Capítulo 43

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Kenshi no duró mucho tiempo en el sótano. Apenas amaneció al día siguiente, accedió a salir de ese lugar y subir a la casa...a pesar de que aún continuaba con los rasgos expuestos. Seguía odiando el color, y seguía, también, sin poder ocultarlos. Lo había intentado todo el resto de la tarde, toda la noche hasta que el sueño le venció. En verdad resultaba incómodo dormir con las alas y la cola, encontró una buena posición que le permitió dormir y estar calentito a la vez; odiaba el frío. Ya iban dos cosas que no le gustaban. La perspectiva de que iba a requerir de la misma –y a su opinión– excesiva cantidad de ropa que usaban Vlad y Klaus, incluso Irina, le irritaban. Iba a echar muchísimo de menos los kimonos y yukatas ligeros que solía usar.

Pero había algo que no iba a dejar de hacer y era dormir desnudo en verano. Así requiriera de calefacción en plena, soleada, temporada. Era algo que siempre hacia, en verano, desde su adolescencia y nadie, ni un gen de escamoso, se lo iba a quitar. No obstante, lo que no se podía quitar era la sensación de nervios cuando comenzaba a subir con el ruso –ya plenamente vestido, ni modo que subir en las vergonzosas fachas en las que estaba abajo– a la casa.

—Se van a reír. Soy una mandarina andante. Este color es muy chillón.

—Tonterías. Son imaginaciones tuyas. Nadie se va a reír —le dijo Vladimir, tomados de la mano llegaron a la planta baja. Al principio no se encontraron a nadie, por suerte.

—Sí lo harán —rebatió. Kenshi no era consciente aún de que su cola estaba entre sus piernas, mirando a su alrededor por si veía a alguien.

En su camino al piso superior se encontraron con Tanya y Lena que soltaron un gemido sorprendido cuando lo vieron aunque no tardaron en componerse.

—Señorito Kenshi —dijo Lena sin saber exactamente qué decir.

—Es... —Tanya vio a Vladimir arquear una ceja—. Felicidades por su transformación.

—Mmh. —Pocas veces le sucedía, pero Kenshi sintió el calor del sonrojo en su cara—. Gracias. —Sin que lo notarán dio un leve pellizco al brazo de Vladimir, indicándole que siguieran y se alejaran.

—Continúen —instruyó en ruso. Las mujeres hicieron una leve reverencia para seguir su camino—. ¿Ves? No hubo burlas.

Continuaron subiendo, desde abajo podían escuchar el revuelo que armaba Finny diciendo que él también quería ver al señorito Kenshi.

Kenshi no dijo nada, solo tenía el pensamiento de «Porque estabas tú». No movía ni las alas o la cola, temeroso de causar algún desastre por el camino. Casi llegaron a salvo a su cuarto pero escucharon el ruido de pasos apresurados en la escalera. Al voltearse, vieron a los gemelos Kuma y Kaoru. Kaoru tenía los lentes chuecos y Kuma se mordía el labio inferior, ambos miraban fijamente a Kenshi, los ojos negros reconociendo las extremidades extras.

Se ríen y arremeto contra ustedes —gruñó en japonés, medio escudándose tras Vladimir. Probablemente, de todos, lo que pensaran ese par fuera más importante para él. Se sentiría terrible si no fuera lo que él esperaba de ellos.

Los gemelos se miraron entre ellos, murmuraron en voz baja y se escogieron de hombros. Miraron a Kenshi una vez más antes de enderezarse.

—¿Esto quiere decir que ya no es necesario llamar un carruaje cada vez que quiera salir? —preguntó Kuma, como si de verdad fuera algo importante.

—Ese color va a ser difícil de combinar —opinó Kaoru, acomodándose los lentes—. Hay que evitar los rojos —recomendó.

Kenshi estuvo callado un momento. Luego miro a Vladimir.

—Te dije que era un color feo.

—Ya oíste a... —Miró a los gemelos intentando recordar quién era quién—. Ya lo oíste a él, sólo evita los rojos. —Se encogió de hombros.

Kenshi asintió. Otra vez se estuvo callado, dudando, y decidió dirigirse de nuevo a ellos.

—¿En verdad...les gusta cómo luzco?

—¿Es broma, verdad? —Sonrió Kaoru.

—Ahora que regresemos, Fujiwara-sama tendrá que darle el título de Señor Dragón —secundó su hermano con emoción—. ¡El primero de su linaje!

Kenshi se veía algo desconcertado al oírles. Quizás hasta sorprendido.

—Eso... —Se sonrojó otra vez— puede que sea estupendo —murmuró.

Vladimir también sonrió.

—¿Vas a volar como Klaus-kun? —preguntó Kaoru. Los dos se atrevieron a acercarse para mirar mejor a Kenshi. Vladimir se hizo a un lado para facilitarles la visión.

—Yo...sí, supongo que sí. —La verdad, sí le había gustado volar, solo que la perspectiva de que todos le vieran con ese horrible color no le agradaba mucho.

Al tenerlos cerca, percibió el olor a lima y toronja. ¿Eran esos sus olores? Consideraba que eran perfectos para ellos. Decidiendo que ya era suficiente charla, Vlad puso una mano sobre el hombro de Kenshi, atrayéndolo a su costado.

