tocaban las escamas de su rostro, su mente negándose a lo que veía—. ¡Naranjas! —gritó, mirando al ruso totalmente horrorizado—. ¡Son naranjas! ¿Cómo es posible? ¡No pueden ser naranjas! ¡Parezco una mandarina con alas! ¡Es un color espantoso!
—No están tan mal. —Trató de consolar el pelinegro. Su piel también se cubrió de escamas y se situó al lado de Kenshi en el espero—. Mira, nuestras escamas se ven bien juntas.
—Porque el tuyo es más armonioso. —Le apartó, acaparando el espejo—. Esto no puede ser. No puedo salir con esto. —Se medio giró, viéndose las alas y cola—. Odio este color. Es una odisea para combinarle. ¡No tengo ninguna ropa que quede bien con esto! ¿Por qué tenía que tocarme el peor de todos? —Las siguientes quejas le salieron más fluidamente en japonés.
Vlad se sentó en la cama, medio divertido por la reacción exagerada de Kenshi. Después de todo, era un color, a él le hubiera dado igual si sus escamas fueran marrones, por ejemplo. Subió las piernas a la cama, cruzándolas para usar las rodillas de apoyo para sus codos. Esperaría a que Kenshi se le pasara la rabieta. Pasaron otros cinco minutos en los que Kenshi se revisó todo, mascullando improperios al descubrir más escamas naranjas en otros lados. En un segundo plano estaban los dientes que sentía puntiagudos, la lengua bifurcada, las uñas –habían ocupado un comentario de ser totalmente antihigiénico tenerlas largas pero pasó de ellas, hasta que se apartó del espejo.
—¿Cómo le hago para quitar esto? Esconderlo.
—Debes aprender a hacerlo. No es solo las escamas, también tienes que aprender a retraer la cola y las alas cuidando no torcerte un músculo —explicó el ruso. Se había quedado en la misma posición desde que se subió a la cama.
El ceño de Kenshi se frunció.
—¿Klaus y tú no usan un truco para esto?
Vlad ladeó la cabeza sin entender.
—¿Un truco?
El japonés asintió.
—Sí, como el "ábrete, sésamo" o algo por el estilo. ¿Cómo le haces tú?
—No es un truco. —Hizo una mueca extraña. ¿De dónde sacaba Kenshi esas ideas?—. Es como aprender a caminar.
—No puedes estar hablando enserio. —Se veía algo de pánico en sus ojos—. No puedo salir de aquí así. ¡Tardaré meses!
—Kenshi —reprochó Vladimir, rodando los ojos—. Eres un chico listo, seguro podrás hacerlo en poco tiempo.
—Según mis padres, mis primeros pasos fueron tardíos. Y de cualquier forma, no saldré de aquí hasta ocultar este horroroso color —declaró firme, cruzándose de brazos en un puchero.
—Deja de protestar tanto y ven acá. —Levantándose de la cama, se paró en frente del espejo que por suerte era suficiente grande para que se reflejaran los dos—. Quiero que extiendas las alas y hagas éste movimiento. —Abrió y cerró las largas extremidades en toda su longitud, en el proceso le preguntaba qué sentía o si sentía algún dolor, lo mismo sucedió con la cola para luego pasar a la evaluación de sus sentidos.
Chasqueó los dedos al menos 30 cm de las orejas de Kenshi. Cada una respondió correctamente. Señalando una tabla al otro lado de la pared, le pidió que leyera las letras más pequeñas, lo cual hizo exitosamente con su vista mejorada. También le tomó la temperatura y el pulso, sólo por si acaso.
—¿Estoy completamente normal? —preguntó Kenshi al terminar la revisión—. En lo que cabe, claro. —Tomó una de las cobijas que usó para cubrirse. No tanto por el frío sino por las chillonas escamas naranjas.
—Hasta ahora —respondió con un tono de orgullo, luego caminó tras Kenshi—. Vamos a enseñarte cómo se esconde los rasgos. —Puso las manos en su espalda, tocando puntos claves cerca de las escápulas y la columna—. Esconder las extremidades no es un truco de magia. Así como las tortugas pueden esconder la cabeza dentro de su caparazón, tú pueden esconder las extremidades extra. Tienes que lograr reacomodar las alas y la cola de manera que no choque contra otros huesos, ni desgarrar ningún músculo.
Kenshi se quedó mirando un punto cualquiera frente a él, con una expresión de concentración. No pasó nada durante los siguientes minutos, salvo plegar más las alas. Aún se sentía torpe respecto a eso.
—Espera. Tenme paciencia.
—Tómate tu tiempo —le alentó Vlad. Tocó los músculos sobre los omóplatos—. ¿Sientes esto? Ahí hay un largo agujero por donde debes meter las alas. —De ahí subió sus manos, tocando las alas naranjas, los largos huesos que las unían y las coyunturas—. Es como doblar tu brazo. —Manualmente movía las alas del chico para que tuviera una idea—. Trata de plegarlas lo más que puedas y luego retraerlas dentro del saco de músculo.