—Estoy bastante seguro de que se escaparon de Sasha para venir a curiosear acá arriba. Pueden continuar hablando más tarde.

Los gemelos miraron a Kenshi; Kaoru, que era más demostrativo, le sonrió a Kenshi mientras que Kuma alzó la barbilla en un gesto rebelde como despedida. Ambos bajaron la escalera a un ritmo más decente que con el que subieron.

—¿Estás contento? —preguntó Vladimir a Kenshi, apretando con un gesto cariñoso su hombro.

—Yo... —Miró a los gemelos irse, aún sorprendido. Ellos lo aceptaban así, incluido con el horrible color que tenían sus escamas. Hasta entonces no notó, realmente, lo muchísimo que le habría importado la opinión de los gemelos mucho más que del resto, y aún siendo ellos unos sirvientes. Pero no eran sirvientes..., eran parte de su familia. Se sintió como si le quitaran un peso de encima.

—Sí —respondió a Vladimir—. Un poco, sí.

—Me alegro —dijo sinceramente, dándole un beso en la mejilla y luego otro en los labios.

Suspirando, Kenshi continuó hacia la habitación, aún abrazado al costado del ruso.

—¿Por qué dijiste antes que ellos se escaparon de Sasha?

—¿No lo sabes? Ellos han estado al cuidado de Sasha desde que llegaron. Siempre los mantiene ocupados con alguna actividad. —Al entrar a la habitación, cerraron la puerta. El cuarto estaba limpio y ordenado, prueba de que Lena y Tanya pasaron por ahí hace poco.

—Mmh. Creía que Kaoru ayudaba a Klaus con los bebés... —Sin embargo, el orden se vino abajo al momento en que Kenshi se dejó caer boca abajo encima de la cama. La tensión abandonó su cuerpo al sentirse seguro de otras miradas allá adentro.

—Lo hace —aclaró—. Pero no es algo que ocupe todo su día. —Fue a la cama, sentándose al lado de Kenshi. Sus dedos acariciaron a lo largo de la columna, desviándose por el hueso de las alas. Le agradaba sentir la textura de las escamas de Kenshi, eran diferentes a las suyas; más suaves y grandes, a diferencia de las suyas que eran pequeñas y tenían un toque áspero.

Kenshi tenía la mirada perdida en algún punto de la pared, pero estaba plenamente consciente del toque y eso le hizo emitir un vibratorio sonido desde su garganta. Sonido que le sobresaltó.

—¡Oye! Hice lo que tú. —Volteó la cabeza, solo eso, para ver al ruso—. Como si fuera un gato. ¿Todos hacemos eso? ¿Por qué?

—Los etólogos que estudian los ronroneos de los gatos todavía no tienen una especificación para eso. Los gatos suelen hacerlo cuando se relajan al ser acariciados, cuando se sienten seguros o cuando comen, creo que podemos aplicar la misma teoría a los dragones. A esa lista debemos agregar la satisfacción y el estar cerca de la pareja. —Continuó con la caricia hacia la cola—. En tu caso, por estar siendo acariciado.

—Pero...los reptiles no ronronean ¿o sí? ¿También combinaste el ADN de gato?

—No. Usé sólo reptiles. —Dejó de acariciar la cola para acostarse al lado del menor en la cama—. No ronronean como tal pero los cocodrilos hacen un sonido parecido durante su llamado de apareamiento.

—Oh. —Fue todo lo que dijo Kenshi. Quedó un momento pensativo, entonces sonrió con diversión—. Creo...que ahora que los dos somos medio reptiles, también debemos adoptar la palabra "aparear". ¿No crees?

Vlad sonrió, apoyando un codo en el colchón se giró para quedar de lado y sostener la cabeza con su mano.

—Oh. ¿Ahora quién es el pervertido?

—Tú. Yo solo dije que deberíamos usar la palabra. Suena más elegante que "coger" —rebatió, alzándose de hombros aunque igual no dejaba de sonreír también—. Hay que estar claros que aquí tú eres el de la mente sucia.

—¡Ja! —rió el mayor, apresando a Kenshi entre sus brazos. Lo atrajo hasta su cuerpo, dándole un beso—. Hazte el inocente. Sé que te gusta que sea un pervertido. —Volvió a besarlo esta vez, profundizando el beso. Cuando sus lenguas se tocaron, Vlad sintió un raro estremecimiento por todo su paladar a causa de la lengua bífida de Kenshi.

Kenshi fue el primero en separarse. Por un instante se había dejado llevar, de no ser por cierto detalle del veneno.

—Mmh. Mejor no... Me pone nervioso lo del beso mortal. —Apartó la mirada.

—Si esa es tu preocupación, entonces simplemente deberemos intercambiar venenos. —Dicho esto, el mayor volvió a adoptar su forma draconiana para continuar con el beso.

Para Kenshi era inevitable sonreír. Le calmó la angustia, y le hizo suspirar. Su mente y su cuerpo le recordaron que había pasado mucho desde la última vez que estuvieron juntos de esa manera...; hacía mucho desde la última vez que –y debía usar la palabra– "se aparearon". Sonaba elegante y divertido. Además, quería la ironía que era los olores de los dos combinados –en serio era irónico, o simbólico, los olores de ambos, desde que pudo percibirlos. Por ello había correspondido el beso con gusto, y entrelazado sus piernas, sus brazos abrazando el cuerpo de Vladimir con ansia. Sus colas se entrelazaron y sus cuerpos se acoplaron, como dos piezas de rompecabezas que calzaran a la perfección. El momento subía de intensidad al igual que su excitación, necesitados de un contacto más directo se comenzaron a despojar de las varias prendas. Fue un poco difícil por culpa de las alas pero una vez superado ese obstáculo continuaron con los besos y las caricias.

Acomodándose entre las piernas del menor, Vladimir se dedicó a hacer un camino de besos y mordiscos que iba desde el cuello, bajando por la clavícula y los pezones. Estando a punto de llegar a la pelvis, la puerta se abrió de golpe.

—Señorito Kenshi, le he traído una flores que combinan con sus... —Finny se quedó estático cuando vio a Vladimir y Kenshi a medio desvestir. En su inocencia, gritó alarmado—. ¡El amo hace cosas sucias al señorito Kenshi!

Más allá de avergonzarse, Kenshi se carcajeó, y protegiendo –un poco– la mente de Finnian, se cubrió.

—Te dije que eras el de la mente sucia.

—Voy a matarlo —gruñó el mayor al escuchar como Finnian corría escaleras abajo y seguía gritando que le hacía cosas sucias a Kenshi. Dejó caer la cabeza, apoyando la frente en el estomago de Kenshi. Murmuraba para sí mismo: "Prometiste no encerrarlo. Prometiste no encerrarlo".

—Me parece algo tierno. Como si fuera un niño pequeño. —Sonrió—. Tenemos tiempo de sobra para seguir...apareándonos, ¿no crees?

Vladimir se debatió en si debía ir por Finny o quedarse con Kenshi. No tuvo que pensarlo mucho pues en su campo de visión pudo ver la erección de Kenshi haciendo una tienda de campaña en sus pantalones.

—Lo castigaré después —murmuró antes de abalanzarse a ese suculento platillo.

Kenshi gimió largamente. Oh, sí, sí, la boca del ruso en él suponía la gloria luego de varios días de puro dolor. Sus dedos se enredaron en los mechones negros, alborotando el siempre pulcro cabello.

—Más..., más...

Cumpliendo la petición de su esposo, Vladimir se dedicó a inflamar y lamer esa parte tan caliente de su anatomía. La lengua bífida hizo estragos en el libido del menor cuando lamió todo su miembro. El japonés bajó la vista, maravillándose con ver su erección desaparecer dentro de su boca. Si continuaba así, se correría. Justo ahora, no era lo que deseaba hacer.

Irguiéndose, y tomando una decisión, tomó entre sus manos el rostro de Vladimir, atrayéndolo a un beso que les quitó el aire.

—Hagamos a nuestro bebé —susurró. Luego, sonrió—. Quiero tus púas en mi trasero ahora.

Vladimir se quedó estático mirando a Kenshi. No quería presionarlo con eso de tener un hijo.

—¿Estás seguro?

—¡Sí! —Volvió a besar sus labios, bajando por la mandíbula, luego por el cuello donde chupó la piel—. No me hagas rogarte.

El pelinegro se relamió los labios.

—Tentador, pero ahora no tengo paciencia para eso. —Continuó con las caricias, sus manos ansiosas intentando deshacerse del pantalón y la ropa interior.

Gruñó de descontento cuando se dio cuenta que tenía que apartarse de Kenshi para buscar algo que sirviera como lubricante. Apresurado, buscó alguna crema en el baño, con el envase en la mano volvió a la cama devorando a Kenshi en un nuevo fogoso beso. Si antes la lengua bífida se sentía extraña, ahora con ambas lenguas bífidas era el doble de extraño y causaba un curioso cosquilleo de placer que iba directamente a sus entrepiernas.

—Abre las piernas —pidió en un jadeo el ruso. Bajó hasta que su cabeza estuvo a la altura de sus genitales, y llenándose las manos de crema, comenzó a preparar la entrada de Kenshi, empezó con un dedo, mientras con su boca atendía la erección del japonés para distraerlo de la incomodidad.

Ambas sensaciones se combinaban un barullo dentro de Kenshi que le estremecía de pies a cabeza, que le arrancaba suspiros y gemidos al minuto, alterándole las escamas y crispándole los dedos de los pies. Tenía que respirar hondo para sujetar el orgasmo, especialmente en los minutos que Vladimir rozaba la bolita de placer dentro de él. Mientras hiciera eso, lo que le fuera a meter dentro ocupaba un último lugar.