Kenshi asintió, y volvió a intentarlo. Por el momento sólo logró un torpe movimiento que le hizo suspirar de frustración. Su estómago entonces hizo ruido, clamando comida.
—Quiero quedarme acá. —Se giró para enfrentarlo—. Oye, tengo otra pregunta: ¿qué pasa si me muerdo la lengua estando así? ¿Me auto-enveneno a mí mismo?
—Que ridiculez, por supuesto que no. Tu cuerpo ya está adaptado a esas toxinas. Tengo la teoría de que si muerdes a otro dragón no hará efecto alguno. —Le pasó a Kenshi una bata sencilla que se cerraba por la parte de atrás de esa manera no estorbaría a las alas—. Sabes... A todos les gustaría ver los resultados. Seguro que los niños te aplaudirían y todo.
—Soy una naranja andante —resaltó ceñudo—. No es justo. Klaus y tú tienen buenos colores. El mío es muy chillón... —Dándose cuenta de eso último, le miró amenazante—. Te arrepentirás si dices algo.
—Irina es rosada. —Le recordó, ignorando la sutil amenaza.
—¡Hasta ella tiene un color bonito! Pero es una niña. —Otra vez volvió a cubrirse—. No resalta mis atributos.
—Oh. —Vlad le echó una descarada mirada, sobre todo a los glúteos bajo la cola—. Yo creo que sí resalta tus atributos. —Pasó sus manos por las nalgas del menor, disfrutando de su redondez.
—No tengo ni un día de poder ponerme en pie y ya estás pensando en cosas pervertidas, Vladimir Volsk. Saca tus manos rusas de allá atrás. —Se concentró un momento para poder darle un golpe con la cola.
Vladimir se rió bajito logrando esquivar el golpe con facilidad.
—Tendrás que practicar mucho para siquiera lograr eso. —Le dio un beso en la mejilla—. Voy a pedir que nos traigan algo de comer. Sigue practicando —aconsejó. Retrajo las escamas antes de salir del cuarto.
Y Kenshi lo hizo.
Al verse solo, Kenshi volvió a colocarse frente al espejo, gruñendo a las escamas. Se vio casi sorprendido al oír el sonido un tanto menos humano. Pero más allá de practicar el retraer las escamas, fue el mover las alas y cola. En un movimiento torpe casi provocaba que el espejo se cayera, lo que le espantó. Prefirió concentrarse en ocultar el nuevo aspecto antes de que verdaderamente rompiera algo. No obstante, para cuando el ruso regresó no había avanzado nada excepto en aumentar su hambre.
—No te preocupes, sé que lo lograrás —animó Vlad, entrando a la habitación. Tenía en sus manos una bandeja con canapés—. En un rato traerán el almuerzo mientras, Bard nos preparó esto como un tentempié. ¿Cómo vas?
—Soy un asco en esto —dijo, pero no se veía tan afectado: su atención estaba en la comida que apenas tuvo oportunidad, comenzó a atacar. El sabor y la sensación calmaron la bestia que rugía dentro de él—. Mmh —gimió con gusto—. Esto está bueno.
—Bard es un excelente cocinero. —Dejó toda la bandeja a Kenshi para que la devorara—. Cuando estaba arriba me acordé de que hay algo que no examiné.
—Pues aguántate un rato, porque mi concentración está ahora en estas cosas —dijo con la boca medio llena—. ¿Cómo están los renacuajos? ¿Les has visto?
—Están bien. Muy enérgicos. Creo que Irina ya casi logra esconder las alas.
Kenshi masticó lento por un instante la comida, sintiéndose apesadumbrado de que hasta un simple bebé le sobrepasara. Reanudó su labor.
—¿Ya con esto tendremos bebés?
—No te sientas mal, con Irina es diferente. Ella nació con eso, es natural, lo único que hace es tratar de imitar a su padre. —Se sentó al lado de Kenshi y pasó sus dedos por la columna de Kenshi, sintiendo cada una de las vértebras—. Con esto podremos tener un bebé —le aseguró.
Kenshi sonrió, sin decir nada. Continuó comiendo hasta acabar con todo en la bandeja, dejándola en una mesa cercana, sintiéndose satisfecho por ahora.
—Ah, estuvo bueno.
—Me alegro. —Apartó la bandeja dejándola en una mesa auxiliar, luego se arrodilló frente al japonés en la cama—. Ahora abre las piernas.
—Vladimir... —Se quejó Kenshi, ceñudo—, acabo de comer. ¿Ya tienes pensamientos pervertidos?
—Idiota —dijo en ruso, divertido—. Esto es estrictamente profesional.