Estuvo un buen rato estirando ese pequeño lugar, quizás no pudiera evitar el dolor de las espinas pero sí podría evitar otro tipo de dolor. A pesar de las súplicas y ruegos de Kenshi, el ruso no estuvo satisfecho hasta que cuatro dedos cupieron dentro de él, para ese momento el placer era tanto que incluso el hemipene del japonés emergió de su escondite. No dudó en masturbarlo al mismo tiempo que su boca continuaba su trabajo en el pene. Sintiendo a Kenshi a punto del orgasmo y tan dispuesto, Vladimir puso un poco más de crema metiendo su miembro dentro de Kenshi, gimió de gusto cuando ese estrecho calor lo engulló por completo. Kenshi suspiró sonoramente, o quizás fue un gemido también, en cuanto su cuerpo fue invadido por el pene de Vladimir, abrigándolo por completo. Sus piernas se movieron hasta rodear la cintura del mayor, la cola rozando la otra. Respiró hondo varias veces, de por sí en cuanto Vladimir tocó su otro pene estuvo a punto de colapsar. Al parecer había olvidado decirle lo peligrosamente sensible que era.

—Espera..., aguanta ahí dentro un segundo... —Cerró los ojos un instante antes de verlo—. No me dijiste...que esa cosa con púas fuese tan...sensitivo.

Vladimir tuvo que respirar hondo para contenerse.

—Yo... No lo sabía —confesó. Tuvo que lamerse los labios sintiéndolos un poco secos, la visión de un Kenshi excitado, con sus ojos brillosos y sus dos miembros impúdicamente expuestos eran demasiado para su autocontrol.

Kenshi asintió.

—Bien, es suficiente explicación. Muévete, cariño —dijo, con un deje de diversión, estirando su mano para pasarla por el pecho del ruso, las uñas rasguñando suavemente.

Volsk no respondió, empezó a moverse con fuerza, llegando muy adentro, ambos cuerpos moviéndose frenéticamente sobre la cama, tanto, que la cabecera adornada golpeaba la pared con el ritmo de cada embestida. Para ese punto, Kenshi dejaba salir cada palabra o sonido que el placer arrancaba de su boca. No consideraba siquiera tocarse a sí mismo, todo era demasiado, cada estremecimiento se concentraba en su zona baja, preparándose para estallar. Si Vladimir continuaba en aquel ritmo, no le quedaban más que pequeños minutos para culminar.

El ruso, con mucho esfuerzo, se detuvo también y apretó el miembro de Kenshi evitando que alcanzara la culminación.

—Tengo... Wow... —Se concentró en respirar. Tuvo que retirarse de ese cálido interior—. Usaré el hemipene ahora —avisó a Kenshi para no tomarlo desprevenido. El hemipene había salido hace un momento debido al placer extremo, agarró un poco más de crema poniéndolo en su miembro, la crema fría contra las sensibles puntas le hizo estremecer, las escamas se le crisparon. Alzó la mirada encontrándose con los ojos amarillos de Kenshi—. ¿Listo?

—Hazlo ahora antes que decida lo contrario por tu culpa. —Kenshi dejó caer la cabeza y cerró los ojos, calmando la frustración en su cuerpo al ser privado del placer por ese instante.

Tomó ambos miembros de Kenshi con su mano, acariciándolos juntos lentamente mientras guiaba su hemipene a la entrada del dragón naranja. Entró lentamente, gimiendo por el intenso calor que lo apresaba. Todo era mil veces más intenso con ese miembro, y tuvo que agradecer eso, de esa manera se correría pronto y Kenshi no sufriría tanto.

—Oh, por Darwin —gimió el ruso—. Qué caliente. —Sin proponérselo, comenzó a ronronear.

Hubo una vez, cuando era pequeño, Kenshi había hecho un juego de carreras con Wen desde el pueblo hacia la mansión. Kenshi llevó la delantera, y ganó, pero al llegar a casa tropezó y cayó, haciéndose una herida en el brazo con una piedra. Esta le punzaba, le dolía, pero también tenía la placentera sensación del triunfo por haber ganado. Así mismo era la combinación de sentimientos que bullían en su interior en ese momento. No se había equivocado al saber que esas púas iban a doler, pero resultaban pequeños pinchazos comparados con el toque de aquella mano en sus erecciones. Válgame el cielo, que siguiera tocando la cosa con púas que se había formado en su cuerpo, él soportaría lo demás.

Masculló ciertas cosas, balbuceadas, que era imposible saber en qué idioma fueron.

—Dios..., Vladimir..., voy a explotar si...si sigues haciendo eso...

No aguantaron mucho más ninguno de los dos, fue casi vergonzoso saber que el ruso fue el primero en correrse en el interior de Kenshi, simultáneamente su pene también eyaculó manchando su vientre y el de Kenshi con caliente semen. La mano de Vladimir no se detuvo en ningún momento, incluso cuando Kenshi eyaculó no dejó de hacerlo aunque el ritmo se volvía pausado hasta detenerse, todo su cuerpo temblaba.

Kenshi quedó laxo en la cama, los brazos a ambos lados y las piernas abiertas, respirando tan profundo como le era posible para calmar su corazón desbocado. Todo fue jodidamente intenso, pero tan maravilloso...

—Tenemos...que...repetir...esto... —dijo entre jadeos, una lenta sonrisa formándose en su cara—. Fue...sensacional.

—¿No que no me dejarías meter mis púas en tu culo otra vez? —cuestionó medio en broma, pero cuando se irguió para sacar su miembro del interior de Kenshi, en verdad se preocupó, una mezcla rosácea goteaba desde el interior de Kenshi—. Estás sangrando. —Trató de retirarse sin causar más daño.

El japonés siseó en cuanto Vladimir se movió; pues sí, le dolía. Hasta ese instante no lo había notado.

—Auch.

Vlad gimió quedo cuando el hemipene se retrajo dentro de su cuerpo. Recomponiéndose, se abrochó el pantalón que no había terminado de quitarse durante la cópula.

—Hay que curarte eso. No te muevas.

Por suerte el ruso guardaba un botiquín de primeros auxilios en su cuarto, de hecho había varios repartidos en diferentes lugares de la casa por si ocurría un accidente. Con eso a mano, y una toalla húmeda que trajo del baño, comenzó a limpiar a Kenshi tratando de sacar todo el semen que podía de su interior. Obedeciendo, Kenshi no se movió salvo para seguir alguna indicación de Vladimir. Su cara mostraba cada mueca de dolor que sentía, sin embargo ya lo esperaba. Después de todo, eran púas.

—¿Qué piensas? —habló, aunque su mirada estaba fija en el techo—. ¿Tengo o no razón en que fue increíble? ¿Hemos creado un bebé?

El mayor sonrió.

—Fue alucinante, nunca había tenido un orgasmo tan intenso —dijo con su mirada fija en la crema cicatrizante que estaba preparando—. Espero que sí. La verdad es que si me hace ilusión tener un hijo.

—Solo espero que no sea tan inquieto como Michelle. —Un estremecimiento recorrió a Kenshi de solo imaginarlo.

Terminando de mezclar la crema cicatrizante, con los dedos la untó dentro de Kenshi. El menor siseó por el ligero ardor que eso causaba.

—No podremos hacer nada en un tiempo. Debes cicatrizar.

—Que terrible. —Kenshi suspiró con dramatismo—. Al menos pude disfrutarte otra vez. —Coqueto, le lanzó un beso—. Quedamos sucios..., bueno, yo especialmente.

—Aún puedo darte placer sin tener que penetrarte. —Al terminar con la crema, se limpió las manos con la misma toalla que trajo para limpiar a Kenshi. Se miró a sí mismo, los pantalones arrugados y el semen seco de su estómago—. Yo también me ensucié un poco.

Kenshi asintió.

—Podemos darnos un baño..., en un momento. Justo ahora me siento como un muñeco muy guapo y anaranjado al que acaban de dar una buena cogida —dijo, cerrando los ojos.

—Suena bien —dijo el mayor, cerrando el botiquín. No lo alejó mucho puesto que tendría que seguir poniendo crema a Kenshi para que cicatrizara por completo. Tomó la toalla y se medio limpió el semen seco, lo mismo hizo con Kenshi y arrojó la toalla lejos de la cama para luego acomodarse al lado del menor para tomar una siesta—. Ésta ha sido una buena luna de miel.

—Una buena luna de escamas, porque no ha habido miel por ningún lado. —Kenshi se removió con todo el cuidado que pudo para así quedar frente a Vladimir. Eso le permitía dormir cómodo debido a las alas y la cola.

Vladimir, siendo solidario con Kenshi, también se acomodó para dormir con las extremidades extras.

—Más tarde robaremos la miel de la cocina. —Una de sus piernas se acomodó entre las de Kenshi y con su brazo rodeó al menor para abrazarlo. Le dio un beso en la frente con los ojos cerrados, el sueño le estaba venciendo rápidamente.

—Buena siesta, amor —murmuró el japonés, suspirando con gusto, dedicándose solo a ver dormir a su esposo, solo a sentir su calor, solo a regodearse en el conocimiento de sus olores entrelazados.

A solo regodearse de la sensación de estar a su lado, desde ese momento hasta el fin de sus días.

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Durante los pocos días siguientes, Kenshi se dejó ver por el resto de la casa, no le quedaba de otra forma. Le sorprendió que Klaus no se riera de él como esperaba, y Michelle e Irina le miraban curiosos. Claro que por su falta de poder ocultar las escamas, Michelle intentó coger su cola cuando se sentó en la cama frente a los bebés de la misma forma que lo hacía con Irina.

A cada oportunidad seguía intentando ocultar las escamas sin mayor éxito.

—Quizás debamos hacerlo manualmente, para que te vayas acostumbrando —sugirió Vladimir una tarde en que estaban sentados en la biblioteca. Olga había conseguido una manta mullida y ahí habían puesto a ambos bebés junto a algún peluche o juguete que Finny encontró en el ático.

—¿Manualmente de qué manera? —Kenshi se mantenía quieto en un sillón, especialmente para no tropezar con nada.

—Como cuando le enseñas a un bebé a caminar. Mueves sus piernitas para que ellos sientan el movimiento —dijo Klaus que estaba sentado en el suelo junto a los infantes. Hizo una demostración agarrando a Irina para que moviera las regordetas piernitas.

—Sí. Algo como eso —asintió Vladimir—. Creo que tu problema es que no sabes cómo doblar las alas.

—Mmh. —Kenshi intentó mirar hacia las alas inmóviles—. Quizás.

Michelle desvió su atención del juguete a la cola de Irina, inclinándose para agarrarla, y siendo detenido por Klaus. Hizo un sonido de queja.

—Agarra tu propia cola, pequeño bribón. —Le alcanzó un peluche al niño para que se entretuviera, afortunadamente el bebé aceptó el peluche.