—Espero que sea así —dijo Kenshi, abriendo las piernas como le había pedido—. No hagas nada raro, estoy en mi proceso de reposo.
—Sólo trata de no entrar en pánico. —Frotó sus manos para calentarlas un poco y no sobresaltar a Kenshi. Hizo a un lado la bata, descubriendo sus genitales, las escamas cubrían has el prepucio. Se sentían muy suaves, lo mismo sucedía en la piel de los testículos.
—¿En pánico? —Era imposible decir eso e igual no sentirse preocupado—. ¿En pánico por qué? ¿Qué pasa? ¿Hay algo raro?
—Todo está bien. —Le tranquilizó. Sus dedos se deslizaron sobre los testículos, deteniéndose justo bajo la base del pene—. Esto se sentirá un poco raro —comentó. Sus dedos encontrando el pliegue donde el hemipene se ocultaba.
—¿Raro, cómo? ¿De qué estás…? —Su voz murió. Hubo una rara sensación entre el cosquilleo y…algo más…viéndole sacar una cosa totalmente…grotesca. No sabía qué era exactamente, solo sabía dos cosas: tenía púas…y estaba unida a su cuerpo. Dio un grito ahogado, el pulso se le disparó y solo pudo ver negro después.
Vladimir se quedó mirando a Kenshi totalmente laxo en la cama. Después de asegurarse de que sólo fue un desmayo por la impresión y no otra cosa, continuó con su inspección. Al terminar acomodó a Kenshi en la cama y lo arropó hasta el cuello, con las alas y la cola de manera de que no se hiciera daño. Con eso listo se acomodó en la silla que ocupó durante todos esos días y empezó a escribir en su cuaderno, todo dato recolectado era importante sobre todo si era de diferentes personas.
Una hora después, Sasha bajó con el almuerzo. Al ver a Kenshi dormido no hizo mucho ruido, intercambió un par de palabras con Vladimir y salió. El ruso se encargó de despertar a Kenshi pasando un algodón ligeramente impregnado con alcohol cerca de su nariz. El japonés murmuró algo, semi inconsciente, parpadeando varias veces para aclarar su vista. Observó todo a su alrededor, el recuerdo de los últimos momentos antes de desfallecer golpeándole. Se incorporó.
—¡Vladimir! —gritó—. ¡E-eso…! ¿Qué…qué era eso? Eso no…no puede ser mío.
El ruso le puso las manos en los hombros, intentando calmarlo.
—Tranquilízate. Respira. —Respiró junto a él un par de veces para que se calmara. Sonriendo, acercó la bandeja con la comida: ensalada rusa con strogonoff y trufas—. Come un poco, te ayudará a asentarte.
—No, no, no y no. —Declinó la bandeja, mirándolo serio, ceñudo—. ¿Qué demonios era eso? Estaba…allá abajo y tenía púas —dijo, mirando hacia su propia entrepierna.
Suspirando, dejó la bandeja a un lado. Vladimir se sentó en la cama, su muslo haciendo contacto con el de Kenshi.
—Podríamos decir que ahora tienes un segundo órgano reproductor. Los reptiles tienen lo que se llama un hemipene. —Hizo una pequeña pausa, asegurándose de que Kenshi le estaba entendiendo—. Un hemipene es uno de los dos órganos reproductores de los reptiles escamosos macho. En el caso de los dragones, está el miembro común masculino. —Con su dedo indicó uno—. Y el hemipene que pertenece al dragón —indicó con dos dedos—. Está dentro del cuerpo y aflora antes de la reproducción mediante tejidos eréctiles, al igual que el pene de los mamíferos.
Hubo un largo silencio, sin que Kenshi apartara mirada del ruso.
—Órgano reproductor… —repitió, y tomó una gran bocanada de aire—. Es él lo que causa el embarazo en hombres… ¿no?
Vladimir asintió lentamente, sus ojos azules muy atentos a Kenshi. Un nuevo desmayo no sería muy recomendable.
—Eso significa... ¿qué tienes que...? ¿Voy a tener eso en...? —Kenshi estuvo en silencio—. Tiene que ser una broma...
—Es necesario —dijo el pelinegro en un tono que esperaba fuera tranquilizador—. El hemipene es el que hace posible el embarazo.
—¡Pero tiene púas! ¿Por qué tiene púas? ¿Cómo vas a meter eso en el trasero de alguien? —Entrecerró los ojos—. Quieres meterme tus púas en el culo. ¿No puedes inventar otra forma de hacerlo menos...grotesco?
Bien. ¿Cómo explicaba esto?
Vladimir se acomodó mejor en la cama, subiendo las piernas y cruzándolas al modo indio.