—¿Quieres intentarlo? —preguntó Vladimir.

Kenshi torció el gesto.

—No aquí. Voy a romper algo —dijo, mirando a su alrededor. Su atención volvió al ruso—. Oye, hay algo que quería preguntarte hace un tiempo pero… tienes que prometer que no te molestarás.

—Si pides que no se moleste, es obvio que va a molestarse —dijo Klaus con un bufido. Vladimir le dedicó una mirada enojada antes de cerrar el libro que tenía en el regazo para poner completa atención a Kenshi.

—¿Cuál es tu pregunta?

Kenshi le observó largo tiempo, analizándolo, antes de soltar su cuestión.

—Aquel día en que estuve con Finny en el ático, me contó un poco sobre la última vez que estuvieron tus padres acá. No me quiso contar mucho, o mejor dicho, casi nada, pero quedé con la curiosidad… ¿qué sucedió?

—Oh, qué mal —murmuró Klaus—. Yo, emm... Creo que es hora de la siesta. —Cogiendo a cada bebé con un brazo, el alemán dejó la habitación con una mirada preocupada.

Vladimir respiró hondo.

—¿Por qué quieres saberlo?

—Ya lo dije, quedé con curiosidad. —Fue su simple respuesta.

El ruso hizo una mueca pero no se negó a responder.

—Era otro intento de mi madre por tratar de volver a unir a la familia, para ese entonces ya tenía una carrera en la milicia y estaba a la mitad de mis estudios en bioquímica. Por lo general madre intentaba mantener el contacto con algunas cartas o enviaba regalos, Sasha me obligaba a aceptarlos —murmuró algo parecido a "Traidor", aunque no lo decía realmente en serio—. Por algún motivo que desconozco, ella convenció a mi padre de venir, algo sobre celebrar las navidades juntos. Como esperaba eso no salió muy bien.

—¿Qué sucedió? —Kenshi se arrimó un poco más hacia él, tomando una de sus manos entre las suyas.

—Todo estuvo bien hasta que mi madre preguntó cómo me iba en la universidad. Padre no sabía que yo estaba estudiando otra carrera, puso el grito en el cielo cuando se enteró de que estaba estudiando bioquímica. Empezamos a gritarnos el uno al otro. —Prácticamente podía rememorar la conversación como si hubiera sido hace poco—. Le dije que no creía lo mismo que él. Me gritaba hereje...

Kenshi apretó un poco más el agarre en su mano. Por un instante, el pensamiento de que no fue buena idea preguntar aquello rodó por su mente, pero Kenshi lo desechó.

—Continúa. ¿Tu madre no hizo nada?

Una risa desganada se le escapó al mayor.

—¿Qué podría hacer ella? Mi padre ordenó que ella saliera y yo agradecí que Sasha se la llevara. —Negó con la cabeza. Aunque sentía el calor de la mano de Kenshi y su confort, trataba de no mirarlo—. Durante la discusión intenté hacer que razonara un poco y le dije: "Padre, así es como soy, y no puedes cambiarlo. Si no puedes aceptarme tal cual soy, entonces no seré tu hijo". ¿Sabes lo que respondió? —preguntó a Kenshi con una sonrisa triste—. Me dijo: "No tendré un hijo torcido. Desde hoy no eres mi hijo".

Kenshi abrió un poco los ojos por la sorpresa. Así que fue eso lo que sucedió…

«La última vez que el señor Dimitre vino hubo una horrible discusión, el amo Volsk estaba triste y la señora Aniuska lloró.»

El japonés tomó aire que dejó salir en un resoplido.

—Lo lamento —murmuró. Tomando una decisión, entonces, colocó a un lado el libro que estaba en el regazo de Vladimir y se sentó a horcajadas en él, abrazándolo al tiempo que colocaba la cabeza en su hombro—. Tu padre es idiota. No sabe que las cosas torcidas son las mejores, porque siempre habrá algo perfecto en su singularidad. Yo tuve la gran suerte de toparme con uno. —Alzó la cabeza, e hizo una mueca—. En verdad, nunca te endereces. Te volverás aburrido como la mayoría. Sé siempre torcido y maravilloso.

Vladimir se sintió derretir por los esfuerzos de Kenshi de reconfortarlo, a pesar de que era algo que sucedió hace muchos años. Sonriendo, abrazó a Kenshi, dándole varios besos, en las mejillas y la boca.

—Si de esa manera logro que estés conmigo siempre, entonces seré torcido y maravilloso.

—¡Sí! —celebró con suavidad, y comenzó un ataque de cosquillas para hacerles reír.

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Los siguientes días, Kenshi se sometió a las lecciones de Vladimir para poder ocultar los rasgos. Sin embargo, para el primer día se rindió, volviéndole a pedir para el segundo cuando le acometió el terrible pensamiento de que en tal caso tendría que salir en aquella apariencia si quería volver a Japón. La sorpresa vino una tarde en la que se duchaba, y practicando sin demasiada concentración notó la extraña sensación de los rasgos escondiéndose. Kenshi había salido del baño desnudo, llamando al ruso a voz en grito, igual de emocionado que un niño al por fin haber ocultado las escamas y demás miembros. Después de regañarle por salir de la ducha desnudo, Vladimir celebró con él, alegrándose porque al fin había logrado volver a su apariencia humana. Aprovechando su desnudez se dedicó a venerar ese pequeño cuerpo que tanto adoraba. No se lo había dicho a Kenshi, pero comenzaba a extrañar sus ojos negros y suave piel clara. Más tarde ese día, cuando bajaron a cenar, todos felicitaron a Kenshi por su logro. Irina y Michelle al verlo tardaron un poco en reconocerlo, se habían acostumbrado a las extravagantes escamas naranjas.

Durante la cena alguien llamó a la puerta. Sasha fue quien la atendió, tan sólo pasaron unos minutos cuando el mayordomo volvió con un sobre en su mano.

—Ha llegado correspondencia para el señor Volsk.

—Déjalo en mi escritorio —desestimó, terminando de tomar su té verde. Bard, en honor a Kenshi, logró conseguir el té verde que utilizaban los asiáticos—. Lo leeré mañana.

—Es de la milicia, señor —aclaró Sasha, acercando el sobre. Vladimir, extrañado, abrió el telegrama leyendo el contenido.

—¿Qué dice? —Kenshi intentó acercarse para leer, pero refunfuñó algo en voz baja al ver que estaba escrito en ruso.

Volsk leyó el telegrama escrito en ruso al menos unas tres veces. Su expresión se endureció y su ceño estaba completamente fruncido. Klaus, al ver la expresión de Vladimir, se inclinó para leer el contenido, abriendo los ojos desmesuradamente.

—No pensarás ir, ¿o sí? —preguntó con un hilo de voz.

—Tengo que hacerlo —contestó, pasándole el papel a Klaus para que pudiera leerlo apropiadamente.

—Oigan, ¿qué pasa realmente? —Kenshi vio de uno a otro—. ¿A dónde tienes que ir? ¿No tenemos que regresar a Japón pronto?

—Hay un grupo de rebeldes que se están oponiendo al mandato del Zar Nicolás II. Esta es una llamada a todas las fuerzas militares para defender al Zar y su familia —explicó Vladimir a grandes rasgos—. No podré volver a Japón con ustedes.

Kenshi sabía quién era el zar. Nicolás era el último en la línea de los Romanov, y se había casado con Alejandra, nieta de la reina Victoria de Reino Unido. Una unión fuerte entre dos importantes países que dio fruto a unos… cinco hijos. Según recordaba, el menor era el único varón y heredero.

—¿Crees que vayas a tardar? —preguntó, luego de dejar salir el aire que no notó estuvo reteniendo.

—No sabría decirte —respondió sinceramente.

—Vladimir —interrumpió Klaus, en sus ojos se notaba la preocupación—. Esto se volverá una guerra civil. ¿En serio piensas ir?

—Es mi deber.

¿No puedes negarte? Di que estás enfermo, di que estás haciendo un nuevo loco proyecto, di que se te murió un pariente lejano. Solo no vayas, deseó fervientemente decir Kenshi, pero él mismo entendía esa clase de deber. El miedo que sentía al pensar fugazmente en Haruto era infundado. Estaba seguro de que Vladimir saldría bien, después de todo, era un dragón obstinado. Y prometió que estarían juntos.

—Bien... —Kenshi le tomó la mano—. Vas a tener cuidado ¿cierto? No hagas ninguna locura.

—Lo tendré —le aseguró Vlad, entrelazando sus dedos con los de Kenshi. Ambos giraron la cabeza al escuchar el gruñido proveniente de Klaus.

—¿Bien? —preguntó Klaus con los dientes apretados—. ¿Cómo puedes simplemente aceptarlo? —increpó a Kenshi.

Kenshi apartó la mirada.

—¿Qué quieres que diga? Tú mismo fuiste soldado temporal en mi casa, sabes cómo son las cosas cuando estalla una revuelta.

Bufando, Klaus se cruzó de brazos. No podía negar algo como eso pero tampoco quería aceptarlo.

—¿Entonces piensas aceptar el llamado y dejarnos a nosotros aquí?

—De hecho... —murmuró Vlad. Miró de reojo a Kenshi, su pulgar acarició el dorso de su mano—. Creo que sería mejor que regresaran antes a Japón.

—¿Dejarte aquí? —Kenshi le miró. Tal parecía que la preocupación había pasado de Klaus a él ahora.

—Tal como dijo Klaus, esto podría convertirse en una guerra civil y aunque confío en la seguridad de mis terrenos, no quisiera arriesgarlos.

Kenshi no dijo nada, salvo luego de un minuto.

—¿Es eso lo que quieres tú? ¿Qué nos vayamos y te dejemos aquí?

—No..., pero es lo mejor. —Terminó por decir, sus ojos bajando a la madera de la mesa sin mirar a Kenshi o Klaus.

Hubo un ligero y tenso silencio en el comedor. Solo podían oírse los sonidos de los pájaros afuera y sus propias respiraciones. La mirada de Kenshi fue hacia Klaus, entonces su silla chirrió un poco cuando se levantó y, en vez de marcharse, se colocó a un lado del ruso y le abrazó.