—Escucha, los hemipenes de los reptiles presentan espinas o ganchos para sujetar a la hembra a la hora de la cúpula. El hemipene del dragón tiene una función diferente, no es el de sujetar a su pareja sino abrir un canal a través del recto y que los espermatozoides busquen un lugar apropiado donde comenzar a...germinar —terminó por decir a falta de una mejor palabra—. En vista de que dos hombres no pueden procrear, el semen del dragón se encarga tanto de fecundar como de crear esa vida. Es como cuando plantas una semilla y el embrión se desarrolla hasta convertirse en un feto, el espermatozoide se hincha y el bebé comienza su propio desarrollo.
Kenshi mantuvo una expresión neutra mientras escuchaba. ¡Todo parecía insólito! ¿Cómo es posible que un simple líquido pudiera causar todo eso? Era una locura...
...a veces, como en ese momento, olvidaba que fue un ruso quien creó todo eso. La mayor parte de ese país está loco. Locos, pero con una mente genial, debía admitir. Sin embargo, recordó, ese tema salió por un pene..., no, un "hemipene", con púas que se lo querían clavar en el culo para así poder tener un bebé. Kenshi no tenía problemas con los efectos, sino el procedimiento en sí.
—Es una lástima que el enclenque haya muerto, podría haberle pedido su testimonio, ya que imagino que Klaus hizo todo eso para tener a Irina. —Se dijo a sí mismo—. Tuve suerte entonces de no habérmelo llevado al cuarto ese día...aunque creo que habría salido corriendo al verlo. —Recordó la visión del suyo propio y se estremeció, vio curioso el efecto que eso tenía en sus propias escamas. Miró a Vladimir—. Bien, pero dos cosas: uno, más te vale ir con cuidado cuando lo vayas a usar o no habrá nada después de eso y verás tú cómo te satisfaces. Dos, solo será una vez. Salga un bebé o no, no dejaré que me metas tus espinas en mi trasero.
Vladimir asintió, serio. Realmente, lastimar a su pareja no era algo que le resultara muy excitante.
—Me esforzaré para que sea lo menos doloroso posible. —Volvió a acercar la bandeja creyendo que todas las dudas estarían aclaradas—. ¿Comemos?
—Bien. —Asintió, arropándose un poco—. Oye..., ese otro yo... —Cogió los cubiertos—, no lo tengo..., ¿o sí?
—La probabilidad de que lo tengas es bastante alta. Me he dado cuenta que es parte de un proceso fisicoquímico dentro de tu cabeza. —Hizo lo mismo que Kenshi, se puso el plato en las piernas y tomó los cubiertos para empezar a comer—. También como que el dragón tarda en manifestarse, no tengo idea de por qué ocurre eso.
—¿Fisicoquímico en qué sentido? ¿Cuánto se tardó el tuyo? —Se llevó un bocado del strogonoff a la boca, saboreando la carne junto a la salsa. No solía comer carne, pero cuando lo hacía admitía que era delicioso—. Mmh. —Saboreó—. Voy a extrañar esto.
—Estoy seguro de que podremos pedirle a los cocineros que aprendan a hacer un par de recetas extranjeras. La verdad es que no estoy muy dispuesto a pasar tantos meses sin probar el strogonoff o el Bosch, son mis preferidos. Por cierto, Bard me dijo que para el desayuno tendremos caviar, sabe muy bien con tostadas y queso crema. —Comió un par de trufas antes de contestar la pregunta de Kenshi—. Siendo sincero, no sé cómo explicarlo exactamente, es algo que nunca llegué a contemplar en los cálculos y ahora tengo, como quien dice, ver sobre la marcha. —Tomó otra trufa llenándola de la salsa de la carne para comerla—. Mi dragón tardó varias semanas en aparecer. Apenas cuando estábamos en el campamento dio su primera señal de vida. Con Klaus no tengo idea de cuánto tiempo tardó en manifestarse. Nunca dijo nada al respecto.
—Hmm. —Kenshi no preguntó más. Aún continuaba confundido, pero era raro preguntar sobre algo que estaba –o habitaba– en tu cabeza. No tenía por dónde comenzar o qué saber al respecto—. Ya veo... —Bebió un poco de agua.
Continuaron comiendo en ese agradable silencio, roto de vez en cuando por algún comentario tonto. Mientras terminaban de almorzar, Vladimir se quedó pensando en las posibilidades; El dragón de Kenshi, su personalidad y de repente se le ocurrió la posesividad del dragón. Aparentemente él escoge una pareja de por vida tal como hizo Feyn y como hizo su propio dragón pero, ¿qué tal si el de Kenshi no correspondía sus sentimiento? ¿Si lo rechazaba? ¿Si el tesoro de Kenshi era otra persona?
—No te preocupes por eso —dijo después de un largo silencio aunque no sabía si estaba convenciendo a Kenshi o a él mismo.
Copyright © 2016 protegido en SafeCreative.
No al plagio. Sé Original.