—Dejemos de actuar como si fueras a morir, todos sabemos que no será así. —Le dejó un beso en la sien—. Nos adelantaremos. Y te prepararemos una gran bienvenida. ¿De acuerdo?

—Estaré esperándola. —Sonrió Vladimir, devolviendo el abrazo del japonés. Estaba tan feliz de que Kenshi lo entendiera. Aunque Klaus era otro tema, el pelinegro estaba enfurruñado en la mesa con los brazos cruzados como si fuera un adolescente rebelde—. Oye. —Para llamar su atención, pasó una mano por su brazo, Klaus devolvió la mirada reticente—. Antes de que te des cuenta estaré de vuelta en Japón.

—¿Lo prometes? —preguntó quedamente en ruso.

—Lo prometo —le aseguró con una sonrisa.

—Más te vale.

El japonés sonrió, levantándose y dejó un pequeño beso en los labios de Vladimir.

—Tenemos que prepararnos. —Bajó un poco la voz al dirigirse al ruso, aunque sabía que igual Klaus escucharía—. ¿Quieres un poco de mi antes de que tengas que ir a patear traseros rebeldes?

—Hmm. Eso suena como una excelente idea. —Pasó sus dedos por el suave cabello de la nuca de Kenshi. Lo atrajo para darle un largo beso.

—Agh. Váyanse a su cuarto. —Se quejó Klaus, levantándose del comedor.

—En seguida lo haremos. —Tomó la mano de Vladimir y le jaló para arrastrarlo a la habitación.

Los dos siguientes días fueron de total ajetreo en la casa, preparando todo para la marcha de Kenshi y Klaus junto a los gemelos y los bebés. No se permitía estar triste a nada más que no fuera el despedirse de Sasha y los otros sirvientes, que tan bien les recibieron allí. Después de todo, estaban seguros de que Vladimir llegaría a salvo a Japón después de que todo se calmara. El día del viaje, prepararon el carruaje.

Kenshi se acercó a Vladimir, abrazándolo fuerte contra sí.

—Te amo —murmuró—. Vuelve bien, en una pieza sería aconsejable —bromeó.

—Procuraré que así sea. Acabaré con unos cuantos bolcheviques —dijo alzando el puño a modo de victoria. Abrazó a Kenshi, sus brazos apretados al rededor de su cuerpo—. Tengan mucho cuidado, sobre todo tú que es posible que estés gestando —dijo con una sonrisa embobaba, sus manos desviándose a su vientre.

—Quien sabe. Quizá sí, pero si no, sabes que tienes que volver para repetirlo. —Le guiñó el ojo. Tomó el rostro del mayor para atraerlo a un largo y sonoro beso—. Cuídate tú también —dijo una última vez antes de ir a montarse en el carruaje.

—Hecho. —Le guiño un ojo al japonés.

Kuma y Kaoru, cada uno cargando con un bebé, también se despidieron. El único que faltaba era Klaus. El alemán aún no estaba convencido de irse dejando a Vladimir atrás. Inseguro, se acercó al carruaje.

—Hiciste una promesa Volsk —le recordó mirándolo receloso.

—Lo recuerdo. —Asintió—. No faltaré a mi palabra. Tengo mucho por lo qué volver.

Asintiendo, Klaus puso un pie sobre el peldaño para subirse. Estando a punto de impulsarse, se giró y le pasó los brazos a Vladimir por el cuello en un fugaz abrazo, igual de rápido terminó el abrazo y se montó en el carruaje. Kuma entregó a Irina y fue al frente del carruaje para guiar los caballos. Kenshi se asomó por la ventana del auto para despedirse moviendo la mano, hasta que la figura del ruso desapareció conforme se alejaban. Nuevamente se acomodó en el asiento, por un instante su expresión calmada rompiéndose. Deseó con todas sus fuerzas que volviera bien.

—Mentiroso —acusó Klaus a Kenshi.

La atención de Kenshi se desvió a Klaus.

—¿Qué?

—Sí te molesta que se quede —aclaró.

—Por supuesto que lo hace. —Bajó la mirada hacia la bebé en sus brazos, que en ese momento estaba dormida.

—Pudiste haberlo detenido.

—¿Detenido? —Kenshi sonrió sin mucho ánimo—. Quizás. Pero era un deber y él tomó la decisión de ir. Parece como si no confiaras en sus capacidades. —Sutilmente reprochó—. Sé que es fuerte si se lo propone. Y yo confío en él.

—Una guerra es una guerra, sea por el motivo que sea. —Klaus hizo una mueca desviando su mirada a la ventana. Veía pasar el tranquilo pueblo—. Yo no quiero repetir la experiencia de América.

—Te recuerdo que no fuiste tú quien salió perdiendo esa vez... —Kenshi tragó duro, hasta entonces no había recordado nada sobre Haruto—. De cualquier manera, lo hubieras detenido tú si tanto querías que no fuera. Yo sé que él volverá. Si quieres mantener tu negatividad, será asunto tuyo.

Klaus apretó los labios. No se le ocurrió que su comentario podía abrir viejas heridas, se arrepintió de haberlo mencionado.

—Lo siento. Sigo susceptible por lo de Yuki.

Kenshi suspiró, e hizo un gesto despectivo. Se acomodó mejor en el asiento y no volvió a hablar el resto del viaje.


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